Ponme un trago más
Tal y como se había previsto, nos reunimos con Erwin Smith en su oficina temporal. Mike y Nanaba ya estaban allí, sentados en un diván y bastante comprimidos uno contra la otra, puesto que su líder se hallaba a la siniestra. Entré a la habitación, acompañada por Moblit, y saludándolos informalmente, me senté frente a ellos en el otro diván que rodeaba a la mesa de té. Había sobre la superficie de madera ocho botellas de sake y cinco jarras, todas las cuales Mike sirvió antes de comenzar la disertación. Me dispuse a concentrarme en el plan y olvidar por entero quién lo exponía; cuando al pasar los minutos, caí en la cuenta del sinnúmero de veces que Erwin se había vuelto hacia mí.
—La nueva formación permitiría al grupo tener una vista completa de los alrededores. Al separarnos a distancia prudencial, evadimos a los titanes sin necesidad de matarlos. Además de ahorrarnos el uso extremo del equipo de maniobras —explicó, mostrando lo efectivo que resultaría si el comandante autorizara su aplicación—, podemos evitar las muertes de nuestros compañeros en un buen porciento —me observó, intenso, conociendo mi aversión a despedirme de aquellos con los que compartíamos, y al día siguiente ya no estaban—. Sin embargo, el uso de la red es el punto que aún debemos estudiar; tiene peso y tamaño considerable, no puede cargarla un hombre.
—Perdona, Erwin, todavía está por ver si aceptan tu estrategia. No obstante, reconozco que tiene futuro. Mejor vemos las dos cosas por separado. La Legión no explora los sitios porque tiene afán de hacer mapas. Obviamente, la captura es algo previsto con anterioridad —riposté; si estaba poniendo a prueba mi capacidad intelectual, le demostraría que no hablaba sin conocimiento de causa—, basta saber de buena tinta dónde nos metemos y prepararlo todo, arriesgando lo menos posible. Necesitamos del bosque para utilizar el equipo, la red sólo puede lanzarse desde alturas considerables… Bien, de inicio, hay que decidir el punto donde nos apostaremos y obligatoriamente, debe hallarse rodeado por árboles de grandes proporciones.
—Ahora con lo que Hanji acaba de proponer —Mike se volvió, pensativo, hacia el capitán—, estoy considerando que la dichosa red puede ser cargada entre dos hombres lo suficientemente fuertes y diestros, que la lleven con un brazo, mientras usan la otra mano para desplegar el gancho y asirse al tronco del árbol. Aunque deben haber otro par de hombres encima de las ramas, para darnos una mano, halando las sogas conque la elevaremos. Ya sobre las mismas, nuestros compañeros se apostarán en dos de los árboles contiguos y el arma la disponemos horizontalmente, dejándola montada para que caiga una vez pase por debajo el titán.
—Cómo te agrada estrenar las nuevas propuestas. "Hombres lo suficientemente fuertes", ahí entras tú ¿no? —sonrió Nanaba, mirándolo de reojo—.
—Un servidor.
—Ehm —hizo Erwin como que tosía, reclamando el interés de ambos. Mike se había puesto a contraer los músculos del brazo, presumiéndole de un modo gracioso a Nanaba y ésta no pudo evitar morirse de risa, comparándolo con los reclutas jovencitos. Lamenté sinceramente que el capitán fuera incapaz de sentirse derretido ante aquella muestra de placentero cariño—. Digamos que ya poseo una idea de la zona donde pudiéramos establecernos, incluso, analizándolo bien… Si usamos los cinco grupos en las operaciones, cubriendo los flancos y limpiando desde el exterior hasta el interior del bosque, saldría todo sin problemas; una parte debe atraer al titán hasta la emboscada, mientras los otros proceden a capturarlo, apostados en los árboles. Surge la complicación del tema… Los titanes no vienen a nosotros de uno en uno, por más que lo deseáramos.
—Si me lo permiten, quisiera ir con el escuadrón que atraiga los titanes —sugirió algo tímida la pobre Nanaba, luego de que Erwin les cortara el regocijo—. Ese grupo debe hallarse bien reforzado, haciendo que nos persiga y bueno…, mataremos a los monstruos recalcitrantes. Infiero que será inevitable.
—Bien pensado —el capitán hizo un gesto aprobatorio con la cabeza—. Disponiendo los mejores hombres en esa tarea, los riesgos disminuyen, por supuesto, es el que debe llevar a los soldados veteranos.
—Quizás exista la posibilidad de hacernos con más de uno —ya empezaba a delirar, imaginando la próxima expedición—, hay tres redes listas en los recintos de la Gendarmería.
—Líder de escuadrón, no es conveniente que se apresure ¡Si pudiéramos utilizar una con éxito, estaríamos bien! —se apresuró a decir Moblit— Considerando que sólo se han probado en el interior de las murallas…
—Y sumaría más carretas, es difícil —intervino Mike, bebiendo un sorbo de su jarra. Era el único que se había dignado a romper el hielo y tomar a gusto—. Trataremos de sugerirle al comandante la selección; eso, si antes le aprueba a Erwin todo el tinglado… Porque de lo contrario, estamos hablando de más.
—Lo que vimos no es como para rebatirlo, aunque conozco a Shadis, y su orgullo bien podría colocarse por encima de la propia humanidad. Ya perdí la cuenta de cuántos proyectos se le han mostrado y ninguno lo consideró —Erwin frunció el ceño, volviendo a mirarme—. Quizás Hanji podría convencerlo.
—¿Yo? —salté. No sé si fue producto del nerviosismo, porque me tomó de sorpresa, que me di a vaciar la jarra de sake mientras aguardaba una explicación— ¿Se puede saber cómo pretendes que yo logre semejante milagro, Erwin Smith? ¡No tengo ABSOLUTAMENTE NINGUNA influencia sobre Keith Shadis!
—Lo sé, pero cuando te propones algo, consigues salirte con la tuya —me dedicó una media sonrisa—. Tan sólo me refería a eso.
—Si así fuera, créeme que ya tendría un titán excéntrico envuelto en mi red, ¡no me hagas reír! —volví a servirme la bebida y tomé hasta sentir la mano de Moblit cerrándose sobre mi muñeca. Trató de impedirme beber más de lo que habitualmente acostumbraba, pero bastó una mirada para hacerlo abandonar su empeño. Habiendo rumores, lo más inteligente delante de alguien como Erwin, era no darle indicio de posible relación entre los dos. Mejor que se devanara los sesos pensando si eran verídicos o no, como le había sucedido con los del comandante.
—¿Qué pasa, Mike? —le susurró Nanaba, poniéndole una mano sobre el hombro. Éste olfateaba el aire.
—Hmph, creí oler a quemado.
Erwin lo miró de soslayo, consciente de a qué se refería su amigo.
—Pólvora, exacto. Aquí está la segunda parte de mi estrategia —logró desviar el tema con su inteligencia natural, hacia otro más conveniente—. Sería muy favorable implantar un sistema de bengalas para comunicarnos, a la vez que los grupos se dividan —tornó a observarme, quizás esperando que mi enojo hubiera cedido y lo secundara—. Así, cuando encuentren los titanes, digamos que una bengala roja indicará peligro, lo que les permitirá a los demás alertarse de la presencia de éstos. Los que vean el aviso entonces van a disparar una bengala verde hacia la dirección que se dirigirán los demás.
—Y la formación se moverá en conjunto, informados por lo que pasa a su alrededor —di el puntillazo final, cruzándome de brazos—. Excelente, capitán.
—No es todo —se apresuró a completar la idea—. Ya hemos tenido buenos encontronazos con los titanes excéntricos. Al parecer, siempre atacan el centro de la formación, ignorando a los demás soldados. Como se trata de una circunstancia especial, podemos hacer uso de una bengala negra.
—Lo que deduzco de eso —le sostuve la mirada, orgullosa de saber lo imprescindible de mi conocimiento—, es que deberé ponerme a jugar con los materiales del laboratorio para conseguirte las bengalas de color. Sólo disponemos de las blancas.
—Te lo encargo, Hanji. Supongo que tendrás mucho tiempo, en lo que se decide su factibilidad —hizo una ligera inclinación de cabeza, mostrándose respetuoso. Quizás lamentaba el haber soltado la lengua respecto a mi supuesto romance con Shadis.
—Bueno, esperemos que la voluntad del comandante se ponga a favor del plan —Mike alzó su jarra, proponiendo un brindis—. Hora de relajarse, ya que todo está dicho.
—Desde que pasaron el umbral de la puerta, Nanaba y tú venían relajados —musitó Erwin—. Quisiera saber de dónde sacaron las botellas de sake.
—No, créame, no quiere saberlo —cortó Nanaba—. Sólo podemos asegurarle que no fue algo ilegal.
Demasiado pronto quedó sólo una botella, sin embargo, Moblit y Erwin parecían rivalizar también respecto a tolerancia alcohólica. Sospeché que Mike falseaba su estado de mínima embriaguez, para tener oportunidades con Nanaba. Ella no había tomado ni dos líneas, sin embargo, yo llevaba más de tres jarras. Ideal para olvidar todos mis pesares y sentimientos reñidos…, o eso creía.
—Por favor, Mike, basta de caer sobre mi hombro y abrazarme la cintura —musitó Nanaba, empujándolo. Por lo visto, aún quería guardar ciertas apariencias frente a los demás—, no soy tu almohada ¡Estás portándote como si fueras un cadete!
—Me hubiera gustado poseer un almohadón así en la academia —gruñó él, viéndose privado de su comodidad, y señaló erráticamente a sus compañeros—. Y si mis camaradas oyen la voz de la sabiduría, buscarán pronto el suyo.
—¡Compadezco al que intente usarme como tal! Pero seguiré tu consejo, hallaré uno a mi gusto —hice crujir los nudillos, observando tanto a Moblit como a Erwin. Ambos fingieron estar muy concentrados en sus jarras— ¡Nanaba! ¿Cómo permites que Mike diga eso?
—Porque no pierdo el tiempo discutiendo con alguien que supuestamente lleva alcohol en sangre —respondió encogiéndose de hombros, muy seria—. Ya veremos qué sucede cuando alcance la sobriedad.
—Eh, hablando de los viejos años de academia —Moblit oportunamente guió la conversación hacia otra senda, procurando que nuestros amigos no terminaran envueltos en una disputa íntima—… ¿Cómo logramos sobrevivir a las ridiculeces y bromas que padecimos? Mike, contigo no se ponían muy pesados, gracias a la estatura.
—Ni te creas, los demás integrantes del cuarto eran un auténtico dolor de muelas. Erwin puede confirmar la de pescozones que yo regalaba por las noches —éste asintió, sonriendo ligeramente—. Cierta vez me taponearon la nariz con unos calcetines —dijo gruñendo—, casi me ahogo.
—Supongo que no estaban limpios, entonces —Moblit se inclinó hacia adelante, riendo—. Agradezco haber caído en otro dormitorio.
—¿Limpios? Eso fue lo menos, lo peor es que pertenecían a Keith Shadis. Vaya castigo le impusieron a la tropa —se había entusiasmado con la historia, dándole un codazo a su mejor amigo—. Dilo, Erwin ¿cuántas semanas estuvimos lavando la ropa del comandante?
—Prefiero no recordarlo. Aunque Flagon obtuvo la peor parte…, le tocó la ropa interior.
Aquella historia más la cantidad de sake provocaron que reventara de risa. Comencé a dar tales puñetazos en la mesa, que todos recogieron sus jarras y Mike bajó de inmediato las botellas al suelo. Moblit hizo el intento de abrazarme, buscando contener mi arrebato, y se llevó un buen manotazo.
—¡No soy tu almohada! —le grité, volviendo a recostarme al espaldar. Él se retiró avergonzado, a la par que Erwin me observaba fijamente, para luego volver a concentrarse en la jarra.
—Ya que tocamos el tema —Nanaba se animó a proseguir, aplacando los ánimos—, a Nifa le vaciaron el relleno de una dentro de la boca mientras dormía. Cierto que suele roncar alto, pero la pobre casi se ahoga tragando plumas.
—Las mujeres son mil veces peores —asintió Mike, sirviéndose la tercera parte de la última botella—, me sé cada historias… ¿Qué? —devolvió una mirada inocente a Nanaba, que lo fulminaba con la suya.
—Cállate, vamos a escuchar algo de Moblit y Erwin —le dijo, cruzándose de brazos—. Adelante, Berner, tú fuiste quien dio la idea. Ni pienses que vas a escaparte.
Recé porque todo aquello no condujera a un desastre.
—Pues —mi subordinado enrojeció, trayendo a la memoria algo muy embarazoso, a juzgar por su expresión—…, me hicieron una encerrona y terminé besando por obligación a alguien.
—¿Alguien? —Nanaba era toda curiosidad— ¿Quién, por ventura?
—El nombre de la chica me lo reservo —indicó, tenso—. Fue una experiencia bastante desagradable, porque lo hizo para humillarme y…, acabé gustándole. Sentí mucho decepcionarla, pero no soy la clase de hombre que ilusiona a las muchachas, cuando soy incapaz de retribuir su afecto.
Noté un frunce tan sutil en el ceño de Erwin, que pasó desapercibido para los demás, excepto para Mike. Aquella declaración lo aludía indirectamente.
—Uh, de modo que nuestro sublíder del cuarto escuadrón resultó un magnífico besuqueador. Ya ninguna chica se atreverá a subestimarte —Nanaba parecía embullada con el intercambio y se dio a beber otra línea. Después tornó hacia Erwin—. Hable, capitán y líder ¿qué anécdota nos tiene de su adolescencia?
—Gracias a cierta persona que me hizo llegar una carta —dijo, mientras depositaba lentamente su jarra sobre la mesa—, estuve aguardando media hora por alguien que jamás acudió. Considerando que tal chica nunca enviaría una misiva para citarse, fue necio creer semejante patraña —inclinándose para apoyar los codos sobre las rodillas, me sostuvo la mirada—. Claro que no lo vi así en aquel momento, tan sólo me sedujo la perspectiva de acercarme a ella otra vez. Especialmente, porque se la pasó esquivándome y yo deseaba explicarle un malentendido —suspiró, volviendo a sostener el recipiente con alcohol—. Luego de tanto esperar, fui el hazmerreír de todos los reclutas.
—Eso le ocurre a los hombres —reí, sintiéndome vengada— que no toman la iniciativa de ir personalmente donde la mujer en cuestión, y esclarecer sus cosas ¡desde el principio!
—Hanji-san, no creo que sea la mejor forma de dirigirse a…
—¡Cállate, Moblit! Es mi opinión y punto —grité, para después volver a reír a carcajadas—. ¡Hahahaha, increíble! Son capaces de idear todo un procedimiento de señales para las maniobras, ¡y no saben cómo darle una maldita señal a la dama que pretenden, confundiéndola!
—Hanji, brindo por ti. Esa es una verdad grande como un titán —Nanaba extendió su jarra y luego apuró el contenido que hasta entonces había probado con mesura. Tomando la última botella, se dispuso a servirse lo que Mike dejara—. Por cierto, ¿qué historia puedes contarnos?
—Este es el momento en que las mujeres se confabulan contra nosotros —le susurró Mike a un Erwin atónito—. No fue buena idea poner ese tipo de sake a la mesa. Uhm, pero quizás lo sea parar ya con el asunto de las vivencias.
—Silencio, Mike. No seas aburrido —lo cortó su compañera, llevando el índice a los labios y acto seguido me soltó— ¿Qué detestabas de tu etapa como recluta, Hanji?
—Uhm —Pensativa, llevé las gafas a la cabeza con delicado gesto, para después beber de un trago la mitad de la jarra, estampándola contra la mesa—… Sí, definitivamente sí, que me trataran de machorra.
Vi a Nanaba atorarse, Mike se sonó la nariz, mientras que su capitán llevaba el puño a los labios para toser. Moblit se inclinó hacia delante, cubriéndose el rostro con las manos.
—¡No siempre lo que otros ven es lo que realmente es! —recuperé la jarra y vaciándola sin respirar, sentí cómo el alcohol desinhibía mis frustraciones— ¡Soy una bendita mujer, aunque pase más tiempo investigando que mirándome al espejo! ¡Además, este maldito uniforme fue concebido para velar cualquier indicio de curvas! ¡¿Quién dice que no soy femenina?!
—Obviamente, nosotros no —Mike abrió los ojos asustado, rara vez lo había visto así—. Cálmate, Hanji.
—Nada que declarar —apuntaba Moblit acto seguido, exponiendo las palmas en un gesto de inocencia.
—Hay gente así de estúpida, que la confunden a una sólo porque rompemos con lo comúnmente determinado para las chicas —gruñó Nanaba—. Y si no poseemos silueta vistosa, pero además, sobresalimos en las maniobras, ya te catalogan de machorra.
—Gracias al cielo, no fui de los que se equivocaron..., con ninguna de las dos —Mike se declaró absuelto de pecado—. Todavía recuerdo el puñetazo que Hanji le dio a Flagon durante un entrenamiento. Fue dolor ajeno y me lo sentí, así que no quisiera imaginarme…
—Flagon es un idiota —solté, aprovechándome de la situación—, al inicio de conocerme le parecí más chico que chica.
—Sin embargo, enseguida lo perdonaste.
—Qué curioso —Erwin, que había permanecido callado, alzó la vista para contemplarme muy serio—, desde la primera vez que te vi, siempre me pareciste una gran mujer, Hanji.
—¡Oh, Erwin, te amo! —la bebida me traicionó, sacándome aquello del alma y me lancé a dar un rodeo a la mesa para tomarlo de las manos…, no sin trastabillar y caer, primero sobre Nanaba y luego sobre Mike— ¡"Gran mujer"! ¡Soy feliz, no me hace falta más!
El segundo lanzó un suspiro quejumbroso, mientras Erwin, a mi diestra, permitía con expresión sobresaltada que yo le aferrara las manos. Parpadeó algo confundido, para luego ofrecerme una sonrisa que me hizo reír como tonta.
—¡Oye! Si desde aquella vez lo pensaste…, entonces, ¿te parezco hermosa?
—Por supuesto —declaró con toda naturalidad y se volvió hacia mi subordinado—. Moblit, por favor, ¿quisieras acompañar a esta dama a su habitación? Dudo mucho que pueda llegar sola —no lo dijo en tono infamante, sólo estaba dando por terminado el encuentro—. Mike, recoge la botella y los vasos.
—No, no, no… Zacharius, pon a tono la estancia; Moblit, recoge la botella y los vasos —señalé a cada uno, imitando la voz del capitán. Lo enfrenté con el desenfado que sólo me dio el alcohol, a la par que me hacía sostener por él—. Ahora el capitán Erwin Smith me acompañará a mi estancia, porque —anuncié, hipando— soy una Gran Mujer.
Mike chifló por lo bajo, dándole un velado codazo a Nanaba, ella correspondió alzando varias veces las cejas. Ambos esperaban que su inmediato superior no insistiera en la orden, resignándose a cumplir mi pedido. Moblit permaneció a la expectativa, dudando si obedecer o no a su capitán; incapaz de llevarme la contraria, se comportaba también como un hombre y prefería sufrir a delatar nuestra condición de amantes.
—Hanji es una fiera cuando se irrita, mejor no alterarla más de lo que ya está con la bebida —intervino mi amiga, conciliadora, dirigiéndose a Erwin—. Capitán, nadie pensará mal de usted sólo porque obre como un caballero.
—Moblit, cumple mi orden y llévala contigo —insistió él, aunque ya sin mucho énfasis.
—¡No quiero, a cualquier otro le vomitaré encima! —si bien no fue la única vez que me atreví a desobedecerlo y gritarle, cuando pasaron los efectos del alcohol, me negaba a creer que yo hubiese cometido semejante descalabro—. ¡Ugh, me va a explotar la cabeza!
Aquello puso en firme a los subordinados, pero Erwin apenas se inmutó.
—Hanji, provocas que mis órdenes se cuestionen —susurró apacible, queriendo hacerme comprender. Yo me así a su brazo aún más y fingí lloriquear. Entonces observó a Mike como pidiéndole asistencia, pero el otro únicamente supo encogerse de hombros. Mi capitán demoró segundos en tomar una decisión—. De acuerdo, te acompaño, ¿puedes sostenerte?
Lo miré arrobada y asentí con la cabeza. Él se notaba sumamente incómodo con la situación, y lo estuvo mientras caminamos juntos por los pasillos a oscuras.
—¿Qué voy a hacer contigo, Hanji? No puedes exponernos así, cuando siquiera hemos dado un paso juntos.
—Lo siento, debí calmarme —dije, tropezando a causa de las sombras—. Es culpa de Marie, y no hablo de la muralla. Las murallas no hablan, pero la desgraciada me soltó que te recuerda.
—¿Marie? —a juzgar por su expresión, aquello lo tomó desprevenido—… Entiendo, pero ahora no tiene caso pensar en ella. Corresponde al pasado y me interesa el presente; en otras palabras, lo que conseguiremos hacer juntos, Hanji.
—¿Estás declarándote o estoy borracha?
—Pasada de tragos, más bien. Y no podemos conversar aquí de algo tan importante.
—Sí, es tu responsabilidad como capitán de la Legión, dar el ejemplo a los subordinados de que no deben crearse lazos entre bla, bla, bla o bla, porque la muerte nos priva de aquellos que bla, bla, bla y no es conveniente sufrir más dolor y sangre que la necesaria bla, bla —rezongué, aburrida—. ¿Crees que me amilana? Dolor y sangre; todos los meses veo eso mismo en mi naturaleza.
—Por favor, Hanji, no hablemos de tales cosas…
—Erwin Smith, estuviste conmigo buena parte del aprendizaje de ciencias, debes conocer al menos lo básico de la fisiología de una mujer ¡Ah, y me olvidaba! La experiencia real con tu Marie —dije, punteándole con el índice el pecho, sin dejar de aferrarme a él—…, pero en fin, avísame si necesitas una lección más al detalle que la suya. Buenas noches.
—Hanji, esa no es la puerta de tu habitación —me dijo, retirándome la mano de una antorcha que yo había sujetado, sin fuego por ventura—, da unos pasos más.
—De acuerdo —seguí colgada de su brazo hasta que se detuvo—, ¿hemos llegado?
—Por favor, descansa. Me siento responsable porque fui yo quien le permitió a Mike traer las botellas de alcohol —dijo, abriendo la puerta y guiándome hasta la cama, donde me ayudó a sentar—. Buenas noches, que duermas bien.
—Buenas noches, Erwin —antes de que pudiese incorporarse, lo tomé de las solapas y di un tirón con fuerza—. Soy mujer, ¿qué podías esperar sino que terminara enamorándome como una tonta? Pero tu maldito egoísmo no te permite hablarme de frente siquiera, ¡cuando yo te doy gustosa mi vida! —Sollocé, liberándolo del agarre y caí en el lecho, gimiendo—. Vete, quiero derrumbarme como un titán y olvidarlo todo.
A la mañana siguiente, desperté al oír los toques en la hoja de madera. No recordaba mucho, excepto a Erwin dejándome sobre la cama y después, que el sueño me había ganado la pelea. De modo que mi despertar no fue de los más gratos, lanzándole una maldición a quien tocaba la puerta. Era Nifa, pobre inocente, quien requería pasar a la habitación. Le pedí que aguardara unos minutos, y al incorporarme, noté un cabello rubio adherido a mi chaqueta. No podía relacionarlo sino con Erwin ¿Qué hacía allí? Antes de ir por Nifa, me aseguré de atesorar el hallazgo. (Quién sabe la de cosas interesantes que pudiera encontrar en su adn, pero hasta el día de hoy no he querido investigarlo).
Recibí a través de mi subordinada la orden de acudir al despacho del capitán, apenas clareó. Siquiera me permitió dormir un poco más, cuando en verdad cuerpo y ánimo lo pedían a gritos. El dolor de cabeza todavía era un remanente, así que me vi obligada a tomar una ducha fría, y esa vez lo estaba en exceso. El sol no se dignó a salir hasta después de media mañana, para luego volverse insoportable. Cuando regresé a la habitación, solo concebía una lista de insultos para él y vistiéndome, fue que rememoré un dato importante… ¿Acaso tanta premura sólo porque deseaba una explicación de mi atrevido proceder? Se imponía entonces que luciera más formal que nunca y marchara con pisada firme hasta su estudio. Di los toques reglamentarios a la puerta, entrando cuando lo autorizó. Al verme acceder, indicó que me colocara en el centro de la pieza y se dirigió a la hoja de madera, empleando el cerrojo. Súbitamente me inquieté, jamás habíamos quedado en tal situación y no supe qué pensar. A duras penas atiné a ponerme rígida y hacer el saludo con más ímpetu del normal. Él, serio como acostumbraba a estarlo, permitió que abandonara la formalidad.
—Espero que recuerdes algo de lo sucedido ayer —dijo, cruzándose de brazos—. Principalmente, lo relativo a la estrategia y sus posibilidades.
—La razón de mi presencia inmediata en tu despacho, Erwin Smith, no es otra que disculparme por ese proceder —alegué, devolviéndole su misma gravedad—. Comprendo que no debí tomar esa cantidad de sake. Aunque, para tu sosiego, me acuerdo perfectamente de cuanto hablamos.
—No estoy regañándote, Hanji. Sólo me aseguro de que la bebida no hubiese borrado algunas cosas de tu memoria que desearía me aclararas… ¿Por qué sacaste a colación a Marie, si no he vuelto a hablar de ella?
—Me topé con Nile antes de nuestra primera expedición. Fue algo totalmente casual, de hecho, en mi sorpresa casi lo atropello por causa del caballo desbocado. Junto a él iba Marie —odiaba que su nombre se me atragantara—. Nile me pidió que te dijera que no guarda rencor e incluso podías confiar en él si algo acontecía, y su mujer asegura que te recuerda.
—Es bueno saber que el viejo colega no me ha virado completamente la espalda —comentó en voz baja—. Mejor tenerlo de amigo y no de contendiente.
—Por supuesto, la Gendarmería y la Legión siempre han rivalizado, imagina si ambos llegaran a comandante y dicho antagonismo se mantiene, con asuntos personales de fondo —suspiré, deseando abandonar el sitio—. Bien, ya tienes la respuesta a tu inquietud, marcho a preparar los experimentos.
—Hanji, espera —siquiera tuvo que ceñir mi muñeca para frenarme, al escuchar aquel tono de voz profundo, me detuve por instinto—. Pretendía que asimismo recordaras tu reclamo de anoche. Decirte que de tonta no tienes un pelo y admito mi actitud egoísta; pero que además, estoy dispuesto a hablarte de frente ¿y eres tú quien está a punto de salir corriendo?
—Lo siento, esa demanda es posiblemente lo único de lo que no me acuerdo —ahí estaba el detalle que temía—. Pero si cometí semejante desatino estando ebria, también me disculpo ¿Ahora, puedo retirarme?
—Antes de otorgarte mi permiso —lo vi acercarse y por alguna razón, su estatura me resultó intimidante cuando se detuvo frente a mí. Tragué en seco, pero conseguí rehacerme a tiempo—, quisiera estar seguro de tu sobriedad en este momento.
—¿Eh? ¡Por supuesto que lo estoy! —reclamé ofendida— ¿Crees acaso…?
Tomándome el rostro entre las manos, la caricia invadió mis labios otra vez por sorpresa. Abrí los ojos desesperadamente, al saberme cautiva de su boca, y la mía lo recibió por mero instinto. Gemí del susto ante el desconcierto, y no sólo reaccionaron mis labios, ofreciéndose gustosos a un sabor incomparable, si bien algo picante, no menos dulce…, cada punto de mi cuerpo se impacientó reclamando una confesión del suyo. "No puedo volver a estar ebria… ¿o quizás, sí?", consideré, dejando caer los párpados y concentrándome más en el beso que en los reclamos de la piel; aunque ya para entonces mis manos se perdían entre sus cabellos o alternaban aferrándose a su nuca, mientras las suyas correspondían sobre la caída de mi espalda. Gastamos en conocernos a fondo, tratando de aplacar una sed que nunca disminuiría, todo el aire de respirar. Y aun así, recuperándonos tras un leve suspiro, no fuimos capaces de apartarnos, besándolo y dejándome besar con voracidad de reclutas en celo. Descubrí que mi lengua, bien dispuesta, podía ser un arma de doble filo; ideal para dilatar el placer y luego cortarnos el aliento. Se detuvo a morderme y sorber lánguidamente el labio inferior, que atrapó entre los suyos por apenas unos segundos.
—¿Recordarás esto, al estar sobria?
—No lo garantizo del todo, la memoria es una dama voluble y responde a los caprichos de su dueña —había conseguido ruborizarme como si fuese adolescente—…, pero me han dado ganas de acariciar las paredes ¿Satisfecho?
—Eres la mujer más difícil y orgullosa de cuántas he tratado —aseguró, dejando correr la yema de su dedo índice sobre mis labios húmedos—. No lo malinterpretes; de hecho, te hago saber que mi experiencia se reduce únicamente a Marie —al observarlo, le vi en los ojos la imperiosa necesidad de ser aceptado—. Luego tú… brotaste como un manantial, reverdeciendo lo muerto.
—Pues no parecías tener mucha necesidad de agua, cuando fuiste a disculparte a mi laboratorio. Estabas convencido de que saldríamos mejor parados, ignorando nuestra propia humanidad —decidí aclararle muy bien el porqué de mis evasivas—. Es posible que tu objetivo y el mío difieran un poco. Sólo pareces ver el tuyo, mientras que yo trato de ver por los dos.
—Hanji, realmente hubiésemos salido mejor, como sucedió con Marie. Pero NO eres ella, ¿si te pidiera que renunciaras a mí, lo harías? —mirándome incrédulo, hizo un gesto negativo con la cabeza, impidiendo que contestara— Siquiera te dejaré hablar, porque ya de antemano sé la respuesta; y si no fuera la que pienso, estaría obligando a tus labios a pronunciar algo contra lo que tu corazón se rebelaría —me desentrañaba con certeza—. En cuanto a mí, lo intenté, pero fue la estrategia más errada de todas las que he concebido. Sabes lo que detesto rendirme; sin embargo, depondré las armas gustoso ante lo inevitable…, si aceptas morir conmigo.
—Ambos conocemos las prioridades, Erwin, no pediré más de lo que puedas ofrecerme; así como debes saber que no voy a acatar tus órdenes, pero te complaceré gustosa —le hice un guiño coqueto, aunque hablaba muy en serio—. Quiero ser parte de tu obra, pero también parte de tu vida.
—Me tienes por completo, Hanji. A cambio, pediré lo justo —como imaginé, iba a dejar bien clara su posición—. Quizás no sea el primer hombre en la tuya, sin embargo, pretendo ser el único y al mismo tiempo, el último. Aunque por obligación debamos guardar las apariencias, créeme que no estoy dispuesto a compartirte con nadie.
Tuve que apartar la mirada y clavarla en el suelo, mordiéndome el labio, pensativa. Me tocaba la peor de las encomiendas; confiarle mi verdad a Moblit y pedir su indulgencia.
