IZON SHŌ

Capítulo XLIII

Cuadragésima tercera sesión

.

"Quise creer que el mundo me despreciaba y comprendí que yo era mi mundo"

.

La casa en que había crecido InuYasha era modesta, lo suficientemente grande para que viviesen dos o tres personas y estaba decorada con la calidez que la madre de él parecía desplegar con su sola presencia. Kagome había podido comprobarlo cuando fue recibida con una sonrisa y un abrazo que la llenó de la calma que tanto necesitaba.

—Bienvenida —le había expresado, mientras la abrazaba.

Luego la miró a los ojos sin dejar de sonreír.

—Gracias —fue todo lo que pudo decir ella.

A posterior se giró hacia su hijo y la sonrisa se amplió, mientras la madre dejaba expuesta la mejilla para que éste pusiera en ella un beso.

—Mi nombre es Izayoi —mencionó, nuevamente dirigiéndose a ella.

—Kagome —se indicó a sí misma.

—Lo sé, InuYasha me lo ha dejado claro en las veinte primeras veces que te ha nombrado —la sonrisa no abandonaba el rostro de la mujer que debía contar con poco menos de cincuenta años. Menuda, delgada y hermosa.

—Mi madre exagera terriblemente —ironizó y abrazó a la mujer por los hombros—. Kagome y yo queríamos invitarte a comer, bueno, a cenar en realidad.

La aclaración era lógica dada la hora.

Kagome la miró expectante, necesitaba mostrar su agradecimiento.

—Si ustedes quieren, yo estaré encantada —aceptó Izayoi, agregando algo más—. Aunque había invitado a Myoga a cenar a casa.

—Se viene con nosotros —instó InuYasha, observando a Kagome para saber si estaba de acuerdo.

—Claro, claro —asintió ella. El hombre era casi un familiar para InuYasha, o al menos así se lo había transmitido él.

—Decidido, entonces —aceptó Izayoi—. Hijo, ayuda a Kagome con la maleta y déjala en tu cuarto. Ya está preparado.

Kagome se quedó en silencio, ligeramente dubitativa sobre si dormirían juntos o no.

—De inmediato —acató él con un cierto tono bromista al marcar obediencia.

—Muy gracioso —la madre le dio un golpe suave en el hombro, comprendiendo su humor—. Ya de paso saca el futón extra que hay en mi cuarto, dormirás en la sala.

La cara de InuYasha fue un absoluto paisaje que pasó de la sorpresa a la incomprensión, para detenerse en algo parecido a la indignación.

—Mamá, no tenemos quince años —quiso aclarar, refiriéndose a Kagome y él.

Izayoi sonrió.

—Lo sé, sin embargo en mi casa te comportarás como si los tuvieras —determinó con un tono dulce y maternal que no dejaba espacio a replica—. Si no quieres dormir en la sala, estoy segura de que Myoga te recibirá a gusto.

Kagome reprimió las ganas de echarse a reír.

Una vez InuYasha subió a la segunda planta con la maleta y su mochila, Izayoi la invitó a entrar un poco más en la casa. Le enseñó el aseo pequeño que había en la primera planta, la cocina y una puerta que daba a un jardín interior, muy bien organizado, con los metros suficientes para dar al lugar un espacio agradable para relajar la mente.

—InuYasha me comentó que tenía una tienda de flores —mencionó, cuando estuvieron un paso dentro del jardín.

—Así es, me gustan mucho las plantas y la forma en que armonizan los espacios —explicó, adentrándose un poco en el jardín, para retirar un par de hojas secas de un helecho que decoraba la parte baja de un farol de piedra.

—Es muy bonito —intentó un halago, que además era una verdad.

Pudo ver que la mujer sonreía, en tanto le extendía unas tijeras para que le ayudase.

—Oh, no. No me atrevo a cometer un error —intentó disculparse.

—Los errores son necesarios ¿De qué forma, si no, sabremos cómo hacer bien las cosas? —la alentó Izayoi, esta vez mirándola directamente mientras le ofrecía las tijeras.

Kagome sintió el peso de la inseguridad sobre sus hombros. Sin embargo, aun así aceptó la herramienta.

Se acercó a la planta y tomó una de las hojas como si fuese un delicado cristal. Sintió cierta ansiedad ante la idea de cortar cualquier parte de aquella planta y dañarla.

En ese momento Izayoi le habló.

—Céntrate en la vida de la planta. Obsérvala como algo que tiene una existencia y luego cuéntale que le quitarás una parte para que pueda seguir creciendo fuerte.

Para Kagome fue extraño pensar en aquello y más todavía comenzar a decirlo. Era como si otra persona estuviese hablando.

—Te voy a quitar unas cuántas hojas, espero que no te moleste, creo que te vendrá bien —Izayoi la interrumpió.

—Puedes sólo pensarlo, si así te resulta más fácil. No es necesario que lo digas —buscó aliviarla.

Kagome tomó aire y esta vez, sin miedo, pensó en la planta y en el modo en que se alimentaba de la tierra y el sol. La imaginó creciendo. Luego acarició la hoja que quitaría, entre las yemas de los dedos, y le agradeció por su belleza. Todo aquello en su mente y emoción. Finalmente cortó la hoja y tomó otra y otra más.

—¿Lo has sentido? —le preguntó la mujer.

Kagome sonrió y asintió. En ese instante fueron interrumpidas por la voz de InuYasha.

—Ya está todo en el cuarto —estaba descansando el cuerpo hacia un lado de la puerta y ella se preguntó ¿Cuánto tiempo llevaría ahí?

.

El camino hasta el sitio de comidas fue bastante ameno. Myoga decidió llevarlos a un lugar que se especializaba en fideos soba, hechos con un tipo especial de harina, cuyo dueño era un antiguo amigo del anciano. Cuando Myoga lo propuso InuYasha había sonreído y encogido de hombros. A Kagome le daba igual el sitio.

Al salir de la casa de InuYasha, Myoga los esperaba y fue entonces que Kagome lo conoció. El hombre era pequeño, canoso y esas mismas canas acompañadas de un ligero bigote le daban un cierto aire de sabiduría. Se había presentado a sí mismo con una cortés reverencia silenciosa que en un principio ella no supo interpretar. Primero pensó que el hombre no la aprobaba para InuYasha, quizás del mismo modo en que su propia madre había hecho con ella, sin embargo todo su temor se disipó cuando le sonrió y le dijo lo encantado que estaba de conocerla y de saber quién era la responsable de la sonrisa que el muchacho tenía.

Quizás fuese esa última frase la que le revolvió el corazón y también se lo calentó, ayudándola a sentirse más tranquila y poder disfrutar del paisaje de camino al restaurante.

El trayecto lo hicieron caminando de a dos. Myoga e Izayoi conversaban de forma amena unos metros por delante de ellos y Kagome llegó a preguntarse cuánto podía unir la soledad a dos personas. Por lo que InuYasha le había contado, su madre no había vuelto a tener una pareja desde que murió su padre, sin embargo no todas las relaciones eran románticas. Miró a InuYasha, junto a ella, y comprendió lo difícil que le resultaba imaginarse una relación con él que no implicara el sexo y los orgasmos que había entre ambos. No obstante, por un momento lo visionó mayor y con un aspecto algo desgarbado por los años y se descubrió sintiendo que no le importaría. Aquello la aterró tanto como la hizo feliz.

—Ellos dos se acompañan —lo escuchó decir, sin mirarla, mientras sentía que los dedos buscaban su mano; ella se los cedió y soltó un suspiro, intentando que fuese lo más suave posible.

En ese momento la mirada dorada de InuYasha se encontró con la propia, contándole delicados sentimientos que no encontraban eco en las palabras y Kagome supo leerlos, aunque no estaba preparada para saber por qué.

—Ya casi llegamos —anunció Myoga con entusiasmo, echando una mirada atrás.

Kagome tuvo el impulso de soltar la mano de InuYasha, sin embargo éste tenía otra idea.

—Gracias, Myoga —le respondió, justo antes de alzar las manos que se unían y dar un beso en los dedos de ella.

Kagome fue consciente del modo en que se paraba un corazón para comenzar con un nuevo ciclo de latidos.

El sitio al que venían tenía la apariencia de una casa tradicional japonesa. Las mesas estaban dispuestas unas junto a las otras, de modo que los comensales se acompañaban sin llegar a invadir unos el espacio del otro. Kagome no pudo evitar hacer la comparación entre los convencionalismos de antes con los de ahora. Muchas cosas podían cambiar en el mundo y siempre alguien encontraría alguna que rescatar de las costumbres antiguas; para ella era el respeto, claramente.

Por aquí —escucharon decir a una mujer vestida con una yukata tradicional, nada ostentosa.

InuYasha la ayudó, guiándola con suaves gestos de sus manos en la cintura, el codo o, simplemente, una indicación en el aire. Kagome se sintió cuidada y, por mucho que le costara aceptarlo, valorada.

La comida fue agradable, más allá de lo que pidieron o consumieron. Myoga le pareció un hombre curioso e interesante, con cierto aire a su abuelo, acompañado por anécdotas mucho más picantes que no dudaba en compartir. La madre de InuYasha destilaba cierta clase que nada tenía que ver con el lugar en que vivía, simplemente su espíritu parecía mucho más elevado que el promedio de personas que Kagome había conocido y, aun así, se relacionaba con todos con habilidad. Quizás fuese el sake que habían compartido a gusto los cuatro, no obstante Kagome se encontró pensando en la deidades encarnadas.

Luego miró a InuYasha.

—Aclaremos, Myoga ¿Dices que los asteroides son enviados del cielo para repoblar la tierra? —preguntó InuYasha, sin poder ocultar la sonrisa que brotaba bajo sus palabras.

—Piénsalo, muchacho, no podemos estar aquí por mera coincidencia. Somos un laboratorio germinal para otras civilizaciones —expresó con convicción el hombre.

—No niego la posibilidad de otras civilizaciones, Myoga. Sin embargo me parece un poco extremo que nos vean como ratones de laboratorio —InuYasha intentaba contener la risa que le burbujeaba en el pecho.

—Y ¿Qué más podríamos ser? —dijo, casi con vehemencia, el anciano.

Una pareja que comía en la mesa de al lado, miró con curiosidad.

—Creo que se ha acabado el sake —mencionó Kagome, como un modo de poner una pausa, o un punto final, a la conversación.

Luego de ello todo fluyo con calma. Llegó una nueva botella de licor que le puso las mejillas sonrojadas a Myoga, haciendo un tanto más en InuYasha. Kagome prefería otro tipo de bebida.

—¿Quieres un café? —le preguntó Izayoi, que estaba sentada frente a ella.

—Me encantaría —aceptó Kagome.

Poco tiempo después salieron del restaurante con el estómago lleno y una sensación gratificante. InuYasha se sintió en libertad de sonreír a una Kagome que lo acompañaba con las mejillas ligeramente arreboladas. En el horizonte el sol se había puesto, dejando apenas una línea anaranjada sobre las montañas, dando pasos a las primeras horas de la noche.

El trayecto de vuelta lo hicieron siguiendo el patrón anterior; Myoga e Izayoi iban unos pasos por delante. InuYasha notaba el impulso de hacer de este momento algo más largo y compartir la sensación gratificante con Kagome un poco más. Recordó una zona para jóvenes a la que siempre hablaban de ir él y sus amigos de instituto y que se quedó en el olvido cuando él se trasladó a vivir a Tokyo.

—¿Quieres acompañarme a otro lugar? —le preguntó a su compañera. Kagome lo miró, ampliando sus ojos castaños con cierta sorpresa alegre, para luego asentir. Él sonrió— Mamá, Myoga —llamó la atención de sus acompañantes—. Kagome y yo nos iremos a tomar algo por ahí.

Su madre les dedicó una mirada alegre.

—Bien ¿Volverás a casa? —preguntó Izayoi e InuYasha comprendió que se refería al lugar en que dormiría. Le parecía un absurdo no poder compartir la cama con Kagome, sin embargo no contrariaría a su madre, al menos no aún.

—Sí, al futón de la sala —pareció aceptar a regañadientes.

La mujer sonrió y Myoga les deseó una buena noche.

No fue hasta que tomaron la primera curva en una calle, y se alejaron completamente de la visión de sus acompañantes, que InuYasha puso una mano sobre la cadera de Kagome y la guio más cerca de él para besarla, aprovechando el vacío de personas en la acera. La intromisión de su lengua le recordó el sabor de las especias que habían consumido. La escuchó suspirar y sintió la forma en que se ablandaba entre sus manos. La necesitaba, tanto por ansia como por cerrar el paso de un día que para él estaba siendo perfecto.

—Esta noche tengo que dormir contigo —le confesó y la escuchó reír.

—¿Dormir? —la pregunta llegó acompañada de un suave movimiento de cadera que se encargó de remarcar el modo en que su cuerpo comenzaba a despertar al deseo.

—Bueno, quizás un poco —aceptó, antes de tomar el labio inferior de ella entre los dientes.

Escuchó que Kagome volvía a suspirar y a continuación sus dedos se encontraban con la piel de su vientre bajo la cintura del pantalón.

Unos pasos lejanos los obligaron a salir del hechizo del deseo y recordarse que estaban compartiendo un momento íntimo en plena acera. InuYasha se alejó lo suficiente como para dejar un espacio aceptable entre ambos.

—Sigamos —la invitó, sin llegar a alzar lo suficiente la mirada cómo para encontrarse con la de un chico joven que transitaba la calle.

Continuaron el camino y al paso de un par de cientos de metros se encontraron con una izakaya que resultaba de lo más pintoresca para todo el ambiente tradicional que Kagome había podido apreciar en el pueblo.

—Me gusta —expresó ella, en cuanto pusieron un pie en el lugar.

Resultaba amplio, lo mismo que el sitio de comidas en que habían estado. Le agradaba la sensación de espacio que había en una ciudad pequeña, obviamente mucho más que en Tokyo. Se preguntó si la vida en lugar como Nakano era cómodo.

Adelante —los recibió un muchacho joven.

Aceptaron y él les preguntó si serían sólo ellos dos, a lo que asintieron y el joven los guio hasta una mesa que estaba junto a la ventana y los dejó un momento para que decidieran lo que querían pedir.

—No quiero nada fuerte ¿Qué pedirás? —preguntó Kagome.

—Podríamos pedir un par de cervezas —simplificó y pudo ver que ella asentía, convencida.

Esperaron durante un momento corto a que el camarero se les acercara nuevamente. En ese espacio de tiempo InuYasha extendió la mano por sobre la mesa pidiendo la de ella y Kagome observó el gesto, le resultaba extraño, aun así lo respondió.

—Me gusta el lugar —mencionó, intentando quitar importancia al hecho de que InuYasha le acariciaba los nudillos con el pulgar.

—Y a mí. Pertenece a un compañero del instituto —le contó y entonces Kagome mostró su interés, fijando la mirada en los ojos dorados que se velaban en la luz ambiente del sitio.

El joven que los había recibido en la puerta regresó para tomar el pedido: dos cervezas rubias.

¿Algo para comer? —preguntó y ambos se miraron y negaron de inmediato.

—Mis compañeras del instituto tienen como su mayor logro el estar de novias para casarse —Kagome retomó la conversación.

InuYasha sonrió ante el tono agrio que uso ella para decir aquello.

—No lo serán todas, todas —hizo una broma sobre los absolutismos que a Kagome la pilló por sorpresa y la hizo sonreír.

—Bueno, no todas —aceptó—. Una de ellas es maestra de primaria y le gusta su trabajo, así que no está centrada sólo en encontrar marido.

InuYasha se sintió tentado a preguntarle si ella había tenido alguna vez un interés romántico de ese tipo. Sin embargo se frenó a tiempo, comprendiendo que la pregunta resultaría contraproducente. Ahora mismo Kagome se mostraba cercana y receptiva y él con eso era feliz.

—Mira, eso está bien —concluyó, en reemplazo. Recibiendo una sonrisa por parte de ella.

Le iba a preguntar si se había sentido cómoda con su madre y Myoga, no obstante fueron interrumpidos por el camarero que traía su pedido.

—Dos cervezas rubias por aquí —se escuchó decir al hombre e InuYasha inmediatamente reconoció su voz.

—¡Jinenji! —nombró con alegría, dando un toque en el brazo a su amigo, mientras éste ponía los vasos fríos sobre la mesa y servía el contenido de las botellas.

—¡Qué alegría verte! —expresó con voz profunda, el hombre alto y fuerte que llevaba un delantal de cocinero atado a la cintura— Hace más de un año desde la última vez.

Dejó las botellas sobre la mesa y puso entre ambos comensales un plato de porcelana con algunos bocados de verduras en tempura, que si Kagome no hubiese estado satisfecha por la cena habría apreciado mucho.

—¡Qué va! —sonrió InuYasha— Aún faltan dos semanas para el año.

Kagome comprendió que era una especie de broma particular entre ambos. Una vez las risas se apaciguaron, el hombre la miró y ella descubrió la intensidad de sus ojos azules.

—Lamento mi descortesía —le hizo una suave reverencia—. Soy Jinenji.

—Kagome —se presentó ella.

Percibió el modo en que el hombre le daba una mirada a InuYasha, parecía esperar a que él le aclarara el lugar que ocupaba en su vida.

—Soy su chica de los jueves noche —completó la presentación.

Jinenji la miró y su expresión fue de simpatía. InuYasha sonrió abiertamente ante el recuerdo de sus primeros títulos.

.

Continuará

.

N/A

Amo, amo, amo esta historia. Supongo que por los matices sutiles que tiene y por lo mucho que una llega a querer a sus personajes.

Espero que disfrutaran del capítulo y que me cuenten en los comentarios.

Besos!

Anyara