Disclaimer: el mundo mágico y sus personajes no me pertenecen, tampoco gano dinero escribiendo esto, solo dolor y sufrimiento.
Advertencias: Relación ChicoxChico. Slow Burn. Angst. Enemies to Lovers. Hurt/Comfort. Uso de drogas en menores. Homofobia, mucha homofobia. Un mundo mágico lgbtfóbico. Mención de suicidio. Depresión. Albus Potter es un mal amigo. Si cualquiera de estos temas te incomoda, te invito a buscar otra historia. En esta se va a sufrir mucho...
Pareja: Es un slow burn, así que esto pasará muuuuucho después, pero pongo de inmediato que la pareja es James Sirius Potter con Scorpius Malfoy
Nota de la autora: Bueno, dije que vendría cuando estuviera colapsando... y aquí estoy :)
Capítulo 18: Dulce o escándalo
A mis abuelos no les gustaba que comiera golosinas y mi padre creía que demasiada azúcar sería mala para mí, pero mamá siempre se las arreglaba para darme algún dulce a escondidas del resto de la familia. Siempre supe que papá se daba cuenta de todo, pero no entendí bien por qué fingía no saberlo.
Entre las estresantes clases, los extenuantes entrenamientos de quidditch y las cada vez más difíciles tutorías los días se fueron acortando y la temperatura fue bajando. Se acercaba Halloween y con ello la primera fiesta del año escolar.
Después de la guerra las relaciones dentro de Hogwarts se volvieron difíciles. Slytherin era odiado y discriminado, la corbata verde era un símbolo de vergüenza, una señal para que el resto volcara todo su odio y dolor. Pero al entrar al nuevo milenio las cosas cambiaron. Hufflepuff propuso realizar una fiesta en su sala común, invitando a todos los mayores de la escuela, de todas las casas. Fue la primera vez que se pudo hablar de una real unión de casas.
Desde allí todo había escalado y se había institucionalizado. En el año se realizaban cuatro fiestas, cada una organizada por las distintas casas en su respectiva sala común. Una era en Halloween, otra por Navidad, la tercera en Pascua, celebrando la primavera, y la última a fin de año. El puntaje de la Copa de las Casas decidía el orden, la casa que tuviese más puntos podía elegir qué fiesta tomar y la última debía aceptar con resignación la fecha que le tocaba.
Esas fiestas tenían un tratamiento diferente a las fiestas simples que cada casa hacía. La invitación se extendía a todo el estudiantado desde cuarto año hacia arriba, sin excepción. Las bromas y las rivalidades debían ser dejadas de lado, al menos lo suficiente para que se pudiese convivir, y si ocurría algo las cuatro casas tomarían la responsabilidad. McGonagall siempre había sido más permisiva con estas fiestas, fingiendo que desconocía lo muy ilegal que podían llegar a ser. Los prefectos y premios anuales también cerraban la boca, ignorando el alcohol y drogas que surgían en esas veladas. Todo estaba envuelto en un pacto de silencio.
Ese año Ravenclaw abría la temporada y habían decidido hacer una fiesta de disfraces. Como también debían conseguir las sustancias ilícitas, habían acudido a Albus para ello. Mi mejor amigo me había arrastrado a la torre de Ravenclaw y ahora esperaba sentado cerca de los ventanales mientras él hacía negocios con Paige, que por alguna razón había sido nombrada prefecta, y el golpeador estrella de Ravenclaw, un chico de séptimo.
—El mejor disfraz debe ganar una botella de whisky de fuego —dijo Paige.
—Es mejor regalar hongos —se quejó el tipo—. Potter, tú debes tener un poco, ¿verdad?
Por alguna razón, en Ravenclaw tenían un extraño gusto por sustancias alucinógenas. De las cuatro casas era la más propensa a ser descubierta por sus tendencias.
—No, pero sé que Marsh estaba cultivando, quizás ya haya cosechado algo —respondió Albus.
—El profesor Longbottom descubrió su cultivo en los invernaderos. Y el que tenía en su sala común no sobrevivió, al parecer la sala común de Hufflepuff no tiene las condiciones —comentó el jugador, haciendo una mueca.
Hufflepuff prefería la yerba y las cosas más bien relajantes. Seguramente habrían sido fans del opio hace unos siglos atrás.
—El alcohol le gusta a todos, si no, lo donarán. Los hongos son más complicados, mucha gente los considera casi drogas duras —interrumpió Paige, intentando arreglarse el cabello y fallando por completo—. Sigo diciendo que es mejor dar una botella.
Los Gryffindor solían mostrar más rechazo a ese tipo de sustancias, preferían matarse el hígado con grandes cantidades de alcohol.
—Ustedes sabrán —Albus alzó los hombros—. Pero solo cuento con alcohol, yerba y cigarrillos. Otra cosa la tienen que buscar por otro lado.
Slytherin tampoco tenía mucho gusto por los alucinógenos, por lo mismo Albus no había conseguido nada por el estilo. Las serpientes solían hacer una mezcla de alcohol, yerba, y pociones. Se buscaba un cambio de estado físico, no uno mental.
Debíamos ser las primeras generaciones que salían siendo drogadictos y alcohólicos de Hogwarts. McGonagall estaría muy decepcionada de enterarse de la realidad tras aquellas fiestas y que la unión de casas se basaban en esas sustancias.
—Bien, quedamos en eso —Paige sonrió, abriendo grande los ojos y viéndose particularmente perturbadora.
Me había perdido en mis pensamientos y no tenía ni idea qué se había resuelto, solo había captado la horrible expresión de la chica.
—Ah, pero tienes que traer todo justo antes de la fiesta, Flitwick suele hacer una inspección más temprano —agregó el chico.
Decidí que el tema no tenía que ver conmigo, así que observé el resto de la sala. Algunos estudiantes estaban haciendo sus deberes o charlando entre ellos, pero un grupo estaba repartido por toda la estancia, movían su varita contra los umbrales y los ventanales, parecían estar preparando todos los hechizos que nos ayudaría cuando nadie estuviera en sus cinco sentidos. Otro grupo decoraba, haciendo hechizos para crear un ambiente lúgubre y que aparecieran algunas criaturas fantasmagóricas.
—Podría ser, pero venir a dejar las bebidas, ir a nuestra sala común y luego volver no suena productivo —Albus hizo una mueca.
—Pueden traerlo antes y se los cuidamos, ¿qué dicen? —el golpeador alzó una ceja.
Albus me miró para saber mi opinión y yo solo me encogí de hombros.
—Entonces nos vemos el viernes —concluyó el golpeador.
El día de la fiesta cenamos con normalidad, pero en vez de regresar a nuestra sala común, nos dirigimos hacia la torre de Ravenclaw. En la entrada un par de chicos intentaban encantar a las águilas para que dejaran entrar a cualquiera sin que tuviesen que resolver sus acertijos, pero parecían estar teniendo problemas para lograrlo. Debido a lo ocupado que estaban, me tocó a mí adivinar la pregunta que nos hizo una de las estatuas para así entrar a la sala común.
Luego de pasar por una especie de gruta llegamos a la sala común, estaba bajo penumbra con unas velas alumbrando la estancia apenas lo suficiente para ver el sitio, todo estaba lleno de telarañas, algunas calabazas con rostros tallados e incluso unos cuantos murciélagos sobrevolaban el lugar. Había una especie de niebla en el suelo que solo le daba un toque más tétrico a la sala.
Algunos chicos de Ravenclaw ya tenían sus disfraces, pero en general seguían en uniforme arreglando los detalles. El golpeador del equipo apenas nos encontró, nos llevó hasta una mesa con un mantel negro y candelabros donde ya habían puesto golosinas y bocadillos con formas de arañas, partes del cuerpo bastante realistas, sombreros y calderos. Con Albus colocamos las botellas de los licores que habían pedido y dejamos al centro un caldero con ponche, mi mejor amigo había sumergido unas gomitas en forma de ojo el día anterior y ahora se veían casi como si fueran reales.
Dejamos todo listo y fuimos a cambiarnos al dormitorio de los de séptimo año donde habíamos dejado nuestros disfraces unos días antes. Lloyd, sentado en una cama, levantó un brazo a modo de saludo, pero no se me acercó ni habló, una chica lo estaba maquillando, haciéndolo más pálido y ojeroso de lo que ya era.
Elegir un disfraz se me había hecho complicado, no quería resaltar, pero tampoco quería verme patético. Albus había buscado la opción más rápida y solo se había puesto gafas, dibujado una cicatriz y puesto una corbata de Gryffindor para ser Harry Potter. Yo habría buscado algo igual de simple, pero en algún momento me había emocionado demasiado y le había pedido a mi padre que me consiguiera una armadura y un yelmo medieval. Mi progenitor había tenido la delicadeza de haberle puesto a todo un hechizo para hacerla liviana y silenciosa.
Poco a poco las personas comenzaron a llegar. Con Albus nos mantuvimos al margen, cerca de la mesa con comida para poder servirnos del ponche sin tener que movernos demasiado. Me había apropiado de una de las cajetillas y estaba mirando ansioso al resto, esperando que alguien encendiera su propio tabaco para así comenzar a fumar. En la espera, tenía el vaso con el vino tinto firmemente agarrado entre mis manos, una gomita de un ojo flotaba de forma grotesca.
—Debí imaginar que esos idiotas vendrían así —murmuró Albus.
En la entrada había cuatro personas, tres de ellas tenían un traje rojo y una máscara negra con un círculo, un cuadrado y un triángulo blanco, respectivamente, la cuarta persona vestía un abrigo negro y su máscara negra parecía un rostro algo geométrico.
—¿Es de una secta?
—¿No conoces el juego del calamar? —interrumpió Paige, apegándose demasiado a mí.
Me acerqué aún más a Albus, quien saludó de forma distraída a la chica de Ravenclaw, ella vestía un vestido demasiado corto y escotado y encima una capa roja, debía ser la Caperucita Roja, aunque podría ser cualquier cosa siendo ella.
—¿Qué juego es ese? —pregunté de todos modos.
—No es juego —me aclaró Albus—. Es una serie muggle, fue muy popular este año.
—¿Se disfrazaron de los personajes de esa serie?
Fred Weasley se había sacado la máscara con el cuadrado para recibir una botella de Wood, que iba vestido con un buzo verde con los hombros blancos, tenía un número, también blanco, estampado en el pecho y espalda de la sudadera.
—Recrearon toda la serie —explicó Paige, inclinándose hacia mí, para apuntar tanto a Wood como a otros chicos de Gryffindor que vestían como él—. ¿Tú viniste de armadura, Scorpius?
El tono meloso que usó para decir mi nombre me dio asco. Además de que no captara que no la quería cerca me tenía los nervios de punta. Mientras Albus reía por lo bajo, yo la miré con odio, moviéndome hacia atrás para evitarla.
—Está claro que es mucho más vieja que una armadura de Hogwarts —dijo una cuarta voz.
Polly Chapman miraba con desprecio a Paige. Casi de inmediato se enfocó en mí y extendió su mano.
—Vengo por cigarrillos —dijo.
—Wow, los modales por el culo —murmuró Albus.
—Estoy hablando con Malfoy, no contigo.
—Es conmigo con quién haces los tratos, no con él —replicó Albus.
—Ya, basta —me quejé, sacando uno de mis cigarrillos para ponerlo en la mano de ella—. Te daré solo uno, el resto cómpraselo a Albus.
—Si fuera Granger-Weasley me habrías dado la cajetilla completa —soltó ella, indignada—. Tienes un pésimo gusto, Malfoy.
Albus rodó los ojos y le dio un suave empujoncito, por suerte, ella se retiró sin decir nada, quizás más preocupada de que su disfraz de hada no se ensuciara. La brusquedad que había demostrado mi mejor amigo no detuvo a Paige de apegarse de nuevo a mí, me agarró el brazo y presionó sus pechos, intenté quitarla, pero solo logré que se me pegara más. Albus, maldito traidor, había dicho que buscaría algo para beber para luego dejarnos solos.
—Te dije que no había significado nada lo que pasó —susurré.
—Eres malo —Paige hizo un puchero que debía ser adorable, pero solo se veía patético—. Pero me gustan los chicos malos.
Una hora después estaba acuclillado detrás de un ataúd abierto que funcionaba como decoración, mientras me escondía, bebía a pequeños sorbos de un vaso con vodka y soda. Hace un buen rato que el ponche se había acabado y no me sentía lo suficientemente feliz como para detener mi consumo. Claro que mi estado de ánimo se debía a que me la había pasado huyendo de Paige que entre más ebria, más atrevida se volvía.
—¿Por qué siempre estás haciendo cosas extrañas?
Giré el cuerpo, pero calculé mal y terminé cayendo de culo. Escuché una risa divertida, pero al levantar la cabeza, Helios Zabini, vestido como algún griego, me miraba con lástima.
—¿Estás bien, Scorpius?
Una mano entró en mi campo de visión y la tomé sin dudar para ponerme de pie, agarrando con fuerza el vaso para no volcar su contenido. El chico del tren me soltó apenas estuve estable y me observó de pies a cabezas.
—¿Eres una especie de caballero? —cuestionó dudoso.
Bolaño parecía vestir ropa casual, pero bajo los ojos tenía líneas rojas y usaba una peluca de pelo negro que le llegaba hasta los hombros. No tenía ni idea de la criatura a la que se suponía estaba personificando, pero dudaba mucho que el arete en la nariz y en la ceja fueran parte del atuendo.
—Sí, uno de los caballeros del Rey Arturo —respondí.
—¿Por qué no viniste de Merlín? Muy usado y poco innovador, pero más digno que un simple caballero —Helios me observó de pies a cabeza—. Aunque hiciste un buen trabajo al personificar a Lancelot.
—¡No soy Lancelot! ¡Voy de Percival! —mencioné más indignado de lo que debía—. Percival tuvo de misión encontrar el Santo Grial, además que se unió siendo muy joven a los caballeros, había vivido toda su vida en un bosque con su madre y…
—Y repito —me interrumpió Helios—. ¿Por qué eres tan extraño?
Sentí mi rostro enrojecer y di un sorbo largo a mi bebida con el fin de mantener la boca cerrada, un mareo me invadió casi de inmediato.
—Oh, pero si es más original que tú, Helios —dijo Bolaño—. Al menos no vino de escorpión o de estrella, no usó su propio nombre como tú.
Zabini arrugó la nariz, rodó los ojos y me dio la espalda.
—Vamos a jugar a algo —dijo, sin especificar a quién estaba invitando.
—¿Qué? ¿Te molestó mi comentario? —el chico de Ilvermorny rodó los hombros de Helios con un brazo y lo obligó a encorvarse—. Scorpius va a creer que lo odias si le dices esas cosas.
El chico del tren giró la cabeza y me sonrió divertido.
—¿Cierto, Scorpius? —siguió.
—Él no me odia, no soy tan importante para él… Nadie lo es —encogí los hombros.
—Ouch, Helios Zabini, un chuchasumadre —ni siquiera pude distinguir la última palabra y al parecer Helios tampoco.
Fue entonces que me di cuenta que estaba ocurriendo algo bastante extraño. Según recordaba y en mi experiencia de los últimos 15 años, Helios amaba su espacio personal más que nada en el mundo, pero allí estaba, soportando una especie de abrazo. También era el tipo de persona que miraba en menos a cualquiera que no fuera Slytherin, sangre pura, rico e inteligente, a sus ojos todos éramos unos idiotas. Pero allí estaba, relacionándose con alguien que parecía transgredir toda su lista.
—Ustedes… ¿son amigos? —cuestionó dudoso.
—Somos panas —Bolaño obligó a Zabini girar para que me mirara—. Hermanos nacidos de diferentes madres, destinados a una amistad shonen.
No entendí la mitad de lo que dijo, pero sabía que no cuadraba. Sus personalidades simplemente no encajaban. Helios era demasiado serio, indiferente y con poca paciencia como para aguantar a un chico tan extrovertido, transparente y mucho más amable que él.
—Ah.
—¿Y ustedes de qué se conocen? —cuestionó Helios rápidamente—. Pensé que tu único amigo era Potter serpien… ¡Auch!
El chico del tren le había pellizcado un costado y miraba a Helios con el ceño fruncido.
—Scorpius es mi tutor en historia —explicó, sin disculparse por la agresión—. Tuve que tomar tutorías para historia, herbología y defensa contra las artes oscuras.
—¿Cómo hiciste el intercambio si te falta tanto contenido? —pregunté sorprendido, dándome cuenta casi de inmediato de lo ofensivo que había sonado.
—¡Ah! ¡Te han dicho tonto! —Helios rió.
Era una risa divertida, no las carcajadas sarcásticas o burlescas que solía usar. Quizás había escuchado ese sonido cuando era niño alguna vez, pero podía asegurar que Zabini ni siquiera reía estando ebrio o drogado, solo hacía cosas estúpidas.
—Me estoy poniendo al día con las cosas que no vi, acá hay plantas que allá no hay, y viceversa. También tengo un vacío en defensa —explicó Bolaño, ignorando a Helios—. Aunque sí soy tonto en historia, perdón por eso.
Zabini rió aún más, lo que fue aún más extraño. Quizás era el momento de pedir un deseo.
—Ten, Scorpius.
A mis manos llegó una nueva bebida, giré la cabeza y observé a Albus que pasó de sonreír a mirar ceñudo hacia Helios. Seguí su mirada y noté que la persona que le molestaba no era Zabini sino que el chico del tren.
—¡Hola! —saludó animado el estudiante de intercambio—. Supongo que lo que usas es un disfraz y no que has venido con el uniforme, ¿verdad?
—Es Harry Potter, hombre. ¿Que acaso en América no llegó la historia? —repuso Helios.
—Estados Unidos —corrigió el Gryffindor—. Bueno, sí, pero ahora es un auror, ¿no? Tiene toda esa pinta de milico… Es gracioso porque James es el cliché del hijo rebelde, bueno, no, solo en la parte de meterse en problemas.
Era un tema peligroso, las constantes comparaciones nunca habían sido tomadas bien por Albus, menos si se agregaba Potter a la conversación. Moví la pierna con ansiedad, pasando mi mirada entre todos, no quería que mi mejor amigo se molestara con el chico del tren, era lo suficientemente agradable y no hacía de las tutorías una tortura como Tachibana o Potter.
—Mira, acá tienes a alguien con menos imaginación al disfrazarse —Helios señaló a Albus con su mano—. Albus Potter, hijo del célebre Harry Potter.
El rostro de mi mejor amigo era inexpresivo, dependiendo de la respuesta del chico del tren iniciaría una eterna enemistad o una simple indiferencia.
—¡Ah! Eres el niño Potter que me faltaba conocer. ¡Un gusto! Soy Gabriel Bolaño, pero solo dime Gabriel, nadie sabe decir la "ñ", lo que es triste, es una linda letra... ¡Ah! ¡Ah! ¿Este es el Potter serpiente al que siempre te refieres, Helios? —era como ver a un cachorro que comió mucha azúcar y bebió demasiada cafeína—. Pero yo te diré Albus, porque puedo llamarte Albus, ¿verdad?
—¿Eh? Sí, no me importa —mi mejor amigo parecía consternado.
—Tu familia es tan variada —comentó riendo.
Helios se veía algo descolocado, pero simplemente negó con la cabeza y dio media vuelta. El chico del tren soltó un comentario despidiéndose y volvió a tirarse sobre Zabini que lo único que hizo fue darle un suave codazo. Estaba seguro de que no estaba tan borracho como para aguantar aquello. Ignoré por completo el incómodo vacío en mi estómago.
—Eso es raro —dijo Albus.
Iba a responder, pero Zabini se había puesto al centro de la sala común y había levantado una cajita.
—¡Vamos a jugar! Este juego se llama hell-Oh! y…
Dejé de escuchar y solo busqué desesperado por la habitación. Para mi mala suerte, Potter había estado haciendo de bufón para sus primos y, como todos, había prestado atención a Helios cuando habló. Casi de inmediato me observó y supe que se había dado cuenta de quién era la persona que me había chantajeado en el verano. Aterrado por todo lo que significaba, le murmuré a Albus una estúpida excusa y salí corriendo hacia los dormitorios de las águilas.
En el pasillo me dediqué a calmarme y a convencerme de que el hecho de que Potter supiera que Zabini me había intimidado no significaba que se enteraría del beso que le di a Paige y no le diría a todo el mundo de eso, lo que no haría que Albus hiciera preguntas y descubriera que nunca entregué la foto de Potter porque me sentía muy culpable, y si Albus no sabía de mis remordimientos, no se enteraría de que había hablado con su hermano sobre lo mucho que había significado el beso que nos dimos y mientras no lo supiera, no me odiaría al enterarse.
Así que me convencí de que el conocimiento de Potter no significaba que me iba a quedar sin amigos.
Por andar distraído, no me di cuenta que me había ido a la sección de chicas y que la habitación de las de sexto me había dado el paso porque yo no tenía ninguna intención hacia ellas. Entré silencioso, no queriendo despertar al probable borracho que no había aguantado la fiesta y lo habían tenido que acostar.
Lo primero que escuché fue un ruido de succión y de saliva.
—Espera, esto se enredó —susurró una voz femenina.
—Da igual —susurró otra, también de chica.
Los ruidos se reanudaron y aunque había bebido, no había sido lo suficiente como para que no me diera cuenta de que dos personas estaban muy ocupadas comiéndose la boca. Y no solo eran dos personas, eran dos chicas.
Quería regresar, pero me daba vergüenza que notaran mi presencia. Además, si lograba salir, pero a último momento me escuchaban, les generaría ansiedad al saberse descubiertas. ¡No! ¡No quería nada de eso!
—Juno, no hagas eso —murmuró una de las voces de forma ahogada.
Mi intención de volverme invisible y sordo se arruinó en cuanto registré el nombre. Existía solo una Juno en Hogwarts y Juno Zabini jamás se estaría besando con otra chica. Me moví lo suficiente para poder ver más allá de la cama que nos separaba y noté a dos figuras pegadas a la pared. Mi vista poco a poco se acostumbró a la poca luz —por suerte, en los dormitorios de Ravenclaw entraba la luz de la luna, no como en Slytherin— y noté algunos detalles de ambas chicas.
Juno estaba sobre la otra persona, la había visto al principio de la fiesta y había ido disfrazada de sol o algo así, sobre su afro había una diadema con puntas para simbolizar los rayos. Tenía una mano en el cuello ajeno y la otra sobre su cadera, el beso que le estaba dando era demasiado intenso como para fingir que no se estaban liando. Pero lo que me dejó pasmado fue la joven entre la pared y Juno, Rose había envuelto el cuello de la menor de los Zabini con sus brazos y había atrapado a la chica de Slytherin de la misma forma posesiva con la que era sujetada.
Mis pensamientos comenzaron a ir tan rápido que me mareé, definitivamente no podía estar allí. Con todo el cuidado que la borrachera me permitía, retrocedí y abrí la puerta, la madera soltó un chirrido, pero las chicas estaban demasiado ocupadas metiéndose la lengua que hasta que me vi en el pasillo seguía escuchando el ruido de sus besos. Miré la puerta unos segundos y me di cuenta que ahora había sido yo el que las había visto, pero la próxima persona quizás no iba a ser tan amable. Con la varita hechicé el lugar con un confundus, de esa manera la gente se olvidaría de entrar.
En ese momento no pensé muy bien lo que estaba haciendo, el descubrimiento me había asombrado y no sabía cómo reaccionar. El hechizo había sido una estupidez que me había dejado en evidencia, nadie ponía un encantamiento solo porque sí, pero eso era mejor a que alguien las viera. Creo que nunca me detuve mucho a pensar en lo que sucedió en esa fiesta, estaba tan paranoico que si analizaba cualquiera de los pequeños hechos que habían ocurrido, habría significado volver al problema de siempre. A veces me gustaría no haber sido testigo de nada.
¡Muchas gracias por leer!
Por cierto, quizás crean que es un poco exagerado todo el hilo de pensamiento de Scorpius, pero hay que recordar que está en un sitio muy homofóbico donde hasta hace unas semanas ni siquiera sabía que era posible que no le gustasen las chicas, y aunque admitió eso para sí, lo sigue viendo como algo enfermo/malo/anormal. Además, es un niño que ha sufrido bullying (esto es canon, al menos si tomamos en cuenta el legado maldito), por lo que aferrarse y hacer un pilar central de su vida a una de las pocas personas que mostró preocupación, simpatía y amor hacia él... pues es natural. En fin...
Nos vemos en el próximo capítulo: Gryffindor contra Slytherin
