IZON SHŌ

Capítulo XLVII

Cuadragésima séptima sesión

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"Existe el comprensible error de pensar que la felicidad es la carencia de problemáticas; la felicidad es la capacidad de navegar entre ellas, manteniendo la armonía."

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La mañana había despuntado hacía un rato, sin embargo aún los colores del día no conseguían apoderarse del cielo y lo matizaban con tonos grises y azules que hablaban de lluvia o nieve. Eso según fuese el capricho de la temperatura; un solo grado podía hacer la diferencia.

InuYasha y Kagome habían salido a primera hora de camino al hospital de la prefectura de Nagano, que era el lugar en el que habitualmente se atendían su madre, Myoga y él mismo cuando vivía aquí. Izayoi aceptó la temprana salida, incluso antes de ella poder preparar el desayuno, bajo la premisa de querer mostrar a Kagome un poco más de la ciudad.

El silencio los acompañaba, en parte por las pocas horas de sueño que llevaban encima y en parte por la sensación extraña que les había dejado el último momento en que estuvieron juntos por la noche. Cada respiración que salía de ellos se elevaba en una suave columna de vapor que se congelaba en contacto con el aire frío. Kagome sentía las mejillas aguijoneadas ante la baja temperatura y se pegó de forma casi inconsciente a InuYasha en busca de calor.

—Llegaremos pronto —mencionó él, en tanto le rodeaba los hombros con el brazo para que su calor la reconfortara.

Kagome asintió.

La sentía tensa bajo su abrazo y no estaba seguro de si era debido al frío o a la cercanía. InuYasha se recriminó el no pensar en pedirle un abrigo a su madre para que Kagome estuviese más abrigada. Estaba claro para él que debían pasar por una tienda en cuánto hicieran lo que debían en el médico.

La rutina al interior del hospital fue la habitual; personas esperando en un espacio a que una pantalla les dijera que tenían el número adecuado para ser atendidas. Así como personal vestido de colores verde, azul claro y oscuro, que les diferenciaba por tipo de labor. InuYasha quiso ser quien se acercara a información para explicar lo que necesitaban Kagome y él, sin embargo se descubrió asumiendo un papel que no le correspondía; en esto era sólo un acompañante y la resolución de Kagome, tomando el mando de todo, se lo reafirmaba.

La escuchó solicitar cita con un médico especialista y le indicaron el lugar al que debía dirigirse. Ella agradeció e InuYasha caminó junto a su lado cuando lo invitó a hacerlo con una mirada.

Debía reconocer que algo se estaba removiendo en él, algo que ahora mismo era como una maraña indefinida en su cabeza y que necesitaba comentarle a Kagome antes que ella diese cualquier paso.

Se descubrió nuevamente frente a una ventanilla de admisión y Kagome hizo la gestión en total calma y controlando completamente la situación. InuYasha se preguntó si sería la primera vez que hacía esto o habría otras. Ante esa duda notó que algo se le retorcía en el estómago. Frenó la sensación de inmediato, podía reconocer la inseguridad y el ansia que en ocasiones despertaba el querer ser todo para otro. Decidió que no, que él no podía dejar que una emoción así de nociva campara dentro de él. En ese momento se sorprendió pensando cuándo había conseguido ese grado de madurez, una de las razones por las que no había fructificado la única relación que había intentado, estuvo en dejar que la falta de confianza, en sí mismo y en su pareja, se interpusiera.

—¿Vienes? —escuchó a Kagome que lo miraba— Puedo ir sola —aseguró.

¿En qué momento ella había elevado tan alto los muros? ¿Había sido por la noche? ¿Había sido en el instante en que se despidieron en la escalera?

—Voy contigo —aseguró—. Quiero hacerlo —agregó.

Kagome le había extendido la mano, sin embargo la contrajo antes que pudiese alcanzarla y le dio una sonrisa y un asentimiento.

Los metros que separaban la admisión de la consulta del médico los hicieron nuevamente en silencio. InuYasha tuvo la sensación de estar callando más de lo que quería y mientras la miraba caminar medio paso por delante de él, comprendió que aquellas cosas que se asientan en lo profundo del ser son las que no encuentran un camino a través de las palabras; cosas como el amor.

Suspiró.

Se mantuvieron sentados a la espera. Kagome miró a una mujer en frente y en diagonal a ella que leía mientras pasaba el tiempo. Se quedó mirando el título del libro: "Baja por paternidad". Le resultó particular, sobre todo porque podría esperar algo relacionado directamente con el crecimiento del bebé o un tema parecido. Hasta leer el título del libro no se había planteado siquiera cómo sería compaginar la vida laboral entre padres y madres.

—Kagome —escuchó a InuYasha que le hablaba con un tono de voz tan suave que resultaba confidencial.

Lo miró.

—¿Qué pasa? —por un momento pensó que la habían llamado y al estar en medio de sus pensamientos no había escuchado.

Sin embargo, se corrigió de inmediato, InuYasha la observaba de un modo difícil de definir. Sus ojos dorados parecían más profundos de lo habitual y le permitían ver reflejos de color turquesa, violeta y anaranjados que llevaron a Kagome a preguntarse si esos tonos siempre habían estado ahí.

—No tienes que hacer nada que no quieras —comenzó a decir y ella se mantuvo en silencio, comprendiendo lo que InuYasha pretendía. Sin embargo él pareció querer aclarar aún más el punto—. Si no quieres esto, está bien. Yo estoy contigo sea cuál sea tu decisión.

Se mantuvo en silencio sin poder responder a aquella declaración que contenía demasiado como para abordarla de forma simple. De entre todas las cosas que Kagome habría deseado decirle, estaba lo mucho que ansiaba aceptar el futuro que parecía ofrecerle y lo mucho que también sabía que le era imposible. Ella, ahora mismo, no era capaz de darle a InuYasha ni la mitad que la honestidad de él le ofrecía.

Habría querido estar equivocada. Sin embargo, si de algo estaba segura era de su incapacidad para ser sincera. Sintió ganas de llorar; por él que parecía poner en ella una esperanza que se sabía incapaz de cumplir.

Higurashi Kagome —escuchó su nombre y observó a la mujer que la llamaba desde la puerta de la consulta.

Se puso en pie y le sonrió a InuYasha con todo el agradecimiento honesto que sentía ante la nitidez de lo que él sentía por ella. Los pasos que la separaban de la puerta de aquella consulta le dieron la claridad que no había tenido en meses. Por primera vez se notó segura de lo que InuYasha sentía por ella y esa certeza convirtió en innegable lo que ya sabía desde la noche anterior.

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El trayecto hasta la farmacia lo hicieron en silencio, cerca uno del otro y sin llegar a tocarse. InuYasha no volvió a hablar de su declaración anterior y no cuestionó, al menos en voz alta, la decisión que Kagome había tomado. Una vez estuvo completo el proceso de tomar la pastilla de color blanco delante del farmacéutico, con la carga emocional que implicaba la exposición de algo así de personal ante alguien desconocido, salieron del lugar y se encaminaron de regreso a la casa de su madre.

—¿Estás bien? —preguntó, más por inquietud propia que por notar algo en Kagome— ¿Quieres que desayunemos algo?

Ella lo miró y asintió un par de veces, sonriendo con aquella expresión amable que rayaba demasiado en la cortesía.

Entraron en la primera cafetería que tuvieron al paso. InuYasha pidió un café solo y algo dulce para acompañarlo. Kagome prefirió pedir algo salado y compartió el gusto por el café solo. La mujer que atendía el lugar, tuvo todo listo en un instante y ambos se encaminaron a una mesa pequeña que había junto a la ventana. Kagome comenzó a comer, manteniendo silencio del mismo modo que venía haciendo desde prácticamente la noche anterior. Compartía sus pensamientos por cortos instantes e InuYasha estaba seguro que le decía sólo una parte de ellos.

No dejó de mirarla en tanto alzaba su taza para probar el líquido oscuro y amargo, con el aroma intenso del café recién hecho.

—Estás muy callada —se animó a abordar el asunto mientras posaba su taza nuevamente en el platillo.

Kagome le devolvió la mirada.

—Oh, lo siento —no tenía muy claro por qué se disculpaba. Sus pensamientos la tenían presa dentro de sí misma. La mitad del tiempo estaba pensando en el pasado y la otra mitad en el futuro, lo que hacía que el presente se diluyera.

—Entiendo que todo esto puede ser estresante —intentó InuYasha y Kagome sólo podía pensar en la honesta preocupación que le mostraba. Descansó una mano sobre la de él.

—Tranquilo, no pasa nada, debo tener sueño —le volvió a sonreír, tal y como llevaba haciendo toda la mañana.

Él no agregó nada más, así que Kagome se animó a tomar un nuevo sorbo de su café, esperando que esta vez el amargor le resultase un poco más tolerable. Sin embargo el líquido, oscuro y caliente, le revolvió el estómago en cuánto bajó por su esófago. Oprimió los labios en un gesto leve, mientras respiraba con profunda calma por la nariz, esperando así poder aplacar la náusea que se le subía a la garganta. Observó alrededor para ubicar la puerta que la podía llevar a un baño y se puso en pie en cuánto la localizó.

—Enseguida vengo —prácticamente contuvo el aliento cuando dijo aquello.

InuYasha se quedó con una réplica sin alcanzar a preguntar lo que pasaba. Kagome se alejó en dirección al baño y él sólo podía pensar en que el día estaba lejos de ir como lo había pensado cuando decidió este viaje.

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El cementerio en que se encontraban los restos del padre de InuYasha era un lugar hermoso, rodeado de altos árboles que parecían guardianes de la intimidad del espacio, aislándolo por completo de la ciudad y su bullicio. Las tumbas resultaban armónicas entre sí, permitiendo fluidez entre el bosque, la larga escalera de piedra y el recordatorio de las vidas que habían partido en forma de pequeños monumentos con el nombre grabado de las familias a las que pertenecían.

InuYasha se había mantenido en silencio desde que cruzaron la puerta Torii que daba inicio al parque y era quién guiaba los pasos de su madre y Kagome, caminando en medio de ambas en una especie de solemne procesión.

Se detuvieron en un punto a mitad de la escalera y de entre los recuerdos funerarios que había a la izquierda de ésta, Kagome pudo distinguir el kanji que determinaba el apellido Taisho. Se quedó observando como Izayoi se acercaba, vestida con una yukata de color gris claro que se acompañaba de un obi rosa pálido que la hacía elegante y delicada. InuYasha se adelantó tras su madre, con su propia indumentaria tradicional de color negro y gris oscuro, por sobre el hitoe de color hueso que apenas se adivinaba por el borde del cuello.

Kagome se mantuvo como testigo del pulcro ritual que comenzaron a efectuar madre e hijo. Primero limpiando con los implementos que InuYasha traía consigo en un recipiente de madera, retirando las hojas de los árboles que habían caído por encima del espacio que ocupaba la tumba y así preparar el espacio para purificarlo con agua.

—¿Me acompañas? —se dirigió a ella, dejando a su madre a solas en el lugar.

—Claro —aceptó Kagome, sin réplica posible. Después de todo el motivo inicial de este viaje había sido asistir a InuYasha en este momento que para él era complejo.

Al subir un tramo corto de escaleras había un descanso que dejaba un pasillo lateral entre el bosque y las tumbas por el que se llegaba a una corriente de agua que procedía del templo que había en la parte alta. InuYasha limpió los objetos que acababa de usar y llenó el recipiente de madera con unos cuántos centímetros de agua, la suficiente como para cumplir con la purificación de la piedra fúnebre. Todo aquello lo hizo con un semblante adusto y carente de la luminosidad que solía brotar de él con facilidad.

Cuando cumplió con esa parte de la labor la miró a los ojos y asintió una vez, dándole a entender que podían regresar. Kagome no lograba imaginar lo que InuYasha estaba sintiendo, a pesar de compartir la ausencia de un padre. Por un momento se permitió reflexionar sobre las diferencias en el entorno de ambos durante la infancia. Ella había crecido en un lugar que siempre tenía visitantes, en una ciudad y con un hermano menor que no le daba tiempo a aburrirse; InuYasha se había encontrado solo con su madre. Entonces comprendió lo poco que se había interesado por la vida que él había tenido. Aparte de la conversación con su amigo Jinenji la noche anterior, ella sabía muy poco de los sucesos que lo componían. Bajó la mirada ante ese descubrimiento y sintió un peso enorme en el pecho que nada tenía que ver con la náusea y los mareos que llevaba experimentando como efecto secundarios de la medicación que había tomado.

Llegaron nuevamente a la escalera y Kagome quiso pensar que por hoy, por este momento, podía asumir que no importaban todos sus fallos. Extendió la mano y buscó enlazar sus dedos con los de InuYasha, para que él supiera que estaba a su lado. La respuesta que le dio no llegó ni con palabras, ni con miradas; simplemente se manifestó en la aceptación del enlace; los dedos de InuYasha se cerraron en torno a los de ella.

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El resto de la tarde fue tranquila. Kagome evitó la comida a toda costa y se alimentó en base a infusiones. Durante la cena argumentó que le había sentado mal el desayuno, aun así se animó a comer algo. Izayoi no hizo preguntas y se limitó a hablar con ella sobre su familia, consiguiendo que Kagome le contara cosas del templo en que vivía, sobre su abuelo y su amiga Sango.

—¿Tres niños? —se sorprendió Izayoi— Yo no sería capaz de cuidar a tres niños, con uno me sentía al borde de la locura —sonrió y miró a InuYasha que permanecía en su silla alrededor de la mesa en la que habían cenado el guiso que él mismo había preparado.

—¿Cómo era InuYasha de niño? —se interesó Kagome, evitando la mirada que él le estaba dando.

Su madre sonrió y Kagome pudo ver el modo en que se le iluminaban los ojos. No era difícil leer en su expresión lo mucho que amaba a su hijo.

—InuYasha de niño —repitió, como si buscara en su memoria—. Un día, cuando tenía unos cuatro años, fuimos al Obon y Myoga se nos unió…

—Esa historia no —se quejó InuYasha con una sonrisa suave, la primera que Kagome le veía este día.

—Como decía —insistió Izayoi—. InuYasha me pidió una nube de azúcar y me acerqué a comprarla, dejándolo en manos de Myoga. Cuando me di la vuelta, Myoga observaba unas máscaras e InuYasha no estaba por ninguna parte.

—Oh, por Kami ¿Te perdiste? —Kagome se dirigió a él.

InuYasha no respondió, sólo profundizó la sonrisa y bajó la mirada.

—Algo así —agregó su madre—. Comenzamos a buscarlo por entre las personas, llegando casi al final de la zona festiva, cuando escuché por los altavoces que un niño de unos cuatro años, que respondía al nombre de InuYasha

, estaba en la caseta de seguridad del recinto.

Kagome había mantenido cierta ansiedad ante la historia, a pesar de saber que InuYasha estaba aquí y bien.

—Cuando llegué a buscarlo y agradecí a quienes lo estuvieron cuidando por esos minutos, intenté reñirlo y preguntarle por qué se había separado de nosotros cuando ya le había advertido sobre aquello —Izayoi miró a su hijo que le regaló una sonrisa cargada de la complicidad que entregan las vivencias en común—. InuYasha me aseguró que no se había perdido, que se acercó a un encargado de seguridad porque, escucha bien, quería saber lo que se sentía estar perdido.

Kagome abrió mucho los ojos y se quedó mirando acusadoramente a InuYasha.

—En mi defensa debo decir que tenía cuatro años —alzó las manos en el aire en señal de indefensión.

—Ese era InuYasha de niño —declaró su madre.

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La noche había llegado e InuYasha permanecía en el futón que su madre había asignado para que durmiese. Se mantenía con ambos brazos tras la cabeza, mirando el techo de la sala, grisáceo por la escasa luz que entraba por una ventana de la cocina. Kagome y él se habían dado las buenas noches rato antes, después de cenar y que su madre los dejase solos para terminar de ordenar la cocina. Él le había preguntado qué tal se sentía después del día y Kagome había respondido que bien, con la misma amabilidad que llevaba acompañándola. Por un momento InuYasha se permitió pensar que la distancia que sentía en ella quizás no fuese real y que se trataba de su propia percepción que estaba trastocada por los eventos del día.

No alcanzó a reflexionar mucho más sobre aquello cuando escuchó pasos desnudos en la escalera y pudo ver las piernas de Kagome, bajo la camiseta roja que le había dejado la noche anterior y que al parecer ella había vuelto a usar para dormir.

InuYasha se mantuvo en silencio y a la espera.

Escuchó cómo se acercaba hasta el futón y sin decir nada se acomodó junto a él, buscando su calor bajo las mantas. InuYasha se removió, dejando un poco más de lugar y la rodeó con un brazo, sintiendo la suavidad del pelo oscuro descansando sobre su hombro. Respiró el aroma del shampoo con que Kagome se había lavado el pelo y dejó un beso en su frente, tardando en el contacto lo suficiente como para sentir que ella lo besaba en el pecho.

No hubo más, sólo dos besos y el silencio que acompañó el final de un día extraño.

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Continuará

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N/A

Un capítulo más que por lo diverso de sus emociones se me hizo un poco complejo. Me quedé contenta con el resultado.

Muchas gracias por leer y comentar!

Anyara