¡Buenas! Lamento mucho la tardanza, mi papá fue hospitalizado y olvidé por completo esta historia. Por lo mismo, en compensación, voy a subir dos capítulos. ¡Espero lo disfruten!
Disclaimer: el mundo mágico y sus personajes no me pertenecen, tampoco gano dinero escribiendo esto, solo dolor y sufrimiento.
Advertencias: Relación ChicoxChico. Slow Burn. Angst. Enemies to Lovers. Hurt/Comfort. Uso de drogas en menores. Homofobia, mucha homofobia. Un mundo mágico lgbtfóbico. Mención de suicidio. Depresión. Albus Potter es un mal amigo. Si cualquiera de estos temas te incomoda, te invito a buscar otra historia. En esta se va a sufrir mucho...
Pareja: Es un slow burn, así que esto pasará muuuuucho después, pero pongo de inmediato que la pareja es James Sirius Potter con Scorpius Malfoy
Capítulo 6: Salida a Londres
A veces distintas palabras refieren a la misma cosa, como también una sola palabra puede tener múltiples significados. Mamá me dijo la noche antes de partir a Hogwarts que debía ser valiente, pensé que se refería a no permitir que las burlas de los demás me afectaran, pero cuando conocí a Albus pensé que, tal vez, se refería a que debía enfrentarlas. Nunca le pregunté.
Pasé la mañana siguiente metido en la piscina con Albus y su hermana, jugando con una pelota. Antes de almorzar, nos cambiamos y mi mejor amigo me obligó a ponerme ropa muggle. Arreglados, fuimos a comer, y cuando la señora Potter nos ponía enfrente un plato con pasta, apareció Teddy Lupin.
—Lamento llegar tarde, Ginny. Tu esposo me obligó a terminar un reporte antes de salir —el joven de cabello azul eléctrico tomó asiento en la mesa, sonriente—. Hola al resto, ¿qué tal todo?
Todos respondieron a la vez, excepto yo, solo le sonreí al auror. Uno de los encantos de Lupin era su empatía, integraba a toda persona a la conversación sin que pareciera que se esforzaba. Mientras comíamos logró sacarle a Albus bastante información sobre sus estudios, con Potter hablaba sobre los demás Weasley, a la señora Potter le comentó sobre el caso en el que estaba trabajando, y escuchó una extraña historia de la pequeña de la familia. A mí me preguntaba por mi abuela o mi padre, pero yo sentía que estaba tan solicitado que apenas respondía.
—Chicos, ya debo irme —la señora Potter se puso de pie—. Lily, en la Madriguera están Hugo y Louis por si quieres ir a verlos. James, espero te comportes con Teddy. Albus, Scorpius, no hagan un desastre.
—No te preocupes, mamá. Vamos a ir con James y Teddy —Albus respondió con una sonrisa.
—¿Qué? ¡Yo nunca…! —comenzó Potter.
—Te prometo que tendré un ojo puesto en los tres —Lupin se apresuró a callar la réplica del otro Gryffindor—. Ya sabes que Draco puede llegar a ser bastante aterrador si cree que Scorpius está en peligro. Los cuidaré, lo prometo.
—Está bien —respondió la mujer, suspirando—. Te encargo a Albus y Scorpius entonces...
La mujer finalmente sonrió y desordenó el cabello de Albus en su camino hacia la sala. Escuché como indicaba la dirección del Profeta y luego solo silencio. Mi mejor amigo intentaba peinarse de nuevo al mismo tiempo que bebía de un solo sorbo el jugo que aún tenía, Potter se había puesto de pie y miraba a su hermano menor con los brazos cruzados, Lily seguía comiendo tranquilamente y Teddy observaba el conflicto entre los hermanos con el tenedor en el aire.
—¿Por qué una serpiente llorona quiere salir con dos Gryffindor? —comenzó Potter.
—No vamos a salir con ustedes y no me llames serpiente llorona.
—Pero si lo eres, Albus. Slytherin y llorón, una serpiente llorona. Estoy dando cuenta de un hecho.
—Cállate, James.
—¿Qué harás si no me callo?
—Ya basta —Lupin golpeó la mesa con la palma—. Los cuatro iremos al Callejón Diagon y dejaré que hagan lo que quieran si prometen no meterse en problemas. No quiero estar vigilándolos y no creo que quieran que yo lo haga, ¿verdad?
—Me parece bien —respondió Albus.
—Y tendrán un hechizo de localización, no quiero que se escapen a una aventura peligrosa de nuevo —agregó Lupin.
Albus frunció el ceño y yo solo me encogí de hombros. Dudaba que Lupin realmente se pusiera a vigilarnos, solo quería tener una garantía. Como mi mejor amigo no respondía, fui yo el que cerró las negociaciones.
—Puedes ponernos todos los hechizos que quieras, Lupin. No vamos a meternos en problemas, de verdad.
—Bien, pero… ¿Por qué me sigues llamando Lupin? ¿Cuántas veces te he dicho que me digas Teddy? Somos familia —el cabello azul pasó a un rubio platinado, igual al mío.
—Lo siento, es la costumbre —murmuré.
—A mí también me dice Potter —agregó la chica, que había permanecido en silencio.
—¿Quieres que te diga por tu nombre? —pregunté algo confundido, ella asintió—. Está bien, te diré Lily.
Albus me dio un fuerte golpe en el hombro.
—¿Por qué me pegas? —me quejé, sobándome el brazo.
—No coquetees con Lily. Es mi hermana.
—¿Por qué coquetearía con ella? Tiene 13.
—Pero es mi hermana. Es la regla número uno de los mejores amigos: no coqueteas con sus hermanas, ni te haces su novio, ni te casas. ¿Bien?
—Tu papá es el mejor amigo del hermano de tu mamá, Al —comentó Lupin, sonriendo.
Albus abrió la boca para replicar, se calló, frunció el ceño y luego se dejó caer en la silla, enfurruñado. Lily y Potter se reían al punto de tener lágrimas en los ojos. Lupin movió su varita para recoger los platos y los llevó a la cocina, dejando un encantamiento para que todo se lavara.
—Salimos en 10 minutos. Lily, te dejaré en casa de tu abuela, ¿bien? —la pequeña asintió a la instrucción—. Y Scorpius, en serio, no es tan difícil llamarme Teddy. Draco lo hace y es la persona más formal que he conocido.
—Pero mi padre es mayor que tú, para mí es extraño tener tanta confianza —intenté explicarme, pero el auror frente a mí parecía un cachorro apaleado—. ¡Bien! ¡Lo intentaré! ¡Lo intentaré!
La sonrisa regresó a su rostro y desvió la mirada hacia Albus, que parecía seguir haciendo un berrinche.
—Nueve minutos, si no están listos, los dejaré aquí.
El Caldero Chorreante estaba lleno de magos y brujas tomando su almuerzo luego de hacer sus compras. Lupin nos llevó hacia el muro que nos separaba del callejón y luego de que cruzáramos, nos puso un hechizo a mí y a Albus.
—A las 5 los quiero aquí, ¿bien? Si tienen algún problema, vayan a Sortilegios Weasley.
Albus revoloteó los ojos, me agarró del brazo y tiró de mí, agitando su mano para despedirse.
—¡Albus! ¡Hablo en serio! —pero la figura del auror Lupin se perdió a medida que nos alejábamos.
Después de ir a Gringotts a cambiar el oro por libras, volvimos a la taberna y nos pusimos la barba y el bigote. Con apariencia de adultos salimos al Londres muggle. Era un lugar que había visitado cuando pequeño, pero nunca de esa forma ni por esas zonas. Albus me hizo ir por tren y caminar de un lado hacia otro hasta llegar a unos departamentos que tenían el ascensor defectuoso. Un rostro con el párpado azul metálico, cejas gruesas y un bronceado algo extraño se asomó por la rendija de la puerta a la que mi amigo había llamado.
—Soy Smith, hablé con usted por mensaje —explicó Albus.
—Oh, sí, ese pedido. Ven, entra —una voz ronca de una mujer de edad sonó.
La dama cerró la puerta para luego abrirla por completo. Vestía una sudadera rosada con unos pantalones de deporte negros, el cabello rubio parecía una peluca vieja y sucia. Yo no era una persona tan conservadora, como tampoco sabía nada de moda muggle, pero esa mujer parecía ser demasiado vieja para lo que vestía… Tal vez sí era conservador.
Albus me indicó que me quedara en el pasillo y se metió en el departamento, la mujer me miró de pies a cabeza antes de también entrar y cerrar la puerta. Me miré las manos y me quedé moviendo los dedos, atento a los ruidos y esperando no verme sospechoso. Unos 20 minutos después Albus salió con una bolsa de papel en los brazos.
—Un gusto hacer negocios con usted, señor Smith. Espero que me tenga en consideración si necesita suministros.
—La tendré. Nos vemos.
Albus me miró con una sonrisa y comenzó a caminar hacia las escaleras. Intenté seguirle el paso y no dije nada hasta que salimos del edificio.
—¿Es seguro lo que hicimos?
Mi mejor amigo me observó, se parecía tanto al señor Potter que sentí que nos habían atrapado.
—No te preocupes, Scorpius. No va a pasar nada.
Guardó el paquete en la bolsa de tela mágica apenas nos metimos en una zona apartada y luego me arrastró a una licorería donde nos abastecimos con el alcohol muggle y los cigarrillos que nos habían pedido. Volvimos con tiempo de sobra al Caldero Chorreante y apenas entramos al lugar, nos sacamos la barba y el bigote, guardándolas junto a nuestras compras.
—Tenemos que ir a la lechucería para entregarle el oro a…
Caminábamos tras un mago bajito para cruzar el muro y salir al callejón. Albus se había interrumpido al comenzar a rascarse el rostro, yo mismo frotaba mi brazo por una molesta comezón. Me giré hacia mi amigo y tuve que pestañear varias veces antes de hacerme a la idea de lo que ocurría.
Su rostro estaba pintado de un rojo escarlata y poco a poco el cuello y los brazos se le habían unido. En la frente había aparecido el dibujo de una cabeza de león con una leyenda que decía "Ladrón". Observé mis brazos y manos, dándome cuenta que habían adquirido el mismo color.
—Albus…
A nuestro alrededor magos y brujas nos miraban y reían por lo bajo, debía ser llamativo ver a dos chicos con un color de piel tan peculiar.
—Algo pasó…
—¡Maldito James!
Observé confundido a mi amigo, intentando no rascarme por si eso empeoraba el color. Las risitas y los ojos sobre nosotros me ponían cada vez más nervioso. Intenté pensar en alguna solución, pero como siempre me pasaba cuando estaba bajo presión, mi cerebro no quiso cooperar. Mordí mi labio inferior y agaché la cabeza, no sabía si tenía también un león tatuado en la frente, pero prefería que nadie lo viera.
—Voy a matar a James.
—Albus, vayamos a la tienda de tus tíos.
Pareció que por fin cayó en cuenta que estábamos en público y casi se echó a correr por el callejón. Le seguí, sorteando a los transeúntes, hasta llegar a la siempre llamativa tienda de bromas. Albus me hizo entrar y luego me llevó a la trastienda, ignorando cada mirada curiosa que caía sobre nosotros.
Moviendo unas cajas estaba el padre de Rose, se giró sorprendido y nos observó un segundo antes de romper en carcajadas. Albus frunció el ceño y pareció hacer su mejor esfuerzo por mantenerse serio, cuestión difícil cuando tenía la cabeza de un león en la frente que se hacía cada vez más grande.
—Quítalo —soltó con enojo.
—No sé cómo —dijo aún riendo el señor Weasley.
—¡Esto viene de acá! —Albus se apuntó a sí mismo—. ¡James lo sacó de acá!
—¡Tío Ron! ¿¡Quedan más pociones sa…!? —la voz se calló apenas cruzó la puerta.
Me giré y vi a Fred Weasley con el uniforme de la tienda. Él pasó su mirada de mí hasta Albus, prestando especial atención a nuestros rostros. Una sonrisa donde mostraba todos sus dientes, tal como un tiburón, apareció en su cara.
—Así que sí funcionó —fue toda su respuesta.
Hasta ese momento nunca le había escuchado hablar. Era dos años mayor que yo y Gryffindor, así que nunca habíamos compartido clases ni sala común. Fred Weasley pertenecía, además, a un mundo totalmente diferente al mío, siempre iba pegado a James Potter y el resto de sus primos, siendo admirados y observados. Quizás lo único que teníamos en común era que ambos jugábamos como buscadores, pero solo había recibido miradas airadas de su parte, ningún sonido.
—¡Fueron ustedes! —Albus lo apuntó con el dedo índice—. Dime cómo quitarlo.
—¿Por qué debería? —el chico Weasley cruzó los brazos a la altura del pecho y levantó la barbilla, su sonrisa de tiburón todavía presente.
—¡Suficiente fue que todo el callejón nos viera así!
—¿Todo el callejón? —el señor Weasley volvió a reír, sentándose sobre una de las cajas.
—¡No es gracioso!
—¿Qué es tan gracioso? —la pregunta sonó como si fuera cantada alegremente.
Volví a mirar hacia la puerta y al lado de Fred Weasley estaba su padre, el señor George Weasley, propietario de Sortilegios Weasley y uno de los mayores bromistas en la historia de Hogwarts. El hombre veía con diversión a Albus, cuando reparó en mí una aura extraña lo poseyó, su sonrisa pareció volverse forzada y sus ojos se turbaron. Desvié la mirada casi de inmediato, fijando la vista en un muy frustrado Albus.
—Quiero que me quiten esto —exigió mi mejor amigo.
George Weasley avanzó por la trastienda y al pasar a mi lado me dirigió una mirada que me dejó helado. El hombre se detuvo frente a Albus y con la varita comenzó a analizar la piel. Yo seguí los movimientos, aquel dibujo del león me parecía conocido, pero no estaba seguro si había salido de alguna película muggle o era una ilustración de algún libro.
—Vengan.
El señor Weasley nos guió hasta un baño. Llenó el lavabo con agua y luego buscó en una estantería un pequeño frasco, de su contenido solo extrajo dos gotas que dejó caer en el agua y luego extendió hacia nosotros dos pañuelos blancos.
—Deben mojarlos y frotarse con él. Luego de que lo hagan, se van al frente de la tienda y se sientan a que el sol les dé.
—¿Al frente de la tienda? —Albus casi chilló.
—Es el cobro por mi servicio, mi estimado Al. Si le dejara gratis a todos mis parientes, quedaría en la bancarrota —le sonrió a mi amigo y luego se giró hacia la salida—. Se irá desvaneciendo a medida que les llegue luz. En una hora estarán como nuevos.
Observé mis pies, agarrando con fuerza el pañuelo. Podía sentir la mirada del propietario de la tienda sobre mi coronilla, pero no me dijo nada, solo salió del baño. Afuera, Fred Weasley mantenía su extraña sonrisa y con una cámara nos sacó una fotografía. Ni Albus ni yo fuimos lo suficientemente rápidos para ir tras él.
—¡Carajo! ¡Odio a James!
Metí el pañuelo al agua y luego empecé a frotarme el brazo, no pasó absolutamente nada, pero continué pasando la tela húmeda por toda mi piel.
—¿De verdad crees que fue él?
—Mírate.
Fruncí el ceño y me giré hacia el espejo. Al igual que Albus, yo tenía toda la piel roja y un dibujo de un león, aunque lo tenía en la mejilla derecha, la leyenda decía "Ladrón". Suspiré y comencé a frotar la melena de la figura y el recuerdo de James Potter dibujando mientras miraba algo en su cine portátil llegó a mi cabeza. Así que era eso lo que estaba preparando.
—¿Fue por… la barba? —tanteé.
—Y el bigote. James debió darse cuenta que me estaba metiendo en su baúl.
Albus se quedó callado y se dedicó a frotar el pañuelo mojado contra su piel. Yo hice lo mismo, intentando tragarme el coraje. No me molestaba que todo el mundo nos hubiese visto con los colores de Gryffindor o el león, estaba acostumbrado a la humillación y podía soportarlo. Tampoco el hecho de que Potter nos hubiese puesto aquella broma. Estaba enojado de lo hipócrita que había sido, consolándome y siendo amable cuando ya había planeado ese castigo.
Froté con fuerza el cuello, fastidiado por toda la situación.
—Hay que encontrar el punto débil de James y vengarnos.
Estábamos sentados en la escalinata que daba a la entrada de la tienda, la gente nos miraba con curiosidad y varias personas habían entrado a la tienda solo para poder vernos más de cerca. Por suerte, la solución del señor Weasley sí parecía funcionar y poco a poco el color se volvía menos brillante e iba desapareciendo.
—Albus, somos perdedores, no vamos a lograr nada —cerré los ojos y dejé escapar un suspiro, estirando las piernas—. ¿Crees que alcancemos ir a la lechucería?
—Sobre eso… tendremos que separarnos para alcanzar a hacer todo.
—¿Hay más cosas que hacer? —miré a Albus con una ceja alzada.
Él asintió y observó hacia todos lados para después inclinarse hacia mí y susurrar:
—Además de recoger las bebidas mágicas, hay que intercambiar algo con Paige.
—¿Paige? ¿Leslie Paige? —murmuré haciendo una mueca.
A lo largo de mi vida estudiantil había conocido a un montón de gente desagradable, pero Leslie Paige entraba en una categoría totalmente diferente, era una de las personas que mayor repulsión me daba. Pertenecía a Ravenclaw y era una chica popular, pero ese no era era el problema, el problema era que ella estaba obsesionada con los jugadores de quidditch y no dudaba en acosarlos, a todos.
—Hay cosas que no podemos hacer, mi madre me mataría si nos descubre.
—¿Qué cosas, Albus?
Él me sonrió y encogió los hombros. Odiaba cuando hacía ese tipo de cosas, dejando el suspenso en el aire.
—Le pedí que hiciera mantequilla.
—¿Mantequilla? —ladeé la cabeza, esperando una respuesta no tan absurda.
—De las que te hacen feliz —Albus alzó las cejas varias veces, ampliando la sonrisa en su rostro hasta casi llegar al límite de lo humanamente posible.
—¿De qué estás hablando, Albus?
—De marihuana, Scorpius, cannabis, mota, como quieras llamarlo —bufó fastidiado.
—¿Para qué queremos eso?
—Para hacer comida, dicen que los efectos son más duraderos y potentes de esa forma.
—¿No es peligroso?
—No, tranquilo. Se venderá mucho mejor y la gente se divertirá más. Solo ganancias.
—Paige no lo haría gratis.
—No es gratis, le di el dinero por el material y su trabajo, pero para finalizar el trato hay que darle una última cosa —Albus sacó de la bolsa de tela un sobre café que no tenía nada escrito—. Una foto de James… Una muy comprometedora.
—¿De dónde la sacaste? —no pude ocultar el horror que me producía.
—Vivo con él, hay muchos momentos en los que puedo hacer una foto —él volvió a guardar el sobre—. ¿Puedes ir tú a la lechucería y yo hablo con Paige?
—Que sea al revés —dije rápido, no sabía por qué me estaba ofreciendo.
—¿Quieres ir tú a hablar con Paige?
—No sé qué trato hiciste, Albus. No podría escribir una nota.
Era un buen argumento, solo que tenía una solución demasiado fácil. Por suerte, Albus no lo pensó y solo asintió. Volvió a meter sus manos en la bolsa de tela y me entregó el sobre, yo lo metí rápido dentro del pantalón, colocando la camiseta encima para cubrirlo.
—Va a estar en Flourish y Blotts hasta las 6 de la tarde, así que tienes tiempo.
Asentí y mientras Albus hablaba sobre los planes que tenía en el año como dealer, yo pensaba en qué carajos iba a hacer con Paige y la foto. Si pudiese volver al pasado, ese sería un momento que cambiaría sin dudar. Si hubiese dejado que Albus resolviera el asunto con Paige en vez de ir yo, solo habría tenido peso de consciencia, pero intenté ser honorable. ¿Cómo iba a saber de las pésimas consecuencias que vendrían?
