Disclaimer: Los personajes no son míos.
Dicho esto, introduzco mi primer large fic DrHr, aunque no sé bien cómo acabará ni cómo lo continuaré, solo tengo la idea principal, espero que el resto venga solo. No sé si colocaré lemmon en algún momento, pero si lo hiciera, avisaré. Y ahora, les dejo con el chap
In the moonlight shadow
Capítulo 1: Infancia perdida
Hacía un radiante día de verano. Y el bosque, con su paisaje, hacía el marco perfecto para ir de acampada, de picnic o a pescar. Un grandioso bosque, con más de 100 hectáreas puras, donde altos árboles crecían, con un valle donde se podía descansar, en mitad del claro, y un río, tranquilo y de cristalinas aguas, donde multitud de peces habitaban. Hermosas flores decoraban el paisaje. El lugar ideal.
Eso sí, este bosque era un lugar poco frecuentado, ya que casi nadie sabía de su existencia, y aquellos que lo conocían decían de él cosas extrañas: un bosque embrujado, encantado, donde te ocurren multitud de desgracias. Al menos eso decían los habitantes de las aldeas más próximas. Y en esas condiciones, cualquiera piensa en acercarse siquiera al perímetro. Y aun en los mejores días de primavera, el bosque era un recinto solitario.
Como en aquel precioso día. Aunque en ese día en especial, la tranquilidad permanente del bosque había sido rota. Un hombre de mediana edad, ataviado para la pesca se internaba en la espesura, en busca del río, provisto de cañas y demás artilugios. A este hombre le seguía una niña pequeña, de unos 5 años aproximadamente, pelo castaño enmarañado, grandes incisivos, ojos ámbar, y expresión asustadiza. Caminaban hacia el suroeste, guiados por una brújula.
- Papá, ¿Sabes dónde estamos?- preguntó la niña, rehuyendo de cualquier planta rara que se cruzase.
- Si, pequeña, no te preocupes, estamos a pocos metros del río. Y alégrate, que hace un día espléndido.- dijo el hombre mayor, claramente alegre mientras tarareaba una canción y agitaba las cañas de pescar que llevaba al hombro.
- Pero dicen que este bosque está encantado. Papá, tengo miedo.- decía la pequeña, asustada hasta del más pequeño insecto.
- Tranquila, mi vida, ya llegamos al río.
Y así, apartando árboles de su camino, ambas personas llegaron hasta la orilla del río, a campo abierto. Desde allí pudieron observar la tranquilidad del bosque y el brillo del sol, quedando maravillados con la vista. La pequeña niña comenzó a saltar y a danzar, mientras su laborioso padre se asentaba en los guijarros de la orilla, preparando las cañas, tanto la suya como la de la pequeña. Mientras, ella corría, saltaba, jugaba con el agua, y admiraba a los renacuajos que remontaban el río. Su padre la miraba maravillado.
- ¡Pequeña! ¿Quieres pescar?- le preguntó su padre sonriente.
- ¡Claro que sí!
La pequeña echó a correr hacia donde estaba su padre. Recogió su caña del suelo, con el cebo ya colocado, y lanzó el extremo de la caña lo más fuerte que pudo. Aguardó pacientemente a que un pez picara, observando como su padre esperaba sereno que algo ocurriese. Y así, de buenas a primeras, ocurrió. La caña de la niña empezó a tambalearse, como si algo la empujara hacia dentro. Ella se movía agitadamente, intentando mantener el equilibrio. Su padre había perdido la serenidad para reír a carcajadas.
- ¡Tira!- le decía alegremente
Y la pequeña se esforzaba por cumplir las órdenes de su padre. Tiró de la caña con todas sus fuerzas, hasta que salió un enorme pez, rendido por la guerra que le daba la niña, mostrando el brillo de sus escamas ante el brillo del sol. La pequeña lo contempló, alegre y orgullosa, mostrando su premio a su querido padre.
- Muy bien, pequeña. Con dos más como ese, comemos hoy, y con más, conseguimos un buen trofeo.
La niña se sentía recompensada con la alegre risa de su padre. Siguieron pescando alegremente hasta que el cubo estuvo lleno con más de diez peces. El hombre explicó laboriosamente que esos pescados que habían atrapado eran propios de ese bosque, que en ningún sitio los había como aquellos, y que eran muy afortunados por los resultados obtenidos. La chiquilla no hacía más que sonreír.
- Y ahora podemos comer tranquilamente.- sonreía mientras miraba los hierros que había traído para asar los peces y poder comerlos.- Pero antes necesitamos leña.- dijo, mientras le desaparecía la sonrisa.
- ¿Leña? Si quieres, voy yo a por ella.- se ofreció la niña. El padre volvió a sonreír, en agradecimiento.
- Gracias, pequeña, vuelve dentro de... - miró su reloj.-... media hora. ¿De acuerdo?
- Claro.- dijo la pequeña.
Sin dudarlo un momento, se internó en la espesura del bosque, con la esperanza de poder encontrar leña a los alrededores del claro. Pero apenas encontró tres ramitas secas, lo cual la obligó a seguir. Fue avanzando por el bosque, pero con la mala suerte de que parecía que ya había llegado alguien y había recogido toda la leña, pues no encontraba absolutamente nada.
Pasó la media hora, y la niña empezó a asustarse, pues se había dado cuenta de que no sabía ni siquiera donde estaba, y que debía haber vuelto ya con su padre. Tal vez su padre estaría preocupado buscándola, pero ella no podía ver nada. Se sumió en la desesperación, lentamente, y más al ver que su búsqueda no daba resultados. Empezó a caminar dando vueltas, ya no sabía ni como guiarse. Incluso ella juraba haber pasado ya por los árboles que veía en su camino.
Agotada entre el día y la caminata, se sentó a la sombra de un árbol. Y recordó las historias que había oído sobre el bosque. Se arrepintió de haber hecho caso a su padre. Recordaba a la vieja de la pequeña casita, que le dijo que en ese bosque se habían visto criaturas inimaginables, fantásticas, increíbles. Tales como dragones y caballos alados. Según los viejos cuentos, en el interior de ese bosque, en un castillo embrujado, vivía un mago perverso que usaba el bosque a su antojo.
Tales recuerdos sólo atormentaron más a la pequeña, asustándola. Se agazapaba como podía bajo el árbol, procurando no quedar a la vista de criaturas monstruosas. Creyó que había pasado ya milenios allí desde que salió a por leña, lo que la hacía asustarse cada vez más, aunque en realidad sólo habían pasado unos minutos.
En esas estaba cuando empezó a escuchar pasos, y notó el crujir de la arena del suelo. Se asustó enormemente, ya que ¿qué clase de animal hacía ese ruido? Solo una persona podía ser la dueña de tales ruidos. Con lo cual solo dejaba en el aire dos posibilidades: o bien era su padre que la estaba buscando, o bien era el mago que en su paseo quería observar el bosque.
Rápidamente descartó la idea de que fuese su padre, ya que de haberlo sido, estaría gritando por encontrarla. Aquellos pasos eran lentos, no como los de alguien que la buscase, sino como alguien que estuviese allí de casualidad. Esto la asustó más. Se arrepentía de haberse ofrecido a ir a por leña. ¿Es que su padre, siendo tan inteligente, no pudo haber traído un hornillo de gas? Muerta de miedo estaba, cuando aquel ser se agachó para observarla.
Únicamente era un niño. Aunque parecía muy raro. Vestía de una forma muy limpia y aseada para caminar por un bosque, aunque estaba bastante sucio. Llevaba unos pantalones de pinza, de los de los ricos, pero remangados hasta la rodilla. Y una camisa blanca también remangada hasta el codo. Llevaba una corbata mal anudada, seguramente el nudo lo habría desecho él mismo para verse más cómodo. Y unos zapatos demasiado caros para ponérselos únicamente para pasear.
Aparte de la ropa, el chico también tenía una rara presencia. Era rubio, con el pelo liso, a la altura de las orejas, y revuelto en un intento de parecer despeinado. Tenía una clara sonrisa de felicidad, a saber por qué, pero sus ojos, grises como el acero, expresaban tristeza, resignación, esclavitud. Y en conjunto, el aire del niño intentaba parecer imponente, aunque éste se derribase con la mirada extrañada de la pequeña.
Agachado cómo estaba, no hizo más que extrañarse, y poner una cara muy rara que, además de quitarle el miedo a la chiquilla, la hizo reír.
- ¿De qué te ríes, niña?- preguntó extrañado.
- De tu cara, es muy graciosa.- explicó ella entre carcajadas.- Lo siento.- se disculpó al ver la expresión contradictoria que le dirigía el chico.- No pude evitarlo.- dijo más calmada.
- Menos mal que se te pasó el ataque de risa. Dime, ¿quién eres, y qué haces aquí?
- Yo soy Hermione, y me he perdido en el bosque. He venido con mi padre a pescar, pero fui por leña, no encontré nada, y me he perdido, no sé dónde estoy.
- Ya veo... Lo de la leña, es normal que no la encontrases.- dijo con aires de superioridad.
- ¿Y eso por qué?- preguntó confusa.
- Porque yo vivo en uno de los valles de este bosque, en la mansión, y mi padre tiene toda la leña guardada en un sitio cerca de aquí.
- ¿Vives aquí? A mí me dijeron que aquí sólo vivía un brujo malvado.- a esta respuesta el chaval arqueó la cerca.
- Aquí no vive nadie así, solo nosotros. No sé que mentiras te habrán contado, pero mejor no digas nada, prefiero el bosque tranquilo.
- Vale. ¿Y tú quién eres?
- Me llamo Draco Malfoy, y estoy paseando, porque estoy harto de estar en casa, aburrido como una ostra, estudiando por obligación y soportando a una pandilla de niños pegajosos.- Hermione se extrañó de la respuesta, y arqueó una ceja. Aunque después sonrió.
- Encantada, Draco. ¿Podrías ayudarme a encontrar un poco de leña? Es solo lo justo para cocinar dos peces.- Draco la miró evaluadoramente, después afirmó con la cabeza.
- Sígueme.
Juntos fueron avanzando por el bosque. Draco se movía con una seguridad que dejaba pasmada a Hermione. Pero a ella, con tal de que le llevase a la leña, mejor. Aunque debía de admitir que estar en compañía de aquel niño le agradaba. En general, los niños de preescolar, sus compañeros, la trataban como a un bicho raro, porque sabía leer, cosa que ellos no sabían en lo más mínimo. Sin embargo con Draco pudo hablar de muchas cosas: cuentos, música, obras de arte... En general, temas interesantes.
Llegaron a un claro, donde se encontraba toda la leña apilada, y de la cual Hermione pudo recoger alegremente unos cuantos maderos. Una vez los tuvo en su mano, surgió una nueva duda: ¿Cómo iba a llegar hasta su padre? Su cara se volvió a entristecer, cosa que dejó al niño preocupado.
- Ya tienes la leña, ¿Qué te preocupa?
- No sé dónde está mi padre.- dijo secamente.
Por fin el niño se dio cuenta del motivo. Y era cierto que en eso estaba tan perdido como ella.
- Si al menos tuviese un punto de referencia... - pensó el niño en voz alta.
Pero la chica, impaciente, se echó a llorar en mitad del bosque, y Draco sólo pudo consternarse al oír su llanto. No podía ayudarla quedándose quieto, así que se acercó a ella y la abrazó, calmándola para que dejase de llorar.
- Venga, Hermione, verás como todo se soluciona.
- No, no se solucionará.- gritaba ella desesperada.
- Sí, ya veras... dime, y yo te guío. ¿Dónde está tu padre?
- En el río.- ella al ver que Draco la ayudaba, dejó de llorar, aún en sus brazos.
- Yo te llevaré.- le dijo con una sonrisa.- Hermione, recuerda esto: te prometo que nunca te dejaré sola, siempre estaré a tu lado para protegerte.
Esto hizo a Hermione reaccionar. Se abalanzó a sus brazos llorando de felicidad. Nadie nunca en su vida había sido tan bueno de acompañarla, hablarle... Pero nadie, ni siquiera su familia, la había apoyado con palabras de esa magnitud. Eso la hizo sentirse muy feliz, y agradecida para con Draco. Aunque en realidad él estaba igual de confuso, porque con él nadie había tenido gestos de cariño, toda su vida se basaba en el respeto, la lealtad y el poder. Se extrañó dedicándole estas palabras a aquella chica desamparada, aunque sabía que aquellas palabras mostraban sentimientos sinceros.
- Muchas gracias, Draco.- le dedicó una abierta sonrisa, una vez se separaron. Él se la devolvió y le cogió de la mano.
- Ahora, sígueme.
Draco se encargó de llevarla junto al río, con su padre. Aunque ya en la linde, cuando se podía observar al padre de Hermione preocupado, aguardando a su hija, Draco se soltó de su mano y se quedó quieto, cosa que hizo a Hermione detenerse. Le cuestionó con la mirada, y este le aclaró que no podía revelarse ante nadie, por el riesgo que correría el bosque y su familia. Él ya había cumplido, le había dado la leña y la había traído. Pero Hermione consideró oportuno despedirse.
- Muchas gracias por todo, Draco. Siempre te echaré de menos.
- Y yo a ti.- contestó este con sonrisa sincera. Hermione se la devolvió y le dio un beso en la mejilla.
- Adiós, y espero que nos volvamos a ver algún día.
- Adiós.- dijo él por último.
Vio cómo ella se alejaba, y corría hasta su padre, preocupado. Éste la recibió contento, dándole un gran abrazo, e invitándola a sentarse en la arena para poder encender juntos la hoguera. Draco sonrió, viendo la tierna escena familiar, envidiando a Hermione y queriendo ser por unos momentos como ella. Pero él sabía que la vida de aquella chica era muy simple, muchísimo más que la suya, aunque él disfrutaba de privilegios que ella no.
Él era un mago, y ella una muggle, por tanto, a ella les estaban velados los auténticos secretos del mundo. Pero él, a pesar de tener todo el conocimiento, deseó por unos instantes tener toda la simpleza de ella, y poder enfrentarse al mundo con dulzura, poder dar y recibir amor, aquel que su familia y su honor le había privado, prohibido, arrebatado, e incluso hecho creer que no existía, por un supuesto bien que consistía en conseguir el máximo poder posible. Por eso Draco envidió a aquella pequeña chica con la que había compartido más de un día, había compartido su ser, mostrándose tal cual es. Y sumido en estos pensamientos, se internó en el bosque, de regreso a casa.
Hermione, mientras, pensaba en el chico que aquella tarde la había ayudado tanto, que al fin y al cabo, le había llegado al alma. Y también se había llevado con él parte de su corazón. El recuerdo de aquel día permaneció en la memoria de Hermione durante un tiempo, aunque poco a poco fue olvidando detalles con la edad.
Fue creciendo, poco a poco, y pasó de ser una estudiante modelo incomprendida a una futura estudiante de Hogwarts. Hermione era bruja, y había recibido la carta, que sería el pasaporte a su felicidad, o al menos eso pensaba antes de llegar al colegio. Y recordó el día que se internó en el bosque encantado, aunque no logró a recordar del todo aquello. No se acordaba del nombre del chico, del color de su pelo, o de lo que había hablado con él. Sólo recordaba sus ojos grises, esa resignación, su expresión... y las palabras de apoyo que le había brindado: "te prometo que nunca te dejaré sola, siempre estaré a tu lado para protegerte."
Y en esas llegó a Hogwarts, descubriendo allí en su primer año el auténtico valor de la amistad, y que ella valía mucho como estudiante, amiga y ser humano, sintiéndose querida. E ignorando por completo que aquella persona que le había dado aquellas palabras era un mago, que aquellas palabras eran, según el código de los magos, un contrato mágico vinculante, que obligaba al chico a cumplir lo prometido. Y menos aun que aquel chico que tanto la había ayudado, y que estaba unido a ella por un contrato mágico era, ni más ni menos, que su enemigo, el orgulloso y egocéntrico Draco Malfoy.
CONTINUARÁ
¿Qué les ha parecido? Espero que les haya gustado. Esto es sólo el comienzo de un fic, la introducción. Tengan en cuenta que es un fic Post-Hogwarts, y que la historia verdaderamente empezará cuando llegue a ese punto, pero antes era esencial esta introducción y otra más que ya tengo planeada antes de empezar realmente. Espero que les haya gustado. Dejen Rewiews, plissss.
Besitos
Akane Yukino
