IZON SHŌ

Capítulo XXXVI

Trigésimo sexta sesión

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Los días posteriores a ese momento en que Kagome quiso sacar la hembra posesiva que tenía dentro fueron aparentemente tranquilos. Consiguió domar su carácter en base a unas cuántas gotas de tolerancia, otras de dignidad y algunas de inseguridad, más de las que habría querido. InuYasha y ella se vieron casi todos los días de esa semana, tres de cinco durmieron en el apartamento de él y dos lo hicieron en el de Kagome. La mañana de ese día domingo InuYasha permanecía dormido bajo el cuerpo de ella y debía reconocer que aquella posición se había convertido rápidamente en un hábito.

Se negaba a abrir los ojos, aunque ya percibía la luz que entraba por su ventana desnuda. Era totalmente consciente del modo en que las sensaciones que calentaban su pecho estaban muy lejos de la adicción que solía esgrimir casi como una bandera de lucha; se lo había dicho a Kibou en la última sesión que había sido privada. Su adicción era un mecanismo de defensa, lo usaba siempre que quería escapar del juicio propio y resultaba ser tan a menudo que lo había convertido en un hábito. Cuando se escuchó razonar aquello, ese día, comprendió que era algo que le habían preguntado muchas veces antes en las terapias fallidas anteriores; en ese momento las lágrimas se asomaron a sus ojos, sin llegar a caer.

Kagome respiró profundamente, traicionando su deseo de no hacer ninguna diferencia entre estar dormida y la despierta, para que InuYasha no la percibiera y despertara y con ello volviese la tensión de mantener una especie de mascarada sobre la chica imperfecta que no se sentía insegura e indefensa.

Para su suerte, él permaneció dormido un poco más y le permitió pensar en qué era esta sensación de cálida paz que la llenaba cuando lo veía deambulando por su cocina o sentado en el pequeño sillón que tenía y que él llenaba por completo. Tenía la sutil noción de que así se sentía Sango cuando hablaba de Miroku y sabía muy bien que su amiga era feliz y vivía en una burbuja de amor. También, sabía, que muchas veces se matizaba de quejas, no obstante las quejas nunca llegaban a ser más grandes que esa sensibilidad de fondo que la conectaba con su compañero. Kagome estaba aprendiendo a entender que eso era lo que le pasaba cuando InuYasha dejaba la toalla arrugada en lugar de extendida, después de la ducha; o cuando le ponía más curry a la comida del que ella consideraba necesario. Había un pequeño espacio de tolerancia que se iba haciendo cómplice de sus momentos juntos.

—¿Estás despierta? —le susurró, casi como si temiera a que sus propias palabras fuesen premonitorias.

Se mantuvo un momento en silencio, disfrutando del despertar de él que comenzaba, habitualmente, por un suave movimiento del cuello, seguido de una respiración profunda.

—Lo estoy —musitó, en respuesta, volviendo a la máscara de seguridad que cada vez se volvía más delgada y transparente.

La transparencia era una cuestión inquietante, podía mostrar tanto lo puro como las manchas que se forman ante la inestabilidad del pensamiento.

—Es pronto ¿No? —preguntó con la voz oscurecida por el sueño y Kagome sintió que se le inflamaba la piel y el sopor del sueño obraba en un sentido de placer diferente al que advierte el descanso.

—No lo sé —se removió con suavidad sobre el cuerpo, permitiendo que su pecho se acariciara sobre el de InuYasha, al igual que sus piernas que sintieron el suave vello en las de él. Lo escuchó responder con un sonido placentero.

—Me gusta —murmuró a continuación.

A ella también le gustaba. Conseguía sentir que todo estaba en su sitio cuando compartían este grado de intimidad. Extendió la cabeza y le besó el cuello, justo bajo la mandíbula, entonces pudo escuchar la forma en que él soltaba el aire en un suspiro. También pudo sentir sus manos sostenerla con mayor intención.

De ese modo comenzaron las caricias lánguidas que fueron poco a poco haciéndose más intencionadas e inquietas. El futón se les hizo pequeño, buscando espacio y formas de tocarse. Kagome se descubrió deseando amanecer de este modo todas las veces que le fuesen posibles, sin embargo no se atrevió a expresar aquello con palabras; si acaso lo hizo, fue con los gemidos que usaba en respuesta a los besos que recibía.

—Esto no puede ser normal —rio InuYasha sobre su hombro, una vez ascendió desde la caricia que le acababa de dar entre las piernas.

—¿Qué cosa? —preguntó, acariciándole la cadera, para luego llevar la mano al vientre y buscar entre sus piernas.

—El permanente deseo de estar dentro de ti —confesó, consiguiendo que aquellas palabras se transformaran en un intenso estímulo que le erizó la piel.

—Eres adicto al sexo —le recordó.

—Quizás —la respuesta llegó vaga, como si no quisiese discutir el tema.

Kagome sintió el toque de la boca sobre el pezón y la humedad de la lengua al estimularlo, todo eso acompañado por la búsqueda que hacía InuYasha con su erección entre las piernas, la que no detuvo hasta que se hundió en ella.

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—Tienes libre esta noche ¿No? —fue la pregunta que hizo Kagome, envuelta en una toalla, mientras tomaba algunas prendas de ropa del perchero que tenía en la habitación, a la salida del baño.

—Sí, hoy no me necesitan —lo cierto es que llevaba dos semanas sin pedirse turno el día domingo, prefería pasar ese día en completa libertad para compartirlo con ella.

—Tengo que ir a un sitio y me gustaría que me acompañaras, aunque… —titubeó y aquello resultó tan obvio que lo miró casi pidiendo ayuda.

InuYasha se preguntaba, ésta y muchas veces, si Kagome era consciente de lo traslúcida que se volvía en medio de sus temores. Para él era imposible conocer la raíz de estos, sin embargo se sentía capaz de explorarlos con ella si así lo quería.

—¿Aunque? —intentó ser dulce en su tono.

Vio como el gesto en el cuerpo de ella cambiaba y pasaba de estar completamente segura, al principio de su diálogo, a tensarse y a echar los hombros hacia adelante en esta parte de la conversación.

—Quiero que me acompañes, pero no quiero hablar de esto que tenemos —los indicó a ambos con un movimiento reiterado de su mano de ida y vuelta.

—Oh —quiso parecer menos sorprendido de lo que estaba. En realidad su relación con ella era eso: con ella. Sin embargo no pudo evitar el dolor antiguo de la herida que le había quedado de años atrás.

—Déjalo, no es buena idea —intentó terminar la conversación, volviendo su atención al perchero de la ropa, tomando un vestido y una chaqueta de él. Se pondría medias gruesas, los días enfriaban cada vez más.

InuYasha la observó vestirse con cierto recato a la hora de mostrar su desnudez bajo la toalla, reparó en ello por el matiz de inseguridad que demostraba. No quería volver a ser un secreto en ninguna relación que se planteara, no obstante ahora entendía muchas cosas que por entonces no supo prever, ni manejar.

—Podemos ser sólo conocidos, por hoy —intentó aliviarla.

Kagome estaba uniendo los enganches de su sujetador y lo miró de medio lado mientras lo hacía. Tuvo la sensación que a ella tampoco le gustaba usar un disfraz por sobre lo que tenían. También sintió que le hacía falta su compañía.

—Por hoy —aceptó, como si se estuviese imponiendo una meta personal.

En ese momento ambos escucharon un suave sonido en la ventana.

—Es el gato —mencionó Kagome y a él le pareció increíble que el animal estuviese fuera de la ventana de un séptimo piso.

—Bienvenido —dijo InuYasha, cuando abrió.

El gato dio un salto al interior ignorándolo completamente, como si no existiera. Sin embargo, una vez dentro del apartamento se sentó sobre el tatami, se quedó muy quieto y lo miró, parecía estar deliberando sobre él e InuYasha se echó a reír de buena gana.

—Le gustas —explicó Kagome.

—No es lo que parece —continuaba riendo.

—Le gustas o ya lo tendrías al cuello dejándote un recuerdo a modo de garras —insistió. Él no quiso pensar cómo era que sabía eso.

—Bueno, me alegra que podamos compartir apartamento, gato —la risa se había apaciguado.

—¿Podrías darle de comer? —preguntó, mientras terminaba de entrelazar los mechones de su pelo en una trenza.

—Claro.

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Kagome guiaba el camino, primero desde su apartamento hasta la estación del tren y luego desde ésta por varias calles que comenzaron a recorrer como si pasearan. Al llegar a una tienda que hacía esquina, ella se detuvo a mirar algunas cosas en los escaparates, le llamó la atención que fuese todo ropa de hombre. Pareció meditar durante un instante.

—¿Buscamos algo? —quiso hacerse partícipe de la situación.

Debía de reconocer que estaba siendo un día particular. Desde que lo había invitado a un sitio, y aún no sabía cuál era, Kagome intentaba comportarse de la forma habitual, sin embargo él notaba la tensión bajo las capas de normalidad.

—Se podría decir —mencionó—. InuYasha ¿Usarías algo así? —indicó un traje de pantalón, chaqueta y corbata de color gris azulado. Estaba tan perfectamente planchado que InuYasha se imaginó la sensación de acartonamiento dentro de él.

—¿Quieres que me case contigo? —le preguntó y habría pagado por fotografiar la cara de sorpresa, con una dosis de espanto, que Kagome le puso— Es para lo único que conseguirías verme metido en algo así.

—Mira que puedes ser idiota —le mostró una sonrisa, aunque no era el tipo de sonrisa confiada que le veía de habitual—. Sólo me preguntaba si serías del tipo de persona que estaría cómodo en ropa como esa.

—Cómodo, no —se inclinó un poco hacia ella para que lo escuchase sin tener que alzar la voz—. A mí lo que me gusta es no llevar nada.

La escuchó soltar una risa y esta vez le resultó mucho más parecida a las sonrisas claras que solía oírle.

—Vamos, sigamos —mencionó y le tocó la mano con el dorso de la suya como un indicativo de cercanía, aunque luego cruzó los brazos para seguir adelante, frustrando toda posibilidad de entrelazarlas.

Anduvieron un poco más. El barrio comenzó a pasar de comercial a semi residencial. Tenía el presentimiento de que irían a visitar a alguien y eso le generaba una expectativa interesante.

—¿Me dirás a dónde vamos? —preguntó, intentando mantener el tono alegre— Si no me lo dices, esto empezaría a contar como un secuestro —le advirtió.

—Sería un secuestro si no supieses volver —le aclaró, buscando responder en el mismo tono distendido que usaba él.

Se rió y se puso delante de ella, caminando de espalda.

—La semana que viene te secuestraré yo —la miró con entusiasmo. Iría con ella a su pueblo y aunque ir hasta la tumba de su padre era algo que lo entristecía, se sentía aliviado por esta vez.

—Lo sé —ella se detuvo. Pareció querer acariciarle la mejilla, lo supuso por el movimiento que hizo con su mano, sin embargo miró disimuladamente alrededor y luego sólo sonrió—. Sigamos, queda poco.

Continuaron caminando un poco más e InuYasha quiso ser comprensivo, se lo había prometido a sí mismo. Entonces Kagome se detuvo frente a una tienda de pasteles y observó el expositor.

—Si querías dulces podrías habérmelo dicho —apuntó InuYasha. Ella le sonrió y entró.

Había un hombre con dos niños que estaban siendo atendidos por la mujer que regentaba la pastelería. El olor a dulce y a vainilla llenaba el ambiente. Kagome esperó, mientras que él observaba los productos que se ofrecían, aunque su atención fue atraída por la voz de la mujer que saludó a Kagome con claro afecto.

—Querrás llevar de estos ¿No es así? —preguntó, apuntando a unas roscas individuales de hojaldre con azúcar glaseada por encima.

—Sí, justamente esas —sonrió.

Le preparó lo pedido y le preguntó qué tal estaba. De ese modo se generó una corta conversación que terminó cuando Kagome recibió las roscas y las pagó.

—Tu abuelo se pondrá contento —expuso la mujer.

—Desde luego —respondió, moviendo con suavidad la bolsa de papel con los dulces.

InuYasha estuvo presente en todo momento, en silencio, como un espectador de aquella interacción que para él resultaba nueva.

—Lo siento ¿Querías algo? —la mujer se dirigió a él, justo ante que decidiera moverse para seguir a Kagome.

—Oh, viene conmigo —aclaró por él.

—¿Tu novio? —la mujer pareció emocionarse. Kagome sólo respondió con una sonrisa que podía interpretarse de muchas formas.

—Nos vemos —dijo, a continuación.

—Claro —aceptó la mujer—. Un gusto, muchacho —lo despidió también.

Le sonrió tan enigmáticamente como Kagome.

Al llegar a la siguiente calle se encontraron delante de un cerro en mitad de la urbanización. La vegetación en él resultaba abundante y por lo que InuYasha pudo apreciar, ocupaba una amplia extensión.

—¿Un parque? —preguntó.

—Más o menos —aceptó Kagome, mirando a ambos lados de la calle para cruzar.

Una vez anduvieron unos cincuenta metros, o más, consiguieron ver el primer Torii que demarcaba la zona de ascenso a un templo por el que subían algunas personas. Kagome tomó ese camino, sin agregar nada. Comenzaba a sentirse extraño en medio de este no secuestro silencioso.

—Voy a empezar a pensar que sí te quieres casar conmigo. Creo que el traje tradicional me sentaría mejor —bromeó cuando ella se dispuso a subir.

—Crecí en este templo —dijo, un par de escalones arriba—. Aquí vive mi familia: abuelo, madre y hermano. Hoy tenemos un pequeño festival que organiza mi abuelo.

Comenzaba a comprender la reticencia y la reserva sobre su relación.

—Deberías haberme dicho, quizás te habrías sentido más cómoda viniendo sola —expresó lo que pensaba sin demasiado filtro. Lo que no contaría era el miedo a volverse un secreto.

—Quiero estar contigo, es sólo que… bueno… es complicado de explicar —intentó—. Lo siento, no he pensado en que quizás para ti fuese mucho.

InuYasha la miró a los ojos durante un largo instante en el que Kagome mantuvo su intensidad con dificultad.

—Vamos —comenzó a subir la escalera—. Diremos que nos conocemos de las sesiones por adicción al sexo, todo muy normal, nadie se sorprenderá.

—No pienses en mencionar las sesiones —le advirtió, subiendo junto a él dando algunos pasos apresurados.

—Y ¿Cómo es que nos conocemos? ¿De clase de cocina? —sonrió, intentando no sentir su propio malestar.

—No es mala idea, todos en casa saben que me hace falta aprender a cocinar —parecían intentar distender el ambiente entre los dos.

—Clases de cocina, entonces —continuó subiendo.

El lugar resultaba agradable, a pesar de llevar sólo la mitad de la escalera recorrida. El olor del bosque se hacía más intenso y el aire cambiaba desde la parte urbana hasta ésta.

—Y para ir a la escuela ¿Subías a diario estas escaleras? —InuYasha calculaba cerca de cien peldaños.

Kagome se inclinó un poco hacia él, cuando le quedaban dos peldaños que subir.

—Así conseguí las piernas que tengo —murmuró.

Por su mente pasaron retahíla de imágenes que involucraban esas mismas piernas, vestidas y desnudas; a ambos lados de su propia cadera y enlazadas a él.

—No pongas ideas en mi mente si quieres que pase por alguien de tu curso de cocina —le indicó, siendo incluso soez a la hora de darle un tirón a la entrepierna de su pantalón.

—Entendido —pareció comprender que debía reprimir cierta parte suya. InuYasha no tuvo claro si la tensión que volvió a ella era parte del papel o era por tener que representarlo.

Aun así lo invitó a seguirla.

—Vamos por aquí, quiero mostrarte algo.

Se encaminaron por el lateral izquierdo del sitio al que acababan de acceder. InuYasha alcanzó a distinguir un templo central hacia la zona de la derecha en el que se notaba que había movimiento, además de personas recorriendo el lugar. Escuchó una campanada de fondo y observó un poco más hacia el lugar.

—Luego iremos ahí —explicó Kagome.

—Creo que no estoy vestido adecuadamente, se me ha quedado la corbata para templo en casa —bromeó, aunque con un deje de realidad ya que pudo distinguir que había personas con trajes tradicionales y otras pulcramente vestidas con ropas occidentales.

—Si quieres, tenemos ropas tradicionales para invitados —la oferta que hacía sonaba segura y le pareció curioso imaginar a Kagome con kimono.

Simplemente le sonrió y la siguió.

Pasaron por una zona que delimitaba el espacio de visitantes, sólo por tres peldaños largos y coronados por un farol de piedra a cada lado.

—Esa es mi casa —mencionó ella y fue curioso para él hacer la analogía de sus palabras. Siempre que hablaba del apartamento, que acababan de dejar horas atrás, lo hacía diciendo: el apartamento en que vivo. Sin embargo ahora estaban en su casa, la pertenencia y el arraigo emocional le resultaron más que evidentes.

—Debe ser agradable vivir aquí —expresó, mientras observaba el entorno, la respetuosa separación entre el templo y la zona habitable, el olor del bosque mezclado con el incienso y la calma.

—Sí, excepto cuando hay festivales, aunque sean locales y pequeños —se explicó, observando a las personas que deambulaban por las pequeñas pagodas y el santuario mayor.

Avanzaron hasta estar a pocos pasos de la puerta de casa, en ese momento Kagome abrió, dejó la bolsa que traía a un lado y saludó mientras se descalzaba, avisando su llegada; el silencio interior demostró que no había nadie. Cuando InuYasha terminó de descalzarse sintió que le tomaba la mano y tiró ligeramente hacia sí y hacia la escalera que había un poco más adelante. Subieron en silencio, ella por delante de él, hasta que se encontraron en la segunda planta y frente a una puerta que abrió con total confianza.

—Pasa —lo invitó.

No le fue difícil reconocer el lugar, a pesar de estar viéndolo de día, el color violeta de las paredes le resultó inconfundible, al igual que la lamparilla que le había hecho compañía noches atrás, durante su sesión se sexo virtual.

—Aquí estabas ese día —mencionó su descubrimiento.

—Sí —aceptó y se le acercó lo suficiente como para que sus cuerpos se tocaran— y me estaba acariciando para ti en esa misma cama.

El tono sugerente lo llevó a enlazarla con una mano por la cintura, la que descansó en la curva de la espalda. Desde ahí la atrajo, creando un suave vaivén del cuerpo de ella sobre el suyo. Decidió que iba a besarla y si podía ir un poco más lejos, también lo haría.

¡Kagome!

Se escuchó desde el piso de abajo.

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Continuará

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N/A

Gracias por leer y acompañarme

Besos

Anyara