Alas de la libertad

**Les alerto, mis lectores, que hay erotismo exacerbado

en esta parte de la crónica. Si creen que no deben leer,

absténganse de hacerlo a tiempo. Hange Zoë**

Tal y como lo había previsto con Nanaba, los pasajes a esas horas de la noche estaban desiertos. No obstante, aquel hondo silencio me sobrecogió mientras avanzaba lentamente hacia mi destino final. Él no era de usar seguros en la puerta, nunca temió la invasión de su espacio por otra persona que no fuera yo; aprovechando su buena voluntad me detuve frente a la hoja, abriéndola con prudencia.

—"Vamos, Hanji, tú puedes" —cautelosa, entré al dormitorio y corrí el pasador. Sin querer darle vueltas a mi determinación, fui hasta el lecho. Sólo tenía un pequeño espacio donde sentarme, lo demás estaba ocupado por su esbelta figura dándome la espalda. Conseguí ajustarme al filón de la cama, inclinándome sobre él.

—Moblit, hazte a un lado —le susurré, a la par que le retiraba el mechón castaño caído sobre su frente. Se volvió con sobresalto.

—¡Hanji-san! ¡¿Qué hace?! —Parpadeó confundido, para después abrir los ojos todo lo que pudo, sin entender el motivo de mi presencia— ¿Le sucede algo?

—Disculpa la tardanza, pero ya estoy aquí —sonreí divertida. Súbitamente lucía tan aterrado que incluso se cubrió más con la manta—. Por favor, Moblit, duermes completamente vestido ¿qué vas a ocultar?

—N-no me dijo nada respecto a encontrarse conmigo…, en mi dormitorio —se incorporó un poco, dejando caer la manta. Volví a sonreírle, buscando calmarlo—. Hanji-san, lo último que deseo es que alguien ponga su reputación en duda al verla entrar.

—Los corredores están bien silenciosos y al ser mi segundo, tu cuarto no queda a gran distancia del mío. Por si fuera poco, ¿quién me reconocería sin gafas, con el cabello húmedo y suelto? —Halé la sábana, introduciéndome a medias en el lecho— Ahora, sé un caballero y hazme lugar, tengo frío.

—¡Santo cielo!¿De nuevo discutió con Erwin? —Al verme ocupar por completo el reducido espacio, titubeó antes de volver a tenderse. Una vez cubierta por la manta, giré hacia él y ambos quedamos en posición lateral, observándonos gravemente. Muy serio, habló el primero— Si ese fuera el caso…, agradecería que reconsiderara lo que acaba de hacer.

—Y yo apreciaré que no metas a Erwin en la misma cama, ya es bastante pequeña —le solté, molesta—. No vengo a ti por castigarlo, sino porque ningún otro conseguirá lo que me dispongo a ofrecerte.

—¿Habla en serio? —por un instante abrió mucho los ojos; luego suspiró, deduciendo alguna crisis hormonal— ¡No diga tonterías! Le ruego que me permita dormir, llevo tres días prácticamente sin descansar.

—Moblit, escúchame —susurré persuasiva, mientras tomaba el frente de su camisa entre mis dedos, jugando a soltar el primer botón—… A ninguna dama le gusta que la rechacen, pero si lo consideras poco digno y te sientes incapaz de aceptarlo…

—¿P-poco digno? —tragó en seco, para mirarme aturdido. Noté su respiración volviéndose más trémula, según iba separando los botones. Me detuvo justo al finalizar, aprisionándome la muñeca—. Hanji-san, creo que no lo entiende ¡Por favor! Usted anhela otra compañía. En verdad, ¿qué busca viniendo a mí y no entregándose a él?

—Porque este paso nada tiene que ver con Erwin, sino conmigo —sentí que suavizaba el agarre, pero su mirada se tornó más enfática, cuestionando todavía mis razones—. Despiértame, Moblit. Al igual que tú, nunca me han conocido, y si te digo la verdad, tengo miedo. Será una experiencia nueva, diferente por completo a todo cuanto haya intentado…, ya sé que involucrará los sentimientos, pero aun así quiero hacerlo —emitió un suspiro quejumbroso, y aproveché para tomar su rostro entre las manos, desplegando mi verdad—…. Luego de que suceda, considerando que logre sobrevivir a todas las incursiones, tendré la dicha de recordar que alguien valoró mi entrega en su justa medida.

—Hanji-san, cállese, por amor del cielo —entonces ocurrió un milagro. Abandonando su posición a mi lado, súbitamente lo aprecié sobre mí, hundiéndome en el colchón. Fue la primera lección grata que tuve del amor. Adoré el peso de su cuerpo achicándome implacable, la perturbadora manera en que mis piernas se abrieron para darle acomodo…, y aunque aguardaba el beso, me tomó de sorpresa. La dulce inquietud que acompañó el verme presa de sus labios, precipitó el ansia. Mis dedos se perdieron entre los mechones castaños, atrayéndolo para convertir el sutil roce en placentera invasión. Respondió calmo a la impaciencia, su lengua detuvo mi roce desorientado y la guió hacia un ritmo incesante. La constancia del mimo tornó el apetito contenido en algo insoportable. Degustar la saliva mientras copaba su lengua o él la mía era tan agradable que, pretendiendo extender la sensación, terminé por sentir la urgencia del aire.

—Uh, ¡eso estuvo muy bien! —arqueé las cejas, empezaba a entusiasmarme y un poco a desinhibirme—. Nunca imaginé que mi primer beso me causara tanta satisfacción ¿Podemos repetirlo?

—¿E-era su…? —tornó a sorprenderse, pero no le di tiempo a considerarlo. Acercándolo, atraje sus labios para hacerlo callar; vencida la primera impresión, y habiendo sido extraordinariamente grata, sentí más confianza. Esa vez no me ganó la prisa, mi lengua encontró la suya y entablamos un desafío por adueñarnos del espacio y el aliento ajenos. Abandonada a la exquisita sensación, tuve la repentina inminencia de arquear la espalda y volverme una con su pecho, induciéndolo a deslizar las manos a todo lo largo de mi espalda, para terminar afianzándolas a las caderas. El deseo se hacía evidente de la cintura para abajo, y me consideré gratificada sabiendo lo que como hembra podía lograr. Mis dedos abandonaron su nuca y los cabellos, para descender hasta los hombros e introducirse debajo de la camisa entreabierta, haciéndola caer sutilmente por los antebrazos hasta los codos. Justo entonces, el muy bastardo quebró el beso, apartándose con gentileza—.

—¿Qué, qué? —Aún confundida, no entendí por qué me privaba de la caricia— ¡¿Qué diablos, Moblit?!

—No se altere —sonrió benigno, deslizando el índice por mi mejilla—, definitivamente no será el último de la noche —a manera de consuelo sentí sus labios recorrerme el cuello en una tierna combinación de besos y mordidas leves, hasta detenerse en el escote. Consciente de mi nerviosismo por lo que vendría, su consideración lo llevó a observarme antes de soltar el primer botón. Ya para entonces, deseaba que la ropa no existiera; pero a la vez, una vergüenza poco usual en mí, hizo que temblara. Verme cerrar los ojos fue todo lo que necesitó, sabía que un beso era la mejor forma de hacerme concentrar los sentidos en otro goce, mientras sus dedos iban liberando uno tras otro los botones. De repente, me hallaba expuesta bajo su cuerpo, y bien porque hasta ese momento él se había comportado de forma que no se me antojaba muy casta, o bien porque necesitaba una excusa para esconder mi repentina cobardía, crucé los brazos, impidiéndole contemplar más allá de la camisa entreabierta.

—Hanji-san, ¿qué sucede? —volvió a incorporarse, permitiendo que me sentara. No respondí, pero supongo que mi expresión debió revelarlo; entonces adoptó una mirada que nunca hubiese previsto en el Moblit que conocía, pasmosamente seductora— Nadie ha establecido que una persona virgen por fuerza tiene que besar con torpeza, o sea incapaz de ofrecer todo lo que el instinto sugiere.

Aquella respuesta provocó la de mi cuerpo, haciendo que me acercara para terminar amoldándome contra su pecho en un abrazo. Gimió y percibí la fuerza de sus brazos alrededor de mi espalda, inclinó la cabeza para besarme, correspondiéndole yo sin reparos. De súbito, había roto el cerco y sus manos hacían deslizar mi camisa justo como yo había procedido con la suya momentos antes. Quise replicar, pero se ocupó de profundizar la caricia y mantenerme con la boca cerrada. Una mano bastante resuelta copó uno de mis senos, cubriéndolo.

—¡Moblit! —gruñí, apartándome. Observé ruborosa, con extraña fascinación, como sus palmas contenían mis pechos y la visión del pulgar delineando uno de los pezones me arrancó un gimoteo.

—¿Hange-san no se da cuenta? —dijo, mirándome serio a los ojos y detuvo la cálida intimidad— Todo en usted tiene las proporciones adecuadas y desnuda —suspiró, volviendo su interés hacia los senos, y tomando un pezón con suavidad entre los labios, succionó—… Cielos, no puedo evitar pensarla como la vería un pintor.

—N-necesito… Demonios, necesito… —lo que hasta unos momentos era bochornoso, de repente se convertía en apremio y tomándolo de la nuca lo acerqué aún más. Su lengua, tanto como sus manos eran una bendición. Había deshecho la barrera del temor y la inseguridad con la sensibilidad natural que lo caracterizaba. Intenté volver a la posición anterior, para dejarle hacer a sus anchas, cuando el aturdimiento por el deseo me jugó una mala pasada.

—¡Ouchh! —acostándome, acababa de propinarme buen golpe contra la cabecera. Sollocé humillada, pensando lo tonta que me vería.

—¿Te has hecho daño? —Moblit atrajo de inmediato mi cabeza contra su pecho y besó el sitio enrojecido— ¿Qué, qué sucede?

—Es la primera vez que no me tratas formalmente —gemí, llorosa por el dolor pero dedicándole una sonrisa—. Ya veo que debo estar sin ropa y golpearme para que dejes de lado los rangos.

—Puede que la ame con delirio, pero le tengo respeto —me devolvió la sonrisa, ocupándose de tomar la primacía. Cuando lo sentí despojarme de las prendas inferiores, luego de trazar un camino de besos hasta el vientre, ya estaba más que dispuesta a permitir cualquier aventura entre mis muslos—, aunque insista en que se lo pierda…

Perderse… Perdida estaba yo y perdidos sus dedos ¿Cómo se las arreglaba ese instinto para hacerle ver cuáles sitios avivarían mi demencia? El simple roce de las yemas sobre los contornos del sexo consiguió un milagro de humedad. Moblit parecía hechizado por mis reacciones; cada vibración, gemido, espasmo, era un motivo de satisfacción para él y tomé nota, dentro del goce que me diluía los pensamientos. Invocar su nombre fue el catalizador que lo llevó a beneficiarme con las atenciones de una lengua pronta a satisfacer. Me vi en la necesidad de asirme a las sábanas y morderme los labios, para no alertar a todo el reducto. La sensación de tener una mariposa subiendo desde aquel sitio entre mis piernas hasta lo más recóndito del útero, hizo que vaciara toda mi embriaguez, acompañada de un clamor que me fue imposible encadenar a la garganta y por un segundo, temí que mi placer fuera motivo de disgusto. Estaba mal visto que los hombres complacieran de ese modo a su pareja, la sociedad lo consideraba una sumisión… Por supuesto, muchos lo tomaban como el Culto a las Murallas; algo que se oía porque no quedaba remedio, pero de ahí a cumplirlo…

—Y-yo lo siento —balbuceé al verlo colmado de aquel vino tan singular. Al parecer, Moblit era de los que no tenían esa clase de prejuicios.

—Casi todas las noches bebo alcohol por su causa, pero esto —sonrió, todavía deleitándose y me hizo sentir otra vez su peso, aunque esa vez apoyó los codos en el lecho, para contemplarme a gusto—… Si pudiera emborracharme así antes de cada expedición, moriría satisfecho.

—¿C-cómo es para un hombre virgen… —titubeé al preguntarle. Me sorprendió verme conversando sin que mi libido bajara un ápice, contrario a eso, hallé placer y tranquilidad en el intercambio—, quiero decir, no te molestan por serlo?

—En tiempos del reclutamiento, sí —aceptó tranquilo—, pero nunca le di al asunto mucha importancia. Perdóneme…, supongo que todos esperaban que sucediera esto —ligeramente avergonzado, clavó la vista en las sábanas revueltas. De súbito, el temor a ser menos de lo que yo deseaba comenzó a ganarlo. Era mi turno de hacerle ver que no tenía absolutamente ningún motivo para esa inquietud.

—Moblit…, muero de ganas de tocarte. Quítate de ahí —hice el gesto para incorporar mi cuerpo y sentarme. Comprendiendo, se deshizo de la camisa que todavía llevaba a los codos, y permitió que cambiáramos de posición—. Siento mucha curiosidad por saber todo lo que ocultas.

—No le molestará que mientras tanto, me aferre a esta ilusión —dijo con viveza, colocando sus palmas sobre mis nalgas—. Quién sabe cuánto dure.

—Tchhhh, cállate —fingí enojo, llevando el índice a los labios y después reí—. Eso es imposible determinarlo —A horcajadas sobre él, me deleité observando su pecho. Quizás no fuera tan imponente, pero sí tenía un relieve muy agradable y el ancho de su torso definía bien al hombre. Dejé correr suavemente las manos por los pectorales, notando sobre lo terso de su piel, distantes asperezas que correspondían a las heridas. Me sentí algo culpable, no sabía cuántas de ellas las había recibido intentando protegerme. Tres lunares preciosos junto a su tetilla izquierda llamaron poderosamente mi atención—. Oye, Moblit, me aseguraré de compensar todas esas lesiones —el mismo instinto que lo condujera a él por buena senda, indicó que una caricia con la punta de la lengua a esas marcas de nacimiento sería muy bien recibida. Efectivamente, apenas consiguió acallar su satisfacción; y cuando me di a retribuirle todos los besos y mordidas que antes recibiera, desde el cuello hasta el pecho, alcancé a escuchar el cambio de las pulsaciones a un latir casi frenético. Tal maravilla provocó la exaltación de mi avidez por su carne, propinándole un mordisco al costado del pectoral. Apretó los dientes, pero no logró esconder el quejido. Parpadeé asustada— ¿Huh, qué pasa? ¿Te hice daño?

—No precisamente… —jadeó, cerrando los ojos. Su respiración iba a un ritmo tan acelerado como los latidos—. Hange-san, ¿qué hace? N-no creo que sea buena idea…

—Oh, entonces yo puedo mostrar vida y milagros, pero mi fiel subordinado no quiere darme el gusto de apreciar sus encantos… —la emprendí con el cinturón, resentida porque con el deseo evidente y a flor de piel, Moblit supusiera que iba a echarme atrás. Aquel retraimiento inicial se había esfumado para dar paso a una curiosidad voraz. Coloqué la mano en la entrepierna, acariciándolo por encima del tejido y sentí la réplica de su dispuesta firmeza, acompañada de un suspiro— ¡¿Eh?! ¿Serás tonto? ¡Es un magnífico ejemplar! ¡Lo quiero ver!

—… María, Rose y Sina —imploró, supongo que llevaba mucho tiempo conteniéndose y temía ponerle fin al delirio antes de cumplir el deber. Su rostro, mezcla de excitación y aturdimiento, me avivó la sangre. Acabé despojándolo torpemente del resto, considerando que su vergüenza se retiraría junto con el uniforme. Bueno, era clara la diferencia entre una clase de anatomía fisiológica o disección y lo que podía contemplar en la vida real. Debajo quedaba un hombre tímido, ruborizado por completo y aquella imagen se grabó en mi ser como algo único e irrepetible. Inclinándome, le susurré al oído:

—Moblit, si de verdad me amas como dices, hazme tuya —volvió el rostro, encontrándose con mis labios. El beso, acompañado del rítmico movimiento vertical de mis dedos en torno a su virilidad, le hizo recuperar bien pronto la convicción—. Aprenderemos juntos.

—E-entonces mejor que se detenga —oí reclamar entre jadeos e intentó atrapar mi muñeca— ¡¿Q-qué hace?! —abrió los ojos desmesuradamente al verme guiarlo hacia el centro de mi humedad desbordada— Por todos los cielos, déjeme a mí.

Abrazándome con violencia cambió nuestras posiciones y su vigor contra el umbral que lo recibiría gustoso, fue toda una promesa de venidera satisfacción.

—Hanji-san, lo siento…, no creo que ahora pueda ser un caballero —musitó, clavando sus ojos en los míos con oscura intensidad—.

Acogí su firmeza con ligero sobresalto; a pesar de la estimulación, el dolor se propagó como un pinchazo. Cerré los ojos, mordiéndome los labios…, el gradual empuje provocaba en la intimidad del vientre una extraña sensación quemante. No hice por gritar, pero noté que ponía su mano sobre mis labios.

—Hanji, mi Hanji… Puedes morderme si te ayuda…, pero no creo que consiga parar —gimió, sintiéndose culpable de recibir tanto placer a costa de mi sufrimiento—.

—Sigue. No te lo pido, te lo ordeno —exigí, queriendo terminar de una vez con aquel ardor insoportable. Por toda respuesta, la punzada que indicó su fiero embate y la toma de mi fortaleza hasta el último recinto. El clamor quedó amparado por los dedos que aún cubrían mis labios. Una humedad caliente que reconocí como sangre alivió el breve malestar. Sólo entonces retiró la mano para asirme las caderas.

—Ah, ya eres todo un hombre —sonreí, observando su rostro cubierto de sudor.

—Todavía no —dijo, y esa vez los movimientos dentro de mí generaron otra clase de turbaciones. Lento, muy lento, el sinsabor dio paso a una inesperada embriaguez, hallándome completamente arqueada contra él y suspirando por más. Acompañé el incremento de su ritmo con los estremecimientos de mi vientre—. Por favor, Hanji-san, quiero escucharle…

—¡Oh, cielos, Moblit Berner! —su beso me calló tardíamente, y la verdad sea dicha, bien poco me importaba si alguien había escuchado. Jamás creí que un hombre podría liberarme al punto de volverme un río y arrastrarlo a mezclar las aguas.

—Ya puedo considerarme… uno —jadeó, exhausto. Devolviéndome una sonrisa, me envolvió entre sus brazos para después besarme la frente—. Amo a una mujer extraordinaria. Sólo quisiera meterla dentro de mi piel, y conservarla protegida.

Respondí con un mecánico "adelante" a los puñetazos en la puerta del laboratorio. Contrario a lo usual, llevaba dos días sin que lograra concentrarme y las muestras del microscopio apenas me daban pistas a considerar. Aún tenía en cuerpo y mente lo acontecido aquella noche. Keith Shadis entró con paso firme, acercándose a la mesa para hacerme la entrega de un permiso largo tiempo esperado.

—¡Líder del cuarto escuadrón, Hange Zoë! —conociendo el eco que había en la pieza, debió moderar su vozarrón. De repente, sentí que los oídos me dolían. Tuve que dominar el impulso de cubrírmelos y en su lugar, responder imperturbable con el saludo— ¡Queda informada sobre el consentimiento de los superiores a usar la red que usted propuso!

—¿Huh? ¿Qué red? ¿Esa… red? —pregunté, algo aturdida.

—¿Cuál otra? ¡No pensará capturar a los titanes con una de coger peces! —gruñó, observándome de pies a cabeza— ¡¿Qué rayos le pasa?!

—¡Lo siento, comandante! —incapaz de contener un rubor, evadí su mirada cuando me ofreció el pergamino— ¡Sólo le digo que podrá sentirse orgulloso de mí!

—Uhm, ya veo que mi innegable atractivo siempre la perturba —rezongó, para después emitir un lamento—. Desgraciadamente, le tengo una noticia… ¡Está prohibido flirtear con los superiores! ¿Comprendido?

—¡Entiendo, señor! ¡Me disculpo! —a ciencia cierta no supe si sentirme abochornada o reírme de su convicción respecto a mi aparente devaneo.

—Muy bien, a partir de ahora, debemos valorar las posibilidades de coger un titán vivo —expuso con tono grave— ¿Alguna idea?

—Debo estudiarlo primero, no quiero fallar —volví a sentir el entusiasmo por la investigación y olvidé momentáneamente la noche junto a Moblit— ¿Puedo estar a cargo de planearlo?

—La decisión final siempre va a ser nuestra, téngalo en cuenta —masculló, dándome la espalda y se dirigió hacia la puerta.

—¡Yahoooooo! —salté, radiante. Pronto me dispuse a elaborar una propuesta que nadie pudiera objetar, siquiera el quisquilloso de Erwin Smith. El nombre del capitán me hizo dar un respingo… ¿Acaso había bastado aquella noche para borrarlo definitivamente de mi corazón? Tuve la respuesta más pronto de lo que hubiese querido.

Al día siguiente, los toques a la hoja de madera correspondieron a Nanaba. La recibí con un regocijo que la hizo pestañear, atónita. Le pedí que retardara su prisa y nos sentamos en el viejo diván del laboratorio.

—Por lo que veo, eres feliz.

—Me sentí como debe sentirse una mujer correspondida.

—Bien, porque vengo a informarte que a la caída de la tarde celebraremos en el estudio de Erwin. Quiere mostrarles a sus allegados la nueva estrategia de formación a larga distancia y si llegaran a permitírselo, utilizarla cuando vayan por los titanes.

Mi primera interrogante fue quiénes iban a estar en la velada y si Moblit podía ir conmigo. Ella hizo un gesto de fastidio.

—No cuestiono lo que hagas con tu vida, porque todos la tenemos pendiente de un hilo; pero de verdad, Hanji —musitó, haciendo su característico ademán negativo con la cabeza—… ¿Cambiarás a Erwin por Moblit?

—Oh, y se puede ver lo mucho que le intereso al primero, como para considerar la posibilidad —mirando al techo, reí sarcástica— ¿Es una conspiración montada entre tú y Mike? Vaya pasatiempo que se buscaron.

—Cierto que Mike abogará por lo que haga feliz a su mejor amigo, sin embargo, él asegura haberlo visto fruncir el ceño más de lo normal cuando le llegó un rumor sobre Moblit y tú, por no hablar de cómo abrió los ojos al enterarse de un segundo que proclamaba tu idilio por el comandante Shadis.

—¡Hahahahaha! —mis carcajadas se debieron escuchar en el salón comedor— ¡¿No, en serio?! ¡Me aseguraré de montar con todos esos intrigantes una oficina de correos para la Legión! ¡El servicio mejorará muchísimo! —la sola idea del desvarío por Keith Shadis me hizo reír tanto que acabé llorando, poco después me secaba las lágrimas para considerar el otro hecho—. Oye, Nanaba ¿y cómo puede tu adorado tormento saber la diferencia en la conducta de Erwin? ¡Sus gestos son los mismos de siempre, da igual si está radiante o alarmado porque se cayó la muralla! Todavía si me dijeras que Mike olfateó en él un olor a carne chamuscada, estaría más positiva respecto a su ánimo.

—¿Y qué te dicen conciencia, instinto femenino y corazón? —replicó ella.

—Pues la conciencia me grita que no reemplace afecto seguro por amor idealista; el instinto, que ocupo su corazón pero teme dar un paso que me perjudique, y éste último —en el fondo, no tenía caso que disfrazara la verdad—… ¡Ugh, estoy perdida, Nanaba!

—Hanji, ¿te has oído hablar? "Afecto", eso es lo que sientes por Moblit. Le tienes cariño porque siempre está a tu lado, al alcance de la mano, y demostró ser un buen amante —impugnó mi amiga con su voz tan serena—. Ahora pregúntate, ¿si Erwin hiciera lo mismo, cuál de los dos ganaría tu deferencia?

—¡Pero ni está, ni hace! ¡Todo lo suyo es "a larga distancia", como su maldita estrategia! —repliqué, incómoda.

—Bueno, ya no te irrites —musitó, evitando que mi enojo subiera de tono—. Ahora cuéntame de tus "aventuras" con Shadis.

—¡Oh, fue muy divertido! Primero lo encontré hace unos días, cuando iba a llevarle unos informes a Erwin —aquella evocación no fue precisamente grata, sin embargo, decidí pasar por alto lo que tuviese que ver con él— ¡Debiste oír cómo enfatizó lo de "innegable atractivo"! Y para colmo, ayer estuvo en el laboratorio dándome la noticia de que aprobaron la red y la captura de titanes vivos ¿Sabes cómo estaba yo, después de… la nueva experiencia? ¡Casi ni escuché lo que decía!

—Lo imagino —farfulló ella, mirando al techo—. Y no le has cogido el gusto aún…

—¿Eh? ¿A qué viene esa postura? ¡Si ahora comprendo por qué Mike se puso escarlata, cuando aquella vez tuvo que aclararte su plan diez veces! —Reclamé, cruzándome de brazos, pero sonreí al recordar la escena con el comandante— En fin, que Shadis malinterpretó de nuevo la situación y dedujo que me ha cautivado. Ahora debe sentirse muy seguro de su extraordinario poder de atracción.

—Quizás si todas las chicas de la Legión nos pusiéramos de acuerdo para hacérselo creer, nos tornaría la vida más fácil —sugirió Nanaba, encogiéndose de hombros—; pero Mike es igual de celoso que reservado, así que me abstengo de participar en la conjura.

—Sólo por curiosidad, Nana, ¿por qué no lo aceptaste desde el principio?

—Necesitaba conocerlo mejor, disfrutar de su compañía sin atarme —dijo, muy segura—, fue una dicha que prolongamos hasta fortalecer nuestros lazos. Aunque ya imaginaba el final desde que lo vi por primera vez. Nos comprendemos de una forma extraordinaria.

—Han sido muy osados cuando resolvieron exponerse como pareja delante del propio Shadis, no dudó en hacerme ver que… —imité su espeluznante vozarrón— ¡Está prohibido flirtear con los superiores!

—¿Y el comandante, va a mandarnos a fusilar? Mientras no le demos un motivo realmente serio que justifique la necesidad del castigo —sonrió irónica—…, como eso de llevar la pasión a lo alto de la muralla o utilizar su escritorio de cama y dejar que lo descubra…

—¿Alguien puede hacer tales cosas? —Di un brinco de asombro— ¡Habría que estar loca!

—Precisamente. Nunca lo intentarías con Moblit, pero si Erwin de repente se chiflara y te lo propusiera —observó mi expresión de soslayo, calculando el impacto que tendrían sus palabras—… Oh, no trates de mentir, Hanji. Serías capaz de seguirle la rima, e incluso, te atreverías a más. La imaginación se me queda corta, pensando lo que conseguirían hacer juntos.

—Ya basta de torturarme, Nanaba ¿Cuál es el fin de todo esto? —empezaba a perder los estribos. Si Erwin Smith realmente lo estuviera considerando, no iba a lanzarse mientras se viera como segundo en una relación. Ella y Mike intentaban hacérmelo notar, conocedores de nuestra intensa empatía.

—No amas a un hombre simple, Hanji. Llegará el día en que lo verás convertirse en héroe —aseveró mi compañera—. Y si quieres saber, tanto los héroes como los genios, ahí entras tú, son insoportables cuando les toca lidiar con asuntos del corazón. Aunque sus ánimos aparentemente no perjudican el desarrollo de las maniobras, Mike y yo vemos a nuestros amigos comunes ir en picada, sólo porque les es más cómodo buscar excusas y mantenerse lejos —levantándose para marchar, insistió—. Recuerda que nos encontraremos a la caída del sol.