No me pidas la cabeza

Lo primero que hice al despuntar la mañana fue ir a la recámara del capitán. Estaba consciente de que aún le debía a Nana el hablarle a Erwin, para volverlo partícipe de nuestro encuentro con el comandante Dot Pixis, y evitarle así cualquier malentendido si Zacharius llegara a saberlo. De más está decir que no puso ninguna objeción, pero me hizo un comentario interesante.

—Dot Pixis es un hombre casado.

—¿Y? —alcé una ceja, inquisitiva.

—Supongo que lo tratarás de acuerdo a su estado civil —dijo sutilmente, recostándose al escritorio—. Me refiero a que…, sabrás cómo proceder sin que se levanten rumores.

—¿Cómo proceder? —alcé la voz, observándolo molesta— Erwin Smith, no usé la palabra "tertulia" cuando hice solicitud a Pixis de la reunión. Mi encargo decía "junta para cerrar un trato con la Brigada de Reconocimiento" ¡Así que busco hacer las cosas pensando en la tropa, y porque los hombres equivocan las intenciones, soy yo quien debe comportarse! ¡Comportarme! ¿Insinúas que provoqué deliberadamente al viejo? —él frunció el ceño, e hizo ademán de interrumpir mi súbito monólogo— ¡Oh, no! ¡Ahora me dejarás hablar! Estaba lejos de querer hacerlo, pero ya que las cosas tomaron este rumbo, tendré que mostrarme afectuosa o no conseguiré mi propósito.

—Afectuosa —el tono que usara llamó mi atención, enfático y suspicaz—. Hange, tú misma lo has dicho, actitudes y expresiones son fácilmente malinterpretadas por el sexo masculino ¿Qué harás si el comandante se propasa?

—No soy una niña ingenua, Erwin. Creo que te he demostrado cuán efectivas son mis barreras y ni hablemos de las de Nana —quería dejarle claro mi habilidad para darme a respetar—. Ahora, si él no se preocupa por favorecer su matrimonio, ¿pretendes que le diga "comandante, recuerde su condición de esposo"? ¡Eso arrojaría al piso todos mis esfuerzos! —Decidí usar una carta de triunfo— ¿Quizás prefieras, si me pide que le llene la copa, "qué pena, estoy soltera pero tengo un amante y es horriblemente celoso"?

—¿Quién es horriblemente celoso? —esta vez fue el capitán quien levantó las cejas, de manera tan graciosa que olvidé mi repentino furor y lancé una carcajada.

—Los hombres mayores que corren detrás de las jovencitas, por lo general no consiguen siquiera levantar… su entusiasmo —sonreí mordaz—. Está de más que te preocupes; igualmente, la reunión transcurrirá dentro de la Sala de los Oficiales y he anticipado que dure lo preciso —busqué darle toda la referencia posible, cuando me di cuenta de un detalle—. Hmph, ¿qué le sucede a Nana? Jamás ha sido tan impuntual. Iré a buscarla.

—Espera un segundo —aferrándome la muñeca, detuvo mis pasos—. Casi lo olvido, tengo algo para ti —dio la vuelta rodeando el escritorio y le vi hurgar en la única gaveta con llave. Sacó una caja de madera de tamaño mediano, bien torneada, y la puso encima de la pulcra superficie. Muriéndome de la curiosidad, esperé a que volviera a cerrar el compartimiento.

—¿Huh, estás dándome un regalo?

—Sólo cumplo mi promesa —dijo para después tenderme la hermosa caja de madera.

—¡El acero súper endurecido! ¡Yahoooooo! —oh, no iba a contener la satisfacción y su complicidad me resultó maravillosa. Di un pequeño salto de júbilo— Gracias por comprenderme, al menos con esto. De verdad, Erwin.

—No sabía la cantidad exacta que necesitarías; y desviar ese material para otros usos es ilícito. Hanji, tenlo presente —advirtió severo, aunque mi gozo terminó conmoviéndolo—. Espero que te alcance.

—Uhm, del titán un pelo. Sí, porque debo forjar varios de prueba y luego, si funcionan —dije, haciendo análisis mentales a la par que agitaba el índice emocionada—, el aro hay que confeccionarlo al tamaño de la chica... Al tamaño de su… De su matriz ¿Entiendes?

—Eso será un problema —elevó los ojos al techo, con expresión de fingida inquietud—. Necesitarás la mitad de la caja para ti.

Reaccioné instintivamente a la observación, propinándole un recio manotazo en el hombro. La respuesta a su broma no le agradó, como era de esperarse y me capturó la muñeca, tachándome de manisuelta.

—¿Sabes cuál es la penitencia por sacudir a tu inmediato superior? El reglamento indica que puedo considerar los azotes —ágil y rápidamente me tomó de la cintura, doblándome sobre la suya e impidiéndome reaccionar a tiempo, me asestó una fuerte nalgada. Brinqué adolorida, ni mis padres habían usado tal correctivo—. No vuelvas a jugar de manos conmigo, Hanji.

—Sí, capitán —satisfice con aparente aceptación su orgullo masculino—. Prometo aguantarme las ganas de probar fuerza hasta que tenga los anillos dispuestos —me observó de soslayo, conteniéndose de asestarme otra nalgada y preferí cambiar el tema o acabaría por mandar al diablo la convalecencia— ¿Dónde se habrá metido Nana? ¡Espero que no se haya echado atrás!

—Presiento que moriré a manos de Zacharius y no de un titán —Erwin suspiró, ya más flexible—. Dot Pixis era el ídolo de Mike en sus tiempos de conquistador. Si yo fuera él reconsideraría esa devoción —observándome contemplativo, hizo referencia a cierto asunto—. Hablando de Nanaba, quizás demora porque no consiguió levantarse temprano. Hanji, despedí a Mike en la mañana…, y créeme que iba dispuesto a traerme hasta la corona del rey, si se lo hubiese ordenado —trató de parecer lo más casual posible—. No sé qué pudo hacerle ella para que marchara con ese ímpetu.

—¿De verdad no te lo imaginas? —le devolví una mirada socarrona.

—Me faltan secretos por conocer… Aunque, presumo que lograré develarlos bien pronto —indicó modesto, si bien vislumbré la malicia en sus ojos— ¿Y todo gracias al brebaje?

—Posiblemente… Si te digo la verdad, estoy contra su uso. Lo hice por Nana —y le narré a detalle cómo el enano había insistido en probarlo, desistiendo sólo cuando le advertí que se trataba de un bebedizo para malestares femeninos.

—¿L-le dijiste a L-Levi que tenía ovarios? —Erwin trató de aguantar la carcajada, pero no lo consiguió y estalló de risa— ¡Por Sina! ¡Realmente no hay otra como tú, Hanji!

—¿Qué? Fue un halago —repliqué—. Si realmente los poseyera, y por ende, todas las mortificaciones propias de ese órgano, podría titularse "el más fuerte de la humanidad" con razón.

—Lo cierto es que cualquiera podría equivocarse y tomar de la tetera, pensando que se trata de un té común —analizó él, intranquilo ante la idea—. Espero que hayas lavado a conciencia la vasija, o tendremos una serie de humanos enloquecidos buscando diversión por el cuartel.

—Sería terrible —lo pensé mejor y le tendí la caja de vuelta—. Escucha, tomemos como medida guardar el acero, hasta después de la entrevista con el comandante de la guarnición.

—De acuerdo, no podemos arriesgarnos —asintiendo, la devolvió a su escondite inicial—. Trata de mandarlos a fundir como si fueran piezas de armamento.

El ruido de la puerta abriéndose nos provocó un ligero sobresalto y contemplamos absortos a la persona que siquiera se había atrevido a obedecer el protocolo de tocar primero. La sorpresa causó que perdiésemos el habla.

—¡Siento la demora! —gritó Nanaba, presentándose ante nosotros y se adentró hasta el mismo centro de la recámara, observándonos muy briosa— ¡Bueno, estoy lista! ¿Y el comandante?

Erwin y yo nos miramos, asombrados por la repentina exaltación de la siempre discreta y seria compañera de Mike. Nanaba se dejaba matar antes que incumplir una regla básica de comportamiento.

—¿Qué pasa, y esas caras? ¿No ha llegado el hombre? —preguntó, como si nada hubiese ocurrido. Volviéndose hacia Erwin, le palmeó el hombro con toda confianza— Descuide, capitán, le voy a cuidar a Hanji como si fuera de oro.

—¿Cuidarme, a mí? —le devolví un vistazo escéptico— ¿De qué o de quién?

—E-er, Nanaba —Erwin la observó aturdido—… Precisamente, Hanji me había dicho que te garantizara mi disposición para…

—Todo está bien, capitán —dijo muy resuelta—. Si Mike a estas alturas no confía en mí, puede irse al quinto infierno.

—Nana… ¿Eres tú? —juro que no se me ocurrió algo menos tonto. Erwin había abierto desmesuradamente los ojos— ¿Cuándo te has referido así a Mike?

—Pues si viene a dárselas de celoso por culpa de un viejo ebrio, conocerá mi lado menos adorable —había puesto los brazos en jarras, con los puños cerrados sobre las caderas y me observaba reacia—. Tú lo dijiste, primero la Legión. Nuestra causa es lo más importante ¿Verdad, capitán?

—Sin duda —le contestó muy serio; torné a mirar a Erwin, pero él se notaba tanto o más confundido que yo y acabó haciéndome un gesto con la cabeza, indicando que le siguiera la corriente—. Quedamos entonces que utilizarán la Sala de Oficiales…

—Ojalá este nuevo giro ayude a mi propósito —musité, sintiéndome culpable de antemano por todo lo que podría suceder teniendo a Nana en esa condición.

—¡Hanji, va a llegar el comandante y nosotras perdiendo el tiempo! —clamó, afianzándose a mi brazo para después halarme consigo— ¡Permiso, capitán! ¡Le traeremos sake a la vuelta!

Erwin me dedicó una mirada que me ordenaba hacerle caso a Nanaba y no perderla de vista. Salimos de la recámara prácticamente corriendo.

—¿Qué tenemos para él, vino, sake? —Observándome inquieta, puso expresión de aburrimiento al verme tan formal— ¡No digas que vas a darle té! ¡Por Mitras, que Dot Pixis sea viejo no significa que debamos hacer una velada al estilo "señoras zurcidoras de medias"!

—Nana, cállate o las sienes me van a explotar —a mitad de camino, logré zafarme de su agarre y me detuve. Nifa había quedado en esperarnos junto a la plaza. La vi acercarse, todavía insegura de sí misma respecto a lo que íbamos a hacer.

—Hange-san, faltan sólo diez minutos para dejar el salón listo —me informó—. La escuadra limpió todo a conciencia, puesto que ayer fue utilizado. Sólo resta que llevemos las galletas y bebidas ¿Sobre qué comenzaremos hablando?

—Mejor no forzar las conversaciones —le indiqué, presintiendo un desastre—. Caeremos en el tema que nos interesa cuando sea el momento preciso.

—Déjame los negocios a mí —soltó Nana, guiñándome el ojo—. Soy capaz de sacarle al comandante hasta el presupuesto de cinco expediciones.

—Por el bien de todos nosotros, quédate al margen —de ésta Erwin y yo perderíamos la cabeza a manos de Zacharius—. Nifa, ocúpate de esas nimiedades… ya te daré una explicación —le dije al ver sus ojos abrirse a tope con la metamorfosis de Nanaba.

—Eh, sí. Líder de escuadrón, creo que debiéramos ir esperando al comandante Pixis dentro de la sala —respondió, echando un vistazo de soslayo a Nana, que agitaba la mano frente a su pecho como si tuviera mucho calor— ¿Y qué hacemos si las cosas se nos van de medida?

—Procuremos que no suceda o habrá un exterminio masivo —suspiré, dirigiéndome hacia el sitio acordado. Las dos me siguieron los pasos, Nana muy resuelta y Nifa, temerosa—. Cielos, tan sólo conversaremos protocolarmente.

—"Conversaremos protocolarmente" ¡Por Mitras, Hanji! —sonrió mordaz la rubia platinada. Sí, porque siquiera veía en esa criatura a mi prudente y solemne amiga— ¿Esperas doblegar su voluntad siendo tan insulsa?

Tragué mi furor, disponiendo interiormente que jamás volvería a experimentar con la dichosa hierba. Lo peor es que dada la cantidad absorbida, calculaba que sus efectos no hubiesen llegado a la mañana…, pero había cometido un equívoco. Una vez delante de la Sala de Oficiales, abrí la puerta y accedimos al interior. Se veía realmente limpio y bien dispuesto. Incluso Nifa se había ocupado de poner algunas rosas silvestres en los jarrones, brindándole al entorno un aire ciertamente femenino. Pocos minutos después Moblit, Abel y Keiji traían las bandejas con galletas, jarras llenas de sake y la tetera humeante.

—Bueno, parece que ahora sólo falta Dot Pixis —dije, volviendo a suspirar. Nifa había ocupado uno de los asientos, el segundo a la izquierda del tope, dejándome el inmediato; Nana por su parte, acabó sentándose a la diestra con expresión abstraída y se recreaba torciendo coquetamente uno de los puntiagudos mechones de su cabello.

—¡Lamento venir tarde, preciosas! —escuchamos la voz del comandante, volviéndonos al unísono hacia la puerta— Oh, no se molesten, quédense ahí sentaditas.

—Me alegra que nos visite —independientemente de lo dicho, resolví levantarme y conducirlo hacia el extremo de la mesa—. Es muy atento de su parte el acceder tan rápido a la entrevista.

—Niña, si no la conociera —sonrió afable, caminando junto a mí—, hubiese priorizado otros asuntos. Pero discutir cosas de provecho con jóvenes hermosas es tanto un deber, como una satisfacción.

—Y vamos a darle muchas satisfacciones mientras esté acompañándonos —saltó Nanaba, dejando su puesto y apartándole la silla. Ni bien el comandante ocupó su lugar, de inmediato le rodeaba los hombros con su brazo. Él la observó emocionado por la calurosa bienvenida, permitiendo que le acariciara la nuca— ¿Por dónde comenzamos, el té?

—¡Ah, esto supera mis expectativas! —Clamando vivamente, Dot Pixis señaló las jarras de sake— No quiero parecer descortés, pero creo que nuestra reunión merece algo mejor.

—Estoy de acuerdo —dirigí un vistazo autoritario a mi amiga—. Nana, trae las galletas. Nifa le servirá al comandante.

—Deliciosas y calentitas —Nanaba depositó frente a Pixis la bandeja y tomando una golosina la agitó, muy desenvuelta— ¿Me permite que se la ofrezca con mis propias manos?

—Sin dudas, sin dudas —el viejo comandante abrió la boca, dispuesto—. Y les prometo que visitaré más a menudo el cuartel —a la par que masticaba, reparó en mi subalterna—. Oh, lindo cabello. Es una pena que se les obligue a llevarlo corto o bien recogido.

Nifa respingó al notar cómo Pixis tomaba entre sus dedos un mechón anaranjado y como si se tratara de Mike, lo acercó a su nariz.

—Uhm, eres delicada como una camelia —dijo sonriendo— ¿Eh, qué pasó?

—¡L-lo siento! ¡Me puse nerviosa! —la pobre Nifa había comenzado a temblar, aun sosteniendo la jarra. Pixis miraba su camisa, sobre la tela se expandía una mancha enorme de sake— ¡Líder de escuadrón, perdóneme!

—Tranquila, Nifa —me incliné, servilleta en mano, dispuesta a secar el desastre— ¿Puedo?

—Muero de gusto ¡Cuánta gentileza! —el maldito adelantó el rostro y acabé con su nariz en la línea de los pechos. Tragué en seco de imaginar a Erwin asomándose a la puerta y contemplando el escenario. Por suerte, no sucedió; pero removí la mancha lo más enérgicamente posible, quitándole al viejo cualquier idea de posible seducción— Uhm, no es mi deseo que se pongan nerviosas. Vayamos al grano.

—¿Al grano y sus labios secos? —Nana le arrebató a mi subordinada la jarra, para dispensar la bebida en el vaso de Pixis— Déjeme servirle, comandante Dot…

—Llámame Dotti —otra vez parecía relajado— ¡Qué preciosa! Y bien, Hange Zoë ¿no me equivoqué de nombre, verdad? Es difícil que olvide cómo se llama una mujer que tiene los ojos tan bellos… Y un pecho muy cálido.

—Le agradecería que reservara este grato momento sólo para su memoria; siquiera lo mencione a Keith Shadis, Erwin Smith y aún menos a los altos mandos —intenté sonreír lo más encantadoramente posible—. Usted comprende… Las habladurías.

—Oh, sí. Hay muchos envidiosos que ahora quisieran estar aquí —asintió convencido, bajándose el vaso completo de alcohol. Añadí en mi mente "incluso Erwin y Mike darían lo que fuera por esto"— ¡Que se lo pierdan! Y si veo alguno intentando murmurar sobre nuestro encuentro, ¡lo arrojaré de las murallas por difamador!

—Sólo podemos confiar en usted —dije, acariciándole la mano con la mía, Nana volvió a llenarle la vasija—… Ahora mismo estoy creando un arma de captura, sin embargo, únicamente podré terminarla si dispongo de los útiles adecuados.

—¡Ese paso es un gran avance para nuestro ataque a los titanes! —bramó, tomando mi mano entre las suyas. Liberándome después, se dio a beber nuevamente— Quiero rendir a los demonios... Y derrotar a esos gigantes más que nada en el mundo. Supongo que será más fácil destruirlos si los apresamos.

—Lo cierto es que pretendo analizarlos —aclaré, sirviéndome yo misma el sake por primera vez—. Investigar la verdadera naturaleza de los titanes y extraer información valiosa de su anatomía o comportamiento.

—Vaya, que mente retorcida…, justo como la mía —lo vi reír muy divertido— ¡Haríamos buena pareja!

—¿Más sake, Dotti? —Nanaba le llenó el vaso por tercera vez. Oírla llamar al comandante con ese diminutivo me dio náuseas, pero me salvaba de la siguiente posible insinuación— Uhm, está un poco fuerte.

—No te preocupes, conozco el sabor del sake. Y éste sabe a gloria —Pixis alzó el recipiente, brindando por mi atractiva idea. Vació el contenido tan de súbito que casi se atoró. Me vi obligada a levantarme y darle unas palmaditas en la espalda, cosa que aprovechó para rodear con su brazo mi cintura—. Además de sabia, Hange Zoë parece comprender mucho del amor y del dulce… Dilo, niña ¿qué necesitas de mí?

—Barriles, usted es el único capaz de proveérmelos obviando las regulaciones —solté de inmediato, ya empezaba a rayar en la ebriedad y no convenía que más tarde ni recordara el trato— ¿Me firmaría una constancia sobre la futura entrega de veinte barriles de vino?

—Oh, no lo dude. Sólo espero que me invite a consumirlos —hice un gesto a Nifa para que le acercara pergamino y pluma—. Aunque, si lo pienso ¿no es más fácil obtenerlos vacíos?

—La tienda del regimiento carece de ellos, recuerde que tanto las reservas de alimentos como las de bebestibles están a su cargo —me daba mala espina que ni lo recordara, en todo caso, el pergamino hablaría por él—. Tenga la amabilidad, por favor, de escribir la transacción a mi nombre.

—Pues aquí está, pequeña —dijo, tendiéndome el papel ya firmado. Aproveché el momento en que le indicaba a Nana rebosarle el vaso para deshacerme de su agarre a mi cintura. Respondiendo el pedido, ésta obedeció y luego puso a un lado la jarra— ¿Eso era todo? ¡Por Sina, me han hecho el centro de sus atenciones y les doy a cambio tan poco!

—¿Qué tal obtener más dinero de los nobles para invertirlo en la Legión? —Nanaba empezó a refrescarse, agitando seguidamente la mano sobre su pecho y desabotonó el primer botón, abriendo el escote— Uf, esta sala es un infierno de calor.

—¡Nana! —gritamos a coro Nifa y yo, reprendiéndola.

—Oh, la pobre señorita está en lo cierto, ¿por qué las ventanas se hallan cerradas? —Pixis trató de abandonar su lugar para ir a abrirlas, pero lo detuvimos en el intento.

—Recuerde lo que hablábamos… Las malas lenguas de los envidiosos.

—Tiene razón —asintió, molesto— ¡Si quieren atenciones, que se vuelvan comandantes! —pensé memorizar la frase, y soltársela a Erwin cuando empezara a molestarle la abstinencia—. Hange-san, el presupuesto es reducido para todos los cuerpos del ejército. No obstante, quiero que acepte unas monedas, obsequiadas de buena fe —hurgando en el bolsillo de su uniforme, buscó una bolsa que hizo caer sobre la superficie de madera—. Muy pocas veces aposté con tanto gusto a las nuevas inventivas. Ustedes se lo han ganado.

—Comandante… —me rehusé a aceptarlas, devolviéndolas a su portador y mirando de reojo a Nanaba, que en ese preciso instante se bebía mi recipiente lleno de sake. Dot Pixis me tomó la mano y abriéndome los dedos, volvió a entregármela.

—Ha sido una tarde muy placentera, empero, debo regresar a mis obligaciones —concluyó, parándose del asiento y dirigiéndose hacia la puerta…, no sin antes lanzarle un beso a Nanaba y a Nifa. Se detuvo por breves segundos frente a mí, y sonrió para decirme:

—Líder Hange Zoë ¿cree en el amor a primera vista? —Pareció darle gracia el advertir mi estremecimiento— ¿Quizás debiera pasar delante de usted otra vez?

—Cuánto lo siento, comandante —recalqué muy digna—, soy prácticamente ciega. Sobre todo si el objetivo está casado.

—Ups, eso ha sido un golpe bajo —rió el maldito, despidiéndose—. Insisto en que volvamos a encontrarnos.

—Líder de escuadrón —dijo Nifa, colocándose a mi lado—… Nanaba-san cayó rendida sobre la mesa.

—Lo cual es un alivio —suspiré, rogando porque Mike Zacharius jamás supiera lo desenfadada que había sido con el comandante de la guarnición, su adorada y tímida Nana—. Creo que sería prudente que la cargáramos entre las dos, hay que llevarla a su cuarto.

Esa misma tarde, los miembros de la cuarta escuadra iban por los barriles. Ninguno de los guardianes de suministros puso reparos al entregarlos y de repente, me hallé con el laboratorio lleno de cajas y toneles. Suspiré pensando que todavía faltaba una cantidad enorme de piezas, que posiblemente demorarían.

—¡Piezas… Los anillos, los había olvidado! —y recordé también la bolsa de monedas que Dot Pixis me había hecho aceptar. Era tiempo de ir a ver a Erwin Smith.

Abandonando el que consideraba mi recinto sagrado, entonces convertido en almacén del arma de captura, fui hacia la recámara del capitán. Sin embargo, no sé por qué motivo desvié mis pasos hacia la residencia de los líderes. Cuando vislumbré su pórtico, entendí que anhelaba como nunca darme un baño, y así dejar atrás cualquier memoria que tuviese relación con aquella tarde. Subí rápidamente la escalera, encaminándome hacia la estancia y saqué la llave para abrir la puerta. Girándola, sentí la mano de Erwin dar un breve palmetazo a la madera y abrirla de par en par. Brinqué, sobresaltada ¿Cómo había llegado allí sin que me diese cuenta?

—Hanji, entra —solo entonces percibí el envoltorio que traía bajo el brazo—. Por Mitras, apúrate. No conviene que me vean y menos cargando esto.

—"Ah, ya decía yo que mucho habías demorado" —pensé, sabiéndolo impaciente por causa de la reunión. Y el entregarme la caja le daba la excusa perfecta para inquirir sobre lo sucedido; por supuesto, lo haría de manera muy sutil.

Entramos a la habitación y moví el cerrojo. Buscó sentarse sobre mi cama, para tenderme lo que llevaba consigo. Rápidamente, coloqué el fardo con el mineral dentro del compartimiento secreto que poseía el armario.

—Gracias, justo planeaba ir a tu recámara… Después de tomar un baño —enfatizando mi decisión, lancé la bata de laboratorio hacia el espaldar de la silla junto a la escribanía. Él observó con parsimonia mi actitud desordenada y sólo por incomodarlo, empecé a desabotonar pausadamente los botones de la camisa. Desvió la mirada hacia las mantas, echas un lío; sabía que mi reposo lo estaba enloqueciendo… y a mí también.

—Es importante que no dejes el acero aquí por mucho tiempo. Si pudieras encaminar tu proyecto mañana mismo, hazlo —quise imaginarlo ansioso ante la posibilidad de volver a amarme descontroladamente y sin riesgos—. Recuerda justificar tu invención alegando que son piezas de armamento a prueba… ¿Qué sucede, por qué te ruborizas?

—No es nada —me rehusé a declarar la escena que había en mi mente, pero sólo conseguí enrojecer más y morderme el labio inferior. Terminé por dejar la camisa abierta, emprendiéndola nerviosa con el cinto, que cayó al suelo para enroscarse como serpiente.

Se levantó a medias, e inclinándose para introducir un dedo en la trabilla delantera de mi pantalón, tiró hacia él. Dejándome llevar, acabé con el vientre delante de su boca y emití un gemido de angustia, pero me hizo sentarme sobre sus piernas.

—Yo también cuento los días —aseguró nostálgico, escondiendo el rostro en mi cuello, a la par que me rodeaba la cintura, desnuda bajo la camisa entreabierta. Me gustaba un mundo aquella sensación íntima, conyugal sin llegar a serlo—. Cuando el plazo se cumpla, incluso si autorizan una partida, voy a asegurarme de calentar tu lecho antes —me acarició con el índice el mentón, apreciando un brillo de lujuria inundar sus pupilas—. Y no tendremos necesidad alguna de brebaje. Dime, ¿cómo está Nana?

—Profundamente dormida. Nifa y yo la dejamos en su habitación —consideré que era todo cuanto debía referirle—. Apenas se le pasó el efecto, la vimos caer sobre la mesa. Dudo que incluso recuerde algo relacionado al día de hoy. No pasó nada comprometedor, de cualquier forma. Dot Pixis es un viejo amigable y juguetón, pero se le pueden controlar los impulsos —aseguré, mirándolo de frente y con la conciencia tranquila. Me alcé para caminar hasta las gavetas del armario y abriendo una, saqué la bolsa que posteriormente le lanzaría a las manos—. Confío que tomes este regalo del comandante, como un acto de buena voluntad hacia el Cuerpo —dije, atajando a tiempo cualquier posible duda—, y no bajo la visión machista de que a una chica sólo se le ofrecen monedas por servicios pecaminosos.

—Hanji… Fabricas un arma, recolectas dinero para la Brigada y te preocupas incluso de solucionar los problemas de las mujeres en la tropa. Eso es lo que veo y todo me parece digno de alabanza —volvió a atraerme y temí que rompiese la trabilla con el repentino jalón. Acabé cayéndole sobre el pecho, con sus ojos atentos al boqueo de mi camisa abierta—. Sigue con lo planeado.

—Estaré más tranquila si me acompañas a la fundición —hice correr el índice por el centro de sus pectorales y le dediqué mi mejor sonrisa de convencimiento—. Nadie se atrevería a dudar de los aros contigo delante.

—Ya veo —me devolvió la sonrisa, depositando un beso rápido en mis labios. Elevó ligeramente el cuerpo, a fin de incorporarse, y terminé por sentarme a horcajadas, como tanto le gustaba. Su mano recorrió mi abdomen con placidez—. Me pregunto qué dirá Mike cuando sepa que Nanaba porta una alianza matrimonial en su vientre.

—¿Alianza matrimonial? Uhm, dispositivos "AM"…, ya que tenemos abreviaturas para los equipos, bien los puedo bautizar así y sería más fácil referirnos a ellos sin levantar perversos e ignorantes rumores —mi súbito entusiasmo se avivó ante una obvia reflexión—. No puedo arriesgarme a seguir tratando a las chicas con plantas que quizás lleguen a matarlas. Y mira lo que sucedió con Nana —mi conciencia ya me alertaba—… Lo último que quisiera es verla pasar lo mismo que yo; ningún organismo es igual a otro, dudo mucho que pueda someterse a una intervención sin graves consecuencias, físicas y mentales —me consideraba fuerte, pero no inquebrantable y de pronto sentí la necesidad de refugiarme en su pecho—. El médico de la capital me lo ha mostrado, soy una bendita excepción. Hice la mayor locura a la que recurren las mujeres desesperadas y sané bien, con la única posibilidad de quedar estéril de por vida.

—Bueno apostemos porque tu nueva invención sea motivo de sosiego para los miembros de la tropa en general, prejuicios aparte —suspiró, como siempre que tocaba el tema engorroso—. Iré contigo.

—Podría inventar un bello aro a juego para los hombres y así sabrían lo que es portar uno en…

—Hanji, ni lo intentes…, no vas a poder convencerme —aseguró, mordiéndome el costado de un pecho, risueño— ¡Y menos a Mike!

Los portazos interrumpieron cualquier otra muestra de ternura marital. Esa vez fue Nifa, que gritaba muy alterada del lado contrario de la puerta.

—¡Líder de escuadrón, abra, por favor! ¡Es una emergencia! —y la escuché bajar la voz— ¡Nanaba-san está enferma!

Observé con sobresalto a Erwin, cerrándome los botones de la camisa en un santiamén. Corrí sin pensarlo dos veces hacia la hoja de madera, quité el cerrojo y halando a Nifa hacia el interior, volví a cerrarla tras ella.

—¡Perdón, capitán! —jamás se adaptaría a la presencia de Erwin en mi cuarto y por suerte, él había tenido el buen tino de levantarse de la cama. Lo miró llena de vergüenza, para entonces volver hacia mí su desesperación— ¡Hange-san! ¡Vamos a perder a Nana! ¡Su rostro está de un color verdoso y también suda frío!

—Esto es precisamente lo que deseo evitar en el futuro —aseveré, terminando de reacomodar mis ropas y cogí la bata. Erwin asintió, permitiendo que abandonara primero el sitio.