IZON SHŌ

Capítulo XXXIV

Trigésimo cuarta sesión

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Del amor esperaba poco más que soledad.

Hoy estás tú y el camino tiene otro color

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Permanecían echados sobre el futón, InuYasha de medio lado sobre ella y con los pantalones a medio muslo; Kagome con el camisón a la altura del cuello. Las respiraciones de ambos estaban agitadas luego de entregarse a un momento de pasión arrolladora que apenas les dejó tiempo para pensar o quitarse la ropa.

La respiración de él era pesada y aún apresurada debido al esfuerzo y el potente orgasmo que acababa de tener. La respiración de ella era agitada e intentaba recuperar el aire con hondas inhalaciones que calmaran también los remolinos de su piel.

—Siento haber sido tan escueta —soltó, de pronto, enredando los dedos en el pelo platinado de él.

InuYasha tuvo que pensar un poco antes de relacionar sus palabras con algún evento.

—Siento haber sido tan idiota —aseguró, cuando creyó entender que hablaba del mensaje que le había dejado en el móvil.

—Tengo que terminar una corrección urgente y no veía la forma de conciliar el trabajo y el estar contigo como me gusta —confesó.

Él descansó su peso a un lado, sobre su costado, para mirarla.

—Termina, te pondré la cena y me iré —declaró, intentando ser un buen ¿Novio?

Ella extendió su mano libre para acariciarle la frente con el pretexto de apartarle el pelo.

—¿Te importaría quedarte aunque esté ocupada? —era una petición extraña saliendo de ella, sin embargo reconocía que tenerlo cerca le hacía sentir bien.

Él le acarició el pecho en un gesto íntimo más que sexual, tal como le habría acariciado la mejilla o la mano.

—Por mí está bien —murmuró, antes de acercarse al otro pecho y dejar un beso sobre el pezón.

Kagome entrecerró los ojos, sabiendo que estaba experimentando una sensación diferente a la excitación. Había un punto de adoración en aquel gesto que ella anhelaba tanto como temía.

—Entonces, voy a seguir —le anunció, sonriendo algo inquieta.

InuYasha le dejó espacio para que se levantara. Luego él se asearía y acomodaría la ropa.

—Kagome —la voz llamó su atención. Ella miró— ¿Estás sangrando?

La pregunta era pertinente, el futón tenía una mancha en el lugar que ella acababa de dejar. Se miró entre las piernas y la muestra era evidente.

—Vaya, me ha bajado la regla. Lo siento —por un momento no supo cómo sentirse, era la primera vez que se encontraba en esta situación frente a alguien.

—¿Por qué te disculpas? —la pregunta la pilló desprevenida. Lo miró y negó con un gesto como si no lo entendiera.

—Voy al baño —anunció y se encerró en esa impoluta habitación prácticamente blanca por completo.

Este tipo de cuestiones solían ser muy privadas para ella, nunca se había encontrado en la situación de tener su periodo al estar con alguna cita ocasional. Ella conocía las fechas en que esto le sucedía y simplemente se abstenía. Mientras se limpiaba lo pensaba y sí, estaba en los días y quizás el estar con InuYasha ahora mismo había hecho que sucediese sin aviso. No es que fuese algo negativo, a estas alturas de su vida no estaba como para mirar la regla de ese modo, sin embargo sentía que era algo sólo suyo y se le hacía anómalo que InuYasha lo compartiera con esa liviandad.

Decidió que lo mejor sería salir del baño con normalidad, enrollar el futón y echarlo a la basura. Se rió ante su propio pueril pensamiento. Respiró hondo y siguió con su proceso habitual para esto: limpieza, copa menstrual y a esperar que pasasen los cinco días de rigor.

Al abrir la puerta para encontrarse de nuevo con InuYasha, lo vio en la cocina, desenvolviendo la comida que había traído. Lo cierto es que la agradecía porque a ella en ocasiones se le olvidaba que debía comer y se pasaba el día sin hacerlo hasta que su carácter se volvía agrio y entonces, recién, pensaba en que el hambre podía tener algo que ver.

Miró hacia el futón y éste ya no tenía la funda.

—La he quitado —mencionó InuYasha desde la cocina y sólo en ese momento Kagome se dio cuenta que él tenía la pieza de tela entre las manos y medio metida en la fregadera.

—¿Qué haces? —se sintió sorprendida, a la vez que entraba ligeramente en pánico, mientras se iba acercando.

—De momento nada. No sé dónde guardas el jabón de limpieza —comentó.

—Bueno está en —se interrumpió—… Por favor, deja eso, ya lo hago yo.

Se acercó a la fregadera y quiso quitarle la funda de las manos, sin embargo él se la alejó. Lo miró de forma intimidante.

—Yo lo hago —intento ser categórico.

—No, yo, es mi… bueno, ya sabes —era absurdo sentirse así de vulnerable.

—Sí, es tu sangre, aunque en teoría ahora ya es del futón —comenzó a sentirse extrañamente encolerizada y a la vez agradecida ¿Era esto normal?

—Oh, ya para. Deja que haga eso y…

Le plantó un beso que la desconcertó.

—Ve a trabajar —le dijo. Ella quiso replicar—. Trabajo —insistió—. Yo haré esto, en cuánto dé con el jabón y luego comeremos.

Kagome quiso decir algo, no obstante supo que serían palabras perdidas ante la obstinación de InuYasha que ahora mismo superaba la suya.

—Bien, pero hazlo acá —aceptó. Se encaminó hacia el baño, que era donde estaba el jabón, y de paso le dio una mirada al futón que no había llegado a mancharse.

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La comida estaba caliente y dentro de dos pocillos que contenían una ración de arroz y otra de verduras preparadas a la plancha, impecablemente aderezadas con una salsa que tenía la textura adecuada y para poder untar cada bocado sin que llegase a escurrir antes de ponerlo en la boca. Para beber, InuYasha le había preguntado si quería té verde y jazmín o té verde sólo y ella había optado por el primero como un complemento inconsciente para la delicadeza de todo el panorama.

Se sintió abrumada y no estaba segura de hacia dónde apuntaba ese sentimiento. InuYasha se estaba ocupando de ella de un modo que le resultaba difícil de asimilar. Se lo comunicaban situaciones y gestos, como el que su ropa ahora descansara sobre una de las sillas, mientras que el perchero en que solía colgarla se mantenía en el baño con la funda del futón, impecablemente lavada.

¿Por qué hacía todo esto? ¿Por qué no se limitaba a ser sólo un hombre con el que acostarse?

Llevaba mucho tiempo siendo independiente, solitaria si quería ser más específica; incluso se atrevería a decir que ermitaña a su modo.

—¿Te gusta? —le preguntó, sentado en el suelo frente a ella, ocupando la pequeña mesa baja de trabajo.

Sí, le gustaba. Asintió para transmitírselo, evitando así el monosílabo porque estaba segura que se le rompería la voz y se le saltarían las lágrimas de emoción si lo pronunciaba.

—Me alegro —continuó comiendo y bebiendo su propio té.

—No tienes que molestarte en preparar algo así de elaborado —quiso aclarar. Quizás como un modo de quitarle peso a la sensación que la inquietaba.

—Oh, bueno, podríamos decir que ya es deformación profesional —le sonrió—. No sé hacerlo de otra manera, además cocinar me gusta.

—Oh.

La expresión fue la muestra clara de la comprensión sobre sus palabras. En realidad InuYasha hacía así las cosas y eran perfectas. Se sintió contenta porque no le significara un esfuerzo extra, aunque de inmediato su mente quiso boicotear a su corazón, diciéndole que él estaba hecho para otra clase de mujer; una que pusiese cortinas en su ventana.

El móvil de InuYasha interrumpió sus pensamientos autodestructivos e instintivamente lo agradeció.

—Lo siento —mencionó una disculpa cuando miró el teléfono.

Se puso en pie y ella lo siguió con la mirada. El apartamento era pequeño con lo que no encontraría privacidad para responder a no ser que saliera al pasillo del edificio o entrase en el baño.

—Hola —lo escuchó responder—. No, está bien, puedo hablar —estaba intrigada— ¿Qué tal estás? ¿Todo bien? —el tono era amable y familiar. La miró de reojo—. No sé si pueda ese fin de semana, tengo que hablarlo en el trabajo —desvió la mirada de ella—. Por mí no te molestes, ya lo hablaremos —estaba junto a la encimera de la cocina y jugueteó con un dedo sobre el borde de un tazón mientras escuchaba y asentía. Finalmente sonrió y habló—. Yo también te quiero. Hablamos.

Se le oprimió el estómago. Era la primera vez que le escuchaba decir aquello y le dolió pensar que no era para ella ¿Quién sería?

—Era mi madre —le aclaró mientras se volvía a sentar en el lugar de enfrente.

—Oh, ya veo —esperaba que su rostro no delatase su anterior curiosidad— ¿Algo que quieras compartir?

La pregunta no era imprudente, era adecuada e intentaba mostrar interés por lo que sucedía con su vida. Kagome la dio por buena y aun así no recibió una respuesta inmediata. Esperó hasta que él se decidió a hablar.

—Bueno —pareció dudar—. Ella espera que vaya dentro de dos semanas.

Pareció tener más para decir, aunque también podía ser su imaginación. Aun así se mantuvo en silencio un poco más.

—Es el aniversario de la muerte de mi padre y quiere que la acompañe a orar al cementerio y que dejemos una ofrenda en el templo que tenemos cerca de casa. No me gusta ir, me siento muy triste, aunque nunca se lo he dicho.

Ahora sí estaba segura que había mencionado lo que contenía con respecto al tema. Se quedó en silencio y asintió, después de todo no necesitaba tener una opinión, en ocasiones las personas sólo querían que se les escuchara.

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Cuando terminaron de cenar InuYasha lo recogió todo, a pesar de las quejas de Kagome aludiendo a que éste era su apartamento. La convenció bajo el intercambio que lo haría la siguiente vez que comieran en el apartamento de él. Luego de eso se había instalado sobre el futón, con la espalda descansando hacia la pared lateral y viendo un capítulo de una serie que estaba siguiendo, mientras ella continuaba tecleando en el computador. Desde ahí la miraba de vez en cuando. A ratos la veía pasarse las manos por la cara como una forma de liberar el estrés que parecía sufrir a causa de lo que estaba haciendo. Sintió curiosidad en más de una oportunidad y quiso preguntarle qué era lo que pasaba, sin embargo se reservaba para no interrumpirla.

Miró la hora, pasaban de las once, debería dormirse si quería estar relativamente descansado por la mañana para trabajar. Observó la línea de tiempo del capítulo que veía y comprobó que le quedaban seis minutos, así que decidió terminarlo, aunque antes de proseguir volvió a dar una mirada a Kagome que hacía unos extraños gestos en el aire sin que él consiguiese entender lo que intentaba. La vio cerrar las manos en puños e intentar golpear la mesa baja ante la que trabajaba, sin llegar a hacerlo. En ese momento miró hacia atrás, hacia él.

—¿Te puedes creer lo mal explicado que puede estar esto? —comenzó. No sabía a lo que se refería, así que no dijo nada— No sé cómo le publican a esta gente, habiendo tantos buenos autores a los que nadie presta atención. Conocerá a alguien en la editorial, eso seguro —alzó el dedo índice como apuntando algo. Él ya se había quitado los auriculares—, aunque yo no te he dicho eso.

—Tranquila —le sonrió—, no se lo diré a tus superiores.

—Gracias —le sonrió ella.

—¿Qué problema tienes? —quiso ayudarla a salir del bucle en que parecía haber entrado.

—No sabría ni por dónde empezar —explicó—. La autora intenta explicar cómo atar…

Se detuvo con el tipo de pausa que se usa cuando una idea ha llenado la mente.

—Creo que te podría pedir ayuda —apuntó y aunque InuYasha no sabía aun en qué consistía, aceptó.

—Claro.

Kagome se mordió el labio en una clara señal de incertidumbre y divertimento entremezclado.

—Pero tendría que pedirte que te desnudaras —dijo, sin dejar de mirarlo, mientras flexionaba una rodilla y se la llevaba hacia el pecho como si esperara esconder su sonrisa tras ella.

—Creía que hoy no haríamos esas cosas —bromeó, sabiendo que esa norma se había roto nada más mencionarla.

—Ahora sí que no puedo saltarme esa premisa —respondió, aun con la sonrisa.

Ahí está la escritora —pensó él.

Se puso en pie y comenzó a quitarse la camisa sin mediar más explicación o insistencia.

—Bueno, tú dirás —ofreció cuando ya comenzaba a juguetear con el ribete del bóxer.

Vio que Kagome inhaló profundamente, aunque de forma disimulada, y soltó el aire antes de ponerse en pie e ir hacia la ropa que permanecía en la silla.

—Toma, necesito que te pongas esto y mirarte mientras lo haces —le pasó un largo pañuelo de gasa de color negro que resultaba tan fino que se transparentaba.

—Ponerlo ¿Cómo? —la pregunta era justa, eso se llevaba al cuello.

—Ahí, alrededor de todo eso —le indicó bajo la cintura con una mano abierta—. Te habrás puesto un fundoshi alguna vez ¿No?

—Sí.

—Pues eso.

El diálogo se había vuelto particularmente extraño, no llegaba a ser incómodo del todo, aunque había algo de eso. Quizás lo realmente incómodo era estar incómodo hablando de ponerse un fundoshi, cuando ya habían estado desnudos juntos un montón de veces.

Se echó a reír.

—Me ofreciste tu ayuda —se quejó Kagome con un tono de voz ligeramente encaprichado.

—Lo hice, cierto, sin embargo esto cuenta como antes lo era fregar los platos —le anunció con una amplia sonrisa.

—¿Quieres que friegue los platos a cambio? —preguntó y su duda parecía genuina.

—No. Digo que el intercambio tiene que ser equivalente —explicó con la voz algo más profunda, quizás como un modo natural de dejar un mensaje grabado en la memoria—. Plato por plato, fundoshi por fundoshi.

—Oh —reaccionó e hizo una breve pausa—. Bien.

—Bien —aceptó él.

A continuación se puso el pañuelo de tela al hombro y comenzó a quitarse el bóxer. Kagome se quedó de pie delante de él y pudo ver que cruzaba los brazos delante del pecho, buscando un modo de mantener su distancia emocional. InuYasha se quitó la única prenda de ropa que llevaba puesta y a pesar que la desnudez ante otra persona no le era ajena, notó cierto halo de vergüenza y sintió que se le coloreaban las mejillas. No era lo mismo estar frente a alguien con quien sólo planeabas tener sexo, que hacerlo frente a alguien cuya opinión, en muchos aspectos, resultaba importante. Respiró hondamente y recordó que ella también haría lo mismo en algún momento, usando aquella posibilidad como un aliciente.

Se dejó un extremo del pañuelo por encima del hombro y retorció un poco el otro extremo para pasárselo por entre las piernas y crear el primer movimiento, cubriendo los testículos y el pene. Pasó el extremo enrollado por sobre el lado derecho de su cadera, por delante de la tela abierta y el vientre, para rodear la cadera por el lado izquierdo y crean una sujeción en la parte de atrás.

Escuchó que Kagome se aclaraba la garganta.

—Más despacio, para no perder detalle —pidió ella y la miró. Tenía las mejillas arreboladas, a pesar de que la noche comenzaba a helar.

—Es la primera vez que me pides que vaya más lento —bromeó, intentado quitarse parte de la tensión que comenzaba a sentir. La vio sonreír.

—No seas presumido —la sonrisa resonó en medio de sus palabras—. Date la vuelta para ver mejor.

—¿El fundoshi?

—Oh, cállate —seguía sonriendo.

Aquel intercambio de palabras le dio la seguridad para continuar con lo que estaba haciendo, esta vez con algo más de calma y sin dejar de mirarla a ella de reojo e ir registrando su reacción.

—¿Así va bien? —preguntó, cuando estaba ajustando el cordón alrededor del que acababa de pasar por el lado izquierdo.

La escuchó asentir y vio que se acercaba medio paso.

Terminó con esa parte de la labor y tomó la tela que aún estaba sobre su hombro y la pasó por entre las piernas para enroscarla y enrollarla por la parte de atrás; era totalmente consciente de la transparencia de ésta sobre su sexo y el modo en que Kagome inhalaba con profundidad y soltaba el aire como una forma de calmar sus propias sensaciones.

—Espera —le pidió y se acercó a menos de un metro, observando las vueltas que él había efectuado con la tela—. Entonces, dejas un extremo de tela en el hombro y pasas el otro por entre las piernas hacia atrás.

—Sí —musitó y ella se acercó un poco más y pasó una mano hacia su espalda por el lado derecho.

—Luego, desde aquí —le rozó la parte alta del trasero—, pasas hacia adelante —los dedos tocaban la cadera y el inicio del vientre, como si delinearan la piel justo por el borde del fundoshi—. Aquí sostienes la tela —se había detenido en la parte central de su vientre, justo bajo el ombligo y en el inicio del vello. El tono de su voz se había profundizado y hablaba con mayor lentitud. El aire que liberaba al hablar le tocaba el estómago y se notaba caliente en contraste con la temperatura de la habitación. Él mismo percibía el cambio de ritmo en su respiración— y pasas a este lado…

Se interrumpió.

—Se te transparenta tan bien —casi gimió las palabras.

La primera respuesta se la dio su sexo que se movió con cierta inquietud.

—La tela es muy fina —aceptó él, como segunda respuesta.

Kagome lo tocó con el dorso de los dedos, descendiendo por la forma de su sexo en reposo hasta tocar la punta, momento en que éste comenzó a endurecerse. Entonces retiró la mano y escondió la cara en el pecho de InuYasha.

—No puedo ahora —la declaración fue un muy claro lamento. Él sonrió— ¿Vendrás a dormir mañana?

—¿A dormir? —se frotó hacia ella.

—El periodo ¿Recuerdas? —mencionó con cierto pesar.

—Y ¿Cuál es el problema?—inquirió con desenfado.

Kagome lo abrazó, rodeándolo completamente con los brazos.

—Estás loco.

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Continuará

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N/A

El fundoshi ha sido todo un descubrimiento para mí y mis escenas XXX

Espero que el capítulo les gustara y que me cuenten en los comentarios.

Gracias por leer y acompañarme

Anyara