Disclaimer: el mundo mágico y sus personajes no me pertenecen, tampoco gano dinero escribiendo esto, solo dolor y sufrimiento.
Advertencias: Relación ChicoxChico. Slow Burn. Angst. Enemies to Lovers. Hurt/Comfort. Uso de drogas en menores. Homofobia, mucha homofobia. Un mundo mágico lgbtfóbico. Mención de suicidio. Depresión. Albus Potter es un mal amigo. Si cualquiera de estos temas te incomoda, te invito a buscar otra historia. En esta se va a sufrir mucho...
Pareja: Es un slow burn, así que esto pasará muuuuucho después, pero pongo de inmediato que la pareja es James Sirius Potter con Scorpius Malfoy
Capítulo 3: Una conversación incómoda
Gracias a mamá aprendí que una sola palabra tenía el poder de salvar como de destruir. Podían llegar a ser más peligrosas que un hechizo o poción: usa una palabra con una connotación negativa, nombra algo con ella y ese algo será automáticamente malo.
Con el corazón a mil, me recosté de nuevo y observé el techo. Sentía las paredes cerrándose sobre mí, dándome una sensación de claustrofobia. En realidad, nunca me había gustado ese dormitorio.
Albus lo había decorado de forma impersonal y minimalista. Había pósters enmarcados colgando en las paredes, pero daban una sensación forzada. El librero de madera blanca, el escritorio de metal y vidrio, y la mesita de noche estaban demasiado ordenados. Incluso la cama con las sábanas revueltas parecían haber sido colocadas así a propósito. Las tiras de luces de colores que rodeaban el perímetro tampoco ayudaban.
El dormitorio de Albus tenía detalles meticulosos y se sentía sofocante. Reflejaba bien la personalidad del dueño… y eso me recordaba lo que habíamos hecho.
Me puse de pie cuando no aguanté más mi existencia y cambié mi ropa. Había adoptado la moda muggle de tanto pasar tiempo con los Potter, claro que nunca me iba a ver tan casual como los miembros de aquella casa.
Busqué la cajetilla de cigarros y el encendedor que habíamos usado y me los guardé en el bolsillo. Salí a hurtadillas por la puerta trasera para poder esconderme detrás de unos árboles que sostenían una hamaca de tela amarilla y naranja.
La casa de los Potter no era tan grande como mi mansión, pero sí tenían un gran terreno lleno de plantas, árboles y cosas para poder tener un momento a solas.
Encendí un cigarrillo y observé el cielo azul. Allí nadie me vería. Lily Potter dormiría un poco más antes de meterse en la piscina, Albus y su padre se habían ido a desayunar, y la señora Potter usaría la chimenea para moverse, no se le ocurriría mirar hacia afuera.
Dejé salir el humo e intenté calmarme.
Ya sabía que Albus actuaba pensando cada detalle, que una vez se le metía algo en la cabeza lo seguiría hasta el final y que su ambición solía cegarlo.
Era consciente de que lo sucedido la noche anterior tenía tres causas: las hormonas, la necesidad de experiencia y la relación de Albus con su padre. Desde el principio supe que mi mejor amigo se había quedado esa primera vez en el compartimiento del expreso de Hogwarts porque había escuchado hablar de mí, había entrado a Slytherin porque así lo pidió, formó la amistad entre nosotros porque sabía que eso molestaría a su familia.
Albus solo buscaba alejarse tanto como fuera posible de lo que significaba su padre. Ser amigo del hijo de su rival escolar era un buen comienzo. Y ahora que éramos mayores Albus sería capaz de meterse con chicos si eso causaba algo en su familia.
—Idiota… —no supe si me lo decía a mí o a Albus—. Gran idiota.
El cigarrillo se consumió rápido, tan rápido como mis tristes ilusiones. Había sido fácil aceptar el avance de Albus porque yo mismo quería algo así. No podía decir que él me gustaba, no me causaba lo mismo que me había causado Rose Granger-Weasley, pero si miraba hacia atrás, tal vez ella tampoco me había gustado. De todas formas, yo no tenía sentimientos románticos hacia Albus. Siempre había existido un poco de posesividad en nuestra amistad y eso me incomodaba demasiado.
Abracé mis piernas y oculté el rostro en mis rodillas.
¿Entonces era homosexual? ¿Un enfermo? Gran parte de mí se resistía a esa idea, pero una pequeña parecía aliviada de al fin tener ese descubrimiento. No podía negar que me había emocionado más liándome con Albus que con mis fantasías con chicas.
—¿Malfoy?
Me encogí sobre mí mismo, sin querer mirar al dueño de la voz. Pero James Potter era igual de terco que su hermano y se agachó frente a mí.
—¿Esto es…? ¿Estás fumando? —la pregunta llena de resignación me sorprendió.
—Yo… Lo siento.
Levanté el rostro al fin. Potter me miraba con desaprobación y preocupación, era totalmente diferente a Albus. Todas las emociones se reflejaban en su rostro, sus ojos marrones eran demasiado expresivos. En realidad, James Potter era una persona bastante corriente, no tenía facciones llamativas, era soso y común. Pero era esa brutal honestidad lo que atraía a la gente.
Solté mis piernas y me eché hacia adelante. Apoyé las manos en los hombros de Potter y junté nuestras bocas, quizás con demasiada fuerza porque los dientes chocaron y podía asegurar que me había hecho una herida.
No quise mirarlo cuando me apartó casi de inmediato. Por suerte, no recibí un golpe. El sentido común me llegó junto a la realidad y como un animal asustado retrocedí, arrastrándome sobre la hierba. El Gryffindor me agarró el brazo y tiró de mí para rodearme y abrazarme.
—Malfoy… No sé qué decirte, porque no sé qué pasa, pero… todo estará bien.
Apoyé la frente en su hombro, sintiendo ganas de llorar. Me sentía sucio, desechado como un trapo viejo y extrañamente vacío. Abracé de vuelta al mayor y susurré una disculpa.
—¿Peleaste con Al?
Negué.
—¿Pasó algo con Al?
Asentí.
—Tú… uhm… ¿Te diste cuenta que te gusta Al? —la pregunta fue tan insegura que no supe qué responder por unos segundos.
—Lo besé… Nos besamos —aclaré.
Potter me apartó con cuidado y me observó de forma analítica, sus ojos se detuvieron en mi cuello y me pregunté si podría adivinar lo que había hecho con Albus solo mirándome. El sentimiento que cruzó por el rostro ajeno me era desconocido, pero sentía que me estaban regañando por haber hecho algo malo.
Ya sabía que había hecho algo malo.
—¿Él te dijo que le gustas?
Negué y esta vez lo miré a los ojos. El Gryffindor podía ser un imbécil, pero había algo en él que lo hacía confiable. Al menos en cosas como secretos, porque dudaba que alguna vez fuera a confiar mi integridad en alguien tan bromista como James Potter.
—Nos besamos, solo esto. No hablamos, no dijimos qué sentíamos o pensábamos, solo… Solo hubo besos —no sabía por qué estaba contándolo todo.
Potter no dijo nada, parecía buscar algo en mi expresión, y aunque no estaba reaccionando de forma inmediata, por alguna razón no me molestó que se tomara su tiempo.
—¿Por qué me besaste?
Encogí los hombros y volví a abrazar mis piernas. Potter volvió a guardar silencio. Sentí una opresión en el pecho.
—Creo que… me gustan los chicos, Potter —susurré bajito—. Que soy un enfermo.
—No eres un enfermo, Malfoy.
El Gryffindor me abrazó de nuevo, un abrazo protector, lleno de consuelo.
—Pero no es normal… que a un chico le gusten los chicos.
No hubo respuesta, solo brazos estrechándome por un segundo más para luego soltarme. Los ojos marrones se posaron en mí, creando contacto visual entre nosotros. La expresión de Potter era tan seria como antes de iniciar un partido de Quidditch.
—Somos magos, Malfoy. ¿Por qué nos conformaríamos con ser normales?
El mayor se levantó y extendió la diestra hacia mí. Apenas dudé un segundo antes de tomarla y levantarme, llevando conmigo el mechero y la cajetilla. El Gryffindor me sonrió, apenas un movimiento en sus labios, y luego me dio la espalda sin soltarme, su mano callosa por el uso frecuente de la escoba era firme y cálida. Observé la diferencia en los tonos de nuestra piel mientras caminábamos de vuelta a la casa.
En completo silencio fuimos hasta la habitación del mayor. Y solo allí Potter rompió el contacto entre nosotros.
El cuarto era totalmente diferente al de Albus, tenía las mismas dimensiones, pero la impresión era casi contraria. No estaba exactamente desordenado, pero había pequeños objetos por aquí y por allá que daban cuenta que el lugar pertenecía y estaba siendo usado por alguien. Las paredes tenían pósters autografiados de jugadores de Quidditch, bandas tanto muggles como mágicas y fotografías donde integrantes de la familia Weasley y miembros de Gryffindor saludaban sonrientes. Todo parecía haber sido puesto sin un orden en particular, como si el dueño solo hubiese buscado el primer espacio donde alcanzaran.
No era un dormitorio para dormir, tan lleno de estímulos visuales. Incluso el techo estaba plagado de calcomanías y pedazos de tela. En el escritorio había un montón de objetos de tecnología muggle que yo solo podía asociar a diversión, pero que no reconocía.
Potter cerró la puerta y se acercó a la cama para estirar la colcha, indicándome que me sentara allí. Avancé completamente tenso hasta dejarme caer sobre el colchón, siguiendo los movimientos del mayor, quien había ido a sentarse al alféizar de la ventana abierta.
—¿Desde cuándo fumas?
—Yo… Desde el año pasado —susurré—. Es un mal vicio, lo sé. Puedes ahorrarte el regaño.
—Malfoy… —Potter se inclinó, sus pies colgando y sus manos aferradas en el alféizar—. Sobre Al…
—No quiero hablar de eso —corté rápido.
Sentí el calor subir a mis mejillas y un incómodo retorcijón en el vientre. Desvié la mirada hacia un par de fotografías donde estaban Lupin, la nieta mayor de los Weasley y Potter.
—Mira, yo no sé qué tipo de amistad tienen. Si se besan o follan…
—No follamos —me apresuré a aclarar, horrorizado de que diéramos esa imagen.
—Bien —Potter volvió a mirarme el cuello—. Solo se besan, no me importa. Eres un buen chico y por eso tienes que saber que Al…
—¿Es un bastardo? Ya lo sé —volví a interrumpir.
El Gryffindor no dijo nada por unos segundos y yo no lo miré, mantenía los ojos fijos en la misma fotografía. Victoire Weasley besaba la mejilla de Edward Lupin, quien tenía la boca abierta, riéndose. El James Potter de la foto era unos años más pequeño que el actual y hacía muecas de asco mirando a la pareja.
—¿Te gusta?
Tragué aire, negué con la cabeza, me detuve y me encogí de hombros. Abrumado, subí los pies a la cama, olvidando que aún tenía zapatillas puestas, y abracé mis piernas. Estaba haciendo demasiado aquello: aislarme del mundo para protegerme.
—No sé qué siento por Al… —susurré, observando el suelo—. Es mi mejor amigo. Mi mejor y único amigo. Y sé que es manipulador y posesivo y que seguramente todo fue un plan para algo. Pero…
—¿Pero…? —incentivó Potter cuando me callé.
Levanté la cabeza y observé al mayor. No había cambiado su postura, aunque su expresión reflejaba confusión y el mismo sentimiento al que no había podido dar nombre, pero parecía ser negativo. Temblé y me ahogué con el aire, sin saber cómo continuar.
—Al… Es Al —concluí en un susurro.
El Gryffindor alzó las cejas y resopló. Se tiró hacia atrás, sacando el cuerpo por la ventana, no cayó por mantener el agarre al marco. Yo no entendía por qué estaba tan frustrado y tenía en la punta de la lengua una disculpa por estar molestando cuando sus ojos volvieron a fijarse en los míos.
—Dejemos el tema de Al. ¿A ti no te gustaba Rose?
Encogí los hombros de nuevo y giré la cabeza para apoyar la mejilla sobre la rodilla. Había tenido apenas unos minutos para procesar y pensar sobre todo aquello y aún no estaba seguro de mis conclusiones.
—Creo que solo quería ser su amigo. Nunca pensé en… hacer nada con ella. Pero con Al…
—¿Te habías imaginado besar a Al? —Potter se apresuró a preguntar y aunque debía sentirme molesto, me alegraba de no tener que expresar en voz alta algunas cosas.
—No. Yo… Se sintió bien.
—Pero dices que no te gusta. O que no sabes. ¿No crees que estás evitando la realidad?
Suspiré y bajé las piernas, observando con el ceño fruncido al hermano mayor de mi mejor amigo. No sabía cómo empezar a explicar las revelaciones que había tenido, aunque tampoco entendía por qué me estaba justificando frente a James Potter ni por qué este estaba siendo tan amable conmigo.
—Habría sido lo mismo si fueras tú o alguno de tus primos. La cosa es que son chicos. Me gustan los chicos —y el breve momento de valentía que había tenido se esfumó, haciendo que me encogiera sobre mí mismo—. Soy un enfermo.
—No.
James saltó de la ventana y se sentó a mi lado sobre la cama, apoyando una mano en mi hombro. Tenía el ceño fruncido, pero su expresión era amable.
—Lo soy, Potter. Un desviado, anormal, enfermo…
—No lo eres, Malfoy. Solo eres tú.
Sentí la frustración llenarme. La amabilidad de Potter me ponía de los nervios y en un impulso rompí la distancia entre nosotros para volver a besarlo. Esta vez no fue un golpe, sino que un contacto suave, pero dolió más que el topón que le había dado en el patio. No podía decir qué quería lograr con ello. ¿Espantarlo? ¿Dar a entender mi punto? No lo sabía. Quería que se enfadara conmigo y así poder etiquetarme como un degenerado, solo así podría lidiar con mis desviados gustos.
El Gryffindor me sujetó de los hombros y me apartó con suavidad. Era un claro rechazo, pero no me sentí mal por ello, me sentí mal porque James Potter estaba actuando de forma madura y no con la violencia que había esperado.
—Para, Malfoy. No saltes a besar a cualquiera que se te cruce… Deberías hacerlo con alguien que te guste.
Le di un empujón para soltarme de su agarre y luego le pegué un puñetazo, pero yo era una persona pacífica que jamás se había metido en una pelea, así que el golpe fue demasiado suave y mal dirigido. Potter se quedó quieto, su rostro mostraba la lástima que sentía por mí y eso sirvió para alimentar aún más el enojo que sentía. Continué dando puñetazos torpes, dejando que la rabia y la confusión salieran con cada golpe.
Era consciente de que Potter estaba permitiendo el ataque, era más alto y fuerte que yo y fácilmente habría podido detenerme. Pero no lo había hecho.
—¿Por qué tienes que ser amable ahora? ¿Por qué no puedes ser tan molesto como siempre? —solté en un susurro, deteniendo mis golpes cuando el agotamiento emocional me invadió—. No quiero tu compasión. Quiero que te enojes porque te besé a la fuerza y me grites, hechices o golpees. Tendrías que darme razones para odiar el hecho de que soy un enfermo.
—Eso no servirá de nada. Te lo digo por experiencia —Potter tomó su varita y realizó un hechizo para atraer un chocolate, ofreciéndomelo—. Por mucho que te odies, no cambiará el hecho de que te gustan los hombres, Malfoy. Si lo asumes, todo será más fácil.
—¿¡Qué sabes tú!? —le di un manotazo para apartar la barra de chocolate—. Eres James Potter, una leyenda del quidditch, popular incluso en las otras casas, los profesores te aman y siempre te libras de los castigos. Eres hijo de Ginny y Harry Potter, tu vida siempre ha sido fácil.
—No voy a discutir contigo las dificultades que he tenido…
—¿Dificultades? ¿Quieres hablar de dificultades? —me levanté y empecé a pasearme por el dormitorio, gesticulando con cada palabra—. La mitad de Hogwarts cree que soy hijo de Voldemort y la otra me detesta por mi apellido. Soy hijo de un mortífago, huérfano de madre, mi único amigo casi se borra de la existencia el año pasado y ahora… Ahora…
Detuve mis pasos y cubrí mi rostro con las manos, presionando los párpados para evitar derramar una lágrima. Había querido explotar, pero no de ese modo, no con alguien que estaba siendo razonable. Quería sacar todo de mi sistema, pero no quería quedar como un histérico.
Potter me hizo apartar las palmas y me puso un trozo de chocolate en la boca. Su expresión seguía siendo calmada y llena de compresión. Eso solo causó que me sintiera peor.
—No puedo imaginarme lo que ha sido vivir tu vida, pero tampoco sabes de la mía —aunque sonaba a regaño, el mayor no parecía enojado—. Pero hay algo en lo que te puedo ayudar y es en aceptar lo que eres.
—¿Cómo? —pregunté con la boca llena de chocolate, cubriéndome los labios para poder masticar y tragar.
—Mostrándote que no es una enfermedad.
Terminé de comer el chocolate. No tenía fuerzas para quejarme ni tampoco ganas. Nunca había sido cercano al mayor de los Potter, pero sí sabía que tenía una enorme determinación y que si se le había metido eso de hacerme ver que la homosexualidad no era una enfermedad, no pararía hasta conseguirlo. No entendía a Potter ni sus razones, nunca habíamos cruzado más que un saludo, si es que eso alguna vez había pasado, y éramos rivales en el quidditch, parecía como si...
—Espera. ¿Eso quiere decir que tú…? ¿Que a ti te gustan…? ¿Que eres…? —no logré terminar ninguna pregunta.
—¿Gay? —el Gryffindor volvió a sonreír, se veía como un niño que hacía una travesura y fingía inocencia—. Algo así, digamos que mi interés es independiente al género de las personas.
Fruncí el ceño y observé al chico que se había sentado de nuevo en la cama. Los rumores hablaban de lo popular que era, pero recordaba que todo el mundo siempre había pensado que Potter estaba demasiado obsesionado con el quidditch como para tener una novia.
—Pero nunca has estado con nadie…
—Públicamente, no. Cuando vienes de una familia que es tan mediática, aprendes que es más cómodo y seguro mantener la vida privada en privado —la expresión alegre se borró para que en su lugar apareciera una seria—. Y la sociedad sigue creyendo que una relación entre dos personas del mismo género es algo malo y enfermo, las posibilidades de una vida normal son prácticamente cero.
Me senté también, sentía que si me mantenía en pie, las piernas me fallarían. Eso sí, me acomodé tan lejos como pude para mantener distancia entre nosotros. Estaba algo más calmado, o cansado, que en la práctica venía a ser lo mismo, lamentablemente, eso abría un abanico de sentimientos para sentir. Observé confundido a Potter ante su declaración.
—¿A qué te refieres con que no se puede tener una vida normal?
—Nadie te contrata, te expulsan de donde estés estudiando, te despiden sin más… Es como el trato que tienen los ex mortífagos o los licántropos, pero peor. Si sales del clóset o te sacan de allí, estar muerto es una mejor opción.
—¿Clóset? ¿Qué clóset?
—Es una metáfora, estás oculto en un clóset, haciendo todo a escondidas para que nadie sepa que eres gay. Que te saquen o salir es decir públicamente que te gustan los hombres o que estás en una relación con uno.
—Pero… ¿pero cómo puede ser como el trato a un ex mortífago? —los recuerdos del actuar de mi padre en público me invadieron, siempre tan lejano para evitar que dañaran su orgullo.
Era aterrador pensar en que yo tendría que vivir así si no me curaba.
—Porque creen que es una enfermedad.
—¿Tu padres no saben…?
—Merlín, no —Potter realizó una mueca y señaló la misma fotografía en la que yo me había fijado—. Solo saben Teddy y Victoire. Si mis padres se enteraran, me repudiarían.
No podía imaginar a la señora y al señor Potter haciendo aquello. Pero el señor Potter ya tenía antecedentes de querer acabar mi amistad con Albus solo porque yo era un Malfoy, así que era probable que también creyera que era enfermo que su hijo tuviera un gusto por otros hombres y prefiriera no verlo.
—¿Tú sabías que yo…?
—Tenía la sospecha, pero pensaba que estabas con Al… Ustedes dos son muy cercanos —comenzó a explicar—. Y eso habría sido peor, porque Al es Al, usará cualquier cosa para molestar a papá.
—Lo sé… —susurré, me sentía como un traidor por hablar mal de Al con nada menos que su hermano mayor—. ¿Crees que se me nota? Que me gustan los chicos…
—No, no, es solo… ¿Una intuición? Dudo que alguien más sepa a menos que le digas.
—Y que tenga esa intuición.
Potter encogió los hombros y sacó chocolate para sí mismo. La pieza dulce que yo había tenido en la boca se había acabado y aunque me había hecho sentir mejor, no era suficiente como la nicotina. Podía intentar hacerme a la idea que no era normal y que me gustaban los chicos. No, no es que lo intentara, ya lo tenía claro. El punto era que yo sabía que era enfermo, por mucho que Potter insistiera que no.
—Voy a volver… —susurré.
—¿Por qué?
Eso era lo que más odiaba de los Gryffindor, eran metiches y no captaban cuando alguien quería estar solo. Guardé las manos en los bolsillos, sujetando con fuerza la cajetilla y el encendedor.
—Quiero… fumar —era más fácil así, hablar de las acciones cuestionables que explicar que necesitaba hundirme en la miseria de una forma autodestructiva—. Volveré al cuarto de Al y…
—Hazlo aquí.
Potter tenía una mueca de desagrado, arrugando la nariz, pero sus palabras eran sinceras.
—No es necesario que…
—No voy a dejarte solo, Malfoy.
Me callé, sin saber cómo responder a esa declaración. Me sentía molesto de ser tratado como un crío, pero me aterraba dar una respuesta que enojara a Potter y él decidiera divulgar lo que yo había hecho con Al. En ese entonces aún no conocía a James Potter ni su forma de pensar, en aquel momento no me lo había imaginado reaccionando de otra forma más que utilizando una debilidad para crear una broma. De todos los errores que cometí ese verano, estar en esa habitación descubriendo mi orientación sexual y aceptándola debió ser uno de los pocos aciertos que tuve.
El Gryffindor, notando mi incomodidad, soltó un suspiro y jugueteó con la muñequera negra que siempre llevaba.
—Entiendo que quieras estar solo, pero ahora mismo necesitas un amigo.
—Tú y yo no somos amigos —puntualicé.
Gracias por leer!
Próximo capítulo: Un enemigo es un aliado
