Capítulo VII
Estrella fugaz
Abres la boca sin creer que ha dicho tu nombre. Es tanta la impresión, que no puedes carburar algo ingenioso en tu mente. Quizá porque esperabas otra clase de diálogo. No una confrontación directa. Intentas analizar su rostro a velocidad luz, pero no es como si pudiese pasar desapercibida, no cuando sus ojos son dos orbes tan atrayentes y enigmáticos.
Ella parpadea, logrando encantarte todavía más.
Tienes que desviar la vista, tratando de no incomodarla, recordando la pregunta que te ha hecho antes de que te quedaras viendo su rostro como idiota. Intentas sacar de tu bolsillo la lata de café, pero como es tu costumbre, olvidas el detalle de que está caliente y la arrojas debido la temperatura.
Eres un idiota.
La lata no sólo rueda por la plataforma, sino que estalla por la presión del golpe.
Alcanzas a ver el líquido caliente salir disparado como fuente y sin pensarlo, la abrazas, ocultando su rostro en tu pecho, rodeando con tus manos su figura. Eres escudo, aunque uno muy malo, porque a pesar de todo tu esfuerzo, su abrigo se mancha por tu torpeza. Te has quemado, pero sientes que es algo leve en comparación del castigo que mereces.
Aun así, tu corazón bombea como loco. Mientras ella, alza su rostro con un tono carmín en sus mejillas que la hace ver más linda. Tan linda como el gesto de molestia e incredulidad tan enfático en ella. No necesita decirte nada, cuando dejas de abrazarla y tomas distancia con rapidez.
Eres…in-cre-í-ble.
Claro que no lo dices en el buen sentido, sino en el peor.
—Lo siento.
—Púdrete—dice molesta, levantándose del asiento.
Ahora sí te quieres morir de la vergüenza, en especial porque has arruinado un momento tan…ni siquiera tienes las palabras para describirlo. Pero no quieres que termine de esa manera. Así que te paras, cogiendo la lata de café que le has dado y que ha preferido dejar, tratando de alcanzarla.
Ella está por entrar a la estación, cuando tu voz se escucha fuerte en el aire.
—¡Espera! —pronuncias, incluso alzando una mano, que en vano no puede tocarla—¡Espera, por favor!
Con esa actitud tan demoledora, imaginabas que no se detendría, pero lo hace, sólo para verte por encima de su hombro esperando por lo que sea que tengas que decir.
—Eeeem….
Quisieras hablar, pero nada parece salir de tu boca.
—Qué tipo más patético—dice con claridad—Justo como te describen los demás, Yoh Asakura.
Eso te ha dejado estupefacto, sin dar crédito a lo que tal vez pensabas era mera coincidencia. Después te pones a pensar que tu nombre no es tan común, porque es parte de un legado familiar. Pero entre tus cavilaciones y tu estupidez, ella se te escapa. Corres a la estación apresurado, el movimiento es mayor, debido a que la nieve comienza a caer con mayor afluencia afuera. Buscas con la mirada como desesperado, mientras en altavoz anuncian la llegada de un tren.
Es angustia lo que corre por tus venas, porque mucha gente se aglomera para tomar la salida. Consigues evitarlos, mientras alcanzas a verla, entrando en los sanitarios. Ruegas para que te escuche, pero antes de caminar, el guardia de seguridad te detiene.
—Disculpa, no puede evitar notar que venías de fuera—dice el hombre, con una sonrisa afable—Las personas ya están saliendo, sólo quiero asegurarme que no haya objetos perdidos después.
Parpadeas confundido, hasta que sientes la ligereza en tu cuerpo, abriendo los ojos con desmesura. Recuerdas que te quitaste la mochila al sentarte en la misma banca que ella, en una acción que casi pasó desapercibida hasta para ti. Apenas tienes tiempo para agradecerle, porque sales disparado como cohete hacia la plataforma. El tren acaba de llegar y hay muchas personas descendiendo, otras más abordando.
Tu mirada trata de localizar la banca donde estabas hace un momento. Para tu fortuna, hallas tus pertenencias en el mismo sitio. No es como si en tu país no respetaran los objetos ajenos, es sólo que a veces las personas las llevan a un módulo especial, donde terminan acumulados en una caja con más artículos sin dueño. Lo que implica: pérdida de tiempo y que aquella chica misteriosa se te escape de nuevo.
Coges tu equipaje y vuelves al interior de la estación tan rápido como puedes, esquivando algunos hombres en el camino. Después de unos minutos, la paz vuelve al centro de operaciones. Te recargas en la pared, justo a un lado de los sanitarios. Un par de personas te ven en forma rara, pero estás tan acostumbrado a ser un bicho raro que no te corta para nada.
Suspiras, mirando tus dedos, tratando de hallar en ellos una respuesta coherente a este momento tan peculiar. Por más que tratas de hacer memoria, no obtienes la respuesta que tanto buscas. Pasan más de diez minutos y en forma extraña, comienzas a desesperarte un poco. ¿Y si se ha ido, mientras ibas a buscar tu mochila? Esperas que no, porque sería frustrante irte sin saber qué ha pasado aquí.
Es más, podrías jurar que no volverías a dormir en un par de días.
Caminas en círculos, tratando de aminorar la tensión en tu cuerpo, hasta que en un giro brusco casi chocas con ella. De no ser porque tienes excelentes reflejos, te detienes a tiempo, sino es seguro que la hubieses tirado al suelo. Porque ella mide como quince centímetros menos que tú.
No te quieres ni imaginar la hecatombe.
Tu primera reacción es de sorpresa, porque sin duda no esperabas que ella apareciera de la nada. Tu segunda respuesta es de pudor, porque observas que sigue molesta y su abrigo continúa con las perceptibles manchas de café, a pesar de que ha tratado de aminorarlas con agua.
No podrías tener un panorama más desfavorable.
Ella enarca una ceja, esperando por algo de tu parte. Su mirada es intensa y profunda. Es un silencioso qué quieres. O tal vez es otro púdrete. Con esta hermosa rubia no estás seguro.
—Olvidaste… tu café allá afuera—mencionas forzado, tendiéndole su bebida.
Vuelve a mirarte con ese gesto serio e incrédulo. Lo sabes, eso ha sonado estúpido, pero es lo primero que procesó tu mente.
—Está frío—responde tajante, sin siquiera tomar la lata.
Igual que el momento lindo que tuvieron antes de esa catástrofe.
Suspira, ya exasperada de esa situación apartándote con brusquedad de su camino.
Pero reaccionas más rápido y la alcanzas de inmediato.
—Espera…—suplicas una vez más, maldiciéndote por tu escaso vocabulario—Hay una cafetería arriba… y…
Tu hermano se reiría de lo lento que eres y lo deplorable que son tus técnicas de conversación. No lo comprendes, no es algo que te pase a menudo estos días, te has transformado en un buen conquistador. Pero después de cinco minutos con ella, parece que se te ha olvidado hasta cómo hablar.
—¿Vas a invitarme un café? —deduce escéptica, ya sin mayor sorpresa.
—¿Puedo invitarte un café?
—No sé—dice ella, cruzándose los brazos—¿Puedes?
Tu mano va directo a tu bolsillo, al menos no la olvidaste la billetera.
—Quiero invitarte un café.
Eso ha sonado mucho mejor.
Te observa por unos instantes, debatiéndose entre aceptar o no. Debiste darle mucha lástima, porque no comprendes cómo acepta la invitación sin decirte que eres un pelmazo y que ya dejes de molestarla. Sin embargo, te regocijas por dentro, no quieres arruinarlo diciendo una idiotez que la irrite.
Sientes que es una gran victoria.
Caminan por las escaleras eléctricas al otro nivel, donde hay algunos pequeños comercios. Hallas el que quieres, casi al fondo. Un local que se mira vacío y bohemio, como ya no se ve en estos días. Pero al sentarte entiendes por qué está sin clientela, si el encargado está dormido en una silla frente a la registradora.
Quieres despertarlo, pero no eres te sientes capaz. Sabes lo que es estar agotado. Tu lugar de trabajo es una plaza comercial, pero el suyo debe ser más pesado al atender a tantas personas que viajan de un lado a otro. No quieres ni imaginar su estrés. Así que tomas la mejor alternativa.
—Ven…. Vamos a la barra—señalas con la cabeza, dirigiéndote al módulo.
Ella te mira extrañada, en especial porque has pasado del otro lado para atenderla.
—Mi especialidad son los capuchinos, aunque no me gustan mucho. Pero aquí tienen bebidas con tapioca también—dices tan formal como puedes, colocándote el delantal—¿Qué puedo ofrecerle, señorita?
Ella sonríe leve, moviendo en forma negativa su cabeza.
—¿Por qué no sólo lo despiertas?
—No sería capaz, se ve que está muy cansado—respondes tranquilo, viéndolo de reojo—Vamos, escoge algo, yo puedo prepararlo.
—¿Y si no?
—Pues… te invitaré a comer lo que tú quieras—propones con simpleza.
Te examina, buscando algún indicio de desconfianza.
—Bien—afirma sin mayor queja, tomando la carta—Además de la tintorería, tendrás que pagarme una comida.
Eso ha sido algo rudo de su parte, pero muy cierto. Explora el menú y te señala una bebida caliente con chocolate y café. Es algo sencillo, así que buscas los aditamentos para cumplir su pedido. Recuerdas que al principio te daba tedio hacer estas cosas, nunca pensaste que un día sería de utilidad.
Volteas a verla sobre tu hombro, mientras la leche se calienta en la máquina, no te extrañas de que revise su móvil. Es una táctica casi habitual en todas las personas, como un reflejo cada vez que necesitan un espacio seguro donde concentrarse.
No quieres criticarla por eso, aquí el raro sigues siendo tú.
Vuelves tu vista a la taza, evitando que llegue al punto máximo. Colocas la segunda ración, mientras añades el concentrado de café con cuidado. Rastreas algo más para decorar su bebida, sabes bien que tienen ese tipo de cosas en estos locales, y encuentras un recipiente metálico para hacer figuras sobre la espuma. Revisas en la caja buscando algo especial entre todas las opciones disponibles.
Hay una cantidad enorme de moldes. Al final, seleccionas una estrella fugaz.
¿Como un deseo de año nuevo? ¿Un deseo compartido?
La idea suena ridícula. Pero te gusta tanto, que terminas colocando el mismo estampado en la tuya. Te encanta ese resultado, sintiendo una dicha que no experimentabas hace tiempo. Volteas feliz, concluyendo tu labor, y le preguntas a tu clienta si quiere algo más, pero ella… ya no está.
Te sientes un poco estúpido, sosteniendo ambas tazas de café, con una emoción que se diluye al paso de los segundos. Ya no te apetece beber nada, pero tampoco eres de la idea desperdiciarlo en el drenaje, así que quizá puedas poner una para llevar en el viaje y la otra… ingerirla ahí, en lo que parte tu tren.
Avanzas a la barra de madera, sentándote en uno de los bancos altos. El encargado sigue en su apacible sueño, mientras a ti, te llueve dentro una extraña melancolía.
No.
En realidad no es extraña, es la misma oscuridad que te ha consumido desde aquel suceso. Bajas la mirada, revolviendo con tu dedo la figura de la estrella fugaz, pensando en lo tonto que eres, porque el único deseo que quieres no lo puedes tener.
¿Por qué te siguen ilusionando estás estupideces?
No te importa la temperatura de la leche, sólo deseas disolver esa clase de anhelos en tu mente.
Ella dijo que eras patético.
Te conoce. Así que no es extraño que se haya marchado así, sin más. La mayoría de las personas piensan eso de ti. Con esa clase de ideas tan retrogradas, no eres alguien tan agradable, sino un patético ser humano sin rumbo.
Sonríes con amargura, cubriendo tu mirada con el cabello, pensando como lo haría tu gemelo.
Es más fácil cogerte a las mujeres, que hablar con ellas.
Es un mantra que se ha tatuado en tu piel.
Aunque en realidad, sabes que Hao nunca fue tan frívolo con ellas como te hacía creer. Sus amigas hablan maravillas de él, cada vez que te las encuentras. Más de una mujer con la que estuviste y que estuvo con él, también, te dice que era un amante complaciente y caballeroso. Un buen conversador, algo en lo que tú fallas con creces.
No eres nada, comparado con él.
Sigues removiendo el café con tu dedo, sin importarte nada más. Harto de esa pesadez en tu pecho, del nudo que se forma en tu garganta pero que no consigue salir, ni siquiera en lágrimas. Es tan frustrante, porque te han dicho que llorar aliviaría tu alma, pero no puedes.
No…. Puedes.
Entonces terminas por salpicar el café por el excesivo movimiento ondulante, ensuciando la superficie de madera con abundancia.
—¿Acaso no hay cucharas? —escuchas su voz tibia.
Estás mudo de la impresión, mientras ella se acomoda frente a ti. Tomando una servilleta del recipiente, limpia el desastre que has hecho. Pena es lo último que sientes, cuando termina y te mira, esperando que le hables, pero no dices nada.
Es algo embarazoso, sólo quieres marcharte.
Te lamentas el hecho de no dejarla ir. Ahora no sabes qué hacer, ha visto un poco de tu lúgubre interior y eso te hace sentir expuesto.
—¿Una estrella fugaz? —cuestiona con un tono más suave.
Debe detectar tu lástima, porque hace un momento no era tan permisible.
—A veces…solíamos…bueno solía ver las estrellas en el cielo—pronuncias taciturno, pasándole un cubierto con una bolsa pequeña de azúcar, evitando mirarla—Dibujé varias en mi techo…
La idea ni siquiera suena con ánimo en tu boca. Tampoco la concluyes, sientes que es algo absurdo, para qué hacerle perder el tiempo escuchándote hablar de una sarta de tonterías.
—¿Quieres que ponga tu café para llevar?
—¿Me estás corriendo? —pregunta divertida.
Quisieras sonreír, pero el gesto que se plasma en tu cara es apenas visible.
—No quiero quitarte tu tiempo—respondes sincero, divisando la pila de vasos de cartón.
No le das brecha para contestarte, porque de inmediato viertes el café en uno de aquellos recipientes, borrando en su totalidad el dibujo que habías seleccionado con esmero para ella. Buscas las tapas de plástico y un aro de cartón para evitar que la temperatura queme sus dedos. Parece algo que harías por cualquier cliente, pero al volver tu mirada para entregarle su bebida, notas que ella es todo, menos una simple extraña.
—Él solía decir que mirabas las estrellas.
—¿Quién?
—Hao.
Pasas un trago amargo de saliva, entendiendo que debe ser una más de las amigas de Hao. Claro, cómo no lo anticipaste. No era la gran ciencia.
—Mirar el cielo es tranquilizante—contestas simple.
Pero suena más como un punto final que como una frase para continuar un diálogo. De verdad es difícil reconocerte en este tipo tan gris y nefasto. Necesitas algo para tranquilizarte, tal vez un cigarro o un paseo en las vías. No sabes, lo que sea te vendría bien para sacarte esa estaca clavada en el pecho.
—Yoh…—pronuncia firme, llamando tu atención de toda esa maraña mental—Sólo tomé una llamada.
Te sientes profundamente avergonzado de que ella intente darte razón de su ausencia.
—No necesitas explicarme nada, está bien—reiteras rápido, tratando de sonreír—Lamento lo de tu abrigo, mándame el recibo de la tintorería.
Agarras un plumón y anotas tu celular en el vaso de café.
—No suelo ver los mensajes a tiempo, pero si me mandas tu número de cuenta, te haré un depósito y…
Eres preso de sus delicados ojos color miel, destilando una honda preocupación, como si pudiera leer toda la mierda que tienes en la cabeza.
—Basta—dice suave, bajando tu mano—Querías conversar conmigo, ¿no?
—Sólo tenía duda de dónde nos… me conocías—confiesas, ya sin ánimo de ocultarlo—Pero olvidé que Hao también tiene…tenía muchas amistades, soy un poco torpe, lo siento.
Una pequeña sonrisa se plasma en su rostro y niega con la cabeza.
—No soy amiga de Hao—responde ella—¿De verdad no me recuerdas?
Quisieras contestar con duda, pero has explorado tanto en tu cerebro, que sigues llegando a la misma conclusión.
—No.
No hallas surcos de decepción, sólo sientes la calidez de su mano sobre la tuya, envolviéndote de inmediato en una atmósfera de paz que no comprendes.
—Nos conocimos hace varios años—dice ella, mirándote con intensidad—Tú tenías trece y yo tenía nueve años.
Sigues sin poder creer lo que dice, pero la pequeña sonrisa nostálgica que aparece en ella es símbolo de autenticidad.
—Tal vez no me recuerdas, porque ese día llegaste tarde a la ceremonia y también porque empezaste a tomar a escondidas las botellas de alcohol de la fiesta.
¿Alcohol? ¿Ceremonia? Tratas de hallar algún hilo conductor, hasta que contemplas su rostro con mayor detenimiento, reconociendo algunos rasgos.
—Asanoha…— pronuncias en un murmullo, apartando un mechón de su cara—Eras la niña de las flores.
Tus dedos pasan rozando su piel, apenas sintiendo la suavidad de su faz. Ella cierra los ojos por instinto, permitiendo que lleves aquel cabello detrás de su oreja.
—¿Es todo lo que recuerdas?
Asientes, recibiendo otra vez esa mirada risueña que se jacta de tener el control.
Es sorprendente, pero ya no te sientes incómodo.
—¿Tú qué La recuerdas de mí? —preguntas curioso.
—Vomitaste en el excusado del baño de mujeres.
Abres la boca, pero la cierras de inmediato, no hay excusa para lo que hiciste. Aunque tampoco tenías el control de tu cuerpo.
—Arruinaste el pastel de bodas cuando le echaste salsa de soya encima—sigue, sin siquiera importarle el asombroso sonrojo que se apodera de ti—Diste el discurso de bodas más… desgarrador que haya visto jamás.
Llevas la palma de tu mano a la cara, no recuerdas con claridad ese relato. En realidad tienes pocas memorias de la boda de Mikihisa. Pero si en palabras de ella fuiste un grano en el trasero, no es anormal que tu padre te haya visto más como enemigo que como hijo después de todo ese suceso. Tardó un tiempo en volverte a hablar, tú tampoco le perdonaste tan fácil el puñetazo que te dio para callarte frente a todos.
Aunque viéndolo desde otro punto de vista, tampoco te comportaste del modo correcto y arruinaste un bello día para otros, que ni siquiera sabían de tus problemas emocionales con tu padre.
Debiste haber causado la peor deuda las impresiones con la familia de su novia. No quieres culparte, pero es inevitable no aceptar que ese espectáculo trajo malos momentos no sólo para ti, sino a tu padre, que debió lidiar con el resentimiento de ese poderoso clan.
Jamás le preguntaste a Hao sobre esa otra familia.
Nunca te interesó, hasta ahora.
—Ahora entiendo cuando dices que soy patético. Con esa imagen, seguro a nadie de ahí le agrado mucho.
Quiso contestar con una negativa, pero era obvio que la respuesta sólo podía ser afirmativa.
—¿Es tarde para pedir perdón?
—Bueno, si quieres mi consejo, yo no pediría perdón por algo que pasó hace tiempo y que no resultó. Tampoco es como si todos se hubiesen comportado en la forma que deberían.
Suspiras, trayendo a colación esos problemas en tu mente. Recordando que incluso después, fuiste una carta de uso en medio del juicio entre ellos. Un peón para lograr otros objetivos.
—Lo sé, pero…. supongo que por mi culpa, todos le dieron la espalda a Mikihisa.
—No tienes la culpa de los errores de tu padre, sólo de los tuyos.
—Creo que con eso es suficiente—pronuncias nervioso—Mi hermana estará traumada cada vez que vea la cinta de la boda de sus padres.
—No creo que llegue a ver ese video nunca, porque la mía ya lo quemó.
Sonríes con mayor soltura por aquel comentario. Notando el asombroso parecido entre ambas, sólo que Asanoha tiene los ojos de un tono diferente, más parecido a los de Seyram. Los de ella, en cambio, son dulces como la miel, pero determinantes. Tiene una seguridad abrasadora que es difícil dejar de admirarla.
—Entonces, ¿tú eres la tía de mi hermana?—tratas de adivinar—¿O eres su prima?
—Asanoha es mi hermana, por lo que eso me hace la tía de Seyram.
¡Vaya! El mundo sí que es pequeño. Ella separa su mano de la tuya, lo que te hace sentirte raro, porque añoras su calor.
Eres algo ridículo.
Tomas de tu vaso de café, mientras ella busca en su bolso. Pensabas que sería algo especial, pero ha sacado su móvil. Sigues bebiendo, ignorando el sentimiento de decepción al verla centrada en el aparato, cuando de la nada, te entrega el teléfono para que lo sostengas.
Tu gesto se endulza al ver la imagen de Seyram en pantalla, rodeada de regalos.
—Puedes ponerle: Play.
Estás algo confundido, hasta que tienes en cuenta que es un video.
Sí que eres torpe.
Reproduces la grabación, sintiéndote conmovido al ver a tu hermana abrazando sus obsequios de navidad. No es tan efusiva como antes, cuando peleaba con Redseb por abrir el mismo regalo. Ni tampoco tan mimosa, como cuando Hao grababa ese momento y quería salir en cámara para mandarte saludos.
Tu felicidad se diluye con los recuerdos pasados. Dos de los picos de tu estrella se han ido para siempre. A uno no lo puedes ver y el otro naufraga en el dolor de su pérdida, ignorando que el tuyo también es inconmensurable.
El video termina con la casi inexistente sonrisa de Seyram. Quisieras tanto abrazarla, pero sabes que eso no será posible en un largo tiempo.
—Gracias—pronuncias en un susurro, devolviéndole su móvil—Me alegra saber que mi hermanita está bien.
Admiras en ella otra vez ese gesto de suavidad hacia ti.
No te gusta que sientan eso, pero en ella… ni siquiera te disgusta, sólo deseas más de lo poco que pueda darte.
Su mano vuelve a tomar la tuya sobre la mesa, mientras su pulgar te acaricia sutil, enviándote una clara señal de consuelo.
—Ella te extraña mucho.
—También yo—contestas bajando la mirada—Pero supongo que… es mejor que esté lejos de mí. Yo soy un desastre en este momento.
—Todos, en realidad.
Pero más tú.
—Siento lo de Hao…. y lo de Redseb.
—Sí…
Tal vez es porque comparten penas, porque la conexión que tienes con ella es inmediata, lo has sentido así desde el primer instante en que tus ojos se cruzaron con los suyos.
Ambos callan, escuchando de fondo la música de las luces navideñas, bebiendo el café ya frío, mientras sus pulgares acarician en forma mutua sus manos. Es un gesto lindo y encantador. Justo como ella lo es. No quieres decir más, temiendo que cualquier mala intervención de tu parte la alejará de ti.
Pasan los minutos en silencio, es el momento más apacible que has tenido en meses y llena tus pulmones de un aire cálido que no sabías que necesitabas.
—Haré otra llamada—anuncia, levantándose de nuevo.
Es raro cómo anhelas su calor de vuelta.
—Sí, está bien—aceptas resignado—Adelante, yo…. limpiaré aquí.
Observas que sale del local, así que llevas las tazas a la cocina. Hay demasiados platos sucios en el lava trastes. Si fueras otra persona, lo dejarías todo tirado, pero eres Yoh Asakura, así que arremangas la chamarra y comienzas tu labor de limpieza.
El agua está helada, pero es lógico, afuera hace bastante frío. Sin embargo, tus manos no resienten la temperatura.
Sonríes por la ridícula idea que pasa por tu cabeza, al dar una razón.
Estás tan concentrado con la luminiscencia de tus pensamientos, que apenas te percatas que el encargado está despierto.
—Veo que eres un buen chico—dice él, sacándote de tus cavilaciones.
—¡Oh! Lo siento, yo sólo….
El hombre te sonríe, deteniendo la explicación.
—No te preocupes, yo terminaré de hacer esto—agrega con una melodiosa risa—Encontrar a jóvenes como tú hoy en día, es algo difícil. Gracias por ser un buen hombre.
No sabes por qué, algo en esas palabras te conmueve. Es sólo un extraño, pero parece que necesitabas tanto oír algo así. Te extiende la mano, pidiéndote el delantal. Se lo entregas, mientras él usurpa tu lugar en el fregadero.
—Por cierto, los cafés van por cuenta de la casa—añade alzando su pulgar hacia arriba— La chica es preciosa.
Llevas una mano detrás de la cabeza, sonrojándote por el comentario, pero es innegable que ella posee una belleza y un encanto que deja mudo a cualquiera. A ti en especial. Le agradeces el detalle de las bebidas y corres de regreso a la barra. Observas a la hermosa rubia sentada en una de las mesas, con el teléfono enfrente, conversando con otra persona.
Debe estar en una videollamada o algo similar, así que no quieres interrumpir. Pero es ella misma, quien al verte de regreso, te hace una señal de que te sientes a su lado. Sigues un poco apenado, además que no comprendes el motivo por el que quiera que aparezcas en su conversación.
Tal vez es para que eximas tus culpas con su familia por la penosa escena de la boda. Luego recuerdas que eso es estúpido, porque ni siquiera ella creía que fuera necesario.
Te sientas a su lado, a una distancia prudente en el sillón, lejos del foco de la cámara. Ella sigue atenta a la pantalla, cuando te toma del brazo.
—¿Recuerdas que Santa te debía un regalo? —habla con una bella sonrisa en su rostro, que te idiotiza—Ese viejo gordo y decrépito no olvidó tu deseo, solo no sabía dónde estaba. Yo lo encontré para ti.
Entonces te toma firme del brazo, jalándote hacia ella. El movimiento te saca de equilibrio, hasta que ves a Seyram del otro lado de la pantalla. Tus labios tiemblan, conmovido por la acción y por verla sostener una mano al aire, buscando tu toque.
—Sey….
—No puede hablar—susurra en tu oído—Pero puede escuchar muy bien.
Claro. Recuerdas que está negada a conversar. Así que tomas aire y comienzas una de esas conversaciones, estilo monologo. Hay tanto que platicar, que cinco minutos se pasan como agua, pero alcanzas a decirle lo más importante: que tu amor por ella sigue tan vivo, como el primer día que la cargaste entre tus brazos.
Manda decenas de besos con la mano. No quiere separarse de la cámara y por primera vez, sientes que la tecnología no es del todo mala. Te apartas con esfuerzo, viendo a otra mujer en el lugar de tu hermana. Comprendes que es todo lo que recibirás y no podrías estar más agradecido por esta oportunidad.
Ella toma tu lugar al frente de la cámara, mientras te levantas hacia la barra para dejar una propina en el frasco correspondiente.
—Anna, ya debo colgar, tu hermana dice que ya tardamos mucho en el baño.
—Está bien, Teruko, gracias por auxiliarme con la llamada—contesta ella.
Escuchas que corta la comunicación. Aun así, no quieres voltear a verla, en el eco de tu mente sigue repitiéndose su nombre, como si fuera la palabra más dulce que han escuchado tus oídos en un largo tiempo.
—Debo irme, mi tren está por llegar.
—Claro.
Esta vez, no hay opción. Ni otro café que retrase su partida. Asientes, tomando tu vaso, mientras ella recoge el suyo.
Es otra caminata silenciosa, pero agradable. En altavoz suena el anuncio del arribo. Has ido a la estación tantas veces que el sentimiento de despedida ya no forma parte de ti, pero en esta particular salida, sientes tristeza por decirle adiós.
Sus ojos voltean en tu dirección cada tanto. Tal vez para asegurarse que sigues con ella.
Cruzan el puente que vincula ambas vialidades. Aomori, alcanzas a leer en las letras ambulantes. El tren está en la parada, mientras varias personas ya abordan con una cantidad enorme de equipaje. Es bastante tarde, lo que te hace preguntarte porque nadie de su familia está ahí, despidiéndola. Más porque es el último día del año.
Ella se detiene y gira para verte.
Estás seguro que no olvidarás en mucho tiempo ese precioso color de ojos.
No dice nada, ni tú dices algo. Son sus manos las que se reencuentran con familiaridad y se toman con una sutileza extrema, como si hacerlo con demasiada presión fuera a quebrar algo entre ustedes.
Tú le sonríes, con mayor confianza que antes, y ella te devuelve el gesto a su modo. Pero es su mirada la que proyecta todo lo que no quiere reflejar más allá.
—Gracias por cumplir mi deseo.
—Como estrella fugaz—dice ella, inclinando su vaso hacia ti—Después de todo, no preparas tan mal el café.
Tu sonrisa crece, sintiendo una ventisca pasar, revolviendo sus cabellos rubios. Las campanillas suenan encima de ustedes. Entonces, alzan la vista notando el muérdago bajo el que están parados.
No es una tradición a la que le prestes mucha atención. Sin embargo, algo dentro de ti te clama por actuar. La justificación ya la tienes y Anna te mira con ese tenue sonrojo en sus mejillas que la hacer ver adorable. Das el paso que te distancia de ella. Sus ojos se cierran instintivos ante tu rostro que se inclina hasta tocar el suyo.
No sabes mucho de ella, sólo lo muy elemental, pero te ha quedado claro desde el principio que no es una chica más.
Tus labios bajan, rozando su nariz, hasta que encuentras el lugar preciso y la besas, besas su mejilla.
Ella sonríe en respuesta, soltando un pequeño suspiro que alcanzas a respirar.
—Justo como él te describió—susurra apenas audible—Un chico de la vieja escuela.
Comienzas a reír, recargando tu frente con la suya, mientras el hombre anuncia que el tren está por partir.
—¿Te volveré a ver?
Ella se separa, pensativa, dudosa.
—No vivo en Tokio.
Todos ya están a bordo, en la plataforma sólo quedas tú y ella, hasta que nota que el operador está cerrando todas las puertas. Entonces te mira por última vez y camina hasta la última entrada, dispuesta para abordar.
Pero antes de que dejes de verla, la llamas de nuevo.
—Anna… quiero conocerte.
Permanece callada, sin saber qué decirte. El encargado carraspea llamando la atención de ambos, en particular de ella, que es quien abordará. Su mirada esta vez es implacable, tanto que temes por el hombre que se atrevió a dirigirle la palabra de ese modo.
Suspira, dándote un semblante más apacible, pero poco entusiasta.
—No sé si eso funcione, estaré muy ocupada. Además…
—Lo sé, puedo imaginarlo—contestas tranquilo— Es sólo que… en verdad me encantaría tenerte en mi vida.
Notas su duda, hasta que al final sonríe con resignación.
—Lo pensaré.
No es la afirmativa que buscabas, pero tampoco es una negativa tajante.
—Adiós, Yoh Asakura—pronuncia despidiéndose con un elegante movimiento de mano—Sigue mirando las estrellas, no dejes de buscar tu estrella fugaz.
Sonríes al verla desaparecer en el vagón. Segundos después, el tren se pone en marcha. Todo ha sido tan repentino, pero Anna tiene una magia especial que te pone de vuelta en órbita.
—Creo que… ya encontré mi estrella fugaz.
Continuará…
N/A: ¡Buenas noches! Me tardé una eternidad con este capítulo, tenía mi cabeza toda desorganizada que fue un caos. Tenía rato que no me pasaba algo así. Incluso repetí dos o tres veces el final hasta que uno me convenció. ¡Pero al fin! Siete capítulos después aquí están Anna e Yoh juntos… Juntos, para volverse a separar. Ya saben cómo es, el amor y los reencuentros. Espero que con eso vengan más sonrisas y alegría, que ya ha pasado lo peor. No más lágrimas, de momento, aunque aquí también tuvo su momento triste.
Gracias por todos sus comentarios, me agrada saber que les gusta el rumbo de la historia. No les prometo actualizar más seguido, éste capítulo en particular fue por una encuesta que ganó en mi perfil de Twitter, pero traeré más contenido pronto. No desesperen, que seguimos trabajando en eso. Y no me queda más que agradecerles su paciencia y constante apoyo.
Agradecimientos especiales: Lannuso, Anneyk, Tuinevitableanto, Hunken, Guest, Ag1292, Guest, Lili, Rzie, Allie Mcclure, Hikari H, Guest.
¡Gracias a todos por leer!
¡Nos leemos pronto!
