IZON SHŌ

Capítulo XL

Receso

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Kagome

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El último apartamento al que se había trasladado le quedaba un poco más lejos de la universidad que el anterior que había ocupado. Sin embargo el precio del alquiler resultaba apropiado a su presupuesto, con el espacio suficiente para las pocas cosas que llevaba consigo. Desde que había comenzado con su peregrinaje, no había querido dar muchas explicaciones, simplemente tomaba la decisión y se trasladaba.

—Ya tengo puesta la película —mencionó Sango, sentada en el futón que tenía Kagome en el suelo y que hacía de sofá y cama.

Ella se acercó con un cuenco lleno de palomitas preparadas en el microondas y dos botellas de refresco. Se sentó junto a su amiga y frente al portátil que descansaba sobre la mesa baja que mantenía en el lugar. Además de la cocina que venía equipada con el alquiler, los únicos muebles que Kagome mantenía eran su futón, un colgador con ruedas para la ropa a modo de armario y la mesita en la que descansaba el portátil. La lámpara de cabecera reposaba en el suelo y los libros de estudio estaban apilados hacia una pared.

—¿No pondrás alguna estantería o un escritorio para estudiar? —preguntó su amiga, la que había aplazado la visita a este nuevo lugar de residencia por un par de meses— Llevas viviendo aquí lo suficiente como para saber que te hacen falta.

—¿Quién dice que me hagan falta? —le sonrió— Además, ya sabes que prefiero no tener demasiadas cosas.

—Claro, porque de pronto te has vuelto nómada —pudo entender la mezcla de sarcasmo y preocupación en la voz de su amiga.

Ante eso, simplemente volvió a sonreír. Sango no entendería, de hecho, sabía que no lo haría porque ella misma no podía explicarse. Necesitaba el cambio, moverse y no arraigarse. Experimentaba una fuerte ansiedad cuando comenzaba a sentirse cómoda. No quería dar nada por supuesto; porque si lo hacía se confiaría y eso no era bueno.

Se sentó junto a su amiga y la empujó un poco con el hombro para que cambiara la cara de afección que mantenía.

—¿Qué tal con Miroku? —preguntó, sabiendo que por ahí podía darle otro tenor a la conversación.

Sango prácticamente puso los ojos en blanco.

—¡Es insufrible! —exclamó, gesticulando con las manos y consiguiendo con ello que su expresión resultase mucho más dramática. Luego comenzó a reír— Me ha pedido que nos casemos.

—¡Qué! —miró a su amiga con la incredulidad iluminándole los ojos.

Sango se mostró emocionada.

—¿Qué le has respondido? —quiso saber Kagome. Su vida podía ser un desastre de muchas formas, sin embargo se sentía feliz por la felicidad de su amiga.

—Aun nada —aceptó—, aunque probablemente será un sí.

Se notaban la inquietud y la ilusión detrás de las palabras y la mirada de Sango. Kagome pensó en que probablemente el amor debía despertar muchos matices de sentimientos.

—Me alegro mucho por ti, Sango —se abrazó a su amiga para mostrarle su apoyo y cariño. Ésta le devolvió el gesto entre risas inquietas, cargadas de tal fuerza emocional que comenzaron a caerle algunas lágrimas.

Esperaba que Sango fuese feliz. Miroku parecía un buen chico, quizás algo imberbe para su gusto, sin embargo no podía ocultar la adoración que sentía por la chica y eso calmaba a Kagome.

Dejaron el abrazo y Sango se pasó las manos por los ojos.

—Parezco una tonta —mencionó.

—No, estás contenta y eso es bueno —la ayudó a secar las lágrimas.

—Lo que estoy es arruinando la película —ahora rio desde otra sensación. La emoción contenida se había liberado—. Anda, ponla y de paso me cuentas si has conocido algún chico en la universidad.

—La película será más entretenida —intentó evadir un tema que no tocaba por todo lo que implicaba en ella.

Observó que Sango tuvo el tiempo justo para dedicarle una mirada de curiosidad. La película comenzó, esta vez la había escogido su amiga, dado que la anterior le tocó a Kagome.

Comenzaron a comer palomitas y a reír de las primeras escenas propias de instituto. Sango remarcó la escasa tela que vestían las chicas y Kagome se detuvo para mencionar que le gustaba la forma dinámica en que se había presentado a los personajes, dando a cada uno al menos una característica reconocible y personal. Al paso de la película hubo un momento en que la protagonista llegó a la escuela de noche, citada en una nota supuestamente escrita por el muchacho que le gustaba. Kagome sentía la forma en que se le tensaba la espalda ante la imagen de la oscuridad engullendo los edificios. Toda la luz que habitaba en la escena era la de una farola demasiado lejana como para ver algo más que sombras. Sango dio un salto y un chillido en el momento en que la chica de la película fue sorprendida por tres alumnos del instituto que la arrastraron, entre quejas, a una de las salas vacías y oscuras. Era el típico drama adolescente en que unos cuántos se sienten en la necesidad de demostrar poder por sobre otros. En este caso sobre el cuerpo de la protagonista, todo bajo la mirada de una compañera de clase.

—Pero ¡Cómo puede quedarse ahí mirando! —exclamó Sango, indignada por la actitud de la compañera de clases— Debería ayudarla.

Kagome no emitió opinión. No tuvo claro en qué momento de aquella escena había desconectado completamente de sus emociones y se quedó mirando la pantalla como si en lugar de estar presenciando el abuso de unos sobre otra, le estuviesen mostrando cómo hornear un pastel.

—Creo que ya no me está gustando la película —decía su amiga, mientras abrazaba una de las almohadas que había sobre el futón.

Kagome continuaba en silencio, echándose palomitas a la boca de forma rítmica.

La escena finalizó con la protagonista de la película llorando en el suelo con parte de la ropa dispersa y otra removida de su lugar.

—Ay, pobrecita —se compadeció Sango.

—No es pobrecita —sólo en ese momento Kagome rompió el silencio que había mantenido—. Debería saber que un lugar solitario es peligroso. Le ha pasado porque no ha sido cuidadosa.

La película continuaba, sin embargo para Sango dejó de tener importancia. Observó a su amiga, buscando una forma de encajar la opinión que acababa de dar, en el carácter compasivo que le conocía.

—Nadie tiene derecho a violentarla, así se quiera quedar a vivir en un lugar solitario —defendió Sango.

—En teoría —Kagome se encogió de hombros—, pero sabemos que en la práctica no pasa así.

Sango se quedó en silencio, cavilando sobre las veces en las que algún desconocido la había tocado en el autobús o en el tren. Incluso la insinuación indigna que le había soltado uno de sus compañeros de clase y a la que respondió con un buen golpe en la espinilla, además de cambiando de asiento.

Kagome, de alguna manera tenía razón, aquellas cosas no debían pasar en la práctica, no obstante pasaban.

—Aunque así sea no hay que normalizarlo —Sango insistió en su defensa.

No recibió respuesta, al menos no una directa. Kagome se puso en pie.

—¿Más palomitas? —preguntó y sin esperar contestación tomó el recipiente que aún tenía palomitas y se puso a preparar más.

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InuYasha

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Se despertó y por un instante consiguió sentirse bien y respirar con tranquilidad. Perdió ésta de inmediato cuando ese primer pensamiento traicionero le recordó que tenía el corazón roto. El dolor fue tan intenso que se ovilló sobre sí mismo para intentar contenerlo. En ocasiones llegaba a sentir que el dolor era físico y se instalaba en su pecho, consiguiendo que respirar fuese difícil.

Abrió los ojos lo suficiente como para que fuesen apenas dos rendijas, sólo para comprobar que ya era de día, a pesar de la penumbra en la que se encontraba su habitación. Volvió a cerrar los ojos, quizás pudiese volver a dormir y de ese modo aletargar el dolor. Sin embargo su mente había comenzado a trabajar y era imposible volver a conciliar el sueño.

Pensó en suspirar, pero incluso llenarse de aire era agotador.

Se puso en pie, en medio de la media luz, y abrió el armario para meter la mano hasta el fondo y sacar una botella de sake que había obtenido de la tienda de Myoga. En el fondo de su mente sintió vergüenza por aquello, no obstante sus diecisiete años no le permitían comprar alcohol y ante la necesidad decidió por una salida. Ahogó la culpabilidad con el primer sorbo del líquido transparente. El segundo trago fue más largo, aprovechando que aún le quemaba el primero. Para el tercer sorbo ya se había sentado en el suelo, junto al mismo armario.

En algún momento entre el tercer trago y sexto o séptimo, recordó a su madre y escondió la botella para no darle una preocupación más. Sabía que ella tenía suficiente con los días que llevaba sumido en su miseria.

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—Vamos, muchacho, debes salir a tomar el aire —le decía Myoga, mientras abría las cortinas de su habitación y deslizaba una hoja de la ventana para que se ventilara—. Además, este lugar huele a camerino de futbolista.

En cualquier otro momento se habría echado a reír, sin embargo no tenía energía en el cuerpo. Estaba hundido al fondo del barranco en que Kikyo lo había abandonado días atrás. Una pequeña luz, en alguna parte de sus pensamientos, le decía que debía salir de esta sensación, que el mundo no se acababa por una ruptura. No obstante el pesimismo tomaba las riendas de inmediato y lo paralizaba. No le dejaba espacio ni siquiera para entender qué, de todo, era lo que más le afectaba.

—Muchacho ¿Quieres contarme lo que ha pasado? —el anciano se acercó a su cama, buscando una mirada que InuYasha no le daría.

Negó con lentitud y suavidad un par de veces y a continuación se volvió a echar en la cama, dando la espalda a Myoga.

El hombre permaneció en la habitación un poco más, como si esperase a que él reaccionara, sin embargo InuYasha apenas tenía energía para mantenerse respirando y quizás tener algún pensamiento. Estaba agotado y en parte lo agradecía, dado que el cansancio amortiguaba el dolor.

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Al atardecer del noveno día de encierro, InuYasha salió de casa para dar un paseo. Estaba cansado, llevaba días en los que casi no comía, su madre le dejaba preparado algo y él bajaba y probaba un par de cucharadas, sin embargo su estómago no retenía nada. Tenía la sensación de que su cuerpo se rebelaba ante la realidad y esa era la manera en que se lo decía.

Al salir la luz le molestó en los ojos, a pesar de ser la última de la tarde. Se había puesto el uniforme de la escuela, aunque las clases habían terminado hace un par de días. Dentro de poco tendría lugar la ceremonia de graduación e InuYasha no tenía pensado asistir, no podía, no estando Kikyo presente.

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—¿Ya estás listo? —escuchó la voz de su madre que le hablaba desde la parte baja de la escalera.

—Enseguida.

Respondió mientras se miraba por última vez en el espejo. Las ojeras que llevaba consigo las últimas semanas casi se habían desvanecido del todo y en general su aspecto era bastante decente. Iría a la graduación por su madre, que con los días oscuros que pasó, no lo había interrogado en ningún momento, respetando del todo su soledad. Myoga, igualmente, había sido un buen amigo, intentando animarlo a su manera y dejando de lado su habitual carácter invasivo. Ambos lo acompañarían a la ceremonia y él esperaba soportar el momento sin mirar a Kikyo.

El camino hacia el instituto se hacía en poco más de quince minutos caminando desde su casa. No era el camino que tomaba habitualmente ya que lo normal era ir con amigos y durante los últimos meses daba un gran rodeo para acompañarla a ella, a la que lo dejó. Suspiró por enésima vez, repasando momentos y trazos de conversaciones. Los momentos íntimos los evitaba lo mejor que podía, intentando que su memoria los enterrara de ser posible, aunque estos permanecían muy cerca de la superficie.

A flor de piel, como se diría —pensó.

Se le contrajo el estómago cuando comenzó a encontrarse con estudiantes por la calle y la respiración empezó a hacérsele un poco más pesada al ver la puerta del instituto. Se repitió una vez más que él podía con esto. Miró a su madre para reafirmarse. Este día se veía particularmente bien. Llevaba su largo pelo oscuro y entrecano, liso a su espalda, además de un vestido de color azul cielo con detalles de flores en el borde de la falda. Intentó centrarse en ella, después de todo era la razón por la que finalmente había venido.

La ceremonia no comenzó de inmediato. Su madre y Myoga lo acompañaron durante un tiempo al entrar en el edificio principal del instituto y luego él se encontró con algunos compañeros de clase con los que se fue a la zona en la que estarían los estudiantes. De alguna manera se refugió en el grupo y las historias que contaban. Intentaba mantener la mirada baja en todo momento, sin embargo su ansiedad lo traicionaba y se descubría buscando a Kikyo en medio de los alumnos.

No fue hasta que tuvieron que tomar sus posiciones en las sillas para los estudiantes que la visualizó cerca de la puerta. Estaba junto a un chico algo mayor que vestía con traje tradicional. Sintió que el estómago le daba un vuelco, a la vez que el corazón se le oprimía en el pecho.

¿Quién es? —se preguntó.

No se dio cuenta que lo había dicho en voz alta hasta que su amigo Jinenji le respondió.

—¿Quién? ¿El que está con Tsuji? —InuYasha miró a su amigo ligeramente hacia arriba. Era alto y corpulento, además de tener unos expresivos ojos azules.

—Sí —esperó a que no notase demasiado el temblor en su voz.

Kikyo le pidió expresamente que no contara la relación que tenían a nadie. Jinenji no fue la excepción.

—Escuché que era su novio —InuYasha sintió que el cuerpo se le tensaba—. Una de las gemelas, Shoko, dijo que se llamaba Suikotsu y que estudiaba medicina en Tokyo. Creo que llevan casi un año de relación. El doctor Tsuji debe estar contento.

InuYasha mantenía las manos sobre los muslos y comenzó a sostener la tela de los pantalones con fuerza, arrugándolos e intentando canalizar lo que sentía.

Jinenji continuó hablando, sin embargo ya no lo escuchaba. Su mente comenzó a repasar todos sus encuentros y de alguna manera los eventos comenzaron a encajar. Kikyo no quería que se supiera que se veían. Kikyo lo citaba en lugares en los que no serían vistos por los demás estudiantes. A Kikyo tampoco le gustaba que la acompañase hasta casa y la única vez que lo hizo fue el día en que estarían solos y entonces…

Mierda —pensó.

De pronto todas las características de esta relación se aunaron en una comprensión mayor que llenó sus pensamientos y sentimientos: nunca había sido para él.

Supo que la ceremonia había sucedido. Recibió su documento de titulación de manos del director de la escuela y de la tutora de su clase. Incluso sonrió a su madre cuando ella lo abrazó y le dijo lo orgullosa que se sentía. Sin embargo InuYasha fue consciente, a cada instante de ese día, del modo en que su corazón había comenzado a tejer un entramado protector a su alrededor, para no volver a sentir un rechazo y menosprecio como el que Kikyo le había dedicado.

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Continuará

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N/A

No me gusta poner demasiadas explicaciones sobre el "por qué" de las acciones de los personajes, para que cada lector/a pueda percibir la historia desde sí mismo.

Espero que la estén disfrutando.

Un beso

Anyara