Presagio y Pasión comparten letra

Vuelve mi alerta sobre calentamiento en Trost, esta vez algo más intenso pero siempre con el lirismo que caracterizó nuestros encuentros carnales. Quedan advertidos, abstente lector puritano o con la edad de la inocencia. Hange Zoe

La expedición con el fin de hacer la primera base para la humanidad en el exterior fue un desastre; los pobladores nos acogieron de mala gana, pero eso no varió mucho de las partidas anteriores. Cuando regresamos, vencidos y con apenas el tercio de los hombres, recibimos aquel aluvión de miradas torvas y cuchicheos malintencionados, a los que jamás nos acostumbraríamos. Más que nunca se afianzó en mi mente la idea de que debíamos capturar un titán o las investigaciones quedarían estancadas. Intenté pasar entre la multitud sin bajar la cabeza, mostrándome firme. Ningún abucheo, o palabra sarcástica iba a debilitar mi voluntad de seguir adelante. Aquella situación provocó que Shadis se cuestionara muchas cosas, al oír que la opinión pública se inclinaba por nombrar a Erwin comandante. Su escuadra no había tenido bajas, lo que alentó el rumor sobre la necesidad de un cambio.

Vi a Keith Shadis avanzar entre comentarios alusivos a su tendencia suicida y las sospechas, cada vez más crecientes, de que sacrificaba a los suyos para salir vivo de las contiendas. Nada más lejos de la verdad, pero difícilmente se podría convencer a los simples moradores de por qué lo seguíamos, jugándonos la vida al ir más allá de los muros. Únicamente desvió el curso para digirse hacia cierta joven con un niño en brazos, semi oculta en la multitud. La mente suele tornarse perversa y mi primera idea fue que Shadis era casado.

—"Míralo, al viejo libidinoso ¡y pensar que me propuso besarlo! Tsk, ¡si hasta lo espera un hijo!" —hice un gesto negativo con la cabeza, observando su proceder. No, había errado en mi discernimiento. Se trataba de una conocida, si bien, al percibir cómo la contemplaba y escuchar parte de la consecuente discusión, se me hizo claro el motivo de su arrugado entrecejo. Antes lo imaginé y luego lo confirmaba. El comandante no iba más allá de ser un hombre igual a tantos otros, incapaz de perdonar el ser rechazado por una mujer.

Pensé que su comportamiento era grosero y tuve que apretar los puños, haciendo la vista gorda, para no intervenir en el asunto. Consideré que si yo hubiese sido esa chica, el comandante se hubiera ganado un bofetón. Por suerte, los refunfuños del enano, que venía justo detrás de mí, hicieron que desviara el interés hacia él.

—Oye, Levi —a juzgar por la mirada que me dedicó, aún no las tenía todas conmigo—, eres muy bueno peleando. Quizás dentro de poco tiempo, incluso te ganes un rango.

—¿Ah? —fue su respuesta, observándome de soslayo, entonces con total apatía.

—¿No quisieras tener una escuadra a tus órdenes? —procuré levantar su ánimo, aunque sabía por experiencia que la muerte de los compañeros se lleva como una espina en el corazón.

—… —ni una palabra me fue devuelta. Se limitó a bajar la vista hacia el caballo y gruñir.

—Apuesto a que serás de gran ayuda para la humanidad, si el comandante aprueba tu…

—Cuatro ojos, ¿quieres callarte? —aquello me tomó de sorpresa. No sólo había cortado la buena intención, sino que además osaba ponerme un apodo. Pues conmigo no la tendría fácil, pensé.

—Mi pobre Levi, ya que intentas bajarme la autoestima, te mostraré la clara diferencia entre nosotros dos —llevé mis lentes con ademán coqueto hacia la cabeza, y di un par de pestañazos—. Estas gafas me protegen los ojos, no tengo problemas serios en la vista, y por tanto, puedo quitármelas cuando guste. Sin embargo, no hay forma de que consigas añadir otra pulgada más a tu estatura —culminé mostrándole las palmas abiertas y sonriendo— ¡Qué pena tan grande! Una mujer que usa gafas es interesante, pero un hombre pequeño compitiendo con los colosos de la Legión…

—TÚ… —creí que arremetía contra mí un toro salvaje. A duras penas atiné a espolear a Tommy, rompiendo la formación.

—¡Hanji! ¡Levi! —el tono de Erwin no auguraba nada bueno, al cometer semejante desatino en medio del ambiente lúgubre nos esperaba después un castigo; pero yo no veía otra posibilidad que galopar hasta que el enano se cansara de perseguirme.

Finalmente, luego de corretear por toda Shiganshina con él detrás, acabamos regresando al cuartel. Ni que decir tiene que al malhumor usual del comandante Shadis, se le había sumado el que le generara la mujer y nuestra improvisada carrera. Al llamarnos a contar, daba miedo. Junto a él se hallaba Erwin, con expresión de pocos amigos.

—¡¿Qué va a decirme ahora, líder de escuadrón Hange Zoë?! —gritó, acercando su rostro al mío— ¡La vi salir como un rayo en su cabalgadura, cuando estábamos haciendo una entrada luctuosa! ¡Semejante vergüenza es un insulto a…!

—Con todo respeto, comandante, no volverá a suceder —cuadrándome, hice formal el saludo—. M-me saltó encima una rana.

—¡¿UNA QUÉ?! —rugió Shadis, observándome fijamente. Le sostuve muy seria la mirada, como si estuviera diciéndole la pura verdad. Levi me echó un vistazo de reojo, molesto— ¿Va a decirme usted que no teme a los titanes y huye de las ranas?

—Bueno, es creencia general que las mujeres le tenemos miedo a las cucarachas o a los anfibios —dije, encogiéndome de hombros. Erwin, primero grave, en aquel momento contenía el atisbo de sonrisa que pretendía escapársele—. No soy la excepción de la regla.

—Pues ya sabemos que se interpuso una pegajosa criatura en la marcha de la líder de escuadrón —gruñó, cruzándose de brazos y enfrentando al enano— ¡¿Qué hay de ti, Levi?! ¿También te asustan las ranas?

—… —a todas estas, él continuaba mirándome irritado, como si deseara licuarme con los ojos— Tsk, mierda. Quise detener su caballo, que se había desbocado. Eso es todo.

—Comandante, si me lo permite, usted está ocupado con asuntos de gran consideración —intervino pacientemente el capitán—. Puedo encargarme de aplicarles el castigo establecido…

—Sácalos de mi vista, Erwin —musitó Shadis, en ese instante lucía como de cien años—. Haz lo que te parezca, necesito encerrarme a pensar. Espero que nadie me moleste.

Una vez dado el permiso, nos retiramos al corredor. Apenas salimos, el capitán cerró tras de sí la puerta y encaró la situación.

—Escuchen, el Cuerpo no se halla en tiempos de gloria como para hacer imprudencias. Cualquier actitud nuestra puede malinterpretarse por los habitantes de la ciudad. No quiero volver a llamarles la atención por algo estúpido —hasta ese momento había sido muy compuesto, después me miró, alzando la ceja— ¿Ranas, Hanji, en serio?

—¿Qué? —Protesté— ¿Siquiera tengo derecho a espantarme por verlas? —añadí, molesta. Luego exhalé y reconocí mi falta— De acuerdo, es que nada me venía a la mente cuando preguntó.

—Levi, decidiste ofrecer tu corazón a la humanidad y ahora perteneces al Cuerpo, es importante que socialices con sus miembros —aquello sonó como una orden, luego se puso firme y llevando las manos a la espalda, concluyó—. Voy a dejarlos un día en las celdas de castigo, por quebrantar la formación y comportamiento inadecuado. Espero que no vuelva a suceder.

—Hmph —replicó Levi, huraño—. La cuatro ojos estaba molestándome.

—¡¿Eh, a qué te refieres?! Todo lo que hice fue halagarte —apreté los puños, dando un soberbio pisotón a las losas— ¡Erwin, no le creas!

—¿Ah? ¿Erwin? Tch, siquiera "capitán" —el muy bastardo lo señaló con el dedo pulgar— ¿Eres su chica?

—¡¿Qué estás diciendo?! —Por más que lo intenté, no pude reprimir el sonrojo y eso me puso furiosa— ¡Nos conocemos desde que éramos simples cadetes, idiota!

—Andando —el capitán se cruzó de brazos, observándonos como si fuéramos dos críos en disputa—. Sus contradicciones ya se arreglarán por fuerza, o acabaremos todos muertos. La nueva formación hace que las acciones de cada hombre cuenten, no podemos estar jugando.

Siquiera en los tiempos de soldado raso me había ganado el maldito calabozo de castigo y debía permanecer allí por un día completo, gracias al enano. Caminé bajo la luz de las antorchas ojeándolo despectivamente, él tan sólo miraba hacia adelante con su habitual expresión adusta. Sin embargo, muy adentro de mí no encontré motivo para guardarle rencor, aunque me negara a exteriorizar esa buena voluntad. Erwin tenía razón al tratarnos como a unos chiquillos. Pronto divisé los barrotes y aquellas prisiones deprimentes, de las cuales había escuchado hablar, pero jamás visitara. El capitán hizo un gesto al carcelero, quien obedeció sin chistar, abriendo la primera reja.

—Levi, confío en que no harás ninguna tontería —suspiró cansado—. Presumo que ya analizaste las opciones.

El muy renacuajo chasqueó la lengua, escupiendo entre los pies del guardia. Considerando su afán de limpieza, debió estimar que el piso estaba ya lo bastante sucio como para que su conducta fuera sermoneada. Marchó directo a la litera que había en el interior de la pieza y observándola con asco, decidió acostarse, no sin cierto disgusto.

Luego fue mi turno, acabé justo al final del pasillo, del lado contrario a Levi. El mismo procedimiento, sólo que antes de regresar a sus labores, Erwin se volvió, dedicándome una mirada de pesar. Adiviné que hacerme cumplir el castigo le dolía, pero era su deber.

Pasé la mitad del día imaginando que arrojaba al enano un cubo lleno con el estiércol de Tommy. La otra mitad, transcurrió a la par que maldecía a Erwin por ser tan obsesivo a la hora de cumplir sus tareas.

Al caer la noche, se apareció queriendo conversar. Despidió al guardia y quedamos solos, entre aquellas cuatro paredes. Al verlo acercarse, me senté en la miserable litera, refunfuñando. Terminó parado frente a mí, aún con el entrecejo fruncido.

—Nadie sabe tan bien como tú sobre la inestabilidad de la Brigada de Reconocimiento ¿Cómo pudiste dejar que Levi cometiera semejante idiotez cuando más severos debemos parecer ante los del pueblo? —dijo, acuclillándose, de manera que podía estar a mi nivel— Hanji, la figura del comandante ya está siendo cuestionada, no echemos leña a las brasas.

—Quise mostrarme afable con el enano y mira lo que recibo a cambio —di un bufido, estaba resuelta a no dejarme atosigar por el cuatro pulgadas—. Si te divierte el papel de padre adoptivo, a mí empieza a incomodarme el de madrastra.

—Debemos ser pacientes, nadie se recupera de la pérdida así de fácil —me insistió, procurando hacerse comprender—. Lo primordial ahora es ver cómo ayudamos a limpiar la imagen de Shadis. El clima se ha mostrado implacable cuando salimos, esperemos que con la próxima expedición logremos algo bueno.

—Capturemos un titán y el viento soplará a nuestro favor —le propuse, colocando mis manos sobre las suyas, en un gesto demandante—. Si lograra hacerme de uno, podría ofrecer más luz sobre ellos. No estarías mortificado por causa de los nobles.

—Analizaremos la posibilidad. Y por favor, sé de sobra que puedes lidiar con Levi, siempre y cuando no te dé por golpearlo.

—"Analizaremos la posibilidad... Sí, claro —suspiré y me mordí los labios, impotente—."

—Ese rostro incisivo —dijo, mientras me levantaba el mentón con su índice, observándome—… Hanji, ¿aún no confías en mí?

—Tal como tú en mí —de un gesto brusco rompí el contacto— ¿Dime, cuántas horas me quedan? Estoy perdiendo el tiempo.

—Lo hubieras pensado antes de ponerte a galopar media ciudad. Sé que Levi comenzó la provocación, sin embargo, esperaba que reaccionaras como adulta ¿O sólo eres tan madura cuando…?

—Erwin, vete al cuerno —le solté, irritada—… Y mi respuesta es NO. Esta noche NO.

—¿Sabías que estaba a punto de proponértelo? —Abrió ligeramente los ojos y al notar que me acostaba dándole la espalda, clavó la vista en el suelo— Bien, si estás enojada conmigo…, aunque apenas entiendo por qué, es mejor que lo dejemos pasar. Te faltan dos horas.

Puntual como siempre, al cabo de ese tiempo, Mike llegaba para liberarme. Sorprendida por no ver al cuatro pulgadas, miré inquisitiva a Zacharius. Éste se encogió de hombros, respondiendo escuetamente que Erwin le había dado la orden de liberarlo antes y dejarlo en las barracas, a buen recaudo.

—¿Prefirió soltar primero al enano?

—Se asegura de que no vuelvan a discutir, hasta que se les bajen los humos —dijo con una sonrisa maliciosa—... Ya tenemos demasiadas chimeneas encendidas.

Anduvimos por las galerías sin cruzar más palabras. Éramos pocos, las escuadras estaban desunidas, la opinión pública apisonando a Shadis, la posibilidad de otra expedición pendía de un hilo y yo dándome el lujo de molestarme con Levi y Erwin ¿A dónde iríamos a parar?

—No es tu culpa, ni del enano…, de nadie —murmuró, dignándose a romper el silencio—. Es como si una niebla cargara el ambiente con el desánimo de todos y no nos permitiera ver más allá.

—Pues yo veo por qué le gustas a Nana —sonreí—, en el fondo eres un romántico, Mike.

—Creo que le gusto por muchas otras cosas también —precisó muy serio—, incluso las malas, que son las más difíciles de tolerar.

—Si hablas tanto es porque esperas dejar algo claro —lo miré de reojo, sabiendo por dónde venía—. Y la mayor parte de las veces tiene que ver con tu amigo.

—Hanji, no hay mayor descanso para un hombre que le brinden ánimos, cuando siente la carga del mundo sobre los hombros —lo afirmaba por experiencia propia, él, que se las había visto tan negras como el capitán—. La humanidad, los sueños, a eso consagramos la existencia… Pero al final, tú y Nana son la única fuerza que nos motiva a caminar por esta maldita niebla…, o acabaremos hundiéndonos. Erwin tiene los ojos del pueblo sobre él y los de Shadis a la vez, como dos espadas a punto de caerle encima.

—¿Dónde está? —pregunté, mirándolo de soslayo.

—En su despacho, pero me pidió una botella —respondió taciturno—. Dime qué hago.

—¿Eh, cómo que qué haces? ¡Luego de semejante discurso, era para que estuvieses junto a Nana! —cambié mi actitud lánguida a la Hange optimista y le di un palmetazo en la espalda—. Ve a que te alivie los pesares… u otra cosa —al verlo abrir los ojos desmesuradamente, reí a carcajadas— ¡Hahahaha! Por Sina, Mike, creí que tu madurez te permitía soportar esa clase de chistes. En fin, ¡nos vemos!

Agitando la mano, me despedí para después correr hacia el laboratorio. Cuál no sería mi sorpresa al ver que las plantas contraceptivas se habían agotado. Entonces, recordé.

—Nana… Nana… Por tu culpa, voy a cometer una locura. No puedo salir a recoger las hierbas a esta hora —suspiré, y mordiéndome el labio inferior intentaba encontrar variantes—. Bueno, siempre hay formas de arreglar las cosas sin llegarlas a complicar.

… O eso creía, en materia de pasión de lo que piensas a lo que realmente haces va un largo trecho. Aún más largo que la distancia entre mi laboratorio y el despacho de Erwin. Cuando llegué a su puerta, siquiera di los toques reglamentarios. Simplemente, accedí a la pieza y deslicé los cerrojos.

—Le pedí a Mike una botella —dijo, alzando la vista de sus papeles. Me sonrió cansado y triste—, pero concuerdo en que la descripción "ámbar, con ligeras curvas y un líquido embriagador dentro", bien podía referirse a ti.

—¿Y le añadiste que la necesitabas para calmar tu ansiedad? —dirigiéndome hacia él, me detuve a su lado y de un brinco, terminé sentada en el escritorio.

—No, pero es justo lo que preciso —tomó mi mano y dándome un suave tirón, provocó que me acomodara sobre él—. Déjame abrazarte, Hanji. Gracias por venir junto a mí, a pesar de haberme dicho que NO lo harías.

—¿Podemos quedarnos así esta noche? —me arrellané entre sus brazos, como si fuera una crisálida. Era tan agradable sentirse protegida que no requería de nada más…, aunque recibí con gusto el beso. Profundo y tibio, seductor…, evocando mi lujuria. Dejé que me adormeciera el roce de su lengua contra la mía, avivando las ganas de romper todas las reglas. Sin embargo, no sé por qué endemoniada causa me vinieron a la mente las plantas contraceptivas, y varias explicaciones científicas sobre el placer— Ugh… —musité, apartándome.

—¿Qué sucede, Hanji? —alzó una ceja, suponiendo que la caricia no había sido de mi complacencia— ¿En qué cosa desagradable pensaste?

—Ah, nada. Sólo en que la ciencia vuelve grotesco lo que es sublime.

—¿Cómo así? —rió divertido— ¿Te refieres a los términos que usa?

—Sí, mira —imaginé que mi expresión debía resultarle muy graciosa, porque no dejaba de observarme risueño. Traté de acomodarme y explicar el punto—… Describiría nuestro beso como una "contraposición anatómica de dos músculos, en estado de contracción, que generan un intercambio hormonal, donde la especie reconoce los genes aptos para lograr la procreación perfecta".

—Tienes razón, suena desastroso —consintió, sonriendo— ¿Cómo le llamarías científicamente a lo que yo…? —acabó por susurrarlo en mi oído.

—No pienso decírtelo —abochornándome, recordé las palabras de Nanaba—, ¿qué clase de mujer crees que soy?

—Una muy resuelta, y por eso, me siento aún más privilegiado —dejó correr su índice por mi nariz, añadiendo con ternura—. Hanji, nunca voy a cortarte las alas, iría contra mis principios y la idea de libertad que fomentamos.

—¿…Por qué no cambias tu asiento? Es bastante incómodo, los brazos estorban.

—Si te mantuvieras quieta, no lo sería tanto ¿Y qué tiene que ver mi asiento con…? —Desde que me rodeara con los brazos, haciéndome sentir la calidez de su pecho, el escozor insoportable del deseo se había reflejado en la carne, torturándola. Me volví hacia él, colocando una mano sobre el corazón y otra en el hombro, e impulsándome un poco hacia arriba, conseguí que mi rostro estuviese a la altura de su oído— Hanji, ¿qué intentas…?

Quise aventurarme y brindarle los agrados que nunca le hubiesen propuesto, por audaces que fuesen. Puesto que toda yo reaccionaba por instinto a su cuerpo, sabía que mi lengua iba a permitirme un lugar sumo desde el instante que la introduje suave en su oído. Gimió y volví a sentir su respiración agitada, incrementándose a la par que profundizaba la caricia; de súbito y con un gesto brusco, noté su mano en torno a mi muñeca. Tragó, llamándose a la calma, porque lentamente moderó el agarre.

—Hanji…

—Ya lo sé, despacio —le sonreí, besándole después el cuello y le ofrecí un lengüetazo juguetón, conforme zafaba los botones de su camisa. Respondió humedeciendo mis labios con su lengua, permití que sacara mi chaqueta y una de sus manos oprimiera delicadamente el seno por encima del tejido. Frunció el entrecejo, como regañándome por la mala costumbre de no llevar sujetador—. Erwin, déjate de tonterías, nadie se ha ocupado de mirarme.

—¿De verdad lo crees? —dijo con tono punzante y sus labios coparon el sitio de la blusa donde se hallaba el pezón, halándolo suave junto con la tela. Emití un quejido placentero, y lo detuve cuando intentó deshacerse de la prenda.

—No. Hoy será tu noche ¿Te queda claro?—antes de que pudiera contradecirme, introduje las manos por el centro de la camisa, descubriéndole el pecho. Le devolví la caricia, rodeando primero las tetillas con los pulgares, luego recurrí a la lengua y las mordidas suaves. Era en cierta forma divertido, quería jadear pero a la vez mostrarse controlado, aunque eso último no estaba consiguiéndolo. Y su perenne desvelo por saberme dichosa…—. No te preocupes, créeme que yo también estoy disfrutándolo… Mucho.

—Ya veo —gruñó satisfecho, al ofrecerle un mordisco al costado, en la suave caída del pectoral. Se entretuvo acariciándome el cabello y me propinó pequeñas sacudidas cuando intensifiqué la presión. A esas alturas, podía contarle los latidos con sólo detenerme a oír. Su pecho contenía, no sólo el corazón que pugnaba por mostrarse, sino un anhelo hasta entonces oculto.

—Repítelo

—¿Qué?

—Lo que hiciste aquel día…

Si mi actitud era más propia de una chica de burdel que de mujer decente, bien poco me importó. Estaba enamorada y lo mejor que tiene ese sentimiento es que lo justifica todo a ojos de los amantes. Deshice, aparté, retiré cuanto se metía en mi camino hacia aquella torre desafiante, que me atraía con promesas de nuevos sobresaltos y éxtasis. Maravillosa al tacto, esa vez me permití disfrutar cada particularidad, tamaño, grosor, temperatura, conocer a fondo hasta el entramado de venas que recorrían su piel nívea. El suave correr de las yemas en el movimiento ascendente-descendente le hizo cerrar los ojos, emitiendo un suspiro que debí arrancarle del alma. Lentamente aumenté la cadencia, apresando su firmeza dentro de mi palma y mis labios, rebosantes de humedad, le declararon la guerra con un beso…, el gesto lo estremeció, dejando escapar un intenso gruñido y sus manos se afirmaron a mi cabeza, despeinándome por completo. Fue mi señal para tomar su virilidad por asalto, cubriéndola con labios y boca, deslizándola hasta sentirla correr a lo largo de mi lengua en perfecta sincronía con el afán de mis dedos. Era un sabor indeterminado, más psicológico que propio de los sentidos, ni salado ni dulce, simplemente me trastornaba, llevándome a degustarla, succionarla y en un arrebato, hacerla topar con mi garganta. Los ojos se me anegaron de lágrimas, a la par que los suyos se abrían desesperados y volvían a cerrarse. Un profundo gemido escapó de sus labios entreabiertos, desde ese instante fuimos uno; él tirándome del cabello, yo ansiosa buscando el triunfo del que tanto había escuchado pero desconocía. Rompí el contacto para detenerme a respirar, y observar orgullosa el placer dibujado en su rostro…, entonces aprendí que hacer pausas con Erwin no era una buena idea.

—¡E-eh, aguarda! ¡Erwin! —repliqué, al verme atraída por sus manos de improviso y literalmente arrojada sobre el escritorio después. Apenas le interesó que sus papeles se deslizaran y cayeran, esparciéndose por el suelo. Todo lo que vino a continuación fue un desenfreno tal, que ni yo misma supe cómo detenerlo. Para cuando terminó de arrancarme la ropa y deshacerse de la suya, yo me había sentado, asiéndome de piernas y brazos a su cuerpo, mientras él correspondía con un beso de los que te hacen perder todo resto de calma. Únicamente me liberó para dejar que deslizara mi cuerpo hacia atrás y acomodando las piernas, me expuse a sus ojos y a lo que su voluntad quisiese, sobre la superficie pulida.

—¿Sabes qué, Hanji? Quiero desquiciarte —inclinándose, cató el sabor de la humedad en mis labios con un beso, tenue y suavemente—. Beber a sorbos el aguamiel de tus pechos y tu vientre, hasta que se vuelva caudal —no se molestó en susurrarlo al oído como solía decir sus confidencias, sino que alzando el rostro, me observó a los ojos, febril. Abrí por instinto aún más las piernas, a la par que gemía, sucumbiendo a las palabras con una facilidad escandalosa; sus labios me cercaron los pezones degustándolos de tal forma que los sentí escocer.

—¡Oh, no, Erwin…! —Clamé ante su avidez repentina, que incitaba peligrosamente la mía. Percibí estremecida el rastro cálido de su lengua a lo largo del torso y el abdomen, deteniéndose luego para lamer gustoso el ombligo— "Cielos…, no… no puedo continuar ¿Qué hago?" —Tras una pausa, el tórrido aliento golpeó mi umbral y su boca se hundió en el vientre; me hallaba perdida y sollocé, no se conformaría con verme liberar el espíritu y toda esencia; para él aquello no era el fin sino el comienzo de la noche. Suspiré, cerrando los ojos, atrayéndolo más contra su placer y el mío. Aumentaron las pulsaciones que precedían a mis orgasmos, anunciándome que respondería generosamente a su fervor— ¡Oh, cielos! ¡No puedo resistirme! ¡No a ti!

Creí desfallecer, entregándome por completo al desahogo de los sentidos. Erwin sonrió victorioso al recibir su abundante ofrenda.

—Te gusta ser complacida por tu capitán, ¿verdad, Hanji? —volvió a inclinarse sobre mí, besándome la frente donde mis cabellos empapados se adherían a la piel. Sus dedos me recorrieron con sutileza, rozando con las yemas los endurecidos pezones y siguieron hasta asir la cintura. Mi vientre se había vuelto inquieta espera, dispuesto a recibir toda su altivez. Coloqué mis manos en el talle y las deslicé hasta el bajo de su espalda, presionándolo hasta sentirlo palpitar contra mi sexo, quitándome la escasa cordura que aún me quedaba. El maldito se apartó un poco, jugando a rozar la desbordante humedad— Uhm, alguien parece impaciente.

—MUY impaciente —olvidé con la embriaguez del momento cualquier preocupación, centrándome tan solo en poner fin a la tortura que suponía la espera. Situando mi mano sobre la suya, hice que la retirara y tomé ansiosa su virilidad para colocarla donde anhelaba que estuviese—. No estoy para bromas, quiero sentir tu carne topando con la mía.

—Eso no será un problema, nunca dije que sería piadoso contigo —La primera embestida fue brava, estremeciéndome de pies a cabeza y grité, no de dolor precisamente. Se detuvo un segundo para mirarme, apenas supo que todo estaba bien, deslizó las manos hasta los glúteos, presionando mi cuerpo aún más contra el suyo. Me dejé arrastrar por la satisfacción de atesorarlo dentro, retener momentáneamente cada final de sus embates, para luego dejarlo ir y volver a tenerlo. Mis muslos temblaban ante la pasión dominante, afianzados a sus caderas. Agradecí que tanto los muros como la puerta fueran lo bastante gruesas como para mitigar el fragor de aquella contienda.

—Terminarás cayendo sobre mi diván, exhausta y desparramada como esos papeles —sonrió convencido. Habíamos acoplado nuestros cuerpos de tal modo que pudo sostenerme y alzándome un poco, me llevó hasta la pared cercana. Mi espalda se pegó a la madera que la resguardaba, mientras que él propiciaba un nuevo goce ascendente a mis entrañas con cada sacudida. Cuando del jadeo incontrolable iba a pasar al grito, lo contuvo a tiempo su boca, devorando la mía. Sentí el ardor de una exaltación incontrolable quemándome dentro conforme perdía el aire, el pecho dolió a estallar sabiendo que desde ese instante nada sería lo mismo para los dos… Algo distinto empezaba a unirnos. Entonces un destello me cegó, lo juro, como señal de bendición y al arqueo de la espalda, mis pechos afrontaron el suyo, y el clamor fue unísono, conforme recibía su torrencial esencia y le brindaba mis aguas.

Sollocé, abrazándome a él muy fuerte, con las piernas aún alrededor de su cintura y mis brazos rodeándole los hombros. Tal y cual dijo, acabó por depositarme suavemente en el diván y quedó arrodillado junto a mí, peinando la rebeldía de mis cabellos con sus dedos. Por alguna extraña razón me hice un capullo y rompí a llorar.

—Hanji, normalmente cuesta que derrames una lágrima —inquirió visiblemente preocupado—…, ¿qué tienes?

—Nada —pasé el dorso de la mano bajo la nariz y le sonreí, aún lacrimosa—. Sólo que contigo me siento plena…, si bien por tu culpa me he vuelto una tonta sentimental.

—¿"Tonta sentimental"? Muy pocas cosas en este mundo me hacen feliz, y una es ver cómo estallas cuando te amo —dijo, mirándome intenso, luego suspiró—…, estoy cansado de presenciar únicamente lágrimas por los difuntos.

Lo soltó con tal vehemencia, que reprimí cualquier pensamiento lastimero. Decidí que lo mejor era cerrar la noche durmiendo entre sus brazos por algunas horas. Aquel diván apenas podía cobijarnos a los dos, pero nos las arreglamos entrelazando las extremidades. Nadie osó interrumpir esa vez; cuando el alba despuntó, Erwin ya dispuesto para el nuevo día, soplando lánguida y cálidamente sobre mi cuello.

—Tiempo de levantarse —me despertó sonriendo, para después tenderme una jarra llena de té humeante. Antes de aceptarla, bostecé, a la par que estiraba los músculos; y con los ojos adormecidos, percibí que se reía—.

—¿Eh, qué? ¿Qué tengo? —pretendí adivinar el motivo de la burla revisándome a conciencia y palpé todo mi cuerpo.

—No vas a encontrarlo —hizo un gesto negativo con la cabeza. Al verme fruncir el entrecejo y quitarle la jarra, llevó el puño a los labios, tosiendo para molestarme—. Nunca imaginé que roncabas.