IZON SHŌ

Capítulo XLV

Cuadragésima quinta sesión

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"¡Cuántas veces ansié decir tu nombre sin siquiera conocerte!"

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InuYasha pareció comprender que algo se estaba desencajando en Kagome. No le gustaba pensar en ello, era demasiada inseguridad para manejar y sólo podía pensar en lo mucho que quería sentirla con todo el cuerpo para aplacar el frío que se le instalaba dentro cuando ella parecía alejarse de su emoción. Quizás fuese por esa sensación extraña de pérdida cuando Kagome dudaba, que él se ablandó para no ser la barrera de la que ella tuviese que cuidarse. Aún con todo el tiempo pasado juntos, le costaba captar su esencia tras ese espacio de seguridad que mantenía.

Debía reconocer que el encuentro con Kikyo no era algo que esperara y puso cierta tensión en él. No obstante, lo que realmente lo tenía asombrado era el comprobar que no la sintió. Fue como hablar con alguien de algo que le había sucedido a otro y entonces se dio cuenta que todo eso se había convertido en un pasado real.

Suspiró, aliviado, y enlazó a Kagome por la cintura, usando ambas manos para pegarla a su cuerpo sin que le pusiese resistencia. Acarició la mejilla suave con los labios y rememoró la sensación de aquellos momentos en que los besos le estaban prohibidos. Llegó hasta la comisura de la boca y rozó el lugar con lentitud, en remembranza de otro beso con ella que le era atesorado. Kagome le respondió buscando el roce con intensidad, con cierta antigua necesidad de control que él ya le conocía.

La besó con ansia y con claridad sobre el ritmo que a ella le gustaba. Pronto se sintió mareado, quizás por los besos, por el escaso aire que respiraba o las cervezas que se había tomado. A continuación rio sobre su boca; no, no eran las cervezas.

La abrazó y sostuvo con ambas manos en la cadera. Maniobró con ella de arriba abajo, mientras él mismo creaba un leve movimiento con su cuerpo, para que Kagome pudiese notar la erección que se apretaba bajo su pantalón. Repentinamente se sentía exultante, como si una luz diferente brillara para él. Escuchó que ella suspiraba y sintió el aliento caliente rozarle el cuello, estaba envuelto en el embeleso de tenerla. Se sacudió a causa de un temblor que no necesitaba mayor explicación y comenzó a desear el poder disfrutar la piel desnuda de ella bajo las manos. Con esa idea en mente comenzó a recoger la tela de la parte baja del vestido, arremolinándola sobre la cadera hasta que se encontró con la piel por encima de las medias que llevaba. Suspiró sobre el pelo de Kagome y volvió a buscar su boca para apaciguar, al menos así, el ansia que le ardía en el vientre.

Tuvo claridad de la forma en que ella comenzaba a buscar la cremallera del pantalón que vestía y la respiración se le agitó un poco más ante la expectativa. En su mente apareció nítida la imagen de la boca de Kagome rodeando su erección y la sola idea de ello lo volvió a marear.

—Tengo el futón aquí —indicó un lugar tras él, en la sala, motivado por un ansia casi pueril.

Lo dicho; exultante.

—Tu madre nos podría descubrir —escuchó lo que parecía un razonable argumento por parte de Kagome, el que se veía seriamente refutado por la mano que metía dentro de su pantalón para tomar su sexo duro y dispuesto.

Oh, mierda —murmuró, más para sí que con intención de ser oído. Aun así Kagome sonrió. La sonrisa aún no le iluminaba los ojos y se sintió motivado a conseguir que así fuese.

—Y si subimos a mi habitación —InuYasha apreció que la voz le fallaba ante las caricias de ella.

—Nos podría escuchar —le murmuró sobre los labios.

Entrecerró los ojos en el momento en que los dedos de Kagome le masajearon la base del pene.

—En algún lugar lo tendremos que hacer —la instó, sin poder ocultar su agitación.

—O no —fue la respuesta que recibió, acompañada por una suave sonrisa malévola que la hacía excitante y hermosa.

De pronto le pareció que ella había cambiado y todo se volvió mucho más sensual y provocador.

—¿En serio? —preguntó casi sin aliento.

No obtuvo respuesta, Kagome no se la dio, no obstante se agachó para meterse directamente la punta del pene en la boca.

Mierda —gimió InuYasha, sin saber de dónde sostenerse para aguantar el golpe de excitación que le estaba causando la imagen y la sensación de la succión inclemente que ella ejercía en su sexo.

Se mantuvo completamente pasivo durante un instante, obnubilado por el placer que estaba recibiendo. Observaba a Kagome como si fuese la primera vez que la veía hacer aquello y notó el modo en que se le hundían las mejillas cuando succionaba su erección en un acto primitivo de posesión. Una nueva oleada de ardor lo llevó a entrecerrar los ojos y a reaccionar un momento después, sosteniéndola por los hombros para que se detuviera.

—Para, para —le pidió. No quería que fuese todo así de rápido, le gustaba deleitarse en ella y esta noche ambos parecían necesitar esa conexión.

Se arrodilló y la besó con codicia, tomándole la cara con ambas manos para que no se le escapara. Cuando Kagome adoptaba este punto impulsivo, las alarmas dentro de él se encendían y necesitaba hacerla sentir que todo estaba bien.

Se apartó del beso y la escuchó suspirar.

—Subamos —le pidió—. No haremos ruido —ofreció.

Ambos sabían que aquello sería una tarea titánica. No obstante Kagome le sonrió y esta vez fue un gesto mucho más luminoso; eso lo llevó a olvidar cualquier otra consideración.

Subieron la escalera procurando hacer el menor ruido posible; hace rato pasaba de media noche. El enlace de la mano de él, guiándola, era cálido y dulce en contraste con la pasión que parecía querer desbordarse de ellos.

La habitación estaba fría en comparación con el resto de la casa y era lo habitual, InuYasha conocía el espacio muy bien. Encendió la lámpara que había en la mesa de noche, la que daba una luz suave que ayudaba al ambiente. Cerró la puerta y descansó el peso de la espalda en ésta, desde ahí observó a Kagome de pie en mitad del lugar y reparó en que era la primera vez que entraba a su habitación con una pareja. Ella lo miró e hizo un gesto con el labio, parecía inquieta y fuera de lugar. Se dio cuenta que aun las barreras amenazaban con alzarse y no quiso hacerse demasiadas preguntas, ahora no. Además, ellos se reencontraban a través de las caricias y la intimidad que conseguían al liberar el cuerpo.

Bésame —la escuchó murmurar y aquello fue como una llamada a viva voz.

Despegó la espalda de la puerta y avanzó los dos pasos largos que los separaban, dando otro más que la hizo retroceder cuando el ímpetu con que la había abrazado la empujó hacia atrás. Kagome gimió nada más recibir su lengua dentro de la boca y él la sostuvo por la nuca y el trasero, llenándose la mano con la carne firme de esa zona.

Los preámbulos serían breves.

El beso fue largo e intenso. Ambos se sostenían uno del otro sin dejar espacio suficiente para quitarse la ropa. InuYasha sentía el pecho de Kagome presionado hacia el propio y la forma en que se mantenía firme cuando empujaba hacia ella su sexo nuevamente prisionero en el pantalón. Ante esa sensación intensa, que conseguía marcar el anhelo de ambos, se llevó una mano a la cintura y desabotonó la prenda para poder quitársela. Kagome le ayudó, bajando otra vez la cremallera.

—Quítate esto. Quítate esto —pidió él, al borde de la desesperación, buscando sacarle por la cabeza el vestido, aunque Kagome aún llevaba puesta la chaqueta por encima.

—Espera —la escuchó reír con voz entrecortada.

Ella se quitó la chaqueta y el pantalón de InuYasha la acompañó. El vestido pasó por la cabeza de Kagome y fue a dar al suelo, mientras él se sacaba el amasijo de ropa que eran su camisa y sweater juntos. La miró, con cierto fascinante embeleso. Estaba ataviada sólo con la ropa interior de color palo rosa que tanto le gustaba, además de unas medias de color gris oscuro, semi transparente, que se sostenían a sus muslos con una fina línea de encaje. Era hermosa y era sensual, no obstante también era delicada como las flores de otoño que mueren con el primer frío.

Se estremeció ante ese pensamiento ¿Por qué estaba ahí? No quiso indagar en él, ni en la enrevesada emoción de la que procedía. Se acercó a Kagome y la abrazó con cierto extraño desespero, encerrándola con los brazos y sintiendo el calor rebosante de ella en la piel desnuda. Le besó la coronilla, demorándose en el beso que luego descendió hacia un lado de la frente, la sien, buscando la mejilla y el cuello. En ese momento la escuchó suspirar y se escuchó a sí mismo liberando un quejido ronco que le reverberó en el pecho y se abrió paso por sus labios. Reconoció la agonía que comenzaba a crecer entre ambos.

—Nos va a escuchar tu madre —murmuró Kagome, en el mismo momento en que sintió que ella le acariciaba la espalda con ambas manos y las deslizaba por el interior de la única prenda que vestía.

—No lo hará —susurró él y se tensó al sentir la caricia que descendía por sus glúteos en un acto posesivo que se hizo aún más evidente en el momento en que lo llevó hacia ella.

—Y si lo hace —un gemido rompió la frase e InuYasha supo por ello, y por la forma en que parecía querer trepar por él, que los reparos eran un mero discurso vacío.

—Eso no pasará —dijo, murmurando sobre los labios que se le ofrecían y que se mostraban ansiosos del beso que los suyos prometían; no se negaría.

Le humedeció la boca con la lengua en un movimiento destinado a saborearla e incitarla de la forma más soez posible, acompañando el inicio de ese beso con una caricia ruda de sus manos sosteniendo las nalgas para separárselas. Aquello era un preámbulo que le indicaba la forma prístina en que la abriría. Kagome gimió y respondió a la incitación con una propia de sus manos deslizando la ropa interior lo suficiente para que su pene brotara de la tela listo para cumplir la amenaza que su estado sugería.

La miró a los ojos, buscaba algo que delatara en qué punto se encontraban. Todo parecía muy similar a las sensaciones de aquella primera vez; un encuentro sin compromiso, no obstante sabía que ya no era así. El sexo había dado paso a otra cosa que él se atrevería a llamar amor.

—Te quiero dentro —la voz de Kagome fue una petición en tono de súplica que lo sacó de la emoción y lo regresó de inmediato al instinto.

InuYasha tuvo la sensación de haber sido inyectado con fuego en la médula de los huesos. Tembló, se sacudió completamente y se arrodilló ante ella, quitándose la ropa que le quedaba en aquel proceso. Arrastró la braga hacia abajo y lamió entre las piernas de Kagome mientras ella se desprendía de la prenda con los pies. Los dedos finos se le enredaron en el pelo y le sostuvieron la cabeza, mientras él exploraba más intensamente entre los pliegues, rodeándole las piernas para sostenerla por la parte alta de los muslos y abrirla más. El olor acre del sexo se le hizo evidente y su propio cuerpo reaccionó, llenando y endureciendo sin clemencia su erección.

—Joder, Kagome, me encantas —declaró, completamente enajenado.

Sintió que ella se doblaba hacia él, le temblaban las piernas y respiraba agitada. Entonces la saboreó profundamente, una vez más, llenándose la lengua con los fluidos que liberaba. Probó el clítoris, lo notó endurecerse y la escuchó balbucear un ruego. Se apartó lo suficiente como para dejarle un beso en el pubis y sentir el suave rizo del vello en los labios. No esperó para guiarla hacia abajo, hacia él, separando con los dedos los mismos pliegues que antes tocara con la boca. Kagome se sostenía de sus hombros, tensa por la excitación y maniobrable por el deseo.

Sintió la humedad caliente en la punta del pene y contuvo el aliento, escuchando que Kagome respiraba con inhalaciones tan cortas que apenas metía oxígeno a sus pulmones. Entonces las manos de ella le rodearon la cara y se mantuvo mirando directamente a sus ojos, como si no quisiera perder detalle de su expresión al entrar en ella. InuYasha lo entendió y no se reservó ninguna de las sensaciones mientras iba recorriendo el canal que los conectaba, hasta que ambos quedaron pegados, sin más espacio que absorber.

Suspiró, cerró los ojos y sintió. Notó que Kagome temblaba en sus brazos y los labios también lo hacían como si buscaran contener una palabra o una emoción. Casi le pareció escuchar el balbuceo de una frase que no terminó de entender.

—¿Estás bien? —le preguntó, con voz entrecortada, creando círculos suaves dentro de ella.

La vio sonreír o intentar una sonrisa, para asentir y murmurar un agitado; . Luego se abrazó a él durante un instante en el que sólo se mantuvo quieta y envolviéndolo. Al paso de un momento y un suspiro, comenzó a moverse de arriba abajo, de delante a atrás, siendo la que llevaba el control.

Lo sentía entrar profundamente y perdía el aliento con cada una de esas entradas. Necesitaba que InuYasha fuese suyo, esta noche, de un modo particularmente posesivo y desesperado. Él le acarició la espalda y comenzó a buscar los broches del sujetador para deshacerse de la prenda. Kagome, simplemente se dedicaba a los besos y al movimiento de su cadera que buscaba hasta encontrarse con los embistes de él que intentaba un ritmo conocido por ambos y al que ella no estaba obedeciendo.

Todo se había perturbado en su interior.

Ahora mismo estaba experimentando un hambre que superaba por mucho a la física y aquel descubrimiento la llevaba a debatir entre la pasión y la angustia.

¿Cómo se conseguía algo desconocido?

Kagome necesitaba con desesperación deshacerse de los pensamientos, porque la estaban consumiendo. Intentó centrarse por completo en lo que sentía su cuerpo; el modo en que InuYasha la sostenía con ambas manos por los costados, presionando con intensidad sus costillas para ayudarla con el ritmo. Se enfocó en los espasmos de su interior, que aún eran distantes entre sí, no obstante la acercaban poco a poco al éxtasis. Puso su atención en oír la respiración de él y los gemidos contenidos que eran acompañados por suaves siseos cuando ella cambiaba la cadencia de los movimientos.

—Me gusta sentirte —aderezó el momento con aquella declaración hecha mientras lo abrazaba hacia sí. Sabía que sus palabras sólo disfrazaban otra emoción que de profunda le estaba resultando insondable.

Él soltó un suspiro sobre su clavícula y a continuación le declaró su propio placer.

—A mí me mata.

La siguiente embestida se la dio InuYasha, rompiendo el pacto silencioso de cederle a ella el control. Kagome gimió un poco más alto y él pareció deleitarse con aquello. No esperó demasiado hasta que cambió la posición y notó el tejido del tatami en la espalda. InuYasha la había recostado y ahora la alborotaba con besos y succiones en el pecho, asiéndose con un pezón para pasar al otro en un acto de avaricia que ella no quería perderse. Cada imagen que le regalaba de él llenándose la boca para disfrutar de la caricia, conseguía aumentar la excitación en su cuerpo. Kagome ya no podía diferenciar entre el placer físico o emocional.

InuYasha le alzó una pierna hasta descansarla en el hombro y la giró de medio lado para entrar en ella de forma rotunda. Kagome se descubrió con una mano en la boca para contener los sonidos que querían salir de ella y amenazaban con llenar toda la habitación y proclamar a todo el que estuviese relativamente cerca que el placer la estaba devorando desde el vientre. Lo miró, ataviada con un resquicio de consciencia en medio de las sensaciones, y le pareció presenciar un espectáculo maravilloso. InuYasha se movía creando una onda entre su vientre y estómago que marcaba la musculatura, haciendo imposible ignorar la belleza de su cuerpo que sólo aumentaba al ver que sus labios separados para respirar y los ojos dorados enfebrecidos de pasión observando el punto de unión. Extendió una mano hacia él, hacia su cara que no alcanzaría, quería acariciarlo y contarle lo que había despertado en ella.

Te… —balbuceó, sin encontrar la fuerza para declarar lo que le bullía en el pecho.

—¿Kagome? —pareció preguntar, con la voz entrecortada, inclinándose para oírla y aquello le dio un ángulo de entrada que le hizo imposible seguir pensando. Entrecerró los ojos en medio de una oleada de placer.

Lo sostuvo por el antebrazo, por el codo, por el bíceps; creando una escalada en la que ella se le acercaba cada vez más. Ansiaba algo que se le antojaba primitivo y a la vez completamente evolutivo, aunque ahora no contaba con la capacidad de razonarlo. Lo vio contraer la musculatura del abdomen y sisear al inhalar, del modo que hacía cuando ya no aguantaba más.

—Déjame —suplicó ella—… déjame a mí.

Lo sintió sacudirse, tenso de ansia, luego de eso salió de ella y esperó a saber lo que quería hacer.

InuYasha estaba aturdido, completamente embriagado de deseo. Sentía los músculos removerse por la tensión acumulada y el vientre endurecido que le pedía liberación. Se sostuvo la erección de forma refleja y la masajeó como si aquel contacto pudiese aplacar el ansia. Kagome le puso una mano en el pecho y lo guio hacia atrás.

—Recuéstate —le pidió con un hilo de voz.

Él obedeció y enseguida la tuvo echada sobre él, deslizando el cuerpo sobre el suyo y acoplándose nuevamente con precisión, sin siquiera utilizar las manos. Esa sensación de pertenencia lo llevó a suspirar sonoramente. De Inmediato fue acallado por la boca de Kagome, que lo invadió sin consideración, del mismo modo comenzó a montarlo como haría una amazona, desnuda y a pelo.

La sostuvo por la cadera, deleitándose en la forma en que su cuerpo se bamboleaba ante sus ojos. Se incorporó, sentado sobre el tatami, para meterse un pezón en la boca y Kagome lo rodeó con los brazos sin dejar de agitarse sobre él de un modo casi salvaje. La sabía apasionada, inquieta y desinhibida; aun así, en este momento, le parecía particularmente febril.

—No me escaparé —le susurró, besándola en el cuello.

Aquello fue un catalizador aún mayor para ella. La sintió aferrarse con desesperación, en tanto suspiraba e intentaba balbucear palabras que no terminaba de formar.

—Kagome… —intentó decir algo, sin embargo no lo consiguió. El momento estaba resultando impresionante.

La forma en que oprimía su sexo con el propio, a la vez que se echaba hacia él embistiéndolo, literalmente, lo estaban llevando al borde del orgasmo. Se preguntó cuánto le faltaba y si podría soportar el ritmo que Kagome llevaba hasta que ella acabase. No obstante la escuchó sisear sobre su cuello, para luego lamerlo y llevar el calor de su lengua húmeda hasta la mandíbula, el mentón y la boca. Ante esa caricia su vientre se contrajo y supo que debía salir de ella.

—Kagome voy a…

Intentó alzarla por la cadera, sin embargo le pareció que ella luchaba por no obedecer.

—Kagome…

Murmuró y lo siguiente fueron las convulsiones de su cuerpo que de tan intensas le quitaron por un instante la razón. Se sacudió con fuerza y presionó la pelvis hacia arriba en un acto instintivo de apareamiento. Tuvo la fugaz consciencia de estar siendo amado por ella que lo besaba casi con devoción en medio de los temblores del orgasmo.

Se sintió mareado, desvencijado e incapaz de mantener el cuerpo erguido. Se echó a un lado, llevándose a Kagome con él, porque no quería dejar de abrazarla, ni salir aún de ella. La experiencia de acabar en su interior estaba siendo tan alucinante que casi le parecía estar en mitad de una elucubración de su mente.

Fue en ese momento en que razonó y abrió los ojos despertando de golpe de la ensoñación.

—Kagome —esta vez su nombre estaba cargado de incertidumbre.

Ella, simplemente, lo miraba.

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Continuará

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N/A

*O*… xD

Besos

Anyara