IZON SHŌ
Capítulo XXXVII
Trigésimo séptima sesión
.
"Desear algo, no es lo mismo que conseguir la voluntad para que suceda."
.
.
¡Kagome!
Se tensó cuando escuchó su nombre, era su hermano quién la llamaba, así que concluyó que su madre la habría visto llegar, y no sola.
—¡Dile que voy enseguida! —la puerta de la habitación estaba abierta, así que Souta la escucharía sin problema.
Bien.
Percibió una respuesta dada con menos entusiasmo que aquel primer enunciado.
Las manos de InuYasha seguían alrededor de ella de esa forma intimista que solía usar. La mantenía pegada al cuerpo como si pudiese hacerla parte de sí y Kagome sólo podía pensar en lo bien que se sentía y en que debía apartarlo para salir de la casa.
—Tenemos que ir —mencionó, con la mirada puesta en los labios que habían estado a punto de besarla.
—Me has traído aquí sólo para tentarme —murmuró y ella continuaba prisionera del modo en que se movía su boca.
Hubo un breve silencio durante el que InuYasha se humedeció los labios con brutal lentitud y elegancia. Kagome seguía cautiva del gesto de su boca y de la presión de sus dedos sobre su cuerpo.
—¿Ves algo que te gusta? —preguntó él.
En ese momento lo miró a los ojos y aquello fue incluso peor. Suspiró e InuYasha sonrió abiertamente, dejando escapar el sonido de su risa con un eco claro en la casa solitaria y silenciosa.
—Vamos al santuario —pidió Kagome, sin llegar a moverse.
InuYasha la sostuvo con mayor firmeza para que no perdiera el equilibrio ante el paso que él dio en dirección a la puerta, guiándola de espalda y sintiendo la forma suave en que se dejaba llevar. Kagome llegó a pensar en lo cómodo que resultaba confiar en él.
—Vamos —aceptó, antes de tomar sus labios en un beso que fue un único movimiento de atrapar, saborear y soltar; manteniendo el ritmo justo para que ella deseara más sin llegar a obtenerlo.
La giró por los hombros y desde ahí la empujó con suavidad hacia la escalera.
—Nos iremos pronto —la escuchó decir y sonrió tras ella.
La situación era extraña, esta era su casa, el lugar en que había crecido y obviamente la habitación que dejaban atrás seguía siendo la de una adolescente, lo que le entregaba una imagen dulce de una Kagome entre libros de estudio.
Bajaron la escalera en total silencio, uno por delante de otro, escuchando sólo los pasos que daban y que conseguían hacer resonar la madera de los escalones. Al llegar a la primera planta Kagome extendió una mano hacia atrás, esperando a que InuYasha comprendiese que quería tomar la suya. Para ella era un particular acto de inseguridad, estaba buscando en él algo que le diera aplomo, era completamente consciente de la locura que implicaba el traerlo hasta aquí y esperar pasar por compañeros de algo; sin embargo lo necesitaba cerca. El calor de la mano que la sostuvo fue casi un placebo para su corazón inquieto, en cuánto cruzaran la puerta que tenían delante hacia el exterior, la burbuja que los contenía quedaría expuesta y probablemente se rompería.
—Kagome —lo escuchó decir y miró de medio lado hacia atrás. Sus ojos conectaron con la mirada honesta de él y supo que iba a besarla.
Aún la sostenía por la mano que le había tomado y posicionó la otra en su cadera, para asegurarla antes de inclinarse por ese beso que ella necesitaba. En ese momento la manija de la puerta sonó y Kagome reconoció el sonido de la apertura de los muchos años que había vivido aquí. Soltó a InuYasha tan rápido que él no entendió lo que pasaba hasta que vio a una mujer en el umbral de la puerta.
—Kagome ¿Aún no estás vestida? —la mujer se silenció de inmediato, fijando la mirada en InuYasha— Oh, lo siento, he entrado como un oni en busca de mi hija —ahora sonrió.
—Mamá, éste es InuYasha —lo indicó con un gesto de la mano abierta.
—Me alegra conocerla —él se inclinó para entregarle un saludo reverencial.
—Encantada, InuYasha —le respondió el saludo, aún con la sonrisa. Todo muy cortés.
—¿Querías que me cambiara? —Kagome interrumpió de forma abrupta, casi impertinente. Su madre la miró con sorpresa.
—Sí, el abuelo quiere que lo acompañes para entregar las bendiciones —explicó, luego de sobreponerse.
—Muy bien, estoy en un momento —respondió diligente, incluso demasiado ansiosa por hacer lo que su madre decía.
InuYasha observó la situación durante un instante y se mantuvo en silencio a la espera. Kagome subió unos cuántos peldaños de la escalera, dejándolo con su madre como si él tuviese que hacer o decir algo; lo abandonaba a su suerte. Por fortuna pareció reaccionar y los miró hacia atrás, él conocía esa expresión, las ideas bailaban en el castaño de sus ojos.
—Tú querías ropa tradicional —declaró, dando a entender que aquello que habían hablado casi en broma era un hecho.
—Eh ¿Sí? —InuYasha dudo, preguntándose por cuántos años de autonomía y adultez estaba restando a su experiencia al sentirse cohibido por la chica de su interés y la madre de ésta.
—Sí, ven, te llevo al sitio en que está —Kagome descendió los peldaños que había avanzado hasta su habitación y tomó a InuYasha por la muñeca para tirar de él hacia el interior de la casa.
—Kagome, quizás tu… —la madre habló, dejando de manifiesto, por su pausa, que no sabía en calidad de qué estaba InuYasha aquí.
—InuYasha —habló ella en respuesta.
—¿Tu InuYasha?
—Compañero —corrigió ésta—, compañero de cocina —estaba liando todo cada vez más. Respiró hondo.
—Bueno, quiero decir que quizás InuYasha no quiera cambiarse —la madre buscaba ser cortés, en medio de una situación extrañamente caótica.
—No se preocupe —intervino InuYasha, creyendo que ayudaría a Kagome que ahora mismo lo sostenía con tanta fuerza que amenazaba con dejar su mano sin irrigación—. Sí que quiero vivir la experiencia completa, más aún si Kagome también se cambiará.
No se sentía cómodo mintiendo, así que no lo hizo, simplemente se quedó con la parte de la verdad que podía usar. La mujer asintió, con la misma cortesía neutra que había mostrado hasta ahora y de la que él no conseguía leer nada. Quizás le parecía el simpático compañero de cocina de su hija o tal vez un extraño personaje que esperaba saliera pronto de su casa; ambas eran plausibles.
—Ven —insistió Kagome, llevándolo por el pasillo que había junto a la escalera.
—Te espero en el shamusho con el abuelo —la madre se despidió, al parecer en calma.
InuYasha se dejó guiar por una Kagome que suspiró tres veces antes de darle paso a un armario que estaba justo a un lado de la cocina.
—Bien —dijo ella, una vez deslizó una de las puertas del mueble—. Tenemos azul oscuro —tocó una de las indumentarias colgadas—, tenemos este gris —tomó uno en cada mano— ¿Cuál te pondrías?
La pregunta la formuló mirándolo a los ojos de una forma inexpresiva que era el claro resultado de lo que acababa de pasar.
—Podría ponerme el azul, si quisiera llevarlo a media pierna —le indicó el largo del pantalón—. Así que creo que escojo entre el gris o el gris.
Kagome observó el largo del pantalón azul y era obvio que estaba hecho para alguien más bajo que InuYasha, quizás Souta o su abuelo. Chasqueó la lengua, el gris le parecía insípido y triste. Meditó durante un momento y de pronto recordó algo.
—¡Ya lo tengo! —dijo con tal entusiasmo que InuYasha se sintió descolocado después de su reciente desanimo. La vio colgar ambos trajes en el armario y cerrar.
—¿Qué tienes? —preguntó con una sonrisa, queriendo bromear un poco con ella; le gustaba verla alegre, sin embargo estaba pasando por tantas emociones este día que se cuestionó en si era buena idea agregar también una risa inquieta.
—Ven conmigo —esta vez le enlazó los dedos de la mano en un gesto mucho más afectivo que su anterior tironeo de él.
Se acercaron a las escaleras y subieron a la segunda planta. Kagome abrió un armario que había en el descansillo entre su habitación y otra puerta.
—Aquí está —mencionó, sacando algo rojo que permanecía doblado en una de las estanterías del armario—. Este traje te quedará bien.
—¿Rojo? —no era la primera vez que llevaba algo rojo, sin embargo le pareció extraño verlo como un traje tradicional.
—Sí, es un estilo perteneciente al periodo Heian —comenzó a explicar, mientras caminaba hacia su habitación— y eso lo hace bastante especial —comenzó a extenderlo sobre la cama y lo invitó a mirar el kosode con un cruce diferente al tradicional que se usaba habitualmente y el hakama terminaba con un frunce que conseguía que el pantalón cerrara creando un efecto inflado—. Te quedará perfecto.
Esa última frase la pronunció casi con embeleso. InuYasha la miró, mientras ella aún observaba el traje y pensó en que enamorarse era perjudicial para su criterio y su apariencia.
—¿Te gusta? —la pregunta le llegó acompañada de una sonrisa vivaz que él no estaba en condiciones de menospreciar.
—Claro —el traje le daba igual, era la sonrisa la que lo cautivaba.
—Bien, póntelo, yo me cambiaré también —se apresuró, esta vez al armario que tenía en la propia habitación—. No quiero que mi madre vuelva a por nosotros.
Volvió a mirar el traje sobre la cama y comprobó que lo único bonito que tenía era la sonrisa de Kagome.
Se vistió concienzudamente, estirando cada prenda y atando cada lazo, incluso el cordón que debía llevar por encima de toda la vestimenta. Kagome había desaparecido por la puerta hacía unos minutos, casi los mismos que él llevaba poniéndose el atuendo. Para cuando apareció nuevamente, él ya estaba atando el lazo de la cintura y que mantendría el pantalón en su sitio.
—Me encanta como te queda —dijo, desde la puerta, mirándolo apreciativamente. InuYasha sonrió e hizo su propia valoración sobre lo que ella llevaba. Hakama rojo y hitoe blanco, con un cordón rojo descansando sobre el pecho.
—¿Sacerdotisa? —preguntó. El atuendo le era familiar de las idas al templo con su madre.
—Sí, mi abuelo pretende que así sea —ella sonrió mientras se le acercaba— ¿Llevas el collar? —preguntó, palpándole el pecho por encima de la ropa.
—Sí —él buscó las perlas y le mostró una parte por la abertura del hitoe.
—No lo dejes dentro, quedará muy bien por sobre el traje —el modo en que miraba el collar, mientras lo iba descubriendo de entre las ropas que llevaba, la hacía parecer una niña inmaculada a punto de dar su primer beso y aquello lo llenó de ternura y expectativa.
Puso ambas manos sobre la curva de su cadera, le gustaba sentir esa parte de su cuerpo y el modo en que Kagome se preparaba para él sólo con eso. Era extraña la aventura de la seducción, conseguía encontrar resquicios apasionantes en las cuestiones más cotidianas.
—Ya está —declaró, una vez consiguió que el collar descansara a la vista, sin embargo no se animó a alzar la mirada, pues sabía que se iba a encontrar con un par de ojos dorados que la atraparían antes de alcanzar a poner una objeción— ¡Estás descalzo! —exclamó como si hubiese descubierto agua en el desierto.
—Sí —aceptó, meciendo la cadera de ella adelante y atrás, indistintamente, de un lado y otro.
—No puedes ir descalzo —en ese momento lo miró a los ojos y enseguida supo que había sido un error.
La sonrisa de InuYasha era dulce, sin ser casta; peligrosa, sin ser maquiavélica.
Mierda.
Recibió el beso que ya no podía rehuir más, tanto por cercanía como por deseo. Sintió los labios de él rozando con sutileza los propios y desfalleció en un suspiro entregado al sentir que la lengua acariciaba el interior de su boca. No era fácil mantener la mente despejada cuando él, con todo el cuerpo, le decía que la deseaba.
¡Kagome! —mierda, otra vez Souta.
Esta vez escuchó como su hermano subía la escalera corriendo.
—Kagome, el abuelo está impaciente —fue lo primero que dijo el chico al entrar en la habitación.
—Voy por unas sandalias —dijo ella, ignorando lo que su hermano decía.
Ambos la vieron salir de la habitación y la siguieron con la mirada todo lo que les fue posible. Entonces Souta miró a InuYasha.
—Te queda bien —le dijo, refiriéndose al atuendo.
—Gracias —la situación era particular.
—Soy Souta —se presentó.
—InuYasha.
Se miraron, se avaluaron, no dijeron más.
Al paso de cinco minutos ya iban los tres caminando en silencio hacia la zona del templo. Souta se adelantó hacia el sitio de las purificaciones, para estar disponible y ayudar con indicaciones a los visitantes. Kagome conocía el sistema y el lugar que cada uno ocupaba. No solía tener prisa para ayudar, puesto que no quería que su abuelo siguiera considerándola para asistir el templo en su reemplazo, ella pensaba que el más indicado para ello era Souta, que disfrutaba con estos días especiales.
—Ahí está Kagome —escuchó la voz de su madre desde el shamusho.
—Ya estoy aquí, abuelo —se presentó ante el anciano que le hizo un gesto con la cabeza, sin desatender su labor de presentar a los asistentes los diferentes consultas, así como dar respuesta a sus preguntas sobre los amuletos o plegarias que ahí se ofrecían.
InuYasha observó el modo en que Kagome tomaba lugar y recibía ciertas indicaciones de su madre. Se quedó de pie junto al sitio y recibió una sonrisa por parte de la señora Higurashi cuando salió de ahí, pareciendo aún demasiado cortés. A cierta distancia pudo ver al hermano de ella que asentía con amabilidad a una pareja de mediana edad. Metió las manos dentro de las mangas del kosode que vestía y se dio un momento para observar el movimiento alrededor y el verde de los árboles que bordeaban todo. Uno de ellos llamó su atención, parecía más alto que los demás. Recordó un árbol sagrado que había en el santuario que solía visitar su madre y al que él la acompañó en más de una oportunidad. Miró nuevamente a Kagome y comprobó que estaba distraída con un par de jóvenes que le consultaban sobre los amuletos.
Suspiró, probablemente tendría que dar unas cuántas vueltas antes que ella estuviese libre. Se giró y decidió caminar por el templo. Sintió que lo tomaban por el brazo y miró de medio lado, encontrándose con los ojos de Kagome.
—Ven —ella sonreía. El gesto estaba lejos de ser uno amplio y despreocupado, sin embargo le bastaba.
Se dejó guiar hasta el espacio del shamusho, llegando junto al anciano que permanecía ahí vestido con su atuendo de sacerdote.
—Abuelo, te presento a InuYasha —la voz de Kagome era dubitativa, parecía no querer darle a la presentación una etiqueta.
InuYasha tenía claro que no quería pasar por un conocido más.
—Muchacho —fue la primera respuesta que recibió— ¿Estás saliendo con mi nieta? —la segunda parte del saludo, aunque no se detuvo ahí— Ya era hora de que trajera a alguien para que Akitoki deje sus esperanzas a un lado.
—Abuelo —Kagome pareció incómoda.
—¿Qué? No digo ninguna mentira —el anciano parecía completamente libre de juicios ajenos. Hasta aquí era la primera estructura que no parecía rígida en la familia de Kagome.
—Bueno, sólo quería que conocieras a InuYasha y ya está hecho —concluyó ella.
Sin embargo el anciano no estaba de acuerdo.
—¿Y? —insistió, mientras lo miraba fijamente con sus ojos en dos rendijas que lo evaluaban. Esta no era una simple pregunta y él no daría una simple respuesta.
—Su nieta y yo aún estamos definiendo lo que somos, sin embargo espero volver.
El anciano lo observó un momento más, prácticamente ignorando que había personas que esperaban a ser atendidas.
—Te queda bien ese traje —mencionó el hombre, antes de seguir con su labor de asistencia.
.
Continuará
.
N/A
Un poco más de cómo la vida cotidiana, y la familia, se va haciendo parte de la relación de ellos.
Quise dejar un guiño a la vestimenta original de InuYasha, porque me encanta y ellos se merecen todo.
Un beso y gracias por leer y comentar.
Anyara
