Disclaimer: el mundo mágico y sus personajes no me pertenecen, tampoco gano dinero escribiendo esto, solo dolor y sufrimiento.
Advertencias: Relación ChicoxChico. Slow Burn. Angst. Enemies to Lovers. Hurt/Comfort. Uso de drogas en menores. Homofobia, mucha homofobia. Un mundo mágico lgbtfóbico. Mención de suicidio. Depresión. Albus Potter es un mal amigo. Si cualquiera de estos temas te incomoda, te invito a buscar otra historia. En esta se va a sufrir mucho...
Pareja: Es un slow burn, así que esto pasará muuuuucho después, pero pongo de inmediato que la pareja es James Sirius Potter con Scorpius Malfoy
Capítulo 20: Border Collie
A mamá le gustaba la naturaleza, pasábamos mucho tiempo afuera porque ella quería mostrarnos a mi padre y a mí lugares maravillosos. Ella decía que había algo especial en la mezcla de temperatura, luz, brisa y ruido, que era necesario todo eso y más para que un paisaje se volviera hermoso.
Luego de que Albus se fuera y me diera cuenta que había tenido razón sobre mi actitud, intenté tranquilizarme. Me puse los tenis y até los cordones con una fuerza que me estrujó el pie. Estaba tan molesto conmigo mismo que solo atiné a darle una fuerte patada a la banca de madera y volcarla apenas me levanté. El uniforme sucio, la toalla húmeda y el suéter que aún no me ponía cayeron al suelo.
—Maldita sea.
Presioné las palmas contra mis ojos, evitando que el llanto me invadiera o que cualquier sentimiento de frustración se escapara. Al mismo tiempo, comencé a pasearme de un lado a otro, fuertes y sonoras zancadas que no llevaban a ningún lado.
—Merlín, ¡Carajo!
Me detuve y observé molesto la banca tirada, dándole una nueva patada. Hubo un sonido metálico cuando chocó contra los casilleros, pero no me hizo sentir mejor. Me puse de cuclillas y me agarré el cabello mientras continuaba recitando una serie de insultos y maldiciones.
—¡Wow! Y yo pensaba que Fred era un mal perdedor.
Levanté tan rápido la cabeza que me mareé y perdí el equilibrio. Tuve que apoyar mi peso en mi mano izquierda lo que me dejó en una posición aún más humillante. Potter volvía a vestir su ropa monocrática y se veía bastante cómodo apoyado en el umbral de la puerta. De por sí aquello era un fastidio, pero la sonrisita que parecía a punto de brotar fue la gota que colmó el vaso de mi inexistente paciencia.
—¿¡Qué haces!? ¡Vete! ¡Eres un…!
El insulto fue silenciado cuando no logré ponerme de pie y me vi de culo en el suelo. Solté un grito de frustración y decidí que lo mejor era no levantarme.
—Ajá… ¿Siempre eres así?
Potter entró al vestuario, cerrando la puerta tras de sí. Por cada paso que daba hacia mí, yo me alejaba arrastrándome. Empezaba a sentir un instinto asesino y a odiar el hecho de haber dejado la varita dentro del casillero.
—Por Merlín, debe ser difícil ser Pucey si sus jugadores son así.
—Cállate.
Sorprendentemente, Potter me obedeció. Incluso se detuvo y me observó con una ceja alzada.
—No digas nada de Pucey. Ni de mí —mi voz sonó más a amenaza que a sugerencia—. ¡No tienes ningún derecho cuando eres un mentiroso tramposo!
Aunque tenía las dos manos en el suelo, tuve que cerrarlas en puño y clavarme las uñas para calmarme. Potter había fruncido el ceño y había vuelto a caminar hacia mí. Me arrastré hasta que choqué con una pared, luego de un pequeño vistazo me di cuenta que había recorrido el camerino arrastrándome por el suelo. El Gryffindor aprovechó mi posición para acorralarme y se agachó frente a mí.
—No soy tramposo —dijo con una voz suave, contraria a su rostro tenso.
—¿No? ¡Já! Sabías que Weasley trató de botarme de la escoba y no dijiste nada. ¡Preferías que me expulsaran a que le dieran una sanción!
Potter chasqueó la lengua y desvió la mirada. Yo apreté el puño con aún más fuerza, sentía mis brazos temblar y mi respiración cada vez más agitada.
—No fue mi intención… Iba a encontrar la forma de que no te…
—¡No fuiste tú! —le interrumpí—. Si tu guardián no hubiese dicho la única cosa sensata en esa situación, no habría podido volar.
—Seguiste jugando, no sé por qué estás tan enojado —respondió, rodando los ojos.
—¡Porque eres un hipócrita! —le grité en la cara.
Ambos nos quedamos en silencio. Potter no parecía seguro sobre qué hacer y solo se mantenía agachado frente a mí. Y yo intentaba no dejarme llevar por el enojo.
—Quita —murmuré, dándole un empujón.
El capitán se mantuvo estable en su posición.
—Dije que quita —lo empujé con algo más de fuerza, pero logré el mismo resultado—. ¡Carajo! ¡Déjame en paz!
No sabía dar golpes ni defenderme, eso lo tenía claro. Pero en ese momento pensé que siempre había una primera vez para todo, sin embargo, y de forma esperable, resultó bastante mal. La postura en la que estaba no era la mejor y el puñetazo que di fue atrapado por la mano de Potter quien me empujó a través del agarre. El impulso me desestabilizó y terminé golpeándome la cabeza con la pared.
—¡Mierda! ¡Suelta!
Intenté darle una patada, pero la esquivó con facilidad y yo quedé recostado boca arriba en el suelo con mi puño aún envuelto por la mano de Potter.
—Vaya que eres mal perdedor.
No parecía molesto, tampoco divertido.
Lo miré con odio y volví a moverme, me agité como un pez fuera del agua, intentando darle aunque sea un solo golpe. Potter intentó agarrarme, pero yo no estaba siendo razonable, así que le fue difícil predecir mis movimientos. Cuando logré arrodillarme y zafarse, había juntado el suficiente enojo como para ver todo rojo.
—¿¡Ya te cansaste!? ¡Vete, mierda! ¡Finge que eres como ellos!
Si fuera por mí, la discusión continuaría hasta que me cansara, y con el poco filtro con el cual estaba operando iba a terminar diciendo algo de lo que me arrepentiría más tarde. Potter se dio cuenta de eso bastante rápido, así que hizo la única cosa que podía hacer.
Cuando me moví hacia él sin ningún plan más que hacerle daño, una fuerza me empujó hacia atrás y algo pesado se recostó en mi pecho. Una pata peluda me tocó la cara.
—¿Qué…?
De nuevo estaba recostado boca arriba en el vestuario, aunque ahora tenía encima un perro mediano, peludo y que me miraba con las orejas levantadas y la lengua afuera.
—¿Qué es esto? —cuestioné al borde de la histeria.
El animal soltó un ladrido y me usó de trampolín para regresar al suelo. El abdomen se me resintió por aquel movimiento, pero no tuve tiempo de agonizar de dolor. Una nariz húmeda golpeó mi brazo repetidas veces, intentando meter el hocico por debajo. Moví el brazo lo suficiente para que el canino se colara debajo y me quedé mirando embobado a la criatura que no dejaba de removerse. Nunca había tenido mascotas y mi contacto con animales domésticos era casi nulo, pero en los últimos veranos mi padre había insistido en visitar a Luna Scamander como una forma de empezar a socializar y eso había llevado a que aprendiera a convivir con animales.
—Bien, ¡bien! Solo no golpees…
Con algo de temor puse mi mano sobre la cabeza del animal y acaricié siguiendo la dirección del pelaje. La cola peluda se movió de un lado a otro, barriendo el suelo, por lo que ofrecí caricias algo más seguras. Detuve el movimiento de todas formas, intentando procesar toda la situación, el perro no se vio muy contento y levantó una pata con la que me tocó de nuevo la cara.
—¡Está bien! ¡Está bien!
Las caricias pasaron de la cabeza al lomo y dado un momento el canino se tiró al suelo boca arriba, encogiendo las patas delanteras y mirándome de forma insistente. Un perro era un perro y terminé acariciándole la panza y debajo de la barbilla.
—Oye… Ya entendí… —dije unos minutos después—. Ya no… Ya no estoy enojado.
Alejé mi mano y me aparté, poniéndome de pie. El perro se sentó y en un pestañeo tuve enfrente a James Potter, sacudiéndose la ropa.
—Tenías que ser animago, ¿verdad? —suspiré y negué con la cabeza.
—¿Por qué suenas tan decepcionado?
Volví a suspirar y fui a la banca para volver a acomodarla, verifiqué qué tanto daño le había hecho y me dejé caer. Potter pasó su varita por la madera y susurró algún hechizo para luego acomodarse a una distancia prudente de mí.
—Porque lo haces todo y lo tienes todo. Por supuesto que ibas a ser un animago… —apoyé las manos en el borde y me tiré hacia atrás, mirando el techo—. Aunque nunca escuché nada de eso…
—Somos animagos no registrados —explicó.
—¿Somos? —giré la cabeza un poco para verlo.
—Eh… Soy. Dije soy —Potter se rascó la mejilla.
—Tú y tus primos, ¿no? Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis… —volví a suspirar.
Miré de nuevo el techo, buscando formas en las manchas que allí habían. Después de mi arrebato me sentía agotado tanto física como mentalmente y empezaba a sentir los dolores que me había dejado tanto el partido como la estúpida pelea.
—Lo siento… —me senté correctamente—. Por gritarte y por decirte esas cosas.
Potter apoyó su mano en mi hombro y presionó un poco. Cuando lo miré, sonrió de forma brillante, mostrando todos los dientes. No supe por qué eso me hizo sentir peor.
—Acepto tus disculpas, pero creo que deberías hacer algo con tus problemas de ira —saqué de un manotazo su mano—. ¿Ves? Enojo mal reprimido.
—Entonces eres un perro —cambié de tema—. De alguna forma te queda, aunque habría apostado por uno más grande.
—Los border collie son geniales.
—¿Los qué…?
—La raza. Me transformo en un border collie, son perros que pastorean y son muy inteligentes —dijo orgulloso.
—Tú no eres inteligente.
Potter me dio un suave golpe en la cabeza, que de todas formas me sobé, y le miré mal. Mi enojo se había esfumado, pero la costumbre me impedía hacerle un halago. No sabía nada de animales, mucho menos de razas, pero sí había visto a perros corretear alrededor de ovejas en extensos campos, eran rápidos y estaban llenos de energía. Quedaba bien para alguien como él.
—¿Y tus primos?
—No son tan geniales como yo, obvio —Potter sonrió, alzando la barbilla—. ¡Ah! Pero no le puedes decir a nadie que dije eso.
—¿No debería preocuparte más la parte de que son animagos ilegales?
—Nah, mi abuelo también lo fue, solo sigo la tradición familiar —él rió y se peinó el cabello hacia atrás—. Y tú no le vas a decir a nadie, ¿verdad?
Encogí los hombros. Ya había guardado un montón de secretos que ni siquiera le había dicho a Albus, podía vivir sin revelarle que su familia podía transformarse en animales a su antojo y no sentirme demasiado culpable por ello.
—Kowalski es un ruiseñor, le queda bien para enterarse de cosas, aunque no es tan llamativo como a ella le gustaría. Private es un pez dorado, inútil por ahora. Rico es un chimpancé, lo usamos para… varias cosas —explicó.
Lo miré confundido.
—¿Qué? ¿No creías que los cuatro lo hubiésemos logrado?
—No tengo ni idea de quién es quién. Sé que me mandaste una carta firmada como Skipper o algo así, pero no lo entendí —confesé.
—Es por los pingüinos de Madagascar, fue alucinante verlos en acción, en ese momento dijimos que haríamos cosas más geniales que ellos.
—¿Es… una banda?
Potter se llevó una mano al pecho y abrió grande la boca, me miraba completamente indignado, como si le hubiese dicho que toda la comida sería verde o que ya no habría más quidditch.
—¿No conoces…? ¡Ah! En serio que la educación mágica está atrasada —resopló—. Son de una película de animales, entre ellos están los pingüinos. Cada uno tiene un nombre y cumple una función en el grupo, como nosotros, los Jinetes. Kowalski es inteligente y razonable como Dominique. Private es adorable y sirve de señuelo como Lucy. Rico es un loco que tiene de todo a mano como Fred. Y Skipper es el líder, el de los planes… como yo.
—Ah.
—Vamos a ver la película y lo vas a entender —concluyó, cruzándose de brazos.
—No se puede en Hogwarts, genio.
—Obviamente será cuando estemos de vacaciones —rodó los ojos y se giró hacia mí—. ¿Salimos?
Me levanté y ordené el desastre que había dejado, recuperando mi varita y guardándola. Tenía los músculos resentidos, así que mis movimientos eran un tanto torpes. Además, sentía un dolor punzante en la cabeza por el golpe que me había dado y la pierna me escocía cada vez más. Cada paso generaba roce con el pantalón y estaba siendo difícil ignorarlo.
—No te curaste, ¿verdad? —Potter negó con la cabeza y suspiró, se veía bastante como Madame Pomfrey—. ¿Dónde te duele?
—Estoy bien, si duermo se pasará.
—Nada de eso. ¿Dónde?
Para mi sorpresa, el Gryffindor era bastante bueno en hechizos curativos. Mi cabeza dejó de doler luego de que me tirase un hechizo y tuvo mucho cuidado en limpiar la herida en mi pierna antes de vendarla. Sabía que debía ir a la enfermería para curar la quemadura o conseguir algún ungüento, así que seguí sin cuestionar a Potter cuando me sacó de los vestidores.
No había nadie a la vista y empezaba a refrescar, un viento helado se levantaba de vez en cuando y recordé que llevaba el suéter en la mano. Por distraerme al ponerme la prenda no me di cuenta que nuestros pasos en vez de ir al castillo se dirigían hacia el bosque hasta que Potter me agarró el brazo y me obligó a mirarlo.
—Un poco más allá hay un claro —dijo como toda explicación.
Caminamos por entre los árboles hasta que un par de metros más allá el bosque se abrió e iluminó, habría sido un buen lugar de no ser por los thestrals que se paseaban. Potter los ignoró y siguió caminando hasta llegar al medio, recién allí soltó mi brazo para, en su lugar, mover la varita. Observaba un tanto ansioso a las criaturas y sus movimientos, por lo que me perdí todo lo que el Gryffindor había hecho y me sorprendió un poco verlo sentado sobre una manta y con emparedados al frente.
—¿No tienes hambre? —preguntó—. Yo estoy famélico.
—¿Cuándo…?
Me senté de todas formas, admirando el picnic improvisado. Potter me dejó un vaso de jugo de calabaza en una mano y un sándwich en la otra.
—Le pedí a los elfos comida y la dejé aquí.
—¿Por qué ibas a comer solo?
—Estoy contigo, no solo.
—Potter…
Entonces caí en cuenta de algo tan obvio que había pasado por alto.
Cuando un equipo ganaba un partido iba a celebrar a su sala común, hacían una fiesta que duraba toda la tarde y hasta parte de la noche. Gryffindor había ganado, así que debía estar ocurriendo una gran fiesta en la Torre de Gryffindor, una alrededor de los jugadores. Potter, siendo el capitán y el cazador estrella debía ser el centro, por supuesto. Pero lo tenía frente a mí en medio del bosque.
—¿Por qué no estás celebrando? —concluí.
—Es aburrido —me instó a darle un mordisco al emparedado—. Siempre es lo mismo, será mejor cuando ganamos la Copa.
—Pero eres el capitán. Y tienes amigos… —tomé jugo para poder tragar lo que había mordido—. ¿Por qué estás en el bosque lleno de thestrals conmigo?
—¿Hay thestrals? —Potter observó hacia todos lados, ignorando mi pregunta—. Ah, ¿tú los ves…? Lo siento.
Apreté los labios y miré hacia un potrillo que agitaba sus alas. Siempre había sabido que se encargaban de tirar de los carruajes y que solo serían visibles a mis ojos si veía la muerte, fue por ello que con Albus nos sorprendimos de verlos el año anterior. Después de los viajes en el tiempo había sido inevitable haber sido espectador de un par de muertes.
—No contestaste mi pregunta —observé.
—Por eso odio a la gente inteligente —Potter bufó y se metió el resto de pan a la boca para luego tomar otro—. Supuse que estarías sintiéndote como la mierda y manejando como la mierda lo que sentías.
—¿Por qué? —fruncí el ceño.
—Porque así actuaste en el verano. Si no tienes lo que quieres de la forma en que lo quieres, todo se derrumba a tu alrededor —Potter me obligó a comer.
Me alejé, pero no solté el pan que tenía en la mano. No me había dado cuenta que tenía hambre, pero una vez que había visto y olido la comida, mi apetito se había abierto. De todas formas, estaba al borde de volver a quedar inapetente por el tema.
—No soy así —me quejé.
—Lo eres.
—Claro que no.
—¿Quién es el que se molestó cuando vio que su nuevo amigo era jugador y no le había dicho nada? ¿Y quién dejó de estar molesto cuando ese nuevo amigo le defendió? —Potter alzó ambas cejas—. Para ponerlo en palabras simples, piensas con el corazón, no con la cabeza.
Hice una mueca.
—¿Cómo sabes que es mi nuevo amigo?
—Malfoy, eres una persona muy transparente. Todo lo que dije fue porque se vio en tu cara.
—Ni siquiera me estabas prestando atención.
—Uhm… —sonrió como cuando hacía una broma y fingía inocencia—. Bien, me atrapaste, chico inteligente. No te presté atención, no vi tu cara. Fue mi guardián el que confesó todo… de alguna manera.
—¿Confesó?
—Verás, acepto que mis chicos sean amigos de alguien de Slytherin, incluso acepto que sean amigos de la serpiente de Zabini —continuó—. Me preparé para que hubiese un drama desde allí, nunca predije que tú serías el foco. Eres tan testarudo, es difícil hablar contigo.
Junto a sus últimas palabras, Potter me picó la mejilla con un dedo. Volví a darle un manotazo para quitarlo. Me habría ofendido por sus palabras, pero no era la primera vez que armaba una escena frente al mayor, así que no me podía defender. Seguí comiendo en silencio, observando al Gryffindor balancearse, jugar con sus manos, destripar el emparedado, entre otras cosas. Parecía que no podía quedarse quieto.
—¿Por qué…? —negué con la cabeza—. ¿Vas a seguir molestándome? En los pasillos y en las tutorías.
—¿Quieres que deje de ir a las tutorías?
—¡Por supuesto! ¡Solo distraes a los demás y haces que Tachibana sea aún más seria!
El chico encogió los hombros, despejó la zona a su lado y se recostó. ¿Cómo alguien podía ser tan maduro en un momento y tan infantil al otro? No lo entendía.
—Solo no distraigas a mi guardián.
—¿Eh?
—A Gabriel… Merlín, tiene un apellido tan extraño… Pero a ese chico no lo incentives a saltarse los entrenamientos —me señaló con el índice de forma acusadora.
—¿Por qué haría eso? Coordinamos los horarios justamente para que los tiempos no chocaran.
Potter hizo un sonido extraño, mitad resoplido mitad risa.
—Eres tan denso… Bien, dejaré de ir —encogió los hombros.
Era increíble lo rápido y fácil que todo se estaba arreglando, lo que me aliviaba bastante. Sin Potter dando vueltas, las tutorías serían más amigables y hasta entretenidas. De verdad que era jodido tener a ese tipo tras uno, en esos momentos entendía un poco todo el odio de Albus hacia su hermano mayor… Ese pensamiento me llevó a cuestionarme por qué me había vuelto víctima de su estupidez.
—¿Qué te hice? —cuestioné, levantando todas mis defensas.
—¿Sobre qué?
—Para molestarme, ¿qué te hice? No he planeado nada con Albus, no te hice nada. ¿Por qué te metiste a las tutorías?
En vez de responder, el Gryffindor se puso de pie y me tiró del brazo, apenas salí de encima de la manta, se ocupó de guardarla y dejar todo como estaba antes. Me crucé de brazos, presionándolo de esa manera a que me contestara.
—Malfoy… —me miró casi suplicante.
—Potter —respondí en un tono seco.
En vez de recibir palabras vacías que no decían nada, el mayor adquirió la forma de perro y se tiró sobre mí, apoyando las patas delanteras sobre mi suéter. Trastabillé, pero logré mantenerme en pie y el animago empezó a correr a mi alrededor, agarrando con el hocico mi pantalón o mi manga. Estaba claro que quería que le siguiera.
Sabiendo que era una lucha perdida enfrentar a un James Potter tan terco, seguí sus pasos de mala gana. Nos internamos en el bosque, alejándonos de los thestrals. El perro olisqueaba todo antes de decidir un camino, corriendo para luego regresar y asegurarse que estaba detrás de él. El ambiente tranquilo donde apenas se escuchaba el viento y unos cuantos pájaros me fueron calmando y llegué a disfrutar la extraña caminata.
—¿No estamos yendo demasiado lejos? Está oscureciendo…
El animal, en vez de volver a tomar forma humana o detenerse, salió corriendo persiguiendo un conejo. Yo continué avanzando, evitando las ramas bajas o los charcos en el suelo. Estábamos en la zona norte, así que aún deberían quedar unos cientos de metros antes de internarnos en el Bosque Prohibido, lo sabríamos cuando las sombras fueran más grandes, el aire más húmedo y hubiese una sensación de ser observados. De momento estábamos seguros.
—Esto es lo que quería mostrarte.
Potter susurró detrás mío, apoyando sus manos en mis hombros. El gesto no impidió que me sobresaltara y me viese obligado a ahogar un chillido.
—Y no te preocupes por la hora, aunque sea de madrugada sabré cómo regresar —me sonrió para luego soltarme.
La maravilla de Potter era una gran roca que estaba bastante limpia como para estar en medio del bosque. A su lado un árbol caído tan alto como yo había generado todo un ecosistema. Diversas plantas que podía identificar servían para pociones, mucho musgo, flores, enredaderas y ramitas salían de la madera podrida.
—Vamos a subir.
—¿¡Qué!?
Potter ya había escalado el árbol para luego cruzar hacia la roca. Podía ver los lugares donde había pisado para darse altura y estaba seguro que la madera colapsaría si le daba más peso.
—Dale, venga. O te lo vas a perder.
Miré al chico que se había inclinado, apoyando la zurda sobre la roca mientras me extendía la mano derecha. Tragué saliva, junté valor y me aferré a su mano para luego hacer el mismo camino que había hecho. Al segundo paso mi pierna se fue dentro del tronco y sentí muchas cosas revolotear, antes de que el pánico me invadiera, Potter ya había logrado sacarme y me había tirado para que subiera a la roca.
—¡Eso fue peligroso!
—No… No fue para… para tanto —respondió jadeando luego del esfuerzo que hizo al moverme—. ¡Ah! ¡Espera un poco!
Mientras lo veía recuperar el aliento, me concentré en limpiarme el pantalón. El musgo había manchado la tela y algo había creado un hoyo, pero mi cuerpo estaba ileso.
—¡Bien! Justo el momento.
Sin ninguna consideración me agarró del suéter y me obligó a levantarme. La parte del bosque donde estábamos era algo más elevada, por lo que la altura que nos ofrecía la roca permitía ver sobre la copa de los árboles. Hogwarts se levantaba imponente a contraluz, el Lago Negro brillaba reflejando los tonos rojizos del ocaso y era imposible distinguir el otro lado.
—Es… precioso —susurré.
El sol ya se había ocultado, así que pronto los hermosos colores se perdieron y la oscuridad comenzó a tragar todo. El castillo empezaba a iluminarse y el agua reflejaba las antorchas. Seguía siendo una hermosa postal.
—Dijiste que te gustaban las estrellas, ¿no? Las estrellas y los olores, o algo así entendí.
Ladeé la cabeza para poder mirar a Potter, el chico no me miraba. Parecía concentrado en el mismo paisaje que me había atrapado.
—¿Cuándo dije eso?
—Cuando estábamos jodidamente drogado —Potter al fin me observó, alzando una ceja—. Como sea, dime dónde está Sirius y háblame de su historia. ¡Oh! ¡También de Leo! ¿Sabes que ese es mi signo? Nací para ser Gryffindor, ¿cuándo estás de cumpleaños?
El bombardeo de información me descolocó, pero me aferré a la última pregunta.
—A finales de enero.
—Uhm… ¿Acuario? Sí, Acuario. ¿Dónde está Acuario?
A medida que las estrellas se hacían visibles, Potter me obligó a mostrarle diversas constelaciones y a contarle la historia alrededor de ellas. Usamos la roca como asiento y el Gryffindor se dedicó a tirar encantamientos para mantener el calor. Cuando pienso en el pasado y recuerdo ese día tengo una sensación agridulce, no puedo evitar preguntarme si James Potter me estaba consolando a mí por haber perdido un partido o a sí mismo por no ser fiel a sus principios. De alguna forma, todas mis memorias con él siempre tuvieron un tinte triste y sofocante, podíamos estar lejos del mundo, pero el mundo siempre iba a estar con nosotros.
¡Muchas gracias por leer!
Próximo capítulo: Madrugadas
