Capitulo IV

Eje de vida

A menudo sentías que la vida tenía su razón de ser y, que de un modo loco, todo mal momento traía consigo uno feliz.

Como tu primer empleo, que fue uno de los trabajos más detestables. Pero las ganancias te permitieron viajar con tus amigos, sin preocuparte por dejar a tu familia en la banca rota. Fue el despegue de muchas cosas y vino de algo negativo.

O el ejemplo más destacado de tu existencia. Porque aun recuerdas con claridad cómo después de un tiempo sin hablar, tu padre decidió ponerte al tanto sobre la llegada de tu nuevo hermano. Admites que en ese instante, consideraste el hecho como algo aberrante, más con todo el odio que parecía salir de ti. Pasaron los meses, hasta que lo cargaste entre tus brazos. Fue ahí cuando aprendiste, que cada cosa mala traía consigo nuevos destellos.

Como un ciclo en perfecto equilibrio.

Es por eso, que a pesar del dolor y el resentimiento, decidiste convertirte en el mejor hermano que pudiese tener.

Te juraste que le tendrías paciencia.

Que serías un mejor ser humano.

—Hemos llegado—toca tu hombro el anciano.

Apenas abres los ojos, tomas la mochila del suelo.

Mikihisa solicitó que fueras de inmediato al lugar. Él sigue algo delicado, con algunas quemaduras, especialmente en su rostro y pecho. Necesita que te hagas cargo de algunas cosas. Por lo que no dudaste en abordar el avión que dispuso uno de sus amigos.

Tu madre tuvo que ser atendida por el doctor familiar. Incluso necesitó un sedante para calmar su agonía. Pero Ryu te prometió cuidar de ella, al igual que Kino. Confías en ellos para esa tarea, porque sabes que tardará en repararse, heridas así no se solucionan de la noche a la mañana.

Entregas tu pasaporte y el resto de la documentación en aduana.

Atiendes a las preguntas necesarias, retomando el paso en silencio.

Un hombre de traje oscuro los está esperando. Te informa que es parte del personal de seguridad de tu padre y que te acompañará en el trayecto. Subes al auto, afuera el paisaje es hermoso, incluso puedes sentir la brisa calurosa mientras pasan un puente que te permite ver el mar.

Yohmei te comenta sobre ese hecho.

—Es cierto, es… justo como se ve en las fotos—dices perdido en el horizonte de ese océano.

Y vuelves a callar, cuando el sujeto de seguridad acaba de entablar una charla banal sobre el clima y los alrededores. Incluso les propone visitar un momento el mirador principal. Quizá sólo quiere distraerlos un poco de la pena.

—La vista vale el viaje.

Supones que es verdad. La música tranquila ayuda a relajarte. Aunque quieres dormir, no has podido siquiera hacerlo sin pensar en todo lo ocurrido. No estuviste ahí, pero cohabitan un millón de ideas de lo que pudo y no fue.

El auto se detiene en un magnánimo edificio, supones que es lo más ostentoso de la isla, pero agradeces que no escatimen en gastos para reponer su salud.

El hombre los acompaña al vestíbulo, dictándole al encargado de la guardia que eres un familiar directo.

—La habitación de su padre es la 1003—te informa el médico dándote los pormenores de la operación que acaban de hacerle y las quemaduras que sufrió con la explosión del combustible.

Miras a tu abuelo, él se sienta en una de las bancas en aquella amplia sala, indicándote que aguardará a que termines.

Asientes, siguiendo al médico hacia la suite privada. Y ahí, tendido en una perfecta cama blanca está tu progenitor. Se encuentra conectado a un aparato que monitorea su frecuencia cardiaca. Él está mirando la ventana, parece perdido cuando el doctor te introduce. Entonces te mira, del mismo modo que lleva haciéndolo varios años: como si todo lo malo proviniese de ti.

—Le he informado a su hijo todo sobre su estado de salud—dice revisando la sonda—Debo suponer que está en las mejores manos.

Él no responde.

Te limitas a asentir con pesadez al doctor.

—Los dejaré solos, cualquier cosa… estamos a su servicio.

Una vez afuera, el silencio sólo se hace más tenso.

—Por un momento, pensé que no vendrías—pronuncia en un tono que podría erizarte la piel.

No obstante, decides acercarte y sentarte junto a él.

—La familia es importante.

—Nunca has considerado ésta tu familia, Yoh—replica cada vez más molesto.

Sabes que quiere decirlo. También te has cuestionado numerosas veces, a cada minuto, si hubiese sido diferente de haber estado presente. A pesar de toda la arrogancia y el mal genio de Mikihisa, no has venido a pelear. No tienes ese humor.

Te recargas en el respaldo esperando cualquier otro ataque, pero nadie dice nada. No puedes evitar ver la marca en su frente, y las gasas en su mejilla izquierda. No es la experiencia más agradable verlo tan vulnerable. Tampoco notarlo tan abstraído.

—Ella quiere el divorcio.

No sabes qué decir.

—La capacidad de reacción de las personas es sólo de segundos—continúa, mientras mira hacia otro lado—Y todo ocurrió tan rápido.

Aprietas tus labios, tratando de no interrumpir sus palabras.

—Tuve que escoger y fallé—es lo único que agrega.

Pasan un par de minutos antes de que alguien comente algo. Tratas de pensar cualquier cosa positiva, no hay nada que puedas decir. No hay absolutamente nada luminoso en la situación.

—Te llamé porque es tan fácil pedirle a alguien que haga todo el trámite—dice volviendo su vista a ti—No quería que estuviera solo, ni que estuviera entre extraños.

Comprendes cabalmente el porqué de la solicitud.

—Claro, yo me encargo—pronuncias apenas audible.

Hay algo atorado en tu garganta, que aparece con la sola mención.

—Imari te guiará y te dirá qué hacer y dónde ir—añade tomando un fólder de la mesa a su costado—Estaré de pie en algunos días, pero él no puede esperar tanto. Sé que tu madre no tiene cabeza para estas cosas.

—Así es—afirmas, recordando cómo la has dejado—Pero podremos manejarlo.

—Bien, espero llegar a tiempo—confirma cediéndote todo el trámite legal—Ashcroft nos ha prestado de nuevo el jet para que puedas trasladarte. Es probable que encuentres algo de prensa, porque la noticia ya se difundió. Así que trata de hacerlo de madrugada. No quiero titulares, ni nada escrito sobre mi hijo.

—Sí, seré discreto—afirmas, sosteniendo en tu regazo los papeles.

Sabes que no es tan famoso, pero el renombre y la fortuna pesan en la sociedad. Tampoco es un hecho tan aislado el tipo de accidente. Es en sí, bastante aparatoso, más de doce personas resultaron lastimadas. Quisieras en ese momento ser un mejor soporte y brindarle algo de calor, pero simplemente no te nace. No es como si lo odiaras, es sólo que no habita nada en tu interior que pueda sosegar el dolor.

Él te mira, de modo tan contrastante a como lo hizo cuando entraste a la habitación.

Quizá es tu imaginación, porque sus ojos comienzan a nublarse de lágrimas.

—Eres… idéntico a él.

Y aunque no es la primera vez que lo dice, esta vez te ha calado. Porque sabes el amor inyectado en esas palabras. Su dolor es palpable, así que alcanzas a tocar su mano izquierda, cuando una lágrima cruza su mejilla. Se aferra a ti, como temiendo que pudieses ser lo único tangible de él.

Quizá está en lo correcto.

—¿Puedes hacerme un favor?—te pide con trémula voz.

—Sí, claro—respondes, escuchando de antemano la petición que tiene para darte.

Comienza a relatarte con detalle tu siguiente misión. No sin antes suspirar y limpiar bruscamente las lágrimas que delatan su lado emocional. Es más duro de lo que piensas.

—¿Puedes hacerlo?

—Sí.

La enfermera entra a la habitación, diciéndote que lo aseará y realizará un cambio de vendaje. También el doctor vendrá a revisar la cicatrización de la herida en la pierna. Comprendes que lo que trata de decirte es que vayas a dar una vuelta. Porque en efecto, el lugar pronto es habitado por dos enfermeras más.

Lo ves por última vez, él asiente a sabiendas que debes retirarte y sueltas su mano, para tomar los papeles que te ha dado. Te mueves de forma silenciosa a la puerta, escuchando de fondo las indicaciones de aseo.

Una vez afuera, todo el pasillo está desierto. Caminas buscando un mapa que te guie a ese nuevo destino. Encuentras un enfermero que te da un par de indicaciones. Llegas arriba tan rápido como puedes, atraviesas el área infantil. Ahí encuentras un módulo en dónde muestras una identificación.

Pagas la bata y dejas algunas cosas en una cesta de plástico. Te informan que hay una persona más ahí. Supones que es Asanoha. Pues bien, no te has equivocado, porque la mujer está junto al niño. El médico carraspea llamando su atención, te mira fijamente.

—El joven dice que es su hermano.

—Sí, es cierto—afirma acercándose hasta ti.

Notas la dificultad que tiene para caminar. Ella también tiene vendajes en la cabeza y brazos. Como también lo tiene Redseb que está tendido en la cama.

—¿Puedo hablar con él? —preguntas sutil—Sólo serán unos minutos.

Duda, pero termina por ceder y salir del cuarto de aislamiento, observándote desde el muro de cristal.

Entonces tomas aire, retomando la caminata que te ha traído hasta ese lugar. Tienes poco tiempo. Y hay un mundo de ideas en tu cabeza, que no sabes por dónde comenzar. Haces contacto con su mano, el guante no te permite sentir su calor, es apenas perceptible.

Hey… —llamas su atención, con nula respuesta—Redseb, estoy aquí.

No sabes cómo, las palabras salen titubeantes de tu boca.

—Sé que querías que viniera, ya estoy aquí.

Eres malo para comenzar una charla, mientras el constante sonido del monitor continúa subiendo y bajando. Te duele verlo ahí, tendido, respirando suave, cuando en realidad es la persona más enérgica que has conocido en tu vida.

Es esa pequeña bolita de alegría que alegró tu corazón en tu adolescencia, antes de que Hao regresara a casa. Y no puedes concebir la idea de que un fuerte golpe en la cabeza lo haya dejado inhabilitado de por vida.

—Papá me ha pedido que te diga algo. Espero no aburrirte, ya sabes cómo es él de aburrido—tratas de bromear, para que algo en tu tono de voz suene normal—Él dice que lo siente, Redseb. Que siente mucho haberte expuesto al peligro como lo hizo. Él te ama, desde el primer momento en que supo que venías a este mundo. Me contó lo emocionado que se sintió la primera vez que te cargó. Dijo que eras mucho más ligero que nosotros dos.

Comienzas a contarle los mil detalles que tu viejo te dio antes de verse interrumpido por las enfermeras.

—Tal vez él tenga razón, de haber estado aquí, quizá no hubiese tenido que perder tanto—describes al borde de tus emociones—Lamento no ser el hermano que merecías, sólo quiero decirte que tú para mí has sido el mejor regalo que alguien pudo darme. Hubo días muy tristes, que tú alegraste apenas comenzaste a balbucear.

Sonríes en forma irónica.

—Quisiera haber compartido contigo más tiempo, porque siento que nos faltaron más cosas por vivir y muchos Pokemon por cazar.

Quieres creer que eso lo animará a levantarse de la cama, pero sabes bien que no es así. Es sólo cuestión de tiempo, hasta que su corazón deje de latir. Asanoha toca tu hombro, quitándose el cubre bocas, tan sólo para darle un beso en la frente a su hijo y tocar la unión de sus manos.

Ambos miran el monitor, la frecuencia cardiaca baja en cada latido. Es un largo silencio, hasta que ella vuelve a besarlo y decirle que lo ama más de una vez.

Él toma aire, notas cómo se infla su pecho, de forma profunda, y suspira por última vez.

No sabes qué sentir hasta que aquel ruido extenso suena en la habitación.

Las lágrimas comienzan a descender de las mejillas de la rubia mujer, sin poder cesarlas. Es exactamente el mismo riachuelo que recorre los senderos de tu madre. El mismo asfixiante dolor.

El doctor entra, pidiéndole a ambos que se retiren, mientras cubre con una manta al niño. Ella se abraza a ti, tú solo puedes rodearla con la fuerza que te queda. Porque no sabes. No tienes una remota idea de cómo puedes seguir respirando cuando dos de los picos de tu estrella se han ido.

Pasan muchos minutos hasta que ella recobra un poco la coherencia. Sigue temblando. Al área llega una mujer que trae cargando a tu hermana. Seyram no duda en bajarse de sus brazos. Esperarías que corriese hacia su madre, pero en lugar de hacerlo, rodea tus piernas y te mira de un modo que no dudas ni un segundo en agacharte para estar a su altura.

Si hay alguien más desesperado por tu afecto, ése ser es tu hermana pequeña, que se aferra a tu cuello como si fueras lo más importante en su vida.

La mujer se acerca a Asanoha, dándole las palabras de apoyo que cualquiera expresaría en un momento como ése. Parece que es su madre, porque ella se derrumba por completo al escucharla.

Entonces el médico vuelve hacia ti, pidiéndote que realices una serie de trámites.

Seyram no quiere separarse de ti, así que le indicas a la mujer que volverás en un par de minutos. Firmas algunos papeles y tomas del fólder el acta de nacimiento del niño. De antemano te dan el pésame, agradeces el gesto, mientras finiquitas lo referente al hospital para Redseb.

Las lágrimas de tu hermana comienzan a humedecer tu piel. Decides ir al jardín de la planta baja, antes de regresarla a su madre. Observas en sus brazos sólo algunos rasguños. Nada extraordinario. Pero ella no desea jugar, ni aunque le has comprado de la máquina un par de golosinas con cubos de figuras.

Tampoco te ha hablado, ni aunque le has preguntado si le gustaría dibujarte algo en la mano con ese dulce de pintura que tanto le gusta.

—¿No? ¿Y si te canto una canción? —propones arrullándola en tus piernas.

Ella te ve y asiente con vigor.

Dan dan…kokoro hikarateku—comienzas a entonar lento—Sono mabushii egao ni…

Anteriormente cantaba la letra contigo, ahora sólo mueve la cabeza al ritmo de las palabras.

Una vez que terminas, cierra los ojos, recostándose en ti.

El calor de su cabeza es lo único que percibes en tu pecho que cada vez se siente más congestionado. Como si una ráfaga helada recorriera todo tu interior. Antes los abrazabas a los dos, los cargaste en tus piernas más de una vez para acallar el llanto. Fuiste a verlos a los cuneros. Redseb incluso se te resbaló un poco, no sabías cargar un bebé. Hao tuvo que intervenir para que no cayera.

Siempre te recordó lo torpe que eras.

Y ahora… ninguno de los dos estaba más aquí.

Todo cuanto tienes ahora llora entre sueños contra tu camisa.

Vuelves a entonar la misma canción, tratando de hacerla sentir segura.

—Todo estará bien—susurras, besando su cabeza—Estaremos bien.

La trabajadora social te indica que el cuerpo de tu hermano llegara a la funeraria en un par de horas. Asientes, mientras vuelves a subir con Seyram dormida en tu regazo. Asanoha extiende los brazos para tomarla en su pecho. Es quizá lo único que la puede hacer sentir algo mejor, porque ha dejado de llorar y te mira con agradecimiento.

—Él también era como un hijo para mí—dice aun con los estragos del llanto.

Lo sabes, porque lo has visto, porque tu hermano te contó mucho de su trato.

Ella vuelve a abrazarte un par de segundos, entregándole la niña a su abuela. Hablan sobre lo que procederá ahora, ella te dice que esperará en la funeraria las cenizas del niño. Es difícil verla hablar de ese modo, porque su voz se quiebra y sus ojos se humedecen con la idea.

El trato entre ustedes era mera formalidad, hoy ha pasado a ser diferente. Porque en este momento eres el más grande apoyo de la familia.

Sus caminos se separan una vez que vuelves al piso donde se encuentra tu padre. Ella ni siquiera quiere verlo, está furiosa con él, así que te adentras solo a la suite.

Mikihisa te mira, no es necesario que se lo digas, parece intuirlo, porque se da la vuelta casi de inmediato. Aun así, debes decirle las cosas con claridad.

—Se ha ido…

Sigue abstraído, sumido en su silencio, sin ninguna manifestación extra de emociones.

—Debo continuar, así que te veré después.

No obtienes ninguna respuesta, pero sabes que está devastado.

Decides tomar el elevador. El anciano ha encontrado compañía con otro par de viejos en silla de ruedas con los que conversa de forma amena. Te disculpas por la tardanza, él afirma que es el tiempo suficiente para que terminaras con todo lo que debías hacer. Y que no hay ningún problema.

—¿Estás listo?

¿Algún día lo estarás?

Subes al auto negro. Yohmei luce bastante tranquilo. Ni siquiera le has dicho nada sobre tu otro hermano. Pero tampoco hay palabras en tu boca. Por más que intentas, prefieres el silencio o la música, antes que describir todo lo que acabas de vivir. Y él parece entenderlo.

Imari los acompaña a la morgue.

El fólder contiene los dos últimos papeles correspondientes a Hao Asakura.

—Puedo hacerlo por ti—describe Yohmei.

—No—niegas mirando el reloj en la sala de espera—Él… se burlaría de mí si sabe que en el último momento me puse sentimental.

—Todos tenemos momentos vulnerables—dice con una pequeña sonrisa.

Quieres devolverla o reírte para liberar la tensión. No puedes. Yohmei ha llorado bastante su partida cuando abrazó a tu abuela o consoló a tu madre. Tú no pudiste hacerlo. Preferiste salir a la lluvia y tomar prestadas las lágrimas que no brotaban de tu ser.

Te entregan los pocos objetos que tenía en ese momento.

—El teléfono está arruinado y el llavero se conservó bien en el bolsillo de su pantalón.

Tomas ambos objetos para meterlo en el bolsillo de tu pantalón.

—Sabemos la situación de su familia, señor Asakura, aun así debe reconocer a su hermano—indica la señorita—Es una cuestión de trámites, sólo para asegurarnos. Murieron tres personas más en el naufragio.

Asientes, tratando de mantener a raya cualquier manifestación traicionera.

Ella los guía a por un largo pasillo hasta una puerta plegable. Desde la ventanilla puedes notar que hay tres mesas con el resto de las personas fallecidas. No escuchas más, ni siquiera los detalles, ni los resultados de la autopsia. El único sonido en tus oídos es el de la entrada deslizándose y tu cuerpo caminando en modo automático.

Ella lo descubre con cuidado. Notas cicatrices, toda clase de heridas. Incluso se divertiría pensar que tiene la misma quemadura en su pecho que tu padre, que intentó por todos los medios salvarlo. No estaba cerca.

Tu abuelo contesta a las preguntas operatorias de la chica.

Tú no puedes pronunciar palabra.

—Los dejaré solos unos minutos.

Yohmei asiente y toca su frente, pronunciando una plegaria conocida. Él opera como lo haría cualquier persona, se despide, le da las gracias por ser la magnífica persona que fue y se aleja. No hay mayor dramatismo. A ti te cuesta más, pese a la educación con la que te has formado. Crees que, en efecto, vale oro todo lo que Hao hizo en vida, pero a ti te valdría más que continuara en este mundo.

Y por mucho que deseen que lo veas de forma natural, como el ciclo que es, no puedes. Tal vez tengas algún defecto de fábrica.

—Yoh…—dice tocando tu brazo—Debemos irnos.

Asientes.

—Sólo quiero… decirle algo.

Entiende el significado de tus palabras, por lo que camina hacia la salida.

Pero aun estando sientes que no es suficiente. Te acercas a la mesa, alcanzas a tocar su piel, está helada. No puedes evitar pensar en la forma que se pasaba en la sala sin camisa en pleno invierno. Ni cómo se colocaba un suéter en pleno verano.

—Los cambios del clima son bruscos, siempre hay que estar preparado—recuerdas su consejo.

No hay más esa risa burlona, ni ese gesto de superioridad. Todo cuanto vez es un gesto serio. Y aquellos ojos que nunca volverá a abrir.

—Supongo que aquí debo decir adiós…—comienzas, desviando ligeramente la mirada—No se supone que debería ser así, Hao.

Apenas has tenido el valor para volver a abrir la boca, cuando has vuelto a cerrarla, porque el sólo respirar te está lastimando.

—¿Sabes? Nunca te lo dije, pero… podría no haber conocido a papá y eso no me afectaría. Porque mamá es maravillosa, es una mamá genial— dices sosteniendo una mano cerca de tu pecho—Pero vivir lejos de ti ha sido lo más duro que te puedas imaginar. Y tal vez… soy muy sentimental, porque debo decirte que abrazaba tu pijama por las noches las noches que llovía mucho. Siempre te llamé cuando más te extrañaba.

Sonríes de forma irónica.

—De hecho, eres el culpable de las llamadas largas, porque cuando éramos niños, era… lo más cercano que podía estar junto a ti—describes, con una voz tan temblorosa—Y ahora… dime… ¿a dónde tengo que marcar?

Aprietas un puño, reteniendo la fuerza que te agolpa en ese momento. En realidad, quieres gritarlo a viva voz, porque sientes que en tu interior se aglutinan tantas cosas.

—Hao…—vuelves a llamarlo—No pude vivir sin ti, cuando vivíamos en la misma ciudad. ¿Cómo pretendes que lo haga cuando ya no vivimos en el mismo planeta?

Cubres tus ojos, alejándote de la plancha.

Hay algo que te está ahogando en tu garganta, aun así tratas de tranquilizarte, cuando la chica entra y te pide que también la acompañes. Asientes, dirigiéndote una vez más a él, quieres abrazarlo, incluso deseas levantarlo, pero no puedes hacer nada de eso. Sólo tomas su mano por última vez.

—Adiós, hermano.

Caminas de vuelta al módulo, donde Yohmei realiza el resto de los trámites. También sobre el traslado a Japón, con la preparación necesaria e inmediata en él. No puedes más, te sientas, mirando el suelo.

En realidad no sabes cuánto tiempo permaneciste en la nada, aguardando a que Hao salga de nuevo de esa habitación. Te trasladas, con efecto inmediato en el auto con Imari a la funeraria. Verificas que todo se lleve a cabo del modo en que tradicionalmente lo hace tu familia.

La carroza se dirige al aeropuerto, deberás realizar más movimientos. Todo está listo para el viaje, así que decides realizar una llamada a tu padre.

El móvil suena, sin respuesta alguna. Decides dejar un mensaje, con todos los detalles necesarios para que él esté enterado. Responde con una afirmativa, es todo. Tampoco está de humor para charlar.

Abres una de las aplicaciones y ves los miles de mensajes que ocupan la bandeja. Muchos de ellos son de tus amigos, incluso Ren te avisa que estará ahí en cuestión de horas. No has tenido tiempo para nada de eso. Quisieras contestarlos, pero no sabes ni qué escribir.

—Yoh, necesitas comer algo—dice tu abuelo, tendiéndote una barra de cereal—No has comido nada desde que llegamos.

Y es casi media noche.

—Lo sé, es que no tenía hambre.

—Pues comerás algo antes de subir al avión.

Asientes, comiendo todo cuanto ha pedido. A nada le encuentras sabor. Debes verte fatal, porque a pesar de que te sientes cansado, no puedes siquiera apaciguar el sueño. Todo cuanto ves es aquella puerta, donde está el ataúd.

No es una cosa fácil, porque como dices, nunca lo fue, por qué lo sería ahora.

Volteas la vista a Yohmei, el anciano ha caído fácilmente. No lo culpas, es normal debido al ajetreo tan intenso al que estuvieron sometidos.

—Debería tratar de dormir—te dice la azafata—Ha sido un día largo.

—Sí, lo ha sido.

Pero no se compara a todo lo que te aguardó al llegar a Japón. Ni al estrujamiento que tuviste al ver el salón lleno de flores con mensajes de despedida. Mentalmente, le has platicado a tu hermano cómo aquel trio de mujeres se hundieron en llanto. O cómo sus gatos se situaron a su alrededor, mientras tú estabas perfectamente ataviado en un traje negro.

Tuviste que recibir cientos de condolencias y sonreíste cuando debiste hacerlo, agradeciendo el calor de todas las personas que acudieron.

Ren llegó esa misma tarde, te abrazó y dijo que estaría contigo esos días. Lo cumplió bastante bien, porque no sólo estuvo contigo repartiendo café, sino que te acompañó a los almacenes a comprar los víveres necesarios. De todos tus amigos, es el que mejor posición económica tiene, por lo que el viaje fue como si hubiese abordado el tren de la tarde.

Sentiste que todo era una mera película. Incluso las veces que sostuviste a tu madre, abrazándola, mientras despedía a su hijo. No dejaste que flaquera, tampoco tu abuela, que pese a quererlo tanto, estaba mucho más tranquila.

Yohmei agradeció con algunas palabras a las personas y dejó una breve semblanza de Hao antes de cerrar la ceremonia. Mikihisa llegó al último instante, arrojando un puño de tierra a la lápida. Keiko se acercó a él. Jamás viste a tu madre tan vulnerable como cuando lloró en brazos de tu progenitor.

—Déjala—escuchaste la voz de tu abuela—A veces quien más nos lástima es también, quien más nos puede sanar.

Suspiras, tragando todo lo negativo que tienes que ofrecer a la imagen.

Pero lo has tenido que soportar, no sólo en ese lugar, sino en tu casa.

A veces te preguntas si eres el único con problemas mentales o porque todos parecen pasar por alto esas situaciones. Pero por más molestia que tengas, sabes que lo prudente es reservarlo, porque sabes que no durará mucho tiempo. Sólo esperas que el corazón de tu madre no se termine de desmoronar.

Pasan los días, Ren se ha marchado porque comenzará el periodo escolar. Quizá su presencia era lo que te distraía y te mantenía a flote. Entre atendiendo invitados, respondiendo las preguntas que tenía sobre tu adaptación al teléfono. Le contaste más de una anécdota graciosa con ese estúpido aparato. Sí…. Pero ahora que ya no está, que las rutinas parecen volver a su cauce normal. Incluso tu padre se ha marchado a Kobe, no puedes evitar preguntarte qué vendrá después.

Giras tu cuerpo y ves el cielo estrellado en tu techo. Las manchas continúan ahí, pese a que trataste de borrarlas. Las cicatrices en tu pecho siguen cerrándose. Pero el dolor sólo ha aumentado desde que has leído cientos de veces el último mensaje que te envió en alta mar.

Desearía que estuvieras aquí.

El mundo sigue girando, todos a tu alrededor parecen volver a caminar, pero tú no.

—También desearía que estuvieras aquí—repites las palabras, dándote vuelta y abrazando la camiseta que le prestaste en su última visita.

Tú todavía no puedes ni respirar de nuevo, necesitas un nuevo eje que mueva tu vida.

Continuará…


N/A: ¡Hola de nuevo! Tenía desde hace unos días este capítulo, pero la verdad me tomé unos días para que quedara más acorde a lo quería transmitir. Mil gracias por todos sus comentarios, a mí también me dolió bastante el capítulo pasado. Creo que en ninguna otra historia se me había hecho tan difícil tomar esa decisión. Lo dudé mucho, vi las perspectivas de lo que quería para la trama. Pero deben saber que a pesar de lo poco que estuvo Hao, siempre estará presente en Yoh. Porque es parte importante y fundamental para él. Me he tomado el tiempo para crear el adecuado contexto, antes de sumergirme de lleno a la trama principal, pero teniendo esos capítulos súper detallados de la vida de Yoh, será fácil crear el resto.

Narrativa en segunda persona, me ha gustado bastante, creo que me animaré a escribir un libro con esa perspectiva.

Como siempre, es un placer leerlos. Dudas y sugerencias en el buzón. Nos leeremos muy pronto.

Agradecimientos especiales: Annprix1, Yuyuma, JosMinor, AkariGB, Hunken, Nate, Tuinevitableanto, Lili, Minuta-75 Mar, Alexamilli, Clau Asakura K, Sabr1.