IZON SHŌ
Capítulo XLI
Cuadragésima primera sesión
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—Deberíamos hacer esto más veces —InuYasha murmuraba con voz sinuosa por sobre el oído de Kagome. La mantenía de frente hacia la baldosa de la ducha y el agua tibia le caía por los hombros, regulando en algo la temperatura de sus cuerpos—, es rápido, higiénico…
—Y peligroso —jadeó ella, entrecerrando los ojos por la sensación del toque de InuYasha entre las piernas.
Estaba a su espalda, podía sentir la presión, el movimiento y la exquisita dureza de la erección sobre la curva del trasero, además del brazo descendiendo por su vientre hasta acariciar con lentitud entre los pliegues de su sexo.
—No te dejaré caer, ya lo sabes —la voz se ahogó cuando le sostuvo el lóbulo de la oreja entre los dientes.
Kagome notó el calor que emanaba a través del aliento de InuYasha y del toque de la otra mano sobre la suya, soportando el peso hacia la baldosa blanca. Sintió su cuerpo sacudido por un temblor en respuesta a los estímulos que él iba creando con besos y suaves mordiscos, así como los dedos que acariciaban con seguridad, conociendo exactamente el modo de hacerlo. Había dedicado tiempo a ello, Kagome lo sabía bien. En cada uno de sus encuentros la había explorado y ella podía ver en el enfoque de sus ojos dorados ese contacto decidido.
—Oh, por favor, hazlo ya —quiso exigir, sin embargo su voz era una súplica clara, acompañada de la búsqueda de su cuerpo por la unión con InuYasha.
—¿Qué quieres? —le preguntó, demasiado seguro de sí mismo para el bien de ella. Kagome gimió casi sin proponérselo— ¿Esto? —la mano que hasta ahora acariciaba entre sus piernas, se posicionó con la palma llena en el espacio entre éstas y desde ahí la alzo unos cuántos centímetros, permitiendo que la erección se acomodase en ese lugar.
A continuación fue el sexo de InuYasha el que se frotaba entre sus pliegues, de adelante a atrás, humedeciéndose con los fluidos que emanaban de ella. Sintió que él presionaba los dientes sobre su hombro y de inmediato su espalda vibró y esa vibración se concentró por completo en su clítoris. Sentía aquella pequeña protuberancia reaccionar y endurecerse ante cada roce del sexo de InuYasha que parecía luchar contra la gravedad y alzarse con fuerza y firmeza.
—InuYasha —suplicó su nombre, inclinándose un poco más para él, descansando la mejilla sobre la mano que mantenía en la suya hacia la baldosa mojada.
Lo escuchó resoplar, antes de pasar la lengua por la zona que acababa de oprimir con los dientes. Él continuaba moviéndose adelante y atrás y ella percibía el ascenso de sus sensaciones que parecían llegar a un límite que sólo podía ser roto al tenerlo en su interior; caliente, duro y suyo, tal y cómo su mente le contaba a sus emociones.
Por un momento se permitió pensar en si la magia real del sexo estaba en saltarse el filtro de la mente y experimentar esos instante de frenesí desde la total emoción.
—Juro que quiero ser más suave —la declaración de InuYasha llegó acompañada de un suspiro y del toque de la punta del pene empujando en busca de la hendidura a su sexo.
Kagome jadeó de excitación y curvó un poco más la espalda, entregando el ángulo que lo ayudó a dar con el punto de entrada. Cuando lo tuvo dentro, de un sólo embiste, quiso mirarlo como siempre hacía. La expresión de InuYasha cuando entraba en ella era impactante, únicamente superada por el modo en que la miraba cuando llegaba al orgasmo.
Lo sintió empujarse dentro de ella, sosteniéndola por el vientre con una mano. El miedo a caer se quedó instalado en algún pensamiento perdido en un limbo al que ahora no podía acceder. Su mente se había desconectado de las ideas generales y sólo le servía como una repetidora de sus sensaciones. El golpeteó que comenzó a dar InuYasha hacia ella era tan intenso que no conseguía reprimir los gemidos que se le escapaban. Había algo particular en el modo en que él controlaba los ritmos de sus entradas. No eran una constante del todo, dado que le procuraba unos cuántos embates rápidos, para luego ralentizarlo todo mientras la acariciaba con las manos, con el cuerpo y con la boca; hasta que nuevamente la hacía jadear por la rapidez y la intensidad.
No se dio cuenta del modo en que comenzó a inclinarse cada vez más, centrada únicamente en sentir y sentirlo. Su cuerpo se sensibilizaba en ascenso, al punto que las gotas de agua que al principio eran sólo una lluvia suave, ahora le parecían golpes que le martilleaban sobre la piel.
—Más, más —le pidió con la voz estrangulada, perdida entre el sonido del agua y el ansia y la necesidad que la estaba consumiendo.
—¿Así? —la pregunta no estaba exenta de su propio deseo, sin embargo en lugar de acelerar el ritmo, apenas se movía en círculos dentro de ella.
Resopló de angustia y desasosiego.
—Deja de jugar —le recriminó sin fuerza, llevando una mano hacia atrás para tocar la cadera e indicarle un ritmo más rápido.
InuYasha se inclinó, doblegándose sobre su cuerpo, para dejar besos en su cuello, mientras le oprimía un pecho con la mano hasta detenerse en el pezón. Respiró sobre su oído y salió de ella escuchando la queja de Kagome, acompañada del dolor que le ocasionaban sus uñas en el muslo al intentar retenerlo. Le puso las manos en la cadera y le indicó que se girara. Probablemente jamás estaría preparado para ver la expresión de Kagome cuando el deseo la llenaba. Era voluptuosa, del modo en que lo es aquello hermoso que complementa el mundo. Tenía las mejillas enrojecidas, los labios rojos de pasión, los ojos adormilados y brillando por las emociones y las sensaciones. Podía ver la marca enrojecida de sus dientes por el cuello y los hombros y los pezones sonrosados y estimulados. Se inclinó para tomar uno de ellos con la boca y escuchó de ella la queja de ansia que se abría paso en el aire y reverberaba hacia las baldosas de la ducha. Se deleitó con la cima firme y excitada, tirando con los dientes para luego calmar el lugar con la lengua. Supo que la caricia no estaba completa si no hacía lo mismo con el otro pezón y acunó el pecho con la mano, sosteniéndolo y alzándolo ligeramente; le encantaba sentir el peso y la forma suave de éstos. Kagome aprovechó el momento para sopesar su erección y acariciarla con ambas manos. Se sintió perdido por un instante y soltó el pezón para poder exhalar un quejido de ansia. La miró a los ojos y le hundió los dedos en el pelo mojado, justo a los laterales de su cabeza para mirarla bien y que ella también pudiese leer en él cuánto lo provocaba.
Su cadera iba en busca de la caricia que Kagome le daba, presionando entre las manos que lo abarcaban y el calor entre ambos y dentro de ellos se hizo tan intenso que los preámbulos se acabaron de golpe. Descansó la mano abierta en la cintura y bajó la caricia a la cadera y parte del muslo para alzarlo y posicionarse. En un resquicio de su mente apareció la reticencia de ella a ciertas posturas en la ducha y le liberó la pierna antes de besarle la comisura de los labios, la mandíbula y el cuello. Se entretuvo con un pezón y bajó, mordisqueando las costillas, encantado con los argumentos de Kagome que le indicaba que parara y siguiera casi a la vez. Le sostuvo la cadera con las dos manos y buscó con la lengua entre las piernas hasta dar con el clítoris. Lo acarició, lo atrajo y lo succionó, deleitándose con quejidos que ella no alcanzaba a acallar. Le sostuvo la cadera con fuerza y Kagome se abrió un poco más para él, descansando una pierna en su hombro. Insistió con los toques de su lengua y lo que en inicio no sería más que una caricia hasta atraerla al suelo de la ducha, a horcajadas sobre él, terminó siendo una sesión se sexo oral que la estaba llevando directo al clímax.
Sintió el modo en que se tensaba y usaba ambas manos para sostenerse con más insistencia de sus hombros. Tuvo un atisbo de consciencia y supo que le dejaría marcas de las uñas en la parte alta de la espalda y no podía decir que le importara. El clítoris se endurecía cada vez más ante la obstinación de su boca, lengua y labios, mientras los fluidos que emanaban del sexo le humedecían la barbilla. Su propio sexo se batía en el aire ante el ansia de llenar ese espacio lubricado y caliente. Por un momento se debatió entre seguir dándole placer con la boca o guiarla con las piernas abiertas sobre él. Probablemente no hubo un pensamiento mayor antes que la acción.
Apartó a Kagome unos cuántos centímetros y sostuvo lo mejor posible su propio peso sobre los talones. La descendió y ella lo nombró en queja, hasta que comprendió y aceptó sin reticencias, todas ellas se destruyeron junto con la cordura. Se sintió en su interior, profundamente dentro de ella. Kagome descansó el peso sobre las rodillas y soltó una exclamación.
—¡Al fin!
No supo si fueron sus palabras, el tenor de éstas o el vaivén que Kagome inició junto con las palabras recién dichas lo que acentuó sus emociones. La sentía moverse, adelante y atrás, mientras lo rodeaba con los brazos. Tomó aire en una inhalación todo lo profunda que su propia excitación y el ritmo galopante de su corazón le permitían y comenzó a alzar la cadera con fuerza, sabiendo que de los dos, ella estaba más cerca que él del orgasmo. El agua continuaba acompañando el momento con un ritmo constante que mantenía el ambiente íntimo. Le pasó la lengua por el cuello, transmutando la caricia en un beso húmedo que parecía destinado a acercarla más a él y a la culminación.
—Me encantas —susurró sobre la piel caliente, sin dejar de empujarse en ella. La escuchó gemir alto y la presión en sus piernas lo llevó a soportar el peso de ambos sobre una de sus manos extendida hacia atrás.
La mantenía sostenida con un brazo rodeando la cintura, en tanto su sexo entraba en ella con un ritmo despiadado. Escuchaba la forma en que Kagome deliraba su placer, notando que resbalaba en su interior, hasta que la voz de ella comenzó a atascarse en la garganta y su erección era oprimida, ordeñada, literalmente. La culminación de su compañera estaba ahí y cuando lo pensó se dio cuenta que había dejado de ser sólo una acompañante.
—Así, Kagome, así —dijo, sabiendo que a ella le estimulaban las palabras—. Me gusta cuando me aprietas.
No necesitó mucho más. La vio expandir el pecho y alargar el cuello para liberar un sonido medio ahogado que acompañaba la tensión de su clímax. La sostuvo, entrando más y más en ella, como si se asegurara de darle todo el placer que Kagome podía soportar.
Cuando se ablandó entre sus brazos, descubrió dos cosas: una, le dolían las piernas y no podía mantener mucho más la postura, con lo que su propia culminación debía esperar; y dos, no le importaba.
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—Creo que lo llevo todo —dijo Kagome, mientras observó la maleta pequeña que ha preparado para llevar a este viaje de tres días a la ciudad natal de InuYasha. Hizo un recuento del contenido y comprobó el no olvidar los artículos personales como cepillo de dientes, de pelo y algo de maquillaje por si fue necesario.
—Vamos a una ciudad, si necesitas algo iremos a una tienda —InuYasha intentó calmarla. El viaje la tenía inquieta, a pesar de lo mucho que buscaba esconderlo.
—Sí, tienes razón —asintió con la cabeza y luego hizo un gesto particular con las manos, sacudiéndolas en el aire, del mismo modo que haría para sacudirse las gotas de agua.
InuYasha decidió que era mejor no preguntar al respecto, no quería poner más tensión en ella.
Kagome lo miró de soslayo, quizás evaluando cuánto podía leer de las emociones que la invadían. No quería que él se sintiera presionado por la necesidad que tenía de mantener todo en un control que le proporcionara un piso de seguridad. Le pareció imposible haber recuperado en menos de una hora la tensión que había conseguido liberar en la ducha, a través del orgasmo impresionante que tuvo. Ya se lo había advertido Kibou. El terapeuta le dijo, en la última sesión personal que tuvieron, que comenzara a meditar qué ocasionaba su adicción al sexo, dado que del mismo modo que una droga o el trabajo compulsivo, era una señal de huida.
¿De qué? —su pensamiento la llevó de inmediato a tener un imagen de aquel suceso de hace años. Luego de pensarlo lo apartó como inútil; ella ya había superado eso, la muestra estaba en la cantidad de hombres con los que había estado desde entonces.
—¿Lista? —preguntó InuYasha, mientras se echaba al hombro la mochila en la que llevaba su equipaje.
—Llevas todo lo tuyo ¿Ahí? —interrogó, indicando el bolso. Él le sonrió.
—Es la casa de mi madre, siempre tengo alguna muda de ropa por si hace falta —explicó.
Kagome asintió ante la lógica de eso y dio una nueva mirada a su pequeña maleta. Su mente comenzaba a hacer nuevamente una lista de repaso y cuando se descubrió en ello negó con la cabeza y cerró la maleta en un acto de auto conservación.
Le resultó extraño cruzar el umbral de su propia puerta para ir con la familia de él. Sabía que sólo estaba su madre y el anciano vecino, que también era su amigo, y que InuYasha le había explicado que era como su familia. Lo miró poner la llave en la puerta, su llave en su puerta, y tuvo que inhalar profundamente para calmar la ansiedad que comenzaba a sentir. Una parte de ella estaba expectante ante la nueva experiencia, en tanto otra sólo quería esconderse bajo sus mantas y hacerse vieja ahí.
—Ya está —declaró InuYasha una vez cerró la puerta y le extendió las llaves a ella. Quizás debería pensar en hacer un juego para él.
Ante esa idea volvió a notar el apretón de la ansiedad en su estómago y decidió que ahora mismo no era relevante lo de la llave, ya lo pensaría cuando regresara.
—¿Estás bien? —preguntó InuYasha y Kagome se obligó a sonreír para no demostrar con tanta claridad el torbellino de emociones que tenía ahora mismo.
—Sí, muy bien —fue la respuesta estándar que él aceptó.
Comenzaron a caminar hacia el ascensor en completo silencio; InuYasha parecía comprender lo inquieta que ella estaba y le agradecía que siempre le permitiese espacio para que fuese ella quien lo acortara. Al salir del edificio notó el aire frío de un jueves por la mañana. Las calles ya hervían de personas que se desplazaban de un lugar a otro, era lo habitual y esa habitualidad le dio cierta calma. Una vez más se preguntó si llevaba suficiente ropa de abrigo, sin embargo no quiso volver a sentir la preocupación por las cuestiones pendientes.
Tomaron la ruta más corta a la estación de tren que los llevaría hasta la estación de Shibuya, en ella deberían cambiar a otro tren para trayectos largos; les esperaban más de tres horas de viaje por lo que InuYasha le había dicho. Lo miró, mientras caminaba a su lado.
—¿Quieres que la lleve yo? —le preguntó, refiriéndose a la maleta que ella guiaba. Las cuatro ruedas de ésta la hacían muy fácil de manejar.
—No, voy muy bien, gracias —la respuesta fue prácticamente cariñosa y por la forma en que la miró la sensación se acentuó.
Acercó la mano a la que él llevaba libre a su lado e InuYasha jugueteó con la idea de enlazar los dedos a lo que Kagome respondió con dócil naturalidad, continuando así el camino.
Le resultó increíble la facilidad con que se había adaptado a tenerlo junto a ella.
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Continuará
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N/A
Me gusta cómo se van entendiendo estos dos. Muchas veces, al terminar un capítulo, pienso en que esta historia no pensaba ser lo que es, sólo quería un catalizador para una energía muy oscura que tuve por unos días y aquí estamos, terminando el capítulo 41 xD. Lo que una vez más me confirma que en la vida hay que ser flexible.
Gracias por leer y comentar.
Besos
Anyara
