IZON SHŌ
Capítulo XLIX
Cuadragésima novena sesión
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"Casi siempre el mundo se destruye por el sitio menos pensado."
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InuYasha cruzó la puerta de su apartamento, cerró y dejó las llaves sobre la mesilla de la entrada del mismo modo que hacía cada día. Se descalzó, se quitó la chaqueta y se fue directo al baño para darse una ducha y deshacerse del olor a comida que debía traer, debido a la larga jornada de trabajo. Mientras se quitaba la camisa notó una caricia en las piernas que ya le resultaba habitual. Miró hacia el suelo y se encontró con los ojos verdes y felinos del gato que lo había seguido desde el apartamento de Kagome, hace ya tres semanas.
—Hola, gato ¿Me extrañaste? —le preguntó al animal, mientras que éste se daba un segundo paseo por entre sus piernas, para luego soltar un maullido grave que resultaba incluso extraño para un gato.
Se acuclilló y acarició el pelaje gris, con suaves vetas más oscuras que le daban al animal un aspecto atigrado.
—Creo que será mejor darte de comer —aceptó, luego de recibir un nuevo rodeo del gato por sus piernas, acompañado de un ronroneo de fondo.
Sonrió.
Se puso en pie y evitó al animal a cada paso, dado que éste se le cruzaba por entre los pies. Al llegar a la alacena sacó la comida que compró tres semanas antes, las misma que llevaba el gato con él, y puso algo de ésta en un plato que había adquirido a la vez que el alimento. Se quedó acariciando el lomo del animalillo, era casi simbólico tenerlo como compañía; de alguna forma ambos habían sido abandonados.
Los dos primeros días se había sentido tremendamente roto. Incluso había estado al pie de la larga escalera que conectaba la calle con el templo en que vivía la familia de Kagome, por si se la encontraba ahí. Pensó en subir y preguntar, no obstante tuvo la suficiente coherencia como para ahorrarse ese nefasto momento. Aun así debía reconocer que llevaba tres semanas agónicas de ausencia, en las que más de una vez había considerado la posibilidad de volver al templo.
Se encaminó hasta el baño y dejó a su amigo, el gato, comiendo en la esquina que había asignado para él. Se quitó el resto de ropa que le quedaba puesta y la echó dentro del canasto de la ropa para lavar, recordando que sería mejor poner una lavadora antes de irse a dormir esta noche. Tomó una toalla y la colgó junto a la ducha para luego girar el grifo y buscar la temperatura adecuada.
Era extraña la forma en que la vida continuaba, en apariencia, a pesar de sentir que todo estaba desgajado en su interior.
Se adentró en la ducha y dejó que el agua tibia le mojara los hombros con pequeñas e insistentes gotas que lo ayudaban a relajar los músculos. Se mojó el pelo y extendió la mano para tomar el bote de shampoo. Al palpar se encontró con un recipiente pequeño que no reconoció como el suyo y entreabrió los ojos para mirarlo y descubrir que se trataba del shampoo que solía usar Kagome.
—Mierda —masculló.
Más tarde metió el bote de shampoo al fondo del armario del baño.
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—Sí, mamá, iré para el inicio del año —repetía InuYasha, después que Izayoi le insistió en que pasara con ella esos días.
La escuchó dar algunas razones que consideraba buenas para que él despejara la cabeza, entre ellas el haber encontrado a Jinenji hace un par de días.
Le he dado tu número para que se comunique contigo, me pareció lo correcto —mencionó su madre.
—No hay problema, has hecho bien, Jinenji es un buen amigo —aceptó, sin demasiado entusiasmo.
Hace unas semanas le había tenido que contar a su madre que había dejado de ver a Kagome, cuando ella le ofreció que la visitaran juntos por el año nuevo.
¿Estás comiendo bien? —escuchó que le preguntaba con un cierto aire de preocupación que InuYasha quiso calmar.
—Sí, claro, me dedico a la cocina ¿Recuerdas? —sonrió al terminar la frase, esperando que con eso su madre se sintiese algo más tranquila.
Bien —aceptó ella, aunque aún no parecía del todo convencida.
—Y ahora tengo que colgar, he quedado con un amigo —comentó, utilizando su mejor ánimo para convencerla.
Oh, me alegro. Te hará bien salir. Disfruten —InuYasha no quería preocupar a su madre, él estaría bien en algún momento.
—Lo haremos —volvió a intentar una sonrisa y agregó—. Te llamo en unos días.
Su madre aceptó aquello y de ese modo se despidieron.
InuYasha dejó el móvil a un lado de él, sobre la cama, y se quedó mirando a un punto del suelo de la habitación. Todo estaba en silencio, a excepción del sonido de la calle. No había amigo con el que salir; no había ningún plan para esta noche, como no lo hubo la noche anterior o la anterior. Cuando no estaba trabajando, dormía o se sumía en el silencio del apartamento y la monotonía. El gato le aportaba cierto bienestar y extrañamente permanecía con él sin salir demasiado. Casi se mofó de sí mismo, nunca había pensado en tener una mascota.
Respiró profundamente por la nariz y soltó el aire por la boca en una exhalación cansada, estaba harto de las emociones. Se echó atrás en la cama y miró el techo blanco y vacío. Sabía reconocer una depresión cuando la vivía.
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El lugar al que había acudido InuYasha resultaba discreto y elegante en contraste con la estridencia que había dejado fuera, en el barrio de Kabukicho. Se acercó a la barra y pidió sake, el que le fue servido en una taza tradicional de porcelana. Observó el espacio desde dónde se encontraba y tuvo la sensación de haber tardado una década entera en volver aquí, aunque sólo se trataba de unos meses. A la distancia había una chica de pelo oscuro, corto y con una intensa mirada, que lo observaba cada poco tiempo mientras parecía prestar atención a la conversación que mantenía con una amiga. Él se bebió el sake de un solo trago y pidió otro, para tener tiempo de sopesar el si quería o no embarcarse en algo con la chica aquella. Miró en otra dirección y así comprobar si había alguien que le resultase interesante. Tenía claro lo que quería, estaba buscando a una persona dispuesta, aunque no absorbente; alguien con el talante adecuado para pasar una noche de sexo sin compromiso. Llevaba semanas de miseria emocional y creía que había llegado el momento de romper ese círculo.
Encontró lo que buscaba en una melena larga y oscura que su mente de inmediato relacionó con algo grato. Esperó a que la mujer se girase hacia él y pudo ver parte de su semblante alegre y la sonrisa que dedicaba a las dos chicas que la acompañaban. No era ella, no obstante se le parecía. Sacudió ese pensamiento y se bebió el segundo sake también de un sorbo para borrar esas ideas absurdas e inútiles. Se acercó al pequeño grupo para probar el contacto visual. Mientras se acercaba intentaba decidir que método usaría, aunque cuando llevaba unos pocos pasos comprobó que no necesitaría pensar demasiado; la chica se había girado por petición de una amiga y se habían mirado.
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InuYasha escuchaba su propia respiración agitada, sus propios resuellos, mientras se hundía en el interior de aquel cuerpo que le estaba dando la paz que llevaba tanto tiempo ansiando. Entrar y salir de ella ardía, lo quemaba desde dentro y sabía que ni consumiéndose por completo aquello sería suficiente. Se deleitaba tocando la piel clara y suave. La recorría desde los muslos y por los costados del cuerpo, deteniéndose un momento en el volumen perfecto de su pecho, mientras le besaba el cuello cuando los suspiros de su deseo se lo permitían.
Se descubrió perdiéndose a sí mismo en medio del calor, el sudor, el estrecho abrazo en que estaban; él dentro de ella. Se descubrió recuperando una parte de sí que le había sido arrebatada hace un tiempo largo y que en este instante parecía perdido atrás en su memoria. Buscó los labios que lo recibieron ávidos, palpitando de tensión, calor y pasión; igual que los propios. La miró a los ojos y descubrió la emoción que ahora mismo esa mirada le producía.
Salió de ella sin aviso, jadeando como estaba por la fuerza del momento, y se quedó en su extremo de la cama sin poder dejar de mirarla.
—¿Por qué vuelves? —le preguntó, con el dolor de los días instalado en la voz.
Kagome no abandonaba su mirada. Su imagen, con la piel enrojecida, la boca inflamada y el pelo revuelto, era la viva expresión del deseo.
—Soy adicta al sexo —respondió algo que en un inicio parecía evidente.
InuYasha sintió que algo se revolvía dentro de él, una energía que se parecía mucho a la ira más primitiva que conocía y era impulsada por la comprensión de la farsa que contenía de aquella respuesta.
—Si lo fueras, no estaríamos aquí haciendo esto —le parecía sentir en la piel las caricias que ella le había dejado; conocía las caricias del sexo y también las que contienen amor— ¿Por qué vuelves? —exigió.
—Soy adicta al sexo —la inmutabilidad de aquella frase lo exasperó.
Se echó hacia ella y la sujetó del pelo para no perder su mirada mientras le introducía un par de dedos. Kagome jadeó y se tensó con el toque. InuYasha pudo ver que le gustaba y eso lo desesperó aún más, empujándolo a mover los dedos en el interior húmedo de Kagome casi con violencia. Luego gruñó y retiró la mano para volver a apartarse.
—Si sólo es eso, entonces tócate, déjame mirarte. Eso es sexo y debería excitarte —la increpó, quizás esperando una reacción diferente; quizás esperando lo que su corazón le decía que era la verdad.
Pudo ver la mirada dolida de Kagome y por un instante creyó que ella finalmente iba a ceder y echaría abajo todas aquellas protecciones que había creado. Sin embargo su expresión cambió de la vulnerabilidad a la decisión y comenzó a hacer lo que él le ha dicho. Con las piernas separadas le mostró, sin tapujos, el modo en que sus dedos se deslizaban por los laterales de su sexo e InuYasha consiguió ver cómo se abría el espacio por el que él había entrado con su erección tantas veces. Se sintió excitado al ver la humedad y al percibir el sonido que los movimientos que los dedos de Kagome producían. Se descubrió empuñando su propio sexo con una de sus manos y se sintió profundamente miserable por ello.
Ya no lo aguantó más y su cuerpo despertó. Abrió los ojos y se encontró con la penumbra de su habitación solitaria. Se sentó en la cama y comenzó a organizar sus pensamientos. Recordó Kabukicho, el bar al que entró, la chica con la que cruzó miradas y con la que se besó en un rincón oscuro, comprobando que no podía volver a ser el que fue.
Se habría echado a llorar por las emociones que ahora contenía y sin embargo se quedó con la amarga sensación de que las lágrimas ya no eran suficientes.
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Regresar a Nakano había resultado más duro de lo que InuYasha pensaba. Prácticamente a cada paso que daba algo le recordaba momentos de su viaje anterior, sin embargo lo que de verdad lo impresionaba era el profundo sentimiento que acompañaba a cada uno de esos momentos. Llegó a preguntarse si la intensidad de éstos tenía relación con su madurez, porque todo le parecía más hondo ahora; la alegría que había llegado a sentir junto a Kagome y la tristeza que ahora lo acompañaba en esta soledad.
Al salir de la estación, recordó cuando le cedió su bufanda a Kagome y las cabriolas que hacía el bajo del vestido que ella llevaba. Luego, cuando estuvo a pasos de casa de su madre, vino a su memoria lo inquieta que estaba Kagome antes de entrar y se formuló, otra vez, la única pregunta relevante que circulaba por su mente desde que ella había desaparecido de su vida ¿Qué pasó?
No quería pensar en lo que sentiría al entrar en su habitación.
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InuYasha agradecía que el día estuviese acompañado del movimiento típico de una fiesta como el Setsubun. Su madre se había quejado por su ausencia durante los festejos de año nuevo, sin embargo en cuánto InuYasha se disculpó en persona, la mujer lo abrazó. Sabía que aunque ella no dijese nada, comprendía gran parte de lo que él sentía.
¡InuYasha! —escuchó su nombre a la distancia.
Observó por en medio de las personas que se habían congregado alrededor del Templo, para golpear la puerta de los Oni y así que espantar los malos espíritus. No le costó demasiado dar con su amigo Jinenji, quien le hizo un gesto con la mano, ignorando que su altura era suficiente como para distinguirlo de entre los demás. Se acercó hasta él y se saludaron, primero formalmente para luego darse un abrazo.
—Pensé que venías por año nuevo —mencionó el hombre, dando una mirada alrededor de él cómo si buscara algo.
A InuYasha no le costó demasiado entender a quien buscaba.
—Finalmente no pude —respondió e intentó pasar de inmediato a otro tema— ¿Qué tal estás? ¿No trabajas hoy?
—Estoy bien y trabajo por la tarde, el bar está cerrado ahora, no tengo quién se haga cargo cuando yo no puedo —mencionó. InuYasha asintió en comprensión—. Tu madre me dio tu número, quería hablar contigo.
—Aquí me tienes —hizo un gesto de presentación, no le costaba ser espontáneo con Jinenji. Éste sonrió.
En ese momento su amigo miró tras él, ampliando la sonrisa, e InuYasha sintió una corriente fría recorrerle la columna, al creer que Jinenji había encontrado a Kagome a su espalda. Luego comprendió lo absurdo de ese primer pensamiento, sin embargo no podía culpar a su mente por leer un deseo de su corazón.
—Señora Taisho —mencionó su amigo, dirigiéndose a su madre que se había acercado.
—Jinenji —ella saludó con afecto— ¿Vienes a espantar a los Oni?
—¡Cómo debe ser! —respondió animado.
—Vamos, entonces. Vengo a buscar a InuYasha que me parece tiene unos cuántos que espantar —agregó la mujer.
InuYasha suspiró con suavidad y cedió ante la verdad de las palabras de su madre.
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—Piénsalo, InuYasha —lo animaba Jinenji, después de hablar sobre retomar su plan de hace años para ser socios en un negocio.
—Lo estoy haciendo —sonrió la respuesta, ante la ansiedad casi infantil de su amigo.
InuYasha le dio un par de vueltas a una moneda que tenía entre los dedos. La hacía bailar sobre la mesa y ésta giraba sobre el filo hasta que perdía fuerza y caía.
—¿No te convence mi propuesta? —preguntó, echándose atrás en la silla, mientras por la ventana se veía pasar a un grupo de niños disfrazados de Oni.
—No es eso —negó y reafirmó la negativa con un gesto de la cabeza.
La propuesta era bastante buena; trabajar unos meses de forma gratuita, convirtiendo aquello en el capital que aportaría para asociarse con Jinenji. Durante esos meses podía vivir con su madre y buscar un apartamento cuando ya estuviese ganando un sueldo, hasta eso lo había pensado su amigo y debía reconocer que era factible.
—Sabes que me dedico a la cocina, querría que esto fuese más que un bar para beber y picar algo —comenzó a poner sus condiciones.
—Ya lo había pensado —sonrió con suficiencia.
InuYasha tuvo que reconocer que la idea lo animaba y después de las últimas semanas que había pasado, eso era lo que necesitaba.
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Continuará.
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N/A
Aquí estoy, con un nuevo capítulo, y ahora sí que veo más cerca el final que hace unos capítulos atrás.
Espero que no se les hiciera demasiado duro y que disfrutaran de la lectura con todos sus matices.
Besos
Anyara
