IZON SHŌ

Capítulo XLII

Cuadragésima segunda sesión

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El viaje en tren le serviría a Kagome para trabajar en su portátil. Le habían dado una nueva novela para revisar y aunque no tenía un plazo urgente, pensó que tantas horas de tren le serían útiles. Sin embargo no contaba con tener a InuYasha en el asiento de al lado. Había aceptado dejarle la ventanilla, dado que ella estaría centrada en la pantalla, aun así él no perdía oportunidad para preguntar algo y distraerla de paso.

—¿De qué trata lo que revisas? —sintió la mayor cercanía y el calor de su compañero de viaje al aproximarse a ella cuando hizo la pregunta.

—Romance con un toque paranormal —explicó, en tanto releía la última línea.

—Oh, ya veo —no parecía muy convencido y Kagome no quiso insistir cuando notó que él volvía la mirada a la ventanilla.

Continuó con la revisión y pasó junto a ellos un asistente de viaje, para saber si les apetecía algo y para recordarles que había un vagón cafetería. Ambos agradecieron la información. Kagome retomó nuevamente el trabajo. Alcanzó a leer media página antes de escuchar a InuYasha volver a la carga.

—¿Paranormal? ¿Alguien se enamora de un fantasma? —la pregunta era simple y dentro del contexto, hasta lógica.

—No exactamente —comenzó a decir y comprendió que en realidad a él no le importaba la trama de la novela— ¿No tienes algo que leer o jugar en tu móvil? ¿Una serie que ver, quizás?

Ahora era ella la de las preguntas.

—Bien, bien, lo entiendo —respondió con una media sonrisa y un gesto de distancia con las manos.

Kagome vio cómo se echaba hacia la ventanilla para mirar el paisaje, parecía haber decidido darle cierto espacio, sin embargo extendió una pierna y le tocó la propia con la rodilla. La primero reacción que tuvo fue la sorpresa, para luego aceptar que InuYasha no tenía planeado permitirle aislarse, hasta que finalmente sonrió y pudo ver que él la miraba.

—Eres terrible —declaró, bajando la tapa de su portátil.

Él le dio una mirada, tenía la cabeza sostenida con la mano, cuyo brazo a su vez, se soportaba en el borde de la ventana.

—Así te gusto —InuYasha hizo un leve gesto encogiéndose de hombros, mientras decoraba su expresión con una sonrisa demasiado socarrona para el bien de Kagome.

—Creo que te estoy mimando demasiado —respondió con seriedad, esperando por la reacción que él pudiese tener.

—¿Tú crees? —la pregunta estaba cargada de sarcasmo— No puedo estar de acuerdo. Llevo los últimos veinte minutos siendo ignorado.

—¿Ignorado? —comenzó una exclamación y tuvo que contener el tono de voz.

—Así es —aseguró, con la sonrisa bailando en la comisura del labio.

Kagome pareció indignada y dio una mirada fugaz alrededor. Se echó hacia adelante ligeramente, lo suficiente como para que los pasajeros junto a ella en el pasillo no pudiesen verla extender la mano y darle un apretón a InuYasha en la entrepierna. Éste rebotó en el asiento, cambiando su posición de la relajada, y hasta desinteresada que tenía, a una erguida y completamente recta en el asiento.

—¿Qué haces? —sonrió y arrugó el ceño a la vez.

—Prestarte atención —la respuesta contenía un profundo tono seductor que fue acompañado del cambio en la acción de la mano que pasó de oprimir a acariciar.

InuYasha abrió la boca levemente y comenzó a respirar a cortas tomas de aire. Podía notar el efecto inmediato que estaba produciendo en su cuerpo la caricia de Kagome; hormigueo en los antebrazos, la nuca y la entrepierna, acompañado de una aceleración en los latidos del corazón.

—No hagas eso —pidió, con poco convencimiento, mientras alzaba levemente la cadera en busca de más presión.

—¿No quieres? —instó con fingida inocencia. Podía notar la tensión que se estaba formando bajo la tela del pantalón.

InuYasha soltó el aire en un suspiro contenido para no alertar a nadie a su alrededor. Sonrió y posicionó su propia mano en el espacio entre los asientos de ambos para comenzar a recoger la tela de la falda por un lateral.

—No, no —se apresuró Kagome, quitando la mano de la caricia que estaba efectuando, para sostener la invasora de él.

Lo sintió inclinarse un poco hacia su oído y notó el aliento tibio en contacto con la piel.

—Vaya, sólo tú quieres jugar —el murmullo le erizó suavemente la piel.

Ella lo miró y negó con un gesto divertido.

—De verdad ¿No has traído nada para leer? —no pudo sonar todo lo seria que habría querido. InuYasha continuaba empecinado con la tela de su falda y Kagome insistía en retenerlo lo mejor posible.

—Puedo leer luego —otra vez murmuró cerca de su oído.

Se puso en pie con rapidez.

—Voy por un café —declaró— ¿Quieres un café?

InuYasha la miró con esa expresión aguda que usaba en ocasiones.

—En serio ¿Me quieres más despierto todavía? —no disimuló ni un poco al mostrar el bulto entre sus piernas.

Su primera reacción fue la sorpresa y sintió la necesidad de asegurarse de que nadie más estuviese pendiente de esta conversación y sus implicancias; sin embargo, enseguida olvidó esa preocupación y se le escapó una sonrisa.

—Eres terrible —declaró, tomó su bolso y se alejó por el pasillo.

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Kagome bostezó con la cabeza descansando sobre el hombro de InuYasha y un auricular inalámbrico en el oído. Él mantenía el móvil en la mano, mientras pasaba las opciones de películas en la segunda aplicación de miraban.

—Pon esa y ya está —se quejó Kagome, cansada de ver pasar los títulos sin escoger ninguna.

—¿De verdad quieres ver terror mediocre? —la pregunta estaba cargada de lo que parecía genuina incredulidad.

—Después de veinte minutos de búsqueda, me veo hasta la publicidad —confesó y bostezó nuevamente.

InuYasha rió y pasó a la siguiente película para leer la sinopsis en voz alta.

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Kagome se arrebujó un poco más en el espacio que estaba ocupando, respiró profundamente e intentó abrir los ojos, no obstante la sensación de comodidad que la tenía envuelta la sumergió nuevamente en el sueño. Al paso de un instante, comenzó a escuchar los sonidos que la rodeaban y se fue situando. Notó las voces en murmullos que se escuchan aquí y allá, además del suave movimiento del vagón de tren sobre los raíles. Volvió a inhalar de forma profunda y giró levemente la cabeza para abrir los ojos y encontrarse con la luz que entraba por la ventana.

Tenía la cabeza sobre las piernas de InuYasha que ahora mismo mantenía un libro de bolsillo alzado, con una mano por encima de ella. Cerró los ojos y los volvió a abrir en un par de pestañeos lentos para aclarar los ojos y se quedó mirando la cara de su acompañante desde el ángulo que le da su posición. Parecía centrado en la lectura, aunque lo más probable es que ya la supiese despierta, dado que estaba sintiendo el modo en que le acariciaba la cabeza por entre el pelo en una zona poco más atrás de la coronilla.

Kagome fue consciente de lo agradable que era estar así y compartir un momento como éste. Se descubrió deseando más instantes similares y también descubrió el vacío que se le instalaba en el estómago ante la incertidumbre de si sería posible. Decidió disipar esa sensación de algún modo, dejar los fantasmas por ahora.

—Se supone que no traías libros —la frase acusatoria contenía un deje de diversión que InuYasha no pasó por alto dada la sonrisa que se creó en sus labios. Aun así no respondió de inmediato y continuó observando la página que leía— ¿Está interesante?

La sonrisa de él permaneció y el silencio también.

Kagome buscó una nueva forma de distraerlo y comenzó a acariciarle el estómago por encima de la camiseta que llevaba, creando frunces en la tela. Él dejó la caricia entre su pelo y le sostuvo la mano, encerrándola con la suya. Eso la hizo sonreír.

—Espera —lo escuchó decir.

Observó nuevamente su cara desde el ángulo que le daba la comodidad de la postura en que permanecía y extendió una mano, pasándola entre él y el libro, para acariciarle la mandíbula, deteniéndose en el mentón y desde ahí descender los dedos por el cuello, pasando por la nuez de Adán.

—Eres como una niña —la frase buscaba parecer un reproche y sin embargo sonaba dulce.

Kagome sonrió. Finalmente tenía su atención.

—¿Qué lees? —preguntó, evitando mirarlo a esos hermosos ojos dorados que ahora mismo le transmitían demasiadas emociones como para explorarlas.

InuYasha le mostró la tapa del delgado y pequeño libro.

Tao te Ching —leyó—. He escuchado el título —aunque nunca lo había leído—. Léeme algo.

Reconocía que el momento le estaba resultando entrañable, del modo en que lo son aquellos instantes que se quedan grabados por sus emociones.

InuYasha volvió a la misma página que mantenía abierta.

Si alguien pretende tomar el mundo y cambiarlo es improbable que lo consiga. El mundo pertenece al espíritu, por lo tanto no debe ser manipulado. Quien intenta cambiarlo lo arruina, quien pretende conservarlo lo pierde.

Kagome esperó, por si él seguía leyendo y sólo habló cuando comprendió que no lo haría.

—Uff —manifestó—. Demasiado profundo para un viaje en tren. Rio y escondió la cara en el abdomen de InuYasha. Lo escuchó devolver la sonrisa.

—O, quizás, ideal para un viaje en tren.

Lo miró de reojo, despejando sólo un poco su mirada de entre los frunces que ella misma había hecho con la tela de la camiseta que él llevaba.

Sí, era un entrañable momento para conservar en la memoria.

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El frío aire invernal de Nakano los recibió nada más poner un pie fuera de la estación de tren. Kagome suspiró al sentir la temperatura y se ajustó más la chaqueta que llevaba y que le cubría unos centímetros por debajo de la cintura. InuYasha no pudo evitar reparar en que sus advertencias sobre el clima no habían sido oídas por ella. Le había mencionado que era necesario abrigarse, que la nieve podía caer por estos días y de hecho la primera nevada estaba tardando.

Se quitó la bufanda.

—Toma —le dijo, pasando la prenda por el cuello de ella.

—No, te enfriarás —quiso negarse.

—Yo aguanto muy bien este clima —intentó bromear, para que Kagome aceptara.

—Creo que necesitaré una chaqueta más larga —comentó, mientras el vestido hacía cabriolas en la parte baja debido a una ráfaga de aire que lo movió.

—Y pantalones —insistió, del mismo modo que había hecho estando en su apartamento.

Kagome no dijo nada, se limitó a mirarlo.

—¿Por dónde? —preguntó, refiriéndose a la dirección a tomar.

—Por aquí —indicó el camino hacia adelante. Sin pasar por alto la tozudez de ella.

InuYasha solía recorrer el camino de la estación de tren, hasta su casa, caminando. No era un trayecto demasiado largo y estaba habituado a andar. Con el tiempo se acostumbró a pasar por lugares que no le traían buenos recuerdos e intentar ignorar las sensaciones que experimentaba. Sin embargo en esta ocasión, en la compañía de Kagome, no tuvo la misma impresión al pasar por aquellos sitios que meses antes le resultaban incómodos. De hecho, prácticamente los olvidó.

—Debería haber traído un presente para tu madre —le decía ella, cuando acababan de salir de la estación de tren.

—No es necesario —intentó calmarla y desviar su atención— ¿Quieres que lleve tu maleta?

La vio negar con un gesto.

—Sabía que se me olvidaba algo —notaba que la inquietud iba creciendo en ella y estaba seguro que no se debía a la razón que buscaba dar.

—No es importante, te lo aseguro —se vio interrumpido y tuvo la sensación de que Kagome no lo estaba escuchando.

—Podemos pasar por algún lugar y mirarle algo —pareció animarse con su propia idea.

—Kagome, de verdad, no es necesario —se detuvo para mirarla al decir aquello.

Ella pareció sopesar sus palabras y comenzar a crear otra idea en su mente.

—Podemos llevarla a comer a algún sitio —sonaba resolutiva— ¿Conoces algún lugar?

La ansiedad se le filtraba en la voz mucho más de lo que quería. Fue evidente para InuYasha.

—¿Es en serio que lo dices? —quiso darle un toque de diversión a su pregunta, para que ella se relajara un poco— Tiene un hijo que es cocinero ¿Piensas que preferirá comer fuera?

—Sí.

InuYasha la observó a los ojos un poco más, estaba claro que Kagome necesitaba controlar algo de los sucesos futuros, para recuperar tranquilidad.

—Te propongo algo —dijo y ella esperó en silencio, abriendo un poco más la mirada, mostrando así su ansiedad—. Llegaremos a casa con mi madre, la saludaremos, dejaremos tu equipaje en la habitación —notó que Kagome comenzaba a morderse el labio, el que se rompería si no paraba. Le acercó una mano y con el pulgar tiró del labio hacía abajo para que ella comprendiera que le pedía que dejase el gesto—. Luego de eso le plantearemos la idea de ir a comer. Si ella acepta, vamos. Si no acepta, preparamos algo entre los dos.

Pudo ver en los ojos de ella, mucho más transparentes de lo que la propia Kagome aceptaba, que le había dado alivio.

—Me parecen muchos pasos, pero por mí está bien —aceptó, regalándole una suave sonrisa algo más descansada.

InuYasha le acomodó un mechón de pelo tras la oreja y retomaron el camino.

A medida que avanzaban él le iba mencionando las tiendas que conocía desde niño. Le habló de las que habían cambiado de dueños y las que se habían instalado durante el tiempo que llevaba en Tokyo.

—¿Cuántos años llevas viviendo en Tokyo? —se animó a preguntar. Resultaba extraño intentar saber los detalles normales de la vida de una persona con la que te habías acostado tantas veces.

Kagome tuvo la sensación de haber comenzado esto por los pies. A punto estuvo de sonreír con cierta ironía; a ella no se le daban bien las relaciones.

—Casi diez años —fue la respuesta.

Parecía simple y sin embargo eso mismo la llevó a darse cuenta de que nunca le había preguntado a InuYasha su edad. Y ese mismo pensamiento la llevó a la siguiente pregunta ¿Importaba?

—¿Pasa algo? —la interrogó, probablemente por el silencio que acompañó a la respuesta.

—No, nada —quiso sonreír, necesitando parecer tranquila y segura.

Lo vio asentir e indicarle la siguiente calle para girar a la izquierda.

—Es por aquí —mencionó InuYasha, al tomar un camino estrecho que apenas tenía acera y que los obligó a pegarse a una de las casas cuando un coche vino de frente.

En el momento en que él se detuvo ante la tercera casa de esa calle, Kagome sintió el estómago hecho un nudo. Nunca había tenido que presentarse ante la familia de un novio. De hecho, la única vez que estuvo saliendo con alguien se trató de un compañero del primer año de universidad y estuvieron juntos sólo un par de semanas, así que ni él ni ella conocieron jamás a las familias del otro.

—A esta hora mamá estará en casa —mencionó él y Kagome deseo detener el tiempo.

Se quedó muy quieta, sosteniendo la maleta por el manillar y repasando mentalmente su aspecto. Llevaba en el tren más de tres horas y la salida desde el apartamento había sido algo apresurada debido a la larga ducha que se habían dado. El recuerdo le encendió los colores en las mejillas y se sintió absurda e infantil por eso, más aún cuando notó que InuYasha la observaba entre divertido y confuso.

—¿Qué? —quiso enfrentarlo, con un tono de voz algo más alto de lo necesario.

—¿Te has sonrojado? —la pregunta sobraba, era obvio que lo había hecho.

—Es por el frío —intentó desviar el tema.

—Eso es porque llevas esas faldas y medias —él señaló sus piernas—. No me quejo, no me mal entiendas —la voz le sonó algo más profunda y Kagome comprendió de inmediato el tenor de sus palabras—. Aun así ¿Por qué nunca llevas pantalones?

—Sí que llevo, a veces —no tenía una respuesta que pudiese darle.

—Sólo te he visto con ellos una vez —declaró.

Kagome se sorprendió, no era habitual en ella usar pantalón. De hecho, sólo tenía un vaquero y lo usaba prácticamente por error. Entonces recordó que lo llevaba el día en que se conocieron.

—De verdad vamos a discutir sobre mi ropa ¿Ahora? —lo increpó.

Se dio cuenta que él sonreía y sólo en ese momento comprendió lo que InuYasha acababa de hacer por ella. Había conseguido que se liberara del ansia que estaba densificándose en su interior.

Lo vio introducir una llave en la cerradura y abrir la puerta, empujándola, para permitirle pasar.

¿InuYasha? —escuchó la voz de una mujer que provenía del interior de la casa y sintió que regresaba el nudo que antes tenía en el estómago, sólo que ahora se le había acomodado en la garganta.

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Continuará.

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N/A

Finalmente Kagome está en casa de InuYasha.

Me encantó escribir todos los sucesos del tren.

Espero que disfrutaran con la lectura y que me cuenten en los comentarios.

Besos

Anyara