La humanidad en sus manos

Les alerto, mis lectores, que mi relación con el comandante aquí toma una intensidad prohibida a los menores de edad o público sensible... Aunque jamás hallarán nada grotesco, porque en nuestros encuentros más apasionados, nunca primó lo grosero sino lo sublime.

Fue aprobada la siguiente marcha, otra y otra, igual de horribles. La desazón de esos años impidió que tanto Erwin como yo pudiéramos incluso pensar en algún encuentro furtivo. Por más que tratáramos, un pesimismo constante se adueñaba de la atmósfera, siempre cargada. Siguió así por largo tiempo y la imagen de Shadis continuó su deterioro, hasta que un buen día cayó la gota que colmaría el vaso… Aquella base dispuesta en los terrenos de interés para los nobles hubo que declararla perdida.

La última expedición guiada por el comandante, intento desesperado de volver a establecernos fuera de los muros, se vio de nuevo maldita a causa de un temporal y el retorno a casa resultó nada halagüeño. Únicamente los niños parecían entusiasmados al contemplarnos, viéndonos más como héroes y no como insectos maltrechos. Percibí al instante la vergüenza de Erwin, quien clavó la vista en el suelo, cuando uno de esos chicos lo observó intenso; como si un dios de los guerreros se hubiese presentado ante sus ojos…, y lo entendí, muchas veces yo lo miraba igual.

—Hanji, ¿crees que volveremos triunfantes algún día? —murmuró, entristecido— Me refiero a una victoria real, no irrisoria.

—Ya lo dijiste, algún día —no estaba bien sonreír, si todo era luto alrededor…, pero traté de sonar lo más sincera posible—. Mientras los inocentes nos miren con fe, habrá esperanza.

¿Por qué tonta razón imaginé que analizaba cómo lo verían sus hijos, de haberlos tenido, al volver derrotado? No pude librarme de tragar dolor y contagiarme con su desconsuelo, bien hice tomando aquella decisión.

La madre de nuestro buen Moisés, acercándose desesperada pedía ver a su hijo, al que no encontraba por más que buscara entre los rostros de los moribundos. El comandante detuvo la comitiva y pidió que le fueran entregados sus restos, que se reducían a una extremidad. Luego de la partida en que nos acusaron de regresar sin nada, Shadis ordenó que se recogiese lo que fuera de quienes cayeran peleando. La pobre mujer aferró ese brazo como si se tratara de todo el cuerpo y lloró, haciendo la pregunta que todos nos repetíamos a diario ¿éramos útiles a la humanidad? Entonces fui testigo de lo que jamás imaginé que sucediera… Vi al orgulloso Keith Shadis quebrarse y caer en tierra, justo como su amor propio, reconociendo que no habíamos tenido avances, a pesar de la enorme cantidad de bajas. Ese hombre aparentemente inmutable, lloró desalentado, considerándose un fracaso.

Me obligué a contener el gemido…, a tal punto el nudo en mi garganta se hizo patente, que Erwin terminó por asir a hurtadillas las riendas de Tommy, apegándolo más a su caballo. Aunque se mantuvo contemplando la escena, silencioso, agradecí aquel gesto simple de consuelo. "Para ser uno; bajo la paz, bajo la guerra", ¿por qué me venía a la memoria una estrofa perteneciente a los votos matrimoniales? ¿Cuántas bodas había visto celebrar? Ninguna, empero los funerales aumentaban su número... Sin embargo, el capitán y yo éramos uno, estuviésemos en tregua o jugándonos la vida más allá de las murallas.

—Sé que se trata de algo precipitado, Erwin —musitó el comandante, acercándose a nosotros—, pero arregla todo para llevar mañana a Levi a recoger a los reclutas bisoños. El período de adiestramiento ya culminó y están preparados. Lo único que nos demoraba era que debíamos respetar su tiempo de aprendizaje. No esperes a la ceremonia de disolución, estamos urgidos de sangre nueva —su tono lúgubre me llegaba al alma y causaba sufrimiento el observarlo tan deshecho—. Hange puede acompañarte, después de todo, conviene que alguien tan leal a ti se halle presente.

El comentario atrajo mi atención ¿Qué se proponía Keith Shadis, que le recordaba ese detalle?

—Mike también, y es quien me sigue en la cadena de m…

—Yo sé lo que digo. Cuando lleguemos a Trost, van a reposar hasta el mediodía de mañana y luego marcharán a la unidad de entrenamiento —llevó el puño a sus labios para toser, indicándome que no había nada más que decir—. Ahora, si me lo permites, Hange. Debo hablar en privado con Erwin.

Asentí, disminuyendo el paso y colocándome junto a Mike ¿Qué lo había motivado a favorecerme, obviando a quien por derecho era el segundo del capitán? Pese a todo, continué atenta a las figuras de Shadis y Erwin, preguntándome qué tan serio debía ser lo que platicaban, porque advertí un ligero sobresalto en el segundo. Consideré varias posibilidades, analizando las expresiones de ambos; una de mis conjeturas se mantuvo persistiendo, aunque yo no quería darle crédito ¿Acaso el comandante se iba a declarar vencido ante los Altos Mandos? Zacharius y Nanaba interrumpieron mi reflexión con una disputa sobre los pormenores de la recién concluida marcha, que duró hasta que arribamos a Trost.

Una vez en el cuartel, desvié mi curso hacia la edificación donde se hallaban los dormitorios de los líderes. Tenía, como nunca, la urgente necesidad de abrazarme a la almohada y dormir tanto como fuera posible. Nada podía quitarme la vitalidad, excepto esa pesadumbre que siempre nos golpeaba al pisar el interior del muro. Lo sentí por el capitán, que tampoco iba a conseguir su descanso hasta que volviéramos con los subalternos del enano. Mi antigua escuadra me había alcanzado, pero los animé a tumbarse y comer algo hasta que se dispusiera cómo proseguirían las cosas.

Apenas supe cuándo había terminado precipitándome sobre la cama ni por cuántas horas estuve inmersa en la profundidad del sueño. Desperté al oír que la puerta amenazaba con irse abajo debido al impacto de los golpes. Obligándome a abrir los ojos llenos de legañas, advertí el charco de saliva que había mojado la almohada.

—¡¿Eh?! ¿Qué manera de tocar es esa? —le grité a quien se hallara en el corredor, incorporándome— ¡Ni que los titanes hubiesen invadido Trost!

A regañadientes y malhumorada, tuve que levantarme. Siquiera veía los ojales de la camisa y la abotoné como pude. Los golpes no cesaron hasta que abrí la hoja de madera.

—¿Ese es el modo en el que recibe a los superiores, Hange Zoë? —Keith Shadis dejó de fruncir el ceño al observar el escote de mi blusa, ligeramente abierto, y señaló con su índice el desbarajuste de botones que apenas la cerraba— ¡Vocifere menos y abra más los ojos! Compóngase y avise a sus dos subordinados inmediatos.

—¿Uh? ¿Cuál es la novedad? —inquirí bostezando— Aguarde… ¿Ya transcurrieron las horas? ¿Es mediodía? —Intenté pestañear y me hincaron las legañas— ¿Perdí el almuerzo?

—¿Todavía está dormida? ¡Le meteré con gusto la cabeza dentro de un balde lleno de agua! —me gritó, alterado—. No me haga perder a mí la paciencia, ¡es de noche aún! Le doy tres minutos para vestirse —masculló, volviéndome la espalda— ¡La espero en la sala de oficiales!

—¡Sí, señor! —de repente me acordaba de que mi actitud bien podía ser castigada por insolencia, de acuerdo a la normativa militar. Traté de componerme lo mejor posible y refrescarme, sobre todo el rostro. Luego de restregar mis ojos varias veces, conseguí apartar el sueño. Me ajusté las gafas, para después recoger del suelo la chaqueta y quitándole a manotazos el polvo, la coloqué doblada en mi brazo.

Salí al corredor, tomando rumbo a la puerta principal; una vez fuera de la edificación, giré hacia la izquierda, subiendo por la callejuela. Desperté a Moblit y a Keiji, según lo indicado, y pronto nos vimos caminando en dirección al recinto para oficiales.

—Debe tratarse de algo muy serio cuando solo llaman a los superiores —Moblit suspiró, exhausto—, y a una hora bastante inusual.

—Todavía no me creo que vaya a hacerlo… —dije con voz tenua.

—Lo que sea pudo haberse dejado para mañana —soltó Keiji, molesto—. Al menos debían permitirnos descansar.

—Estás en el ejército, Keiji. No tenemos horas establecidas para que los jefes NO nos llamen —siempre les recordaba que la vida militar carecía de tolerancias en cuanto a disciplina. Por supuesto, el cansancio a veces nos hacía olvidarlo—. Y esto de ahora, significará un cambio drástico en la Brigada.

—¿Para bien o para mal, líder de escuadrón? —inquirió mi subalterno inmediato, alzando una ceja y observándome desconcertado.

—Esperemos que para bien, Moblit.

Sin embargo, la enorme luna roja en el cielo nocturno me dio mala espina, Marlene siempre hablaba de que cuando el astro lucía el color de la sangre, pésimos eran los augurios. Apenas llegué al sitio y abrí la puerta, me llegó el olor a capitulación. No tenía que ser Zacharius para darme cuenta. El rostro del viejo comandante lo decía todo. Al entrar advertí que, a su diestra, Erwin se hallaba mirando a un punto distante, sus pensamientos perdidos los cielos sabrían dónde. Levi con su eterna expresión de hallarse mal del estómago. Frente a ellos, Mike dijo algo en voz baja a Nanaba y ésta alzó las cejas, mordiéndose el labio inferior. Busqué adelantarme hasta quedar entre el capitán y el enano, quienes lógicamente, ni se inmutaron. Cuando Klaus y sus dos inmediatos Dirk y Marlene se nos unieron, Keith Shadis inició la repentina junta.

—Les convoqué para darles un anuncio que los tomará de sorpresa. Están de cuerpo presente aquellos que tras de mí, prosiguen con la cadena de mando en calidad de oficiales —nos observó uno a uno, asegurándose de que todos lo atendíamos—. Pues bien, a partir de hoy consideren a Erwin Smith el nuevo comandante de la Legión de Reconocimiento. Yo me retiro a ejercer como instructor de reclutas. Nada más que informarles, no responderé preguntas y es mi orden postrera. Erwin será el líder de la compañía, le deben obediencia y respeto.

Era inevitable, por supuesto, que todos nos observáramos inquietos y cuestionáramos lo intempestivo de tal decisión. Ahí estaba mi teoría hecha realidad. Lo que jamás me pasó por la mente fue que presentara su renuncia de manera tan drástica. A mi modo de ver, lanzaba sobre Erwin toda la responsabilidad del Cuerpo, justo en su peor momento; y si los Altos Mandos no consideraron su retención, pues quedaba libre del cargo sin que nada ni nadie pudiese retenerlo.

Keith Shadis se detuvo ante cada uno de nosotros, dedicándonos una frase o un fuerte apretón de manos, según entendiera. Intentó mostrarse poco expresivo, pero bien sabía yo que la procesión se lleva por dentro y el retirarse lo había destrozado al punto en que no le quedaban lágrimas, únicamente vacío. Le propinó un cabezazo a Levi, justo como el que le ofreciera cuando se hizo parte de la Legión y parándose luego ante mí, soltó muy presuntuoso:

—¡Líder de escuadrón Hange Zoë! ¡Sí que me va a extrañar! No crea que ahora tendrá mayores posibilidades conmigo fuera de la Brigada ¡Le avisaré a su comandante si la veo merodeando por mi nuevo puesto! —Erwin hizo un gesto de asentimiento, aunque probablemente no atendió mucho a lo que Shadis hablaba. Yo abrí la boca de pura sorpresa y malinterpretó el gesto, como siempre— ¡No aceptaré ninguna excusa para visitarme ni tampoco citas! ¡¿Qué, iba a replicar?!

—Me ha dejado sin palabras —así era, literalmente—… Sólo quiero decirle que le deseo esa paz interior que tanto busca y necesita.

—¡Contenga esas lágrimas! —me indicó grave, aunque tal frase iba dirigida más a sí mismo que a mí. Estaba haciendo un esfuerzo enorme al tragar su derrota y prefirió seguir adelante para marcharse de una vez— Mike Zacharius, estará feliz de recuperar a su Nanaba como parte del primer escuadrón ¡Y yo de no escucharle más tonterías románticas! Mi última orden para usted es que atormente a su actual superior como lo hizo conmigo.

Éste, igual que siempre, le respondió con un gruñido esquivo. Imaginé que para sus adentros agradecía verse bajo las órdenes del amigo, quien era tolerante a su relación.

En tanto, Shadis permitía que una llorosa Marlene lo abrazara y volviéndose, nos instó a escoltarlo más allá del portón. Anduvimos el trecho en silencio, desde la cámara hasta cruzar la valla, donde uno de los supervivientes lo aguardaba con el corcel dispuesto. Entonces, antes de subir a la montura, se detuvo a observar por última vez el cuartel de la Legión. Aquel sitio donde había transcurrido más de la mitad de su vida y residencia del Cuerpo al que ofreciera todo cuanto pudo. Erwin estrechó su mano por última vez, solícito, y luego de montar lo vimos partir solo, camino a la ciudad. Nadie sabía mejor que yo de la batalla que aún se libraba en el alma del nuevo comandante; a pesar de querer hacerlo, la prudencia me impedía ir junto a él, e hice de tripas corazón para no correr a hablarle.

—Calma, ya se acostumbrará… Su conciencia está limpia —Nana me dio unas palmaditas en el hombro, reconfortándome—. Él no provocó la dimisión, Keith Shadis se retira por voluntad propia.

—Hanji, pronto Erwin se volverá más implacable a la hora de tomar decisiones —me hizo ver Mike, preocupado—. Muchos creerán que no tiene un ápice de humanidad y a la larga el peso de cada orden irá quebrándolo por dentro… Eres su mano derecha, la única voz que lo hará entrar en razón cuando se atormente.

—Espero conseguirlo, aunque dado su carácter —suspiré, conociéndolo de sobra—, no sé hasta qué punto logre aquietar el sentimiento de culpa, una vez que comience a prevalecer sobre el de la necesidad.

—Asegúrate de hallarte siempre a su lado cuando las responsabilidades del cargo le aprieten la tuerca —musitó Zacharius, avizorando los conflictos futuros—. Sólo tú podrás mantenerlo en paz consigo mismo.

/

Aquella noche, visitó mi alcoba. Lo recibí atónita, porque desde la famosa reprimenda que nos diera el comandante a causa de Nifa y Levi, no habíamos tenido un solo momento de intimidad… Ni era de propiciarlos en mi habitación, por más cerca que estuviese de la suya.

Intranquila ante la idea de que cualquier líder lo viese junto a la puerta, lo tomé de la chaqueta y tiré de él hacia adentro. Se dejó hacer, quedando por un segundo frente a mí, ya en el interior del cuarto.

—Shadis me pidió que lo sustituyera cuando hablamos camino a Trost. Dijo que no soportaba continuar llevando los soldados a la muerte y prefería dejar su cargo en manos de un hombre más capaz. Lo escuché murmurar algo así como que yo era el que todos anhelaban por jefe y él jamás estaría a la altura de alguien especial —tragó en seco y percibí su tirantez, que lo llevó a quebrar toda formalidad e ir a sentarse sobre mi lecho—. Te juro que no imaginé que sería de un modo tan categórico. Simplemente; vas a ser el comandante, ya está…, y sabes lo usual que es para mí el recibir órdenes imprevistas —se había inclinado hacia adelante, apoyando los brazos en sus muslos y me observaba inquieto. Comprendí que más que nunca requería del alivio que sólo puede brindar la confidencia de pareja y la comprensión de ser oído por quien le profesara ciega lealtad—. Su dolor me hizo sentir culpable, Hanji. Debiste oírlo hablar "Erwin, ¿asumirás el puesto de comandante?" Sabía que todos apoyaban la idea de sustituirlo por mí. Creo estar listo para conducir a la Legión, pero me pregunto…

—Lo estás. Eres un buen hombre, y tus dudas nacen del respeto que le profesas al viejo cabecilla —le aseguré, acomodándome a su lado y colocando mis manos sobre la suya—; pero te lo he dicho, conseguirás engañar a cualquiera, menos a mí. Aunque guardes tu secreto, puedo leerte de principio a fin. Hay algo en ti que te impulsa a buscar la victoria de la Legión y subsistir —decidí acariciarle la mejilla, sonriendo; con un subir y bajar de hombros le hice entender que no lo juzgaba mal—. Soy científica, sé lo que representa dejarse el pellejo queriendo comprobar una teoría.

—Hanji…

—No logro ver tu objetivo, pero imagino que se relaciona con alguien a quien amas por encima de todas las cosas —traté de sonar dulce y sosegada, brindándole un calor placentero que hubo de recordarle su niñez. Inconscientemente, humedecí mis labios antes de proseguir—… Y suponiendo que soy la única mujer que ocupa tu corazón, esa persona debe ser tu padre.

—¿Suponiendo? No sé cómo podría llegar otra a dónde has llegado tú —suspiró, dignándose a reír por lo bajo. Entonces alzó la mirada, nuestros ojos se hallaron; sentí su índice recorrerme la mejilla e ir hasta los labios, dibujándolos con suavidad. Tuve que cerrar los párpados, conteniendo un gemido—. Te lo contaré brevemente; quiero más que nada confirmar y darle a conocer a nuestro pueblo aquello en lo que creía mi progenitor… Dijo que la historia que dicta el Gobierno está llena de contradicciones y misterios; así, cuando la humanidad se ocultó tras las murallas, el rey debió modificar sus recuerdos para gobernarlos más fácilmente.

—Oh, pues tiene lógica —el romanticismo pronto cedió paso a la expectación— ¿Y tu empeño es demostrarlo?

—Mi padre murió por acercarse a la verdad, Hanji. El Gobierno lo eliminó como a tantos que buscaron lo mismo, porque los nobles que lo conforman quieren a toda costa mantener sus posiciones y lujos —alegó con tono sombrío, frunciendo el entrecejo—. Ninguno se preocupa realmente por la humanidad. La Legión de Reconocimiento es la única que conseguirá descubrir si hay una base real que demuestre su hipótesis… Y yo se lo debo, pues lo asesinaron por mi culpa —vi que su maxilar se tensaba con el recuerdo— ¡Fui un niño idiota, presumiendo ante los otros…!

—Está de más que te culpes, la inocencia de la niñez hace que cometamos tonterías. Sobre todo, si te sientes poseedor de un gran secreto —musité, sonriendo a medias. Tuve una infancia, después de todo y aunque solo yo la recordaba, quise compartir esas vivencias con él—; de niña tomé una pala y me di a excavar junto a las murallas. Investigaba las distintas rocas, y quería llevarme un pedazo a toda costa. La policía militar me detuvo, por supuesto, y también un fanático religioso —Erwin abrió los ojos, escuchando cautivado—. A pesar de tenerla poco tiempo en mi mano, supe que aquel trozo de piedra no era igual a ninguno que hubiese visto. El caso es que forcejearon conmigo para quitármela y amenazaron con arrojarme a las celdas, no me quedó más remedio que patearles sus partes… Huí corriendo a toda velocidad, pero sin la roca. Luego, yo también solía presumir de conocer algo que nadie sabía de las murallas. Estuve a punto de morir "casualmente" varias veces, hasta que me uní al ejército —aprovechándome de aquella fascinación, me coloqué a ahorcajadas sobre su vientre y le presioné las caderas con los muslos. La horrible fatiga del día que antes nos golpeara pareció diluirse, trocándose en apetito. Respondieron sus palmas abiertas, abarcando la carne bajo mi espalda, que oprimió atrayéndome contra su bien marcada firmeza. Le tomé el rostro con ambas manos e invadí su boca, impidiéndole manifestarse de otro modo, que no fuera el de corresponder a mi deseo y lo miré, intensa—. Tienes que guiarnos a la victoria, comandante. Nunca te he dado una orden…, esta es la primera y la última.

—Haré lo imposible por ejecutarla —contestó ya más seguro, retribuyendo ansioso el beso. No obstante, la intensidad de la caricia me demostraba que aún existía un leve temor escondido muy adentro de su alma. Se regodeó copando mi lengua con su boca antes de romper suave nuestro intercambio—... Ahora cumple la mía; desvístete.

—Dije que no iba a obedecer ordenanzas —le sonreí provocativa, notando cómo fruncía el ceño ligeramente al demorarle tal gracia—, pero esta vez te complaceré.

Unas situaciones más que otras requerían de un buen desahogo y él lo precisaba. Me deshice de la camisa como si desenvolviera un regalo, abandonando mi postura dominante solo para dejar caer el pantalón y lo demás, permitiéndole gozar de mi piel al descubierto. No apartó la vista de mí, en tanto procedía a hacer lo mismo; el ardor de su contemplación me hizo morder los labios y juntar las piernas, casi superponiendo un muslo sobre el otro. Alzó una ceja, dejando escapar un "ah", cautivado con mi repentina vergüenza; por la expuesta rebeldía de su carne supe que la noche sería larga.

—Es delicioso contemplar a una mujer atrevida como tú ruborizarse —Tendió la mano para deslizar los dedos a lo largo de lo que me hacía físicamente hembra, retirando parte de la savia generosa, que ya impregnaba mis muslos. El gesto me propició un latigazo de placer, lanzándome hacia adelante gimiendo y a duras penas conseguí estabilizarme al colocar las manos en sus hombros—. Por Sina, ¿cómo puedes humedecerte así? —Contemplando extasiado la esencia que los mojaba, alzó el rostro y me observó malicioso, lamiéndolos con coqueta satisfacción— Lo cierto es que sabes a gloria. Ven, Hanji —acto seguido, tomándome de la cintura, me haló para que acabara otra vez cabalgando su vientre. Atrajo mi cuerpo en un abrazo firme, y suspiré al sentirlo engarzarse con el suyo como si nos hubiesen creado en un molde único, del que alguien nos apartó después, arrojándonos sin piedad al mundo. Recostando mi cabeza en su hombro, lo escuché hablarme muy quedo—… Tu comandante no se ha mostrado todo lo recto que debería ser contigo.

—Me pregunto por qué —hice resbalar mis dedos por su pecho, deleitándome con el relieve masculino y provocativo, a pesar de las líneas rosáceas que lo surcaban, recuerdo de batallas pasadas. Aprecié el estremecimiento que siempre le causara el roce de las yemas de la mano, que continuó su andar hasta la línea del ombligo para luego cerrarse alrededor de su hombría. Me maravillaba que un simple vaivén y el calor de mi palma in crescendo lograsen aquella rectitud imponente a la que se había referido. Conforme lo hacía gemir, él afianzaba mi nuca y uno de los muslos, devolviendo favor por favor con sus labios en mi cuello; marcándome posesivo la piel hasta doblar la cabeza y degustar mis pechos—. Oh, veo que necesitabas un aliciente. Me volveré más insubordinada.

Detuve su placer apartando la mano con que lo acariciaba para cruzar mis brazos sobre sus hombros, él alzó el rostro y mirándome a los ojos, tornó a besarme. Intuí, aún perdida en el beso, que aquel roce tibio en mi umbral era una demanda para que acogiera su voluntad. Me apresté a recibirlo, cuando llevando las manos a mi cintura, tiró inesperadamente de mí hacia abajo.

—¡A-ah, Erwin! —la sorpresa del acto y el hecho de percibir un tirón en lo profundo de mi vientre, hizo que abriera los ojos. Aquella sensual percusión de un segundo le dio paso a la receptividad de mis músculos, que ciñeron de improviso la enhiesta dureza, permitiéndome apreciar íntimamente toda su calidez y longitud. Suspiró, al gozar la enloquecedora sensación de saberse apresado, a la par que me instaba a moverme bajo la guía de sus manos. Advertí que aquella postura me atraía de un modo especial, lo sentía recto dentro de mí, ocupándome por entero y estimulaba mi ansia dominante de hacerlo sucumbir con las evoluciones de mi pelvis. El ritmo, que había comenzado vigoroso, llegó después a un punto frenético donde el raciocinio pierde ante la exaltación y no conseguí resistir— ¡Ooh, Erwin… Voy a estallar!

Acogió mi éxtasis con un gruñido de pura complacencia, disfrutando el triunfo, pero se contuvo de seguirme, reprimiendo su final como si esperara compartirlo sólo cuando me viese completamente agotada.

—¿U-uh… n-no te gus…? —jadeé, aún ebria de placer y la duda hizo que lo mirase con relativa incertidumbre. Siquiera me dejó terminar, acallándome con un beso intenso e impetuoso. Me sentí confundida, estaba dentro de mí, pero no soltaba prenda— ¿Erwin?

—Hanji, por supuesto que me agradó —dijo exhalando pesadamente, observándome franco a los ojos—, pero eres una mujer golosa y sé lo que deseas. He aprendido a conocerte —sonrió, enrojeciendo—… No tienes idea de lo difícil que se me hace cohibir las ansias…, y quiero amarte de otro modo, abismal, febril…

Girándome deliberadamente, caí de mi condición dominante a sometida bajo su peso, abrí las piernas junto a mis sentidos y percutió entre los muslos, en tanto me presionaba las muñecas. Dio varias estocadas imperiosas y profundas, teniendo el buen tino de rozarme justo donde más yo me perdía, buscando no sólo deleitarse al contemplar mi expresión y oír los irrefrenables gemidos; sino con el firme propósito de abandonarme luego de sucumbir por segunda vez.

—¿Q-qué diablos, Erwin…? —protesté, satisfecha pero rabiosa porque no me daba su parte y no comprendía el juego. Aprovechó de inmediato mi aturdimiento, para volverme con la facilidad de una hoja y hacerme besar la manta. No era yo de posiciones vasallas, pero acepté cambiar a una postura que me proporcionara un regocijo distinto, permitiéndome sentir todo lo que su virilidad prometía. La visión de mi espalda, las caderas ligeramente alzadas y los puños resueltos a oprimir las sábanas, debieron estimularlo en demasía porque al observarlo por encima del hombro, lo vi entrecerrar los ojos y contemplar mi feminidad expuesta con obscura fascinación. Sin embargo, se trataba de Erwin después de todo y mantendría su tacto gentil, no haciéndome otro daño que el de amarlo irremediablemente.

—Cielos, Hanji… Provocarás que olvide toda nobleza y me porte como un irracional —me avergonzó pensar lo dispuesto de mi hendidura voluptuosa cuando se permitía declarar eso con tal desenfado. El lengüetazo en mi cuello ocasionó que la piel se erizara, seguido por el arqueo del cuerpo. Sus manos se habían aferrado a mis caderas, presionándolas como si temiera que fuera a escaparme. Recibí la primera embestida impetuosa y profunda, causándome una impaciencia que me llevó a lanzarme atrás buscando unirme aún más a su vientre. Sentí mis glúteos chocar contra su pubis y clamamos juntos ante la indescriptible sensación de hallarnos afianzados por un vínculo de carne y espíritu.

—Empieza bien el comandante, sustituyendo el toque de silencio por esto —le solté, liberando embriagada todo el aire que contenían mis pulmones y respondió a la picardía incrementando la cadencia de sus movimientos. Al punto me vi mordiendo la almohada, los puños cerrándose prendiendo en ellos la tela de la funda— ¡Oh, por Sina, Erwin! ¡N-no te detengas!

—Se oye tan maravilloso mi nombre en tus labios —suspiró, quitando una mano de mis caderas para enredar con ella el alboroto de mis cabellos. Los suaves tirones y el vaivén constante me llenaron de euforia, haciéndome aprensar su hombría a un grado tal, que emitió un bufido.

—Prueba a insubordinarte ahora, mi pequeña indomable —lo escuché reír placenteramente, jovial y sin dudas, feliz— ¿Quieres hacerlo?

—¡No, mil veces no! ¡Cielos! —estaba a una milésima del orgasmo, bastaría un par de embates e iba a morir en vida para resucitar otra vez, igual que siempre… No, no igual que siempre… Liberó mi cabello, abrazándose entonces al torso, justo bajo los senos y el percibirlo sobre mi espalda provocó el torrente, arrastrándolo sin remedio. El grito, la deliciosa partida del alma por breves segundos y el choque de nuestras aguas fue todo uno. Caí extenuada encima de la manta, oculta bajo su peso, abandonándome al placer de oír su respiración, más que irregular, y de compartir los temblores propios de la contienda. Salió de mí amorosamente, como si lamentara perder su paz al dejarme.

Permanecí quieta, disfrutando de su generosa complexión, de los espaciados besos y mordiscos leves que le prodigaba a mis hombros y a mi espalda, acompañándose por el ligero toque de sus manos. Sólo me incomodó un poco yacer sobre la humedad impúdica que había mojado el grueso paño cobertor de mi lecho.

—Erwin Smith… ¿q-qué rayos tratas de hacer? —me sobresalté al notarlo a hurtadillas entre mis glúteos y quise volverme, pero no lo permitió. Sólo conseguí observarlo de soslayo— ¡Por Mitras que NO!

—¿Por qué no? —Susurró malicioso en mi oído, apresándome el lóbulo entre los labios para morderlo tenuemente. La caricia me turbó, provocando justo lo que él buscaba; mi carne apegada a la suya— Eres tan osada y curiosa, que bien pudieras… Hanji, el tiempo juega contra nosotros. Quién sabe cuándo podamos volver a permitirnos…

—ESTOY DESFALLECIDA y tú otro tanto; ese brío producto de los nuevos acontecimientos, desaparecerá en cuestión de segundos —repuse apacible, la verdad era que me cohibía probar la experiencia. Hice por separarme y accedió con un suspiro molesto, pero me besó la mejilla indicándome que su frustración sería pasajera. Me volví, quedando frente a él y enredé mis dedos en su cabello, humedecido y revuelto—. No quisiera ver la cara de tus subalternos si de la noche a la mañana te presentas en la plazoleta con ojeras y rostro de trasnochado a dar tus primeras órdenes.

—Voy a eliminar la bendita ley que prohíbe las relaciones consensuales a los miembros de la Brigada —musitó, acostándose y miró el techo, pensativo—. El propio Mike lleva años junto a Nanaba…, y así me ahorraré oírlo aclarar su situación a todo el que le pasa por delante. Aunque no podrá ser lo mismo con los rangos más altos; los puritanos de Mitras me arrancarían la cabeza...

—Hace mucho tiempo, la prueba de virilidad era una condicional para que un hombre subiese de categoría, ¿sabes? —dije, apretándome contra su pecho. Sus latidos aún le estremecían la carne y la respiración iba sosegándosele poco a poco— No se aceptaba un oficial sin su noche previa.

—Bueno, tú dirás si me gradué con honores —sonrió, dejando correr su índice por mi nariz y acto seguido se inclinó para besarme.

—Te voy a proponer para rey —le devolví una sonrisa dichosa, acomodando mi cabeza en su pecho y uno de mis muslos sobre la entrepierna. Rió complacido, agradeciendo la proximidad, acariciándome el cabello. La ternura de su roce me hizo dormir apaciblemente hasta que ambos despertamos sobresaltados por la voz y los poderosos toques de Zacharius.

—¡Hange! —obviamente, Mike debió llamar primero a la habitación de Erwin y al no obtener respuesta, vislumbró de inmediato dónde se hallaba el mismo. Discreto como era, celoso guardián de su intimidad y la del amigo, supo alertarnos sin comprometer nuestra reputación— ¡Tenemos un mensajero con noticias funestas! ¡La ciudad de Shiganshina fue invadida por los titanes!

—¡Cielos! ¿Qué diablos…? —Erwin y yo brincamos a la vez, ocupándonos de buscar la ropa lo más ágilmente posible. No era necesario que vocalizara sus emociones, para saberlas. Justo las mismas que las mías— ¡¿Cómo ha sucedido tal barbaridad?!

—¿Órdenes? —inquirió Mike con tono apremiante, del otro lado de la puerta.

—Dile que convoque a reunión, que los oficiales vayan a la recámara —susurró mi compañero, quien había ido a lavarse y retornado en cuestión de segundos, procediendo a vestirse raudo.

Le grité la disposición a Zacharius, instándolo a que vaciase el edificio de líderes y los condujera al sitio establecido.

—Por Mitras, ¿de qué forma entraron los titanes a la ciudad? —Erwin me observó perplejo, sin dejar de abotonarse la camisa— Hanji, tú eres la experta… ¿qué crees de semejante noticia?

—Quizás apareció una especie nueva, con ventosas en los dedos y que puede escalar la muralla —sentí el escalofrío de la emoción erizarme la piel, ante la posibilidad de investigar algo totalmente fuera de serie y me coloqué la bota izquierda en el pie derecho. Lanzando mi educación a una esquina, maldije a la progenitora del titán—…, o quizás tan gigante como para destruirla. Serían las conjeturas más acertadas.

—Me adelantaré, no es recomendable que el comandante llegue último a una reunión de tema grave —se inclinó para depositar un beso rápido en mis labios—. Ni tampoco su segunda teniente, apresúrate, por favor.

La idea de un ejemplar insólito me atraía, pero si calculaba lo terrible que debió ser la experiencia para los moradores de Shiganshina y ni hablar de los muertos que habría, toda esa fascinación se me quedaba congelada en la garganta. Valorando la inusual circunstancia y encarándola con la realidad de la Legión, no lograríamos nada enfrentándonos a los titanes sin hombres ni recursos.

Los hachones de las paredes y muros no conseguían mitigar las tinieblas de la noche. Más de una vez tropecé con los adoquines que sobresalían en las calles. Al doblar precipitadamente junto a los depósitos de armas, un soldado más pequeño que yo se me atravesó y casi lo hago besar el polvo. Tenía buen equilibrio, para su suerte, no ganó el suelo, pero si un buen pisotón.

—Oe, cegata, mira donde pones tus pies. Tch, me has ensuciado la bota…, voy a culparte por mi retraso —Levi me observó de reojo, sacando un pañito del bolsillo y se dio a la tarea de frotar enérgicamente la piel hasta dejarla impecable. No se cortó de mostrarse irónico— ¿Las malas nuevas te atraparon con las sábanas pegadas? ¿Por eso el corretaje?

—Disculpa, enano ¿Cómo pretendes que te note con esta oscuridad y ese tamaño? —le solté, a la par que me encogía de hombros. Estuvo a punto de lanzarme su retahíla de insultos, cuando vimos pasar un soldado a toda prisa, rumbo a la recámara del comandante— ¡Oye! ¿Qué no es ese un miembro de la guarnición? Va directo a ver a Erwin, debe tratarse de otro mensajero.

—Si quieres enterarte, muévete, cuatro ojos —me miró fijamente, a la vez que subía las cejas, y me señaló con la cabeza el sitio donde se dirigiera el emisario—. Quizás Erwin tiene motivos para perdonar tu llegada tardía, pero no es mi caso. Esto está que arde.