Disclaimer: el mundo mágico y sus personajes no me pertenecen, tampoco gano dinero escribiendo esto, solo dolor y sufrimiento.

Advertencias: Relación ChicoxChico. Slow Burn. Angst. Enemies to Lovers. Hurt/Comfort. Uso de drogas en menores. Homofobia, mucha homofobia. Un mundo mágico lgbtfóbico. Mención de suicidio. Depresión. Albus Potter es un mal amigo. Si cualquiera de estos temas te incomoda, te invito a buscar otra historia. En esta se va a sufrir mucho...

Pareja: Es un slow burn, así que esto pasará muuuuucho después, pero pongo de inmediato que la pareja es James Sirius Potter con Scorpius Malfoy


Capítulo 4: Un enemigo es un aliado

Mamá me decía que no escuchara las burlas sobre mi apellido, mi nombre, mi familia y de un montón de cosas más. "Nacimos enfermos", les oíste decir. ¿Por qué debería escuchar lo que los demás decían? ¿Por qué debía creer que estaba enfermo? La lección de mamá probablemente me salvó la vida.

Potter hizo otra mueca al escuchar mi pulla y se puso de pie, caminó hacia la mitad del dormitorio, donde yo aún estaba parado. De inmediato me puse a la defensiva, pero el Gryffindor estaba concentrado mirando su muñequera.

—Cuando dije que es mejor morir… Lo dije porque es algo que sientes. Da mucho miedo saber que eres diferente y creer que haces algo incorrecto. A veces puedes pretender que no existe, pero a veces no se puede…

El mayor se quitó la muñequera, la piel que había cubierto la tela era mucho más clara en comparación al resto del brazo, y en la cara interior de la muñeca había una gran cicatriz ya blanca por el pasar del tiempo.

Sentí un escalofrío y no pude evitar ocultar mis manos en mis bolsillos, solo imaginar un dolor así era suficiente para sentir un hormigueo en mi propia piel, como si mi cuerpo quisiera darme una pequeña parte del sufrimiento. No comprendía por qué Potter había hecho algo así ni cómo era capaz de hablar de ello sin largarse a llorar. De solo verlo sentía mi corazón estrujarse y un nudo formarse en mi garganta.

—Cuando estás solo, las ideas llegan y… Solo ves una opción —él volvió a cubrir la vieja herida y agachó un poco la cabeza para poder encontrar mi mirada—. Tener un amigo hace la diferencia.

Potter no parecía muy perturbado, pero sí triste, increíblemente triste. Yo quería abrazarlo y prometerle que todo estaría bien, quería pedirle que volviera a sonreír con maldad y solo pensara en hacer bromas. Quería usar el giratiempos que habíamos robado con Albus el año anterior e ir al momento en que ese pequeño James Potter había tomado tal decisión y detenerlo.

No hice nada de eso, por supuesto, solo me quedé quieto.

—¿Qué pasó después? —susurré al fin, sintiendo mis entrañas retorcerse de forma incómoda.

—Teddy me descubrió. Fue solo una casualidad. Me detuvo, me curó y yo le conté todo. Que había descubierto que también me gustaban los chicos, que era un enfermo y que solo merecía morir… Él me hizo ver que no era así.

—¿Cuántos años tenías?

—13, recién había terminado el segundo año.

Había conocido a James Potter como un chico molesto que siempre estaba jodiendo a su hermano. A veces alguna broma también me afectaba, pero Albus era la principal víctima. Ese Potter podía ser cruel, siempre metiéndose en problemas, librándose de castigos, siendo llamativo y popular. No podía relacionar esa imagen con la de un chico tan asustado por lo que sentía que incluso había intentado matarse.

—Siempre te viste feliz…

Potter me sonrió sin ánimo, todavía encorvado frente a mí. Había una gran diferencia de altura entre nosotros, pero en ese momento solo podía ver a un pequeño niño.

—Te dije que no sabías las dificultades por las que había pasado.

Respiré hondo, intentando tranquilizarme. Ni siquiera era mediodía y me había visto sacudido por un montón de nuevos sentimientos. No había alcanzado a sentirme devastado por lo sucedido con Albus, porque me había dado cuenta de mis gustos. No había podido sufrir por el futuro al tener esas inclinaciones, porque Potter había aparecido. No me había enojado con el Gryffindor, porque ahora conocía su historia.

—Necesito fumar —dije al fin.

Saqué la cajetilla y encendí un cigarrillo. La mano me temblaba, pero en cuanto el humo llegó a mis pulmones, me sentí mejor. Potter se había apartado para tomar algo del escritorio y regresar, me pasó una taza que tenía el dibujo de un automóvil de color rojo con ojos en vez de parabrisas. El interior parecía haber contenido una chocolatada.

—Tira ahí las cenizas.

Parecía que el olor le desagradaba bastante, pero no me dijo que me fuera o que apagara el cigarrillo. Mientras fumaba con ansiedad, Potter susurraba hechizos para desviar el humo hacia la ventana.

Llegó un segundo cigarrillo y aún no encontraba qué decir. El mayor no me presionaba ni me miraba, solo seguía sacando el humo usando su varita.

—Gracias —dije cuando creí que la voz no se me rompería.

—No es nada, Malfoy. Pero… creo que debes hacer algo con las marcas.

—¿Marcas?

Potter volvió a mirarme el cuello y extendió el índice para señalar esa zona. Toqué la piel y solo percibí que estaba muy sensible al tacto.

—Estás lleno de chupetones. Cualquiera se daría cuenta de lo que hiciste.

Sentí el rostro arder y cubrí el cuello con la palma, todavía sujetando la taza con las dos colillas. Potter soltó una carcajada y se acercó a una de las paredes, se detuvo al lado de una tela con algún símbolo que debía ser muggle y luego de tirar de ella dejó ver un espejo de cuerpo entero.

—Lo tapo en las noches —explicó innecesariamente como si yo le hubiese cuestionado la extraña costumbre—. Ven, mírate.

Me coloqué frente al espejo y retiré la mano para ver mi reflejo. El cuello y las clavículas estaban llenas de marcas de dientes y zonas rojas que rápido se oscurecían. Me subí la camiseta, pero la tela no cubrió demasiado. Asustado, miré a Potter. Tenía una sonrisa burlesca y las cejas levantadas.

—¿Qué pasa, Malfoy?

—Quítalas —ordené angustiado.

—¿Quitar qué?

—¡En serio, Potter! ¡Quítalas! No puedo hacer magia y si tu madre lo ve o, peor, tu padre… ¿Mi padre va a matarme? No, no, primero seré asesinado por el señor Potter —empecé a hiperventilar.

—Shh, tranquilo, Malfoy —el Gryffindor me sostuvo de los hombros y me hizo mirarlo—. Lo quitaré, tranquilo.

Vi a Potter mover la varita, de inmediato sentí un cosquilleo y algo fresco en la piel maltratada. Cuando me observé en el espejo de nuevo, no había rastro alguno de las marcas.

—No se ven…

—Las curé —explicó Potter—. Deberías hablar con Albus para que a la próxima no te marque como si fuera un vampiro.

—No habrá una próxima —fruncí el ceño y me giré hacia él—. Solo no queríamos entrar a quinto sin la experiencia.

—Uhm… ya —Potter puso su mejor sonrisa—. Y yo soy malo volando.

—¡Hablo en serio! Albus nunca repetiría un experimento, solo quería tener experiencia besando.

—¿Y harán lo mismo con el sexo? ¿Follarán como los mejores amigos que son solo para tener experiencia?

Me sonrojé de nuevo, aunque esta vez no sabía si era por furia o vergüenza. Apreté los labios y fui a la silla del escritorio para sentarme, cruzando los brazos sobre el pecho.

—Igual le vas ganando…—concedió el mayor.

—¿En qué? —cuestioné, intentando exteriorizar toda mi molestía y que el Gryffindor la notara.

Potter mantuvo su sonrisa y se recostó en la cama, dejando la cabeza fuera del colchón para que colgara. Los cabellos castaños también cayeron, despejando el rostro.

—Al te ha besado solo a ti. Tú has besado a Al y a mí.

Sentí que mis mejillas enrojecían aún más. Carraspeé y negué, dando una vuelta con la silla para no tener que seguir viendo al mayor.

—Lo que te di no fueron besos —murmuré.

—¡Qué bien! —un tono afectado y exagerado salió de Potter—. Me sentiría decepcionado de que mi discípulo besara tan mal.

—¿Desde cuándo soy tu discípulo?

—Bueno, te voy a enseñar que no estás enfermo. Eso te hace mi discípulo.

Giré la cabeza, lo miré con el ceño fruncido y los labios apretados, luego le enseñé el dedo del medio.

—Antes muerto que ser tu discípulo.

—¿Asustado, Malfoy?

Le sonreí con superioridad, no era un gesto que me saliera muy bien, pero podía tener mis momentos. Me acomodé en la silla, intentando que no girara de nuevo.

—Ni un poco.

Hubo una risita y luego silencio. Yo miraba por la ventana el bonito día veraniego, sintiéndome mucho mejor en comparación a cuando me desperté. No lo iba a admitir, pero la intervención de Potter me había ayudado. Solo se requería un poco de apoyo para sobrevivir.

Los minutos transcurrieron con calma y en silencio. En algún momento Lily Potter pasó corriendo, seguramente para ir a la piscina, y la señora Potter se movió en el piso inferior escuchando un partido de quidditch. No me preocupé por perder el desayuno. En aquel cuarto lleno de cosas me sentía a salvo y reconfortado. Incluso dejé olvidada la cajetilla en el escritorio antes de dormirme sobre la silla.

Solo se necesitaba una mano amiga. Solo eso.

Desperté un poco antes del almuerzo, estaba tapado con una cobija liviana y tenía la cabeza apoyada en un cojín. Me levanté lentamente y observé a Potter.

El mayor estaba sentado en la cama con la espalda apoyada en el respaldo, el cual también estaba lleno de calcomanías y dibujos. Tenía un aparato frente a él con una pantalla y muchos botones. Parecía un cine portátil, porque estaba seguro que aquella cosa no había estado allí antes.

Potter modulaba lo que la persona en la pantalla iba diciendo, aunque no salía sonido de ningún sitio. Pero el Gryffindor no parecía estar prestando atención a lo que estaba viendo, tenía en las orejas unas cosas blancas extrañas y apoyado contra sus piernas flexionadas una especie de libreta que brillaba como toda la tecnología muggle. Con un bolígrafo iba rayando aquella cosa, dándose golpecitos en el mentón cuando se detenía y luego borrar las rayas, usando el mismo bolígrafo. Desde donde estaba y a esa distancia solo podía ver la cabeza de un león y unos símbolos que supuse eran letras.

Me acerqué para mirar, Potter giró la cabeza hacia mí y sonrió. Con la mano con el bolígrafo se quitó la cosa blanca de la oreja, el ruido de música sonó distorsionado.

—Buenos días, Bella Durmiente —Potter soltó una risa y congeló la imagen de la pantalla, apagando el brillo de lo que fuera que tuviera en la mano—. Mamá aún no nos llama a comer.

—¿Qué hora es?

El Gryffindor miró uno de sus aparatos y me indicó la hora. Pasado el mediodía. Potter dejó sus cosas sobre la colcha, las juntó y las empujó contra un rincón de la cama.

—¿Te sientes mejor?

Asentí y desvié la mirada hacia la ventana.

—¿Tienes hambre? Aún tengo unas gomitas, puede que se hayan derretido y pegado, realmente en esta bolsa se pierde todo…

El chico sacó una bolsa de tela igual a la de Albus. No tuve que pensar mucho para darme cuenta que debía ser la que George Weasley le regalaba a sus sobrinos.

—¿No tienen estanterías?

Potter levantó la mirada, con el brazo metido hasta el hombro. Sonrió mostrando los dientes y luego se enfocó en la bolsa.

—Claro que tiene, pero cuando se llenan, metes las cosas en cualquier lado.

—¿Llenaste la bolsa? —no sabía si sentirme horrorizado o sorprendido.

—Claro que lo hice, ¿de dónde crees que salen las cosas de nuestras bromas?

Formé una mueca con los labios. Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, como se hacían llamar James Potter, Dominique, Fred y Lucy Weasley habían roto un récord en la cantidad de bromas masivas hechas en Hogwarts. No es que lo dijeran, más de la mitad pasaban por lo ilegal, pero tenían su marca y eso les otorgaba la autoría. Quizás lo único que no habían vencido era la épica despedida que tuvieron los gemelos Weasley al abandonar la escuela.

Tenía la firme creencia, junto al resto del estudiantado, que terminado ese año escolar lograrían una hazaña mucho mejor. Después de todo, los cuatro bromistas se graduarían y con lo competitivos que eran, no dejarían pasar la oportunidad de realizar La Broma.

—¿Tantas cosas necesitan?

—También está todo para las fiestas. Las que se hacen luego de los cuatro partidos que siempre ganamos junto a la de la Copa. El alcohol no viene de los árboles, Malfoy.

—Pero tú y los Weasley hacen cuatro bolsas, debería ser suficiente, ¿no?

Potter soltó un grito y sacó un paquete plástico de color rojo, dentro habían unos osos de gomita, algunos ya se habían pegado, pero en general se veían bien.

—Aún quedan dos meses para que venzan —comentó Potter, leyendo algo en el envase e ignorando por completo mi observación—. Ten, me dejas las rojas, ¿vale?

El chico se puso a mirar y mover cosas dentro de la bolsa luego de pasarme las gomitas. Suspiré y abrí el paquete para empezar a comer. No sabían bien y estaban algo duras, pero seguían siendo comestibles. De todas formas no toqué ningún osito rojo.

—Potter…

—¿Uhm?

—¿Te gusta la comida roja?

Recordaba el desayuno de panqueques y fresas, pero mirando hacia atrás, creía haberlo visto comer un montón de cosas rojas.

—Son los colores de Gryffindor —respondió como si fuera obvio, sacando un pergamino que se dobló y comenzó a planear por el dormitorio, dejando caer un polvillo dorado a su paso.

—¿Te gusta la comida porque tiene los colores de Gryffindor? —alcé las cejas.

—Claro, por eso no me gustan las cosas verdes como la espinaca o el brócoli —puso una cara de asco—. Son los colores de Slytherin.

—Yo soy de Slytherin —mencioné algo ofendido.

—Genial, entonces tú sí comes las cosas verdes.

Lo peor de la conversación era que parecía que Potter estaba hablando en serio.

—¿Tienes cinco años? ¿Cómo puedes basar tus comidas por sus colores?

Potter encogió los hombros, metiéndose una paleta de caramelo roja en la boca. En ese momento me dije que no volvería a aceptar ningún alimento que el Gryffindor sacara de esa bolsa, a saber cuánto tiempo llevaban allí. También me dije que era estúpido creer que me volvería a ofrecer algo.

—¿Tú no tienes un criterio? —preguntó, sacándose el dulce.

—¡Claro que no! Las comidas tienen esos ingredientes porque tienen los nutrientes que nuestro cuerpo necesita para estar sano, sobrevivir y tener la energía para hacer nuestras actividades.

—Uh. ¿Y si tienes que elegir entre un plato u otro?

—¡No lo hago por el color! Es más normal hacerlo por el sabor. ¿Por qué me basaría en lo visual? No tiene lógica.

—¿Sí? —Potter dejó la bolsa de tela a un lado y rodó por la cama, mirándome divertido. Se metió de nuevo la paleta a la boca cuando quedó recostado y preguntó—: ¿Qué sabor te gusta más?

—El dulce.

—¿Y cuál no te gusta?

Era una pregunta trampa, lo presentía, aunque como no podía decir el por qué, opté por responder.

—Amargo

—Entonces… no comes cosas amargas.

—Lo hago si está en el plato.

—¿Incluso si no te gusta?

—Tienen nutrientes…

—¿No evitas comerlo o no te sirves de eso?

—¿Por qué estamos discutiendo por la comida? —me quejé, subiendo ambas manos a mi cabeza—. Es estúpido.

Potter rió de nuevo, se arrodilló encima de la cama y me apuntó con la paleta. Tuve un deja vu del día anterior, en el futuro debería evitar discutir con el Gryffindor si es que tenía una varita, seguramente sería hechizado de forma directa si no le daba la razón.

—Tú no aprecias su importancia. Comer lo hacemos todos los días, tres veces al día. ¿Sigues creyendo que es estúpido?

Puse los ojos en blanco y di media vuelta, caminando hacia la puerta. Apoyé la mano en el pomo y me detuve.

—Es estúpido, tú eres estúpido. No pienso seguir con esta conversación.

Salí del dormitorio, dejando atrás a un James Potter que se carcajeaba. Fastidiado por molestarme con alguien tan infantil, fui hasta el cuarto de Albus y entré. Hice la cama y boté la botella solo por hacer algo. No salí de allí hasta que la señora Potter nos llamó a almorzar, por mucho que me sintiera asfixiado en aquel dormitorio.

Sentado con el plato enfrente, mi mente no dejaba de pensar en los colores y sabores de la comida. Odiaba haber tenido aquella estúpida conversación, no podía dejar de clasificar cada parte del plato a una casa de Hogwarts.

—Scorpius —llamó la señora Potter—. ¿Está todo bien?

—Sí, señora Potter. Muchas gracias por la comida, está deliciosa.

La mujer sonrió.

—Albus llegará pronto. Espero no te aburras demasiado. Lily y James pueden enseñarte a usar algún juego.

—Estoy bien, señora Potter. No se preocupe.

Ella volvió a sonreír y desvió su atención a su hija. Potter, sentado frente a mí, me miraba con una sonrisa divertida. De alguna forma había logrado sacar toda una capa de lasaña para evitar comer una pasta verde.

—James, ya estás grande como para ser remilgado con la comida —regañó su madre.

—Pero es verde —se quejó el chico.

—¿Ver…? —la señora Potter soltó un largo suspiro y negó con la cabeza— ¿Sabes qué? Haz lo que quieras, come como quieras. Eres lo suficientemente mayor como para saber lo que haces.

Potter sonrió aún más, pero yo supe que aquella expresión de victoria no era dirigida hacia su madre, sino que era para mí. James Potter podría haberse impuesto la misión de hacerme ver que yo no era un enfermo, pero seguía siendo un crío que odiaba perder, incluso si se trataba sobre comida verde y roja. Mirando hacia atrás, no debí molestarme tanto con él, fueron las grandes reacciones a pequeñas cosas las que nos llevaron a una serie de malentendidos. Además, merecía sentirse ganador al menos por un rato, después de todo, James Potter iba a perder batallas más grandes en el futuro. Pero ni él ni yo lo sabíamos en ese entonces, solo era un chico queriendo demostrarme su punto.

Así que en ese momento me fastidié de que Potter hubiese logrado salirse con la suya respecto a la comida. Realmente en Gryffindor eran estúpidos. Estúpidos e infantiles.


Gracias por leer /inserte corazón
Próximo capítulo: Cena con leones