IZON SHŌ
Capítulo XXXV
Trigésimo quinta sesión
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Le faltaba el último párrafo que corregir, lo había repasado y vuelto a repasar sin terminar de estar conforme. Finalmente recordó que aunque ella lo habría escrito de otra forma, su trabajo era el de editar y no el de reescribir la historia; bastante había hecho al explicar con detalles mejor construidos el tema del fundoshi. Se sonrió al recordar la cara de InuYasha cuando se lo pidió y luego se saboreó casi inconscientemente cuando vino a su memoria la forma en que se transparentaba el mismo pañuelo negro que ahora descansaba sobre una silla. Miró a su espalda, él estaba dormido y parecía estar cómodo en el futón. Tenía la cabeza levemente recogida hacia el pecho, creando la sensación de estar guareciéndose. Su respiración era acompasada y suave y aquello le dejaba una impresión de descanso. Se sintió conmovida por la expresión casi infantil de su rostro y fue totalmente consciente de la forma en que la emoción se tomó su pecho. Le gustaba y no sólo por lo hermoso que era su cuerpo y lo bien que le lucían cosas como ese fundoshi improvisado; le gustaba porque la hacía feliz.
Definitivamente esto que sentía debía parecerse mucho a estar enamorada. Ella era una mujer adulta y sabía lo que era el deseo sin emotividad y también sabía que al aceptar a InuYasha como una pareja exclusiva estaba experimentando un camino diferente a los que recorrió hasta aquí.
Suspiró, se sentía demasiado cansada como para filosofar sobre la vida a esta hora.
Volvió a la pantalla de su computador y cargó el archivo con su trabajo en un mail con la dirección de su jefe, le dio al botón de enviar y se quedó mirando la pantalla hasta que la confirmación de envío apareció y se sintió aliviada y libre. Al fin había terminado con aquella labor urgente y eso le supondría un par de días de descanso, al menos eso era lo que le habían ofrecido si lo concluía a tiempo.
Apagó el computador y se puso en pie. La manta que tenía sobre los hombros cayó en el proceso y sintió como se le calentaba el pecho al recordar que InuYasha se la había puesto antes de dormir. La temperatura había bajado un par de grados y él había tomado una de las mantas que tenía sobre el futón y se la había puesto en la espalda, frotándole los brazos a continuación, acompañando todo aquello con una frase:
Procura no enfriarte.
Luego de aquello le había preguntado si quería que le preparase un té y ella sólo podía pensar en que quería meterse en la cama con él y dormirse arrullada por la calidez de su abrazo. Una vez declinó la invitación al té y que le aclaró que estaba bien, InuYasha había aceptado ir a dormir. De eso hacía ya un par de horas.
Se estiró a lo alto y luego lo hizo doblando el cuerpo para tocar el suelo con las manos. Miró por la ventana, la madrugada se había tomado la noche hacía un buen rato, sólo esperaba alcanzar a dormir un poco antes que amaneciera. Se fue hasta la cocina, llenó un vaso con agua y bebió. Los sonidos de sus movimientos eran lo único que se escuchaba en el interior del apartamento y si se quedaba muy quieta lo escuchaba a él respirar.
Se dirigió al baño y se cepilló los dientes, intentando reducir el ruido a lo menor posible e hizo el ritual previo a dormir.
Cuando consiguió meterse en el futón, lo hizo quitándose el camisón y conservando sólo la braga. Buscó el abrazo de InuYasha, sintió su calor y la forma en que él la recibía.
—¿Has podido terminar? —escuchó que le preguntaba con voz adormilada.
—Sí, ya está hecho —se arrebujó un poco más en el abrazo.
—Me alegro —murmuró, poniéndole una pierna por encima de las suyas, para atraerla aún más de ser posible. El calor de su cuerpo era gratificante.
En ese momento se quedó pensando en algo que había decidido rato atrás, cuando le faltaba poco para terminar con el trabajo.
—¿InuYasha? —interrogó, queriendo comprobar si seguía despierto. Escuchó que hacía un sonido especulativo— Me gustaría acompañarte a casa de tu madre.
La declaración había sonado incluso solemne y Kagome esperó a escuchar una respuesta alegre por parte de él, sin embargo sólo encontró silencio y tuvo que aceptar que había llegado tarde y que probablemente ni siquiera había escuchado.
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Llevaba tres noches seguidas durmiendo en casa de Kagome y a pesar de lo bien que se estaba con ella su espalda extrañaba su cama. El futón era estupendo para las sesiones de sexo, no podías caerte de la cama y además los muelles del colchón no hacían ruido; era realmente un gusto. Sin embargo, a la hora de descansar el cuerpo era otra la historia, al menos para él.
Extendió la mano derecha hacia un lado buscando su móvil para consultar la hora, dado que la luz del sol comenzaba a filtrarse por la ventana sin cortina. Intentó no moverse demasiado, tenía a Kagome casi por completo encima de él y no quería despertarla. Cuando lo encontró, encendió la pantalla y arrugó el ceño ante la luz que daba ésta. El reloj marcaba las siete y diez de la mañana. Pudo ver que tenía un mensaje de Shiori, lo que le llamó la atención.
¿Podemos vernos mañana? —era la pregunta que le aparecía, escrita cerca de las dos de la madrugada.
Lo cierto es que tenía plan de dormir en su apartamento esta noche y su plan incluía llevarse a Kagome con él. La mañana la tenían relativamente planeada: dormir hasta que les diese hipo. Luego comerían y él se iría al trabajo por la noche. Aún no acordaban cómo iba a llegar ella a su apartamento; quizás debería dejarle las llaves.
Se quedó mirando el mensaje, sin saber qué responder. Suponía que podía acordar quedar un rato antes del trabajo.
—¿Qué pasa? ¿Amaneció? —escuchó la voz de Kagome y sintió que se removía para esconder su cara de la luz del móvil.
—Apenas clarea, tranquila, duerme —dejó el teléfono a un lado y la abrazó nuevamente.
—Es sábado ¿Verdad? —el susurro le dio en el pecho.
—Sí —le acarició el pelo, hundiendo los dedos en las hebras hasta tocar la cabeza. La escuchó hacer un sonido placentero.
—Hoy me ibas a hacer el desayuno —le recordó.
InuYasha rió y dejó que esa sonrisa se abriese paso hacia lo alto. Por un momento se permitió sentir la felicidad del enamoramiento puro, sin miedo y sin expectativas; en ese momento casi podría asegurar que le dio la mano al amor.
Suspiró y cerró los ojos, acariciando con su mejilla la coronilla de Kagome que aún descansaba casi por completo sobre su cuerpo. Ambos estaban desnudos, excepto por las bragas de ella.
—¿Cuándo te las quitarás? —preguntó, metiendo un dedo por entre la braga y la piel, para estirar la tela y soltarla, dejando que la goma le diese un pequeño toque de regreso a su sitio.
—Ay —se quejó sin ganas y continuó con voz adormilada—. Mañana, supongo.
Notó que se pegaba más a su cuerpo y él metió la mano por completo bajo la braga y la descansó sobre la cadera, sintiendo el calor de la piel. Luego de eso cerró los ojos.
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Al despertar se quedaron en el futón un rato y estuvieron compartiendo uno de los capítulos de la serie que estaba viendo InuYasha y que al paso de los días anteriores le había explicado más o menos de qué iba. Decidieron compartir la ducha, lo que les entregó un momento de sexo placentero y sin manchas; algo que Kagome agradecía. A continuación él comenzó a preparar un desayuno que casi parecía una comida, pues ambos coincidieron en que dada la hora eso era lo mejor. Mientras él preparaba los tamagoyaki, con calma para que el huevo quedase bien cuajado, según lo que había explicado, ella revisó sus correos y comprobó que ya le habían dado los dos días libres que le ofrecieron por el trabajo urgente.
—Ya tengo los días —se animó a decir.
Él la miró de reojo, sin apartar la atención del trabajo que hacía en la cocina.
—Muy bien —había sido su escueta respuesta.
—Si muestras ese nivel de interés, pensaré que no te entusiasma que vaya contigo —quiso bromear, aunque en el fondo sentía algo de inseguridad.
El móvil de InuYasha vibró sobre la mesa y pudo ver que tenía una notificación: mensaje de Shiori.
¿Quién era Shiori? —le pregunta quedó deambulando en su mente.
—Tienes un mensaje —le avisó. Él la miró en ese instante y pareció reflexionar algo.
Por un momento se sintió como si estuviese siendo descubierto en algo. Luego razonó el grado de explicación que le debía a Kagome; ellos tenían una vida antes de conocerse, e incluso antes de decidirse por ser exclusivos. Sin embargo, concluyó en que debía dar lo que esperaba de esta relación, así fue que se animó a hablar.
—¿Puedes leerlo? Tengo las manos ocupadas aquí —indicó la comida.
Ella pareció sorprenderse y él regresó la mirada a lo que estaba haciendo para permitirle deliberar.
—No quiero hacerlo —declaró con claridad y cuando volvió a mirarla estaba deslizando y alejando el móvil de ella.
—¿Por qué? —la pregunta resultó ligeramente divertida. Después de todo sabía que el mensaje no podía contener nada exageradamente comprometido.
Ella lo miró y casi le pareció leer la perplejidad en su expresión.
—Porque no sé quién es —quiso sonar algo irónica, quizás demasiado. InuYasha confirmó que Kagome, al igual que él, se paseaba por sus propias incertidumbres.
—Eso te lo puedo decir yo sin problema —le divertía la imagen de pulcro desinterés que intentaba mostrar ella, sin embargo se estaba volviendo transparente para él en algunos aspectos y en este caso le resultó evidente que fingía.
—Pues mira, lo mismo no me interesa saberlo —la respuesta resultaba visceral, sacada desde el mismo punto emocional en que estaba el estómago —. Y, además, tienes derecho a que yo no lo sepa todo.
—Oh, bueno, me parece bien —continuó con su labor, sin decir nada más.
El móvil volvió a vibrar sobre la mesa, anunciando un nuevo mensaje de Shiori. Ambos se miraron e iniciaron una contienda en la que InuYasha sonreía cada vez más, mientras Kagome comprimía el entrecejo en una clara expresión de enfado. Extrañamente esto se estaba convirtiendo en una prueba para ambos.
—Te odio —terminó diciendo ella cuando alcanzó el teléfono. Miró la pantalla y descubrió que no podía hacer mucho más—. No sé cómo lo desbloqueas —anunció.
Le hizo un gesto con el índice en el aire y Kagome lo emuló sobre la pantalla, consiguiendo desbloquearlo. En ese momento recordó que tenía su foto como imagen de fondo y pudo ver la sorpresa en su rostro al descubrirlo.
—Vaya —murmuró, aunque no agregó ni hizo nada más.
Entonces él esperó, con la mirada puesta en el tamagoyaki que estaba preparando, quería que el rollito de huevo batido le quedase bien, sobretodo porque lo estaba preparando en una sartén redonda y porque lo ayudaba a centrar la atención y no sentirse inquieto por el resultado de este momento de confianza que compartía con Kagome. La escuchó tomar aire profundamente, como si se preparara para algo y aunque quiso girarse para mirarla, lo evitó.
—Veo que no es el primer mensaje que te manda esta hermosa jovencita el día de hoy —la escuchó decir—. Además, te escribe de madrugada.
—Supongo que lo hace cuando necesita hacerlo —mencionó, intentando que ella fuese descubriendo parte del tenor de esas conversaciones.
—Te leo —se limitó a decir con voz neutral—. Una cuarenta y nueve de la madrugada: ¿Podemos vernos mañana? —el tono neutral parecía mantenerse. La miró de reojo— Ocho cero siete de la mañana: Por favor, responde —continuó—. Ocho treinta y ocho de la mañana: ¿Tan ocupado estás? He visto que has leído el mensaje —en ese momento sus miradas se encontraron y ella volvió al móvil—. Diez veinte tres de la mañana, hace diez minutos: Eres el único que puede ayudarme con esto.
Kagome soltó el teléfono sobre la mesa y se quedó en silencio. Él había terminado el tamagoyaki, lo puso en un plato y lo llevó a la mesa para poder compartirlo. El móvil volvió a vibrar con un mensaje y antes que alcanzara a tomarlo ya estaba en manos de ella.
—Diez y treinta y nueve: Te necesito —Kagome respiró hondo mientras lo miraba con una intensidad que él no le conocía, luego soltó el aire y habló—. Bien, creo que sí quiero saber quién es Shiori.
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Caminaban por una de las tantas calles que comunicaban el edificio en que vivía Kagome con el de InuYasha y se pasarían por el apartamento de éste para que pudiese cambiarse de ropa antes de ir a trabajar, aunque primero se vería con Shiori en una cafetería que no le quedaba de paso.
—¿Qué crees que querrá contarte? —preguntó Kagome, con cierta timidez que no parecía propia de ella.
—Es probable que algo relacionado con el chico con que estaba saliendo —supuso.
Le había contado cómo había conocido a la muchacha y el modo en que había encontrado en él un amigo al que pedir consejo.
—Y ¿Por qué te busca a ti para contarte esas cosas? —insistió Kagome, desviando la mirada a un lateral para no encontrarse con la suya.
—Te expliqué que ella me considera su amigo —ahora fue él quien insistió. No era tan inocente como para no entender hacia dónde iba la pregunta que le acababa de hacer, sin embargo quería que se lo planteara con sus palabras, que se escuchase diciéndolo.
—Tendrá otros amigos o amigas —manifestó, aun sin mirarlo.
—Los tendrá —aceptó la premisa. La cafetería ya estaba muy cerca.
—Me niego a pensar que no lo entiendes —se había girado nuevamente hacia él y le soltó la frase con determinación a la vez que se detenía.
—Entender ¿Qué? —seguía mostrándose calmo, sin dejar de mirarla.
—Oh, por favor —avanzó dos pasos, cómo queriendo seguir el camino. Se giró al notar que él no la seguía—. No me harás decirlo.
—No lo digas, entonces —concedió, sabía que Kagome perdía la paciencia sobre todo cuando él la entendía. En el fondo tenía la sensación que se trataba de un espíritu de lucha en ella que no entendía el que una pareja estuviese de acuerdo en sus diferencias.
La escuchó respirar de forma profunda por la nariz, cómo si esperase a que resultara evidente su enfado para él. InuYasha sacó las llaves de su apartamento del bolsillo y se las extendió. Ella se quedó mirando la mano y el amasijo de llaves durante un instante para regresar a sus ojos.
—Voy contigo —declaró Kagome.
—¿Sí? —la situación había dado un pequeño giro. No confesaba lo que él esperaba, aunque de algún modo parecía hacerlo.
—Sí —la determinación de su decisión quedaba clara bajo la entonación de su voz—. Si puedo ir contigo a ver a tu madre, podré presentarme frente a una amiga —para la última palabra uso un deje algo más agudo.
Se encogió de hombros y pasó por delante de ella.
—Por mí, bien —intentó parecer inmutable, aunque notaba una sensación extraña en el estómago y que le subía al pecho, una mezcla entre inquietud y emoción.
Percibió los dedos de Kagome que le rozaron la mano, como si quisiera enlazarla al caminar, para luego escabullirse del contacto. InuYasha la miró de reojo y atrapó la mano de ella en la suya.
Cuando estuvieron frente a la cafetería él tiró de la puerta y quiso darle paso, sin embargo Kagome se quedó plantada en el sitio, mirando un punto en el hombro de él.
—¿Qué pasa? —le preguntó. Kagome dudó un instante y le pareció oírla chasquear la lengua.
—Creo que no es buena idea que entre —dijo, sin mucha más explicación, y casi sin inflexión en la voz. Él quiso dilucidar algo y le fue imposible.
—¿Ya no quieres conocerla? —la pregunta venía a hacer de puente para que ella le diese algo más de contexto sobre esta nueva decisión.
—En realidad no lo he querido desde el principio, ahora sólo lo manifiesto —comenzó a decir. InuYasha soltó la puerta—. Ella espera verte a ti, no creo que sea buena idea que llegues conmigo —bajó la mirada al suelo.
Era difícil para él analizar lo que sucedía. Por una parte comprendía que Kagome quería asegurarse de algo, sin embargo no podía saber si ese algo tenía que ver concretamente con su confianza hacia él o hacia sí misma.
—InuYasha —escuchó su nombre provenir desde un sitio a su espalda, era Shiori.
—Oh, hola —respondió algo dubitativo dado el escenario. Pensó en que después de todo, las situaciones se acomodaban a su manera y más allá de los deseos propios e incluso de las decisiones férreamente tomadas—. Pensé que ya estarías dentro.
—No, acabo de llegar —remarcó lo obvio, aunque estaba claro que era por lo absurdo de su afirmación.
—Shiori, ella es Kagome —decidió que lo mejor era presentarlas y ver qué sucedía.
Estaba claro para él que el ambiente se había tensado. Kagome se sobrepuso de inmediato e InuYasha no pudo evitar pensar que algo tan simple como encontrarse con una amiga se había vuelto una especie de prueba de fuego.
—Hola —Shiori sonrió. Parecía no saber qué más decir.
—Hola —Kagome sacó la voz e hizo una suave reverencia de saludo—. Me estaba despidiendo de InuYasha —mencionó, lo miró y se dirigió a él—. Nos vemos luego.
—Claro, pero… —Kagome remarcó la sonrisa.
—Nos vemos luego —insistió y volvió a dirigirse a Shiori—. Espero que estés bien.
Dicho aquello se giró y comenzó a caminar, alejándose.
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Continuará
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N/A
Aquí estamos con un nuevo capítulo ¿Recuerdan que les dije que quedaba poco?
Mentí.
No, lo cierto es que no queda mucho, al menos en mi cabeza, sin embargo a medida que voy escribiendo descubro que disfruto con los detalles y los voy narrando y pues lo que aún queda por contar sigue esperando su turno.
Gracias por leer, comentar y acompañarme en la aventura de crear.
Anyara
