IZON SHŌ

Capítulo XLVI

Cuadragésima sexta sesión

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La noche estaba calma, el silencio primaba dentro de la casa y otorgaba serenidad al sonido apaciguado de la ciudad que provenía del exterior. Cuando las sensaciones elementales de satisfacción y entrega que el sexo les había dejado se comenzaron a serenar, la incertidumbre encontró su nido entre ambos.

El momento de pasión que habían compartido se les había ido de las manos y se encontraron uno mirándose en la expresión cautelosa del otro. Kagome notó su desnudez cómo nunca antes y el calor de InuYasha en contacto con su cuerpo. Se apartó y él salió de dentro de ella. Creía poder sentir el semen dentro y su mente fue inundada por la imagen de los espermatozoides que contenía y que iban en una carrera frenética hacia el óvulo fecundable que esperaba en su útero.

—Lo siento —lo escuchó decir mientras se sentaba sobre el tatami. Sentía que la observaba en tanto buscaba, frenética, algo que ponerse por encima.

—No, tranquilo —miraba la ropa alrededor y no se decidía por nada, necesitaba algo que la ocupara para no colapsar por no saber qué sentir—. No es cómo si lo hubieses hecho a propósito y no es cómo si yo hubiese puesto objeción.

A InuYasha le pareció que ella estaba intentando conectar con su parte más racional y desafectada, para lidiar con la situación. Le resultó casi imposible el haber estado hasta arriba de las hormonas que le daba el placer sólo un instante atrás y aterrizar de forma tan abrupta que parecía que le hubiese pasado un tren por encima.

Tomó aire y decidió comenzar a enfocarse. Se puso en pie y sacó una camiseta suya del armario. Estaba sin usar y perfectamente planchada cuando se la extendió a Kagome.

Ella miró la prenda en su mano y de paso se encontró con la figura desnuda de InuYasha y tomó aire en medio de un suspiro desacompasado que no pudo disfrazar; a pesar de la situación no podía evadir el que le pareciera precioso. Quiso pensar que esa apreciación se debía a la carga emotiva que el sexo satisfactorio le había dejado encima, aunque una emoción oculta bajo capas y capas de superficialidad le decía que se engañaba y que el engaño no duraría mucho más.

—Gracias —recibió la camiseta y comenzó a abrirla e intentó centrar su atención en aquella labor.

InuYasha empezó a buscar su ropa interior en medio del amasijo de prendas que había en el suelo y a su mente llegó la idea de un anticonceptivo de emergencia. Conocía de esa pastilla, se había informado por si alguna vez tenía algún problema con el condón. Sus relaciones eran casuales y de pocas parejas había sabido algo después de un primer encuentro, no obstante, le parecía importante tener conocimientos básicos del asunto. Su propio pensamiento se estaba volviendo completamente racional y se descubrió odiando la sensación de perder la calidez de lo que acababan de compartir.

—Mañana iré a un hospital —escuchó decir a Kagome, antes que él pudiese plantear nada. La miró durante un instante, volviendo de sus propias divagaciones.

—Claro, te acompañaré —tenía que reconocer que al menos en sus planes no entraba la paternidad ahora mismo.

Comenzó a ponerse la ropa interior. Esta noche tendría que pasar de la ducha si pretendía mantener la casa en silencio.

—No es necesario, puedo ir sola —intentó Kagome, mientras pasaba la cabeza por el cuello de la camiseta de color rojo que le había dejado, para sacar luego el pelo hacia afuera.

InuYasha se sorprendió pensando que el rojo le quedaba hermoso, más aún con la forma en que ella llenaba el pecho de la prenda.

—Sé que puedes —aclaró. No había duda para él en que Kagome era capaz de solucionar las situaciones de su vida por sí misma; sin embargo quería acompañarla.

No hubo mucha más discusión al respecto. Ambos se quedaron en un silencio pesado que parecía querer declarar algo que ninguno abordaba o quizás no tenían claro aún.

Al paso de un momento InuYasha habló de bajar y dormir en el futón que había dejado en la sala para ello y de ese modo no tener complicaciones con su madre. Kagome estuvo de acuerdo y no puso mayor objeción.

La simpleza aparente resultaba casi dolorosa.

Cuando Kagome se quedó sola en la habitación se echó sobre la cama y resopló mientras miraba el techo blanco, que ahora mismo resultaba anaranjado debido a la luz de la lamparilla que iluminaba desde un lateral de la cama. Se giró y apagó la luz, no la necesitaba para dejar que su mente hiciera de las suyas y la paseara por los diversos escenarios que esta situación traía consigo. Por una parte sabía que la solución era relativamente simple; ir al médico y solicitar una receta para el anticonceptivo de emergencia e ir por la pastilla para solucionar cualquier riesgo que pudiese correr. Sin embargo, luego venían las consideraciones posteriores. Ahora mismo no recordaba cuál era el porcentaje de efectividad que podía tener, le parecía recordar que sobre un noventa por ciento. Luego estaba el tiempo en que la pastilla le haría efecto y sobre eso había leído que tenía setenta y dos horas, aunque cada vez con menos porcentaje de efectividad. Finalmente estaba la consideración que más le estaba costando abordar:

¿Podría haber evitado esto?

Era consciente de la pasión que los había envuelto, de la forma desmesurada en que sentía a InuYasha y su propia emotividad que parecía haberle abierto el pecho en canal y desplegar sus sentimientos sin ningún filtro; todo aquello era la causa principal de su descuido. Cuando se montó sobre InuYasha y comenzó a moverse supo que existía un riesgo, ambos estaban enormemente excitados. Recordó que él se había incorporado para abrazarla y Kagome se rindió a las sensaciones de un modo que no conocía y quizás era por eso que estaba más preocupada, en el momento en que InuYasha le dio el aviso de su orgasmo, un resquicio de su mente le declaró, casi a gritos, que no le importaba que acabase dentro. Aquella emoción tenía mucho que ver con el sentimiento que InuYasha había conseguido despertar y que Kagome ya no podía seguir evadiendo: lo amaba.

Todo dentro de ella se inundó.

Soltó el aire en un suspiro pesado y se le llenaron los ojos de lágrimas. Se quedó de medio lado en la cama y se recogió sobre sí misma. Sabía manejar el deseo y las sensaciones físicas que sucedían durante el sexo. Lo aprendió cómo un método de sobrevivencia y control de sí misma y del dolor que le ocasionaba la sensibilidad extrema que en ocasiones la abordaba. Ahora se encontraba justo de frente con aquello que no quería experimentar; el caos de un sentimiento que se instalaba en la mitad de su vida. El amor la asustaba, porque no podía manejarlo, temía que se hiciera con sus pensamientos y con el curso de sus días; de hecho ya lo hacía, porque ahora mismo se descubría deseando que InuYasha estuviese aquí a su lado.

Ese pensamiento, en consonancia con la emoción, la llevó a explorar un poco más profundo en la oscuridad que había creado para esconder lo que no quería recordar. Por un momento se permitió repasar aquella situación que marcó sus decisiones y aunque racionalmente entendía que no tenía la culpa de lo que había pasado; el pecho le dolía y las lágrimas brotaban con más intensidad. Pensó en bajar y refugiarse entre los brazos de InuYasha mientras liberaba la historia de una chiquilla estúpida que se paseaba sola por un callejón mal iluminado. Le costaba, incluso, pensar que esa chiquilla era ella. Había enterrado tan profundo todo lo referente a ese momento, que se desconocía a sí misma. Se volvió a girar en la cama, quedando esta vez boca arriba para mirar de nuevo el techo, ahora gris por la luz que entraba desde la ventana, se echó a reír sin humor y con los ojos llenos de lágrimas. No, no quería que InuYasha conociese sus miserias, éstas le pertenecían.

Se sentó en la cama y un momento después se levantó para ir al baño. Se lavaría la cara y se quitaría las lágrimas para despejar la emotividad y volver a sentirse segura dentro de la Kagome que había construido con los años.

Hizo el trayecto en el mayor silencio posible y cuando estuvo en la pequeña habitación que tenía un servicio, una ducha pequeña y un lavabo, se miró al espejo y las lágrimas volvieron a brotar. No es que su imagen estuviese mal, al contrario, incluso las lágrimas que había derramado anteriormente no eran capaces de aplacar el brillo que el encuentro físico y emocional con InuYasha había dejado en ella. Sus labios aún permanecían inflamados y rosáceos de un modo vivo y hermoso, al igual que sus mejillas. Tenía el pelo alborotado, aunque no enredado y aquello le otorgaba un aspecto de salvaje belleza. Suspiró y para encontrar calma respiró de forma profunda otra vez, sin embargo, entonces pudo comprobar que el olor que había en ella era una mezcla de sus fluidos con los que InuYasha dejó en su interior por primera vez.

Lo peor es que se descubrió deseando más.

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Cuando InuYasha se encontró solo en la sala y sobre el futón que inicialmente sería su cama por estas dos noches, se permitió parar las revoluciones de su corazón y pensar con un poco más de frialdad. Él no recordaba haberse planteado ser padre. No era algo que rondase su mente, ni tenía referentes alrededor que lo hiciesen pensar en ello. Lo que acababa de suceder pocos minutos antes había sido producto de un arrebato de pasión en el que las sensaciones físicas y emocionales nublaban la mente, la sorpresa real para él estaba en la facilidad con que se dejó llevar.

Intentó calmar la mente para poder volver a lo que seguía. Creía que la solución debía ser más o menos simple; una pastilla de emergencia y ceñirse a la estadística ¿Qué probabilidad había de que ellos estuviesen en ese diez por ciento de no efectividad?

Ante esa pregunta se dio cuenta que estaba asumiendo con total naturalidad la situación en plural; Kagome y él. Esa comprensión lo emocionó, pasando de la alegría al terror en cuestión de un instante y comprendió que así se formaba la incertidumbre. Una parte de él buscaba la solución racional dado el tipo de relación que había tenido hasta ahora; por otra parte se sentía ilusionado ante la posibilidad de convertir esto algo más.

Antes de llegar a ahondar en aquel nuevo sentimiento, escuchó que se abría una puerta en el piso de arriba y por la procedencia del sonido asumió que se trataba de su habitación. Se mantuvo expectante y en la misma posición que tenía desde que se había acostado, con ambos brazos por detrás de su cabeza. Escuchó que la puerta del baño se abría y cerraba y comprendió que Kagome estaba ahí en ese momento. Permitió que el silencio lo envolviese y su mente paró, siendo la presencia de Kagome en el segundo piso, y los sonidos que apenas dilucidaba, lo que captó su atención.

El agua corría y él pudo suponer la actividad que ejecutaba; se estaba aseando, por ende se estaba quitando cualquier rastro de lo sucedido. Una sensación contraproducente de desazón se le instaló en el pecho; estaba claro que ahora mismo la emotividad se contraponía a la lógica.

Al paso de un instante el agua dejó de fluir y el silencio volvió a reinar en toda la casa. Se preguntó si realmente su madre no se enteraría de los movimientos que ellos estaban haciendo al comenzar la madrugada.

De pronto el silencio fue interrumpido por pasos que InuYasha esperó fuesen de regreso a su habitación, sin embargo reconoció el sonido de la escalera que se encontraba a su derecha. Respiró profundamente y esperó, quizás fuese su madre que había despertado y él no había oído su puerta, quizás fuese Kagome.

InuYasha fijó la mirada en dirección a la escalera. La luz tenue de una lamparilla que su madre mantenía encendida en el pasillo de entrada de la casa era lo único que le iluminaba el espacio. El corazón se le había vuelto a disparar, a pesar de estar echado sobre el futón sin hacer el menor esfuerzo físico.

Los pasos descendían sigilosos e InuYasha notó que comenzaba a respirar con cortas inhalaciones, algo que cambió sólo cuando vio aparecer una de las piernas de Kagome y a continuación la otra, a pocos escalones del suelo. No dijo nada, simplemente esperó, quizás ella venía por alguna cosa de la cocina o el baño de arriba no le había resultado cómodo o…

—¿InuYasha? —la escuchó susurrar.

Él se humedeció los labios que se le habían secado durante la espera y emitió a continuación un sonido especulativo como respuesta. No obstante, Kagome se mantenía en silencio al pie de la escalera.

—¿Pasa algo? —estaba demasiado ansioso como para guardarse la pregunta.

InuYasha se incorporó de medio lado sobre el futón y la observó, conservaba puesta la camiseta roja que él le había dejado.

—Nada —negó sin convicción—, una tontería. Hasta mañana —se giró para volver a subir.

—Espera —pidió, con más energía de la necesaria al ponerse de pie con rapidez, consiguiendo que su voz resonara en el silencio de la noche.

Pudo ver que ella se detenía y en su mirada descubrió algo parecido a la timidez. Por un momento se reprochó el haberse mostrado tan rápidamente resolutivo ante lo sucedido, quizás Kagome lo interpretara como una distancia entre ambos que él no buscaba. Quiso tocarla y alzó la mano para alcanzarla, sin embargo en ese momento la fragilidad de la mirada que le era devuelta cambió y le regresó a la mujer que conoció hace meses; fuerte, independiente y decidida. No se sintió capaz de invadir el espacio que ahora ella llenaba.

—Descansa —la escuchó decir y se le tensó la espalda por la condescendencia que había en el tono de su voz—. Mañana iremos a visitar a tu padre, como era el plan desde el inicio.

No se sintió reconfortado por aquellas palabras, al contrario, en ellas había una dosis de recelo y pugna. InuYasha fue consciente en cuestión de un instante del modo en que se reconstruía un muro que le había costado largo tiempo cruzar y él se estaba quedando fuera.

—Kagome —la sostuvo por el brazo en un acto de total desesperación. No quería que huyera de él, quería decirle que no necesitaba resguardarse.

Ella lo miró y le sonrió con suavidad.

—Tranquilo, no pasa nada —mencionó y desde el primer escalón en el que estaba, se inclinó hacia él para poner un beso en sus labios.

InuYasha lo recibió con los ojos muy abiertos. La cercanía era perfecta, el calor y el contacto de los labios de Kagome también; sin embargo el gesto no alcanzó a calentarle el alma.

—Buenas noches —dijo ella.

No dejó de mirarla.

—Buenas noches —respondió él.

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Continuará.

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N/A

Un capítulo que necesitaba para el último tramo que queda.

Gracias por leer y comentar.

Anyara