Capítulo 54 ― Más allá de la Noche Escarlata.
Había blandido mi espada a lo largo de 7 años al servicio de la casa Kruger, enfrentando a los Orphan en el escondite de los bosques, los ríos y las montañas, siempre en la primera línea, allí donde el peligro se convirtió en el pan de todos los días y la sangre a prueba de escaramuzas. Sabe la diosa que pude retirarme al cumplir el tiempo suficiente en el cuarto año, pero entonces llegaron ellas, Alanis y Christin, una amada, una hermana... no pude irme simplemente. Hace 2 años apareció Krauss, un fortachón torpe, pero bondadoso y una máquina de matar monstruos sin igual. Tengo que decir que nos imaginamos victoriosos, maldita vanidad a los que nos llamaron los cuatro jinetes, y que no vimos la derrota durante tanto tiempo, porque incluso al inicio de la batalla superamos a las criaturas que intentan salir de Fukka.
Aun así, nada me preparó para el infierno que ocurriría en la tierra aquella noche roja. El desastre se desató cuando el gruñido de Kagutsuchi superó todas las imaginaciones, el sello del lago abrió una brecha al mismísimo pozo de la perdición, con el nacimiento de una cantidad de criaturas interminable, un ejército invencible al servicio de la sed del animus, eran criaturas apresadas por miles de años en las magatamas que escondió en el fondo del lago el dios oscuro, Kiyoku. Todos ellos, liberándose uno tras otro, simplemente fuimos masacrados, nuestra escuadra y las líneas principales fueron destrozadas en cuestión de unas pocas horas.
Los cañones cesaron su sonido en la medianoche cuando ya no había artilleros y los soldados fueron cadáveres irreconocibles de los amigos muertos. Mi existencia ya desgastada y adolorida se mantuvo gracias a la voz de la comandante Kuga, quien nos indicó cómo movernos entre los recovecos y escondites de los alrededores del lago. Nuestra pesadilla era interminable, si no eran lo suficientemente peligrosas las criaturas, teníamos que tener un ojo en los cielos por todas aquellas veces que el fuego se derramó sobre los bosques o las estacas de hielo se clavaron en la tierra sin distinguir amigos de enemigos. Nosotros éramos hormigas en comparación con los seres sobrenaturales cuyo duelo en el cielo hacía palidecer nuestros esfuerzos. Temí y admiré, por vez primera a la criatura en la que el Doncel de hielo se convirtió, quien en más de una ocasión creó barreras de hielo con una mano para salvar nuestras vidas y con la otra atacaba a la bestia roja, comprendí que nadie más podría sobrevivir a una batalla contra las entrañas de aquel dios malvado convertido en un dragón de fuego queriendo destruirlo todo a su paso.
Envainé las espadas cuando llegamos al resguardo de un par de trincheras que cavamos ayer por órdenes de nuestra Regente, su alteza Natsuki Kruger. Suspiré, cansadas mis manos de sostener su peso no quería por nada del mundo delatar ante mis amados amigos el temblor doloroso que a mis brazos aquejaba. Miré a la pelinegra de ojos como el fuego, a la mujer a la que seguiría hasta el infierno con lealtad perenne, ahora incluso más que antes ya que la duquesa Sirene pudiendo salvar su cuello en la seguridad del templo, vino con nosotros y peleó codo a codo, herida su carne como la nuestra no sangraba menos que los presentes agotados y abatidos.
La comandante Sirene era mortal y su poder espiritual muy por encima de cualquiera de nosotros, la enorme espada de Neptuno destajaba una criatura con cada corte, pero incluso así, las abominaciones pronto nos superaron en número. Escapamos para sobrevivir, ocultamos nuestra fuerza como ella nos enseñó, así la oscuridad fue una aliada pese a la incandescente luz terrorífica y sangrienta de la luna en los cielos o las llamaradas de Kagutsuchi.
—Necesitamos detener el flujo de las criaturas, o en verdad pereceremos y los monstruos superarán los límites de Fukka.— Murmuró Kuga con el aliento escaseando, de su nariz un hilo rojo delataba el posible daño causado por aquel golpe contra un roble, tras el azote de un reptador de 4 metros de alto, que hemos jurado no comentarle a Erstin. —Zade y Nao son fuertes, pero es limitado el terreno que pueden cubrir, incluso con sus bestias espirituales al máximo nivel.
—Las magatamas están dentro, en el fondo del lago... con los horrores que lo resguardan, será imposible acercarnos.— Apuntó Christin y yo no tenía más ideas que las de mirar a Alanis, solamente porque podría ser la última vez de poder verla, su mano sujetaba suavemente la de nuestra amiga castaña y morena hija de Argos.
—Usemos las cargas de los cañones,— Dije repentinamente, desviando la mirada del gesto amoroso entre las dos mujeres, herido, como si no ignorara el hecho de que las dos son pareja y no tengo lugar en el corazón de mi amor.
—No se usaron todas las cargas,— Confirmó Krauss con un suave asentimiento, Erstin le cosía una herida abierta en el hombro, y el rubio ni siquiera se inmutaba por el hecho, quizás intentaba parecer muy hombre en presencia de su amor imposible.
—Ni tampoco todas las esferas modificadas que Akira marcó con los símbolos arcanos.— Apuntó Taro, el hermano mayor de los Ho. Saionji Hyuga y los demás soldados prefirieron guardar silencio, apenas quedamos 12 con vida y muy maltrechos.
Vendé mis brazos, el roce de la tela y la piel era dolorosa, pero necesitaba conservar la fuerza pues cortar a medias a un Orphan podría ser la diferencia entre la vida y la muerte, o ser una carga. Levanté la vista sobre los ojos magma de nuestra comandante. —Tendremos que dividirnos, un grupo muy grande atraerá a las criaturas... incluso ahora es un riesgo para todos estar juntos,— Suspiré, —Debemos ir en 3 bloques, podemos deslizar suficientes esferas al fondo, detonar las cargas principales y lo siguiente será un efecto dominó.
—Se oye como un plan,— Nina sonrió con amarga amabilidad; la entendía, desearía que los demás estuvieran a salvo, pero no puede hacerse sin Erstin Ho, pues no sabemos lo que ella. —Un grupo de distracción, otro que haga lo que debe hacerse y otro que sea de respaldo.— Ella ya tenía los números en mente, así que continuó. —Distracción... Alexei, irás conmigo, Sainoji y Glon;— Los mencionados asentimos, Glon, él básicamente pudo o no haberse hecho en los pantalones y con razón. —Taro, Alastor, Naer y Oskar... serán el respaldo.
—No me apartaré de mi hermana.— Se quejó Taro con el ceño fruncido.
Eso no ablandó a Sirene ni un poco, quien lo miró con frialdad. —Ella tendrá a Alanis, Christin y Krauss, los mejores... y él sabe.— observó intensamente a nuestro rubio y poco afortunado amigo. —Que si algo le pasa en su guardia, bueno... tendrá más problemas que solo un par de Orphans.
Krauss asintió con dignidad, mientras Erstin negaba con la cabeza. Tenía un imán para las personas cabezas huecas y todos entendimos que a nuestro amigo más le valdría morir que permitir algún daño mortal sobre Erstin.
—Posamos nuestra fé y confianza en ustedes, chicos.— Murmuré para zanjar el asunto.
Alanis pestañeó y me pareció ver algún escozor en sus ojos, pero fueron seguramente puras figuraciones mías. Erstin me sonrió y yo hice lo mismo, Christin me lanzó un beso volador y yo fingí atraparlo. —Hoy seremos verdaderos hombres,— murmuró solemne Krauss. —Tendremos esposas orgullosas en el futuro.
—Bueno amigo, yo soy un espíritu libre, aún no tengo en mente esa soga en el cuello.— Los otros se rieron, las chicas no parecieron tan contentas con la broma.
—Idiota.— Alanis me golpeó el hombro, y es bastante fuerte, eso dolió.
—Guárdalo para los monstruos, mujer.— Me quejé sobándome dramáticamente, encantado de verla sonreír junto a los demás.
Fingí no ver las manos temblorosas de Erstin y de Nina unirse, mientras Kuga daba breves caricias circulares en el envés de la joven Ho, allí, tan cerca del lugar donde debería estar el anillo de boda, el que sabemos todos, cuelga en el cuello de la joven rubia.
Tuvimos un tiempo para descansar, nos turnamos para vigilar, un bloque de 10 minutos por cada uno de nosotros, para un reposo de una hora y 50 minutos por cabeza, salí cuando fue mi turno. Pasamos inadvertidos con el camuflaje en la nieve, restaban apenas 10 minutos para partir en la que podría ser la última hora de nuestras vidas.
—Toma otro corto respiro, Snow.— Musitó cierta pelinegra, lista para reemplazarme en la guardia.
—Rosth, que formales estamos hoy— Susurré igual de bajo, pero no me moví a pesar del tono burlón. —Puedes tomarlo tú, ¿qué son diez minutos?
—Mucho... y nada,— Tragó saliva temblando, no por el frío precisamente, y eso fue suficiente para mí, para preocuparme, porque en todo este tiempo esta chica siempre fue la más fuerte, ruda pero delicada, desfachatada y jovial, mordaz e inteligente, la clase de mujer con la que sueñas y que solo será eso, un sueño.
Suspiré, desearía tanto abrazarla, pero no tengo ese papel, apreté los puños junto a mis pantalones y me di cuenta de lo cobarde que estaba siendo, así que sujeté su mano con suavidad, sin apartar la vista de cualquier peligro, por pequeño que fuese. —No te alejes de los demás... Necesito que vivas,— La miré de soslayo por un segundo y se estremeció, sonreí por las esperanzas que latieron en mi corazón. —...Que los cuatro vivan.— Añadí, consciente de que no necesita esa clase de cargas. —Ustedes son lo único que tengo en el mundo, Alanis, son mi familia. Así que hagan que la pequeña Ho, tenga su oportunidad.
—No tienes que decirlo... nada le pasará.—Sonrió con esa picardía que la caracterizaba. —Es difícil seguirle el paso a Nina, así que... no te hagas el héroe.
Asentí, y los dos miramos el cielo, cuando nuestra regente logró atravesar el vientre de la bestia con un rayo de luz pura y Kagutsuchi cayó de los cielos, miré a Alanis con esperanza y sus ojos ambarinos me devolvieron el gesto.
—Es hora.— La voz de Nina nos trajo de vuelta.
Asentimos antes de mirarnos por un breve instante, y me habría quedado a mirarla un poco más, tal vez la eternidad, pero el mundo tiene la mala costumbre de apurar sus giros, y no esperar a nadie. Seguí a Nina, junto con los muchachos, subimos sobre el risco en el borde norte del lago, no sin destajar algunas criaturas en el camino, tomamos posiciones aún ocultos, sabíamos que mientras los grupos no fueran interceptados, todo estaría bien y nuestra labor no sería necesaria. Nos apostamos en los árboles más altos, en las ramas más fuertes, a media altura, ocultos por las puntiagudas hojas de los pinos usamos los arcos modificados por Erstin y el viejo Ho. La armas mágicas producían flechas de energía pura, así que fue fácil deshacernos de varios seres sigilosamente, y por un momento realmente creí que podríamos lograrlo, 'el Doncel de Hielo' realmente había herido mortalmente a Kagutsuchi, sus alas sangrantes apenas podían sostenerlo en el cielo, y sus fauces humeaban, pero no flameaban, los dos seres sobrenaturales en verdad se notaban fatigados, y nuestra contendiente tampoco estaba exactamente indemne, con la mirilla del casco pude ver la sangre, si es que eso era una especie de oro líquido con destellos rojos.
Pasadas unas horas desde nuestra separación y la labor de tiradores desde lo alto, el fuego de emergencia se elevó varios metros sobre el bosque en la ladera de nuestra posición, en el final del recorrido cuando el circuito de esferas debía estar a punto de completarse. Se escuchó el grito agónico de alguien, así que bajamos de salto en salto, hasta caer en la nieve, Kuga levantó la mano y formó una flama de energía pura, por lo que supimos que era el momento de dejar de esconder nuestros animus.
—¡Todos! ¡Llamen su atención!— ordenó la comandante Kuga, siendo la primera en dar el ejemplo.
Yo sostuve mis espadas e imbuí sus filos con mi animus, no podía darme el lujo de flamas o cosas bonitas, necesito cada ápice de mí para derrotarlos. Saionji y Glon mantuvieron sus posiciones en los árboles, sus flechas fueron las primeras en eliminar a los seres que ascendieron como una horda temible a través de los árboles y la nieve; ciertamente nos superan en número -y por mucho-. La idea aterradora de que los demás estuvieran muertos me dejó sin aliento, Nina tal vez, temió lo mismo... ya que ni siquiera esperó a que los monstruos nos alcanzaran, ella atacó primero. Su espada de un tamaño colosal cortaba con su hoja a cuanto infausto ser se aproximaba, del mismo modo, una luz trascendía en el aire, llevando el filo sobrenatural varios metros más adelante, donde esporas de luz verde se desperdigaban en el cielo, pero yo ya tenía un par de adversarios al frente para entretener el frío y desquitar la ira.
Corté al primero con la espada derecha, me agaché y deslicé sobre la nieve, empalé a la mantis desde el suelo, me levanté, enfundé una espada y salté antes de ser decapitado por un pardo de garras de hierro. Ya en el aire y aprovechando el escudo que llevo en la espalda, monté sobre él como si fuera un deslizador, y sería divertido si no hubiera tenido que esquivar a la muerte un par de veces. Bajé por la pendiente cortando todo lo que hubiera a mi paso, cinco monstruos al menos, hasta que un montículo de nieve tuvo la buena idea de frenarme en seco, por lo que terminé debajo de una montaña de nieve.
Me levanté adolorido, llegué al pie de la montaña acomodando el escudo en su lugar, vi en los alrededores, había cadáveres, algunos de la primera contienda, y rogaba que de ellos fueran todos. Pero no hubo tanta suerte, distinguí la cabeza decapitada de Alastor, el torso de Naer parcialmente mutilado y a Oskar empalado entre los despojos de un árbol. El silencio en el lugar era espeluznante, armado con las espadas me moví suavemente hasta que escuché un gemido ahogado, sin saber si era humano o animal, me escondí sigilosamente; por suerte observé algo de aspecto familiar en un recoveco de lo que parecía trozos de un tronco destartalado, del tipo con raíces grandes y un agujero que se abría paso en la tierra. Corrí y escarbé en la nieve, con Kuga atrayendo a los monstruos colina arriba, hacer algo así de descuidado fue un lujo que pude darme.
Lo que vi me dejó perplejo, en lo que parecía la madriguera de algún animal de buen tamaño, estaban escondidos los dos hermanos Ho. La sangre fluía libremente a través de una herida en el hombro de Taro, a quien Erstin abrazaba con vehemencia intentando mantenerlo consciente.
—Alexei...— susurró al verme entrar por el pequeño agujero.
—Pequeña, ¿dónde están los demás?
—Se quedaron poniendo la mecha y la baliza, junto a las cargas de pólvora de la base para activar el efecto en cadena con apenas el disparo de una flecha encendida.— Explicó rápidamente no sin mantener sujeta la herida de su hermano. —Ayúdame a sostenerlo, ¿te queda pólvora?
Asentí, arrastrándome a su lado, mientras Erstin sujetaba fuertemente la mordaza que le impedía a su hermano gritar. Tomé una de las cargas de mi arma, vacié el contenido en el corte y con un mechero de piedra hice la suficiente fricción para generar una chispa que consumió la pólvora en un instante, y cauterizó el sangrado de la herida del rubio. El hombre se desmayó poco después de eso...
La joven cubrió a su hermano con la capa y lo dejó dormir, antes de preguntar. —¿Nina?... Ella...
—Ella los está distrayendo, debo volver de inmediato,— Me dispuse a salir.
—Voy contigo...
—Tu hermano estaría indefenso, y este parece un lugar seguro.
Vi el conflicto en sus ojos. —Si tú estás a salvo y ella lo sabe, la comandante podrá pelear y dar lo mejor de sí, sin angustiarse… si estás protegiendo a tu hermano, no solo muestras tu amor por él, también por la Duquesa Sirene. Y yo… la protegeré… a la persona que amas.
Le di la espalda a Erstin y no miré atrás cuando salí de la madriguera, era más fuerte la idea de superar el miedo que ascendía por mi estómago, no podía permitir que me venciera después de tales palabras y promesas. Así que ascendí a pasos raudos, con el arco espiritual en las manos, y las flechas acabando con cada monstruo en la distancia. Volver me tardó más tiempo del que lo hice bajando en mi escudo, pero ciertamente limpié el camino lo mejor que pude.
Al llegar, vi a mis compañeros Saionji y Glon dispuestos estratégicamente con sus arcos y flechas, asesinando a todo lo que estuviera a más de 3 metros de altura, Nina por su parte continuaba atrayendo a los monstruos y eliminando a cada ser que se acercara a menos de 5 metros. Respiré con el alma viva cuando noté a los jinetes, observé la melena negra de Alanis junto a sus fieros ojos ambarinos debajo del casco de batalla. Ella estaba en medio de una batalla con una de las criaturas, era a mis ojos, como una diosa evadiendo en un salto extraordinario a un tigris ácido que intentaba embestirla y que recibió a cambio de su osadía un par de dagas encantadas en los ojos, armas letales venidas de las manos ágiles de Rosth. La especialista en dagas calló elegantemente de pie con una estela de brillos verdes a su espalda, mientras el viento mecía sus cabellos y la hacía lucir incluso más bella, fue cuando miró en mi dirección, que la mueca divertida de sus labios bajó la protección de metal me robó el aliento y una sonrisa. Levanté mi arco y ejecuté dos tiros rápidos, cada haz de luz pasando cerca de sus brazos sin herirla, y evaporando de su proximidad a un par de alimañas que quisieron herirla por la espalda.
—Engreído...— Leí en sus labios y me reí... Entonces Alanis usó el imanto de la armadura cuyos sellos divinos tenían tal habilidad al contacto con la energía del portador, trayendo de vuelta sus armas a sus manos.
Vi a Krauss no mucho más lejos, el hombre en realidad era una masa viviente, alguien que es capaz de romper a un golem tortuga de un golpe requiere una fuerza descomunal, y no es que nuestro rubio amigo sea sobrehumano, él simplemente aprendió a canalizar el animus en su cuerpo de tal modo que su fuerza se multiplica, Akira tatuó su piel para fortalecer esta habilidad, por lo que nuestro amigo ealino puede tener la fuerza de 10 hombres en batalla. Desde esa perspectiva, algunos Orphan son simples insectos que destripa con aquel infame martillo de colosal tamaño.
Christin quien estaba más cerca de Nina, no era menos impresionante, a algunos metros de distancia podía verla manejar dos látigos llenos de púas filosas, que más parecían una extensión de sus brazos, eran una parte de ella misma y destajaba con pasmosa maestría a los seres que intentan pasar su barrera más próxima.
—¡Erstin está a salvo!— Grité para que Nina y los demás me oyeran. —Está en una madriguera, con su hermano.— Sonreí mientras miraba a mis compañeros devolverme el gesto con una sonrisa, mientras que Krauss levantaba su pulgar riendo y Nina asentía con agradecimiento, con su preciosa espada en la mano derecha y la flama de su espíritu en la zurda, aquello era un faro capaz de atraer a todas las criaturas...
El problema es que estuvimos demasiado ocupados o distraídos con las alimañas de los alrededores, porque no vimos el peligro hasta que fue muy tarde... y es que cuando se nos ocurrió la idea, no pensamos que la luz de la comandante Kuga podría atraer incluso a... Kagutsuchi.
Lo ví emerger desde el abismo a la espalda de Nina, su aleteo de fuego agitó los vientos y la temperatura subió vertiginosamente, sus enormes fauces abriéndose como una inmensa caverna con filosos dientes y una flama roja formándose en el interior de su garganta nos anticipó el fin. Del lago maldito manaban ríos de energía púrpura que envolvieron a Kagutsuchi regenerándolo; El inmenso dragón, cuyas escamas eran en realidad rocosas de ceniza blanca, sanaban las mortíferas heridas que el Doncel le había causado.
Así entendí que aquel ser era simplemente... invencible.
Nina quien estaba más cerca y presintiendo los pasos del dragón sobre su tumba, giró el cuerpo hacia él blandiendo la espada sagrada, luego descargó una onda luminosa sobre la esfera de fuego que surgía de sus fauces y aquella flama que asemejaba a un sol rojo, fue partida por la mitad. El filo de luz siguió su camino y cortó la nariz del dragón cuyo gruñido se escuchó kilómetros a la redonda. Los fragmentos de fuego se aproximaron peligrosamente a Nina quien estaba demasiado cerca para no poder aprovechar la brecha que la división logró, cuando un enorme cristal de hielo emergió desde la tierra en un pestañeo para formar una barrera protectora.
Un segundo antes de que el fuego alcanzara el hielo interpuesto, ví aparecer justo por debajo de la mandíbula de Kagutsuchi una figura de cabellos luminosos, golpeándolo con su puño y apartándolo de nuestra trayectoria. Percibí la onda expansiva resultante tras el roce de las dos mitades de la flama y la barrera gélida, usé mi animus para alejarme de la ola destructiva con el don de velocidad que me proveía, pero pocos segundos después, lo siguiente que sentí fue mi cuerpo siendo arrojado varios metros en el aire y cual muñeco de trapo, di varios giros y tumbos sobre la nieve, hasta que la caridad de los dioses me retuvo con un arbusto.
Aquello no significó que estuviera indemne, tosí y escupí sangre sobre la nieve a medio derretir, el dolor era intolerable, pero pude levantarme y ver el panorama, el cual era más que desolador salvo por el vértice que formaron las Kruger con el corte puro y la barrera de hielo. Todo lo demás en un radio de kilómetros estaba tan calcinado como si los gases ardientes de un volcán se hubieran esparcido hasta rostizarlo todo. El olor era nauseabundo, y la vista de un par de cuerpos carbonizados en la base de los arqueros que fueron Sainoji y Glon, me arrebató la calma de las entrañas.
Corrí como un loco gritando los nombres de mis compañeros, hasta que noté entre unas rocas dentro del vértice parte de la armadura y la piel de cierto ealino, el musculoso señor de la maza tenía muchos cortes escandalosos que sangraban, pero sabía que no era nada que no pudiera sanar. Agradecí con toda mi alma a Krauss, quien se guareció entre las rocas y además usó su habilidad de fuerza para soportar el daño, él había ofrecido su cuerpo como escudo por lo que debajo de él estaban las chicas semi inconscientes y con otras tantas magulladuras, pero vivas... que era lo más importante.
Entonces pensé en ella, la comandante, busqué a Nina con la mirada y mi corazón se agitó al notar que más de la mitad de la barrera de hielo que el Doncel formó estaba hecha pedazos y desperdigada sobre la colina, por lo que corrí para saber de su paradero. Después de una búsqueda que me pareció interminable entre los escombros, dí con ella, y lamenté la mala suerte de su estado...
Kuga estaba realmente lastimada, la sangre de múltiples cortes entre las capas de la armadura, la piel lacerada en tantos sitios, sus respiros dolorosos y parte de su cuerpo debajo de un colosal pedazo helado, por lo que con mis espadas imbuidas de animus, corté el hielo hasta hacerlo de un tamaño que me fuera posible levantar. Retiré cada pedazo oyendo los gemidos de nuestra comandante a cada movimiento, deduje que tenía algunos huesos rotos. Por lo que retiré piezas de mi armadura para reemplazar la suya e inmovilizarla con las vendas que tenía para emergencias, no sin antes retirar el yelmo incrustado con un rubí que ahora resultaba tan estorboso.
—Alexei... por favor, amarra la empuñadura de Neptuno en mi antebrazo derecho,— la oí decir dolorosamente, con hilos rojos manchando su cara, llena de hollín y suciedad, por lo que la limpié con la parte más indemne de mi capa. —Mi mano está tan lastimada... que ya no puedo sostenerla...— En efecto su mano temblaba, estaba inflamada y posiblemente las lesiones eran profundas.
—Pasará... pronto.— Asentí tratando de no mostrarme asustado y obedecí a nuestra líder, comprendiendo que aún si no puede sujetar a Neptuno, mientras el hombro y el codo tengan movimiento, aún podrá luchar siempre que fije correctamente la empuñadura. Pero Nina gimió con el último amarre, ya que tenía que ser tan fuerte como para que la espada no se desprenda. —Lo siento,— dije avergonzado por no poder evitarle tanto sufrimiento.
—No... es nada— mintió. —Veamos las cosas, acércame al borde por favor.
Ayudé a la duquesa Sirene a ponerse de pie, con suerte pudo sostenerse a sí misma y caminar, tal vez más por orgullo que por otra cosa. Así que le ofrecí mi hombro y con su brazo izquierdo sobre mi cuello, fuimos más cerca del borde de acuerdo a su deseo, situándonos a un lado de la base medio destruida de aquel cristal. Vimos al Doncel en la distancia, literalmente en la montaña opuesta de Fukka, empalando a Kagutsuchi tremendamente enojada.
Pero siendo honesto, no me sentía tan animado como antes, porque... ¿Cómo podríamos vencer a un ser inmortal?
Junto a Kuga miramos en el abismo con desolación, notando que una enorme porción del lago se derritió por la proximidad del dragón y otros tantos escombros de la montaña abrieron boquetes en muchas partes que estaban selladas antes por metros de hielo denso. Así, la cantidad de Orphan que ahora podían emerger era simplemente incontenible. —Toda Windbloom será invadida... no... todos los reinos lo serán.— Susurré con un enorme temblor en los labios y el alma misma, ya la esperanza abandonándome.
—Alexei, dispara la flecha.— Gruñó Nina adolorida, sudando copiosamente e incapaz de usar su arco mágico, pero dejándome en libertad para que hiciera lo que debía hacer. —Así sellaremos el lago de una vez por todas...— El plan, casi olvidaba que arriesgamos todo para destruir las magatamas en el fondo del lago.
Tomé su arco, ya que el mío y mis cosas, se desprendieron cuando la explosión me arrojó por los aires, así que tardaría demasiado en hallarlo. Apartándome la suficiente distancia y con una mejor posición a 10 metros del risco en la mejor pendiente posible, encendí todo el animus que me quedaba junto al fuego en la punta de la flecha. Cerré los ojos y rogué a Amaterasu el que guiara mi flecha a buen destino, ubiqué mi objetivo y suspiré dejándome todo en el intento. En cuanto solté el hilo de energía pura que impulsó un enorme haz de luz hacia la distancia, vi la flecha llegar a su objetivo en la baliza de mis compañeros, por lo que celebré levantando el brazo, cuando sentí un corte desgarrarme la espalda, tan profundamente que caí de rodillas sobre la nieve, levanté la barbilla y miré a mi atacante, sorprendiendome de ver a Alanis con una sonrisa sádica en los labios.
Las explosiones llegaron a mis oídos, confundiéndose con las voces de las mujeres que me llamaban a lo lejos. Repentinamente la sangre azul de aquel ser me bañó por completo y terminé por desplomarme sobre la nieve, comprendí que era la hora, el dolor lo llenó todo tan abrumadoramente, algo me quemaba la piel y luego se sumergía más profundamente a través de la columna hasta cada extremidad. Pero nada era comparable a la pena de saber que la mujer a la que yo más amaba en el mundo, había levantado su mano contra mí y blandido... ¿Qué cosa blandió? ¿Su mano? Negra como un carbón, como un filo de obsidiana pura...
Alguien me dió la vuelta, pero yo ya era solo un bulto de carne incapaz de mover las piernas... observé el rostro manchado del líquido azul, era ella... mi amor, mi dulce Alanis.
—Fue un cambiaformas...— Dijo rápidamente con el rostro bañado en lágrimas, una cosa extraña pues ella no es la clase de mujer que suela llorar, sujetó mi cara y consolándome me hizo ver la verdad. Efectivamente había una Alanis tirada en el suelo con un par de dagas clavadas en la cabeza y otra en el corazón. El ser... cuya sonrisa despiadada seguía en su cadáver, pronto se tornó blanco y deforme como una masa, poco antes de evaporarse en una estela verdosa. Yo solo estoy aliviado de saberla inocente y a salvo...
—Por favor... quédate...— Imploró Alanis y yo lamento no poder complacerla, pero tampoco podría hablar... la sangre fluye también por mi boca y el aire me abandona poco a poco. Veo las caras de Krauss, y de Christin que ahora están junto a mí. Desvío la mirada sobre Nina quien me vé con una profunda pena. Consciente de la muerte ascendiendo por mis piernas, sé que me desangraré pronto.
Así que grabé como una quemadura en la memoria a quien veía, a mi querida Alanis y a su espalda, Nina igual de derrotada, con el viento agitando sus cabellos húmedos. Los monstruos continuaban elevándose hasta los cielos desde el lago maldito cuyos destellos púrpuras aún delatan la presencia de las últimas magatamas del dios oscuro, en el fondo del lecho acuático y en cuyo centro innumerables Orphans encerrados durante milenios rompen uno a uno los sellos de sus prisiones para escapar.
Oigo los sonidos que como lamentos se extienden en todas direcciones advirtiendo de los peligros, pero el plan ha fallado vilmente. La sucesión de explosiones se ha detenido antes de ser efectiva, quizás los escombros de la explosión cortaron las mechas, u otras se congelaron y ya no es posible detonarlas. El iris escarlata vuelve la mirada sobre los valientes guerreros que han dado sus vidas por el bienestar de millones, por los amigos que siguen en pie dándole el tiempo y el espacio, entre ellos, mi dulce Alanis, la querida Christin y el bonachón de Krauss.
Nina me mira, con un dolor y una conmiseración dignas de una genuina amiga, y lo sé... que esta es la hora, les sonrío adormilado cerrando los ojos definitivamente.
He muerto, tal vez... ya no me siento dentro de mí, ya no soy dueño de mi cuerpo y... entonces lo he visto todo, lo siento todo... la prisión en la que vivía se ha desvanecido.
Estoy de pie, soy ligero como el éter... el tiempo es muchísimo más lento, y la desesperación se ha desvanecido. Puedo ver a Alanis Rosth gemir y llorar amargamente abrazándose a mi cuerpo, el cual se ve terrible, fui destajado completamente. Puedo sentir una grieta formarse debajo de mí, el camino de otra dimensión que se siente como un dejá vú...
Pero es cuando veo una sonrisa que silente, expone el secreto de las intenciones de la comandante que la angustia vuelve y la presión se desvanece cuando repentinamente estoy a su lado, como si fuera el destino quien trazara este camino.
Erstin ha llegado, pero es demasiado tarde y hay demasiados obstáculos...
Nina le dedicó una mirada a la hermosa rubia cuyo martillo no da sosiego a los monstruos que intentan venir por los demás, cuando Christin y Krauss continúan dando la pelea para permitir a Alanis derramar su dolor. De este modo, comprendo que tal vez en otras vidas y en otros mundos, volveremos a vernos...
—Te... amo.— Escuché el susurro de los labios de Nina dirigidos a su más grande amor. Un salto y un grito que es queja, un reproche y su nombre, mientras el silbido del viento le recuerda la caída, y yo caigo como un espectro a su lado, sin ser mi carne la que le sigue...
Nina mantuvo la vista al frente, poniendo el filo de la punta de Neptuno por delante para romper los centímetros de hielo en el borde del lago con un destello azulado de su puro poder espiritual. Un golpe con las gélidas aguas y los hilos de sangre diluyéndose con el hielo, apenas uno de sus ojos funciona, siendo el izquierdo que laceró uno de los fragmentos gélidos en su camino. Me lamento, pues soy la nada en su presencia, y nada puedo hacer para ayudarla.
Aunque el dolor fuera insoportable para ella, aprovechó el peso de su armadura para dejarse llevar al fondo donde las 30 cargas y las esferas de púrpura brillo, hecho del mismo material oscuro que los cristales negros que tanto daño hicieron a su prima, continuaban inertes. Supo que no estaba sola en las profundidades cuando un coletazo y la agitación del agua la arrastraron más hacia el fondo, ignorante la criatura que hacía obra sus deseos con aquel ataque. El descenso no fue menos doloroso, sentía como si los pulmones fueran a explotar, por lo que tuvo que desprenderse del preciado aire para no morir tan rápido.
En cuanto llegó la quietud, estando suspendida en el agua, atrapada por las enredaderas verdosas y negras de aquel Orphan del lago, pudo sentir que el predador marino absorbía los hilos rojos que aún brotaban de sus heridas y las algas se introducían entre las hendiduras de su armadura buscando las preciosas fuentes como si se tratara de la cena, lo cual no solo era asqueroso, era una tortura apenas comparable a las agujas que sentía en todo el cuerpo a causa del frío que amenazaba también con extinguir sus latidos.
Cesó la quietud, Sirene de Neptuno, la segunda duquesa de la casa de los Kruger movió el filo de la espada partiendo en dos al ser hecho de plantas marinas... Muy a su pesar Nina comprendió que no era el único de su clase cuando las sombras de otros 5 monstruos iguales se aproximaron a vertiginosa velocidad. Su vista aún borrosa pudo contemplar la proximidad de las magatamas, sin aire, sin fortaleza para luchar con aquellos adversarios, pensó en la única cosa que le daría la paz y el valor para enfrentar aquella hora oscura y escarlata. Así la memoria de una sonrisa en el rostro de una chica humilde, rubia, de mirada aguamarina, la puerta de un alma incomparablemente hermosa... fue suficiente para que apuntara su espada a un solo punto en el lecho.
Con un grito que el agua silenció en su voz, dió paso a un brillo tan luminoso que incluso en el exterior donde el hielo cubría parte de los bordes del inmenso lago, se extendió el resplandor que se producía mientras cada ápice de aquel hermoso poder abandonaba a su propietaria para conformar una onda mortal cuyo filo impactó de lleno en la esfera maldita y sus alrededores, destruyéndolo todo, por lo que me puse delante de Nina con la vana esperanza de protegerla...
La energía resultante activó las restantes esferas de metal que Erstin había diseñado para aquel ataque, multiplicando el efecto hasta destruir por completo cada cosa en el lecho del lago. La devastación acabó con las criaturas que ocultaban el lago y sus alrededores, elevando toneladas de agua a más de 20 metros sobre la superficie, ante la mirada incrédula de los supervivientes del escuadrón de la guardia. El agua que volvía a la fuente, se cristalizó en el aire formando estructuras de hielo que increíblemente tenían la forma de una rosa blanca...
Copos infinitos de nieve comenzaron a caer desde el cielo, tan brillantes como estrellas que con su sola presencia espantaba a los Orphan más próximos, dándoles a los guerreros la victoria anhelada. Sin embargo, del silencio mortuorio que perduró algunos momentos, nació un grito horrorizado que se escuchó a lo lejos. Ninguno de los guerreros se sostuvo en pie al comprender que era la voz de Erstin, y el recuerdo de su clamor jamás abandonaría sus recuerdos...
En el centro del capullo de una de las gigantescas rosas de escarcha blanca, la figura inmóvil de Nina contempló con su ojo derecho el brillo celestino de las estrellas, entonces y como nunca en toda su vida, una extraña paz la inundó. Su tarea había sido realizada, una lágrima resbaló por su mejilla cuando en la pausa de su agonía pudo ver a una persona, la figura de alguien que nunca contempló consciente para ser un recuerdo, pero que no tuvo duda de quién se trataba.
Era una mujer pelinegra con una máscara de porcelana con hermosas astas de jade, en la que se dibujaba la forma de una cierva. La mujer, que vestía atuendos de las eras antiguas y tenía el aspecto de ser una guerrera formidable, retiró la prenda de su rostro, dejando ver unas facciones preciosas, y con un considerable parecido a Nina, salvo porque sus ojos eran tan verdes como la esmeralda.
—Mi querida niña, en qué valiente y hermoso ser te has convertido...— La dama no tardó en acariciar la mejilla de la menor aunque fuera solo espíritu, con un amor tan profundo como solo es posible se dé entre quienes alguna vez compartieron la misma sangre. A su espalda otra guerrera llegó, retirando la máscara de un zorro pintado en la porcelana e inclinándose para darle un beso en la frente, ella era el vivo retrato de Natsuki Kruger, pero de aspecto más sabio, ligeramente mayor que la lobuna.
Un sello dorado se dibujó en la frente de la comandante, y sus ojos se llenaron de un extraño brillo azul semejante al de un fuego fatuo. Su cuerpo brilló como si fuera un ser hecho por entero de luz, y sus labios se movieron con esfuerzo. —Ma...má Neera... Ma...má... Saeko— dijo tan felíz, y con una sonrisa apacible en la boca, luego cerró los párpados a la par que todo su cuerpo comenzó a desvanecerse en un millar de brillos celestes y dorados, mientras la mujer sollozaba silenciosamente abrazando a la forma ausente de la que comprendí fue alguna vez su hija.
La luz se perdió por lo que sentí frío, también vacío y soledad. —Nina...— Ella se había ido también, pues ni siquiera dejó atrás su cuerpo o ropa, ni su espada, nada para recordarla en el mundo, más que su heroicidad, del mismo modo que el regente Takeru lo hizo hace tiempo.
—Te has tardado más de la cuenta, señor Snow.— Escuché la hermosa voz de la mujer cuya melena de cobalto y ojos verdes me confundía, mientras ella consolaba a la otra, poniendo su pálida mano sobre el hombro tembloroso.
Observé en silencio a las mujeres, mientras el tiempo del mundo giraba lentamente, hasta que la otra doncella se recompuso, se levantó y me miró. —Gracias por velar por mi pequeña,— Inclinó suavemente la cabeza y yo hice lo mismo. —Pero debes continuar tu camino.— Dijo, volviendo a lucir la porcelana con la forma de una cierva en su bella faz, acto que la del emblema del zorro imitó.
—¿Quienes son ustedes? Y a qué te refieres con camino...
—Soy Neera Kuga y esta es mi hermana Saeko, fue la madre de Natsuki...— Me señaló a la mujer que podría haber confundido con Natsuki si la hubiera visto de lejos en el camino. —Nina solía ser mi hija... Ahora somos guardianas del ADA en el mundo de los muertos.— Podría apostar que sonrió debajo de la máscara o fue solo mi imaginación. —Mi señora Ceret, la diosa del inframundo, cree que tienes potencial y pregunta si estás dispuesto a servirle. De este modo tendrás algunos privilegios.
—¿Cómo cuáles?— pregunté interesado.
—Viajar entre mundos...— dijo Neera.
—Observar a tus seres amados...— acotó Saeko.
—Tomar posesión temporal de cuerpos mortales para la realización de labores, y tener algún tiempo libre para recordar lo que fue vivir, claro... sin revelar que se trata de tí.— Explicó la madre de Nina. —Si cumples tu servicio podrás ir al reino celestial para vivir entre los dioses y servirlos ganándote sus favores. Algunos han logrado incluso elegir bendiciones para su renacimiento cuando la hora llegue.
—Si Alanis no está, será un solitario existir...— Sonreía amargamente, aunque se escuchaba bien ellas no eran en sí el mejor ejemplo del bienestar que esa vida les trajo, su familia casi fue erradicada en una noche, Nina murió de todos modos y Natsuki, tal vez no viva. —Y si no sirvo a su propósito, si elijo no ser lo que ella desea que yo sea. ¿Qué destino me espera?
Neera me miró con paciencia y procedió a explicar. —Viajarás al Isthagan y caminarás una distancia de aspecto infinito, mientras el animus que se ha adherido a tu alma se desvanece. Si no tienes la suficiente fortaleza espiritual te convertirás en un objeto a la merced de los pies de los caminantes y tal vez en 100 años de la sombra llegarías a la fuente de la eternidad en la barrera del animus, donde serías regenerado y purificado. Solo para ser juzgado y condenado en alguno de los reinos de los jueces...
—Si fuiste un paradigma de virtud, podrás conocer el reposo en alguno de los paraísos. Si tienes muy mala suerte, alguno de los jueces podría considerar que tu alma no merece la existencia, por lo que serás condenado a la nada. Eso en verdad es la muerte definitiva... ya que nunca podrás renacer.— Acotó Saeko. —Pero tendrías que ser muy desafortunado, para que eso pase.
Tragué saliva, porque en realidad no fui perfecto...
—El tiempo es un lujo, jinete. ¿Qué has decidido?— Neera me miró, mientras Saeko se apartaba dando saltos de distancias impresionantes y yendo en la dirección de Natsuki, quien colapsaba de muchas formas al entender el precio que Nina pagó en la batalla.
—Acepto...— Afirmé comprendiendo que si así puedo velar por las personas que tanto amo, entonces valdrá la pena.
—Serás de ahora en más el custodio de nuestro querido árbol sagrado, el melocotonero de nombre Janama.— Dichas tales palabras, la dama trazó sellos de fulgor dorado con una daga preciosa que tenía en el cinto, de la marca mágica se abrió una brecha entre las dimensiones y fui absorbido.
Tiempo después, caí sobre las raíces de un enorme y hermoso árbol con hojas brillantes en una tierra inusual, mientras que 3 guerreras del ADA enmascaradas me apuntaron con sus armas, como si fuera el ente más peligroso de la creación. Esto me recordó aquella vez que terminé por accidente en las termas de las chicas, Alanis me rompió la nariz por insensato, pero supuse, que las mujeres frente a mí no serían tan amables...
—Explicó Alexei Snow a las guerreras del ADA en el árbol sagrado, mientras Erisdel se debatía sobre si debía destruir o no su alma.
El filo espectral de la Katana de la guerrera del Ada apuntaba al cuello del alma de Alexei, quien sudaría si tuviera un cuerpo, y solo atinaba a levantar los brazos en señal de rendición. —Eres el primer hombre que nuestra señora escoge para una tarea tan importante, ¿que tendrías de especial?— Murmuró aun desconfiada la mujer, de piel morena, largos cabellos castaños con hermosas ondas en las puntas, cuya máscara de porcelana aludía la forma del gato con preciosas orejas, en ella se adornaban los iris heterocromáticos de la joven uno azul y otro dorado.
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Aquella tarde antes del almuerzo, supe por Mai, de los acontecimientos en torno a la Duquesa a quien yo simplemente le había perdido el respeto. Su infidelidad, sobre la cual dudaba mi Fe en el principio, fue mal pagada, ya que sabía cierta la consumación de la intimidad entre Kruger y aquella mujer de cascos ligeros, Nao Yuuki, quién había partido a la frontera junto con Sherezade para proteger los límites de Fukka. Ambas dejaron a su paso una estela de corazones rotos y los deseos vivos de muchos hombres, por dar la sensación de inalcanzables y tener tanta piel a la vista... si bien admitía que Nao era hermosa, no consideraba que lo fuera más que mi hermana, pero estaría siendo subjetivo sobre eso, por lo que discutir con la que fue la tentación sería vano si no se castigaba al infractor principal, es decir, a la duquesa.
Me sujetó del brazo en cuanto quise ir a recriminarle las cosas a Natsuki. —Takumi... no podemos hacer nada.
—¿Qué dices?— miré atónito a mi pelirroja hermana. —¿Esperas que vea esta falta y olvide lo que Kruger le hizo a Shizuru?— Si eso significara arriesgar la vida para vengar el honor de mi hermana, a pesar de saber que sería vencido con tanta facilidad, yo en verdad lo haría para hacerle comprender la gravedad de su crimen.
—Shizuru ya lo ha resuelto...— Dijo Mai con suavidad, como esperando que eso me calmara.
—Entonces, ¿iremos a casa de inmediato?— No podría ser otra la solución ante este predicamento.
Negó con la cabeza y su mirada violácea mostró pesar. —Ella la ha perdonado.
—Imposible...
—La joven regente le ha concedido vivir a nuestro padre durante un año, intercambiaron una promesa por otra... para que papá pueda solicitar el perdón a mamá y a la abuela,— susurró sujetando con fuerza el mandil de su vestido.
Me quedé helado, comprendiendo la magnitud del amor de Shizuru y tal vez... el de Kruger, que seguramente no odiaba menos a nuestro padre. —Eso no lo justifica... esta es solo otra puerta para que Kruger le sea infiel en el futuro.— gruñí por lo bajo.
Pero Mai me miraba de una forma extraña. —Algunas veces, es fácil juzgar cuando las cosas se ven desde afuera.— Suspiró antes de aproximarse directamente y acariciar mi frente en la que tenía seguramente el ceño fruncido. —Serán madres de nuestras sobrinas Tak, lo que significa que de una u otra forma, estarán enlazadas el resto de sus vidas. ¿Podrás respetar la decisión de Shizuru?
—No será como antes, te lo aseguro...— Desvié la mirada molesto, yo... yo no podría soportar la deslealtad de Akira, y nada podría remediar algo así... ni siquiera mi amor por ella.
—Solo... no seas grosero con Kruger, Shizuru la ama, a pesar de todo y ella pagará su falta honestamente. ¿Comprendes?
—Lo comprendo y haré lo que nuestra hermana desea, pero le haré saber que no coincido con ella...
Las vimos llegar y tomarse un tiempo, Shizuru habló con nuestro padre mientras Natsuki los vigilaba, y Akira comenzó a caminar hacia nosotros con una sonrisa hermosa en los labios, pero yo seguía disgustado.
—Tak...— Mai me miró con reproche. —Alguna vez, podrías arrepentirte de ser tan obcecado, ser capaces de perdonar las faltas es también una virtud.— Tomó mi mano para llevarme a su encuentro.
—Perdonar no es lo mismo que olvidar, son dos cosas diferentes...— Murmuré por lo bajo antes de que Akira pudiera escucharnos, por lo que se extrañó de mi mal gesto en cuanto estuvimos cerca.
Esa tarde el mundo cambió en un suspiro... porque supe el significado de la pérdida en cuanto el caos reinó y apenas pude despedir con un beso a Akira, quien tomó el control de una escuadra completa en la dirección opuesta que la Duquesa Sirene y su grupo lo hicieron. Todo eso, mientras Kruger revelaba su pacto con una bestia sagrada que en verdad la elevó a otro nivel, porque realmente nadie más podría hacer frente a Kagutsuchi.
A partir de allí, la guerra que fue y la que imaginé que sería distaron considerablemente. Ver a la diosa Mikoto tomar su verdadera forma, hizo que pudiera entender la insignificancia de nuestro ser ante los seres magníficos de la creación, ya fueran buenos y gentiles como la deidad de la tormenta o terribles y despiadados como el señor de la Obsidiana, los dioses caminaron sobre Fukka y casi la destruyeron con su sola presencia. Por ello, volvió el aliento a nuestros cuerpos, en cuanto la sabiduría de la querida diosa abrió un portal para arrastrar a su hermano a un lugar en cuya batalla no destruyeran el mundo en el proceso.
Las cosas no fueron más sencillas por ese motivo, el caos reinó en cuanto comprendimos las circunstancias que se cernían sobre todos, porque dejaron atrás criaturas no menos espeluznantes, pues el dragón cenizo de alas de fuego pudo ser tan desastroso como los dioses mismos. Tuvimos la fortuna de permanecer bajo el escudo que mi hermana Shizuru activó en el templo escondido de Mikoto, porque las hordas incansables de criaturas monstruosas de pesadilla arrasaron con todo a su paso, tomando cualquier dirección incluida la nuestra. Sergei Wong instó a mis hermanas a guarecerse en el templo oculto con las mujeres y niños del poblado que estaban a nuestro cargo.
—Señor Wong, yo no iré a ninguna parte, mi esposa esta ahí afuera y puedo asegurarle que no soy la criatura indefensa que usted cree...— Le informó Shizuru con una fría mirada escarlata y por alguna razón que yo desconocía, el hombre no dijo más, dejándola hacer su voluntad.
Por temor a la duquesa o a la diosa, ¿quién podría culparlo?
El capitán retiró las amarras de mi padre, me guió a mí y a él lo empujó, para llevarnos al pie de los cañones. Una vez allí nos armó con pistolas, pólvora y otros elementos que pudieran en el peor de los escenarios, ayudarnos a proteger la propia vida si la situación lo requiriese.
Sergei volvió su rostro militar en mi dirección y la de nuestro padre, no sin suspirar de soslayo con alguna clase de batalla interna que después de unos segundos resolvió. —Ustedes dos...— nos señaló con su índice. —Velarán por las señoras y darán las noticias a las interesadas...— musitó refiriéndose a Natsuki y a Mikoto, por lo que yo tragué saliva.
Se detuvo frente a mi padre. —Señor Fujino, le sugiero que no intente huir, le prometo que en toda esta tierra no hay lugar más seguro que este... claro que si lo que desea es morir, puede ir por su propio pie. Realmente no hay ningún soldado que tenga tiempo ahora mismo para perseguirlo o protegerlo.— Con una sonrisa torcida, puso el casco de la armada en su lugar y se dirigió hacia unas de las torretas donde varios grupos de arqueros y cazadores, se fijaron para defender cada punto vulnerable del templo evitando el ascenso de los monstruos hasta la barrera protectora.
Cuando tenía la edad del servicio fuí enlistado en la milicia como dictan las leyes de Windbloom, ya que cada familia debe ofrecer a un hijo varón durante dos años para defender las fronteras de la nación y ser en caso de necesidad una reserva militar suficiente que prevenga invasiones de las naciones vecinas. Los hombres pueden excusarse de esta circunstancia, en la ocasión de haberse desposado y tener hijos menores de 2 años, por lo que casarnos jóvenes resulta muy tentador en algunos casos; también se permitirá no cumplir con el deber en el caso de tener una discapacidad tal que impida a un hombre, el poder combatir físicamente o disparar. Así que es imposible para un caballero sano y soltero, librarse, por lo que acudí al entrenamiento. Como todos, recibí la instrucción y tuve un par de prácticas de tiro, me desenvolví correctamente en el manejo de la espada, dadas las clases de esgrima que todo señor de buen nombre se precia de recibir desde la infancia. Pero jamás tuve que ir lejos de casa en las zonas genuinamente peligrosas de la región, por cuanto mi padre tenía influencias y las usó para garantizar mi bienestar.
Entonces conocía cada parte de un cañón, cada mecanismo y todo lo que mi mente hábil para memorizar datos pudo retener. Sin embargo, jamás había estado frente a uno en una situación de combate real y los soldados nos despreciaban por lo ocurrido con Takeru, así que ninguno levantaría su mano contra Satoru por orden de Natsuki en acuerdo a su promesa para Shizuru, pero del mismo modo, tampoco harían un esfuerzo por protegerlo.
Mis hermanas tenían una extraña convicción, Mai ayudaba formando las cargas de pólvora que me facilitaba un poco la labor y Shizuru vigilaba sin mostrar un ápice de miedo en la proximidad del abismo, dándonos a conocer el objeto de disparo más urgente para cada ocasión. Se requería de al menos 3 hombres para maniobrar el cañón con más agilidad, entre la carga de la pólvora, la introducción de la bala y el ajuste de la mira para el disparo... para las labores de fuerza bruta. Por lo que incluso con la ayuda de Satoru, quien era menos fuerte de lo que recordaba, teníamos un promedio de tiro bastante inferior a los demás artilleros del borde.
Limpiando el sudor en mi frente y habiendo prescindido del abrigo, pude notar que las criaturas encontraron la flaqueza de nuestro flanco, por lo que comenzaron a moverse más cerca de nuestro lado para intentar tomar la cima del templo. —Mai, Shizuru... vayan al templo por favor...— Dijo mi padre igual de fatigado y bastante asustado, aunque lo escondiera en la voz...
—No será como dices, padre.— Suspiró Shizuru volviéndose a vernos de soslayo, a su espalda entre explosiones y haces de luz, vimos una marabunta terrorífica de las criaturas que ya golpeaban con los filos de sus garras y dientes la barrera de energía que la flor bendecida proporcionó. La misma que increíblemente soportaba la aglomeración de tal cantidad de seres, amenazó con agrietarse, pero mi hermana, seguía tan serena como siempre y le habló a nuestro padre. —Te dije ya que no me conoces tanto como me gustaría; siempre pensaste que Natsuki era un monstruo... pero yo comprendí hace tiempo, que yo estoy mucho más cerca de serlo, de lo que ella podría.
Entonces Shizuru fue envuelta por un fulgor de aspecto rojizo, su espíritu incendió las insignias arcanas de un brazalete en su mano derecha y de esta, la sombra de otra mujer de aspecto familiar se alimentó, al mismo tiempo, algo que tenía un aspecto muy semejante a la sangre cristalizandose se materializó hasta crear una Naginata. Era una lanza de estilizada forma y mortal brillo con una hoja de aspecto vertebrado. Con un tenue movimiento de la muñeca de mi hermana, el arma que resultó ser extensible alargó los filos como cuchillas sujetas unas de otras por los hilos rojos de animus que Shizuru controlaba a su antojo.
El brazalete cuyo brillo no cesaba, pronto desprendió un sello arcano que transmutó la indumentaria de mi hermana y donde estuvo su vestido una armadura sobrenatural emergió, botas envolvieron y adornaron sus piernas hasta la rodilla con precisión milimétrica, protecciones en los muslos, una falda de loriga y una coraza con el sello de un árbol cuyas ramas de alguna forma denotaban infinito, su cabeza guardada por un Yelmo. Toda la armadura estaba hecha de un metal plateado con destellos de luz violácea, y por la forma en la que se movía Zuru delataba un peso gentil, por no mencionar una elasticidad imposible en tales materiales en el mundo de los hombres, aunque yo estaba más que impresionado de ver por vez primera a mi hermana en pantalones.
Ni siquiera pude verlo en realidad, la forma en la que cortó a los monstruos fue tan veloz que algunos explotaron en una estela de brillos verdes y otros se separaron en trozos. Mi hermana... ella en verdad era un ser tan sobrenatural como Kruger, salvo porque su aspecto exterior siempre fue hermoso. Casi se congeló la sangre en mi cuerpo al verla, era inexpresiva en cada momento de matar a los monstruos, como si lo hubiera hecho mil veces antes.
—Hija...— Mi padre susurró, con un temblor casi imperceptible en las manos.
Eramos nada ante ella...
—Takumi, padre...— Nos llamó Mai. —¿Realmente van a dejarle todo el trabajo a Shizuru?
Negué con la cabeza, y aunque la noche podría ser eterna en medio de tales esfuerzos, noté que dos hombres de aspecto familiar aparecieron ante mí, se veían un poco diferentes, ya que las ropas militares los hacían lucir mejor, pero al ver sus rostros una vez retiraron sus yelmos claro que los reconocí. —Tate... Masashi...— dije bastante sorprendido, mientras el chico de la cicatriz levantaba una bala para cargar el cañón y el rubio ponía una carga de pólvora que Mai le facilitó.
—No parezcas sorprendido,— se quejó Yuichi, golpeándome el hombro. —Quizás los idiotas de allá no tengan modales,— Señaló a los arqueros y militantes que vinieron de la capital por órdenes de Mashiro. —Pero nosotros jamás dejaríamos desamparada a la esposa de la Duquesa o sus hermanos... la señorita shizuru siempre fue amable, al igual que usted y la querida Mai.— Dijo el de ojos miel pretendiendo que Satoru no existía y el hombre en realidad no refutó nada, ya que sabía cuánto era odiado.
—Aunque ella en realidad no necesite ayuda...— Dijo Takeda observando a cierta castaña continuar la danza de cuchillas que era como tener toda una cuadrilla de cañones disparando.
Claro que noté la limitación de mi hermana, en los breves interludios de descanso que tuvimos cuando las criaturas más próximas fueron vencidas. La Naginata de sangre, si bien era un arma mágica de extensiones sorprendentes, no era en sí un arma de largo alcance comparado con una pistola o un cañón, por lo que Shizuru tenía que esperar a que los seres estuvieran lo suficientemente cerca para destruirlos. Así mismo, por el sudor en su frente intuí que esta era la primera vez que empleaba el don con el que nació por más que solo unos minutos, sin mencionar su estado, proveyendo su cuerpo el sustento a mis amadas sobrinas, por lo que podía fatigarse pronto, y cuando eso pasó, la ayuda de aquellos viejos sirvientes de Tsu fue inestimable.
—Takumi Fujino elevó la vista hacia el cielo preguntándose qué sería de la suerte de Akira en esos instantes.
El sonido de un estallido sobre los cielos que destruyó a la mayoría de los seres alados, los alertó a todos. Algo había atravesado la barrera como si no existiese, se había estrellado estremeciendo a la montaña misma y formado un gran agujero. La fuente cristalina ahora estaba destrozada y el líquido se derramaba por el suelo, vieron entonces la figura luminosa de Natsuki emerger, quien sacaba su cabeza y extremidades de entre los escombros y el cráter lleno de agua. La joven híbrida lucía una armadura hecha enteramente de cristal azul como si de un zafiro se tratara, pero que ante tal impacto revelaba fisuras en todas partes, por lo que la de cabellos refulgentes se desprendió del material a cada paso que daba con una expansión de su animus, desvelando la seda gélida cuya piel cubría normalmente y exponiendo hasta sus pies desnudos nuevamente. También se quitó el yelmo destrozado y lo arrojó al suelo donde la codicia de algunos hombres salió a relucir cuando se pelearon por tenerlo.
Pero nada de eso importaba a la pelinegra, pues sentía una pérdida inmensa y un peligro incluso mayor asechándola, así mismo sangraba y se daba cuenta que la armadura no sería útil en lo venidero, más que para sus pies, en los cuales regeneró el cristal zafirito hasta sus rodillas, luciendo magnífica en el proceso.
—Natsuki, ¿estás bien?— Decía la cálida voz de Shizuru que llegaba a su lado y la abrazaba como asegurándose de que no fuera un espejismo.
La lobuna se dejó hacer en los brazos de su mujer, apoyó su barbilla en el hombro de la dama en la que lloró amargamente por lo que parecieron eternos segundos, pero Natsuki sabía que lo que fuera que la tocó sobre la superficie del lago continuaba acechando. Se apartó brevemente cuando los ojos rojizos la miraron con tierna preocupación, tomó asiento en una roca y peinó sus cabellos con sus dedos para retirar los mechones húmedos de su rostro apolíneo, siendo prontamente observada por los soldados que hacían recambios en los cañones o que tenían un pequeño momento para descansar.
—Nina... ella... murió— Zollosó omitiendo el daño de su cuerpo solo para no preocupar a Shizuru más de la cuenta y en realidad eso no importaba, el cuerpo sanaría, su alma... esa no estaba tan segura. —Hizo, una cosa estúpida por... salvarnos a todos.
—No es estupido lo que se hace por amor, y ella nos ha amado tanto a todos.— Shizuru se inclinó, dejó su casco a un lado, junto a su arma, tomando entre sus dedos el rostro acongojado de su esposa, para llenarlo de besos cuando sus propios ojos también querían diluviar por la querida Nina.
Natsuki vió con más detenimiento a su mujer, admirando el increíble atuendo y la no menos impresionante Naginata de Sangre. —Siento que me he perdido un poco de las cosas,— dijo con una mueca que intentaba ser una sonrisa y señalando lo preciosa que esa armadura lucía en ella. —Deslumbras incluso más, esta noche— Dijo con orgullo apreciando a su esposa, una mujer tanto agraciada como valiente. No fue tan feliz un segundo después, porque eso significaba que ella estaba en pie de lucha como los demás, pero era una decisión de la castaña que debía respetar. —Solo... Ten cuidado, cariño.— Susurró aún más bajo, lo cual sonrojó enormemente a Shizuru.
Masashi se aclaró la garganta, él en verdad pensaba que Natsuki era el ser más hermoso que ha visto y no dejaba de observarla con más del detenimiento que debería, compadeciendo su luto. —¿Ha vencido a la criatura, alteza?— Cuestionó la duda de todos, que miraban los cielos ausentes del monstruoso Kagutsuchi, cuyo cuya sangre derramada sobre las montañas más parecía lava que incendiaba los bosques.
—Había matado a esa cosa al menos 20 veces, pero se regeneraba infinitamente...— Murmuró con un gruñido cansado, las gotas que resbalaban por su rostro eran la mezcla del líquido de la fuente, restos de sangre y su propio sudor. Una breve tos le atacó, llenando de dorado y escarlata su boca, mientras presionaba su costado reconociendo el dolor de un hueso roto... —Gracias a Nina, ella fue quien rompió el sello maldito que lo hacía indestructible... es por su sacrificio que pude darle fin.
—Estás muy lastimada...— la castaña acarició la mejilla de la pelinegra, poniendo esos ojos escarlatas en aquellas preciosas esmeraldas. —No... no vayas más.— suplicó uniendo sus frentes y aún con el miedo de sus pesadillas tan vivo, pues comprendió que Nina era la persona que saltó del risco en sus horrores nocturnos y que su expresión de amor, seguramente le fue dada a Erstin en una despedida, temía que las premoniciones de igual modo se realizaran.
La mayoría desviaron la mirada, casi todos con culpa, sabiendo que no podían darse el lujo de hacer la voluntad de la joven madre, cuando el doncel era la única criatura capaz de luchar en igualdad de condiciones con los monstruos restantes que aun los asediaban, siendo Natsuki la primera en saberlo. —Lo siento... desearía hacerte feliz — Natsuki cerró los ojos, y suspiró sobre los labios de su amada, los cuales rozó castamente. —Pero no dejaré que esas cosas existan en el mismo mundo que tú, y mis hijas... tengo que asegurarme de que toda mi familia esta a salvo, eso incluye a los miembros en Windbloom, Mashiro, Arika, mi tío y a quienes estimamos tanto en Tsu.— Shizuru lo entendió, se hizo a un lado y Natsuki se levantó, ayudando a la castaña a ponerse de pie en simultáneo, la castaña tensó la mandíbula con resignación, antes de portar su Yelmo y cubrir su mirada triste del velo frío de la diplomacia. El Doncel llevaba horas interminables de combate y la madrugada con su inclemente frío arreciaba en el punto más oscuro de la noche. Natsuki miraba los monstruos al otro lado de Fukka, los que Nao y Zade, su prima... enfrentaban valerosamente. Pensó entonces en la ironía de saber que su familia era más grande, que tenía más miembros, y como si esto fuese avaricia, los dioses de la fortuna quitaron a Nina de su lado.
—Aseguraré mejor el templo antes de ir a ayudar a los demás...— Dijo decidida a ayudar a la gente del templo y a los extenuados defensores, tomó asiento en pose de meditación, centrando su atención en todas las cosas que podía percibir y en realidad eran muchas, conoció por sus orejas de lobo la posición de las criaturas y como se apelmazaban para ascender a la cima, como si buscaran un banquete del cual servirse.
Con ello en mente, cerró los ojos, extendió las manos, y el tatuaje en el brazo izquierdo brilló intensamente, lo cual desde la perspectiva de Mai recordaba mucho a la forma en la que Mikoto usaba su poder en sus sueños. Satoru por su parte contemplaba la envergadura del poder de la Duquesa, cada vez más cerca de la posición de los dioses y temblaba ante el hecho de haberse hecho su enemigo. Natsuki abrió los ojos, el fuego argento llenó sus iris esmeraldas y cientos de cristales se formaron a distancias impresionantes, eliminando con precisión pasmosa a los monstruos cuando delgadas dagas de cristal los atravesaron, ciertamente no se eliminaron todos, pero sí una gran porción kilómetros alrededor de la montaña, así mismo en la base de aquella meseta se formó una capa esta vez, de grueso y resbaloso hielo que hizo caer a muchos de los numerosos monstruos desde alturas mortales, del mismo modo que frenó el ascenso, una solución que sería desecha con el sol de la estación del deshielo en las semanas próximas.
—Cada vez me convenzo más... eres tú, realmente tú. Querida Derha...— Se escuchó una voz. Natsuki sintió el escalofrío y la presencia de algo, viniendo a su mente el recuerdo del sonido de la voz de su madre solicitando su huida cuando estuvo sobre el lago congelado.
La lobuna se posicionó frente a Shizuru aunque estaba segura de que en sus circunstancias actuales, posiblemente, quien tendría la fuerza para proteger a alguien, sería ella... por su parte la castaña, miraba contrariada en dirección de un lugar que técnicamente estaba vacío.
—Ha llegado la noche profunda, escarlata tiñó el cielo y el juguete de una diosa traicionera, podría ser destruido con un reproche...— De donde provino el sonido, la luz dió paso a una mujer, no una mujer simplemente... a una divinidad, de largos cabellos rojos, más rojos que la sangre y con destellos de fuego brillando, sus ojos del turquesa más intenso se posaron sobre Shizuru, y sus finas facciones la miraron con sospecha, la corona de cristal que levitaba en su cabeza bastante informaba sobre su posición entre los dioses, ella era una reina. —Entonces podías verme... pequeño títere de la fortuna. ¿O eres algo más que un títere? ¿Un recipiente tal vez?
El ardid de la desconocida sobre Shizuru solo hizo que el Doncel tensara aún más su cuerpo, presta a enfrentar incluso a una diosa, si eso significaba que su esposa estaría a salvo. Muy a su mala fortuna, a las espaldas de la mujer se formaron un grupo de mujeres enmascaradas de las cuales una estaba postrada y atada de manos, una con la máscara del zorro tintada en su faz a quien cadenas de plata la envolvían. Todas proyectaban un poderío impresionante.
—Qué es lo que desea... venerable señora— La de cabellos luminiscentes intentó ser diplomática y que aquello no acabara en desgracia, el poder que la dama frente a ellas transmitía era para pisar cuidadosamente sobre hielo muy delgado.
—Querido Doncel lo que deseo de tí, aun no puedo tenerlo,— Sonrió significativamente dedicando una larga mirada a la figura de una cohibida Natsuki, quien realmente pensó en lo inconveniente que era tener el abdomen al aire cuando era vista con tal lascivia, por lo que creó la zafirita sobre su piel a la altura del torso formando la coraza de la armadura. Shizuru estrechó la mano de su esposa, luciendo el anillo de bodas a la vista de la deidad, ciertamente contenía su ira por muy poco, ya que la forma en la que su mujer fue vista por esa... diosa, sobrepasaba todos los límites. —Estoy aquí para contemplar tu destino, tengo una profunda curiosidad acerca del pacto de Misha con Kiyoku y porque estás en el centro de todas las cosas.— Se tornó serio su semblante. —¿Por qué mi querida Mikoto te favorece tanto?— Ladeo el rostro y muchos de los observadores suspiraron encantado por tal derroche de elegancia y encanto.
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La dimensión de la muerte era la tierra de Tsukuyomi a quien se le otorgó la potestad sobre la noche y el sueño eterno, al principio las almas humanas eran creadas una para cada nacimiento, sus vidas cortas hicieron que el animus que podían almacenar fuera insignificante. Al morir los humanos, el animus fue recuperado y su esencia fue borrada de la existencia, eliminando junto con ellos la oscuridad de su ser, pero del mismo modo se perdió la luz de muchos que pereció con ellos también...
En consecuencia, el reino celestial tenía un sustento limitado y hubo guerras entre los dioses por el control del animus, por esta razón los dioses mayores idearon una solución definitiva. El ciclo de la vida debía renovarse, para que las almas humanas pudieran fortalecerse una vida tras otra y llegasen a un estado de iluminación tal, que pudieran ser por sí mismas las criaturas más próximas a los dioses, ofertando tras su muerte una fuente inagotable de animus cada vez.
Para tal propósito, Susano-o, el señor de los mares, ofreció a su hija favorita, la hermosa Zarabin, diosa de la fortuna y el renacimiento, cuyo poder le permitía hilar la suerte de los mortales otorgándoles dones que podrían emplear en su vida próxima para crecer la fortaleza de su espíritu. Ella era conocida como la creadora de almas, su deber era forjar las que fueran necesarias en cada ciclo y purificarlas tras la muerte para que volvieran a renacer; pero también destruiría aquellas que no fueran dignas de existir otra vez. Ella era esencialmente el primer pilar de la vida y la muerte...
Tsukuyomi cedió a Derha, su hija primera, el dominio del reino del sueño eterno al que los hombres llamaban inframundo. Era una deidad con el poder de la creación, a quien llamaron el maestro artesano, debido a la construcción del castillo que realizó como regalo a la diosa Amaterasu en el reino celestial durante la celebración en honor de los 3 dioses mayores. Con su capacidad para crear cristales y reflejos de todas las formas imaginables que podían mutar a la composición que deseara. Derha creó la barrera del Animus y el Isthagan, un infinito camino de lozas doradas capaz de absorber el animus y llevarlo al reino celestial, sobre el que se desplazarían los caminantes antes de ser completamente purificados para el juicio de sus vidas. Hizo para ello, los 12 reinos del inframundo con sus respectivas fosas, lugares con el efecto de un fractal en bucle perfecto, en el que se castigarían las acciones nefastas de los mortales que hubieran desechado la fortuna que Zarabin estableció para ellos, tomando acciones y caminos que fueran contrarios a su propósito. En contraposición, creó los paraísos en los que aquellos cuyo propósito fue cumplido, serían agraciados y bendecidos en abundancia.
También creó la montaña de Onix y el vórtice del renacimiento, la morada perfecta para Zarabin durante las ocasiones en las que descendía al inframundo para alimentar la fuente de la vida en el vórtice de la montaña. Derha fue la reina original del inframundo, y la única capaz de alterar la forma y el espacio de aquella dimensión.
Entonces las vidas de los hombres iniciaron en este nuevo ciclo, vivieron y murieron las nuevas generaciones, pero estas comenzaron a corromperse una vida tras otra. Pese a los castigos por los que pasaron para purgar sus crímenes, la mancha de la maldad que impregnó sus almas junto a las memorias de sus vidas anteriores, dió lugar a los hombres y las mujeres más crueles de la historia humana, por lo que... la diosa Amaterasu envió a su hija, Ceret, para completar el ciclo de la renovación, pues su poder consistía en la salvaguarda de la memoria, la creación de las ilusiones y la bendición del olvido. La triada del Inframundo se conformó entonces, ellas eran los tres pilares...
No mucho después y contemplando el hecho de que Zarabin ya era esposa de Varun el de la tormenta y primogénito de Susano-o, quien fue establecido como el verdugo de las fosas, pues sus truenos, vientos y lluvias torrenciales eran el castigo ideal de muchos infaustos. Los dioses mayores consideraron mantener el equilibrio, le dieron a Derha el derecho de Ceret para desposarla, lo que se celebró durante un mes entero. En honor de su nueva esposa, la diosa artesana creó en la cima de la montaña del Onix y junto al faro de luz que conduce a las almas al renacimiento, una morada hecha por entero de cristal, en el que un árbol sagrado se plantó para dar origen a la fuente del olvido cuya cascada llegaría hasta la base de la montaña, así como daría frutos divinos para saciar el apetito durante el tiempo que estuvieran apartados del reino celestial.
Las almas purificadas y regeneradas en la barrera del animus, fueran las que purgaron sus culpas o las virtuosas de los paraísos, pudieron atravesar la cascada, olvidando así la vida que tuvieron y con ello el rencor, el apego y todo aquello que impidiera un resurgimiento limpio de cualquier mancha del cuerpo, de la mente o del alma; para que cada hombre o mujer pudiera renacer como si fuera la primera vez en el mundo mortal. De esta forma, la capacidad de la humanidad para fortalecer su espíritu y formar pozos de animus, mejoró considerablemente... Algunos de ellos desarrollaron una capacidad sensorial superior y se les permitió ver más allá de los límites de las leyes naturales. Se los llamó sacerdotes, monjes, sibilas y otros tantos nombres para los guías espirituales que desde entonces fueron el canal de los dioses mismos y sus fieles sirvientes en el que hacer de sus días.
Varun, cuyo temperamento era conocido por ser belicoso e impulsivo, disfrutaba demasiado de su deber como el juez y verdugo de las almas. Sus castigos desmedidos y demasiado largos lo ocuparon tremendamente, y lo llevaron a permanecer mucho tiempo en el dominio de Derha, por lo que descuidó su labor en la tierra sin proveer la lluvia, el viento y las tormentas, durante el tiempo suficiente para causar el origen de los desiertos.
Ante la circunstancia Susano-o reprochó a los otros 2 reyes, pues su hija Zarabin ya servía al propósito de esa dimensión, por lo que la triada del Inframundo, eligió de entre las almas humanas, a las que fueran dignas de servir en esta delicada labor. Así Derha creó los castillos de los 12 jueces; Ceret escogió a los virtuosos de cada morada, les dió las máscaras que los dotaban de un pequeño fragmento de su poder; y por la mano de Tsukuyomi se los dotó a cada uno con los ojos de la balanza con el sello de Terim, diosa de la justicia.
Derha y Terim crearon a los Shungit, a los que Zarabin imbuyó de vida para que reemplazaran a Varun en el deber de castigar a los condenados. Eran seres hechos de piedra del que su nombre aludía al material del que fueron fabricados, capaces de tolerar las inclemencias de las distintas fosas y cuya balanza jamás se alteraba. Derha gobernó y estableció las leyes del mundo de los muertos, así como las labores que las almas podrían prestar por el tiempo que lo quisiesen antes de renacer; los Shungit cuya existencia era la manifestación misma de la justicia, impartieron castigos precisos, sin desviaciones de ninguna clase. Por ello el equilibrio retornó y permaneció por un tiempo que fue próspero para todos.
Así Varun permaneció en el reino celestial, llevando la lluvia, los vientos y las tormentas a los confines de la tierra según los mandatos de Susano-o, quien lo complació con la compañía de una diosa menor llamada Yuzu, que era hija de la diosa de la danza y la belleza. Zarabin cumplió fielmente su deber comenzando a visitar con menos frecuencia el reino celestial, tras saber de la presencia de Yuzu en la que fue su morada junto a Varun; sumiéndose en la tristeza, la luz del renacimiento se tornó lánguida, por lo que Derha creó para ella el jardín de las lozanías y lo adornó con toda clase de regalos, además de traer consigo a dioses menores de los ríos y los bosques para hacerle compañía, por lo que aquel se consideró el paraje más bello de todo el inframundo y fue llamado el séptimo cielo ya que Zarabin era la séptima hija de Susano-o.
De la gentileza al afecto, y del afecto al amor, Derha desvió una mirada sobre Zarabin y de los viajes de Ceret al reino celestial para escribir con su pluma la memoria de la historia en los libros sagrados... se dió la ocasión de los encuentros prohibidos entre aquellas diosas. Lo cual desencadenó eras más tarde, el descubrimiento de la infidelidad de las diosas a los ojos de Varun, cuya ira recayó sobre Zarabin y por la cual Derha terminó asesinándolo. Para salvar a Derha del castigo, Ceret alteró las memorias de todos y pudo sostener la circunstancia un largo tiempo...
Pero con Varun muerto y descubierto el engaño tiempo después, la ira de Susano-o así como su desprecio por la triada creció. Excluyendo al padre de Derha, y para establecer que voluntad sería la que dictara el destino de la deidad del inframundo, se organizó entonces una competición creadora para zanjar la discordia entre Amaterasu y Susano-o, dando lugar al nacimiento de las 3 diosas de la espada de la tormenta y a los 5 dioses del tesoro del collar de las 1000 cuentas; pero la contienda fue declarada un empate, lo cual sólo acrecentó el conflicto entre los dioses mayores. Se dió principio a una serie de ataques y revueltas entre los dioses, que trajeron numerosas muertes y arrastraron el caos al mundo en todas las dimensiones; las confabulaciones y las acciones barbáricas de los 2 grandes llegaron a su clímax. Susano-o quien se vengó con la destrucción del telar en el castillo de Amaterasu además de otras infamias como las inundaciones de sus campos de arroz e instigaciones que esperaban sublevar a algunos de sus generales. Así como en la celebración en honor de Izana, se conoció la muerte de Uke Mochi a manos de Tsukuyomi que se presume ocurrió por motivo de ser ella quien revelara sus amoríos con Satis, señora de las estrellas.
Tal cantidad de circunstancias hicieron que Amaterasu se aislara en la cueva de una montaña dando inicio a la era tenebris y ocasionando días más tarde, que Derha fuera apresada durante una visita al reino celestial cuando fue en busca de su padre, con el fin de traer de vuelta a la diosa del sol. De este modo todas las dimensiones carecieron de luz y en el Isthagan, los remanentes de las sombras dieron lugar al origen de los Orphan.
Los dioses mayores y menores se reunieron, llegando a un acuerdo para traer de vuelta a Amaterasu. Una vez reunidos discutieron durante días, pues la muerte de Derha que el señor de los mares exigió en compensación por la falta... implicaría la destrucción por entero del inframundo y el ciclo perfecto que fue creado, motivo por el que acordaron realizar un severo castigo a sus tres hijas, sin privarlas de la vida.
Se ordenó entonces a los 8 dioses que se ocuparían de limpiar las dimensiones de las criaturas que se dispersaron durante el tenebris, una labor que resultó ser perenne, pues con la ausencia de Derha las sombras continuaron naciendo en el Isthagan y filtrándose al mundo mortal a través de las brechas.
Zarabin y Ceret fueron apartadas y solo podrían volver al reino celestial en las estaciones opuestas, para evitar otra lucha entre las diosas, por lo que vivirían mayormente en el inframundo, donde su trabajo continuaría realizándose ahora con más dificultad.
A Derha cuyas manos estaban manchadas de la sangre de Varun y por quien inició el conflicto, se le dio un castigo en el que cada dios mayor le impuso una restricción, separando su cuerpo, su esencia y su divinidad, para que nunca pudieran ser encontradas.
Desde entonces se instauraron las leyes y juramentos irrompibles en memoria de lo acontecido con la triada. Estas promesas se harían en el nombre de los 3 dioses mayores, dando lugar a un pacto irrompible, de este modo, cuando los dioses deben resolver sus diferencias, podrán hacerlo a través de un duelo que será visto por muchos, vigilado por Terim y que solo podrá ser a muerte, ante una falta igual de grave. En el caso de romperse un acuerdo o violar la lealtad de un duelo, las faltas serán vistas y juzgadas por los 3 grandes en persona, para que así el equilibrio no volviera a romperse y no hubieran nuevas disputas.
—Amaterasu concluyó su relato y cerró el libro mientras miraba a los jóvenes dioses a su cargo.
—Abuela...— Dijo una chica de ojos rojizos y cabellos negros sentada al inicio del grupo.
—¿Sí querida?— Miró con ternura a una de las más pequeñas del grupo.
—¿Qué es el cuerpo, la esencia y la divinidad?
—Son las 3 cosas que conforman a todo dios, y mientras al menos dos de ellas permanezcan, este existirá de algún modo.— Sonrió ante la curiosidad de la pequeña. —La esencia de un dios representa quién es, es el equivalente al alma en el caso de los mortales; su cuerpo es aquello de lo que está hecho: como los dioses que nacieron de la carne de sus padres al ser engendrados o los 8 dioses que fueron creados con los tesoros sagrados; y la divinidad es la fuente del poder para hacer lo que su naturaleza es, como la tormenta que era de Varun ahora le pertenece a mi hija, Mikoto.
—Entonces, ¿ella es igual que Varun?— preguntó otra, castaña y de mirada verdosa, sentada junto a su hermana.
—No, Mikoto tiene una esencia propia que la hace única, pero su poder es algo que heredó cuando se formó su cuerpo de la espada de su padre, Susano-o, tu abuelo... mi niña.— dijo la deidad mayor con voz suave, pero la pequeña la miró sin entender y muchos de los otros jóvenes igual, aunque ninguno fue tan expresivo como ella, por lo que amaterasu acarició los hermosos bucles de su melena con amor infinito. —Cuando mis hijas nacieron de la espada, siendo tan pequeñitas como tú lo eres hoy...— acarició la nariz de la niña quien rió y cerró sus párpados con un sonido precioso mientras se carcajeaba. —Eran tres hermanas inseparables, Shura que tenía potestad sobre la lluvia, Elfir que era la deidad del viento y Mikoto quien heredó el trueno. Juntas... representaban la tormenta, como la espada que fue. Mis tres niñas nacieron con ese poder, siendo seres diferentes a Varun... eran mucho más gentiles, eran guerreras más nobles que no disfrutaban los castigos a la humanidad. Recuerden que tener la fuerza o la habilidad de otro, no te hace igual a él ¿verdad?
La mayoría asintieron, y otra de ojos rojizos interrumpió de nuevo, levantando la mano para ser notada nuevamente. —Abu...— La pelinegra hizo un mohín esperando que la castañita a su lado no hiciera otra pregunta dispersa... —¿Dónde guardaron las partes de Derha?— frunció el ceño con la duda que todos los otros aprendices tenían igualmente.
—Es un secreto... mis pequeñas— hizo un ademán de silencio. —"Su cuerpo fue sumergido en la fuente del olvido de Ceret por la fuerza de Tsukuyomi cuyas cadenas de oníricos la apresaron. Una vez inmóvil la esencia le fue retirada por mi mano y fue arrojada en el vórtice del renacimiento para que viviera y padeciera como una simple humana. Finalmente, de su cuerpo dormido Susano-o extrajo la divinidad que fue tornada a la forma salvaje de una bestia sagrada y que fue oculta en los bosques del reino celestial..."— Pensó la diosa del Sol sin decir una palabra, por lo que agradeció cuando el dios Zero entró en el salón de la sabiduría.
—Mi señora...— interrumpió el mensajero con un sonrojo en el rostro. —¿Puede darme un momento?
Amaterasu asintió y después miró a sus pupilos. —Vayan a casa... y no causen demasiados problemas a sus madres...— Ordenó como la reina solar a los jóvenes dioses, y los mismos la obedecieron.
La de ojos dorados vió al par de pequeñas niñas reuniéndose en la entrada con su madre... Zarabin. La diosa de ojos escarlata, quien había estado más que preocupada por la instrucción del día presente, abrazaba y besaba a sus pequeñas hijas, prometiendo llevarlas a comer peces arcoiris antes de su retorno al inframundo en su casa en el jardín de las lozanías. La castaña señora del renacimiento, agradecía que pese a oír la historia de las cosas, las niñas no parecían afectadas, ya que el pasado era una de esas cosas por las que aún era juzgada por muchos de los otros dioses.
El mensajero realizó una venia ante la reina de los dioses y esperó a que estuvieran a solas. —Gran madre...— dijo con voz lóbrega en cuanto pudo hablar con la certeza de no ser escuchado. —La batalla entre Mikoto y Kiyoku ha tenido principio en la tierra,— Tragó saliva al ver la expresión dolorosa de la que era madre de los dos combatientes. —Pero la hija de la espada logró trasladar la contienda al reino de la Luna para evitar grandes daños al mundo mortal y desde entonces la confrontación ha sido muy igualada. Sin embargo, la guerra y las criaturas se han desbordado más allá de los límites de Fukka, los espectros han emergido en todas las naciones a través de grietas dimensionales que surgieron en cuanto Kiyoku violó el pacto irrompible... alterando las puertas entre los mundos.
—No es permisible que la humanidad y nuestra creación sucumba por el duelo entre mis hijos, Kiyoku no puede hacerse con su meta.— Refutó con severidad.
Zero asintió complacido con la respuesta de la Reina e informó otras de las circunstancias. —Las guardianas del ADA están reparando las grietas y Ceret en persona esta sanando la apertura más grave desde la fuente, ella fue a Fukka directamente a la brecha por la que Kiyoku fue convocado en el principio del pacto.
La pelinegra asintió. —Envía a las 7 fortunas, a todos, excepto a Zarabin... su trabajo en el inframundo es incluso más valioso ahora que cualquier otro día. Haz que ellos den a humanos dignos, las herramientas para proteger su propia existencia y que destruyan a los monstruos entre las dimensiones.
—Como órdenes señora mía...— La reverenció dispuesto a marchar con su voluntad, cuando recordó la segunda misiva. —Disculpe mi señora, casi lo olvido— Admitió abochornado el leal mensajero de los dioses. —El mausoleo de Shura y de Elfir, se ha iluminado con una estela de luz singular, los guardianes que han intentado entrar para asegurarse de los cuerpos de sus hijas, han sido repelidos por aguas turbulentas y vientos huracanados.
Los ojos de la diosa se abrieron, sus labios temblaron y con ello el sol brilló más ardorosamente en el reino celestial. El llanto en los ojos hechos de oro líquido no tardó en emerger, a ella una gran luz la cubrió, haciendo que Zero cubriera sus ojos ante tal resplandor y quedando ciego por unos momentos, pero escuchó en su mente la voz de aquella deidad suprema. —Prepará a los demás dioses, Kiyoku no aceptará el juicio que se le impondrá y te prometo que no está solo.— Una vez la luz se desvaneció, Zero se encontró a solas en la habitación.
No muy lejos de allí, y frente a la entrada del mausoleo erigido en honor de sus amadas hijas, Amaterasu hizo acto de presencia, observando con extrañeza a los guerreros que se encontraban en el suelo adoloridos, incluso el formidable capitán de la escuadra Zun se notaba bastante magullado.
—Gran Diosa,— Zun bajó la mirada apenado de su lastimero aspecto. —Lamento que usted misma en persona tenga que acudir, sin embargo la barrera de elementos que rodea el sepulcro, nos ha impedido verificar el estado de los cuerpos de las diosas de la espada.
Amaterasu levantó su mano para silenciar las disculpas del capitán de la guardia general del reino celestial, y se encaminó hacía la edificación ante el espanto de todos. Vio con sus ojos la última estructura hecha por la mano de Derha antes de reinar el inframundo, y su corazón se comprimió de pena por ello, porque llevaba en su pecho el secreto de su amor más grande. Vió las aguas de las fuentes elevarse hacia los cielos junto a una corriente de viento silenciosa pero mortal, los elementos que como barrera rodeaban el hermoso mausoleo de cúpulas circulares y delicadas extensiones hechas con un material brillante como el marfil, así sus preciosas formas se enlazaban hasta dar la forma de los pétalos en espiral de una flor tan hermosa que la humanidad no pudo conocer jamás, cuyo centro cristalino era la morada principal, el último destino que tuvieron los cuerpos de sus hijas tras retirar y entregar sus tesoros a su hermana Mikoto para que esta pudiera vencer a Kiyoku la última vez.
La diosa del sol atravesó la plataforma de cristal que unía el camino y la entrada de la edificación, pero a diferencia de los demás, ningún obstáculo se presentó a sus pasos, por lo que se perdió de la vista de todos en la puerta y así se desplazó a través de los salones que fueron el hogar de sus tres hijas, uno que Mikoto se negó a visitar después de la sentencia de los tres grandes para el señor de la obsidiana. La nostalgia la llenó a cada paso, consciente de los fracasos de su vida, cuando ser madre siempre fue más difícil que gobernar el universo mismo.
Finalmente arribó a la cámara funeraria, en la que las figuras exánimes de sus hijas reposaban dentro de cofres cristalinos y se miraban como si ellas simplemente estuvieran dormidas, sus rostros hermosos habían sido cubiertos por máscaras de oro, y sus ropas ceremoniales recordaban a reinas faraónicas de las viejas eras, sus piernas cubiertas por botas de metales preciosos, sus muñecas adornadas con brazaletes incrustados, sus cabezas con lustrosas coronas, de tres picos para Shura y la cabeza de un Dhalion para Elfir.
Entonces Amaterasu vió la luz de la que habló Zero, vibrando y extendiéndose en todas direcciones. Tenía el aspecto de un fatuo precioso con un fulgor argento, que levitaba sobre el cuerpo de Shura y apenas unos instantes después, otro fulgor de luminosidad aurea emergió sobre el cuerpo de Elfir... La madre vió los destellos del trueno alrededor de los dos fatuos, y comprendió que era algo de la energía de Mikoto protegiendo a las pequeñas y frágiles esferas flameantes.
—Entonces esto fue... lo que planeaste Mikoto— La madre estrechó su mano contra sus labios y ahogó un sollozo, al observar que también estaban las piezas del tesoro sagrado que una vez las conformaron, el sable infinito de Shura y la lanza celestial de Elfir. —Querías devolverle la vida a tus hermanas.
Comprendiendo la oportunidad infinitesimal que Mikoto le brindó, Amaterasu no tardó en hacer uso de su poder para fundir las esferas de luz dentros de los cuerpos y vincular una vez más las piezas del tesoro de Susano-o, imbuyendo de aliento los cuerpos hasta entonces inertes y retornando a la vida a las dos diosas de la espada.
Las dos mujeres divinas abrieron los ojos y el aire surcó sus pulmones, mientras el sopor de la muerte se desvanecía de sus manos, se irguieron deshaciendo el cristal de sus sepulturas como si no existiera. Shura estrechó su rostro entre sus dedos, como si el dolor en su ojo izquierdo la agobiara terriblemente y Elfir posó una mano en su pecho a la altura del corazón, como si apenas pudiera respirar.
—¿Niñas?— Preguntó Amaterasu temerosa, al ver las acciones de sus hijas. Pero las dos muchachas la miraron sin reconocimiento alguno, salvo porque algo en su interior les informó del omnipotente ser que tenían ante sí, por lo que se pusieron de pie tambaleando y se postraron a sus pies.
—La saludamos, oh grandiosa señora, la que brilla con la luz del sol...— Dijeron las dos, para tristeza y amargura de la reina de los dioses. —Y guía de nuestro camino...— Citaron a coro el verso de su cinturón, como si fuera la última cosa que ambas recordaran y de eso milenios pasaron; Shura y Elfir elevaron sus rostros cubiertos por las máscaras doradas y vió Amaterasu los ojos celestinos de la niña del viento que recordaban tanto a los bellos cielos despejados, del mismo modo apreció los iris de cambiante color de la joven del agua, verdes, luego dorados y también rojizos, cambiando como fluye el agua que es esencia de todas las cosas vivas.
—Estoy feliz tan de verlas, queridas mías...— Las miró con amor profundo, porque incluso su olvido era más amable que su ausencia, así... con una sonrisa triste, comprendiendo que solo por Ceret podría tener de vuelta por completo a sus pequeñas y que Mikoto se desprendió de los dos tesoros de sus hermanas, por lo que estaría en desventaja en la pelea contra Kiyoku decidió actuar finalmente. —Vamos pronto, que su hermana esta en peligro.— Susurró acariciando los castaños cabellos de Elfir.
—Mi...koto— Murmuró Shura, sujetándose la cabeza con dolor, pero obedeciendo a su madre sin chistar, sujetó el velo de su manga izquierda para viajar juntas. Elfir le imitó sin decir palabra, tomando el derecho y de nueva cuenta la luz del sol lo llenó todo.
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Aquel día inició como uno de muchos, la mala suerte nos llegó inesperadamente como a todos. Viajamos por el paso cuando el cielo se tiñó de rojo y la luna a quien le faltaban suficientes horas para salir, llenó el cielo con su antinatural proximidad. Nuestras carretas fueron la primera barrera que las criaturas atacaron, lo cual nos dió la oportunidad de escapar en los caballos, pero solo los más ligeros pudimos huir adentrándonos en el bosque y ascendiendo por la montaña a todo galope. Perdí al menos la mitad de mis sirvientes y a mi hermano, Jason Gálad. Los restantes junto a mis custodios huyeron para ver por sí mismos, por lo que me hallé sola en esa montaña maldita, las siguientes horas las pasé ocultándome en cada escondite mientras ascendía la pendiente junto a mi caballo y escapando de los monstruos. Oí los gritos de agonía sin saber si provenían de las personas que me abandonaron o si eran los gemidos de esos seres monstruosos. Entonces encontré un camino y habría podido llegar de no ser por la criatura que me atacó.
Cuando destrozó a mi caballo y no hubo absolutamente nada que le impidiese llegar a mí, supe que mi tiempo se había acabado y que pronto acompañaría a mi hermano al otro mundo, por cuanto el filo de las patas de ese insecto del tamaño de un ser humano vino sobre mí… Escuché el sonido del aire siendo cortado y la estridencia de los metales en contacto, pues la hoja mortal no cegó mi vida. Cuando levanté la vista pude ver una capa azul y debajo de ella una armadura de los soldados del cónclave de Fukka, era de hecho un joven capitán cuya espada se medía en fuerzas con la criatura verde de afiladas extremidades, él pateó lo que sería el estómago del ser y lo apartó de nosotros lo suficiente para poner mejores distancias.
—Gennai, cubre a la chica— Le habló a su caballo como si él entendiera sus palabras y en realidad así era, porque cuidó de mí ofreciendo un obstáculo a algún posible enemigo cuando yo estaba en shock e incapaz de mover las piernas para levantarme. —Mantente a mi espalda si quieres vivir…
Dijo aquello, a pesar de lo lastimado que ya estaba en ese momento, tenía sangre seca en el rostro debajo de su casco de batalla, cortes en diversos lugares habían manchado sus vestiduras. Aún así se movió de una forma increíblemente rápida, hizo una finta y un segundo después, vi caer la cabeza del Orphan a mis pies, dos segundos más tarde los brillos verdes se desperdigaron en el aire sin siquiera dejar rastro del monstruo.
—Gracias señor, le debo la vida.— Incliné mi cabeza con agradecimiento y a cambio me tendió la mano para ayudarme a ponerme de pie. —¿Puedo conocer su nombre?— Estaba apenada por la idea de ser una carga cuando, incluso Jason fue más valiente y nos dió tiempo a escapar…
—Soy Akira.
—¿Necesita ayuda? Se ve lastimado.— Ofrecí limpiar sus heridas o al menos vendarlas.
Negó con su cabeza, en el fondo sabía que nuestro tiempo era escaso y valioso, y se agotaba. —Cuando estemos a salvo…
A partir de allí mi joven salvador envainó su espada, me dió una de sus pistolas para que pudiera defenderme si es que llegará a necesitarlo, y me ayudó a subir lo más alto posible en la montaña arguyendo que conocía un lugar en el cual podría escondernos hasta que todo pasara. En los cielos se libró una batalla incluso más estremecedora que la que vi unos minutos atrás, un monstruo de fuego y una persona de luminoso aspecto se debatían, cada cruce fue como contemplar el choque de dos mundos, los bosques en llamas o estalactitas del tamaño de edificios por doquier, gritos y sonidos de cañón, gemidos de hombres y monstruos, pudimos verlo todo en cuanto arribamos a la cima de la meseta.
Noté la contemplación de su pérdida cuando vió el valle, luego miró el viejo lago en el que una inmensa flor de nieve se cristalizó. —Nina— Susurró con agonía en la voz, arrodillándose con una profunda pena. Le di tiempo y espacio, mientras acariciaba la crin de Gennai. Luego se irguió nuevamente, observó el templo en la montaña por suerte aún en pie, luego volvió a verme y con su mano me señaló una entrada en la montaña. —Ahora necesito que te escondas en esa cueva y que la sellemos con esa piedra, usaremos a Gennai para esa labor…
Aunque estaba aterrada fingí el valor que no tenía, con una cuerda sujetamos la piedra y la arrastramos con muchos esmeros durante los minutos más largos de nuestras vidas, Gennai ya estaba adentro tirando, mientras nosotros empujamos con todas nuestras fuerzas, dejando apenas el espacio para poder entrar, cuando tuve la mitad del cuerpo dentro, entendí que tal vez iría a ayudar a esa mujer de la que habló, la joven Nina. Así que le pedí quedarse... —Quédate conmigo, adentro estaremos a salvo… no hay nada que puedas hacer por los demás, es posible que estén muertos…
—No soy un cobarde, aun hay amigos ahí afuera… muriendo en soledad.
—¿Acaso no tienes razones para vivir?— Le tendí la mano y sé que iba a sujetarla por la forma en que me miró, cuando se escuchó un graznido desde su espalda, y las garras de una horripilante ave la sujetaron por el brazo apartandola de un tirón y elevandola varios metros en lo alto.
—¡Vete! y cuida a Gennai… ha sido el mejor corcel.
Su grito herido, sumado al sonido del ave fue atemorizante, pero Gennai continuó tirando de la cuerda hasta que no hubo más que un pequeño espacio por el cual no cabría una persona o un monstruo de tamaño normal, vi a través de la pequeña abertura, Akira era después de todo un guerrero formidable y a pesar de todo, se deshizo del ave de ojos rojos con un disparo, cayó al suelo y rodó para amortizar el golpe, pero el ave la cual no había llegado hasta la cima en soledad, atrajo a otros seres, más de los que pude contar desde mi limitada posición; el tiempo siguiente se dió entre sonidos de disparos, gemidos, sonidos monstruosos y brillos verdes pululando, las peripecias de combate de Akira me hicieron entender porque de todo su escuadrón fue la única persona que sobrevivió hasta nuestro encuentro. Sin embargo, cada criatura eliminada dejó su marca, una incluso arrojó su cuerpo contra la roca que acabó por sellar la entrada, dejándome apenas la vista de una grieta. Al final, tal vez 9 criaturas atacaron simultáneamente a Akira, así que para apartarlas de Gennai y de mí, corrió al borde del precipicio, un segundo estaba allí disparando estelas de luz azul, al siguiente… la meseta estaba en completa soledad.
Él los atrajo con el fulgor de su flama, los obligó a pelear por su esencia y luego con los ángulos más provechosos atacó los puntos vitales de cada ser, salvo por el último, que pudo evadir su ataque y embestirla. La criatura era un cambiaforma, capaz de mimetizar con el ambiente y de crecer o encogerse, tenía un aspecto humanoide, sus posibilidades eran infinitas… era muy poderoso. Aquella noche yo supuse que todo había acabado, porque incluso alguien tan diestro en el arte del combate fue asesinado por los monstruos, sin esperanzas acaricié la tabla del cuello de Gennai para apaciguar su inquietud, y la noche más larga tuvo lugar…
A pesar del cansancio y lo desastroso de mi aspecto, no pude dormir, después de un tiempo el caballo se movió hacia el fondo de la cueva y entonces ví luces, temí que fueran las criaturas, pero solo resultaron ser hongos bioluminiscentes, la cueva era en realidad un entramado sistema de grutas que Gennai conocía, así que realmente estuve a salvo y descendí en el corcel hasta llegar al nivel de la base de la montaña unas horas más tarde. La parte más extraña fue observar en el pequeño manantial que estaba en el camino que nos permitió rellenar las cantimploras y en mi caso limpiarme la sangre además de la mugre, cuando la imagen del templo del dios de la Luna estuvo expuesta en el agua cristalina, dando vistas de una batalla entre los dioses mismos, vimos a nuestros guardianes herirse en pro de la vanidad de otro dios oscuro y sus seguidores, pero al final la luz jamás se escondió pese al filo de las sombras.
Las cosas no fueron más gentiles al llegar a la base de la montaña justo antes del amanecer, los sonidos de los monstruos que aún se oían a lo lejos erizaba los vellos del estupor. Salí de la montaña con Gennai, estaba dispuesta a alejarme de Fukka y huir a casa cuando el viento movió las ramas de los árboles, algo en el aire agitó al caballo y por más que moví las riendas para ordenar sobre él, el corcel simplemente se movió de acuerdo a su voluntad…
Se heló mi sangre cuando ví a la criatura que asesinó a Akira, o eso creía. El cambiante o pescador, es en sí una criatura humanoide que puede tomar la forma de algo que anhelas, normalmente el hombre o la mujer que amas, la figura de una madre, o un hijo, incluso un hermano, con ello puede atraerte como un cebo y asesinarte para devorar el animus que nos compone, la criatura mimetizó el rostro de mi querido hermano Jason para desgracia mía y gimió, estaba suspendido a unos cuantos metros del suelo, gruñía y se agitaba tratando de liberarse de su prisión, había quedado empalado entre los árboles y las rocas, heridas no mortales pero si los suficientemente graves para impedirle librarse por su propia cuenta. Al verme el cambiante se agitó de inmediato, como si cualquier padecimiento fuera secundario comparado con la idea de devorarme a mí o Gennai, cualquiera que fuera el motivo solo abrió más sus sangrantes y perpetuas heridas, saliendo de ellas un chorro de líquido azul, quise huir ante la idea de que pudiera liberarse, pero la agonía de otra voz torturada y conocida, hizo que me detuviera.
El sonido provino justo de debajo del cambiante, donde un matorral cubría un pequeño hundimiento; con el arma en las manos apuntando al Orphan, miré sobre la maleza, y allí le ví, en un charco azul, casi con el cuerpo completamente sumergido en la sangre del monstruo estaba el joven soldado que salvó mi vida la noche anterior. El azul se mezclaba con el rojo que seguramente las heridas de Akira derramaron, y él mantenía la barbilla lo más elevada posible ante el riesgo de morir ahogado tan miserablemente sumergido en aquella inmundicia, tenso para poder respirar en aquel estado de inmovilidad. Gennai estaba inquieto, relinchaba y eso solo hacía que el monstruo se agitara, complicando un poco más la situación.
Quise huir, desentenderme pensando que podría sobrevivir, y la bajeza de mi pensamiento me hizo sentir avergonzada de mí misma, así que aún con el miedo en cada poro de mi piel, me aventuré a atravesar el matorral, para sacar a Akira de aquel agujero. Pesaba muchísimo, así que solo pude arrastrarlo fuera del charco azul y pestilente, sus gritos de dolor fueron insoportables, cada mínimo movimiento le hacía un daño inimaginable, incluso la simple idea de que estuviera vivo a pesar de haber caído desde semejante altura sigue siendo un misterio. Le quité las piezas de la armadura, cada cosa de metal que pudiera disminuir el peso con excepción de la coraza del pecho, la cual mantenía sus costillas rotas con la suficiente presión para evitar que rasgaran algo importante y el casco, solo porque desconocía la magnitud de las lesiones.
Fue otra odisea moverlo, improvisé una camilla con ramas y enredaderas atadas a Gennai para llevarlo a un lugar seguro, escuchar su agonía por cada trote del caballo mientras lo vigilaba y me aferraba a la idea de que viviría, con una terca esperanza, es algo que no le deseo a nadie. Pero ello nos permitió llegar a los límites de Fukka y buscar cobijo en una casa abandonada a unas cuantas millas. Encontrar un doctor, no estuvo dentro de las posibilidades, no tenía nada que dar a cambio y las otras ofertas serían muy oscuras para una mujer que no había conocido hombre alguno; decir quién era, o prometer riquezas que en realidad no tenía la certeza de poseer todavía fue el último recurso e incluso entonces no obtuve ayuda. Una mujer me dió algunas tablillas y me ayudó solo porque Akira le recordaba al hijo que perdió un mes atrás, a manos de los soldados de un Conde de cabellos blancos y ojos rojos, un arteno de nombre Nagi. La anciana me dijo que hacer, ya que presumió que éramos amantes. Yo le desnudé y vi que mi salvador era en realidad una hermosa mujer cuyo cuerpo era digno de la envidia de cualquier doncella, si no estuviera tan maltrecho por las heridas. La limpie, cada corte, cada herida, estaba manchada de la sangre del monstruo, su torrente se envenenó de él, su cuerpo convulsionó muchas veces, pero no pudimos limpiar su sangre por completo, cada intento solo le aproximaba a la muerte o la agonía, así que Liana me ayudó a acomodar los huesos, cocer los cortes… estuvo inconsciente por una semana y sus heridas, incluso siendo tan atroces sanaron a una velocidad pasmosa, inhumana.
Cuando Akira despertó, no recordaba su nombre, ni el de nadie, su memoria era una hoja en blanco, pero su instinto era muy agudo, sabía que me conocía por mi aroma, le conté lo poco que sabía, le murmuré su nombre, y cuando pudo estar sentada, mover las piernas, entonces fue seguro viajar. Llevé a Liana y a Akira a mi casa, pero ella tenía la conducta de un hombre y prefería ser tratada como uno, contemplando la vastedad de mi gratitud no pude negarle tan insignificante cosa, así le conocí, después de todo.
Viajamos al sur, cruzando Tsu y hasta el poblado de Zagreu, llegué a la casa de los Gálad cuando ya me daban por muerta debido a los rumores sobre Fukka y sus alrededores, ya que encontraron los restos de Jason, prácticamente estaban a un paso de expropiar toda la fortuna de mi familia. Con la muerte de mi hermano, mi derecho estaba a punto de ser escindido por el socio de nuestra familia, el señor Alan Laster, aquel hombre, que fue amigo de mi padre… ofreció desposarme para garantizar mi seguridad, pues como esposa tendría los derechos que siendo solo una mujer soltera, se me negarían.
Logré evadir al viejo Laster, alegando que necesitaba tiempo y que el luto de la muerte de mi hermano, aún estaba muy reciente… con la idea de tomar a una chiquilla a la que le cuadruplicaba la edad, esperó. Apenas pude comprar el tiempo de tres meses, y fue agridulce, sufría por la terrible cuestión que me deparaba el futuro, la pérdida de mi hermano y mis amigos, pero estaba dichosa al mismo tiempo, ya que Akira se recuperaba por la bondad de los dioses. En mi casa compartimos nuestro tiempo y me di cuenta que era una persona muy gentil, en cuanto pudo ponerse de pie, y tuvo fuerza en su cuerpo, trabajó diligentemente como un empleado más y a pesar de mi negativa al respecto, demostró que era inteligente y hábil, incluso fuerte, más que solo un soldado o un sirviente, así que le pedí acompañarme a las reuniones de negocios.
Verle en atuendos de un señor noble, fue cautivador -por decir lo menos- sobre lo gallardo que se veía, pero alejé los pensamientos temiendo perder su afecto y su amistad. Supimos por los relatos en los salones principales, de los cuentos inverosímiles del día que pudo ser el último, había algarabía por la heroicidad de una mujer, cuya esposa, otra mujer… esperaba a dos niñas, las dos de su propia sangre. Nadie hablaba de otra cosa… los murmullos en torno al misterio detrás de ese hecho fue la comidilla en cada evento social, el debate acerca de lo que es natural y lo que no lo es, teniendo en cuenta el hecho de la voluntad de los dioses me hizo pensar que estos nuevos sentimientos que se despertaban en mi corazón no eran erróneos como se nos hizo pensar. Al final del día, los acuerdos fueron resueltos y finiquitados no sin la elocuente voz de Akira en las dubitativas mentes de muchos, prosperamos juntos, bailamos, hablamos y bebimos vino, admitir que me había enamorado de ella, era una cuestión dolorosa, por cuanto yo tendría que casarme con ese repugnante señor y Akira, no podría vivir con la duda de su pasado eternamente.
Intuí que mi mundo se dividiría en el instante en el que me despidiera de ella, pero prefería verle feliz y sana, que tenerla junto a mí llena de zozobra, supe entonces que el tiempo era mi enemigo, porque la libertad de la que gozaba se extinguiría con mi boda, así que el primer paso por seguir, fue consultar con un conocedor de las castas nobles de Windbloom la significación del sello que estaba dentro de las reliquias de la corte principal, y que tras el primer mes y por una misiva nos permitió saber que Akira pertenecía a la rama de los Okuzaki.
— Escribió Thália Gálad en su diario.
A un lado la carta del relicario con la procedencia del linaje Okuzaki. Suspiró con la mirada puesta en la ventana, a través del cristal veía al joven soldado de nombre Akira, quien sacaba un poco de agua de la fuente para regar las flores en el jardín de su casa, en el atardecer de aquel día.
