Disclaimer: ninguno de los personajes son míos, son de JK Rowling.
In the moonlight shadow
Capítulo 5: Éxito y felicidad
Hermione despertó como un día cualquiera: con el típico frío matinal que trae la brisa temprana por la ventana abierta. Su habitación estaba fresca, pero hasta ese momento no lo había notado, a pesar de su desnudez, puesto que Ron dormía justo a su lado, abrazándola. Al mirar el reloj y ver la hora, se levantó de un bote: de nuevo llegaba tarde al trabajo. A pesar de haber crecido y ser responsable, no podía evitar quedarse dormida después de una noche junto a Ron.
Aunque Ron siguiese dormido, puesto que él entraba más tarde a trabajar, Hermione se vistió y aseó rápidamente para no retrasarse en su horario. Sin embargo, un nuevo despiste había hecho que lo hiciese todo al revés. Había creído que eran las ocho y media, y en realidad eran las siete y media. No solo llegaba a tiempo, sino que llegaba tempranísimo al trabajo. Una vez vestida vio que resultaría una tontería desvestirse de nuevo, y se fue a la oficina con tiempo de sobra para echarle un vistazo a los papeles antes de empezar a trabajar.
Se desapareció de su casa y se apareció en el Londres muggle para dar una vuelta. Le encantaba el olor de rosas recién cortadas al pasar por las floristerías, le encantaba el olor de los libros apilados en las puertas de las librerías, le encantaba el olor del rocío en los parques, le encantaba ver a la gente madrugadora correr de un lado a otro con tanta actividad que hacer. Para Hermione esa simple vida podría constituir un mundo, uno alternativo al suyo. Ese conjunto le transmitía paz. Nada comparado con el callejón Diagon, en el que la mayoría de tiendas estaban cerradas, Ollivander no había vuelto, y los gemelos Weasley habían cerrado su almacén, y trabajaban mediante correo, para dedicarse a la Orden.
Ver a la gente feliz pasear por los parques, las parejas vestidas de ejecutivo, o algún que otro periodista, despidiéndose cariñosamente para acudir cada uno a su trabajo, hacía que Hermione se enterneciese. ¿Por qué no podía ella respirar esa misma felicidad? ¿Por qué no podía ella disfrutar de esa paz? Aunque en ocasiones se enorgulleciese de ser quien era, deseaba un poco más de espacio para ella.
Al haberse entretenido tanto en su paseo, Hermione decidió por fin aparecerse en el Ministerio. A pesar de la guerra, aún lo mantenían lo más impecable posible, se suponía para dar buena imagen a los Ministerios de otras naciones. La fuente del mago idolatrado seguía en el centro del vestíbulo, dando una imagen elegante a la estancia. Harta de la hipocresía del vestíbulo, Hermione bajó hasta el departamento de aurores. Su mesa de trabajo, como cada mañana, estaba vacía de papeles... hasta que llegase una lechuza con más trabajo. Se dedicó mientras esta lechuza llegaba, a revisar casos anteriores.
Pero siempre que lo hacía acababa igual, con el caso de Narcisa Malfoy, intentando captar de él algún dato de Draco Malfoy que se hubiese escapado en la investigación. Y siempre acababa con la misma conclusión: su trabajo era lo más perfecto posible y no había dejado ningún cabo por atar con la información obtenida. Un nuevo día sin saber nada más de Draco Malfoy.
Volvió a echarle un vistazo a la mesa. En ella sólo había fotos. Una en la que aparecía ella junto a Ron, abrazado a él, y sonriendo apaciblemente. Una sonrisa tranquilizadora, pero para nada de felicidad, bien sabía ella. Otra en la que aparecían Harry, Ron y ella, justo el día en que salieron de Hogwarts. Aquel día en que dejaron de ser adolescentes y cada uno se hizo adulo a su manera. Otra de ellos tres en Hogwarts con Ginny, precisamente en sexto curso. Otra de la familia de Hermione. Y una última era una foto del baile de Navidad. A ella le encantaba esa foto, no sólo porque ella estaba preciosa e iba acompañada de Viktor. Sino además porque, de fondo, y aparentemente sin querer, aparecía Draco Malfoy.
En esas estaba reflexionando Hermione cuando le llegó la lechuza con más trabajo. Una pila de papeles listos a cumplimentar. Primero empezó con la tarea fácil, los informes de primera hora que debía de hacer antes de que llegase su equipo de aurores. A decir verdad, eso de ser jefa de grupo era una carga, ya que por ejemplo, Luna no debía levantarse a las ocho como ella, sino que podía descansar unas horas más hasta las diez, ya que su trabajo comenzaba a las once de la mañana.
Una vez terminado, dieron las diez y media, pero nadie de su equipo había llegado aún. Y tenía una pequeña misión que cumplir: una posible revuelta en el callejón Knockturn. Desde el comienzo de la guerra, este callejón había sido abandonado completamente. Ninguno de los antiguos comerciantes conservaba su negocio. A excepción, posiblemente, de Borgin y Burkes, que a pesar del peligro, seguía abierto, aún habiéndose realizado inspecciones y haberse confiscado los productos de magia oscura, es decir, casi la totalidad de la tienda, al saberse lo ocurrido con el collar de ópalo que utilizó Malfoy como medio de asesinato y la otra entrada del armario evanescente que permitió a los mortífagos entrar en el castillo el día de la muerte de Dumbledore.
Se dispuso a ir rápidamente a solucionar ese pequeño asuntillo, para poder dedicarse a cosas más serias a su vuelta que husmear un abandonado callejón en busca de estudiantes dementes que pretendían enfrentarse a un mortífago únicamente para saber qué se sentía al estar al borde de la muerte. Ilusos... Hermione ya había recogido sus cosas cuando vio a Ron acercarse a su cubículo.
Andaba con la ya caracterizada forma que había adquirido, y no la forma torpe y patosa que tenía en sus años de estudiante, y luciendo sus encantos que a tantas brujas traía locas en el ministerio. Y desde hacía poco el pelirrojo había aprendido que el uso del perfume le hacía más atractivo, así que se había transformado en su "olor permanente". En definitiva, la mayoría de las aurores compañeras suyas le tenían envidia por el corazón de Ron.
Éste llegó hasta el cubículo de Hermione y la saludó con los habituales dos besos que estaba acostumbrado a darle en público. Hermione, intentando no parecer descortés, se dispuso al otro lado de la mesa, recogiendo sus papeles. Ya sabía bien qué quería Ron, y no estaba muy dispuesta...
- Hermione... ¿por qué te fuiste tan corriendo esta mañana?- preguntó con tono casual, inspeccionando mientras las fotos del escritorio.
- Cosas del trabajo, ya sabes...
- Pero siempre son cosas del trabajo... ¿no estás muy dedicada a tu trabajo? Podrías tomarte un respiro y quedarte durmiendo al menos una mañana, creo...
- En tiempos de guerra, no, Ron.
- Veo que nunca lograré convencerte...- dejó las fotos de nuevo en el escritorio, para mirarla a la cara.- Supongo que tienes hoy mucho trabajo también...
- Sí, ya sabes que ser auror es muy difícil.
- Pues te pregunto. ¿Esta noche tienes un plan?
- No es lo que tú llamas exactamente plan, pero estoy reventada, llevo semanas sin dormir bien, y de hoy no pasa. En cuanto termine, voy a dormir. Lo siento, Ron. Tal vez mañana.
- Eso espero. Ya sabes que no soporto pasar mucho tiempo sin verte.- le dedicó una sonrisa de oreja a oreja que ella le devolvió tímidamente.- Me vuelvo a mi departamento.
- Bien. Hasta luego, Ron.
- Hasta luego, Hermione.
Se despidió de ella con un gesto de la mano, dando media vuelta y echando a andar. Hermione lo vio marcharse, y un pensamiento le pasó de repente por la mente, como por adivinación.
"Felicidad no es tener lo que se desea, sino desear lo que se tiene"
Era justamente eso. No era feliz, porque deseaba tener una vida llena de amor, y aunque tenía a Ron, ella no lo deseaba, no deseaba lo que tenía. Por eso no llegaría a ser feliz por esa vía. Necesitaba una vida distinta, una vida que desease y tuviese.
Recogió rápidamente su capa negra y el informe de su misión matutina, y marchó, después de haber dejado varios informes para Luna si llegaba antes que ella al ministerio. Desapareció para aparecerse en la puerta del caldero chorreante, en aquellos días, con Tom como único habitante, y extraña gente tomando una bebida para reponer fuerzas. En esos momentos ella no tenía tiempo para tomar bebida ninguna, así que se puso en marcha rápidamente hacia el callejón Diagon.
Una vez en él, cubrió su cabeza con la capa, como una sombra solitaria en el callejón. Las pocas personas que compraban en las tiendas que aún quedaban abiertas la miraban extrañadamente, ya acostumbradas a ver encapuchados de ese tipo, y murmurando qué mago o bruja tendría necesidad de encapucharse y llegando a conclusiones precipitadas. Hermione ya se había acostumbrado a esos "gajes del oficio", como ella los llamaba. Llegó hasta la verja que separaba al callejón Diagon del callejón Knockturn.
Si ya el callejón Diagon estaba un poco vacío, éste otro estaba completamente desierto. Alguna que otra tienda abierta, de aquellas que el ministerio no había sido capaz de cerrar, debido a no haber encontrado huellas tenebrosas. Para asegurar que andaba con pies de plomo, entró en una de éstas, una tienda destartalada que vendía venenos contra lo que ellos llamaban "bichos indeseados", es decir, animalitos normales que se colasen en jardines mágicos, tales como conejos. Aunque fuese repugnante en el hecho de pensar cómo mataban a los pobres conejitos con esos venenos, seguía siendo legal.
Observó al arisco dependiente que estaba tras el mostrador. Un hombre viejo, encorvado, mirada fría y ojos oscuros, profundos, que más que un vendedor de venenos, tenía mirada de mortífago, de esos que ella tanto había observado en Azkaban. Sin embargo, y a pesar del sitio donde se encontraba y de la impresión que daba, su mente, analizada críticamente con las técnicas oclumánticas de Hermione, tan sólo era la simple mente de un pobre vendedor. En realidad, desde ese punto de mira daba hasta pena.
Examinó la pequeña tienda con ojo crítico. Era un pequeño habitáculo con estanterías en las paredes, un pequeño mostrador con una antigua caja registradora, seguramente mágica. Y sobre cada balda de las estanterías, miles de pociones distintas, cada una con su tono particular. Seguramente el vendedor era un hacha preparando pociones, porque se veían de fabricación casera. Tras la evaluación del pequeño local, se quitó la capucha y saludó al tendero.
- Buenos días, señor.
- Buenos días, señora... o señorita.- dijo el vendedor evaluadoramente.
- Señorita, por favor. No me haga sentir mayor.
- Las jóvenes de hoy en día... Cuándo aprenderán que señoras son casadas y señoritas solteras, y no es ningún censo de edad...
- Sé muy bien a qué se refiere, señor.- dijo alzando una ceja en señal de reprobación por la suave impertinencia que acababa de escuchar.- No estoy casada, y a mi forma de ver, para comprometerse de esa manera se debe de tener las cosas claras, cosa que a mi edad es bastante difícil.
- No debería usted pensar así.- el hombrecito parecía no haber hablado con nadie en mucho tiempo, puesto que estaba entablando una conversación real con Hermione.- El amor ahora más que nunca debe ser más seguro, puesto que en un abrir y cerrar de ojos se puede ir de sus manos para siempre.- su mirada mostraba la gravedad del asunto.- ¿No tiene usted nadie a quién unirse antes de que le sea demasiado tarde? Perdone si parezco impertinente, sólo intento hacerle ver mi postura, no tiene por qué contestar.
A pesar de que el vendedor se estaba inmiscuyendo demasiado en su vida privada, el brillo de sus ojos parecía incitarla a sincerarse en parte con él. Algo le resultaba extrañamente familiar, pero no sabía el qué. Por ello, siguió hablando.
- No, no tengo a nadie parecido. Aunque todos crean que estoy enamorada de una persona, sé que ella de mí sí, pero no la correspondo, no es para mí, a pesar de que así lo parezca.
- Habla usted como si conociese el amor real. ¿Cómo está tan segura de que no está enamorada?
- Perdone, ¿usted se ha enamorado alguna vez?
- Sí, y dejé escapar a la única persona que he amado y amaré siempre.- en sus ojos apareció el brillo característico de los enamorados, sin embargo, no le era extraño a Hermione, sino que le daba una sensación de familiaridad.
- Lo siento...
- No tiene por qué.
- En definitiva, a pesar de todo, sé que estoy enamorada de alguien a quién ni siquiera podría pensar en unirme. Pero bueno, no es esto lo que me trae por aquí.- intentaba cambiar de tema.
- Algún importante asunto debe traerla, ya que nadie viene ya a comprar, y mucho menos oculto tras una capa.
- Es usted agudo, señor. Efectivamente, no vengo a comprar. ¿Ha notado usted algo raro últimamente?
- Lamento decirle que no, señorita. Todo está igual de quieto desde que el ministerio declaró las tiendas contiguas como peligrosas y las cerraron.
- Entiendo... – a pesar de haber utilizado sus técnicas, el hombre decía la verdad, según lo decía su mente, por lo tanto, decidió seguir vigilando una hora más. – Muchas gracias por su colaboración. Buenos días.- dijo secamente dándose la vuelta y encaminándose hacia la puerta.
- Buenos días, señorita. Espero volverla a ver.
Nada más hubo dicho esto, Hermione se cubrió y salió de la tienda. La extraña conversación había sido entretenida, si cabe decirlo. Hacía tiempo que no hablaba de esa manera con nadie, y le daba así un pequeño respiro a su trabajo. Siguió paseando por el callejón, sumida en sus pensamientos, recordando cada detalle, cada mirada... Pero debía concentrarse en su trabajo, así que decidió embotellar su recuerdo y archivarlo con los informes inconclusos que guardaba en su casa.
Pocas tiendas más que la que había visitado estaban abiertas, y todas le sonaban, y no precisamente como recomendaciones, sino todo lo contrario, como sospechosas por movimientos mortífagos. En su paseo pasó por delante de Borgin y Burkes, aquel lugar que le traía tantos recuerdos, especialmente de él.
La tienda seguía igual de destartalada que en su última visita, cegada desde que se cerró, y con el cartel de madera sobre el dintel de la puerta. Había escuchado muchas tenebrosas historias de esa tienda de la boca de Harry, y a pesar de que esta era una de las pocas misiones fáciles que había cumplido, estar frente a esa tienda le producía un poco de pavor. Decidió acercarse a ella lo menos posible.
Tras dos horas de inspección por el susodicho callejón, todo lo que pudo encontrar fue un papel junto a una tienda abandonada, y a pesar de ser sólo una notita, lo decía bien claro:
Cloaca 14.16 mañana 12:15 Fdo. Jefe reptil.
Para Hermione, que llevaba años de su vida dedicada a esta profesión, esta era la nota que más fácil le había resultado descifrar. Seguramente el susodicho "Jefe reptil" estaba al mando de un comando verdaderamente inepto, y no le extrañaría que la persona que hubiese recibido esta nota fuese Crabbe, Goyle o algún otro por el estilo. Al menos algo había descubierto, y tenía asegurada la juerga para el día siguiente. Luna ya tendría una razón para madrugar.
Regresar al ministerio fue más fácil y rápido que irse. Cuando llegó, descubrió a Luna organizando los papeles que ella había dejado por recoger, a Mike tomándose un café y charlando animadamente con un compañero del departamento de Seguridad, a Will de paseo entre cubículos, transportando informes, y a Julian sentado leyendo el profeta. Qué aburrida estaba aquella mañana.
Cansada de la pequeña misión matutina, Hermione se apresuró a extraer el recuerdo de aquel hombre y embotellarlo de manera correcta para no perderlo. Una vez guardado, se desplomó sobre su escritorio, hasta que Luna irrumpió en él.
- Perdona, Hermione, pero si estamos aquí es porque hay trabajo. Así que toma estos informes y ayúdame a leerlos y archivarlos.
- Oh, Luna, con lo cansada que... – Luna la miró con el ceño fruncido.
- Si nos hubieses dejado parte de ese trabajo...
- Vamos, no te enfades. Si sabes que es una tontería, además de que no ha ocurrido nada, la fiesta vendrá mañana.
- ¿Mañana?
Hermione le enseñó su informe a la rubia, en el cual se adjuntaba como muestra la notita que había encontrado. Le comentó todo aquello que vio en el callejón, detalle por detalle, incluyendo el tendero de la tienda de venenos. Luna no se mostraba impresionada, pero estaba claramente interesada en el relato. Cuando Hermione terminó, soltó un resoplo cansino.
- Hermione, sabes que aunque sean una tontería, ese tipo de misiones son peligrosas, debiste habernos esperado.
- Ay Luna, últimamente suenas más como yo, y yo menos como a mí misma. Lo sé, pero aún así... quise ir sola y ya está. Mañana iremos el equipo al completo, así no ocurrirá nada.
- No serán tus esperanzas de... – aunque Luna pudiese parecer despistada, era más avispada de lo que parecía.
- Tal vez si fuera mi propósito encontrarlo. – dijo con aire dubitativo.
- Sabes que no es bueno pensar así. No deberías pensar más en él.
- El corazón nunca atiende a razones, Luna, tú lo sabes bien. Menos mal que eres tú quien me guarda el secreto.
- Pues te alegrará saber entonces que todos estos informes son sobre su caso. Nos los han transmitido y al fin tenemos el caso exclusivamente para nuestro equipo, así que nos espera una bonita tarde leyendo, y como creo que eres tú la que está más interesada en esto, creo que será mejor darle un descanso a los chicos, ¿no crees?
- A veces sabes muy bien que hacer, Luna. Estoy contigo, les daré la tarde.
- Esperemos que esta tarde ningún flommpus graznizado haga presencia en mi casa, porque entonces lamentaría haber sido yo la que se quedase ayudándote con estos informes.
- Tú como siempre, nunca cambiarás.- Hermione sonrió a su soñadora compañera.
Si bien el tiempo había hecho de Luna Lovegood una persona más sensata y, en términos de Hermione, normal, aún seguía teniendo esa extraña fijación de su padre por los "bichos raros inventados o lo que fueran". Y a pesar de ello, Luna era muy sensible, tanto que Hermione sabía que era la única que le comprendería, aunque siempre hubiese sido Ginny su amiga de confianza.
Tal y como Luna había recomendado, Hermione dio la tarde libre a Will, Mark y Julian, que no tardaron en irse a casa. Normalmente revisar informes se le hacía muy pesado, y le gustaba contar con todo su equipo para terminar antes. Pero cuando se trataba del rubio, estaba siempre dispuesta a comerse sola el trabajo, por denso que fuese. Una pista, sólo una que le llevase a volverlo a ver. Mientras revolvía entre los papeles.
Llegó a casa totalmente reventada después del duro día de trabajo. Y aunque había revisado los archivos uno por uno minuciosamente no había encontrado pista alguna de Malfoy. Ni siquiera contenían nada que ella no supiera ya por averiguaciones que ella misma había llevado en el departamento. Era inaguantable pensar que entre toda esa gente no se había podido averiguar nada más del paradero o pasado de Malfoy.
Se tiró en la cama nada más llegar, y por manía suya abrió el primer cajón de su mesita de noche. Allí era donde guardaba sus tesoros: las fotos grupales donde salían todos sus compañeros, incluido el rubio, los álbumes familiares, con fotos de pequeña, los diarios... Ella solía escribir, sobre todo cuando tenía cinco años y acababa de averiguar que aquello que le enseñaban en el colegio servía para algo más que para hacer la tarea.
Y allí estaba, su relato de aquel día de pesca con su padre que poco lograba recordar. La letra de la pequeña Hermione no era tan inteligible como la letra que ahora tenía y podía comprenderla perfectamente. Y al observar aquel dibujo que ella hizo a aquella edad, volvió a recordar a su primer amor.
Entre aquel relato había un dibujo detallado. Una niña castaña agachada, llorosa y escondida. Y un niño de la misma edad que ella seguramente observándola extrañado. Un niño rubio, de ojos grises, y rico según la ropa que ella había dibujado. No le decía mucho más de lo que ella pudiese recordar, pero verlo le entró recuerdos que desearía haber reprimido.
Cómo echaba de menos aquellos tiempos... estaba más tranquila que ahora, aunque en ese tiempo fuese el bicho raro incomprendido y feo. Tendría que haberse molestado en seguir en contacto con aquel pequeño... Quién sabe, podrían haber acabado juntos. Puede que él la recuerde y la esté buscando, como ella a él. Puede que él esté ya incluso casado. A Hermione no le gustaba la idea de albergar una falsa esperanza de que algún día el destino los volvería a juntar, así que es más fácil olvidar.
Guardó el diario en el cajón, y cogió la única carta de amor que había recibido en su vida... Cómo olvidarla. La había tenido guardada desde siempre, como el más preciado tesoro, como el pergamino más valioso. Una promesa, una petición desesperada. Ése era Draco, el chico que le había robado el corazón. Aquel que nadie más que ella pudo ver, y con dificultad. Esa mirada metalizada que tanto la hizo estremecer, y que estaba segura, ahora sería mucho más profunda, inquisidora, cautivadora y endurecida que antes. ¿Él la seguiría queriendo? Había prometido... sí, había prometido quererla para siempre. Había prometido protegerla desde la oscuridad, y ella aún no lo había visto después de tanto. Había prometido que si ella lo quería, se volverían a ver. ¿Ocurriría eso algún día? Quién sabe... Sólo la luna... Bajo la luna de media noche.
Decidió que era mejor guardar todos los recuerdos antes de que le diese un ataque de sentimentalismo necio, como ahora se había acostumbrado a llamarlo. Eso de ser amante de alguien sin quererlo la estaba haciendo más fría sin ella notarlo, y no debía excederse con sus visiones racionalistas de los sentimientos.
Una frustrada Hermione llegó hasta la ducha, con la intención de relajarse completamente. Y aunque bien le apetecía un baño relajante, todo lo que conllevase espuma y jabón para ella era igual a evadirse, y evadirse igual a pensar en su pasado. En aquel último año en Hogwarts, en sus amigos, en Draco... no, mejor una ducha y no arriesgarse.
Se desnudó poco a poco, había perdido la energía para ir rápidamente. Se metió en el plato y cerró la mampara, abriendo el grifo y dejando que el agua templada cayese sobre su cuerpo. Con los ojos cerrados, dejando que las primeras gotas de agua le cayesen mientras dormía despierta. Abrió los ojos súbitamente y miró hacia arriba, observando el blanco del techo, y pensando en el blanco de las nubes de aquel cielo de verano de Hogwarts.
Cogió la esponja llena de jabón e inició el recorrido habitual. Pero se detuvo cuando ésta atravesaba la barriga. Alguien había abierto la puerta. Alguien también había abierto la mampara de ducha sin darle tiempo a voltear. Ese alguien la había abrazado, poniendo una de sus manos sobre la suya, aquella que sujetaba la esponja. Hermione pudo comprobar que era un buen mago, ya que se había desnudado utilizando un hechizo no verbal, ya que podía notar el cuerpo del mago tras él. Un cuerpo claramente masculino. Un beso en el cuello, y un susurro en su oreja. Era todo lo que Hermione necesitaba para saber quién había irrumpido su feliz ducha.
- Ron... – dijo con voz abrumada.
El aludido sólo pronunció un ligero ronroneo, trabajando en aquello que tenía frente a él, besando cada rincón del cuello de ella, al principio suavemente, después más ansiosamente. Hermione sabía lo que buscaba Ron: una noche más. Esta noche... no. Esta noche... no. Esta noche... no.
- Ron. – repitió por segunda vez.
Al ver que él no le hacía caso, lo apartó de sí y se volteó para mirarlo cara a cara. Si normalmente los ojos de Ron eran azules, esta vez estaban rojos. Y no precisamente por irritación. El fuego bailaba en sus pupilas, y la miraba tan fijamente que Hermione dudaba donde acababan sus ojos y dónde empezaban los de él. Estaba en parte aterrada, ya que el león que Ron llevaba dentro, esa fiera salvaje, estaba apunto de aparecer. Por otro lado, intentaba llamar a su propia fiera para poder dominarlo.
- Ron.
- Dime... – la voz de Ron no parecía tener ganas de actuar, tan sólo para lo indispensable.
- Hoy, no por favor.
Él en respuesta la besó salvajemente, de esa manera que a ella tanto la enloquecía. Que le hacía perder el control de su mente y activar aquel llamado "impulsos". No pudo resistirse. Hermione respondió al beso con la misma intensidad o más. Fuego contra fuego. Las manos de ambos exploraban al antojo, llegando a perderse en sí mismas, mientras los labios se enfrentaban. Ron cortó el beso para dirigirse hacia el busto.
Acarició suavemente, mientras besaba, y besaba, y besaba... haciendo ver el infinito a Hermione. ¿Qué importaba ahora su mundo interior cuando Ron la hacía sentir tan bien? Mientras besaba... Si Draco Malfoy estaba en paradero desconocido, ¿por qué preocuparse ella por alguien que tal vez no aparecería cuando tenía al mismo fuego frente a ella? Mientras besaba... ¿Qué demonios iba a perderse por pasar una noche con Ron? Mientras besaba...
Y despertó la fiera de Hermione, pero la impulsiva. Detuvo el glorioso juego de Ron con sus compañeras y volvió a besarlo, más salvajemente, utilizando todo su dominio. Dominio que siempre obtenía. Mientras le pasaba una pierna por encima de las caderas, quedando justo a la altura adecuada, mientras extendía su beso por el cuello y los lóbulos de las orejas. Mientras notaba que Ron no aguantaría mucho tiempo más su juego. Colocó sus manos sobre las nalgas de Ron, esas que eran suyas por derecho natural, a sabiendas de que eso agilizaría el proceso. Él sabía perfectamente quién llevaría el dominio, por lo que sería inútil intentar quitárselo.
Ron cogió a la chica por la cintura, en un intento de ayudarla en su propósito. Ella comenzó a elevarse cada vez más, hasta el punto de que Ron necesitase cogerla de las nalgas para que ella no cayese. Hermione se apoyó sobre la pared arrastrando a Ron para que entre la pared y él el aguante fuese el ideal. Lo besó nuevamente en los labios y colocó ambas piernas sobre la cintura de Ron, ejerciendo la presión indicada. Éste por impulso, elevó a Hermione por encima de si, colocándola en la correcta posición.
Y repentinamente, cortó el beso, ambos se miraron, y Ron la dejó caer, penetrándola. Con un leve gemido por parte de Hermione, comenzó de nuevo el beso, mientras Ron continuaba elevándola y bajándola, haciendo que arquease cada vez más la espalda. Los gemidos se ahogaban en el beso, hasta que ambos llegaron al clímax, rompiendo el beso y gritando ambos.
Ron, agotado, dejó caer a Hermione sobre sus hombros, para que descansaran después de aquel jueguecito. Ella, a sabiendas de que tendría que tomar otro baño, con Ron incluido, se descolgó y cogió la esponja que había quedado en el suelo de la ducha. Miró de nuevo a Ron, que había recuperado el azul de sus ojos.
- Con que hoy no, ¿eh? – preguntó pícaramente.
- Se suponía... – le respondió con una media sonrisa. – Ahora tendremos que ducharnos, ya que ambos hemos sudado mucho, y esta vez no quiero más juego, ¿entendido?
- Sí, mi general. – dijo con un toque de irónico humor, lo que hizo sonreír a Hermione.
Hermione cogió su esponja, y mientras Ron se enjabonaba, ella se siguió pasando la esponja, como si nada hubiese ocurrido. Se ducharon como personas normales. O, mejor dicho, como personas normales que acostumbran a ducharse juntas. Cansados como estaban después del trabajo, después de ducharse y vestirse, se acostaron en la gran cama de Hermione, quedando dormidos como lirones.
Hermione cerró los ojos pesadamente, entrando en un sueño profundo, el cuál le depararía grandes cosas. Lo que ninguno de los dos percibió es que ella, antes de caer más profundamente, susurró una palabra... un nombre...
- Draco...
Una arboleda extensa rodeaba todo aquello que quedaba a la vista. Unos grandes árboles verdes frondosos, llenos de hojas secas y hojas en aguja de los pinos, se alzaban, queriendo tocar el cielo. El suelo estaba cubierto de una espesa capa de musgo seco y hierbas altas, con campos alternos de margaritas blancas y amarillas. Los troncos de los árboles estaban cubiertos de resina y extrañas plantas rojizas.
Era una apacible noche, de luna llena rodeada de escasas nubes opacas. La brisa corría, dejando un aire estival, con reminiscencias otoñales, recordando que se acerca el otoño. La noche se presentaba fresca y tranquila, con el viento meciendo el prado y los árboles ocultando las brillantes estrellas celestes. Los animales, ya durmiendo, no dejaban ningún ruido en aquel silencio imperante.
La monotonía sólo era rota por una muchacha, castaña y esbelta. Una confusa muchacha. Rodeada por el bosque y atrapada en su propia confusión. Perdida. Prestando atención a la voz del viento mientras su vestido blanco era agitado por la brisa. Y rompiendo aquella maravillosa quietud, sus oídos percibieron una alteración que la puso en alerta.
Empezó a correr en una dirección, saltando entre piedras y troncos, junto a la brisa que movía las flores, tan rápido que su vestido y su pelo eran movidos por el viento, lo cual la hacía ir más ligera. Corrió y corrió hasta llegar a la orilla de un lago. Un gran lago extenso, cristalino e iluminado por el reflejo de la luna.
Miró hacia atrás, intentando distinguir en el horizonte aquella figura de la que escapaba. Estuvo durante un minuto quieta, sigilosa, observando. El miedo se apoderó de ella al distinguir una sombra entre los árboles, y sin importar el lago que se extendía ante ella, continuó. Introdujo poco a poco sus pies en el lago, mientras la sombra se hacía más visible. Continuó andando, adentrándose hasta la rodilla, con la parte baja del vestido ya mojada. Y siguió avanzando, hasta que el agua le llegó por el pecho.
La sombra perseguidora había aparecido entre los árboles. Una figura encapuchada, indudablemente peligrosa, tan sólo por su atuendo y su halo de tenebrismo ya se podía intuir. Lógico que la chica huyera. El individuo, al divisar a la chica observándolo en mitad del lago, también siguió avanzando, introduciéndose en él.
La chica estaba muerta de miedo, y todo lo que podía hacer ya era rogar. Con las manos juntas, rezó por su protección, en un vano intento de protegerse. El miedo la dominaba, y las lágrimas débiles resbalaban por su cara. Su vida, toda, acababa ahí. Y aunque no recordase el pasado, sabía que muchos lamentarían su pérdida. La impotencia empezaba a dejarse ver en ella, mientras la figura se acercaba cada vez más.
Al quedar a tres metros, la chica dejó su inútil rezo, volviendo a abrir los ojos asustada, con sendas lágrimas cayendo por sus mejillas. Miró hacia los lados intentando buscar una salida, moviéndose a la desesperada, pero no podía penetrar más o se ahogaría, y su vestido y la parte de su cabello que ya estaban sumergidos le hacía más lento avanzar. El encapuchado llegó hasta ella, que intentaba escapar por uno de los lados. Antes de que ella intentase correr más, la asió de ambas manos, obligándola a mirarlo a la cara, viendo que estaba llorando del miedo.
De un ligero movimiento de cabeza, echó atrás su cabeza, quedando al descubierto. Un chico rubio platino se escondía tras la capucha. Una melena rubia, bailando al viento. Y unos brillantes ojos grises que hacían contraste con los ojos castaños que lo miraban extrañados. El tiempo paró de repente. Como si todo se hubiera aclarado, como si todo fuera verdad. Como si ella hubiese corrido durante años para darse cuenta de que huía de aquel al que ella misma buscaba. Los recuerdos, los pensamientos y los sentimientos fluían rápidamente por ambas mentes.
Y como si fuera mecánico, instintivo o natural, como si fuese lo elemental, lo más normal en la situación, lo necesario. Como si a ambos les fuese la vida en ello, se besaron. Se besaron apasionadamente, como intentando salvar todo aquello que ocurrió y fingiendo que nada cambió nunca. Recuperando tiempo y a la vez explicándolo. Como aquellos que siempre se han querido, siempre lo han sabido y creen estar destinados a vivir juntos. Como dos amantes, como dos ángeles.
Se separaron lentamente tras el largo beso, para mirarse ambos a la cara. Hielo contra fuego. Unos ojos fríos inexpresivos contra otros cargados de emociones sin esconder, contrastando con la huella de las lágrimas que habían caído antes. Ya el desconocido no tenía que asir fuertemente a la chica. Durante el beso, éste la había abrazado por la cintura, y ella obediente le había rodeado el cuello con las manos. Todo lo que nunca se dijo, quedó traducido al instante con una sola mirada.
- Te he estado esperando.- dijo ella con voz angustiada y gangosa, aún sin recuperarse del mar de lágrimas que había escapado de sus ojos por la impotencia de verse atrapada. Lo abrazó fuertemente, para asegurarse de que el chico no escapase de su lado.
- Y yo te he estado buscando... y te encontré.- él la sujetaba dulcemente, susurrándole esto al oído, como dos amantes conocidos que siempre se han echado de menos en la distancia.
Una noche tranquila, dos amantes besándose en un lago de cristal ante la fría luna como testigo. Un bosque prohibido rodeando al enorme lago, y la suave brisa recorriendo la superficie del lago, arrastrando el polen de las flores y meciendo las hierbas y demás plantas de la arboleda...
Una nueva mañana iniciada con el ruido de un despertador latoso. Hermione se levantó, pensando en el sueño que acababa de tener. Un sueño curioso, pero inquietante, que no podía dejar de tener en cuenta. Pero aquella mañana iba a ser una cargada de trabajo, así que más le valía estar bien concentrada en su misión.
Echó un vistazo a su cama majestuosa, y contempló a Ron dormido, con signos de haber dormido como los troncos. Le dio pena despertarlo nuevamente, así que lo dejó acostado, sabiendo que él ya acudiría a trabajar cuando tuviese que ir. Se vistió rápidamente y desapareció, para aparecerse en las oficinas del ministerio. Se sentía demasiado nerviosa ante la nueva misión que se le planteaba. Y no sabía por qué, aún aquel tendero del callejón Knockturn seguía rondando por sus pensamientos... Tal vez lo volvería a ver, quién sabe. Sólo sabía que había un cincuenta por ciento de posibilidades de que la mañana fuese movidita.
Llegó como un rayo hasta su cubículo, donde ya se encontraba Will, el más madrugador de todos, inspeccionando el planteamiento de la misión. Si bien ella era la jefa racional y Luna la parte intuitiva, Will tenía un gran don de leer entre líneas y descifrar códigos impresionante, casi comparable al de Hermione. Como ésta estaba ya bastante ocupada con más cosas, Will le ahorraba gran parte del trabajo, aunque no se le diese tan bien este tipo de cosas cuando se refiere a conversaciones directas.
- Buenos días, Will.- saludó Hermione amablemente.
- Buenas a ti también.- le sonrió.- Ya he estado preparando el equipo.- le dijo con una sonrisa de oreja a oreja.
- Entonces sólo queda esperar a los demás.
Y se sentaron ambos a esperar mientras llegaba el resto del equipo, leyendo el periódico. Hermione no podía contener la emoción dentro de sí. Se suponía que ya estaba acostumbrada a realizar este tipo de misiones, pero nunca se había sentido tan cerca de volver a ver a Draco Malfoy. Lo añoraba pero sabía que si lo volvía a ver y lo capturaba, ahí acabaría la vida de Draco. Y no sabía qué era mejor, si un Draco suelto pero en paradero desconocido, o un Draco capturado y... desalmado. Sacudió su cabeza del escalofrío que le dio el solo pensar eso, y la alzó, viendo que su equipo ya estaba al completo. Luna sonreía a su jefa de una forma especial, amistosa... comprensiva. Sonrisa que Hermione le devolvió.
- Buenos días chicos. – dijo Hermione a su equipo. - ¿Preparados para la misión?
Todos asintieron con entusiasmo. Empezaron a preparar su equipo. Las capas negras con capucha para desenvolverse mejor, y el armamento, tal como pociones y objetos encantados. Y sobre todo, la varita. Pasearon por el ministerio sigilosamente, de manera que nadie supiera que iban de misión. Era temprano, así que aun no había mucho gentío en el ministerio como para no poder pasar desapercibido. Llegaron hasta la sala de desapariciones, en aquellos momentos vacía. Se miraron a los ojos por última vez antes de volver.
- Bien, equipo.- dijo Hermione entusiasmada.- Ésta es la primera gran misión que podemos realizar para desmantelar al cuartel de mortífagos. Bien es cierto que podemos fracasar, pero tened en cuenta que esta misión supone un peligro. Quiero que todos volvamos, con un triunfo entre manos. ¿Entendido?- todos asintieron con talante serio.- Ahora en marcha, y no nos separemos hasta llegar allí.
Los cinco contaron hasta tres en bajo, y se desaparecieron a la vez.
Los cinco aurores aparecieron frente a la tienda a la que Hermione había ido sola. Aparentemente el callejón estaba igual que cuando Hermione lo visitó, pero para aquel que pueda poseer un agudo sentido de la observación, el ambiente estaba algo raro. Hermione olía un cambio en el ambiente, aunque no sabía qué exactamente. Observó a izquierda y derecha, pero todo permanecía quieto.
- Aquí estamos. No alceis la voz más de lo que yo la alzo.- dijo Hermione silenciosamente.- Will, cubre mi derecha, Julian, mi izquierda. Mark, ilumínanos, no podemos portar ahora mismo más de un lumos. Luna, saca el mapa, y dinos por donde debemos seguir para llegar a la cloaca.
Dadas las claras instrucciones de Hermione, todos rápidamente hicieron aquello que les correspondía. Luna buscó las cloacas y guió al grupo. La entrada era pequeña y estaba bien escondida, pero era lo suficientemente grande para que entraran todos de uno en uno. Al parecer aquella entrada los dejaba en medio de la cloaca 18, con lo cual les quedaba por andar para encontrar la cloaca 14.16, o lo que es lo mismo, la esquina entre la cloaca 14 y 16. Siguieron a Luna, ya que ella tenía el plano detallado. Pero al llegar a ese lugar, y a pesar de que ya habían pasado dos minutos más allá de la hora, no encontraron a nadie.
Al ver aquel panorama, Hermione hizo una piña, y ordenó que se separasen, al ser posible en grupos de dos, y con hechizos desilusionadores para que nadie los viese. Y así hicieron, quedando Julian con Luna, Mark con Will y ella sola. Después de tanto peligro a la vista, no creía que les quedase gran cosa por hacer allí.
Cada grupo siguió por una cloaca, en busca de los mortífagos. Quedaron en reunirse justo en el punto 14.16 una hora después para volver al ministerio, ya que al fin no se esperaban realmente una emboscada. Seguramente sería una falsa quedada, o algo parecido. O incluso fuese de días anteriores, ya que no se mencionaba fecha en el escrito.
Pero a pesar de todo, a Hermione le daba un poco de miedo avanzar sola por un lugar tan lúgubre y húmedo. Le recordaba mucho a las antiguas clases de pociones en las mazmorras, pero aquello podía definirse de acogedor en comparación con esa cloaca. Las gotas de agua sucia al caer al suelo producían un ruido que hacía al sitio aún más tenebroso, y ese olor no mejoraba la situación.
Tan pendiente iba ella del ambiente en que se encontraba que no escuchaba los silenciosos pasos que resonaban cerca de ella, ni el extraño ruido que hacían las ratas, muy distinto al típico silbidito que solían hacer. Tampoco se fijó mucho por donde iba, y si había recorrido mucho o poco, a pesar de tener puestos los cinco sentidos en cada paso que daba. No se dio cuenta de que una figura se materializaba a su espalda, ni de que sacaba la varita sigilosamente de bajo su capa. No percibió como esa persona hacía un conjuro sin hablar sobre ella, ni cómo la atacaba por la espalda.
Solo sintió de repente como enmudecía, y cómo quedaba paralizada de manos y piernas, sin poder hacer absolutamente nada. Y sintió como aquel que estaba detrás suya cogía un mechón de su pelo suavemente, sin darse la vuelta y mostrarse ante ella, y lo olía delicadamente, como el asesino saborea a su presa antes de comerla tras la caza. Al parecer estaba solo, porque al empezar a andar sólo se escuchaban sus pasos. No le hablaba a nadie.
Se acercó lentamente hacia a su oreja, parándose en su camino con su pelo, saboreando del momento, del miedo de Hermione, que sabía que había fracasado, había sido capturada, y ahí podría incluso acabar su vida. Notó como esa persona que estaba detrás suya la abrazaba por la cintura extrañamente, de manera que incluso temió más lo que se avecinaba, y se acercó para susurrarle.
- Por fin nos reencontramos, Granger... – esa voz que arrastraba palabras era inconfundible...
Y así sin más, ambos desaparecieron, dejando únicamente tras de sí en la cloaca una pequeña notita parecida a la que Hermione se encontró en el callejón...
El resto de los grupos volvió a la hora prevista al lugar indicado, y al ver que Hermione no aparecía, empezaron a preocuparse. Esperaron diez, quince, veinte, treinta minutos, ya descartando el hecho de que pudiese haberse olvidado de la hora, y los cuatro juntos empezaron a buscarla en la dirección que ella había tomado. Anduvieron un gran trecho buscándola, hasta que Luna observó un pequeño papel en el suelo, que debía ser mágico, ya que no se mojaba. La acercó para leerla a la luz del lumos, y cuando lo hizo, quedó tan petrificada que parecía que estuviese muerta...
Ahora Granger me pertenece, no la busquéis aquí porque es inútil. Tal vez encontréis sus restos dentro de mucho tiempo. Gracias por acudir a la cita.
Fdo.:Jefe Reptil
CONTINUARÁ
Espero que la historia les esté gustando. Siento mucho el retraso en la actualización, pero los exámenes no me han dejado escribir más. Espero poder actualizar pronto en compensación. Gracias a todos aquellos que me han mandado rewiew's, gracias a ByaraBlack13, Isabella Black y PaddyPau. Y espero rewiew's para este chap también.
