Disclaimer: el mundo mágico y sus personajes no me pertenecen, tampoco gano dinero escribiendo esto, solo dolor y sufrimiento.

Advertencias: Relación ChicoxChico. Slow Burn. Angst. Enemies to Lovers. Hurt/Comfort. Uso de drogas en menores. Homofobia, mucha homofobia. Un mundo mágico lgbtfóbico. Mención de suicidio. Depresión. Albus Potter es un mal amigo. Si cualquiera de estos temas te incomoda, te invito a buscar otra historia. En esta se va a sufrir mucho...

Pareja: Es un slow burn, así que esto pasará muuuuucho después, pero pongo de inmediato que la pareja es James Sirius Potter con Scorpius Malfoy


Capítulo 2: Mi mejor y único amigo

La historia está formada por muchos relatos, era algo que solía decir mamá cada vez que me contaba algo. Ahora estoy contando mi historia y para cuando llegues al final, hipotético lector, quisiera que me respondieras algo: ¿este relato lo escribió quien venció o quien fue vencido? Porque, si soy honesto, nunca supe si gané o perdí.

Estar en calma con Albus solo significa que luego vendrá un desastre. La ansiedad me invadió apenas estuve tranquilo y cómodo con el ambiente, así que rodé sobre el colchón lo suficiente para quedar encima de Albus y lo abracé con fuerza. Sentí su cuerpo tensarse, pero antes de que dijera algo o preguntara por esa extraña posición, yo hablé.

—Me alegra que estés feliz, Albus… —susurré, sintiendo que si elevaba la voz, se me quebraría—. De verdad que me alegra.

Apenas pasaron unos segundos para que el abrazo fuera correspondido. Podía sentir contra mi mejilla como la boca de Albus se alzaba en una sonrisa. Él no dijo nada inmediatamente y yo no tenía nada más que agregar.

—Lamento haber sido un pésimo amigo.

Apoyé las palmas en el colchón y me elevé para mirarlo con el ceño fruncido. Albus aún me abrazaba, pero su agarre era flojo, por lo que apartarse fue fácil.

—¿Por qué dices eso? Eres un buen amigo, mi mejor y único amigo.

El rostro de Albus se contrajo en una mueca y el chico desvió la mirada hacia un costado. Volvía a tener la expresión de los últimos dos años, esa que decía que estaba enojado con todo el mundo y que nada le interesaba. A veces temía que aquel rostro se volviese el único de mi mejor amigo.

—He estado tan ocupado peleándome con mi padre, enojado con él por no entenderme… que me olvidé de ti, de tus problemas —Albus volvió a mirarme luego de confesar—. Nunca pensé ni me preocupé de cómo te sentías. Y ya me lo dijiste el año anterior cuando peleamos…

—Albus…

Mi queja se perdió cuando él se movió y levantó el torso para quedar sentado sobre la cama, soltándome para poder darse soporte a sí mismo. Apenas tuve tiempo de apartarme y quedar de rodillas a un costado.

—Fui egoísta, lo siento.

Las luces de colores hacían que los ojos de Albus se vieran más oscuros y que sus palabras adquirieran mayor intensidad. Abrí la boca para contradecirlo, para devolver aquella disculpa, pero ningún sonido salió de mis labios. Sentía la misma incomodidad que la de hace un año, esa de que estaba dejándome llevar por mi mejor amigo incluso cuando sabía que el camino que estábamos tomando estaba mal.

—No llores… —el susurro de Albus casi pasó desapercibido.

Se enderezó y tomó mi rostro entre sus manos, pasando los pulgares con delicadeza bajo los ojos, quitando las lágrimas que corrían sin mi permiso y que yo no había notado hasta que me lo hizo ver. Cerré con fuerza los párpados y solté un jadeo, intentando contener mis sentimientos, pero una vez había empezado, ya no podía parar.

—Lo… lo siento… no sé… por qué… —el balbuceo se transformó en un sollozo, dando rienda suelta a un llanto silencioso.

Albus me abrazó de forma protectora, dejando que me ocultara en su hombro. No se quejó cuando aferré con fuerza su camiseta, arrugando la tela, tampoco dijo algo cuando la fuerza que utilicé en busca de refugio nos llevó a ambos de vuelta al colchón. Solo se acomodó para poder acariciar mi cabello con delicadeza.

—La extraño mucho… —logré decir.

Desde la muerte de mi madre nunca había llorado.

Sabía que ella había estado enferma y que no viviría demasiado, pero saberlo y ver su cuerpo frío eran cosas muy distintas. Me había sentido tan sacudido que mis sentimientos se embotellaron, apenas recordaba algo de ese verano o de tercero, como si todo fuera un mal sueño. Cuando pensé que lo estaba superando, el conflicto de Albus con su padre había explotado y me asustó la posibilidad de quedarme solo. Realmente odié los días que no lo había tenido a mi lado.

Así que hasta ese momento no me había permitido sentir la pérdida de mi madre.

—Está bien si la extrañas, está bien si te sientes mal, Scorp. Es tu mamá y no puedes fingir que nada pasó —Albus susurraba al mismo ritmo que otorgaba caricias en mi cabello y espalda.

—Me siento tan egoísta… Papá también la extraña… tía Daphne la extraña… y todos continuaron y yo no puedo…

—También puedes continuar, Scorp. Estaré ahí, contigo, siempre estaré ahí para ayudarte. No eres egoísta por extrañarla.

—No quiero estar solo… —repetí la frase como una letanía, aferrándome aún más a Albus.

Él siguió consolándome mientras me prometía que estaría a mi lado siempre que yo lo necesitara. Me dormí con aquellas palabras susurradas, la calidez del abrazo y, por sobre todo, con la seguridad de tener a mi mejor amigo ahí.

Desperté por culpa de un murmullo. Estaba solo en la cama, tapado con una manta cubriéndome. De la puerta entraba luz y pude ver la silueta de Albus. Hablaba con alguien, y aunque esa figura era más alta que mi amigo y tenía una cabellera oscura, mi cerebro no procesó la identidad de la persona.

—No jodas, James —susurró Albus con brusquedad—. Y no le digas a papá.

—Oye, que a mí me pareció que tu amistad con Malfoy siempre fue algo rara… —el Potter mayor sonaba divertido, usando ese tono que guardaba especialmente para molestar a su hermano.

—En serio, no digas nada. No te lo pido por mí, lo pido por él… —Albus bajó aún más el volumen, aunque todavía podía escucharlo—. Estuvo llorando hasta dormirse.

—¿Qué pasó? —James Potter ya no sonaba tan bromista, incluso había una pequeña nota de preocupación.

—Es por su mamá. Es la primera vez que le veo reaccionar desde que ella murió… —Albus suspiró y se llevó una mano a la cabeza—. Nunca lo había visto llorar.

Hubo un movimiento entre los hermanos que no pude captar.

—Bien, Al —el Gryffindor suspiró también, su figura se apegó un poco a la de Albus—. Pero yo tendría cuidado de que papá me fuera a encontrar así. No creo que quieras tener ese tipo de problemas.

Albus soltó una despedida seca y cerró la puerta en las narices de su hermano. La penumbra invadió de nuevo la habitación y el chico se movió para volver a la cama. En su camino tomó una botella de agua del escritorio y se detuvo a mi lado para extenderla.

—Seguro te duele la cabeza.

Me senté, sonriendo apenas un poco a modo de agradecimiento, bebí toda el agua y dejé la botella vacía en el suelo. A veces pensaba que el único que dejaba huella en el dormitorio era yo, Albus Potter tenía todo demasiado pulcro y ordenado.

Albus, mientras tanto, había sacado de detrás del librero una pequeña bolsa de tela con un hechizo de extensión indetectable. Era un regalo de su tío George, algo que daba a todos sus sobrinos al entrar a Hogwarts, para que pudieran meter sin problemas cualquier artefacto de Sortilegios Weasley. De por sí era un objeto ilegal por varios motivos, pero seguro que el hombre no tenía idea de que Albus era el principal proveedor de sustancias ilícitas en Slytherin y Ravenclaw… Aunque tal vez sí. El dueño de la tienda era un hombre extraño según lo que había visto de él.

Albus volvió a la cama luego de subir la persiana y abrir la ventana. Ya sentado, metió el brazo en la bolsa para sacar una cajetilla de Marlboro y un encendedor.

—Deberíamos aceptar la oferta de campamento de Zabini. Pasar tres días ebrios y drogados no suena mal —comentó Albus, alisando una parte de la colcha para colocar un pequeño pocillo que nos servía de cenicero, encendiendo el cigarrillo apenas estuvo cómodo.

—Tu padre no te dejaría, mi padre no me dejaría y estoy seguro que mi madrina usaría un hechizo para darnos una lección.

—La señora Zabini es aterradora…

Sonreía un poco más y le quité el cigarrillo de los dedos a Albus para dar una calada. No era la mejor idea fumar luego de haberme deshidratado llorando, pero al menos calmaba la ansiedad que me producía exponer mi vulnerabilidad.

—¿Qué pasó con tu hermano?

Albus alzó las cejas, desde la ventana entraba la suficiente luz para captar aquellos gestos, aunque no podía distinguir el verde de los ojos.

—Entró sin tocar, me vio abrazándote y armó un escándalo.

—Si no me doliera la cabeza haría una buena broma que te molestaría.

—¿Que tú y yo no somos mejores amigos sino que novios? —Albus recuperó el tabaco apenas terminó de preguntar.

—Más bien, tú perdidamente enamorado de mí.

El chico me dio un puñetazo, yo reí por lo bajo y me volví a recostar, esta vez de lado y mirando hacia Albus.

—¿Crees que tu padre se enoje si tiene la sospecha de que eres homosexual? —pregunté con genuina curiosidad.

—Creo que le enojaría si fueras tú. Igual toda la mierda de enfermos y desviados lo terminaría de convencer de que salí mal —luego de responder, Albus extendió la mano con el cigarrillo, botando las cenizas en el cenicero improvisado.

A veces me preguntaba cómo es que podía ser tan complicada esa relación, el señor Potter se esforzaba demasiado en introducirse en la vida de su hijo, metiendo la pata una y otra vez, porque no escuchaba. Ambos se parecían lo suficiente como para que sus defectos chocaran e hicieran su comunicación bastante difícil.

En días como esos, donde Albus parecía querer usar cualquier excusa para rebelarse contra su padre, no podía evitar pensar que tal vez Albus no le había perdonado realmente el que le hubiera dicho que habría preferido que no fuera su hijo. De todas formas, también había días buenos, solo que lidiar con los malos era un asco.

—Tal vez debería mostrarle que sí salí mal.

—Albus, no juegues con eso —terminé el cigarrillo en cuanto lo tuve en mi poder y lo apagué en el pocillo.

—Lo digo en serio.

Albus se levantó y dejó el cenicero fuera de la ventana, apoyado en la cornisa. Cuando volvió, se acostó a mi lado, también de costado, dejando un pequeño espacio entre nosotros.

—Nunca has besado a nadie, ¿verdad?

Rodé los ojos, sin responder a la obvia pregunta. Yo había estado intentando ganar la atención de Rose por años, si alguien hubiese tenido ganas y posibilidades de besuquearse con alguien, no era yo.

—No podemos entrar a quinto sin haber besado a alguien, Scorp —Albus usaba aquel tono de cuando quería convencerme de hacer algo que era una clara mala idea.

Sentí mi corazón acelerarse y un cosquilleo en el estómago, estaba seguro de que me había sonrojado porque sentía el rostro caliente. Agradecí mentalmente la poca luz, así no quedaba en evidencia.

—¿Qué propones? —pregunté de todas maneras, apenas un murmullo.

Albus tampoco respondió la pregunta, apoyó la mano que tenía libre sobre mi mejilla y acarició con la misma suavidad que había usado hace un rato, cuando me había consolado. Se acercó hacia mí y yo cerré los ojos por inercia, aguantando la respiración.

Nuestras bocas se juntaron y en un principio ambos nos quedamos congelados, como si no supiéramos cómo continuar. Entonces, de forma tentativa, moví los labios y él se acopló al ritmo. Apoyé una mano en su espalda baja y Albus se apegó a mi cuerpo.

Mis pensamientos eran un lío. Analizaba la situación, enumeraba las consecuencias de besarme con Albus y me angustiaba por mi deplorable desempeño. Pero, por sobretodo, había una sensación agradable que solo aumentaba aquel cosquilleo instalado en mi vientre, minimizando todas mis preocupaciones.

Como siempre, Albus tomó las riendas y yo le seguí sin preguntar. La mano en mi mejilla se movió hasta mi nuca, los dedos se enredaron en los mechones rubios que apenas me cubrían el cuello. El beso se profundizó y Albus hizo aparecer la lengua, roces tímidos e inseguros por la inexperiencia. Al principio todo el contacto fue incómodo, había demasiada saliva, dientes chocando y manos que no encontraban dónde apoyarse. Poco a poco, luego de acomodarnos y cambiar las posturas, logramos darnos un beso donde ambos estuvimos a gusto.

Metí las manos bajo la camiseta, acariciando apenas con la yema de los dedos. Albus soltó un ruido en medio del beso, pero no se despegó ni se alejó. De forma lenta, fui moviendo la prenda, exponiendo la espalda de mi compañero. Él se removió, intentando quitarse la ropa y tuve que romper el beso para poder deshacerme de la prenda. Albus me miraba con los labios entreabiertos y respirando agitado, apenas abandoné la camiseta en cualquier sitio, volvió a acercarse y reanudar el beso.

Albus intentó hacer lo mismo conmigo, y aunque no quería apartarme, se nos estaba dificultando quitar mi propia camiseta. Me alejé, riendo por lo bajo y mi mejor amigo aprovechó de al fin retirar la prenda, apoyando la palma en mi pecho desnudo antes de volver a acercarse y empujarme desde la nuca hacia él.

Mis sentidos estaban siendo invadidos por los diferentes aspectos que conformaban a Albus, podía saborear el tabaco y el dentífrico, oler el cigarrillo y el champú que Albus usaba, sentía su piel cálida y su cabello suave bajo mis dedos, escuchaba nuestras respiraciones agitadas y el sonido de la ropa rozándose, veía a través de las pestañas el rostro de Albus muy cerca del mío y admiraba los pequeños detalles.

Dejé de pensar y me dediqué solo a disfrutar, tenía los vellos erizados y me estremecía con las pequeñas caricias a mi cuello que Albus había comenzado a dar. Si analizaba aunque fuera un poco la situación, todo se acabaría.

Albus nos hizo rodar sobre el colchón para dejarme boca arriba, aplastándome con su cuerpo al quedar sobre mí. Rodeé su cuello, con una mano enredándose en los mechones negros mientras la otra acariciaba lo alcanzaba de la espalda. Albus se había apoyado con un brazo en la cama, aprovechando de colar una pierna entre las mías y usando la mano libre para mover mi pierna.

Le mordí con fuerza el labio cuando sentí los dedos ajenos paseándose por la tela de mi pantalón, estaba nervioso y ansioso de avanzar a algo más. Albus, en vez de quejarse, dejó escapar un jadeo de sorpresa y para que no hiciera más ruido, me apresuré a juntar nuestras bocas, haciendo que el sonido se perdiera en el beso.

Albus rompió el beso y ocultó el rostro en la curvatura entre el cuello y el hombro. Volví a sentir esos nervios incómodos y apoyé las manos en sus hombros para apartarlo. No alcancé a realizar ningún movimiento. Él empezó a dejar besos y lamidas por toda la zona, podía sentir cómo mi cuerpo perdía fuerzas y se volvía una especie de gelatina. Alcancé a llevarme una mano a la boca para evitar dejar salir cualquier sonido.

—Scorpius… —mi nombre siendo susurrado con una voz tan ronca me causó un mar de sensaciones.

Pero aún estábamos en una casa donde cualquiera nos podía oír. Y aún éramos mejores amigos. No solo eso, éramos dos hombres. Intenté borrar todos esos pensamientos en un nuevo beso, apoyando una mano en la mejilla ajena. Albus parecía más ansioso que yo, me apretaba contra el colchón y enredaba nuestras piernas. Cada contacto me hacía sentir como si mi piel se quemara y solo dejara una sensación de hormigueo.

—Albus… Espera… —susurré cuando volvió a besar mi cuello—. Me haces cosquillas…

Cuando Albus mordió mi piel y la succionó, me mordí la mano con fuerza, esperando estar haciendo un buen trabajo para mantenerme callado y que ningún gemido escapara de mí. Él volvió a recorrer toda aquella extensión de piel, pero en vez de dar besos, enterraba los dientes una y otra vez. Me costaba respirar y no podía hilar ninguna idea, sentía que era incapaz de detenerlo, mis fuerzas estaban siendo utilizadas en no ser bullicioso.

Albus pareció aburrirse al fin y apartó mis manos para juntar nuestras bocas. El beso fue demandante y brusco y no logré seguirle el ritmo.

—Albus… espera… —murmuré en cuanto tuve la oportunidad.

—¿Quieres que pare? —susurró con esa maldita voz ronca.

Era ridículo que me sintiera avergonzado llegado a ese punto, pero así me sentía. Todas las acciones ajenas habían llevado a mi cuerpo a reaccionar y no quería que Albus lo descubriera. Negué a la pregunta, él había puesto una pequeña distancia entre nosotros para verme a la cara, pero no había salido de encima mío.

Albus paseó su mirada por todo mi rostro, como si buscara la mentira a la luz verde que le estaba dando, buscando mis dudas. Cuando se inclinó para volver a besarme, no lo hizo de forma brusca, aunque tampoco fue realmente amable. Yo sabía que Albus ofrecía algo solo si obtenía un beneficio, así que desde un inicio no me había hecho ilusiones de que fuera amable. Mi mejor amigo solo estaba ganando experiencia con todo este acto.

—¿Prefieres que sea así? —Albus se recostó de lado, atrayéndome hacia él.

—Solo no hagas… tantas cosas a la vez.

—Entiendo.

Los nuevos besos eran mucho más calmados, pero yo no podía relajarme. Sentía sus dedos pasearse por mi cuello. No estaba muy seguro de qué había ocurrido en esa zona, pero la piel había quedado demasiado sensible, mucho más que mis labios. Cerré los ojos con fuerza y abracé a Albus para impedirle hacer otro movimiento.

Él no se quejó, simplemente dejó pequeños besos por todo mi rostro, rodeándome en un abrazo.

—Besas bien —comentó con burla Albus.

—Cállate.

—Para ser tu primer beso, estuvo bien… Oh, mira, yo fui tu primer beso.

—Albus, de verdad, cállate.

—No me dirás que ahora tienes vergüenza, ¿no?

Moví la cabeza para poder verlo, con el ceño fruncido. No podía creer que fuera tan imbécil. Bien, sí lo creía, solo que lo había olvidado por un momento. Ahora me arrepentía de haber hecho eso, y era ahora porque me obligué a solo pensar en las burlas de mi mejor amigo y no en las consecuencias mayores que vendrían por hacer algo tan enfermo entre nosotros.

—Siempre voy a ser el primero, ¿cierto?

Los ojos verdes me miraban, esperando que reafirmara aquella sentencia. Había algo en Albus que me incomodó. Lo asocié a que habíamos hecho algo incorrecto y volví a cerrar los ojos, fingiendo estar agotado y haberme dormido. Albus me dio un beso suave en los labios y luego me movió para cubrirnos con las mantas de la cama. Rodeó mi cintura con un brazo, lo que me provocó una sensación de claustrofobia, pero a ese punto yo estaba demasiado cansado como para hacer algo, así que solo permití que el sueño me invadiera.

Cuando volví a despertarme fue por la luz del amanecer. Habíamos dejado la cortina descorrida y los rayos del sol entraban a la habitación, fastidiando. Intenté cubrir mis ojos con las mantas, pero el enredo en el que estaba metido me lo impidió. Poco a poco abrí los párpados y observé el rostro durmiente de Albus, la saliva se acumulaba en la comisura de los labios y el cabello estaba especialmente desordenado.

El recuerdo de los besos vino con nitidez, haciendo que me sonrojara para luego hacerme empalidecer. Paralizado por el terror, no supe qué hacer más que quedarme quieto. No podía definir los sentimientos que me inundaban, pero tenía claro que lo que habíamos hecho estaba mal. Temía que Albus me desechara apenas despertara, que ahora sí me viera como un monstruo y me odiara, terminando con nuestra amistad.

—No pasa nada —susurró Albus, soltando un bostezo.

El chico se sentó sobre la cama, frotándose los ojos con las manos en un intento de despejar el sueño. Buscó el reloj para ver la hora y frunció el ceño ligeramente antes de concentrarse en mí.

—No voy a decir que lo siento, porque no me arrepiento. Eres mi mejor amigo, Scorpius, confío en ti y esto no tiene que arruinar nuestra amistad.

Pero los nervios y el miedo no se iban de mi cuerpo. Albus suspiró derrotado y buscó la ropa olvidada, tirándome mi camiseta. Me vestí rápido y miré a cualquier sitio menos hacia la puerta que mi mejor amigo estaba cruzando. Me quedé sentado en la cama hasta que volvió, se vistió y se arregló.

—Albus, te juro que yo no…

Las palabras fueron interrumpidas por un beso. Me aparté de inmediato, principalmente por la incomodidad que me generaba mi aliento de recién despertado. Albus soltó una pequeña risa y acarició mi mejilla, mirándome con burla. Busqué en su expresión el asco, el arrepentimiento, la culpa o cualquier cosa negativa. No había nada.

—Mejores amigos, Scorp. No lo pienses tanto —rompió el contacto para buscar una gorra y ponerla sobre su cabellera desordenada—. Saldré solo por la mañana, papá quiere desayunar conmigo. Pero prometo que estaré antes del almuerzo.

Algo ido, asentí. Albus me sonrió y se despidió, dejándome solo para que lidiara con mis confusos sentimientos y el caos que se había generado en mi mente. Seguramente si mi mejor amigo se hubiese quedado unos minutos conmigo, si hubiésemos hablado de lo que ocurrió y el por qué, muchas cosas habrían sido diferentes. Si tan solo Albus no hubiese hecho que todo se enfocara en él y yo no hubiese sido tan cobarde, quizás yo no me habría sentido tan solo e incomprendido.


Gracias por leer /corazón/

Próximo capítulo: Una conversación incómoda