IZON SHŌ

Capítulo XLVIII

Cuadragésima octava sesión

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"Espero que al final del camino una luz me indique que lo recorrí tal como mi alma quiso"

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Kagome se despertó a mitad de la noche y notó que aún estaba sostenida por InuYasha, quien mantenía la misma intensidad en la sujeción que cuando se metió en la cama con él horas antes. Se quedó muy quieta, no quería moverse, se sentía en mitad de una calidez tremendamente agradable. Alzó la mirada y comenzó a registrar en su memoria los rasgos que componían el rostro dormido de InuYasha. Tenía la respiración acompasada y los labios entreabiertos, creando un suave sonido al soltar el aire. No era la primera vez que lo observaba dormido, sin embargo sí era la primera en que lo hacía dando un significado a contemplarlo. Extendió una mano y le tocó con los dedos las cuentas del collar que le regaló un día y que no dejó de usar desde entonces. Luego pasó a la mandíbula y el inicio de la mejilla. Pudo ver que él suspiraba y se giraba de medio lado hacia ella, manteniendo los ojos cerrados. El gesto le permitió a Kagome reacomodar su postura, lo que hizo que sintiese aliviada de poder seguir abrazándolo. InuYasha le dejó un beso en la coronilla y fue consciente del modo en que se le llenaron los ojos de lágrimas ante ese delicado arrumaco. Respiró hondo, cerró los ojos y esperó a que el sueño se impusiera en algún momento, ante la carrera frenética de sus pensamientos.

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Kagome comenzó a despertar, sintiendo el calor agradable que envolvía su cuerpo y un aromático olor a café. Inhaló con la profundidad apacible del despertar calmo y se llenó de la vitalidad de una primera respiración consciente. Entonces intervino su mente, aplacando las sensaciones del cuerpo y el espíritu para llenarla de preguntas.

¿Había amanecido? ¿Seguía en la cama con InuYasha? ¿Quién estaba preparando café?

La respuesta llegó con un solo nombre en su cabeza y el pánico fue lo que prosiguió. Se incorporó un poco para mirar por encima del abrazo de InuYasha y se encontró con Izayoi y su mirada amable.

—Has despertado —le remarcó lo evidente—. He preparado café.

—Oh, no, qué vergüenza —expresó Kagome, antes de esconderse entre las mantas y el costado de InuYasha. Éste sonrió y la abrazó más.

—No pasa nada —intentó calmarla con la voz adormecida. Kagome continuó sumergida en aquel espacio.

—Mi hijo tiene razón —se acercó Izayoi y Kagome pareció hundirse más en el costado de InuYasha y a continuación lo escuchó soltar una risa clara—, es con él con quien debo enfadarme.

—Pero no lo harás —murmuró InuYasha, girándose para resguardar mejor a Kagome.

—No lo haré —dijo Izayoi, aunque agregó—, todavía.

InuYasha sonrió un poco más.

Kagome continuó incómoda por la situación, aunque muy cómoda en el calor y el abrazo de InuYasha. Le resultaba extraño sentirse avergonzada como una adolescente y que esa emoción contrastase de tal forma con la tranquilidad que mostraba su compañero.

—¿Cómo estás hoy? —la voz de InuYasha resultó arrulladora al formular una pregunta con muchas posibles causas.

—Bien —la respuesta fue suave y se la dio acompañada de una, también, suave caricia en la espalda.

Ambos se permitieron respirar la quietud que aquel escueto, aunque profundo, intercambio de palabras les dejaba.

—Debo ir a vestirme —advirtió ella, continuando con la caricia en la espalda.

—Eso creo —aceptó él, con la voz aún oscurecida por el sueño y sin moverse.

—Deberías soltarme —insistió.

—No lo creo —expresó, con la misma calma que había dicho lo anterior.

Kagome sonrió y rió a continuación. Se sentía contagiada por el ánimo de él; esperaba que fuese suficiente.

—Veo que separarlos es más difícil que intentar que la hiedra no se pegue a la pared —escucharon la voz de Izayoi.

InuYasha tomo una esquina de la manta y los cubrió a ambos hasta la cabeza.

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La estación de trenes de Shibuya en Tokyo, los abrumó a su llegada, aunque no era muy diferente en afluencia a la misma estación que dejaron días atrás. Quizás lo sentían así por la calma que los había acompañado durante el viaje de vuelta, el que hicieron entre lecturas y conversaciones que parecían triviales. InuYasha había mencionado una sola vez el ofrecimiento de su madre de recibirlos para el año nuevo japonés. Kagome se había silenciado para hablar luego de lo agradable que le había resultado la ciudad.

Cuando estuvieron muy cerca de la estación, InuYasha la invitó a pasar la noche en su apartamento. Se ofreció a preparar algo para cenar y Kagome le sonrió, mientras pensaba la mejor manera que negarse; necesitaba su propio espacio, aunque no lo necesitaba sin él.

Al salir de la estación se dirigieron al apartamento de Kagome, el mismo lugar del que habían salido hace tres días y que por la cantidad de emociones vividas parecían semanas.

—¿Quieres que te ponga ropa a lavar? —preguntó Kagome, junto a InuYasha que revisaba lo que tenían para preparar una cena.

—No, ya lo haré en casa mañana —le aclaró, ahora acuclillándose para alcanzar los fideos que pondría en el ramen—. Me parece que tendrá que ser un ramen —mencionó, agitando el paquete de los fideos en la mano y sin mirarla.

—Tu especialidad —lo animó ella con cierta sorna.

InuYasha la observó, desde su posición, entrecerrando los ojos de forma que Kagome pareció escuchar en su cabeza la advertencia de esa mirada. No había nada de especial ni en el lugar, ni en la acción cotidiana que llevaban a cabo; sin embargo Kagome presintió que esta noche sería diferente de muchas maneras.

Y así fue.

Esa noche hubo cena; un ramen de verduras y huevo, con un caldo sabroso y caliente que les vino muy bien en contraste con el frío que comenzaba a caer. Hubo risas, al recordar el haber sido descubiertos juntos esa misma mañana en la cama. Hubo sexo; incitante, intenso y emotivo.

Kagome observaba el dorado incendiario en los ojos de InuYasha, mientras éste entraba de forma lenta y profunda en ella, lo que la estaba llevando al punto de ebullición con la calma austera del misionero. Posó ambas manos en las mejillas de él, mientras sus piernas le envolvían la cintura. Quería observar su delirar en medio de las sensaciones que el sexo suave y entregado daba. Podía escucharlo jadear despacio, casi al unísono que ella y estaba segura que en este momento sus corazones latían a un mismo ritmo. Kagome entrecerró los ojos y los abrió de inmediato, recordando que no quería perder detalle de él.

Se sintió ligeramente alzada por la espalda en el momento en que InuYasha pasó ambos brazos tras ella para abrazarla y el toque de Kagome pasó de la cara de él a su pelo y espalda, aferrándose al cuerpo que la horadaba y a las emociones que parecían divagar, expandirse y enredarse en torno a ellos. La humedad de los besos rotos que InuYasha le daba en el cuello, acompañados del ritmo intenso y la fuerza con que entraba en ella, la hicieron perder el control de su voz y las expresiones de placer que emitía. Se aferró al abrazo con vehemencia, y tuvo total claridad del modo en que perdía la cordura por las sensaciones que rebozaban de su piel, en el interior de su cuerpo y en un espacio inmenso de sentimientos que estaba descubriendo. Se tensó y gimió con arrebato por todo lo que en este momento se conjugaba en su ser. InuYasha la sostuvo y la impulsó con más fuerza para que no se dejara nada por sentir. Kagome se perdió a sí misma por el largo breve instante del orgasmo.

Cuando pudo captar un primer pensamiento coherente, besó a InuYasha en el hombro y lo escuchó suspirar con ansiedad. Él insistía con las embestidas y Kagome resoplaba ante la sensibilidad latente de su cuerpo. Notó que InuYasha comenzaba a tensarse como solía hacer cuando su clímax estaba cerca y a continuación salió de ella para temblar entre sus brazos y en medio de los espasmo del propio placer.

—Kagome —resopló su nombre—… Te… te… —parecía querer decir algo que por la fuerza del instante ella adivinó de inmediato.

—Siente… Sólo siente —lo arrulló con la piernas y con los brazos; con los besos y con todo lo que ahora era y tenía.

Kagome se sintió alegre y triste a la vez, lo que derivó en una profunda melancolía. Se le llenaron los ojos de lágrimas, pues comprendió que pocas veces en la vida se tiene tanta claridad ante lo que se quiere hacer y lo que se debe hacer. Ella quería abrazarse a lo que InuYasha le ofrecía, como se abraza el moribundo a un último aliento. Sin embargo, si lo hacía, lo arrastraría a la muerte de ese espíritu honesto que ahora entendía era lo que más amaba de él.

—Sólo siente —le repitió y se quedó envuelta en el abrazo cálido con que InuYasha también la protegía.

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—Hola, Kagome. Llamaba para saber si te pasas por mi apartamento esta tarde o prefieres que pase por el tuyo. Llama o manda mensaje cuando escuches esto.

InuYasha cortó la llamada, se metió el teléfono en el bolsillo de la chaqueta y se acomodó la bufanda para salir de la pastelería, después de completar el turno de la mañana.

Hacía dos días que Kagome y él habían regresado del viaje a Nakano y después de pasar la noche con en el apartamento de ella, con lo que al día siguiente había vuelto al suyo. Hoy había comenzado la rutina semanal y esperaba verla.

Emprendió el camino de regreso a su apartamento, al llegar se prepararía para ir a correr, luego se daría una ducha y para ese momento, probablemente, Kagome ya le habría respondido. Mientras organizaba esos planes en su mente, algo destelló a un lado en un escaparate y miró casi por inercia, descubriendo que el brillo provenía de una pequeña y rosada perla que estaba delicadamente sostenida por un engarce de plata. Se quedó mirando la joya e inclinó la cabeza para mirarla mejor bajo la luz. Se preguntó si algo como esto sería apropiado para Kagome y pudo ver que la perla tenía en su interior vetas que creaban los tonos del arcoíris, lo que le mostró la complejidad de ésta. De inmediato su pregunta obtuvo respuesta; sí, era apropiada para Kagome.

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Esa tarde, cuando el sol comenzaba a esconderse, InuYasha observaba el mensaje que le había dejado Kagome.

Tengo trabajo pendiente hoy y me quedaré hasta tarde ¿Te parece si lo aplazamos?

InuYasha tecleó una nueva pregunta.

¿Aplazarlo? —se estaba preparando para hacer su propuesta y ofrecerse para llevar la comida.

Sí, un par de días, hasta que ponga en orden esto —la respuesta llegó antes que él pudiese agregar nada. Le resultó extraño releer el mensaje y sentir que esas palabras resultaban genéricas, tanto que podían estar dedicadas a cualquier persona y no sabría decir el tipo de relación que vinculaba a Kagome con el receptor de su mensaje.

Bien —su propia respuesta fue escueta en consonancia y esperó, con más ansiedad de la que habría querido, a que ella agregara algo más; algo que lo apaciguara.

Esperó durante un minuto entero mientras observaba la pantalla y no hubo ninguna réplica para él.

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Seis días habían pasado desde el regreso de Nakano e InuYasha llevaba dos de ellos sin poder comunicarse con Kagome. Primero lo intentó por medio de la aplicación que usaban para los mensajes y cuando no tuvo respuesta, optó por llamarla sólo para encontrarse con la grabación de voz estándar que le pedía dejar un mensaje.

Apenas había dormido durante la noche anterior, pensando en ir al apartamento de ella y presentarse ahí sin invitación. Sin embargo las evasivas anteriores lo retenían y le daban a entender que en este caso no se trataba de un inconveniente o un problema. Al parecer Kagome, simplemente, lo estaba evitando.

Durante la madrugada se había pasado largo tiempo repasando los últimos momentos vividos juntos. Al principio rememoró las horas en el apartamento de ella; la cena, las risas y el sexo. Se sintió invadido por el desasosiego cuando recordó el momento en que quiso confesarle el amor que le bullía en el pecho y no consiguió completar aquello. En parte porque Kagome le había dado a entender que lo comprendía y en parte por el temor que sentía a lo que podía pasar; a perderla. Casi se rió de sí mismo al darse cuenta que de nada servía el miedo, puesto que a pesar de sus precauciones lo que temía parecía estar pasando.

Se giró en la cama y se durmió ya agotado del día de trabajo y de la tensión en que lo mantenían sus propios pensamientos.

De regreso a casa, después del trabajo en la pastelería por la mañana, volvió a repasar lo sucedido en casa de su madre durante la noche en su habitación y lo posterior en el médico y la pastilla que Kagome se había tenido que tomar; quizás estaba abrumada por ello. Se detuvo en seco cuando estuvo a pocos metros de la puerta del edificio en que vivía. Durante la noche también lo había considerado y fue entonces que quiso ir con ella y salir de la incertidumbre. Dio un nuevo paso lento y pesado hacia el edificio, soltó el aire en un suspiro y decidió que iría a verla y si Kagome no estaba, la esperaría hasta que regresara.

Con esa idea en mente se acercó hasta el edificio en que vivía Kagome y comprobó, una vez más, que no tenía forma de entrar. Suspiró ante el alcance de ese detalle, en realidad, y al parecer, ellos no habían dejado de ser dos personas que tienen una relación casual.

¿Vas a entrar? —escuchó una voz tras él y se giró para encontrar a una anciana de baja estatura que lo miraba por las rendijas que formaban sus ojos.

—Sí —se apresuró a responder, dejando sitio para que la mujer pasase.

—¿En qué piso vives?—la pregunta estaba dirigida a la cautela.

—No vivo aquí. Vengo a visitar a una persona, ella vive en el séptimo piso —contestó, esperando a que fuese suficiente.

—Oh, ahora sé por qué me parece reconocerte —el sonido de la llave en la cerradura acompañó al comentario.

InuYasha sonrió con cierta amabilidad y se ahorró una explicación mayor. Entraron y la anciana se detuvo frente a los buzones del correo e InuYasha subió al ascensor.

Hacía mucho que no experimentaba esa incómoda sensación que se instala en el estómago cuando la ansiedad se hace casi insostenible para el cuerpo. Respiró todo lo hondo que pudo, a pesar de la incomodidad y soltó el aire por la boca, esperando que aquello lo calmara. Cuando el ascensor se detuvo, pudo notar que el corazón ya le martillaba en el pecho a un ritmo innecesariamente rápido para el esfuerzo de estar de pie en la cabina. Se adentró en el pasillo que ya conocía y recorrió los metros hasta la puerta para dar un par de golpes en ésta del modo que hacía de habitual.

Esperó.

La ansiedad comenzó a hacerse cada vez más patente a medida que pasaban los segundos y la puerta no se abría. Volvió a dar a ésta con los nudillos y bajó la mirada hasta el suelo y sus zapatos, como si pudiese encontrar una respuesta en el gris cálido que componía la superficie. Inhaló hondamente y luego tragó saliva, esperando a que ésta se llevara la amargura que se le estaba acumulando en la garganta.

Oh, venías a ese apartamento —le dijo la anciana que se encontrara antes. Ni siquiera la había escuchado llegar.

—Sí —la respuesta fue escueta y la dio mirando de soslayo a la mujer.

—La chica que vivía ahí se fue, ayer terminó de llevarse sus cosas —mencionó de camino a su propia puerta.

InuYasha la miró. Tuvo la ilusión angustiante de sentir que el corazón se le detenía por mucho más tiempo que un latido.

—Lo siento —agregó la anciana. Luego inclinó la cabeza dando a entender que comprendía lo que pasaba, para luego seguir su camino.

En ese momento InuYasha se permitió volver a respirar y lo hizo por la boca, llenándose de aire para no ahogarse con las emociones que comenzaban a brotar en él.

Se dio la vuelta y se marchó en silencio.

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Continuará.

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N/A

Ay!

Quería y no quería llegar aquí.

Ciertamente esta parte la he escrito y reescrito en mi cabeza y cada vez cambia algo de lo que había pensado anteriormente. Estoy contenta con este resultado y no diré más para no adelantar nada.

Espero que les guste.

Anyara