IZON SHŌ

Capítulo XXXVIII

Trigésimo octava sesión

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El corto intercambio de palabras con el abuelo de Kagome le había servido para saber que tenía posibilidades de ser bien recibido por el patriarca del grupo familiar y, también, le había mostrado que Kagome no sabía cómo sentirse con eso. Luego de aquel saludo ella le había pedido que diera un paseo por el templo, en tanto ayudaba a su abuelo, eso con la promesa de pronto reunirse con él. En ese momento tuvo claro que su acción había sido arriesgada, sin embargo sabía que no podía continuar manteniéndose alrededor de Kagome en todo, sin dar nunca un paso más.

El espacio le resultó cómodo, había bastante gente sin llegar a ser intransitable. Se acercó al temizuya para purificarse las manos y la boca, tal como pedía el sintoísmo. El sitio estaba preparado con una fuente de agua que circulaba por un estrecho lavadero de piedra cubierto por un tejado. En el borde de la fuente descansaban varios cucharones de bambú en los que podías tomar agua y proceder a la purificación. No era su fe, de hecho no procesaba una, aun así consideró buena idea hacer el ritual por respeto. Se acercó a la fuente y tuvo que pensarse durante un momento con qué mano debía comenzar, Souta estaba a disposición de los asistentes y se acercó.

—Izquierda —le dijo. No pudo evitar pensar en que no le caía bien al chico, probablemente por las claras sospechas que tenía sobre él y su hermana.

—Gracias —intentó ser amable.

Luego de eso ejecutó el ritual bajo la estricta vigilancia del muchacho. Al terminar le hizo una suave reverencia y se alejó, sin que éste emitiera objeción.

Comenzó a recorrer el recinto, era amplio y había familias, grupos de jóvenes y parejas de diferentes edades, luego le preguntaría a Kagome qué era lo que se conmemoraba este día. Decidió hacer el recorrido por la zona lateral, dejando los caminos centrales a disposición de los grupos más grandes. A poco andar se encontró con una pagoda que no poseía ninguna indicación sobre su uso o historia. Tenía la puerta entreabierta, así que miró al interior y como no encontró visibilidad suficiente decidió empujar un poco, permitiendo que se filtrara algo de luz. Entró por curiosidad y como un modo de pasar el tiempo. En el interior pudo vislumbrar una escalera que bajaba hasta un viejo pozo de madera como objeto central. En el lugar predominaba el olor a madera vieja y humedad, tuvo la sensación de estar en un espacio cargado de historia, aunque él no la descubriría. Decidió volver al exterior y dejó la puerta entreabierta, como la había encontrado. Al salir y mirar alrededor, intentó ver el área en que estaba Kagome, no lo consiguió. Suspiró, advirtiendo que quizás ella tardaría más de lo pensado en un inicio.

Continúo recorriendo el lugar, pasando cerca del haiden, no se detuvo, no le pareció adecuado importunar a quienes se acercaban para dejar sus plegarias en aquel recinto. A medida que avanzaba se daba cuenta que no le quedaba mucho más y temió que se acabaría la zona antes que Kagome estuviese libre. Aun así prolongó el paseo, llegando junto al árbol sagrado del lugar. A la distancia podía ver la cuerda de protección que tenía sostenida entorno al grueso tronco. Intentó adivinar los años que tendría y dado su grosor y altura le atribuyó al menos trescientos. Se equivocaba, se lo confirmó la tablilla informativa que había a los pies de éste, tras la valla de madera que creaba un espacio aislado para que los visitantes se mantuviesen a distancia.

Cedro Japonés, cryptomeria. Consagrado a este templo a finales del período Sengoku. Se estima que tiene ochocientos cincuenta y tres años.

La información tenía data de hace cinco años.

Lo observó un poco más y como había un banco de madera a poca distancia, decidió contemplar el lugar desde ahí por un momento. A pesar de las personas que había alrededor y que poco a poco se iban retirando, el sitio estaba en calma y se conseguía conectar con la naturaleza, algo que le resultaba agradable.

No le costó demasiado imaginarse a Kagome de niña jugando por estos mismos paisajes. Se sonrió como un bobo al visionarla pequeña y con un traje de sacerdotisa como el que vestía hoy, probablemente siendo perseguida por algún adulto, quizás su propio abuelo que buscaría educarla en las cuestiones del templo. Suspiró al percibir la presión que se le instalaba en el pecho cuando se trataba de ella. Podía reconocer la sensación y aun sentía un miedo tremendo a fracasar y al dolor, incluso al hecho de que ella no lo considerara apto para presentarlo a su familia como más que un conocido.

Sus pensamientos lo tenían abstraído del entorno y regresó su atención al lugar en que estaba cuando un perro, blanco como la leche, se le acercó y buscó caricias con la nariz, tocándole la mano.

—Anda ¿Estás solo? —le acarició con ambas manos las triangulares orejas, sintiendo la suavidad del esponjoso pelaje.

El perro respiraba con la lengua fuera, con ese sonido jadeante tan habitual en este tipo de animal.

—¡Kumo! —vociferaba un hombre, intentando no alzar demasiado la voz, mientras corría con un traje tradicional en dirección a él y el perro.

—Te llamas Kumo ¿Eh? —continuó acariciando las orejas del perro, sosteniéndolo también por el collar, para evitar que se escapase nuevamente.

—Lo siento —el hombre se acercó, casi tan jadeante como el perro. Era extraño, le resultaba conocido—. Lo dejé atado a un mástil un momento y está visto que no lo hice bien.

—No hay problema, ha sido un encanto de animal. Ha venido directo —aclaró.

—No me extraña —continuó el hombre— ¿Puedo sentarme?

—Claro —le entregó la correa del perro y éste buscó las caricias de su humano.

—Este es su lugar favorito del templo, así que es normal que llegase hasta aquí —explicó, ya recuperando el aliento—. Por cierto, soy Hojō —marcó una suave reverencia.

—InuYasha —respondió con el mismo gesto.

El perro volvió a acercarse a InuYasha y acariciarlo con el hocico, en las piernas y en las manos.

—Kumo, para —le pidió Hojō, sin embargo la mascota continuaba.

—Tranquilo, no pasa nada —le volvió a acariciar las orejas—. Tiene un pelaje muy suave, el nombre le viene muy bien.

—El nombre lo escogió una amiga, decía que de cachorro parecía una nube. De hecho, tengo a Kumo porque a ella le gustan los perros —el hombre pareció reírse de sí mismo— y supongo que no te deja tranquilo porque ella suele sentarse en ese mismo sitio.

—Ya veo —aceptó la pequeña historia—. Si quieres te cedo el lugar —pensaba ponerse en pie.

—No, por favor, no te molestes —pidió.

El perro comenzó a ladrar a un punto tras ellos y ambos se giraron por curiosidad. Kagome se acercaba y Kumo rodeó a Hojō para intentar ir más cerca de ella. InuYasha comenzó a encajar piezas entonces y miró al hombre recordando por qué le resultó conocido.

—Kumo, has venido a visitarme —Kagome se acuclilló a poca distancia de banco y le acarició las orejas al animal con ímpetu y afecto—. Sigues tan esponjoso como siempre —luego los miró a ambos, primero a Hojō, durante un segundo y a InuYasha alguno más. Volvió a enfocarse en los ojos de la mascota y de pronto, como si recordara algo, observó nuevamente a InuYasha.

Se puso en pie y se acercó.

—Me parece que se han conocido —mencionó y Hojō miró con curiosidad al hombre a su lado.

—Se podría decir —fue la respuesta de InuYasha que se acababa de poner de pie.

Hojō también lo hizo.

—¿Es amigo tuyo? —no era confusión lo que mostraba el hombre, sosteniendo la correa de su perro, más bien era ese pequeño espacio de duda que se busca para evitar confirmar lo que no se quiere escuchar.

Kagome miró a InuYasha durante un instante, parecía deliberar algo y a su mente vino una frase que ella no olvidaba: Kagome, sólo quiero estar contigo.

—Yo diría que algo más que eso —explicó.

—Oh —expresó Hojō— ¡Oh! —pareció comprender y miró a InuYasha.

—Aún no le he dicho nada a mi familia, así que… —Kagome esperaba que él entendiera que no quería que hablara de ello.

—Sí, claro, entiendo —recogió un poco más la correa de Kumo, acercándolo hacia él.

—¿Te quedarás a comer? —Kagome sabía la relación que tenía el chico con su familia y la cortesía la obligaba a preguntar.

—Oh, no, no. Sólo vine un momento por la festividad y para que Kumo te viese, ya sabes que te adora —expresó, luego miró a InuYasha casi con culpabilidad—. El perro, Kumo, ya sabes.

—Está clarísimo, no necesitas explicarlo —dijo InuYasha, con una sonrisa oculta en la comisura del labio que, por la mirada que le daba Kagome, supo ella había visto.

Las despedidas fueron amables, mucho más de lo que el caso auguraba. Hojō miró atrás una vez y Kagome hizo un gesto de despedida con la mano.

—Está enamorado de ti, lo sabes ¿No? —mencionó InuYasha, sin dejar su posición con los brazos cruzados dentro de las mangas del kosode.

Kagome sí lo miró y comprobó que su corazón se sentía en calma luego de sugerir a Hojō que InuYasha ocupaba un lugar especial para ella. Eso no eliminaba el miedo a que él se desengañara cualquier día, cuando descubriese lo que había bajo las capas, sin embargo en este pequeño espacio de tiempo se sentía bien.

—Lo sé, no se cansa de repetirlo —aceptó.

La siguiente pregunta jugó en la mente de InuYasha, no obstante no la formularía, tanto por la intimidad de Kagome como por su propia dignidad.

—No me he acostado con él, por si te lo preguntas —soltó Kagome y sintió que le quemaba el rubor en las mejillas ¿Cómo había sabido?—. Vamos, nos esperan para preparar la comida, somos compañeros de clase de cocina ¿Recuerdas?

El tono había sido bromista, sin embargo a InuYasha le apetecía cada vez menos la broma.

Comenzaron a caminar de regreso a las zonas en las que se concentraban los edificios del templo. La cantidad de personas que asistían se había reducido considerablemente; InuYasha lo atribuyó a la hora y al frío que se hacía cada vez más evidente.

—¿Todo esto termina ahora? —preguntó, mientras dejaban atrás el árbol sagrado.

—Sí, el templo se cierra dentro de media hora —le aclaró Kagome.

Él hizo un sonido de comprensión y ambos continuaron el camino sin hablar. Pasaron por el haiden y transitaron por la zona en la que estaba la solitaria pagoda en la que se encontraba el pozo que había visto antes. Tuvo un impulso, uno de esos que la mayoría de las personas aplacaría y olvidaría en algún cajón de la memoria y, de vez en cuando, sacaría para fantasear con lo que pudo ser. Sin embargo él tenía un punto osado y, a veces, autodestructivo.

Miró atrás, comprobando que no venía nadie tras ellos y que las escasas personas que quedaban en el recinto se mantenían ajenas a sus pasos. Tomó a Kagome por la parte alta del brazo y la atrajo más cerca.

—¿Qué pasa? —la pregunta era pertinente.

—No mucho —aún, pensó.

Abrió la puerta de la pagoda, lo suficiente como para que ambos pasaran y luego la cerró del todo.

—InuYasha ¿Qué?

El resto de la pregunta murió en su boca, cuando sintió los dedos de él delineándole los labios, llegando a las comisuras, para separar el labio inferior y humedecer las yemas con su saliva. Lo siguiente que la tocó fue su lengua y notó su sabor y la forma en que la acariciaba. Reconocía sus besos, todo su sistema lo hacía, desde la manera en que sus pensamientos se ralentizaban, contrastando con la rapidez con que latía su corazón, pasando por la tibieza bajo la piel y la poca firmeza de sus piernas; todo aquello era su beso.

—La comida —murmuró, quizás buscando un modo de acallar a su consciencia y que InuYasha le diese una razón para abandonar la responsabilidad.

Sin embargo no hubo palabras, sólo más besos y la firmeza de la madera de la pared en su espalda, así como las manos de él que le sostenían la cadera por ambos lados para maniobrar con ella arriba y abajo en una caricia lasciva que le calentaba aún más la sangre.

Entonces se entregó y le sostuvo la cara con ambas manos, para mantenerlo más cerca de ella, mientras profundizaba en el beso que él había comenzado. Dejaba que manejara su cuerpo y se deleitaba con el toque demandante de las manos. Lo escuchó murmurar algo que no comprendió.

—¿Qué? —preguntó en medio de un suspiro.

—Demasiada ropa —repitió.

Kagome rio, se sentía aliviada por primera vez desde que habían llegado y notó el modo abrumador en que el pecho se le expandía de emoción. Jadeó, buscando aliviar la presión y decidió disfrutar del momento un poco más. Llevó los brazos por sobre los hombros de InuYasha y cruzó las muñecas tras su cuello para tomar ella la iniciativa del beso. Lo escuchó respirar profundamente para luego suspirar con avidez y se reconoció a sí misma en ese gesto; era el ansia por un momento para los dos.

¿En qué se está convirtiendo esto?

La pregunta en su mente divagaba, perdida en las sensaciones de sus lenguas tocando el blando, suave y caliente interior de la boca del otro, en un acto de total posesión que les resultaba cómodo y propio. Kagome se escuchó suspirar más de una vez y sintió la premura que comenzaba a invadir a InuYasha que la presionaba cada vez con más intensidad hacia la pared.

—¿Dejamos esto para luego? —expresó Kagome. Sonaba a pregunta, sin embargo era una sugerencia.

—¿Qué pasaría si no quiero? —las palabras eran un murmullo agitado que Kagome sintió sobre sus labios— Tengo excusa, después de todo se supone que soy un adicto al sexo ¿No?

Se supone que yo también —pensó ella, aunque en realidad sólo deseaba el sexo con él ahora mismo. El pensamiento la perturbó y descansó la frente sobre el hombro de InuYasha.

—Ahora no puedo —la declaración cargaba el peso de la responsabilidad. Su familia estaba cerca y no podía tardar demasiado.

—Y si lo hacemos rápido —la pregunta la formuló sobre la curva del cuello, dejando besos y lamidas en la piel que conseguía bajo el hitoe— ¿Por qué hay tanta ropa? —se lamentó nuevamente.

Kagome volvió a reír ante la queja y analizó cuánto podían tardar ¿Diez minutos? ¿Quince?

No alcanzó a decidirlo antes que InuYasha comenzase a tirar del cuello del hitoe que ella vestía, besando la piel que conseguía exponer. Sintió el calor de su lengua y el modo en que succionaba con suavidad, al principio, sobre la clavícula, conocedor de cuánto la estimulaba esa caricia. Le tomó una de las manos y ella dejó que la guiara, suspirando cuando tocó la erección que mantenía bajo el pantalón tradicional que vestía.

—Esto no es justo —se quejó, apretándolo al sentir su forma.

—No lo es —siseó él.

Lo acarició de arriba abajo. Él respiraba agitado junto a su oído, mientras una de sus manos le acunaba y acariciaba un pecho por encima de la ropa. Había una exquisita remembranza adolescente en este momento y de alguna manera se sintió aliviada por compartir esto con InuYasha. Por un instante se preguntó si era posible reescribir el pasado.

—Creo que si me tocas directamente acabaré en cinco segundos —le confesó.

—Y si pongo mi boca —sugirió, sintiendo cómo la erección se agitó hacia su mano.

—¿Me quieres ver colapsar? —murmuró, antes de lamerle la oreja.

—Siempre —el suspiro acompañó al temblor que la caricia le produjo.

—Kagome —susurró, parecía querer pedir algo, sin llegar a hacerlo.

Ella soltó el nudo del hakama, lo suficiente como para bajarle el pantalón con lentitud, apartando el resto de ropa todo lo posible. Disfrutaba de la tensión del sexo que pugnaba por ser liberado. Tocó con los pulgares las venas que se habían marcado y escuchó a InuYasha suspirar o jadear o ambas cosas. Se detuvo cuando sólo quedaba la punta tras la cintura del pantalón y soltó el aire de golpe cuando éste se alzó, liberado del todo. Lo miró a los ojos, casi dando una advertencia.

InuYasha apoyó ambas manos sobre la pared de madera cuando Kagome se arrodilló.

—Mierda —siseó al sentir el calor de la boca que se apoderaba de su sexo hasta que los labios le tocaron el vientre.

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Continuará.

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N/A

Este es uno de esos momentos en los que si no me mata el lector, me mata InuYasha xD

Espero que hayan disfrutado del capítulo.

Besos!

Anyara