Capitulo III

La familia es lo importante.

Si pensaste por un momento que tu hermano bromeaba con adoptar más felinos, temo decirte que estabas en un completo error. Apenas lo procesaste cuando encontró una gata con dos cachorros. Nunca entendiste su manía, pero la aceptaste; como también ser padrino, sólo porque seleccionaste el collar para uno de ellos.

La gata aún continuaba adolorida después de esterilizarla. Sólo esperas que no rasguñe demasiado las protecciones del asiento trasero, acabas de comprarlo y sería una lástima gastar más por un simple paseo.

—A mamá no le gustará ver tres gatos nuevos—suspiras por doceava vez.

Él sólo te sonríe desde el asiento del copiloto, como si todo eso le tuviese sin cuidado.

—Lo aceptará, ya verás, por algo soy su favorito.

En verdad no le preocupa.

—Son las ventajas de tener inmunidad diplomática—dice confiado.

Mueves reiteradas veces la cabeza. Sabes que tiene razón en muchas cosas, en especial al decir que tiene inmunidad en tu casa. ¡Porque en verdad la tiene!

—¡Espera! Detente en el almacén, también vas a comprarles una casa nueva.

—¿Qué? Esas cosas son bastante caras—alegas de inmediato.

—Te lo mereces por no ir de vacaciones con nosotros—puntualiza, dejándote sin argumentos—Prometiste que irías la siguiente vez.

Nunca cumples. Es un juramento que ha pasado año tras año sin resolverse. Él sabe todo el caos que pasa por tu cabeza, los conflictos que te agobian y a pesar de eso, trata de que veas el lado más positivo del asunto. Él, que usualmente hace lo contrario. Y que eres tú, quien debe mostrarle la vertiente más provechosa.

Te resignas a cumplir sus caprichos.

Hao es un auténtico líder, sabe lo que quiere y en el momento que desea. No tarda en ver el mejor hogar para sus protegidos. Y no era nada pequeño, ni nada económico. Ahí se va a ir más de la mitad de tu gasto. Tendrás que vivir de la misericordia de tu madre, porque dudas poder financiar tus almuerzos el resto de la quincena.

—No puedo creer lo miserable que te has vuelto—se queja tu hermano—¿Acaso no te hace sentir mejor gastarlo en algo provechoso?

Suspiras, abriendo la cajuela para meter todos los accesorios nuevos.

—Define algo provechoso—respondió quitando ambos seguros de las puertas.

—Algo que no acumules.

O no, sabes bien que se refiere a la inmensa colección de discos que guardas en el ático y que has transformado en tu santuario personal. No cabían en tu habitación, así que tuviste que acomodar toda la bodega.

—Piénsalo de este modo, todos nos vamos a morir y todo esto se quedará ahí guardado en más cajas.

—Quizá alguien más las venda como antigüedades—sugieres divertido con la idea.

—Tú ya eres una antigüedad andando—dijo pegándote en el hombro—Ahora arranca, ya quiero ver la cara de mamá con sus nuevos inquilinos.

¿Su reacción? Fue épica. Apenas tuviste reflejos para pescar al aire la maceta que soltó cuando tu hermano los instaló cerca del invernadero, argumentando que necesitaban una temperatura óptima para crecer fuertes y sanos.

No sabes cómo lo hace, pero sin duda quieres el secreto. Porque le basta un abrazo y una buena explicación para serenarla, y que acepte sin mayor remedio la intromisión gatuna. Ríes abiertamente, sabes que tardará unas semanas, pero después los acariciará y brindará todo su amor, como lo hace con el resto de las mascotas.

—¡Ah! Así que ya llegaron—escuchas la voz de tu abuela, que ha salido del invernadero y lleva unas rosas en la mano—Qué bien que están aquí, esas bestiecitas destruyeron un paquete que llegó.

Tratas de hilar la conversación. Asumes que las bestias son los gatos. Y se cargaron la paquetería de alguien. Pero ni bien descifras la oración, cuando tienes que poner a prueba tus reflejos de nuevo, porque Hao acaba de salir corriendo y lanzó al aire la bolsa de alimento.

Comienzas a preguntarte si alguien te tiene en la más mínima consideración.

Después de comer, subes a tu habitación y te recuestas en el tejado. Más de uno te dice que pareces un vago, pero para ti —que no te importan las críticas— es uno de los mejores momentos del día. Contemplas el atardecer y las pocas estrellas que pueden vislumbrarse a lo lejos.

En este momento no hay nada que interrumpa tu paz. Ni aparatos molestos que no dejan de vibrar cada tanto en tu bolsillo. Eres tú y la inmensidad de un cielo teñido de naranja con azul.

Pero por más minutos que quieras ganar a la realidad, ésta se hace presente. Aunque no pareces estar molesto, por más ruidoso que sea ese aparato, no piensas descender y contestar la llamada o el mensaje o lo que sea que esté sonando con tanta insistencia. Cierras los ojos, aguardando que en cualquier instante ceda. Lo que no esperas es que tu hermano entre a tu habitación y que tome el bendito móvil en su mano.

—Qué quieres, Idiota—escuchas su voz algo exasperada.

Ahora entiendes que en realidad sí era una llamada.

—No soy un idiota, Idiota.

Sonríes con cierta ironía, es Ren Tao. No comprendes por qué tus amigos nunca se han llevado del todo bien con tu hermano, pero sigue siendo algo que te causa gracia, al menos cuando tienes el placer de verlos interactuar.

—Quisieras no ser un idiota—responde sarcástico—Pero estoy de buen humor, qué quieres.

—Quiero hablar con tu hermano.

—Él no está—contesta ya exasperado.

Quizá sea mejor bajar y tomar la llamada, después de todo, Ren no es el clásico chico que llama todos los días.

Realizas una maniobra silenciosa, cuando ves a tu hermano sentado en el sillón donde sueles practicar con la guitarra de tu viejo. Y en efecto, se nota fastidiado, porque inclusive está charlando con el teléfono algo alejado de su oreja.

—Quiero saber del paquete que envíe hace cuatro días, dice que ya fue recibido.

Ahora entiendes quién era el remitente de la misteriosa paquetería, que por cierto, ni te molestaste en ver. No por nada de te dicen que eres un descuidado.

—Bueno pues si ya sabes que lo recibió, para qué llamas, Idiota.

—Porque quiero saber si llegó bien—replica en un tono bastante molesto—¿Llegó bien todo?

Crees que es un buen momento para intervenir, salvo porque no tienes ni idea de qué decirle a tu amigo.

Hao te veo y enarca una ceja, como preguntándose de dónde diablos has salido de la nada.

—¿El paquete? Ah, sí, se lo comieron los gatos.

Sonríes, haciéndote notar en la conversación.

—¿Los qué? ¡Ay, pero de verdad estás, Idiota! Mejor pásame a Yoh.

—Lo que diga el señorito—dice arrojándote el teléfono sin ninguna consideración.

Apenas alcanzas a capturarlo. A diferencia de tu hermano, tú sí lo colocas en tu oreja. No sabes qué le parece gracioso a Hao, porque es evidente la burla en su semblante. Cómo si sostener el teléfono frente a él fuera una pose más interesante. En fin, hasta Ren ha callado un par de segundos.

—Yoh, ¿qué le pasó al paquete?

Vuelves la vista a tu hermano. Los rasguños son bastante evidentes en sus brazos, más el cabello algo desaliñado, supones que no está diciendo mentiras.

—Ammm… se lo comieron los gatos.

Y para tu fortuna, tu madre grita tu nombre con bastante énfasis.

—Espera, Hao sabe mejor lo que pasó—dices devolviéndole el teléfono a tu gemelo.

Que no hace más que reír, mientras corres apresurado. No es algo que haga habitualmente Keiko, a menos que en verdad requiera de tu atención. Lo que no esperas es ser recibido por un bulto en la cara, que alguien, sin cuidado ni respeto ha arrojado hacia ti.

No quieres molestarte, pero lo haces. Y después el enfado se borra de tu rostro al ver al decrépito anciano que ha tenido la fuerza para levantar ese pesado costal en sus brazos. No sabes qué hacer, si abrazarlo o quitarle de la mano, otra mochila con un tamaño similar.

Haces lo que te dicta tu corazón y lo arropas entre tus brazos.

Han sido largos meses sin verlo.

Y por fin está en casa de nuevo.

—¡Abuelo! —exclamas sin creerlo—Pensé que pasarías toda la temporada en Izumo.

—Ah, eso quería. Esto ha sido muy repentino—dice palmeando tu hombro—Los cultivos han sido muy malos, la venta fue nefasta y… bueno, para qué te cuento sobre los muchachos, no quedan muchos en la región. Tuve que trabajar un poco más.

Entonces notas que está algo adolorido. También que tu madre se acerca y golpea ligeramente tu espalda para que lleves el equipaje a su habitación.

—Vuelvo enseguida.

—Tranquilo, no me iré—dice bromeando.

Tu abuela tan sutil como siempre, lo recibe con un bastonazo. Siempre lo has descrito más como un amor apache, a diferencia de otros viejitos que son hasta amorosos entre sí. Quieres reír, pero admites que te cuesta trabajo. A menudo te preocupa cuando se ausenta para administrar la enorme casa en Izumo. Más de una ocasión le has dicho que lo acompañas, él refuta tu ayuda, diciéndote que no puedes dejas mucho tiempo la ciudad.

Pero en otras ocasiones le has hecho compañía. Sabes que es una zona poco asequible. No es demasiado comercial, ni turística. Antes, la mansión fungía bien como una pensión. Ahora hay muy pocos clientes, por no decir que ninguno. Y las cosechas, como él lo ha dicho, necesitan mucho cuidado. Más del que ahora puede ofrecer el anciano.

Abres la puerta y dejas las bolsas cerca de la mesa.

El anciano tiene más de ochenta años, no consideras que deba seguir con esa clase de actividades, aun así, parece alegre de volver a su sitio de origen. Te lo ha dicho en más de una ocasión, es parte de su vida: su niñez, su legado. Y está dispuesto a todo para devolverle la vida al lugar. Al menos eso intenta cada vez que se va una temporada.

—Cada vez hay más ancianos—escuchas la amena charla que mantiene con las dos mujeres—No creerías, Kino, pero tu amiga se volvió a casar.

—¡Ja! Esa decrépita, no puedo creerlo—dice levantando la taza— Tardó más de veinte años en decir que sí.

—Es lo mismo que le he dicho.

Sonríes desde el marco de la puerta.

—Espero que no te tardes lo mismo tú también, cabeza hueca—añade refiriéndose a ti.

Incluso te señalas confundido por la mención.

—Sí, por supuesto que es a ti—reitera tu abuela, por lo que decides acompañarlos a la mesa—Quiero conocer a mi bisnieto.

Comienzas a reír nervioso. Casarte no está en tus planes, mucho menos en los siguientes años.

—¿Y si le dices a Hao? —preguntas casual.

Enarca la ceja, casi como diciéndote que no dijeras tonterías. No comprendes por qué, al menos él sale constantemente con varias chicas. Tal vez alguna le guste de forma más intensa.

—Toma, al Idiota no le convenció del todo la explicación—escuchas la voz de tu hermano, justo detrás de ti, devolviéndote el aparato—Abuelo, qué grata sorpresa.

—Es lo mismo que opino—dice sonriéndole—Ven y siéntate conmigo.

Sabes que Hao no es del todo efusivo, pero no se niega a la petición, tomando el cojín a su lado. Ambos se palmean los hombros, como reforzando el vínculo que los une.

—Vaya… —comenta sorprendido, volviendo la vista a ti, más en concreto a tus manos—Decidiste actualizarte.

Quieres sonrojarte, más por la forma en que ríe tu hermano.

—Ya conoces al decrépito anciano—informa tu gemelo.

Esto sólo incrementa tu vergüenza.

—No, es sólo que…. Mi teléfono se arruinó y no pude volver a conseguir un modelo similar.

Ni los había. Pero él sólo ríe, mientras toma una galleta más de la charola.

—No lo tomes a mal, pero a mí me parece muy bien—dice feliz—He escuchado que con la tecnología puedes estar más en contacto con tus seres queridos. Y tus amigos viven bastante lejos.

—Sí, eso… es cierto.

—No importa cómo, sólo debes asegurarte de no obsesionarte con esos aparatos—agrega mucho más serio—No me gustaría que seas el tipo de persona que dependa de aquel dispositivo.

—¿Él? ¿Depender de un teléfono? Ni en un millón de años—negó totalmente tu hermano, recibiendo de tu madre una taza de té—Gracias, mamá.

Keiko le besa la cabeza. Y parece que después de tanto tiempo, eso no parece avergonzar a ninguno.

—Uno nunca sabe, las personas pueden cambiar de repente—vuelve a retomar tu abuelo—Como ya les dije, la mayoría de los jóvenes están centrados en esas cosas, ya no toman la vida tan en serio.

—¿Alguna vez lo hicieron? —pregunta tu abuela, aligerando de inmediato la charla.

Más de uno ha soltado una pequeña risa.

—No, en serio, no quiero verte desesperado por no encontrar un estúpido contacto para conectar esa cosa.

Yohmei es, quizá, el más preocupado por ti. Sopesando no sólo los aspectos positivos, sino negativos que trae la excesiva conectividad.

—Descuida, ni siquiera me gusta—dices despreocupado—Me sirve para lo básico y prácticamente lo he tenido que usar por eso. Nada de obsesiones.

—Es cierto, incluso le cuesta trabajo usar las redes sociales—se une a la conversación tu madre—Dudo mucho que se obsesione con esas cosas.

—Pero bien podría encontrar una novia por ahí—interviene Kino.

—¡Abuela! —dices escandalizado y avergonzado, cuando el resto de tu familia sólo ríe.

—No te preocupes, Abuela—dice mirándote con burla aquel traidor— Yo me encargo.

Ambos chocan los puños, como reforzando esa idea. Crees que tu abuela tiene un macabro plan para presentarte en cualquier momento a la nieta de alguna de sus amigas. O que en cualquier instante llegará con la noticia de que te ha comprometido con una desconocida que le ha agradado en el tren.

No sabes cuál es el plan más factible, sólo tienes la certeza de que….

—Espero que sea pronto—alude el anciano—En verdad quiero conocer un bisnieto.

—Sí, sería tan lindo tener un bebé en la familia—remarca tu madre.

Tu familia apoya con claridad la moción.

No obstante, eres demasiado idealista y por mucho que te tomen como burla entre ellos, adoras los pocos momentos en que están todos juntos, reunidos en casa. Sabes bien que no todos los días tienes a tu hermano comiendo en la misma mesa, ni que tu abuelo permanezca tan tranquilo después de una larga jornada de trabajo. Han sido grandes coincidencias, pero que agradeces tanto.

Una vez que concluye la sesión, Hao te explica a grandes rasgos la conversación con Ren. Al parecer tu amigo había mandado alimentos empacados y algunos dulces. Pero nada quedó, sólo las envolturas, debido a las feroces fieras que atacaron sin piedad la caja.

Has llamado después, diciéndole a tu amigo que tu abuelo ha regresado y que en efecto, las palabras de Hao no eran mentira.

—Bueno, la próxima vez mejor te lo llevo personalmente—te informa Tao.

—Por supuesto que sí, estaré muy feliz de tenerte de visita.

—Lo sé, además, sirve que presenció de primera mano, tu incursión a la modernidad. Que por cierto, te sigue fallando mucho.

Suspiras y asientes. No es como si nunca hubieses escuchado de una video llamada, es sólo que nunca habías hecho una. Y no es como si en verdad la hubieses hecho.

—Hablaremos después—dice tu amigo, cortando la comunicación.

Entonces ves a Hao en el marco de la puerta con un plato de dulces, que la abuela ha preparado especialmente para él.

—Recuerda que pasado mañana me tienes que dejar en el aeropuerto temprano.

Claro, él se irá de vacaciones con tus hermanos.

—Y mañana necesito pasar por la maleta en casa de Asanoha.

Asientes, asegurándole que te levantarás temprano ambos días.

No cumples, por más que escuchas el despertador, él ha tenido que pararte casi de una patada del futon. Sin embargo, se resigna a que tu pereza es ineludible. El primero fue sencillo, no estaban regido por un horario. Gran diferencia al segundo, que tenía que estar ahí veinte minutos antes de las ocho de la mañana. Como otras veces, has tenido que invitarle un café y pagar la cuenta de los dulces que llevará para que ni Redseb ni Seyram lo molesten en el trayecto.

—Pensaba dejarte a los mocosos a ti—dice cogiendo la revista de autos que acaban de comprar.

—¿Por qué a mí? Tampoco es como si los cuidaras mucho—te quejas abiertamente, mientras esperas la llegada de tu padre—Además, ellos te quieren demasiado, Hao.

—Pero siempre te han querido más a ti—reitera guardando en la mochila el ejemplar—Y eso no me lo vas a negar, Yoh.

Sonríes.

—No es que me quieran más, es sólo que les tengo más paciencia—respondes mirando las pantallas de los próximos vuelos.

Por fortuna el de ellos es un vuelo privado.

—Pero cuando crezcan un poco más, seguro te querrán más a ti—evocas tranquilo—Ellos saben que eres genial, pero se darán cuenta que no sólo eres genial, sino que eres el más genial de todos. Y te querrán mucho más que a mí, porque incluso para mí, no hay nadie más genial que tú.

Él te mira sin saber qué decir, aunque sabes que tus palabras le han conmovido de algún modo.

—¡Yoh! ¡Sí vendrás! ¡Yuju! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!

La inconfundible voz de tu hermano menor es tan fuerte que más de uno en la sala ha tirado el café con semejante efusividad. El niño tarda unos minutos en calmarse. Mientras Mikihisa, ya exasperado, suelta su mano.

Te agachas hasta quedar a su altura y abrazarlo, como también lo hace Seyram, que lleva tímida una muñeca en su regazo.

—Papá dijo que no irías, pero verdad que sí vendrás. ¿Verdad que sí? ¿Verdad que sí?

Quisieras no contestar a una negativa y quebrar sus ilusiones, pero no tienes de otra opción.

—Emm… no—dijo Hao desde su altura—Él rechazó el viaje.

Parece que él lo ha hecho por ti.

—¡Qué! —exclamó sin poder creerlo—¡Y por qué no lo convenciste! Te fuiste con él a su casa.

El niño continúa quejándose, pese a eso, tu hermano ha sacado unos audífonos raros y los ha puesto en sus oídos, supones que tratando de apaciguar la notable voz de Redseb. Porque a leguas se ve que Hao ha decidido ignorar todas las quejas hacia su persona.

—Redseb—pronuncias llamando su atención—No es culpa de Hao, es que en realidad, tengo que trabajar.

—Pero…

Sabes que dirá lo que ya sabes: que tu padre puede darte dinero. En realidad, ése nunca ha sido el punto.

—Uno no puede deslindarse de sus obligaciones así de la nada—agregas mostrándole el puño—Pero ya tendremos tiempo para nosotros. Una pizza y jugar eso de los Pokemón que tanto dices.

—Es cierto—dice chocando tu puño con el suyo—Pero ya no faltes más a las vacaciones, por favor.

—Haré lo que pueda.

No es una promesa, pero es lo más parecido a una.

Asanoha se acerca a sus hijos y te saluda con marcada educación. Su trato es diferente contigo, al que tiene con tu hermano, que a leguas se nota que lo quiere como uno más de sus vástagos, cuando le pregunta si necesitan algo más para el viaje. No es un problema. Tampoco quieres tener esa clase de relación con ella.

—¿Estás seguro que no quieres ir? —pregunta tu padre.

—Seguro.

—Puedo arreglar tus papeles de viaje en un instante.

—Estoy bien, además debo trabajar y ayudar al abuelo en algunas tareas.

No estás mintiendo, de verdad necesitas ayudarlo a poner en orden la administración de la mansión en Izumo.

No emite más palabras, sólo se dirige a realizar el papeleo correspondiente con el capitán, cuando les indica que ya pueden abordar el avión.

Te despides de tus hermanitos, alentándolos a que se diviertan y tomen muchas fotografías.

—¿Vas a tener el teléfono contigo? Luego te tardas mucho en responder—se queja Redseb.

—Trataré.

Asiente, dándote uno de sus pequeños peluches de Pokemón que lleva consigo, remarcándote la promesa por ir a cazarlos en su próximo encuentro. Seyram se limita a besar tu mejilla y susurrarte al oído lo mucho que te extrañará.

—También yo—respondes besando su cabeza—Voy a pensar mucho en ti.

Asanoha toma su mano y sonríe antes de inclinar su cabeza en modo de despedida.

Ahora sólo queda uno más, que decidió esperar hasta el final. También porque de verdad estaba cansado de oír las quejas del niño. Te mira, del modo en que sabes, son esa clase de despedidas. No se verán en un rato, puesto que regresará de inmediato y con el tiempo justo para incorporarse a sus actividades en Kobe.

Así que lo abrazas con fuerza, con la misma que te responde. Son sólo segundos, aunque desearías que fuera más tiempo. Aun así lo has pasado de maravilla en las pocos días que duró el encuentro. Ambos palmean sus espaldas y estrechan la mano contraria.

—Cuídate.

—Tú también—contesta tomando su mochila sobre su hombro—Y no olvides publicar algo de vez en cuando en Instagram, a las chicas les gusta eso.

—Trataré, pero no me llama la atención—dices acompañándolo hasta la línea de entrada.

Esperas de corazón, que con el tiempo, cada adiós se vuelva menos difícil. Pero lo miras una vez más y sabes que no será nunca así. Y que él, de algún modo, también se siente igual.

—Buscaré a nuestras modelos en la playa.

—Una rubia para mí—bromeas, aligerando la melancolía.

—Serán dos rubias para los dos—dice golpeando tu pecho—Te mandaré fotos, más te vale verlas y no ignorar el teléfono.

—Estaré pendiente.

Y es lo último que comparten, antes de que lo veas emprender camino. Una vez fuera de tu vista, vuelves al estacionamiento, mientras buscas la estación de radio con música tranquila. Los acordes de una guitarra te acompañan el resto del trayecto, tratando de retener la sonrisa que a todos les proyectas: lleno de felicidad.

Han pasado algunos días de su partida.

La rutina siguió igual, excepto que por alguna loca razón, comenzó a llover en plena primavera como si de un tifón se tratara.

—Así que las Maldivas—oyes la voz de tu abuelo, que se ha sentado a tu lado, mientras tocas el viejo instrumento de tu padre.

—Sí, es bastante bonito—mencionas irrumpiendo la melodía para buscar el teléfono.

A veces no sabes ni siquiera dónde dejas ese aparato. Yohmei lo encuentra primero, porque casi se ha sentado sobre él.

Entonces le muestras todas las imágenes que Hao te ha mandado desde esa extraña aplicación de Line. Aunque estás haciendo tu mayor esfuerzo para adaptarte, no te nace compartir mucho.

—Es un bonito lugar—dice mirando al jardín, siendo bañado por una constante caída de agua—Estarías bajo una palmera, disfrutando el sol y la brisa de mar, en vez de ver este paisaje tan deprimente.

Sonríes y ves el exterior.

—Creo que depende con quién compartas esos espacios—dices tranquilo—Adoro a mis hermanos, pero también pasar tiempo contigo hace que tenga un significado especial.

—¿Aun cuando esté lloviendo?

—Sí, a pesar de todo eso—respondes con una pequeña risa.

Comienzas a contarle sobre el próximo viaje que realizarás con tus amigos. Ren te había comentado que deseaba mucho conocer Hawaii. Es tan diferente charlar con él, porque escucha todos los detalles sin interrumpirte. No recuerdas cuándo tuviste una charla similar con tu padre, pero eso no importa, porque a tus ojos: Yohmei ocupa a la perfección ese puesto.

—Me alegra oír que tus amigos se divirtieran y que hayas podido comprar el carro de Mitsuki. Siempre le vi buena pinta, al menos no se avería como la vieja troca.

—No te creas, también tiene su chiste—comentas agradado—El radio a veces no funciona bien y el freno también debo pisarlo un poco más para que esté detenido por completo.

Él comienza a reír y palmea tu espalda.

—Son viejos trucos—responde —Ven, vamos a la barra. Te invitaré un trago.

—¿Con esta lluvia?

—Tú eres el joven, deberías decir que sí de inmediato.

Con la comparación de tu senectud, ni cómo rechazar la bebida. Ambos se disponen a salir con discreción de la casa. Tomas la primera chaqueta que ves y las llaves del auto. Están por salir, cuando el teléfono comienza a sonar. Te debates entre contestar o no, cuando tu abuelo ha tomado la iniciativa.

Parecen dos niños escondiéndose, lo cual hace más divertida la aventura.

Esperas a que termine de hablar, cuando comienzas a notar su semblante. Y cómo toma nota en una hoja, mientras cuelga el auricular.

—¿Es el banco de nuevo? —preguntas algo resignado a que el buen trago ya ha pasado.

Sabes bien de la hipoteca que tiene la mansión y lo poco que deja el lugar como para solventar a la perfección los gastos, apenas dejando lo necesario para cubrir el montón a la institución.

—No, en realidad, era tu padre—dijo en un tono que no te gustó nada.

—¿Pasó algo?

Quieres creer que en cualquier momento bromeará y te dirá que sólo es otro malentendido con él. Pero te consta que apenas abrió la boca para pronunciar algo, todo lo que hizo, fue tomar el recado.

—Tuvieron un accidente en el barco en el que iban—dice mirándote fijamente a los ojos—Al parecer ocurrió de noche y no todos lograron salir a salvo.

Tu respiración comienza a agitarse, mientras tu madre sale de la cocina con una charola de galletas. Te ofrece una, pero en ese instante, estás congelado. Porque aunque no te lo ha dicho con claridad, intuyes lo que trata de decirte.

—¿Qué pasa, papá? ¿Otra llamada del banco? Hice el depósito completo la semana pasada como me lo indicaste.

Tu abuelo resopla y elude tu vista, mientras tú caminas hacia el borde del piso de madera. Ni siquiera te fijas en nada más, ni siquiera cuando él está narrando gran parte de la historia. Todo cuanto ves es el agua caer con fuerza, la misma que está desgarrando en ese momento a tu madre y que la hace gritar desesperada.

Sonríes con tristeza, recordando las charlas nocturnas de estos días. O la forma en que se acercaba a los gatos para acariciarlos, aunque saliera herido. Quieres evocar su rostro una vez más, porque en el lugar en el que él esté, lo tendrás presente. Porque es y siempre será parte de tu alma. Tu amigo. Tu gemelo. Tu hermano.

—Adiós—susurras mirando al cielo.

Continuará….


N/A: ¡Hola a todos! Los que leen y aun continúan por estos bonitos lugares. Les traigo un capítulo más de esta historia. Que como bien dicen, parece más actualizada porque meto cosas de redes sociales y teléfonos. De hecho, antes no me había planteado nada de eso en mis anteriores historias. Tardé un poco más en actualizar porque tampoco los quería saturar. Actualicé hasta terminar el otro fic de Valentín, así que no quise mezclar tanto las historias en mi cabeza. Ahora estoy lista para volver y concluir ésta. Me agrade que les guste el modo de escribir, es bastante nuevo para mí, pero creo que me estoy adaptando bastante bien. La relación entre Yoh y Hao es muy especial, me parece que aquí la he profundizado y ha sido una grata experiencia, porque imagino que en verdad serían muy unidos. Espero que les agrade este nuevo capítulo. Volveré pronto con más.

Gracias por todos sus comentarios.

Agradecimientos especiales: Sam2307, Guest, Alexamili, JosMinor, Yuyuma, Tuinevitableanto, Minus, Rozan-ji, Lili, Clau Asakura K. annprix1, Sabr1.