La noche del capitán

A Eduardo Heras León, por el título de su libro.

Es mi homenaje a usted, maestro.

A Rubén Martínez Villena, que no me dejó dormir

en toda la noche, recitándome en sueños su Soneto.

Y sin dudas, a Audrey W. Watson,

que deseaba vivirlo y ahora es realidad.

*Advierto de alto erotismo para quienes no están acostumbrados al "amor de la cintura para abajo". Como bióloga, insisto en que el amor y la pasión que conlleva su acto, siempre y cuando no sea descrito groseramente, debe ser visto como algo sublime. Hange Zoë*

Encontré a Mike y Nanaba en los establos, compartiendo un beso. Se veían tan hermosos que me pregunté si Erwin y yo luciríamos igual de apasionados en la misma situación. Después de jugar con la muerte y ganarle la partida, cualquier muestra de ternura se convertía en bendición liberadora. Sintiéndome una sacrílega por estar allí, busqué la forma de volver atrás y escabullirme de nuevo por la puerta. Nanaba rompió el beso y me hizo señas con la mano, llamándome. Algo turbada, fui donde mis amigos, culpándome interiormente por ser tan inoportuna.

—Gracias por darme la posibilidad de rescatar a Nana —me lanzó Mike, apenas estuve a su lado—.

—¡Por favor! —suspiré y acto seguido les di un par de manotazos en el hombro, sonriéndoles— ¡Al menos debe quedar una pareja de tórtolos que nos brinde algo de confianza en el futuro!

—¿Es que no la tienes? ¿Qué te pasa? —Nanaba frunció el ceño, mirándome como siempre que trataba de leerme por dentro.

—¿Uh? ¿A qué te refieres? —Pregunté aparentando buen ánimo, e incluso me encogí de hombros— ¡Estoy de plácemes! Voy a comenzar un proyecto nuevo de investigación. Las babosas de las murallas siempre me han despertado el interés…

—No finjas. Te conocemos, Hanji. Estás peligrosamente depresiva —siquiera Moblit era tan sensible a los cambios espirituales como esos dos—… Quizás deberías considerar tu buena fortuna; llevas la cabeza sobre los hombros, escapaste viva de la incursión y del encontronazo con los altos mandos.

—¡Y perdí mi cabalgadura, el titán que ahora podía estar analizando, y la posibilidad de que los vejestorios aprueben otro presupuesto! —Solté de corrida, mientras apretaba los puños y daba un sonoro puntapiés al balde más cercano— ¡Me siento desmoralizada!

—Oírte decir eso hasta me asusta —musitó, volviéndose hacia Zacharius. Sólo tuvo que mirarlo y él asintió—. Vamos, Mike, dejemos que Hanji escoja el caballo. Es tarde, pronto se llamará a los dormitorios.

—Bien —fue toda su respuesta, y un breve olfateo. Sin embargo, no sonrió—. Después nos veremos.

—¡O-oigan! ¿A dónde van? ¿Por qué me dejan sola? —grité con arrebato infantil, agitando los brazos como si estuviese poseída— ¡Mike, Nana! ¡Vuelvan, necesito desahogar las penas! —mi voz menguó hasta convertirse en suspiro— No entiendo…

Acabé tirándome sobre una banqueta y me recosté a la pila de heno que había justo a mi costado. Sentí el pinchazo de la hierba a través del tejido de la camisa y cerré los ojos. Algo baboso, amén de áspero, me recorrió la mejilla.

—¡O-oye! —pasé la mano por el sitio, volviéndome al instante. Un precioso ejemplar pura sangre de color marrón oscuro me observó de soslayo y resopló, pegándome suave con el hocico— ¿Eh, me entiendes? ¡Oye, tú me entiendes! —levantándome de inmediato, pasé la mano por su frente. Parecía contento— ¿Qué hace un caballo tan listo como tú aquí, solito? Ah, eso pasa… ¡Te voy a elegir un lindo nombre! Pudiera llamarte "Shadis" como nuestro comandante, sólo por fastidiarlo; pero no lo mereces y sería un caos a la hora de las expediciones —musité, recibiendo por toda respuesta un sonoro bufido— ¡Sí que puedes comprenderme! ¡Vaya, eres muy inteligente!

—Buena elección, se ve bien —escuché aquella voz que me hacía estremecer, susurrándome al oído, mientras era rodeada por el vigor de unos brazos. El susto hizo que tratara de golpearlo hacia atrás con el codo, pero él esquivó fácilmente la tentativa.

—Maldita sea, Erwin. Cualquier día seré yo quien te impresione, devolviéndote un caderazo.

—Y dado tu tamaño, no considero que sea buena idea —hizo su característico gesto de alzar una ceja—. Podrías llevarte otra clase de sobresalto. Ahora, ¿quieres decirme qué te agobia?

—¡Ese par de…! —Sin dudas, para Mike y Nanaba lo más obvio era que su amigo viniera a consolarme. Así le habrían dicho, cuando él se dignó a hacerles caso— Discúlpame, tengo dolor de cabeza —pensé que sería mejor desviar el tema y deshacerme del abrazo—… ¿Entonces, definitivamente Shadis usará tu estrategia y el sistema de bengalas?

—Sólo a causa de esa pérdida me permite dirigir la siguiente operación, donde probaremos la nueva táctica —lo dijo sin el habitual entusiasmo que le causaba el tema, y pareció más interesado en hacerme comprender su punto de vista—. Hanji, vuelvo a repetir que tomaste las decisiones correctas ¿Qué variantes había? ¿Te lo digo? Ninguna.

—Ya saqué conclusiones del asunto —preferí clavar la vista en el suelo y no mirarlo a los ojos—, la captura de los titanes debe realizarse dentro de las murallas. En un espacio pequeño, de ser posible —murmuré y emití un suspiro desolado—. Quisiera probarlo, demostrar que la próxima vez no fallaremos…, pero ¿quién se arriesgará a darle presupuesto al cuarto escuadrón?

—Se le dará, te lo aseguro. Puede que no quieras recordar aquel día en la biblioteca, pero hicimos un pacto que haré valer —pese a la reticencia, empleó su índice para levantar mi rostro, instándome a mirarlo de frente—. Ya es tarde, ¿qué tal si aprovechas para darte una ducha y tratas de dormir algunas horas?

—Me siento mejor, gracias por levantar mi espíritu —intenté sonreír, pero ni aún él podía quitarme la carga de aquel pésimo día.

—Es obvio, no lo harás por las buenas —decidió, categórico—; y tampoco aceptarás mis órdenes en horario de relaciones, así que veré que lo hagas por las malas.

—¡Erwin Smith, bájame de inmediato! —Súbitamente me vi plegada sobre su hombro derecho y con la única posibilidad de montar un escándalo, acompañado de soberana pataleta y fuertes piñazos a su espalda— ¡Voy a castrarte si no lo haces! ¿Te ha quedado claro? ¡Hablo en serio!

—Me pregunto quién perderá más —volvió el rostro para lanzarme una mirada tan bribona como él mismo estaba siendo. Incluso el caballo hizo la tentativa de morderle un brazo, pero supo evadir el hocico a tiempo—. Ya veo que tienes otro admirador.

—¡Idiota pervertido! —Puesto que me sostenía con fuerza las piernas, redoblé la intensidad de los puñetazos— ¡Bájame ahora mismo! ¡¿A dónde me llevas?!

—Hanji, conozco este sitio de tal forma que puedo llegar a las habitaciones contigo encima, sin que nadie sepa de nuestra presencia —lo dijo muy seguro, y le creí—. Tú decidirás si volverlo un espectáculo o no, con tus gritos.

—En serio, ¿q-qué pretendes? —renuncié a golpearlo, buscando acomodarme un poco sobre el hombro.

—Ya te lo dije, levantar tu ánimo, justo como intentaste hacerlo antes conmigo.

Realmente, me sorprendió verme junto a la puerta de mi estancia sin que nos topáramos con una mosca siquiera. Por si aquella buena suerte de pronto desaparecía, me apresuré a abrir y nos colamos al interior. Erwin abrió los ojos desmesuradamente al contemplar el proverbial reguero de libros y otros objetos.

—Hanji… ¿cómo te las arreglas para dejarlo todo patas arriba? —lo dijo entre atónito y risueño— Mi corazón incluido.

—Es el secreto para conseguir algo más de tiempo, las horas no me alcanzan —traté de organizar al menos lo que se hallaba sobre mi lecho—. Trabajo hasta que venga un impertinente a recordarme que debo hacer estas cosas…, y entonces les dedico varios minutos, corazón incluido.

—Toda la noche —fue tan serio, que me volví a observarlo. Estaba de pie, como siempre, con las manos cruzadas tras la espalda y mirándome grave—. Únicamente si estás de acuerdo.

—Pues vaya que deseas asegurarte de que me bañe y repose —le devolví una sonrisa de fingida inocencia—. Mi habitación carece de ducha propia ¿Te arriesgarás a que te vean bañándome?

—No, pensaba ofrecerte la intimidad de la mía —propuso, cruzándose de brazos—. Recoge tus cosas.

Cerré la hoja de madera y no pude creer el milagro, Erwin había entrelazado sus dedos con los míos. Lo miré boquiabierta, pero él se limitó a llevar su otro índice a los labios y darme un ligero tirón, para que lo siguiera. Nunca se había sentido tan extraño andar por esas galerías desiertas, excepto la noche que fui al cuarto de Moblit. Tuve un estremecimiento, no pude impedir que cierta parte de mi conciencia me gritara "culpable". Aunque no tuviera idea, Erwin pareció entender que podía echarme atrás y sin detenerse, me observó, haciéndome una pregunta con los ojos. Le respondí negando con la cabeza y sonreí. Caminamos sin mayores preocupaciones ni ser detenidos por algún miembro de la guardia. Estaba segura de que Nana y Mike debieron arreglarlo todo para nosotros, así que los bendije mentalmente.

Ni bien accedí a la habitación, pude confirmar que su sentido del orden era diametralmente opuesto al mío. Ya lo había experimentado en el despacho y de nuevo lo apreciaba, sin que importara la sencillez del dormitorio; que consistía en un escritorio con su silla, dos asientos, un librero, las mesitas auxiliares y el lecho.

—Puedes acomodarte mientras preparo tu baño, Hanji —era un tono de voz cariñoso que desconocía por completo. Decidí que podía sentarme sobre aquella cama tan bien tendida y lo escuché reír, mientras se aprestaba a encender los candelabros del secretaire— ¿Ya quieres acostarte? Me parece bien.

—¿Te parecería bien que me largara? —respondí con ironía. Él volvió de inmediato su atención hacia mí, ¿en verdad lo alarmaba tanto quedarse sin aquella noche, que ni yo misma pensé que se daría?— Lo siento, no me acostumbro a oírte bromear.

—Hanji, posiblemente seas y serás también la única mujer que me vea nervioso, en lo que nos resta de existencia —caminó hasta quedar frente a mí e hincó la rodilla, tomando mis manos entre las suyas—. Quiero decirte que temo el paso que ambos estamos dispuestos a dar, porque nada crea tanto un lazo entre dos personas, como el hecho de amarse con el alma y con la carne. Debemos prometernos que dicha unión involucrará el ser responsables de nuestros actos, te protegeré tanto como alcancen mis manos y mi cuerpo…, sin embargo, necesitas estar lista para sucederme, de ser necesario. Cualquiera de los dos puede morir en una incursión y lo que hoy ocurra, sirva como una luz al superviviente, en lugar de abatirlo.

—Te apoyaré, no importa qué —dije, tragando en seco y me mordí el labio, buscando contener una lágrima—. Convengo en tomar mis decisiones con acierto, fortalecer aún más el alma y despedirte sin quejas ni gritos, si debo hacerlo. Por lo demás…, sólo tendrás que ocuparte de quedar a solas conmigo.

—Me aseguraré de que siempre ocurra cuando sea el momento adecuado —sonrió, alzándose levemente para besarme. Fue un beso fugaz, apenas la breve presión de sus labios contra los míos y terminó de incorporarse—. Déjame preparar la bañera.

El cuarto de baño se hallaba contiguo a la pieza y podía accederse a él apartando una tupida cortina. Demoró más de lo que yo pensando en mis consiguientes pasos, al volver para indicarme que todo estaba listo, agarré las prendas fingiendo un aplomo que no tenía. La habitación era bastante grande para la función impuesta, igual de considerable el tamaño de la bañera y todo lo demás. Únicamente carecía de mejor iluminación, pero entonces lo agradecí. El ambiente lucía muy agradable, limpio en extremo y olía como a cítricos. Deposité la ropa encima de la silla y deshice el revoltijo que tenía por moño. Erwin me observó curioso, era la primera vez que contemplaba mi cabello suelto.

—¿Y Flagon creyó que eras un chico? No lo entiendo —analizó, cruzándose de brazos—. Te ves tan mujer…

—Lo dijo para molestarme y cuando quiso comprobarlo, perdió un molar —me incliné sobre la bañera, tocando el agua con la yema de los dedos e hice una mueca— ¡Está demasiado fría!

—No pretenderás que por ser capitán, tenga mayores privilegios —condenado bastardo, siempre con una respuesta a punto—. Bueno, en este caso, nada puedo hacer. Esperaré afuera.

—¡Pero es injusto, Erwin! —no acababa de interiorizar que mis protestas infantiles únicamente servían para divertirlo— ¡Merecerías que te metiera dentro y probaras cómo se te hiela…!

—Llevas la razón, a mí tampoco me gusta el agua congelada, pero ya me acostumbré —alzó una ceja y me soltó, muy serio— Entonces, ¿debería compartir el baño contigo?

—¡NO! Es decir —me había turbado, sonrojándome de sólo imaginarlo—… Puedo soportar un poco de frío.

—Comprendo. Si por casualidad necesitaras ayuda —lo dijo absolutamente sin malicia—, basta que me llames.

Me deshice de la ropa como si pudiera verme a través de la cortina. Por supuesto, nunca sería capaz de tal cosa; respetó hasta el último instante mi privacidad. Meterme dentro de la bañera infernal costó varios minutos de auto convencimiento; probar a introducir el dedo gordo y sacarlo repetidas veces, una oración al dios de las murallas -si es que existía-, pidiéndole el milagro de que calentara el agua. Suspiré acongojada y tomando valor, conseguí meter ambos pies…, el grito quedó estrangulado en mi garganta, de inmediato me senté, abrazándome las piernas y tiritando.

—¿Todo bien? —preguntó una voz tranquila desde el otro lado.

—¡S-sí! m-maldito pervers-oo —añadí lo último mascullando iracunda ¿Realmente quería compartir aquel espacio tan íntimo con él? ¿No era mejor hacer las cosas del modo tradicional y seguirlo hasta la cama? Volví a suspirar, Hange Zoë jamás tomaba el camino recto, siempre conseguía un atajo, agarrándolo por sorpresa…, y eso, claramente, había marcado la diferencia. Gustándole apuestas y retos, era lógico que mi proceder lo atrajera.

La esponja y el jabón a mi siniestra parecieron burlarse de tanta inseguridad, tentándome a convertir lo incómodo en placentero. El primer paso era deslizarme de espaldas en la bañera y mojarme por completo, sumergiendo incluso la cabeza y sacándola de inmediato. Al salir, retomé la posición de abrazarme a las piernas, aterida por el frío.

—¡E-Erwin, auuuda! —lo llamé, tosiendo— "muévete rápido, titán moroso"

—Hanji, no creo que puedas ahogarte en esa bañera, por amplia que sea —me observó tan recto como siempre, aunque sus ojos reían ¿no le inmutaba siquiera el hecho de verme allí, encogida y por completo desnuda? Tuvo que acuclillarse y recostar los brazos al borde para decirme en tono bajo—. Mi presencia aquí, contigo… ¿eso es lo que quieres?

La voz se me congeló, negándose a responder; afirmé con la cabeza. Ni corto ni perezoso, fue de inmediato en busca de otra silla y trató de acomodarse. Cuando lo vi remangar su camisa hasta los codos, tragué en seco. Mi cuerpo empezaba a despertarse. Tomando el cabello, pasó lentamente la pastilla de jabón por él. Se le hizo un poco engorroso, al yo mantener la postura hacia delante; pero no lo escuché quejarse, todo lo contrario.

—Me gusta contemplarte mojada —terminó de lavar los mechones y se dispuso a enjuagarlos tomando el agua entre sus manos, dejándola caer sobre mi pelo como una ducha. Pensé que tardaría siglos usando ese método, pero él ciertamente lo disfrutaba—. Tus pestañas se resaltan, viéndose aún más largas; el cabello adhiriéndose al cuello y buscando luego despeñarse en curvas hasta el inicio de tus senos, como deseando esconderlos —fruncí el ceño, abrazando más las piernas cruzadas. Lo miré de reojo, él se limitó a sonreír y me acarició el cuello con el dedo índice curvado—… Si ahora me pidieras elegir qué parte de ti me trastorna el juicio, sería un problema…, incluso desconociendo algunas.

—¡Pero siquiera tengo una figura voluptuosa, de las que atraen a los hombres!

—No pretendo que me compares con ninguno —llevando su índice de mi cuello al mentón, hizo que alzara el rostro y lo mirase de frente—. Eres la clase de mujer con la que hay que contar, Hanji. Nada tienes que envidiarle a otras, ni física ni intelectualmente; pero como sé que la belleza será un motivo de preocupación —dijo, liberándome de su mirar intenso, para ocuparse de coger la esponja— quizás pueda especificarte algunos detalles que me atraparon desde el inicio —frotó suave a lo largo de la columna, haciéndome arquear involuntariamente y romper la recatada postura—. La caída de tu espalda es hermosa, y la manera en que corre el agua por ella, hasta detenerse un segundo en la curva donde inician las nalgas…

Perdí la vergüenza tan rápido como toda la inseguridad, me volví sin darle tiempo a reaccionar y echándole los brazos al cuello, refugié toda mi ansiedad en su boca. Desconcertándolo, entrelacé nuestros labios, abriendo mi boca después y rozando su labio inferior levemente con la lengua, para luego invadir adentro, explorando a profundidad. La forma en que correspondió al beso y a mis manos reveló el inminente deseo de ofrecernos mutuo alivio, hasta entonces velado con discreción. Porque nos ansiábamos al punto de querer devorarnos, la caricia era un preámbulo apenas de aquel anhelo contenido. Cuando rompió el beso, dejamos escapar un suspiro liberador.

Me prensó literalmente contra su torso, como si deseara meterme no sólo dentro de él, sino de su vida. Le mojé aún más la camisa, pero siquiera le dio importancia, como no se la dio a la incómoda posición que manteníamos al retenerme entre los brazos. Podía oír los latidos de su corazón a la desbandada y sentirlo golpear sobre mi seno.

—… Ya que me honras —tomando una de mis manos, besó el interior y acto seguido la acomodó sobre su pecho. La fuerza de aquellas palpitaciones contra la palma, avivaba mi sangre—, quiero hacerte sentir lo que significas, más allá del placer por el mero placer. Eso es amor del alma, Hanji, este vendaval escondido no tiene otra causa que tu proximidad.

—Más razón para eliminar tanta distancia —ya era toda urgencia cuando aferré las solapas de su camisa, halándolo bruscamente— ¡Erwin Smith, adentro!

Perdió apenas el equilibrio, deteniendo la caída con la mano puesta en el fondo de la bañera. No obstante, buena parte del agua salpicó, terminando por mojarlo de la cabeza a los pies.

—Sólo alguien como tú es capaz de provocarme así, Hanji —lejos de mostrarse indignado, sonrió y abandonando su asiento, quedó en pie junto a mí— ¿Asumirás las consecuencias de tu acto?

—Deberías conocer la respuesta —el duelo de miradas fue tan poderoso como la misma cópula—…, y espero que sean terribles.

Nunca temí contemplar la desnudez en un hombre; siquiera cuando el físico de Moblit dejó de ser algo secreto para mí. Develar el misterio anatómico de Erwin fue como ganarle una batalla a los años de renuncia y sufrimiento. Me complacía ver deslizarse cada pieza de ropa, hasta quedar amontonada en el suelo e ir vislumbrando la promesa de su cuerpo hecho para el sacrificio…, y el frenesí. Dicen que mentirle a una persona desnuda es algo difícil; el caso es que no supe disfrazar mi sobresalto cuando se adentró en el agua y tomándome de la muñeca, me haló suave.

—Recuéstate a mí. Quiero saber cómo se siente —si fue o no una orden, igual obedecí a su requerimiento ¿Le habría dicho y hecho lo mismo a Marie?—. Nunca he tenido el placer de compartir mi baño.

Sonreí triunfal, no iba a echarme atrás, por más turbación que me causara su cuerpo. Giré hasta quedar de espaldas a él e inclinándome un poco, acabé recostándome por completo a su pecho y los vigorosos brazos rodearon la base de mis senos. Ayudó que sus manos permanecieran quietas, limitándose a besarme con sutileza el cuello y la curva del hombro. Parecía entender que mi repentino temor, propio de la barrera moral, se debía al hecho de percibir contra una de mis nalgas, el brío de su sexo bien manifiesto... Baste decir que no se me hubiera ocurrido afrontar un encuentro contra natura, si bien conociéndolo, él tampoco lo propondría… Aunque era mejor no apostarlo.

—Dijiste antes que "desde el inicio te llamaron la atención algunos detalles", ¿quieres decirme cuáles otros? —murmuré, casi rendida por las caricias… ¿de qué forma lograba convertir mis temblores en serenidad? Y ninguno de los dos, sin embargo, perdió el ardor con esa calma.

—Prefiero guardármelos, si no te importa —deshizo el abrazo y tomando la esponja, dejó un rastro de espuma en mi espalda y a lo largo de mis extremidades—. Corro el riesgo de que me tomes por sinvergüenza…, cuando sólo soy un hombre.

—Sé perfectamente lo que eres, habla —una orden en tono seductor nunca la cuestionaría—.

—Espero que sepas entenderme… Ya que insistes —mirándolo por encima del hombro, noté que se había sonrojado ligeramente—… ¿Recuerdas el encuentro de los líderes con Shadis, la primera vez que propusiste usar la red? Saliste de aquella reunión odiándome como solo tú sabes hacerlo —exhaló y su tono fue pesaroso—. Nunca he tenido que dominarme tanto para no golpear a ciertos compañeros, de los cuales dos ya no están vivos. Irrumpiste allí con tu blusa empapada, revelando el encanto de unas curvas pequeñas, muy bien definidas y unos pezones desafiantes —ladeó la cabeza para besarme el cuello, mientras sus manos ceñían mis pechos en un agarre posesivo, no obstante, amoroso—. Entonces vi la repentina codicia de quienes subestimaron tu figura…, me obligué a serenarme y luego hice aquel torpe intento de finalizar la reunión lo antes posible. No quería que fueras para otros ojos…, soy egoísta en todo lo que a ti respecta —como si deseara enfatizarlo, se dio a rodear mi busto con un brazo, cubriéndolo; así mismo sentí su mano deslizarse por mi cuerpo hasta el vientre y copar mi sexo. Primero fue un sobresalto, luego el roce ardiente y gradual de la palma terminó por hacerme sucumbir y apenas habíamos empezado—. Acabo de conquistar tu María, Hanji —sonrió molestándome de broma, al oír un gemido irrefrenable que me fue imposible retener. Acomodó un mechón húmedo tras mi oreja, para luego besarme tierno la mejilla.

—Vuelve a mencionar ese nombre y no vas a rendir las otras murallas —le solté, apartándome irritada y me devolvió contra su pecho en un recio abrazo—.

—Es apenas un nombre, dudo que pueda enfriar tu ardor o mi palabra —enfatizó grave, cerrando más el cerco de sus brazos— ¿Cuándo vas a superar esos celos inconsistentes?

—No lo sé —odié mostrarme tan explícita, pero agradecí aquel refugio seguro y cálido. Lo tenía para mí, dispuesto a satisfacerme hasta el delirio y siquiera lograba desvanecer esa duda constante… Moblit había temido una comparación, quizás en el fondo yo era víctima de la misma incertidumbre. Si era así, el fantasma de Marie debía quedar ahogado en esa bañera.

Le arrebaté la esponja para lanzarla contra la pared; y me incorporé, permitiéndole observar mi cuerpo erguido, como una escultura viviente, goteando agua. Al volverme, lo miré desde la superioridad vertical, expuesta mi desnudez a su admiración. Coloqué las manos en sus hombros, buscando un apoyo y él comprendió de inmediato, asiéndome las caderas. Pareció fascinado por la iniciativa, y observó anhelante la proximidad de mi cuerpo; acompañando su descenso con las manos aún aferradas a las curvas, hasta casar a la perfección mis muslos con sus caderas, que oprimí sin piedad. Teniéndome a horcajadas sobre su vientre, respondió al consecuente abrazo con varios besos lentos, cortos y suaves, que interrumpía sólo para quitarme la paciencia… y excitarme más. Sentí una mano sujetarme la nuca, mientras con la otra presionaba la carne bajo mi espalda. Aprovechó el gemido para besarme, robándome el aliento como supo hacerlo la primera vez y luego de rivalizar intensamente por brindar tanto o más de lo que yo le ofrecía, terminó por mordisquearme el labio de manera sutil.

—Alguien parece un titán hambriento —dije, y buscando provocarlo, amenacé con pellizcar aquel ídolo fértil que me golpeaba, inquieto.

—Puedes apostar que sí —rió, inclinándose hacia mi cuello. Pronto descubriría que las pequeñas mordidas, seguidas de besos muy tenues, me volvían tan sensible, como dócil. Instintivamente, acabé reclinándome hacia atrás, sujeta por aquel brazo firme rodeando mi cintura, mientras consentía que su mano me recorriera los muslos, el inicio del pubis y ascendiera por el esternón hasta los senos. Tomó uno por el contorno, presentándolo como una ofrenda para su boca, y tuve que ahogar un gemido. Empujándome hacia él con el brazo, terminé poniendo las manos en su cabeza y nuca, incitando más el afán de acariciarme los pechos y sorber mis pezones endurecidos. Sollocé involuntariamente al sentirlos punzar, atenazados por sus labios… Nunca me había visto a merced de un hombre que dejara tan bien escrito su anhelo en mi piel—. Hanji… ¿qué sucede? ¿Te lastimé?

—N-No… No es un dolor molesto —reconocí, algo temblorosa, pero excitada—. Eres… intenso.

—Lo siento, me gustas en demasía —sonrió algo abochornado, bajando la cabeza—… Creo que es obvio cuánto.

—Oh, sí. Buen chico —deslicé la mano entre mis muslos hasta su entrepierna y rodeé aquel peligro bien despierto, apretándolo con moderación, jugando a oprimir y soltar, sin otra queja que los placenteros gruñidos; implacablemente, combiné aquel retozo poco usual con el movimiento más común. No tardó en aferrarme la muñeca, domando mi entusiasmo.

—Hanji, detente —siquiera fue una orden, pero valía como tal. Me agarró firme las caderas, buscando situarme donde antes estuviera mi mano.

Embriagada por el modo en que su carne imploraba la mía, quise atormentarlo deteniéndome justo cuando estaba a punto de recibirlo. Por un instante percibí su leve gesto de sorpresa y reí—. No estarás asumiendo que me contuve porque soy virgen, ¿o sí? —antes de que pudiese reaccionar, en un descenso resuelto pero gentil, conocimos juntos el camino y la vida a través de aquel simple gesto. Deslumbrado por el repentino placer, suspiró dejando caer la frente en mi hombro—. Ya ves que no…, así que estamos a mano, tu conciencia puede sentirse limpia —diciéndolo, coloqué una sobre su pecho, acariciándolo mientras comenzaba aquella danza ritual, que él tan solo podía seguir acoplándose a mi ritmo—. Te haré considerar el tiempo que perdimos.

—Eres una mujer vengativa, Hanji —respondió grave, pero sin dudas estaba dispuesto a recuperarlo, a juzgar por el modo en que me oprimió contra su vientre.

Sentir mi estrechez totalmente invadida, sin que sobrase o faltase un milímetro, haciendo del vínculo algo perfecto, me llevó a cabalgarlo de una forma delirante. Mi pelvis onduló, ajustándose maravillosamente a la suya. Las ondas del agua contra los cuerpos en movimiento, la visión misma del hecho y el tono pálido y deliciosamente limpio de su carne, me llevaron al desvarío. Los gemidos y jadeos en combinación, se hicieron imposibles de acallar, conforme aumentaba la fiebre de poseer el cuerpo ajeno. ¿Cómo atarlo con la promesa de hacerlo caer hacia el cielo, siempre que viniera a mí? Los músculos de mis paredes se hallaron prestos a estrechar su vigor y en el momento preciso, atrapé su virilidad, contrayéndome y dejándole ir por muy breve tiempo, hasta que mi temerario capitán dio por sentado que la derrota era inminente. Nos abrazamos, fundiéndonos como uno y después de oírnos dejar el aliento en un clamor, al unísono, poco importaba si decidían condenarnos a muerte por transgredir la normativa militar. Recostando la cabeza a los hombros del otro, ambos nos dimos a calmar la fatiga y disfrutar la verdadera libertad, esa de la que gozan los amantes bienaventurados.

—Quien hizo la estúpida cláusula en el reglamento de la Legión, debió creer que dando el corazón a la humanidad, se dejaba la misma atrás…

—El que la propuso nunca tuvo delante a una mujer desnuda, supongo —me respondió, aún agitado—… Y tú… Avergonzarías al infierno con ese ardor.

—Echaste al diablo en agua helada y te negaste a calentarla ¿Qué opción tenía, sino ponerla a hervir?—reí, extremadamente feliz. Aunque se llevó parte de mi felicidad cuando lo noté abandonar mi vientre.

—Ven, quiero darte a cambio algo especial —me tomó de la muñeca y halando suave, consiguió alzarme. Rodeó con la toalla su cintura y envolviéndome el cuerpo en otra, volvió a llevarme sobre el hombro, tal y como antes lo hiciera. Echó a un lado el cortinaje y fue hacia la cama, depositándome cuidadosamente sobre el colchón.

—Sí que te portas como un caballero —dije irónica.

—Nunca sobre la cama —sonrió malicioso, y como para demostrarlo, insertó su pierna izquierda entre las mías, buscando que las abriera para su acomodo. Me sentí hundir en el colchón, y mi figura casi se perdía bajo su peso—, aquí sé que prefieres al titán.

—¡Erwin, me aplastas! —Protesté, dándole manotazos en la espalda. Casi ni podía respirar— ¡Al menos conviértete en uno listo!

—¿No era uno hambriento? —me besó fugazmente los labios y sin deshacer el nudo de la toalla, apartó los extremos, revelando la piel brillante y húmeda. Fue haciendo un camino con su lengua desde los senos hasta el vientre, deteniéndose un instante en la concavidad del ombligo. Mi pronto arqueo, seguido por una súplica con voz de lamento y sin palabras, lo llevó justo donde quería. Se detuvo a observarme y alzó la ceja, gratamente sorprendido—. Es un buen terreno a explorar, mayor de lo que pensaba…

—¿Uh? —abrí los ojos en demasía cuando sus manos presionaron los muslos, separándolos aún más ¿Podía un hombre tan recto ser capaz de lanzar aquel tonto prejuicio a un lado, sólo por agradarme? Percibí la yema de los dedos tantear mi sexo levemente, dejando a su paso un insoportable cosquilleo que derivó en ansiedad. Buscó a conciencia dónde y cómo podía hacerme vibrar, dentro y fuera, arriba o abajo; cuando ya era primicia de río caudaloso, presionó suave donde la naturaleza vuelve a la mujer un arpa y le ofrecí a cambio las mejores notas de mi repertorio— ¡E-Erwin, quiero… necesito… Ahora!

—No —el detestable monosílabo y una expresión maligna fue todo lo que me dio—. Esa no es la manera de pedir algo tan personal a tu capitán, Hanji.

—¡Pero… no dije lo que desea…! —repliqué, aturdida y ansiosa— ¿D-de qué hablas? ¿Cómo sabes…? —tornó a contemplar mi dispuesta feminidad, rozando apenas con el índice aquel sitio que me perdía— ¡¿Oh, por Sina, tengo que rogarte?!

—Me complacería mucho —sonrió endemoniadamente seductor y advertí en sus ojos un brillo desconocido.

—¡Vete al cuerno, Erwin! ¡Jamás oirás de mí tal cosa…! —respondí, acalorada.

Sin darme tiempo a reaccionar, su boca se adueñó por completo del sitio donde habían estado los dedos, y sentí el calor de su aliento y lengua recorrer el umbral de mi fuente, hasta irrumpir en ella. De súbito, me vi exprimiendo las mantas con los puños, mi espalda se dobló suave y lancé atrás la cabeza. Parecía muy dispuesto a beber hasta la última gota que manara de mis entrañas— ¡Oh, no pares, te lo ruego… Hazlo!

—Creí que habías dicho "jamás… —se detuvo un segundo a mirarme divertido.

—¡No importa lo que dije! ¡Sigue! —clamé, y su lengua irrumpió inclemente en mi profundidad. Sin tener idea de a qué asirme, di buen palmetazo a la cabecera del lecho, dejando escapar un prolongado gemido; acabé por enredar mis dedos entre sus cabellos, acariciándolo, conforme se deleitaba y me hacía morir de pura dicha.

Casi a punto de quebrarme, le advertí con voz entrecortada, pero tomándome de los muslos tiró contra él con más fuerza, deslizando luego una mano por debajo de la toalla hasta el seno. Mientras oprimía suave la carne, su dedo índice y medio acariciaron el pezón; llevando un ritmo acorde al que mantenía su lengua.

—¡Oh, Erwin…! —Más que un grito, fue mi alma desbordándose.

Viví aquel instante a plenitud cerrando los ojos, al abrirlos noté que me había recibido con gusto y fascinación. Mi euforia debió traspasar las gruesas paredes y hacer eco en la galería porque del otro lado se oyeron varias pisadas. Erwin se avivó de inmediato, considerando prudente vestirse, al menos de la cintura para abajo.

—Ssssshhhhhh —llevó el índice a los labios instándome a sofocar los gimoteos, fruto de su atrevida incursión en un placer que se consideraba mal visto.

Efectivamente, oímos los pasos de dos personas que venían de lados opuestos y terminaban encontrándose frente a la puerta. Luego la voz de Mike imperó, confrontando al propio Shadis, quien exigía a voz en cuello que localizara al capitán.

—¡Si no está en su habitación, me lo buscas debajo de la tierra! ¡Esto es urgente, Zacharius! ¡Tengo que reunirme con él, cueste lo que cueste! —Seguía vociferando el comandante— ¡Dile que lo quiero en mi despacho, YA! ¿Entendiste? ¡Y Erwin no requiere un defensor! ¡¿Quién te piensas que eres?!

—SOY SU AMIGO —le respondía con voz bronca—. No se preocupe, me daré a la tarea de hallarlo.

Las fuertes pisadas de Keith Shadis dejaron de oírse y al cabo de varios minutos, los soberanos toques de Mike a la madera nos hicieron volver a la cruda realidad.

—Hange, vístete, por favor —murmuró. La expresión era tan seria como siempre, aunque yo lo adiviné de inmediato. Estaba sintiéndose incómodo, muy a su pesar. Hasta ese día, nunca le molestaron las obligaciones como soldado—. Si lo deseas, puedes quedarte a dormir lo que resta de la noche. Intenta ser discreta cuando regreses a tu cuarto, no voy a contenerme si alguien hace comentarios inapropiados.

Respondí con un gesto de cabeza. Estábamos en el ejército y el tiempo que nos daban para alistarnos era de tres minutos. Una vez presentables, quedé sentada en la cama, mientras Erwin abría la puerta.

—Disculpa, oíste al comandante —suspiró Zacharius, encogiéndose de hombros. Evitando a toda costa mirarme, sólo dirigió la palabra a su amigo, y entendí que lo hacía por guardarnos respeto—. Lío gordo con los de arriba, parece. Escuché algo de que un idiota del parlamento nos aguó los idilios de la noche. Y créeme que no estoy de buen humor, si conseguimos aplastarlo me daré por satisfecho…

—Entonces ya seremos dos —lo apoyé, odiando también a dicho imbécil—. Que se muera.

—Bueno, de seguro habrán otras noches como ésta —respondió Erwin calmo y dio una palmada en el hombro a su amigo—… Vamos, Mike. Dejemos que la dama se recupere del cansancio del día, no alientes su furia.

Sorprendido ante sus palabras con un claro doble sentido y viéndolo sonreír, éste siquiera necesitaba husmear el entorno. Abrió los ojos desmesuradamente, para después seguirlo rumbo al despacho de Keith Shadis.