Capítulo IX

Necesidades

La última vez que pisaste este lugar querías recuperar tu viejo teléfono. Llegaste desesperado por una solución y el servicio fue lento, como lo es ahora, pero cuando seleccionaron tu turno tuviste la esperanza de que esta vez podrían resolver el problema.

—Buenas días, ¿en qué puedo ayudarle?

Aquella ocasión presentaste un equipo mojado, esta vez extiendes en la ventanilla una camiseta sucia con cientos de pedazos de lo que alguna vez fue un móvil. Ella te mira nerviosa, tú te sincronizas con la pena irremediable que siente por ti.

—¿Qué... qué sucedió?

Más que información vital para llenar el formulario, su pregunta obedece a la estrafalaria presentación que has hecho con el aparato. Al morbo. No la culpas, en realidad también estarías en la misma posición, preguntándole al cliente si no sería mejor que atendiera una cita con su psicóloga.

Una cita real para empezar, no la clase de esparcimiento social que haces a menudo con ella. Pero ese no es el punto, sino tu teléfono hecho trocitos.

—Pues…pasó un tren en ese momento y… fue un accidente, se cayó ahí.

Una explicación breve pero tan cierta, como que en lugar del aparato, el que pudo terminar en mil partes pudiste haber sido tú.

—Ya veo.

Acomoda sus lentes, tecleando algo en la computadora y luego gira el monitor para mostrarte en la pantalla tres equipos parecidos.

—Tenemos esta selección, su teléfono era gama alta, así que me parece que sería acorde que…

—En realidad quisiera repararlo—interrumpes la explicación—Sé que es un poco complicado, pero pagaría lo que fuera por repararlo. Créame, lo que fuera.

Ella parece mirarte como si en lugar de una cabeza tuvieras dos.

—Se despedazó todo.

—Lo sé, pero sé que también reparan teléfonos y que incluso cambian las piezas.

Has revisado un par de videos en la computadora, lo intentaste, pero sobra decir que fracasaste en el intento, incluso temes haber trastocado alguna pieza.

—Señor Asakura…—suspira profundo al decir tu nombre—Lo único que puedo ofrecerle es un nuevo equipo y si realizó el respaldo en la nube, no importa que cambiemos el aparato, sus datos y todo, estará intacto ahí.

¿La nube? Ella parece descifrar que no comprendes qué acaba de explicar, así que solicita el pequeño chip con el número. Pregunta por el equipo móvil que se adapta más a tu presupuesto, según la línea de crédito que tienes en el sistema, añadiendo su labor de venta, claro, porque te propone aumentar los gigabytes de tu plan tarifario.

¿Para qué lo quieres si no lo usas?

—Bien, será cuestión de que me proporcione el correo electrónico y dejaremos que recopile toda la información.

Esperas nervioso, luego de ver que está cargando todo el cúmulo de aplicaciones que tenía, casi le has querido arrebatar el móvil cuando viste que LINE también fue una de ellas.

—Con esto tendría que estar todo ahí: las fotos, música y las aplicaciones.

Tomas el aparato de sus manos y ni siquiera lo piensas cuando presionas el icono verde de la única cosa que te importa en ese momento. Apenas contienes la emoción. Pero al entrar encuentras un vacío monumental, que si lo compararas de algún modo sería: como si alguien te hubiera soltado al vacío sin paracaídas y te estrellaras contra el suelo.

—¿Está todo en orden? —pregunta ella, dando los últimos toques a la factura que está por imprimir.

—No….

Tu voz suena temblorosa, sin querer.

—¿Por… por qué no están los chats? Sólo tiene algunos.

—Tal vez, sólo algunos fueron almacenados en la nube.

¿Nube? ¿Qué cosa es esa dichosa nube? No comprendes hasta que te explica que automáticamente ha guardado material de las primeras conversaciones y te ejemplifica la manera en que debes hacerlo para preservar el más reciente. Claro, recuerdas con vaguedad que declinaste la solicitud de almacenamiento de la aplicación, todo porque no considerabas importante reservar algo. Tal vez solo el chat de tu hermano.

—Lo siento, señor Asakura, pero es todo lo que puedo hacer—dice con auténtica pena—En verdad me hubiese gustado ayudarlo.

Claro, no es su culpa, en realidad es tu responsabilidad e ignorancia.

—Gracias…

No hay más palabras que puedas decir. Tomas la bolsa y los papeles con la otra mano. Sentirte derrotado es un sentimiento con el que convives a menudo, pero esta vez en verdad te ha pegado el triple. El impacto es tal que ya ni te importa recargarte en el borde cristalino de la barandilla. Las personas pasan y ven con temor que puedas cometer una locura, debe ser tu cara de desolación lo que provoca ese sentir general.

La idea no suena mal, pero no es lo que buscas.

Suspiras, mirando a los pisos inferiores. Muchos caminan con el celular en mano, algunos chocan sin siquiera fijarse. Es molesto verlos inmersos en su propio mundo y aunque por largo tiempo te has obsesionado con la idea de vivir lejos de la tecnología, ahora mismo te hubiese encantado conocer más y librar aquel mínimo error que te ha costado establecer contacto con ella.

Ahora ni aunque te tomes el cabello, ni suspires con frustración, nada va a devolverte esos dígitos que no alcanzaste a memorizar. Decides dejar de recriminarte, esperar a que tu loca fantasía se cumpla y que Anna quiera volver a contactar contigo. Debe hacerlo, tendría que…

—Claro… salvo por el pequeño detalle de que cree que soy un pervertido.

¡Y lo eres! Te sonrojas al recordar la plática breve pero airosa que sostuviste con ella. ¿Qué pensará de ti? ¿Qué te vas acostando con cada mujer con la que te topas? Quizá eso no sea mentira, pero ya lo haces con menos frecuencia. O quizá dirá que eres un cretino y no piensa volver a contactarte por eso. Hay un mundo de posibilidades y todas te están matando, porque aunque lo niegues hay un poco de verdad en cada una.

—Disculpa….

¿Hablará mal de ti frente a su familia?

—Ejem… Ejem… Disculpa.

¿Será esa la sentencia final en el caso de tu hermana?

—¡Hey, te estoy hablando! —exclama fuerte una voz tu lado. Volteas asustado, pero no encuentras a nadie, hasta que él carraspea y bajas la mirada—¡Oye, tampoco soy tan enano!

—¡Oh! Lo… lo siento—dices avergonzado.

Es pequeño, no puede culparte si en primera instancia has obviado su presencia. Decidido, se sube a una banca metálica cercana para que aprecies su figura o eso te ha parecido, porque parece muy decidido a que le prestes atención.

—¿Siempre eres así de distraído?

Quisieras contestar con una negativa, pero sabes que lo que dice es verdad.

Él suspira, tomando su frente en el proceso. Socializar no es algo que se te dé muy bien, en especial con extraños que han tomado confianza desde el primer instante.

—Bien, te preguntarás por qué te estoy hablando—dice más relajado. Y es muy cierto, es justo el cuestionamiento que pasa por tu mente—Te escuché lamentarte allá adentro.

Ahora no sabes si avergonzarte o excusarte, pero ninguna idea parece acorde al momento. Es un extraño, no debería ser importante su opinión.

—Además le pregunté a la chica que te atendió cuál era el problema y me dijo que tu teléfono quedó destrozado porque le pasó un tren encima.

Suspiras ante el fiasco.

—Básicamente…

Pensará que eres un perdedor.

—¡Yo trabajo en la tienda! Soy técnico y estaba entregando dos equipos en la sucursal cuando escuché que se burlaban de ti…

Algo en tu estómago se revuelve. Acabas de decir que no te importaría lo que piense un extraño; sin embargo, esa mirada de lástima en los ojos del pequeño rubio te incomoda más de lo que consideras. Analizas seriamente la idea de cambiar de centro de atención y no volver a toparte con esta gente en tu vida.

Para tu desgracia es el módulo más cercano a casa.

—Bien, si ya terminaste, debo… irme—dices cansado, dando media vuelta.

Y escuchas que baja de un salto para ponerse delante e impedirte una huida decorosa.

—¿No escuchaste nada de lo que acabo de decir? —cuestiona exaltado—¡Acabo de decir que yo soy técnico, y que puedo reparar tu celular!

Suena demasiado bueno para ser cierto.

—Está hecho pedacitos.

No querías sonar tan apático, pero no quieres aumentar las burlas hacia tu persona.

—Ya sé que está hecho pedacitos—responde él—A lo que me refiero es…bueno…pensé que tenías interés en recuperar tu información.

—Sí… pero no entiendo—contestas en verdad confundido por la determinación—¿Por qué quieres ayudarme?

Incluso él se debate, como si analizara la mejor manera de contestarte, porque ni él mismo sabe de dónde proviene su iniciativa tan vivaz.

—¿Necesito tener una razón para hacer algo bueno por alguien?

Aunque su pregunta es concreta, confiesas que su respuesta te ha creado miles de cuestionamientos más allá del presente. Hao solía decirte ingenuo por ayudar a otros sin esperar nada a cambio. Tonto, por pretender que la gente agradecería después con una buena acción.

—Hagas lo que hagas, no cambiarás al mundo, Yoh—dijo él—Sueñas demasiado, hermanito.

Aun recuerdas que acariciaba en su regazo un gato negro y lo observaste con una sonrisa que traspasaba en tu mirar.

—Sé que no cambiaré el mundo, pero al menos cambiaré el pequeño mundo de una persona, igual que haces tú con cada gato que recoges de la calle.

Hao pasó de nuevo la mano sobre el pelaje azabache y permaneció callado un par de minutos, hasta que esa sonrisa confiada que tanto conocías apareció en su rostro.

—¿Cuándo te volviste más sabio?

Sonríes ante el recuerdo.

—Hace dos minutos.

El pequeño rubio no comprende la respuesta sin contexto que se escapa sin querer de tu boca. Mas no le das importancia a la extrañeza del momento.

—Supongo que tienes razón, a veces…. olvido que yo también fui así.

Entonces la confusión se transforma en una media sonrisa que inspira comprensión. No sabes cuándo fue la última vez que dejaste de mirar a las personas con tanta desconfianza, pero este pequeño parece una persona fiable.

—¿Entonces…?

—Oh, sí, aquí lo tengo—respondes, buscando en el fondo del bolso. Vuelves a la banca donde se paró para que lo notaras y expandes la playera en la superficie metálica—Recolecté cada pequeña pieza, hasta que los policías me sacaron del lugar, pero creo que alcancé a reunir todas.

Ahora te parece más una anécdota divertida, porque te aferraste hasta el último segundo que se detuvo el tráfico vial. Pudiste quedar arrestado en la comisaría un par de horas por tu osadía.

—Te creo—dice el pequeño, sacando pequeñas piedras de la tela—Claramente le pasó encima todo el peso de la ley.

Sonríes sin poder evitarlo.

—¿Crees que puedas repararlo?

No quieres esperanzarte, porque su rostro no te da esa señal, pero está pensativo, evaluando los daños de cerca para hacer un diagnóstico más acertado. Pero el suspiro profundo no es un buen indicio.

—Si te soy sincero, no tiene arreglo.

Lo sabías, no es algo que se pueda solucionar. Quizá deberías aterrizar sobre la realidad y esperar a que ella vuelva a comunicarse contigo.

Si es que lo hace.

¿Querría volver a hablarte?

—Pero podría tratar de recuperar la memoria del teléfono, necesito limpiar el mecanismo y ensamblarlo a otro para intentar, ver si podemos…

Ni siquiera le das oportunidad de terminar, te lanzas sobre la posibilidad.

—¿De verdad? ¡¿Crees que puedas hacerlo?!

No quieres sonar desesperado, pero lo estás y él parece notarlo, porque te sonríe con comprensión.

—Bueno no podría asegurarlo, necesito rearmar un poco la base central y ver si podemos ponerlo en otro equipo.

Tiemblas de emoción o nerviosismo.

—Necesito llevarlo a mi casa—completa, doblando la playera con cuidado. Muy distinto a la brutalidad con que lo has manejado tú.—No puedo hacerlo aquí, ¿te parece si te veo mañana?

—¿Puedo acompañarte mientras lo reparas?—propones nervioso—Prometo no molestar.

—¿No confías en mí?—cuestiona divertido— Juro que no veré más de la cuenta.

¿Ver de más? ¿A qué se referirá con eso? Tardas unos segundos en reaccionar, hasta que recuerdas que a lo mejor él piensa…

—¿Qué? ¡No! ¡No, es eso, te lo juro! No guardo esas fotos.

De acuerdo, no fue lo más inteligente de tu parte, menos por el sonrojo que cubrió tus mejillas. Él no puede más que reír por la forma tan acalorada en que dijiste eso último. ¡Dios! Ni siquiera recuerdas si en verdad no tienes material así en la memoria. Algunas cosas se guardan en automático, no es culpa tuya.

Si Anna te viera ni siquiera dudaría de tu perversión.

—¿Podemos olvidar los últimos dos minutos?—murmuras entre dientes, tratando de despegar la mano de tu rostro—Ya perdí mucha de mi dignidad hoy, no creo que pueda perder más.

—Descuida, nadie mencionó nada, solo que me acompañaras a casa—dice amable, tomando las cosas para meterlas en su mochila. Es un alivio que no quiera hacer más grilla del asunto. —Por cierto, soy Manta Oyamada.

—Yoh Asakura.

Él toma su mochila e intercambia contigo una sonrisa cómplice que te inspira a seguirlo. Es muy pequeño a comparación de ti, no debe de medir ni el metro de altura, pero compensa con creces los centímetros que le faltan con su gran pasión al hablar sobre una película en cartelera. Mientras te sostienes de la barra de metal en el tren, observas la ventanilla de cristal y tu cansado reflejo.

Pareces más cerca de los treinta con esa apariencia, se nota que no has dormido.

—¿No crees que ya se están pasando con los multiversos? Multiverso por aquí, multiverso por allá, Yoh.

—¿Eh?

—De verdad estás algo perdido, ya no me extraña que hayas tirado el teléfono a las vías—comenta con gracia, sentándose en uno de los asientos vacíos—A veces también tienes que actualizarte con las tendencias.

Seguro, hasta tu abuela habla sobre algunos temas que tú ni conoces.

—Pues….—titubeas, tratando de hallar las palabras más adecuadas. Es un fanático, no quieres ofenderlo. —La verdad no he visto esa película.

—¿Esa película o las películas de Marvel? ¿Viste la Saga del Infinito?

En resumidas cuentas, ni siquiera recuerdas cuándo fue la última vez que fuiste al cine. Solo te encoges de hombros, no tienes idea de qué te habla.

—¡Por dios, no puedo creer que vivas en el siglo XXI sin haber visto ni una película de Marvel!—grita escandalizado— Me siento en la obligación moral de educarte, no puedes andar por ahí diciendo eso.

Quisieras decirle que no exagere, pero él mismo te ha jalado para que te sientes a su lado y escuches la cátedra que tiene para darte. Decir que tiene una gran pasión en el tema es poco, porque conoce a detalle todo sobre esos cómics. Podría ser molesto en muchos sentidos, pero al verlo ahí hablando sin cesar, te recuerda a Redseb platicando de videojuegos y ese pequeño mundo geek que estaba descubriendo.

Es un sentimiento de nostalgia el que te invade y te hace permanecer callado, recolectando la información que él tiene para darte.

—¿Entendiste?

Hasta en el código de confirmación son iguales.

—Sí, Spiderman tiene otros dos Spiderman de otro universo.

Con esto deduces dos cosas: Manta no es japonés y dos, es hijo único.

—¡Manta! ¡Llegas tarde!

Y al ver su reacción tan exacerbada parece que no es una simple vecina. Pero quizá en este último punto te has equivocado, porque luego de bajar en su estación y caminar por su barrio, descubres a una chica muy parecida a él.

—Y traes un amigo—comenta curiosa, inspeccionado de cerca tu figura. Es una adolescente muy vivaz— No olvides que es tu turno de limpiar mesas. ¿Lo traes para que te ayude?

Claro, olvidaste mencionar que su casa es un edificio con una pizzería en el primer nivel.

—No molestes, Mannoko—responde irritado, pero con la diferencia de estatura, no pareciera que ella es menor. —Ignorala, Yoh. Mi turno fue ayer.

—No en el calendario de ´Súper Strange´. Te toca limpiar las mesas.

Suelta un bufido y da un par de manotazos para alejarla como si fuera mosca. Estás inmóvil, mientras ella se esconde detrás de ti y te usa como barrera contra su hermano. Es una dinámica nueva, Manta no parece ser un tipo muy tolerante con ella, por lo que al final de ese altercado, termina sacando parte de su paga para alejarla.

—Nos vemos, Yoh.

Si hubiese un marcador, claramente marcaría en contra del pequeño Oyamada, que levantaba el puño en son de venganza. Pero si algo sabes de las mujeres es que es preferible dejarlas ganar, al menos hasta que tengas una mejor jugada.

No es algo que diría el viejo Yoh, lo sabes, te apena ser tan cínico ahora.

—Hermanas, nunca tengas hermanas.

Muy tarde para eso, porque Seyram sigue muy presente en tu mente.

—¿Dije algo malo?—pregunta extrañado al verte tan absorto.

—No… solo pensé que eras hijo único.

No sabes si lo ha creído, pero al menos en este momento, no sientes ánimo de contarle sobre el drama de tu vida.

—Me harías un favor.

Al parecer sí.

—¿Y… aquí vives?

—Al fondo, en el sótano—informa Oyamada—Papá compró el viejo edificio, lo remodeló y cree que por tener un bigote raro todos vendrán a comer pizza. Ni siquiera es italiano, aún no comprende que hay un mundo entre la comida americana y la de aquí—acuñó, realizando burla al cartel que estaba pegado en la pared del pasillo trasero—Las ventas no son buenas, Japón no es un lugar de pizzas.

Con ese comentario, resuelve a tu favor una de tus teorías.

—Qué mal, pero seguro saben bien.

—No necesitas ser amable—responde con una pequeña risa—Aunque seguro que si ellos te ven querrán que pruebes algo. Conociendo a mi hermana, nos bajará pizza para andar de chismosa.

No puedes evitar esa media sonrisa, otra vez al recordar a Seyram, quizá pensando que también podrían ser esa clase de hermanos. Pero en primer lugar no viven juntos y en segundo, no tienes permitido verla; por lo que la idea es una idiotez desde cualquier punto de vista.

Desciendes por unas escaleras maltrechas hasta dar con una puerta metálica algo oxidada. Empiezas a dudar si realmente es el afable chico que ha demostrado ser en las últimas dos horas, pero tu mandíbula se desprende al ver que tras esta barrera hay un mundo tecnológico, entre luces neón azules con verde y tres computadoras bien equipadas. Tiene una sala y una pequeña cama al fondo. Claro, no puedes desestimar el estante de muñecos de colección.

—¿Sorprendido? —pregunta con orgullo.

—Sí…

No puedes dar crédito, sientes que has entrado a un departamento de cómputo de una de esas tiendas caras.

—Papá piensa que no gano mucho. Nunca entra aquí, por eso tengo que pagar el silencio de mi hermana—agrega Manta con un gran suspiro—Ya te dije que no tengas hermanas, así que está de más mi consejo.

Baja su mochila y sube por unas pequeñas escalinatas para tener todo sobre una mesa de cristal alta. Recuerdas por qué estás ahí y te acercas, mientras tiende el desecho de tu celular en la plataforma.

—Vamos a ver, esta no, esta sí, esta no…

El pequeño comienza a separar los pequeños circuitos.

—En realidad solo necesitamos el chip y otros componentes para armarlo de nuevo.

Puedes verlo, ha desechado la mayor parte de mecanismos. Sin embargo y aunque no lo comprendes del todo, comienza a explicarte qué hará con precisión para integrar esas piezas a un chasis inerte.

—Tardaré una hora por la programación en la computadora, pero no garantizo nada, tenemos que ver el estado interno del circuito—da un salto grande para aterrizar en el suelo, como si lo hiciera en forma habitual— ¿Quieres escuchar música? ¿Una soda?

—Una soda está bien.

Sostiene un control de su escritorio e ilumina el fondo de la pieza. Si no te quedaste sin aire es porque no eres un ser humano, porque eso es demasiado futurista. ¿En qué siglo vive Manta Oyamada? ¿Y por qué tiene su propia máquina de sodas y jugos en ese rincón? Además de una dispensadora de golosinas y la consola más actualizada del mercado.

—Toma una, no necesitas meterle moneda.

Se ha puesto una lámpara en la cabeza, lo que hace más burdo todo esto.

Caminas hacia allá, permitiéndole trabajar. La variedad que tiene cada dispensador es impresionante, no sabes qué escoger, así que optas por un clásico jugo de naranja sin gas.

Demasiado convencional.

—¿Sabes…? Para ser alguien tan chiquito eres alguien impresionante.

Manta deja de observar el monitor y gira la silla para contestarte. Es un gesto gracioso porque delinea el borde inferior de su nariz con el dedo índice, orgulloso de tus palabras.

—A veces las apariencias son engañosas.

Una sonora risa se te escapa.

—No podría estar más de acuerdo.

Te sientas en un banco cercano y escuchas el diagnóstico final.

—Podemos salvarlo.

Son las palabras mágicas que has esperado desde que toda esta hecatombe comenzó. Suspiras, más aliviado; también más relajado.

¿Quién podría culparte?

Manta trabaja a paso veloz, mientras inspeccionas el lugar. Quizá sea algo impropio ser tan curioso, pero más de una de sus pertenencias llama tu atención, en especial cuando has dado con una consola vieja de música. Lo único que despinta en ese mundo moderno.

—Era de mi viejo, pero no sirve. Compré varios aparatos similares, aunque nunca lo arreglé—explica él, sentado frente a la computadora—Pensé que eso le daría un toque retro al lugar.

Tiene discos muy viejos de colección pegados en el muro como decoración, sería una pena solo dejarlos así.

—¿Puedo intentarlo?

—Sí, claro—comenta distraído en la programación—Allá en la esquina están los demás.

Claro, observas la pequeña pila cubierta por una manta. Sin embargo, antes debes hacer una evaluación. Abres la tapa y te aventuras a ese mundo que conoces a la perfección. No en vano Mikihisa llevaba a casa varios aparatos con tal de arreglar el suyo. Recuerdas que tu madre odiaba ver la mesa repleta de artefactos más arcaicos que la misma baratija que intentaba reparar.

—A veces la mecánica de las cosas es más sencilla de lo que parece—recuerdas las palabras de tu padre—A veces el problema es un sencillo mecanismo o…

—Sólo es polvo—defines al ver la cantidad de suciedad que guarda dentro.—Tal vez eso es lo que necesitas.

Hablas, como si el aparato fuera a escucharte, lo cual es absurdo. No obstante, nada frena tu labor de limpieza, tratas de ser cuidadoso para no ensuciar demasiado. Parece que tiene cables desconectados y sí, le falta una pequeña pieza en el mecanismo para que gire el disco.

Corres al rincón, llevas más de una hora en tu tarea. Pero cuando cierras la consola y bajas un disco Blues de la pared para probarla, sabes que el esfuerzo valió la pena.

—Wow… —escuchas detrás de ti—En verdad lo hiciste.

Das media vuelta, sonriente, orgulloso de tu pequeño logro. Manta apenas puede dar crédito a lo que has hecho.

—Solo necesitaba un poco de cariño.

Él mueve su cabeza en negación, sabes lo que dirá. Muchos te han dicho demente por lo mismo. Son cosas mecánicas y no tienen alma, pero siempre has pensado que una parte de la persona se confiere a sus cosas y por ello, una parte de su mecanismo vive.

—Sí, yo a veces también les hablo—dice con un gesto cómplice—Pero no le digas a nadie, cualquiera diría que estamos locos.

Sus palabras te confieren un sentimiento de familiaridad que hace tiempo no sientes.

—¿Estás listo? Yo también ya terminé con la programación—menciona orgulloso, mostrándote los monitores de su computadora—Casi acaba de bajar la información, sólo hay que darle ´Enter´ en cuanto esté la carga completa.

Avanzas, Manta te cede el asiento mientras observas la barra casi completa en color azul en la pantalla. Sientes el estómago apretarse, ¿es normal temblar tanto?

—Terminó.

Suspiras, tratando de aparentar una fortaleza mental de la que careces. Eso o es que en verdad ahora temes encontrar lo que hay del otro lado. Pero al seguir las indicaciones, hallas el fondo de Bob, justo como lo recuerdas cada vez que desbloqueabas el aparato.

—Es como si fuera tu celular pero en grande—explica Manta—Funcionará igual.

Claro, eso tiene sentido.

—¿Y… está todo?

—Pues… eso es algo que tendrás que averiguar.

Te da una palmada en el hombro y camina al fondo de la habitación, donde la música aun suena en la consola. Sus pasos se desdibujan cuando comienzas a mover el cursor hacia el centro y buscas la aplicación de chat. Tu corazón se acelera cuando aparece la lista, el primero en figurar es el de tus amigos, muchas notificaciones están ahí.

Pero el que verdaderamente te importa… está justo ahí, en el tercer sitio.

Aprietas los labios, quieres darte valor, porque recuerdas lo pervertido que fuiste la última vez y solo quieres salir huyendo. Pero estás aquí por una razón, tú querías volver a hablar con ella. Debes tragarte la vergüenza y afrontar tu error.

Así que abres la conversación, lees los últimos mensajes.

Nos conocimos el último día del año. Dijiste que pagarías la factura por ensuciar mi abrigo cuando estalló la lata de café.

Recuerdas ése, te sorprendiste tanto que soltaste el teléfono a las vías.

¿O acaso vas por la vida prometiendo lo mismo a todas?

Mas no alcanzaste a ver la dura acusación que hizo después.

Tus dedos tiemblan cuando alcanzan las teclas. Hay un sinnúmero de respuestas que quieres poner: que te confundiste, porque pensabas en la última chica con la que cogiste a oscuras en un estacionamiento; que alguien contestó tu teléfono y te jugó una broma. Ésa sería la mejor. Quieres escribir algo que niegue todo, o que te quite la imagen de idiota, pero lo único que se te ocurre es una simple línea.

No a todas, solo a ti, Anna

Porque es la verdad, no vas por la ciudad prometiéndole nada a nadie, ni siquiera a ti. Suspiras repetidas veces, quieres felicitarte por esta proeza, porque en verdad te ha costado, prueba de ello es que sigues temblando.

Ahora queda ver la respuesta. El mensaje se ha enviado, reconoces cuando está hospedado en el móvil, pero no hay actividad. Ella no está en línea. Es una espera larga que te carcome los nervios.

¿Cuánto puede tardar otra persona en responder?

Has perdido la cuenta de los minutos que llevas observando la pantalla. Incluso de las veces que Manta ha cambiado el disco en la consola y que casi se cae tratando de alcanzar los que colgó más alto. Te paras un momento, para evitar que se lastime, es mejor que muevas un poco ese cuerpo que amenaza con paralizarse ante la mortal espera.

—¿Todavía no te responden?

—¿Eh? ¿Cómo sabes…?

—Bueno, es fácil, supongo que querías recuperar conversaciones—dedujo él— Además te ves muy nervioso.

No puedes evitar tocar tu nuca con vergüenza, no esperabas ser tan obvio. Sin embargo, era uno de los factores a los que te arriesgabas. Han pasado más de dos días, quizá ella ya hasta borró tu número o incluso peor, no quiere recibir ningún mensaje tuyo. Era una alternativa, debes ser valiente y tolerar el rechazo.

¿Cuánto estás dispuesto a esperar?

La resolución no te sorprende, porque han pasado más de cuatro horas, hasta te diste el lujo de responder mensajes del grupo de amigos. Pero ella sigue sin aparecer. Nunca pensaste que serías esa clase de persona, la que revisa constantemente una conversación. Ni que estarías tan ansioso por escribirte con alguien.

¿Y si agregaras algo más a tu mensaje? Pero…¿ y si lo arruinas?

Quizá se niegue a responder pensando que es algún admirador. Porque seguro tiene muchos, ella es hermosa. Te sonrojas ante el recuerdo y el nervio que te da al evocar sus hermosos ojos.

¿Por qué eres así de simple? Al menos sabes que tu alma no está tan perdida como pensabas. Continuas sentado frente al escritorio de tu nuevo amigo, quien por cierto fue secuestrado por su hermana para ayudarle con unas mesas en el restaurante. Deberías dejar esta estupidez y regresar a casa, es obvio que ella no tiene ningún interés.

¿Y por qué lo tendría? No eres un buen prospecto. ¿O acaso olvidas esos detalles?

—No….

Estás a punto de cerrar la pestaña y arrancar de tajo todo, cuando esa conversación vuelve a vibrar. Es como una bocanada de aire, como una corriente eléctrica que pasa por tu columna vertebral. Te sientes diminuto frente a lo que puedes hallar tras esa ventana. Puedes huir y pretender que nunca pasó, pero por otra parte quieres sumergirte de nuevo en ese mar de asombroso misterio que significa Anna.

Quieres conocerla.

Abres su conversación y de todas los reproches que esperas, solo hayas una singular pregunta.

¿Acaso moriste?

Quieres reír, no sabes si por la ironía o por lo patán que debiste verte. Ahora no sabes si denostar tu torpeza, lo que sí es un hecho es que te ha hecho sonreír como un tonto.

Solo si tú deseabas mi muerte.

Quizá es el diálogo más extraño que has tenido con alguien.

¿Debería desearla?

Suspiras, no quieres mentir y decir que te sientes seguro, porque para nada lo estás, temes que estás pisando un campo minado y cualquier error te puede volar la cabeza.

—Siento lo del otro día, yo no quería, me equivoqué.

El corazón te palpita a mil cada vez que notas en la parte superior que está escribiendo, es peor ahora que lo borra y vuelve a aparecer esa leyenda. Antes que te condene le mandas un emoji, una carita extra de arrepentimiento nunca le ha fallado a nadie.

Sí, me di cuenta…

¿Eso es todo? ¿Es… buena o mala señal?

Pero puedo remediarlo, lo prometo, pagaré la cuenta de la tintorería.

Envía una carita pensante y vuelve a escribir algo, que borra dos o tres veces. ¿Por qué te tortura tanto?

Jamás pensé que fueras de ese modo

No comprendes a qué se refiere.

¿De qué modo?

Hay un nuevo gesto que no alcanzas a identificar, o quizá… ¿es eso una sonrisa confiada? ¿Es un gesto de coqueteo? Ojalá tuvieras tan buen estómago.

Un soez pervertido que va por la vida ensuciando a las chicas y me imagino que no de café.

Oficialmente te quieres morir.

No sabes por qué Anna tiene tal grado de importancia, pero diablos, ni siquiera la ves y ya sientes que podrías estar arrodillado frente a ella pidiéndole perdón. Incluso se te escapa un pequeño grito para aliviar tu tensión, porque si vieras un cardiólogo en este instante te diría que estás al borde de un infarto.

—Calma, Yoh—te repites, palmeando tus mejillas—Solo es una chica, ella no puede verte.

No pasa nada, has enfrentado peores situaciones.

Parece que no eres tan valiente como el otro día.

Golpeas tu cabeza con el puño, suave, no quieres matar las últimas neuronas en tu cerebro, las necesitas para salir bien librado de esto.

¿Hubieras preferido que la mancha en tu abrigo no fuera de café?

Una vez que das enviar, tu mundo entero comienza a colapsar. No puedes creer que has enviado semejante insinuación. ¡No puedes creer que acabas de confirmar que eres el sucio pervertido del otro día!

Oficialmente, eres hombre muerto.

Continuará…


N/a: ¡Un capítulo más! Me tomó tiempo, a pesar de que tenía escrito una buena parte desde hace semanas. No ha sido fácil, pero aquí estamos con uno más en la cuenta. Agradezco todos sus comentarios, han sido muy motivantes, siempre es un placer leer las reacciones, en este caso… quién iba a pensar que el celular se fuera a destrozar de esa manera. Y parece que fue una eternidad, porque tardé mucho en actualizar. También la parte de Horo Horo y Ren, es algo muy nuevo eso de la bisexualidad, que a veces se marca más por los parámetros sociales, incluso da para un spin off, pero no me voy a proyectar demasiado. Aquí tenemos otro personaje más y… espero que con el cierre no me arrojen muchas botellas vacías.

Un especial agradecimiento a Tsun, porque se tomó la molestia de leerlo todo con el traductor, sé lo difícil que es comprenderlo porque cambia mucho las palabras y los pronombres. Mil gracias.

Agradecimientos especiales: TheTsundereWife, Chabe, Nina, The impertinent unicorn, Voukonenchap, Rozanji, Allie Mcclure, Gissie007, Tuinevitableanto, Anneyk, Guest, Carlos29 y Guest.

¡Gracias a todos por leer!

¡Nos vemos pronto!