Capítulo VIII

Luciérnagas

Contemplas el fondo del almacén como si fuera la fachada de un viejo museo. Aunque en realidad, lo que ves es una caja más de discos. La cuarta en lo que va del mes y algunas de ellas llevan semanas sin tocarse. Quizá sea el nuevo cargamento que será llevado a una empresa de reciclaje, como suelen hacer con la chatarra que queda obsoleta estos días.

Caminas discreto, dejando el delantal en la silla. Ya has terminado tu turno, así que te confieres la libertad de abrir el último empaque con los acetatos de Blues que han dejado en el olvido. Es como hallar un tesoro, al menos para ti. Ahí encuentras artistas que no son de tu época. Tus dedos pasan por varios nombres hasta que das con uno que en verdad llama tu atención.

Soul Bob, Las glorias del ayer.

Es claro que nunca lo abrieron, tampoco lo han solicitado en la cafetería y no se vendió suficientes acetatos en la antigua tienda de discos. Tiene polvo, pero la suciedad no es capaz de arruinar el estado impoluto en que se conserva esta reliquia.

Mikihisa solía ponerlo en la misma tornamesa donde conectaba sus audífonos, y luego tarareaba una de estas viejas canciones, a veces por horas. Tú y Hao solían hacerlo también. Todavía puedes escucharlas. Si cierras bien tus ojos y te aíslas de nuevo en ese paraíso olvidado, aún se pueden reflejar esas notas alegres en tu cabeza.

Es fácil para ti transportarte al pasado, sueles recurrir mucho de él para coexistir con la realidad.

—Yoh, es hora de cerrar—escuchas la voz de tu jefa—¿Quieres que te acerque a casa?

Sin embargo, debes aterrizar en el mundo real.

—Gracias, pero caminaré—respondes amable, agradeciendo el gesto que tiene contigo. Algunos hasta te tienen envidia, por gozar de ciertos privilegios. —Quiero comprar algunos víveres.

No dice más, tampoco tú.

Vuelves a dejar el acetato en su sitio. Afuera del centro comercial el clima es cálido, aunque la brisa nocturna es algo fría, como si el estrago del invierno aún se negara a irse, al igual que esa hendidura en tu pecho.

Tal como mencionaste, pasas a la tienda al bajar de tu estación, sin olvidarte de surtir adecuadamente la lista que te dio la abuela esa mañana. Prefieres evitarte los golpes con el bastón, también la reprimenda por la hora tan tardía. Pero no tienes prisa por llegar, por más que apures el paso, no hay un motivo real para descontar los minutos al reloj.

—Estoy en casa.

No esperabas ver mucho movimiento debido a la hora, tampoco lo hay desde que los gatos de Hao han dejado de frecuentar la casa. Por eso tu sorpresa es mayúscula al sentir un par de brazos que te envuelven con una fuerza asfixiante. Tardas en procesarlo, es normal, cualquiera en tu lugar estaría desconcertado.

—¡Bueno pero por qué llegas a esta hora! ¡Eres un maldito desconsiderado! ¡Llevo horas esperándote!

Cuesta creerlo, pero en cuanto tienes un poco de espacio, encuentras el origen de semejante muestra de afecto.

—¿Horo Horo? ¿Qué haces aquí?

—¿Cómo que qué hago aquí, zoquete? Vine a visitarte—replica, tirándote un pequeño golpe en el hombro—Tengo que venir a verte porque tú no te dignas a aparecer.

Por supuesto, tienes mucho tiempo sin verlo y no sólo a él, a todos en realidad.

—Pero vamos, ven a mis brazos—dice con renovada fuerza. —Eres un tonto, todos te extrañamos.

Suspiras, devolviendo el abrazo de la mejor manera posible. Quizá es algo que necesitabas, porque de la nada, mil memorias colectivas te invaden en un segundo. Risas, bromas, caminatas en el bosque, experiencias graciosas que se quedaron guardadas en el desván de aquel viejo tú.

—¿Interrumpo? —pregunta una voz cálida— La abuela dice que no pueden estar obstruyendo la puerta toda la noche.

Abres los ojos, despertando de ese mar de nostalgia que ver a tu amigo ha provocado. Hay una mujer de cabello negro y ojos azules observándolos con una cálida sonrisa.

—El té está listo.

—Sí, sí, sí, ya vamos—dice Horo Horo, secando las lágrimas que se caen sin querer. Entonces se sitúa detrás de ella, tomando con firmeza sus hombros, y mirándote con una mezcla de rebosante alegría te explica mejor quién es. —Yoh, te presento a Tamiko Kurobe, mi prometida.

¿Pro…prometida?

Cuesta creerlo. En realidad, no es un hecho oculto que apenas puedes procesar el dardo que te ha lanzado sin anestesia.

—Hey! Soy perfectamente capaz de llevar una vida de adulto responsable.

Se queja, ante el prolongado silencio. Pero sigue siendo difícil de asimilar.

—Sí…—añade su novia con una risa nada disimulada. —Muy responsable.

—Damuko, no estás ayudando.

Agradeces que ella te haya dado una pauta, porque en verdad la necesitabas. Sientes que han sido años sin verlo, cuando en realidad la brecha no ha sido tan prolongada. O tal vez eso has pensado tú. La medición del tiempo opera diferente para cada persona y tal vez apenas te percatas de cuánto han progresado los demás sin ti.

Horo Horo vuelve a mirarte, esperando una reacción más concreta de tu parte a las circunstancias presentes.

Sonríes, esta vez mirando a su prometida con mayor empatía.

—Es un placer conocerte, Tamiko.

—El placer es todo mío, Yoh.—corresponde con una leve inclinación.—He escuchado mucho de ti.

—Espero que algo bueno.

Te atreves a bromear y resulta en forma favorable, porque ella corresponde con una risa discreta. Tal vez no estás del todo oxidado en las cuestiones sociales.

—Yo misma le he contado que eres un flojo y un desconsiderado por llegar tan tarde a casa—interrumpe la abuela con un tono hosco que sobresalta a todos.—Así que deja esas cosas en la cocina y vamos a cenar. Una anciana como yo, ya no está para perder el tiempo.

Contra ese argumento y esa voluntad tan férrea, no hay ser en el universo que le lleve la contraria. En especial por la manera que agita la tetera, es mejor hacerle caso, nadie quiere terminar con la cabeza aboyada.

Horo Horo y Tamiko se ofrecen para ayudarte a guardar los víveres. Esperas ser disimulado, porque más de una vez te has quedado mirando la forma en que se bromean entre ellos y la manera en que ella le sonríe para apaciguar su reacción de supuesta ofensa en tu amigo.

Te parecen dos seres curiosos, en verdad esperas no incomodarlos con tus miradas ocasionales.

—¿Y dónde piensan vivir? —pregunta la anciana—¿Ya trabajas, muchacho?

Pero Kino es mejor en la materia. Quieres darte contra la mesa, porque no entiendes cómo tu abuela saca esos temas a colación de forma tan poco sutil.

—¿Quién? ¿Yo? ¡Ah, sí! Claro, desde el año pasado conseguí un buen empleo en una oficina para el control de desechos tóxicos—responde con orgullo Horo Horo—Tengo muy buenas prestaciones, un departamento y tengo me dieron coche por parte de la empresa. Digamos que por ahora es mi departamento de soltero….

—Pero pensamos adquirir una casa antes de la boda—agrega Tamiko—Mi papá está viendo cómo ayudarnos para sacar un préstamo.

—Sí, bueno, algo pequeño, no tan caro…

—Ni tampoco tan barato, todo dependerá del suburbio—puntualiza ella como mucha seguridad. —Estamos viendo algo cercano al centro, por nuestros empleos.

Te sorprende no saber mucho sobre eso, aunque también recuerdas que no lees muchos de los mensajes que escriben tus amigos. Casi subsistes con lo último que alcanzas a vislumbrar en esas conversaciones.

—¿Cómo? ¿Con todo y lo que presume este niño de su empleo y no le alcanza para mantenerlos a los dos? —pregunta divertida la abuela— Así como te darás tiempo de cuidar a todos los niños que vengan en camino.

Horo Horo no duda en escupir el té y toser en forma escandalosa. Para Tamiko resulta un gesto gracioso, así que sólo se limita a palmear su espalda para cesar el sobresalto.

—¿Estás bien? —preguntas, entregándole una servilleta.

—Creo que necesito un poco de aire—dice él con esfuerzo, levantándose de la mesa.

—Te acompaño.

Salen al jardín, al menos la brisa fresca les da un respiro después de esa embarazosa situación. Una vez que Horo Horo recupera la estabilidad, se sienta junto a ti en el césped. No sabes qué decir, si disculparte o bromear sobre el asunto.

—Vaya… la abuela sigue siendo mano dura.

Comienzas a reír, esta vez más relajado, porque en verdad agradeces que él sea el primero en hablar.

—Sí, es verdad, la abuela no ha cambiado en nada.

En realidad pocas cosas han mutado como tú.

—Me alegra que vayas a casarte.

—¿De verdad? —pregunta él, observándote dudoso. —No te veías muy convencido.

—Eres el primero de nosotros….

—Quizá el primero en casarse, pero no el primero en dar el gran paso. Lyserg hace un mes que vive con alguien y Chocolove estuvo a nada de sentar cabeza con una mujer que tiene un hijo.

Ahora te sientes escoria al verte tan descubierto con una sola frase. Sin embargo, él no te mira con reproche, solo se recuesta a mirar las estrellas contigo. No te sientes digno de esa compasión, pero la aceptas.

—Quiero que seas mi padrino.

—¿Qué?...

No es algo que esperas y sin duda no es algo que crees merecer. Consideras que cualquiera de los muchachos es más allegado a él que tú, en especial en estos últimos años en que tu ausencia se nota más que una estrella fugaz en el firmamento.

—No voy a arriesgarme a que no vayas a mi boda.

Sonríes, claro eso tiene más lógica.

—Necesitarás de alguien que te dé una servilleta, por si te ahogas con el sake.

Él también se ríe por la referencia inmediata.

—También por si quiero desmayarme.

Es curioso que imagines la escena como algo factible, pero te divierte pensar en los mil escenarios en los que el pánico lo toma presa y que tú estarás ahí para evitar un desastre mayúsculo.

—Cuenta conmigo—le dices, ofreciéndole tu mano derecha para que la estreche. Él lo hace, con la misma complicidad que siempre los unió—No te fallaré, Horo Horo.

—No tienes permitido fallar, padrino.

Por supuesto que no. Has declinado ya suficientes invitaciones, incluso has olvidado por completo qué fue lo que inició este sendo camino de experiencias con personas a quienes no ves en largos periodos de tiempo y que algunas ni siquiera viven en el mismo país que tú.

Es momento de que reconectes con las personas importantes en tu vida.

—Espero que tengas algo de tiempo, porque Damuko no conoce Tokio y quiere que recorramos la ciudad.

—¡Seguro! Supongo que si muevo algunas horas con mis compañeros, tendré tiempo para pasear con ustedes.

—Yo espero que puedas, estaremos aquí toda la semana. ¡Tenemos tanto por hablar!

Ésa sin duda es una noticia que te alegra. No dudas en mover horarios, incluso en pedir días enteros para los viajes en carretera a los lugares naturales que tanto te gustan. Planeas en tu mente todo un itinerario, justo como el que hiciste aquel verano, cuando todos te visitaron.

En verdad sientes que han pasado años y quisieras decir que el tiempo ha sanado por completo las heridas. Pero aun te sientes frágil, como si la cicatrización fuera una constante lenta en tu vida.

—Entonces Keiko no ha vuelto…

Mientras caminan entre los árboles del bosque hacia el lago Kawaguchi, Horo Horo no puede evitar cuestionar sobre el casi nulo ambiente familiar que te rodea. Si no fuera por Kino, casi habitarías solo esa morada.

—Abrió un negocio de flores allá, según sé le va mejor que aquí.

—¿Pero la florería aquí sigue abierta?

—Bueno…. se podría decir que sí. Ryu la administra y además…

El silencio se abre en un compás mayor. ¿Cómo le explicas que decidió cambiar de casa sólo para no verte? Que a pesar del esfuerzo en año nuevo, las lágrimas se escapaban de repente, como si fuera una herida que se abre con tu sola presencia. Tal vez la tacharía de mala madre. Claro, si la suya no lo hubiera abandonado también. Si alguien es capaz de comprender ese sentimiento, es él; pero te niegas a empañar el momento con algo que no se solucionará hablando con otra persona.

—Izumo es más pacífico y ella le ayuda al abuelo con las plantaciones. Es bueno para los dos.

Al menos no es una mentira, sino una parte de la verdad.

—Supongo que vendrán después de las cosechas de primavera.

Te repites esa frase en forma tan constante, que incluso comienzas a creerlo. Agregas al diálogo una sonrisa taciturna, de esas que casi siempre le dedicas a las chicas que siguen demandando tu atención después de una acalorada sesión sexual, y listo. La imagen da la tranquilidad necesaria a tu amigo, al menos para que no pregunte mayores detalles.

—¡Fiu…! Eso es bueno, me preocupaba que estuvieras distanciado de tu madre.

Y eso que no conoce los problemas con tu padre.

—¡Horo Horo, ven a ver esta flor! —le llama Tamiko unos pasos más adelante. —Se parece mucho a las que crecen en el manantial de tu pueblo.

Otra vez, agradeces a su novia por la intervención. Horo Horo apresura el paso para alcanzarla y se agacha para ver lo que ha llamado su atención. Ambos se sonríen, mientras toman las fotos pertinentes y en cierta manera te agrada, disfrutas verlos interactuando y emocionándose por cosas que para los demás resultan triviales, pero que para ellos, es su propio mundo.

El que están construyendo como pareja.

Los cerezos adornan esta caminata, creyéndose el marco de una pintura digna de admirar. Tal vez lo sea y tú eres testigo de cómo se establecen vínculos más auténticos. Ellos son como luciérnagas, siguiéndose cerca, con luz propia y que crean una bonita atmósfera en el lugar donde se encuentran.

—Vamos, Yoh, no te quedes atrás— dice Horo Horo.

Tratas de seguir sus pasos, es una tarde agradable. Incluso casi estuviste a punto de caer del bote de remos cuando te levantaste exaltado, pensando que se te había subido un animal extraño en el pantalón, pero por fortuna fue una falsa alarma. Sólo los hiciste reír un rato y admites que eso es reconfortante, al menos sigues siendo un alivio cómico cuando quieres.

Los días pasan con gran velocidad, no puedes creer que en poco tiempo tendrás que despedirte de ellos. Por una parte, no querías acostumbrarte y por la otra, fue inevitable, incluso extrañarás a su novia. Estás cómodo interactuando con ella, es respetuosa y se mantiene al margen, lo que supone un gran respiro para ti, porque casi todas las personas que recién conoces quieren saber todo sobre tu vida. Sin embargo, tú ya no sabes qué responder. Ni quieres hacerlo.

Los extrañarás, tal vez demasiado, hasta Kino lo hará. Pero el adiós está cerca y es inevitable. Un día antes de su partida, ambos pasan a verte mientras estás de turno en la cafetería.

—Compraré unas cosas en la tienda de deportes en lo que Yoh acaba—dice Horo Horo.—¿Vienes?

Ella lo mira dudosa.

Conoces la respuesta, también la darías si hubieses caminado tantas horas y tuvieras en tus pies tres bolsas de compras.

—Mejor te espero, además quiero pedir otro bubble tea.

—Bueno, Damuko, pero después no digas que no te compré ese traje de natación que tanto querías.

Es gracioso verla abrir un ojo, interesada en la propuesta de tu amigo.

—Me gustaría probar con esferas de manzana verde—responde ella, dirigiéndose a ti. —Té negro con leche de soya.

Todo ha sido un engaño.

Ves a Horo Horo refunfuñar, afirmando que no le comprará nada de regreso. Pero lejos de generar una discusión, ella solo ríe, diciéndole que deje la bolsa que lleva en mano para aligerar la carga. Es extraño, porque obedece, no sin dejar de murmurar que era algo injusto. Seguro refiriéndose a las tiendas a las que la acompañó y que no eran de su gusto. Cualquiera se sentiría timado en su lugar.

—Entonces…. ¿una bebida con esferas?—preguntas, anotando en tu libreta de pedidos.

—Dos, una para mí y otra para ti—responde Tamiko con firmeza—¿Casi acabas tu turno, no?

Es correcto, aunque…

—No te preocupes, no te voy a bombardear de preguntas, solo quiero convivir más contigo, padrino.

Quisieras creer en ese gesto de inocencia, pero estás demasiado curtido en el terreno y sabes cuando una mujer desea indagar más.

—Está bien.

Tardas más de lo previsto preparando las bebidas, ilusionándote con el regreso anticipado de tu amigo. Pero no eres tan afortunado. El turno concluye y las bebidas también están listas. Cuando llegas a la mesa, ella está sintonizando canciones amorosas en inglés de antaño.

—Papá solía ponernos música en los viajes—elude, tomando la pajilla para clavarla en el plástico que cubre su bebida—Pensaba en algo así para nuestro primer baile.

Quizá te estás sugestionando y solo quiera una referencia musical, después de todo, ése es tu trabajo.

Now and Forever de Air Supply es una buena sugerencia.

Te levantas, dispuesto a buscar el material para reproducir. Pero ella dice que no es necesario, porque tiene una aplicación musical que seguro tiene la canción que sugeriste. Contrario a lo que cualquiera pensaría, no lo tomas a mal. A pesar de la temática del lugar, son pocas las personas que en verdad esperan a que lleves los compactos o los acetatos para reproducir la música.

Nadie en estos tiempos es paciente.

La melodía se escucha suave desde su móvil, tratando de no hacer mayor ruido ambiental.

—Tiene una linda letra —comenta ella con agrado—¿Sueles oír música en inglés?

Es amargo recordar que Mikihisa compartió su afición por algunas agrupaciones contigo, en especial cantantes de otro continente. Las escuchas, sabes algunos fragmentos, a pesar de que no dominas ese idioma. Es por eso que fuiste uno de los pocos artilugios de la vieja tienda de discos que trascendió al siguiente nivel. Aunque sigues extrañando ese empleo.

—En este negocio debes saber un poco de todo—respondes con naturalidad, insertando la pajilla en tu bebida—Pero me imagino que esa canción es algo que Horo Horo te dedicaría.

—No es muy demostrativo, ni lo dice todo el tiempo, pero lo siento cada vez que me mira.

Sonríes tranquilo, porque sabes a lo que se refiere.

—Eso es lo importante, a veces no importan las palabras sino los hechos.

Ella devuelve la sonrisa y pone más música ochentera. No es una charla pesada, ni te ha cuestionado demasiado, como pensaste que lo haría. En realidad todo gira en torno a la boda y sobre las anécdotas graciosas de Horo Horo que no te ha contado, y con monumental razón, porque más de una te ha hecho soltar una carcajada.

No es habitual, no eres un amargado, pero hace mucho no disfrutas la compañía de una mujer de forma tan inocente.

—¿Cómo es que un chico como tú está soltero? —pregunta ella, movilizando las esferas del fondo con la pajilla—Sabes de música, tienes buen carácter y eres muy guapo. Tengo muchas amigas que morirían por alguien como tú.

El problema radica en algo más complejo.

—Creo que a más de una le rompería el corazón, no soy una buena opción.

Para nadie, quisiste agregar, pero tampoco deseas jugar el papel de víctima.

—No pareces ser ese tipo de hombre.

Todos piensan eso de ti, ninguno sabe cuán oscuro te has vuelto. Prefieres no responder y llevar la charla a un terreno más próspero. Ella entiende, porque comienza a platicarte su historia con Horo Horo. Te sorprende saber que se conocen desde la infancia, aunque nunca se dio un trato mayor.

—Empezó cuando él terminó con Ren y yo con mi ex novio. Ambos estábamos solteros, nos juntamos en una fiesta, nos agregamos en redes sociales y empezamos a coincidir en algunos eventos con compañeros de la escuela.

No esperabas ese trasfondo, ni tampoco que estuviera al tanto sobre su relación con Ren y lo hablara de manera tan natural. Es demasiado perceptiva, porque nota a la perfección tu abstracción.

—Está bien, no es un secreto de estado—alude con una pequeña sonrisa— Sé que no soy el gran amor de su vida. Pero eligió pasarla conmigo y supongo que si las circunstancias se dieron fue por algo.

—¿No te incomoda que sigan hablando?

Porque sabes que a pesar de todo el embrollo amoroso que tuvieron, Ren sigue siendo una figura muy presente.

—No…—dice tranquila— ¿Debería? Me dijo que no temiera, que todo entre ellos estaba en paz, que eran solo amigos. Además, vamos a casarnos y tenemos todo un plan de vida, supongo… que es mejor no traer inseguridades innecesarias. Las cosas son como deben ser, ellos seguirán hablándose, tal vez no era su destino estar juntos.

Suena muy maduro de su parte, no te queda la menor duda de que tu amigo tendrá una esposa comprensible a su lado. Aun así, algo en sus palabras no deja de taladrarte la cabeza. Has dormido muy poco, sin poder quitarte esa sensación extraña.

Al día siguiente, sentado en una banca de madera, recuerdas que fue en fin de año cuando estuviste en ese lugar.

—Voy por café—anuncia Tamiko—Y compraré unas revistas en lo que llega el tren.

Horo Horo asiente. Es claro que les ha dado un espacio para hablar antes de que todo concluya. La próxima vez que lo veas será rumbo al altar, empezando una vida en pareja, quizá planeando extender la familia en unos años.

¿Y qué eres tú?

—Debes prometer estar al pendiente del teléfono, no quiero que Chocolove organice mi despedida de soltero de último minuto. —advierte divertido— Amenazó ponerle condones a todo mi coche, así que no, no, no y por última vez, no seas tan vago y revisa tus mensajes.

—Lo haré.

Sonríes, pero estás seguro que esta vez el gesto no llega a plasmarse en tu cara.

—Yoh…. Sé que estos días hablamos de todo, menos de lo que pasó con Hao…

Mueves la cabeza en forma negativa y subes ambas manos, tratando de parar el tema. No es algo que quieras oír. Te enviaron mensajes de voz que nunca escuchaste, sabes que te dieron el pésame de muchas formas, con eso te quedaste.

—No es necesario.

Suspira en forma profunda, anticipando lo que será un discurso de señalamiento.

—Tienes que dejarlo ir. —dice él, mirando sus zapatos—Es difícil, yo lo sé. Pero aferrarte a su recuerdo no te hace ningún bien. Al menos no de la forma en que lo haces.

No respondes nada.

—No te pido que dejes de pensar en él, sino que aceptes que él se fue y que aunque quieras cambiar lo que pasó, no vas a traerlo de vuelta. Debes seguir adelante.

Para todos es fácil decirlo, fue lo que hicieron, sin ninguna contemplación.

—¿Seguir adelante? —repites en un tono amargo, imposible de ocultar.—¿Así como hiciste con Ren?

Sabes que estás tocando un tema igual de delicado, o al menos su semblante te muestra que no esperaba ese golpe bajo que le has dado. Está dolido, no sabe cómo ocultar su enfado. Pero eres mucho más de esto, un tipo sucio, que no escatima en defenderse si lo necesita y en este momento, prefieres ir por este sendero que regresar al punto que tanto te hiere.

—No es lo mismo.

—¿Por qué no? Reemplazaste una opción con otra y piensas que lo superaste, pero no, aun tienes ese tono triste cada vez que mencionas lo que tuvieron. Así que no me vengas a dar consejos de superación, porque tú no eres mejor que yo en eso.

Entonces ríe, pero de la diversión ha quedado fuera de esta ecuación.

—Hablamos de cosas muy diferentes, Yoh. Eso fue una relación que no funcionó—dice molesto, levantándose de la banca— Pero si te sirve de ejemplo, pues sí, sí lo reemplacé. No me quise aferrar a él, sabía que Ren no quería confrontar a su familia por mí. ¿Fue duro? No tienes ni idea. Me dolió, lo lloré y luego lo dejé ir. Hablamos, aun somos cercanos, pero nunca seremos tan cercanos como lo fuimos en aquellos años. Es… parte de la pérdida, Yoh. Soltar y empezar de nuevo. ¿Si lastima? Claro, más de una vez sufrí al verlo con Jeanne. No es algo que se olvide de la noche a la mañana, pero es lo que es. Ahora, me voy a casar, estoy feliz con ella. No pasó de un momento a otro, fue cuestión… de tiempo.

Respiras agitado, pero no te mira con la dureza del principio. Preferirías que lo hiciera, que acabara de decepcionarte de ti y se marchara.

—Como a ti te costará trabajo superar la pérdida—continua más suave—Ren dijo que estabas mal, que te escuchabas diferente. Sí eres diferente, pero yo sigo creyendo que dentro de toda esa pila de mierda que te echaste encima, aún está mi amigo. Ese Yoh despistado y alegre, de buen corazón que nos unió a todos. Sé que en algún momento hallarás tu camino y verás que lo que sucedió también tiene un significado, que tal vez en este momento no puedas entenderlo, pero sé que lo harás.

Sientes su mano sobre tu hombro, apretándolo con firmeza. Quieres corresponderle, decirle que todo estará bien, mas las palabras no salen de tu boca. Hay más amargura y malos pensamientos que buenos augurios. Nadie podría culparte si supieran toda la carga que llevas dentro.

Quizá nadie te juzgaría con esa ligereza.

—Sigues siendo mi padrino, no tomes de excusa esto para no ir a mi boda. Quiero verte en mi boda—dice Horo Horo, sentándose a tu lado de nuevo—Este viaje fue nuestra luna de miel, con todo el presupuesto para la casa y la boda, no teníamos mucho para un viaje caro. Así que no le hagas pensar a mi novia que gastamos en vano. Por favor, no me dejes plantado, te lo imploro.

No es algo que esperas, así que giras la cabeza para certificarlo. Te cuesta creer que alguien ha pensado primero en ti, pese a que tiene un mundo de responsabilidades y que ha sacrificado lo que pudo ser un viaje romántico, en lugar de una escapada con un amigo. Te cuesta creerlo, pero luego reflexionas que es Horo Horo quien está frente a ti.

No es un extraño cualquiera, es el tipo con mejores sentimientos que conoces.

—Lo siento… de verdad, lo siento.

Te disculpas, no solo por el viaje, sino de toda la hecatombe que acabas de sacar a flote. En verdad te sientes el más estúpido de todos, pero eso a él no le importa, porque te abraza con fuerza aun sentado a tu lado, y como si fueras la misma Damuko, también besa tu frente durante varios segundos.

—Está bien, todo mejorará.

Quieres creerlo, necesitas creerlo.

Tal vez por eso has cedido con facilidad, dejando que su cabeza se apoye con la tuya, mientras permanecen abrazados, cada uno en su sitio. Sonríes al recordar a tu hermano decir que esto es algo muy gay, pero no es incómodo, al menos no hasta que llega la chica en cuestión.

—Ok…. ¿necesitan más tiempo a solas? —dice Tamiko con una sonrisa apenada—Porque el tren ya llegó y está del otro lado. Pero si necesitan más tiempo, yo…

—No, no, no, estamos bien.

No sabes si has sido tú o ha sido él quien ha dicho esas últimas palabras. Lo que sí garantizas es que ambos se han levantado como regla al oír el llamado de la estación. El tiempo ha llegado y otra vez dirás adiós, esta vez con algo más de prisa, porque parece que el tren lleva ahí más de media hora esperando por ser abordado por todos los pasajeros.

Corren, esquivando personas a su paso como juego de video. Apenas llegan a tiempo, antes de que suban la pequeña escalinata de cada entrada al vagón. Tamiko es la primera en entregar el boleto y se da media vuelta para abrazarte con fuerza.

—Gracias por todo.

En realidad, eres tú quien debería agradecerles su visita. Mas no hay mucho tiempo y sientes tu mejilla húmeda por un beso fugaz, seguido de un brazo alrededor de tu cuello que te atrae a un segundo cuerpo. Horo Horo revuelve tu cabello con relativa brusquedad, como cuando tú lo hacías cada vez que salía de bañarse en el campamento y el corte que se hizo ese verano no le favorecía.

Es increíble cómo han pasado los años.

—Estamos en contacto—dice él, con una sonrisa más resuelta—No te alejes mucho.

—Tampoco tú.

Es lo último que verás de Horo Horo en un rato. Ambos suben y cuando el tren comienza su camino alcanzas a vislumbrarlos agitando la mano desde la ventanilla. El corazón se te estruja, al menos esa es la descripción que podrías dar para el hueco en tu pecho que absorbe el impacto de esa imagen.

Así es este lugar. Un sitio donde las personas se reencuentran y se despiden, existe la alegría pero también lágrimas al verlos partir de nuevo. Lagrimas…. Te preguntas cuándo fue la última vez que lloraste, mientras cruzas el puente encima de las vías. Pero la respuesta tarda demasiado en llegar.

Hace mucho no lo haces, tal vez años.

Te recargas en la barandilla sin temor a irte de bruces en el pavimento o ser arrollado por un tren que pase a gran velocidad. No es lo peor que podría pasarte, ya lo has visualizado varias veces, incluso has pensado que más que un castigo sería un regalo.

Hao te reclamaría, pero tú le dirías que fue una torpeza.

—Ya sabes cómo soy—dices riendo, imaginando la cara resignada de tu hermano. —Siempre en las nubes.

Al principio no estaría muy convencido de tu respuesta, después se uniría a ti con una carcajada llena de ironía, seguro pregonando que eres un desastre sin él. Y lo eres. Sonríes, dando media vuelta para apoyar tus codos sobre el metal y ver el cielo en tonos morados con anaranjado. Pronto anochecerá y las estrellas siguen sin aparecer en el firmamento.

La franja de alegría se hace una línea en tu rostro al recordar la estela de luz que te dejó tu estrella fugaz en año nuevo.

Ibas entusiasmado en el tren a Izumo, pensando que mensajearía, porque recordaste que escribiste tu número en el vaso de cartón donde cambiaste su café. Pasaron las horas, después los días, no hubo indicio de ella. Aun así, no dejaste que eso mermara tu estado de ánimo, pensaste que tal vez su misión en tu vida era la de darte un nuevo enfoque. Y a eso te aferraste, pero para qué mentir, nada salió como esperaste.

Nunca habías peleado con tu abuelo, pero al intentar ayudarlo, arruinaste las negociaciones con algunas personas. Él te replicó, porque eso los dejaría con un sobrante difícil de mover en la zona, que al final se tradujo en pérdidas para la familia. Estaba molesto y con justa razón, fue muy duro al hablarte. Semanas después, Yohmei se disculpó por el sobresalto, tú lo perdonaste, pero al final, sus duras palabras siguieron calándote por varios días más.

La estela de aquellos orbes color miel se desvaneció con los días, aunque tú intentaste darle un nuevo brillo a tu vida, volviste a refugiarte en los mismos sitios. Intentaste hacer nuevos amigos en el trabajo, pero solo te juzgaban, porque ellos eran más jóvenes y tenían menos preparación académica que tú. Como si solo fueras una persona sin aspiraciones. Con tus compañeros de universidad, preferiste tomar distancia, porque fueron testigos claves para que a ti te imputaran esa orden de restricción por tu comportamiento tan aislado y anormal.

No es algo que perdones tan fácil.

Intentaste tomar el asunto de la terapia con mayor seriedad, pero también fue imposible. La psicóloga que lleva tu caso parecía más tu paciente, una que se refugia en tus brazos después de pelear con su ex esposo. Al menos intenta ayudarte firmando los informes para que puedas a Seyram, aunque era claro que el poder económico de esa familia bloqueaba cualquier apelación.

—Lo siento, Yoh…. Hay cosas difíciles de cambiar, tal vez es cuestión de tiempo.

Suspiras, odiando tanto esa frase que todos te han dicho en algún momento. Estás cansado de luchar, por eso te dejaste vencer de nuevo. Hasta tus padres decidieron emprender nuevas rutas, Keiko con un negocio nuevo y Mikihisa uniéndose a un grupo de montañismo que pareció sacarlo de su estado catatónico.

A todos parecen resultarle bien sus planes, menos a ti.

Das media vuelta para recargar tus antebrazos sobre la barandilla y te preguntas si en algún momento tu suerte mejorará, porque comienzas a ver más pacífico las vías del tren que el cielo estrellado.

—Eso no puede ser buena señal.

El teléfono vibra, mas no tienes ánimo de sacarlo, pero con dos toques más recuerdas que tu abuela puede necesitar algo. No quieres cargar con otra mala decisión en tu vida por un tonto capricho. Son mensajes de un número desconocido con un simple saludo en LINE. No tienes idea de quién es, con todas tus conocidas, podría ser cualquiera. Respondes un simple Hola y metes el teléfono en el pantalón de nuevo.

No tarda mucho en volver a vibrar.

Pero no tienes ganas de entablar ninguna conversación.

Esto no es para ti. Ya lo has intentado, terminaste rompiendo corazones en el proceso. Es mejor no contestar y hacerles ver que no tienes intenciones de alimentar el trato. Al menos en eso, Horo Horo te ha dado una buena sacudida, al enseñarte de primera mano cómo es una relación seria y comprometida. Nada de lo que tienes a la mano, sin duda. En realidad no esperabas que fuera tu amigo, el que tanto se quejó de no tener pareja, quien viniera a darte lecciones de amor.

Eso no lo viste venir ni en broma, pero al recordarlos intercambiando gestos de amor, sí es algo que te gustaría experimentar. Quizá te animarías si alguien te hiciera sentir de esa manera, pero no conoces a nadie que despierte en ti esa vibra. Como la que siente tu pierna con cada mensaje recibido de aquel contacto sin nombre.

¿Es que esa chica no podía ser menos insistente?

—Tal vez me equivoqué y es el banco—concluyes resignado a sacar el teléfono para bloquear de una vez esa tonta conversación. —Qué raro.

Observas que Horo Horo ha mandado una imagen al grupo que comparten, son él y Tamiko cenando en la cabina del tren. También que tu abuela ha enviado un mensaje para que no olvides pasar por galletas a la tienda y luego está aquella desconocida diciendo que le debes algo. Eso es nuevo, casi siempre te preguntan qué haces. Hasta parece manual operación, primero se saluda y luego preguntar qué hace o cómo se encuentra.

—Esta chica se cree con derechos.

Ríes, luego tecleas una respuesta igual o más esquiva.

No recuerdo lo que te debo, qué te debo.

La respuesta no tarda en llegar, porque está en línea. Ojalá tuviera una foto de su cara en lugar de una flor como perfil, al menos así te ayudaría un poco a contextualizar de quién demonios habla.

Me debes la tintorería.

¿La tintorería? Te sorprendes de esa respuesta, tratando de rebobinar tus encuentros con una chica con un vestido de gala.

¿Te manché mucho?

Bastante, ¿acaso ya lo olvidaste?

Para qué mentir, no tienes idea de qué habla. Solo recuerdas a una chica tímida que estuvo contigo en la parte trasera del auto. No recuerdas un incidente mayor, sólo que rompiste el condón al amarrarlo, pero nunca le prometiste que mandarías a lavar su ropa. Fue muy poca la fuga, casi nada. Ni siquiera era una ropa costosa.

Piensas dejarla sin respuesta, pero tampoco quieres ser tan cretino.

¿Y qué quieres que haga por ti?

Tal vez fuiste demasiado duro.

Pagar la factura de la tintorería para empezar, la mancha fue difícil de quitar.

Lo peor es que le ha mandado otro de esos símbolos que no comprendes bien.

Estaba muy líquido, además no se regó mucho, yo lo vi.

Poco o mucho, no importa, tuve que enviarlo dos veces a la tintorería

No puedes evitar pegarte con el filo del celular en la frente. Si tan solo te enviara una foto de la ropa… pero no crees tener tan buena memoria con los detalles. Si fue esa chica de ocasión, quizá tampoco la recuerdes mucho, tal vez si vieras su cuerpo sin ropa tu mente reviva la experiencia. Todo estaba muy oscuro en el estacionamiento, es difícil.

Mándame una foto.

Muy atrevido, pero consideras que es la única manera. No sabes si reír o llorar, cuando visualizas que el archivo que te ha mandado es el recibo de su ropa. Bueno al menos certifica que en realidad mandó su ropa a limpiar. Lees la nota, solo hay un abrigo color marrón claro, lo que sigue sin aclarar tus dudas.

¿Segura que fui yo quien te manchó?

Ves que está escribiendo, luego desaparece ese estado. Comienzas a pensar que esto más bien es una broma de mal gusto.

¿Sueles ensuciar a muchas personas?

Es bastante sugerente de su parte.

Los gustos de las personas varían mucho.

Asumes que no volverá a escribir, pero te sorprende que sigue haciéndolo. Aunque igual, se nota dubitativa porque lo borra dos veces. No debería confundirte, tu rostro sí está en la foto de perfil de esta red social. No muchas mujeres tienen tu número, así que debe ser alguien con quien tuviste ganas de repetir.

—Quiero suponer que estamos hablando de café. Si no es así, quien está confundido eres tú y yo por pretender que no eres un cerdo pervertido.

Ahora estás más desconcertado que antes. Pero no sabes cómo ponerte en la misma sintonía que ella. Es claro que no habla de sexo y habla de otra cosa.

¿Estás segura que es el número correcto?

Eres Yoh Asakura, escribiste tu número en mi vaso.

¡Lo que haces muy seguido cuando una chica en la cafetería te gusta físicamente! ¡Y peor, sabía bien tu nombre!

No sabes quién habla.

Es claro que no.

—Nos conocimos el último día del año. Dijiste que pagarías la factura por ensuciar mi abrigo cuando estalló la lata de café.

Mil memorias se vinieron a tu mente en un segundo, como si rebobinaras hacia ese momento, en que te quedaste viendo cómo su gesto apacible se molestaba cuando la abrazaste para protegerla. Fuiste un idiota aquella vez y has sido un idiota en esta ocasión.

—¡Anna!

Quieres escribir, pero incluso tus dedos tiembla de la emoción. Has esperado este mensaje mucho tiempo, demasiado si puedes precisar, que no controlas ni tus propios movimientos y en tu estado de profunda idiotez el teléfono se te resbala de las manos.

Hay mil maneras de morir, hoy estuviste a punto de probar una, cuando intentaste capturar el móvil y casi caes a las vías, justo cuando un tren ha llegado a la estación.

La buena noticia es que todavía tienes vida para contestar el mensaje. La mala, es que quizá tu teléfono no. Y con ello, quizá también acabas de dejar ir a tu estrella fugaz.

Continuará…


N/a: ¡Hola a todos! Pensé que este capítulo me quedaría muy breve pero no ha sido así. Una disculpa por la tardanza, la vida, los fics pendientes, el hiatus... es horrible decir que el hiatus, pero también está dentro de las excusas. Trataré de escribir el siguiente tan rápido como pueda y mis dedos lo permitan. Me gustó el anterior porque salía Anna, pero en este salió Damuko y Horo Horo. Ambos me gustan mucho y quise proyectarlos en un lugar donde estuvieran felices. Quizá tenga un spin off de esto. Quizá porque iría en la sección M, pero veré si se puede. A partir de ahora será menos oscuro el fic, ya por fin se ve una luz de esperanza, creo yo, porque cierto torpe arruinó el teléfono. Y el mío no es muy robusto en ese sentido, veremos cómo le va.

Muchas gracias por todos sus comentarios, se los agradezco mucho a todos por leer y escribir en este fic.

Agradecimientos especiales: Rozanji, Lili, Guest, Eikabasar, Tuinevitableanto, Allie Mcclure, Clau Asakura K, Hikari H. Muyr, wariwap, carlos29.

Gracias por su paciencia, nos veremos pronto.