IZON SHŌ
Capítulo XXXIX
Trigésimo novena sesión
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La frustración es una emoción difícil de tratar, sobretodo porque se retroalimenta a sí misma, mientras más piensas en ella, más la sientes y más crece. Así se sentía InuYasha mientras caminaba en silencio con Kagome hacia su casa, con el abuelo de ésta encabezando el pequeño grupo.
Si sólo hubiese tenido unos minutos más —se lamentaba, ayudándose de las largas mangas del kosode rojo que llevaba, para que la erección que aún palpitaba bajo el pantalón no se hiciese evidente.
—Lo siento —murmuró Kagome. InuYasha la miró sin saber qué decir.
—¿Qué opinas del templo, muchacho? —el abuelo interrumpió aquel intento de intercambio verbal.
—Oh, bueno. Es grande y muy bien organizado —dijo algo que pensó que el hombre apreciaría, después de todo dedicaba su vida al lugar.
—Ya veo —aún caminaba por delante de ellos con ambas manos unidas a la espalda— ¿Encontraste algo interesante en la pagoda del pozo? —le dio una mirada hacia atrás, por encima del hombro.
Fue inevitable revivir la situación de hace unos minutos atrás. Kagome estaba arrodillada delante de él y tomaba su sexo con la boca, humedeciéndolo y acariciándolo con la lengua y los labios. La sensación era realmente intensa, quizás por el lugar o quizás por la tensión previa de estar en casa de la familia de ella. Lo cierto es que su cuerpo estaba pidiendo liberación y Kagome lo estaba provocando con maestría. Él mantenía la posición con una mano en la pared de madera de la pagoda y con la otra le sostenía la cabeza, enredando los dedos en los mechones oscuros de su pelo. Recordaba haber comenzado a repetir su nombre, sintiendo como su sexo se endurecía más y más, estaba a punto, notaba en la parte baja del vientre esa sensación de hormigueo que precede a la eyaculación. Sin embargo, a poca distancia, escucharon la voz del anciano que la llamaba y Kagome puso ambas manos en su cadera y se empujó hacia atrás para soltarlo. Él suplicó un no que estaba lejos de ser acatado y ella se acomodó la ropa y le dijo a él que hiciese lo mismo.
Luego de eso ambos salieron de la pagoda, primero lo hizo ella, dándole algo de tiempo para poner en su sitio las prendas de ropa.
Desde luego, no le podía decir al anciano que lo mejor que tenía la pagoda era la intimidad que les había proporcionado por un instante demasiado corto.
—Sí, un espacio interesante —aunque si le hubiese dado un minuto más, o dos— ¿Tiene alguna historia ese pozo?
—¿No te la contó mi nieta? —esta vez el hombre se detuvo y giro medio cuerpo hacia ellos, mirando a Kagome, ésta se puso rígida.
—Iba a hacerlo, acabábamos de entrar —intentó aligerar la situación—. Debe ser una historia interesante.
El hombre les dio una mirada más, un vistazo a cada uno y continuó el camino.
—Está hecho con madera del árbol sagrado y se dice que a él se echaban los cuerpos de los youkais que asolaban las aldeas y que dentro desaparecían, es por eso que se le llama el pozo devora huesos —explicó.
—Es una leyenda atrayente —expresó InuYasha.
—Como muchas otras que contiene el templo y el bosque alrededor. Si sigues viniendo te contaré las demás —el hombre le estaba dejando una invitación clara e InuYasha se sintió ligeramente alegre con eso y miró a Kagome, buscando una mirada cómplice que no recibió.
Habían llegado a la casa y el abuelo abrió la puerta pasando en primer lugar. El olor a comida se abrió paso de inmediato e InuYasha pudo presuponer lo que se estaba preparando en la cocina.
—Quizás quieras cambiarte —le dijo Kagome, nada más entrar por el pasillo.
—Eso estaría bien —aceptó.
—Abuelo, subiremos un momento —se explicó.
—Claro, claro —el hombre sonó despreocupado—, pero no tarden demasiado o iré a por ustedes.
Kagome sintió las mejillas calientes de inmediato y supo que estaba quedando en evidencia. No respondió, sólo se dio la vuelta y le indicó a InuYasha que subiera tras ella. Al llegar a su habitación comenzó a recolectar su ropa para ir a otro cuarto a cambiarse.
—Ahora nos vamos ¿No? —lo escuchó preguntar y se quedó helada.
—¿No dije que comeríamos aquí? —interrogó, sintiendo que el mundo se le caía encima.
Siempre era la misma sensación de inseguridad cuando se trataba de sus decisiones en medio de las paredes de esta casa. Incluso viviendo sola y pagando sus propios gastos, todo se reducía a la aprobación de aquellos que le importaban. Además, ahora estaba InuYasha.
—No estoy seguro que lo mencionaras —su mirada era clara y honesta, tal como al parecer solía ser en todo. Por esa misma razón supo leer que no estaba a gusto con la idea.
Mierda.
—Puedo intentar disculparnos, o quizás disculparte a ti —comenzó a cavilar.
InuYasha la miró, Kagome mantenía la mirada en un punto perdido de la habitación. Supo reconocer la ansiedad en ella y ese momento en que comenzaba a alzar las barreras para aislarse de todos y de él. Se acercó, no la quería lejos. La tomó por los hombros, llamando así su atención.
—Kagome ¿Quieres quedarte? —la pregunta era simple, sin embargo en los ojos de ella bailaban demasiadas conclusiones.
—No lo sé —fue consciente de la sinceridad de aquella duda y de lo vulnerable que se había hecho ella sólo con esas tres sílabas.
—No importa —quiso aliviarla. De pronto se abrió en su pensamiento una idea: todas las murallas de Kagome estaban construidas a partir de aquí. Para él no era fácil medirlo, su propia relación familiar no había sido nunca difícil; sin embargo lo entendía—. Nos quedaremos, comeremos y nos iremos juntos.
Notó el modo en que Kagome respiró hondo, sin dejar de mirarlo, así como notó que sus ojos comenzaron a brillar con lágrimas que se esforzó en contener. Lo siguiente fue recibir un beso fugaz, uno que iba destinado a ser un agradecimiento. Luego de esto se dio la vuelta para salir de la habitación y aunque él se sintió profundamente enternecido, quiso darle algo que la ayudara a sentirse fuerte.
—No es eso lo que quiero que hagas con la boca —le soltó. Kagome se giró para mirarlo con los ojos muy abiertos, para luego volver a esa mirada felina que se le ponía cuando tomaba las riendas de algo.
—Ya hablaremos tú y yo, o no —murmuró, dejando de manifiesto una amenaza placentera. A continuación lo dejó a solas.
InuYasha tomó aire profundamente. Había deseado conocerla más y compartir con ella su mundo, así el universo se lo había puesto delante ¿No?
Ten cuidado con lo que deseas, puede hacerse realidad, aunque no cómo tú quieres —pensó.
Se rio de sí mismo y comenzó a quitarse el traje rojo que lo había acompañado las últimas horas. Cuando Kagome regresó a la habitación ya vestía la misma ropa con la que había llegado; un vestido y medias semitransparentes. Fuera enfriaba bastante y, aunque no era algo preocupante, reparó en que no la había visto nunca con pantalón.
—¿No tendrás frío al volver? —había que caminar un buen tramo.
—Tengo la chaqueta en la habitación, me la pondré al salir —le aclaró.
—Me refiero a las piernas. Nunca llevas pantalón —intentó aclarar su duda.
Kagome se quedó en silencio un instante antes de responder.
—Estaré bien —sonrió y se dio la vuelta para ir hacia la escalera.
InuYasha la siguió e intentó parecer todo lo relajado que pudo, aunque las pisadas en los peldaños parecían hacer que estos crujieran del mismo modo que sus nervios. Cuando entró en la cocina encontró al abuelo ojeando un periódico, el hermano no estaba en el lugar. Pensó en su madre y quiso recordarse que la mujer que estaba poniendo los platos sobre la mesa también era una madre, quizás eso lo ayudase a contener la presión.
—¡Qué bien huele! —expresó Kagome, acercándose a la mujer.
—Deberíamos comer en la otra habitación —planteó la madre en respuesta.
—No, mamá, aquí está bien, InuYasha está familiarizado con la cocina, es cocinero —lo miró, como si quisiera que él la apoyase en su argumento.
—La cocina es perfecta —opinó, dando un paso más al interior—¿Eso es gyoza? —indicó las empanadillas que descansaban en una fuente y de las que alcanzaba a ver una parte.
—Sí, las he hecho de carne y de vegetales, a Kagome no le gusta demasiado la carne —mencionó la mujer, en tanto ponía la sartén sobre el fuego de la cocina.
—Es así —se interrumpió, estuvo a punto de mencionar que él habitualmente le cocinaba vegetariano. La madre lo miró un poco más, como si esperase a que terminara lo que había comenzado a decir con tanto entusiasmo—… mi madre solía preparar en casa.
Salió por la tangente, no sin dificultad.
—Para nosotras las madres es una comida socorrida —aceptó la mujer.
—Desde luego, es una preparación que se puede adelantar y eso es cómodo —continuó con la conversación, entendiendo los tiempos que se necesitaban para la preparación de los ingredientes, además de saber lo que se podía conservar previamente.
—Así es —aceptó la madre de Kagome— ¿Cómo es que se conocen?
Se produjo un silencio absoluto, hasta el abuelo había dejado de mover las hojas del periódico.
—Coincidimos en un lugar y hablamos —era la vaga respuesta que estaba dando Kagome. InuYasha no sabía cómo complementar aquello.
—Y ¿Compañeros de cocina? —continuó la madre, mientras ponía los gyoza, uno por uno, en la sartén para que se doraran.
—Bueno, sí, ya sabes, no se me da bien la cocina y pensé —Kagome lo miró, luego a su madre, luego nuevamente a él—… estamos saliendo.
—¿Pensaste que estaban saliendo? No entiendo —la madre los miró a ambos, primero a Kagome, luego a InuYasha, descubriendo que ellos estaban prendados uno en la mirada del otro, siendo parte de un mundo propio al que los demás no llegarían—. Ahora ya entiendo.
—¿A comer? —preguntó Souta, desde la puerta.
En cuestión de un momento se sentaron a la mesa sin que nadie mencionara lo que Kagome acababa de confesar. La comida avanzó de buena manera. Souta habló de salir más tarde a casa de un compañero de clase para terminar un trabajo que debían presentar durante la semana siguiente. Kagome sospechaba que era una excusa para salir con alguien, probablemente una chica. La madre pareció sospechar al igual que ella y entonces el abuelo intervino pidiendo que le dieran un poco más de miso. InuYasha acercó el cuento del anciano y Kagome comenzó a servir.
—Cuéntanos, InuYasha ¿Te gusta tu trabajo? —preguntó la madre.
Él pensó un momento la respuesta, incluso llegó a asentir antes de responder.
—La mayor parte del tiempo sí, en ocasiones los horarios me queman un poco, sin embargo es un trabajo agradable —aceptó.
—Y ¿Kagome ha aprendido algo de cocina? —continuó.
InuYasha esperó un instante, por si Kagome quería decir algo primero. Aún estaba sorprendido por la declaración inesperada sobre la relación que tenía. Pensó en algo para decir, no obstante le pareció que no era buena idea hablar sobre la forma en que estaba aprendiendo a preparar los tamagoyaki para desayunar.
—Como catadora es muy buena —comenzó y Kagome lo miró intentando disimular su inquietud—, siempre intento darle algo diferente cuando va a cenar al sitio en que trabajo y ella me da su opinión.
—Ya veo —la madre sonrió—. Y Kagome ¿Bien con tu trabajo? —Kagome tomó aire para responder— Por cierto, Ayumi pasó y dejó recuerdos para ti, su madre está mejor de salud y la chica tenía ganas de verte.
InuYasha no pasó por alto la situación. Había algo controlador en el modo en que la madre le hablaba.
—Ya le llamaré —respondió Kagome, sin que al parecer viese un conflicto en lo que acababa de suceder.
—InuYasha —fue el abuelo quien habló. Lo observó, prestándole su atención, quizás como un modo de dar un ejemplo de cómo se llevaba una conversación respetuosa— ¿Eres de Tokyo?
—No, en realidad. Soy de Nakano, en Nagano —se explicó.
—Oh, conozco la zona, tienen un templo budista —afirmó el hombre—. Hace muchos años lo visité y me pareció impresionante ¿Sigue en pie?
—Claro, tiene muchas visitas, sobre todo en verano —se sentía motivado con lo que parecía una buena conversación.
—Nieva mucho en invierno por ahí —continuó el abuelo y Kagome se sintió aliviada al poder hablar de algo con normalidad.
—Sí, es un espectáculo, aunque mi madre se queja sobre la acumulación de ésta fuera de casa y en la tienda que lleva —explicó.
—¿Lleva una tienda? —preguntó el anciano.
Kagome se sintió absurda al comprender que no se le había pasado por la cabeza enterarse de aquello.
—Sí, es una floristería, además de otro tipo de cosas, comestibles y demás, aunque sobretodo flores —contó.
El pecho de Kagome se abrió de pronto, como si una luz radiante de abriera paso a través de su piel y de los huesos que recubrían su corazón. Por un momento se permitió razonar que en aquel lugar no residía el alma, sin embargo, y si fuese un camino…
InuYasha la miró entonces, parecía que quería transmitirle una emoción que ella no alcanzaba a reconocer, quizás porque en realidad no la conocía y le resultaba nueva.
El resto de la comida avanzó en calma. Su madre habló de algunas cuestiones del templo y su abuelo le recordó que debía venir en estos días a preparar amuletos. Para él, ella tenía el deber de aprender.
Al marcharse, poco después de la comida. Su madre la despidió en la puerta cuando InuYasha estaba a metros de distancia de ellas.
—No —le dijo al oído la mujer al abrazarla. Kagome necesitó un instante para asumir sobre qué le estaba hablando.
—¿Por qué? —fue la pregunta pertinente ante aquella palabra dicha de forma suave y que contenía algo tan negativo que le dolió bajo la piel.
—No es para ti, se nota que tiene demasiada experiencia —fue el argumento que le dio y la dejó atónita durante un momento. Le resultó abrumadora la forma en que la idealizaba y lo poco que en realidad la conocía. ¿Cómo podía responder a su madre sin generar distanciamiento entre ellas?
—Al abuelo le gusta —quiso bordear la situación, buscar un punto por el que pudiese entrar una consideración diferente.
—El abuelo es viejo —objetó la mujer, quitando de inmediato valor al argumento.
—Mamá —se sintió débil, quizás ofendida por la apreciación que su madre hacía el patriarca de la familia.
Aun no comprendía lo obsoleto de su propio pensamiento al respecto.
—Lo mejor sería que no volvieses a traerlo —era un golpe bajo y sintió que el pecho le quemaba por el cúmulo de emociones que ahora mismo contenía.
Respiró hondamente y pensó en darse la vuelta sin decir nada, de hecho lo hizo, sin embargo volvió al sitio y miró a su madre a los ojos. No quería distanciarse, no obstante la armonía que pretendía siempre iba de la mano a la renuncia que ella tenía que hacer sobre lo que deseaba. Su madre la amaba, lo sentía, y eso la limitaba, la coaccionaba, sobre todo porque el amor no debería oprimir.
Miró a InuYasha y experimento una sensación de calidez ante la forma en que él permanecía junto a ella. Sus puntos de vista eran firmes, sin dejar de ser amable. Le demostraba afecto y aunque eso mismo se instalaba en ella acompañado de una potente sensación de vértigo, reconocía que era cálido mientras lo disfrutaba.
Volvió a mirar a su madre.
—Me tengo que ir —ahora mismo estaba dividida y demasiado cansada de lidiar con las exigencias de su madre. Vio la forma en que aquellos ojos castaños que heredó, poblados de cientos de experiencias que ella no podría adivinar, la miraron con incertidumbre.
—Y ¿Hojō? —esa fue la baza que su madre pensó usar y Kagome luchó por no sentirse decepcionada ante esa simpleza.
—¿Qué pasa con Hojō? —preguntó, buscando darse tiempo y quizás dárselo a ella para rectificar. Volvió a mirar a InuYasha, permanecía con las manos en los bolsillos del pantalón en un gesto propio, mientras el pelo se le removía por el aire fresco.
—Tiene un buen trabajo, es amable y dulce —insistió—. Le gustas.
Se enfocó en la mujer frente a ella. Miró las canas que delineaban algunos mechones de su pelo y procuró decir las palabras que contenía en la mayor en calma que encontró.
—Pero él a mí no —era una certeza, algo que sabía que su madre no entendería. Sintió tristeza en el pecho y ésta contrastaba con esa otra emoción casi apabullante de descubrir que este era el instante exacto en que supo que estaba enamorada de InuYasha.
Le dio un beso a su madre en la mejilla, también la amaba.
Caminó en dirección al hombre que la estaba esperando. InuYasha la miró y no pudo evitar sentir la mano del miedo sosteniendo su corazón, sin embargo estaba en un punto en que era más fuerte su deseo de estar con él que el temor a perderlo, cuando la descubriera bajo todas las capas que la escondían.
Se encaminaron hacia el arco torii que indicaba la salida y dejaron atrás el lugar. InuYasha prácticamente respiró por primera vez desde hacía horas. Se llenó los pulmones como si hubiese necesitado una gran bocanada luego de estar recibiendo el aire con cortas respiraciones. Esa fue su sensación cuando descendió el último peldaño de la larga escalera que comunicaba el templo con el resto del mundo. Literalmente suspiró y sólo en ese momento tuvo claridad sobre la presión que había estado acumulando. Kagome lo miró con una sonrisa.
—¿Está todo bien? —le preguntó, mientras continuaban el camino.
La observó durante un instante y comprendió que ella había traspasado una barrera muy importante hoy. Sintió que no era una barrera bajada, era una que había roto desde dentro para que dejara de existir.
—Todo bien —aceptó.
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Continuará.
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N/A
Bueno, ya casi están todas las piezas puestas. Aún queda algún paso más y detalles cotidianos que los van creando como pareja.
Espero lo hayan disfrutado y que me cuenten en los comentarios.
Besos!
Anyara
