Disclaimer: el mundo mágico y sus personajes no me pertenecen, tampoco gano dinero escribiendo esto, solo dolor y sufrimiento.

Advertencias: Relación ChicoxChico. Slow Burn. Angst. Enemies to Lovers. Hurt/Comfort. Uso de drogas en menores. Homofobia, mucha homofobia. Un mundo mágico lgbtfóbico. Mención de suicidio. Depresión. Albus Potter es un mal amigo. Si cualquiera de estos temas te incomoda, te invito a buscar otra historia. En esta se va a sufrir mucho...

Pareja: Es un slow burn, así que esto pasará muuuuucho después, pero pongo de inmediato que la pareja es James Sirius Potter con Scorpius Malfoy

Nota de la autora: Hey, hey, ¿qué tal?

Estoy llena de trabajos y entregas finales y mi estrés me está orillando a ponerme a llorar... por lo mismo mi concentración fue a esta historia y pues, les traigo un nuevo capítulo. Eso sí, dudo mucho volver a publicar en el resto del mes...

¡Nos leemos en agosto si es que no me da una nueva crisis! Disfruten la lectura uwu /corazón


Capítulo 17: El arcoíris de las sombras

Recuerdo que cuando mi madre me leyó "El corazón peludo del brujo" tuve una pequeña crisis nerviosa, yo pensaba que mi padre era como ese mago que había encerrado su corazón y me aterraba que se fuera a lastimar cuando lo recuperara. No recuerdo cómo lograron calmarme, pero sí que nunca más volvió a leerme ese cuento, y aunque me daba cuenta que se lo saltaba, nunca le dije nada. No quería volver a sentirme mal.

Recordé el libro cuando me estaba poniendo pijama. Había tenido un arduo entrenamiento y luego había estado discutiendo con Albus acerca de las malvadas intenciones que podría tener su hermano. No habíamos sacado nada claro, pero me había enterado de un par de pequeñas bromas que los Cuatro Jinetes habían hecho… y las respuestas de mi mejor amigo. La guerra silenciosa de los Potter parecía que no iba a acabar en los próximos días.

—¿Ya te vas a poner a estudiar? —cuestionó Albus.

Aferré el tomo con fuerza y observé a mi mejor amigo sentado en su cama con el pijama puesto.

—Solo… solo es lectura —murmuré.

Albus alzó las cejas, flexionó una de sus piernas y la abrazó.

—¿Entonces vas a leer un poco antes de ir a dormir? Supongo que debo decir buenas noches, ¿no?

Asentí y me mordí el labio inferior, observando de reojo el libro que tenía en mis manos. Era claro que no se trataba de un artículo mágico, la cubierta era el dibujo de un paisaje con un cielo estrellado, todo en tonos azules y verdes, y tenía una tipografía demasiado bonita como para que algún mago se le hubiese ocurrido.

—¡Bueno! —Albus me sonrió—. Descansa, Scorpius.

Murmuré una despedida y me metí dentro de mi cama. A veces mi mejor amigo no mostraba interés en mis lecturas, pero otras sí. No quería mentirle, era solo que abrir la boca sería revelar cosas que aún no estaba seguro si quería compartir con él.

Cerré el dosel y volqué mi atención en el libro, notando que entre sus páginas había un montón de papelitos, según recordaba, era una costumbre muggle para marcar alguna parte interesante o importante. Si no tenías o sabías los hechizos correspondientes, era una buena opción. Giré el libro para observar la contraportada, me gustaba que los libros muggles más actuales tuvieran impresa una sinopsis o algún comentario en la parte trasera.

«El problema con mi vida era que se le había ocurrido a alguien más»

Era una frase… potente. ¿Qué tipo de historia contenía? Sonaba interesante. La sinopsis era solo un pequeño párrafo donde mencionaba que dos chicos con personalidades totalmente diferentes se hacían amigos, y esa amistad les ampliaba el mundo. Luego un par de líneas donde se alababa al autor explicando un poco más la sinopsis, aunque sin aportar nada más de contenido.

Para todos aquellos que han tenido que aprender a jugar con otras reglas.

Quizás era una historia como la de Albus y yo, con padres que lucharon en bandos diferentes de una guerra, siempre antagónicos. ¿Pero por qué eso podría ser malo o avergonzar al chico del tren?

Abrí el libro en la primera banderita, el papel marcaba una de las pocas frases que no era un diálogo donde el narrador decía que su madre ayudaba a los pobres porque alguna vez ella lo fue. No era algo recalcable, pero al lado de la tinta impresa había una frase escrita a mano "¿Todas las madres latinas son iguales?", quizás el extranjero se había identificado. Sin embargo, mi atención pronto se fue a otra cosa. Uno de los diálogos tenía pintura verde brillante, haciendo que resaltara sobre la página blanca "A veces, cuando la gente habla, no siempre dice la verdad", también, rayado a mano, había una nota al margen en un idioma desconocido con la letra demasiado pegada y desordenada como para que uno de los hechizos de traducción funcionara.

Solo leería las primeras páginas y me iría a dormir. Tenía curiosidad de por qué el chico del tren se había aliviado de que yo no hubiese leído nada. Tal vez eran las notas escritas a mano lo que avergonzaba al chico del tren. Quizás había puesto algo ridículo u obsceno, podía estar avergonzado de que alguien más leyese sus pensamientos acerca del texto.

Cuando dieron la una de la mañana me di cuenta que la historia me había atrapado. Llevaba apenas un tercio y no había encontrado nada cuestionable o vergonzoso, solo eran dos chicos volviéndose amigos y las notas a los márgenes eran simples reacciones a lo que ocurría, aunque de vez en cuando alguna buena frase era pintada en ese color verde. Además, me había causado gracia que el narrador se pareciera a Albus.

A las cuatro de la mañana empecé a tener un extraño presentimiento, seguía sin haber un cambio de contenido, pero sentía que había algo raro en los dos protagonistas. Que uno dijera abiertamente que amaba al otro me pareció extraño y ligeramente perturbador, aunque asumí que era porque yo no estaba acostumbrado a las muestras de afecto. Un par de capítulos después el chico que hablaba tan abiertamente de sus sentimientos confesaba que le gustaban los hombres. ¿Era legal aquello? ¿Estaba bien escribir algo tan perverso y venderlo? Recordé las palabras de Potter, en el mundo muggle la homosexualidad no era considerada una enfermedad. Pero el chico del tren era un mago, no podía estar leyendo algo así, mi mente trajo el dato de su origen muggle, aunque lo volví a enterrar. Ni siquiera podía adivinar qué había pensado de esa escena porque sus anotaciones seguían en el idioma extraño, aunque la declaración le había producido algo, la página estaba rayada y pintada en varias partes.

Intenté seguir un poco más, sin preocuparme de la falta de sueño con la que iba a tener que existir al día siguiente. Cuando al fin se volvió a tocar el tema de la homosexualidad deseé no haber continuado. Mi corazón se aceleró y mi estómago dio un vuelco. Aquel chico estaba preocupado de decepcionar a sus padres solo porque quería besarse con otros chicos. Era como si alguien hubiese tomado mi propio sentir y lo hubiese plasmado en las páginas.

A las siete de la mañana, solo iluminado por la varita, fue que tuve mi primer contacto con la primera escena homosexual en e arte. Un beso. Un beso entre dos mejores amigos. La similitud con mi propia vida era aterradora. La similitud del protagonista con Albus, la forma de reaccionar, de rechazar. De pronto me sentí muy mal.

Me vestí rápido haciendo el menor ruido posible, busqué mi bufanda y guardé en mi bolso el libro antes de salir. No podía estar en los dormitorios si iba a seguir leyendo esa cosa, no quería arriesgarme a que alguien me viera y quería poder reaccionar a gusto. Necesitaba poder reaccionar a gusto. Quizás iba a gritar de frustración, enojo o indignación, aún no sabía cómo tomar el libro y su historia.

Entré a las cocinas donde los elfos ya habían comenzado a trabajar y pedí una chocolatada. Era un lugar cálido para estar y con la suficiente cantidad de bulla como para que mis murmullos no fueran escuchados, sin embargo, si no les daba una instrucción a los elfos, empezarían a quejarse y lamentarse. La táctica era pedir algo simple y tomarme todo mi tiempo en acabarlo.

Le di un sorbo a la bebida caliente antes de continuar mi lectura.

Lo siguiente fue mucho más rápido de leer, ni siquiera me di cuenta del paso del tiempo, estaba pendiente por completo en la trama. No me detuve a analizar o comparar, no quería ver reflejado a Albus o a mí, no iba a soportarlo. Estaba bien mientras no volviese a ocurrir algo explícito, mientras no fuera evidente que uno de los chicos era anormal. Olvidé que las escenas no necesitaban ser gráficas para ser fuertes, la carga emocional podía ser dura incluso con pocos detalles.

Ni siquiera me despedí de los elfos cuando salí corriendo de las cocinas. No detuve mis pasos hasta que mis zapatos se enterraron en el lodo y me di cuenta que estaba cerca del lago. Me quedé quieto y me pregunté si el corazón me dolía por el esfuerzo físico, si el estómago se me había revuelto por el hambre, y si el mundo era tan borroso por la bruma de la madrugada. Apreté el libro contra mi pecho y me acunclillé, bajando la cabeza como si así me pudiera ocultar de todo y de todos. Quería usar la menor cantidad de espacio posible y quería dejar de sentir tantas cosas.

Me tomó bastante, pero junté el suficiente valor para abrir el libro en las últimas páginas. No me sentía identificado en ningún, pero sí me había visto reflejado en sus situaciones y circunstancias. Yo era el chico que había aceptado el beso de un amigo, que quería besarse con otros chicos, que no quería decepcionar a su familia, el que tenía un padre distante y una madre encantadora, el que tenía miedo, el que usaba la noche para susurrar aquellos horribles secretos.

Terminé de leer y sentí las lágrimas acumularse en mis ojos. No sabía por qué me sentía tan conmovido. Pensé en Potter y pensé en que ambos éramos cobardes, pero también pensé en lo sinceras que fueron sus palabras, en lo mucho que se esforzó en darme ánimo. El libro era peligroso, era como si el autor se hubiese parado frente a mí y me hubiese dicho que estaba bien lo que yo sentía. Y yo no podía ser inconsciente y fingir que no era anormal. Suficiente era la maldición de mi propio apellido.

El mundo era gris, frío y húmedo. Aún no salía el sol, pero estaba aclarando, había bruma y apenas podía ver algo más allá de un par de metros. Metí el libro en mi bolso y me cubrí el rostro con las palmas, mis ojos estaban secos, al final no había llorado.

—¿Scorpius? ¿Estás buscando algo?

Levanté la cabeza y observé a Lily que parecía estar saliendo del agua. El cabello húmedo se pegaba a su rostro y chorreaba agua por todos lados. Aunque vestía solo el bañador y estaba mojada no parecía tener frío, pero a mí me dio un escalofrío de solo verla.

—¿Estabas nadando? —pregunté en su lugar, algo sorprendido de que mi voz sonara firme.

Ella finalmente salió del lago y avanzó hacia un bulto que yo no había notado. Tomó una toalla y empezó a secarse, asintiendo lentamente.

—Fui a practicar sireno —explicó, sonriendo emocionada—. Han sido muy amables conmigo.

—¿No tienes frío?

Me levanté y caminé hacia ella, buscando otra toalla con la mirada. No quería ser invasivo y tirarle un hechizo, pero viendo su estado quizás era la única opción.

—No, la profesora McGonagall me dio esto —levantó la medalla que colgaba de su cuello, era un amuleto de calor—. Y el profesor Longbottom me dio un ungüento, dijo que si me lo ponía antes de entrar al agua mi cuerpo estaría bien.

Ahora que me fijaba su piel estaba lisa y brillante, no parecía deshidratada ni grisácea. Me pregunté qué tipo de ungüento había preparado el profesor de herbología para lograr aquel efecto.

—¿Estás bien?

Lily se había envuelto en su toalla y me miraba curiosa, sus grandes ojos marrones se parecían a los de alguna pequeña criatura atenta a todo su entorno.

—Sí, solo quise dar un paseo —mentí.

La chica estiró una mano y agarró la mía, fue en ese momento que me di cuenta de la fuerza que estaba usando para agarrar la correa del bolso y que me había estado clavando las uñas en las palmas.

—Haces esto cuando no estás bien —recalcó—. Mi madrina siempre me dice que guardar lo que sentimos es malo. Las cosas buenas se pudren y las malas se vuelven peor, no deberías guardar lo que sientes.

Sonreí algo incómodo y me solté suavemente de su agarre.

—¿Te ayudo a secarte el cabello?

Lily sonrió y todo su rostro se iluminó, me entregó la toalla húmeda y me dio la espalda. Nunca había hecho eso con nadie, así que algo inseguro atrapé su cabello con la tela y empecé a dar suaves toques con el fin de sacar el exceso de humedad.

—¿Sabes? Hice un amigo —comentó unos segundos después.

—Eso es genial, seguro tienes un montón de amigos.

—No… —ella giró la cabeza lo suficiente para mirarme—. Los demás hablan conmigo, pero no son mis amigos. Creen que soy rara.

Desvié la mirada. Yo también pensaba que aquella chica era extraña, pero no por eso era algo malo, solo la hacía interesante.

—No eres rara…

—Sé que lo soy. Pero somos mágicos, ¿no? ¿Por qué querríamos ser normales?

Detuve mis movimientos y volví a observarla. Lily había vuelto a mirar hacia el frente y parecía no querer agregar nada más. El concepto del orgullo por ser especial no era algo nuevo, pero la frase que había usado me pareció más específica. Sentía que la había escuchado antes, pero no podía averiguar de dónde.

—Pero tienes un amigo ahora, ¿no? Y yo también soy tu amigo, no suelo llamar a las personas por su nombre de pila si no tenemos una relación cercana.

—Solo a Al y a Rose, lo sé —dijo ella con una risita—. A Rose no le agradas.

Hice una mueca, no había necesidad de ser grosera. Dejé de manipular su cabello y dejé la toalla sobre sus hombros, sentía que debía despacharla rápido para evitar que cogiera una neumonía.

—¿Por qué te sortearon a Gryffindor? Tus comentarios crueles no quedan en los rasgos de tu casa.

—Es porque soy valiente —dijo como si fuera obvio—. Valiente al estilo Gryffindor.

—¿Hay más estilos de valiente?

Ella dio media vuelta y me miró.

—Claro, Al es otro estilo. Está en Slytherin porque es valiente. ¡Oh! Si lo pienso, tú eres la razón de que sea valiente.

—¿Yo? —no podía seguir su razonamiento.

—Sí, Scorpius, tú —Lily sonrió, de nuevo parecía brillar—. Si no te hubiese conocido, habría pedido ir a Gryffindor y sería infeliz. Pero quería ser tu amigo, así que fue a Slytherin… Tienes un gran poder sobre Al, ¿sabes?

—¿Solo porque lo hago valiente?

Ella negó con la cabeza y dio un par de saltitos, aferrándose a la toalla. Parecía emocionada, como un pequeño cachorro esperando jugar.

—Al es mejor persona por ti, peleó con papá por ti, dejó atrás los prejuicios, se enfrentó a Jamie por ti… Fue valiente por ti —cada "por ti" venía acompañado con su índice señalándome.

—Me das demasiado crédito.

—Pero —continuó ella, como si yo no hubiese hablado—. Depende de ti, Al haría cualquier cosa por ti, ya ves qué hizo por intentar salvar a Cedric Diggory, y ese hombre era un desconocido… Si tú se lo pidieras, o si Al creyera que te ayudaría, él sería un Señor Tenebroso.

—No juegues, Lily —corté rápido, era otra forma de decirme que los Malfoy éramos malos.

La niña rió de esa forma cantarina e infantil, casi parecía como si sus palabras no hubiesen tenido un trasfondo cruel y malvado.

—A ti te gustaría mi amigo —dijo, cambiando de tema.

—No creo que me lleve bien con las sirenas, he molestado lo suficiente en el lago —respondí de todas formas, al menos era un tema seguro.

Lily rió de nuevo. No parecía tener frío y sus dedos no parecían estar temblando ni sus labios estaban morados, pero seguía preocupándome lo abrigada y mojada que estaba.

—Mi amigo es humano —explicó—. ¿Sabes? No se parece en nada a ti, pero me recuerda un poco a ti.

Alcé las cejas, curioso.

—¿A qué te refieres?

—No lo sé. Es una sensación… Él habla mucho más que tú, se ríe y cuenta chistes, toma la iniciativa y pareciera que nunca se avergüenza o se ponga nervioso. Es lo contrario a ti, pero hay algo que me recuerda a ti… ¿Quizás es que igual que tú su único amigo es un Slytherin? —ella ladeó la cabeza, arrugando la nariz.

Empezaba a creer que el tal amigo era un invento suyo. En Slytherin éramos tan cerrados que era muy raro hacer amigos en otras casas y, si así era, no sería una amistad tan única y especial. Pero no quise sacarla de su fantasía y solo le sonreí.

—¿No tienes que cambiarte?

Lily abrió los ojos sorprendida, como si recién se diera cuenta de aquel detalle. Soltó una nueva risa cantarina y asintió, girándose a tomar el resto de cosas que formaban el bulto sobre la maleza.

—Puedes venir todas las mañanas, si quieres. A esta hora suelo salir del lago, podemos hablar si quieres.

Era una oferta tentadora, Lily Potter era lo suficientemente extraña como para que yo no me viese obligado a ponerme en guardia. Con todas las cosas que estaban ocurriendo en mi vida tener algo de calma sonaba bien. Asentí y le dediqué una pequeña sonrisa.

—Nos vemos, Lily.

Seguí su silueta regresando al castillo y yo me quedé un poco más, observando como poco a poco el lugar cobraba vida. Ahora que volvía a estar solo sentía el peso del libro. No estaba seguro si el chico del tren era como yo, alguien anormal, o solo había estado leyendo ese libro por curiosidad. No sabía si quería enfrentarlo, admitir que había pasado de largo para terminar la historia y que me había llegado, hacerlo era poner sobre la mesa que yo era un enfermo y no me atrevía.

Mi bolso se sintió pesado todo el día. Cada vez que caminaba por un pasillo en los cambios de clase, que escapaba de alguna estúpida broma de los Cuatro Jinetes, o cuando estaba sentado hablando con Albus, en todos esos momentos sentía que estaba cargando con piedras. Nunca me había parecido tan cierta la frase de que las palabras eran peligrosas.

La tutoría llegó y solo por los nervios llegué un cuarto de hora antes, el chico del tren ya estaba sentado anotando cosas en un pergamino. Me senté frente a él y saqué el libro muggle, lo dejé sobre la mesa, al lado del bote de tinta y decidí que no confesaría que lo había leído.

—Oh, mierda, me asustaste —dijo el chico demasiado fuerte, alguien lo regañó, pero él no dijo nada.

—Lo siento, yo… Eh, bueno, traje el libro.

Bolaño agarró el tomo y lo metió en su mochila, después me observó fijamente. Hice mi mejor esfuerzo para parecer inocente y normal.

—¿Lo leíste? —preguntó, esta vez en un susurro.

Negué y para evitar el contacto visual me concentré en mi bolso, sacando mis cosas.

—En el libro los chicos tienen ascendencia mexicana, pero me siento identificado de todas formas. Presentan dos familias latinas promedio viviendo en Estados Unidos. A mí nunca me ha gustado Ilvermorny, nunca le agradé a los demás, aunque había muchas personas que eran como yo, latinos —hablaba lentamente, con ese extraño acento que no llegaba a ser americano, pero que era tan diferente al inglés al que yo estaba acostumbrado—. Es agradable encontrar una historia donde grafiquen lo que es ser latino sin el estereotipo de las bandas.

—¿Debería leerlo entonces? —sabía que me estaba poniendo a prueba, que no me había creído—. Aunque no creo que vaya a entender mucho, América ya me parece diferente, no captaría la diferencia con la población latina.

—Estados Unidos —me corrigió al mismo tiempo que apoyaba el codo en la mesa y la cabeza en su mano—. Pero no se trata de eso la historia.

—¿De qué trata?

No alcanzó a responder. Justo en ese momento llegó Tachibana, saludó con una reverencia y se sentó a mi lado. La conversación sobre el libro había muerto y me sentí a salvo. Esperamos a Potter unos minutos, pero la japonesa me apresuró y tuve que iniciar la tutoría. Ambos estaban más adelantados en ciertos puntos, pero muy atrasados en otros. Bolaño era incapaz de comprender las acciones detrás de lo que él llamó "patriotismo idiota", lo que generó un par de discusiones con Tachibana, que no entendía por qué a Inglaterra le costó tanto someter a ciertas criaturas. Potter llegó casi una hora después y terminó de arruinar la sesión, exasperó a la chica hasta que ella se fue enojada y estuvo distrayendo al chico del tren, impidiéndonos avanzar.

Si lo pienso en retrospectiva, mi vida habría sido algo más fácil si me hubiese atrevido a hacer amigos, si hubiese aceptado las manos que en ese momento se extendían a mí. No haberme sentido solo me habría ayudado a enfrentar al mundo, a aceptarme a mí mismo. Me iba a tomar varios meses comenzar a entender que mi gusto hacia los hombres no era una enfermedad. Sé que habría sido más fácil si hubiese tenido apoyo, pero fui demasiado precavido. También debí haber hechizado a Potter por joder tanto, pero, de nuevo, su estupidez provocó buenos resultados. Al final se lo agradecí, aunque en ese momento lo odié.


¡Muchísimas gracias por leer!

Próximo capítulo: Dulce o escándalo