Insumisa

Absténganse, puritanos del Culto de las Murallas. El amor de la cintura para abajo en un matrimonio, es el complemento al de la cintura para arriba… Espiritual y Carnal; no hay uno sin otro, en armonía perfecta. Fui suya, como él fue mío, sin prejuicios ni contemplaciones. Si considera el lector que no puede comprender la PASIÓN desbordada en estas páginas, mejor no se adentre.

El bosque, tupido y sombrío, le daría ventajas al espécimen ocultándolo en la oscuridad de la maleza. Finalmente, apareció junto a un pino, el más bello titán de reducidas proporciones que había visto, desde que salí fuera de las murallas. Rubio y de ojos claros, para más remate. Iba a ser mío, aunque me costara incluso la ruptura con Erwin.

—¡Oh, te hallé! —dije, pasando de largo. Él me ojeó extrañado— ¡Buenas tardes! Es un lindo día, ¿no? —reí, muy entusiasta— Buen chico…

El ejemplar avivó su caminar para ir trotando en pos mío; noté una expresión de angustia en su rostro y el común afán por cazarme.

—Oye, ¿no quisieras dar un pequeño paseo conmigo al interior de la muralla? ¿Qué te parece? —intentó atraparme con la mano, pero conseguí esquivarlo— ¡Oh, eso estuvo cerca! —se movía torpemente, dando tumbos y al correr, acabó por estrellarse contra un árbol— ¡Atcha! Oh, ¿estás bien?

El pequeño titán siguió bamboleándose, y a la sazón, se topó de lleno con un cedro.

—¡Ven por aquí! —Salí de la floresta al valle, guiándolo hacia un sitio amplio donde no hubiese grandes árboles. Comprobé que mantenía su carrera, observando hacia atrás sobre el hombro— ¡Muy bien! ¡Buen chico!

Debí suponer que pronto la unidad de operaciones especiales me alcanzaría, obedientes a la disposición de Erwin. Una bengala roja, lanzada por Levi, provocó que mi lindo ejemplar se detuviera.

—¡Por aquí, idiota! —lo incitó el enano.

—¡O-oigan! ¡No interfieran! —les reclamé, sabiendo que afectarían mis planes.

El titán pareció abrumado e indeciso, anduvo un poco más, pero sin mucha convicción.

—¡Muy bien, muy bien! ¡Sigue así! —traté de animarlo. Sin embargo, de improviso, fue hacia la dirección opuesta— ¿Eh? ¡Oye, aguarda! —me vi obligada a cambiar el rumbo y seguirlo bosque adentro— ¡Oye! ¿A dónde vas?

La unidad de Levi, en tanto, no me había perdido el rastro. Cabalgaba a una distancia prudencial, atentos a cuanto sucedía y bien dispuestos a ponerle fin al asunto del titán. Yo seguía concentrada en perseguir a mi objetivo.

—¡Oye, te digo que esperes! —le grité, pretendiendo que no huyera. Luego caí en la cuenta de que su actitud podía interpretarse de otro modo, esos especímenes no eran seres fáciles de intimidar— ¿Se estará dirigiendo a algún escondite? ¿Los titanes poseen algo así?

Penetramos al corazón de aquella espesura, tomando senderos inexplorados hasta dar con un claro, donde el suelo estaba repleto de flores blancas. El hermoso contraste verdiblanco se me antojó pacífico y extremadamente lúgubre. Aquel sitio por alguna razón, daba escalofríos.

Mi pequeño ejemplar se detuvo ante un pino y, cosa extraña, golpeó el tronco empleando la cabeza, estremeciéndolo en toda su longitud.

—¿Qué? ¿Qué pasa? —elegí descabalgar, y así poder acercarme a él un poco más. Naturalmente, la prudencia me indicó que al menos preparara mis armas— ¿Qué estás haciendo? ¿Este es el lugar… al que querías venir?

El titán abandonó los golpes para volverse y lanzarse de pronto sobre mí. Fue tan repentino, que a duras penas logré activar los ganchos a tiempo y escapar de sus manos. Acabé quieta en una rama del árbol donde se habían clavado los garfios, desafiándonos con la mirada.

—¡Estuvo cerca! —suspiré, analizando sus gruñidos y muecas. Quizás estuviese loca, sin embargo, todo me indicaba un intento de comunicación. Si era así, debía ganar su confianza y la mejor forma era volviendo a tierra— ¿Qué? ¿Qué pasó? —dije con una sonrisa, una vez que descendí— Te escucharé.

Gruñó como si le doliese el hablar, gesticulando exasperado, y supe que trataba de advertirme o algo semejante… Justo entonces, Auruo le clavó su garfio en la nuca, siguiendo la ordenanza de Levi.

—¡Acerté! —profirió, y verdaderamente, hubiese dado un corte magistral, de no ser porque lo detuvo mi grito.

—¡Auruo, espera! —centrada en la investigación, siquiera medité lo que mi orden provocaría. Él, militar al fin, estaba condicionado a obedecer sin miramientos a los superiores y titubeó, descuidando la guardia.

A la sazón, la manaza de mi precioso espécimen lo atrapaba, quizás porque de repente se sentía receloso y perdido. Se lo llevó a las fauces, obviamente, queriendo tragárselo de un bocado. Levi no lo pensó dos veces para mutilar con certera precisión el brazo del pequeño titán…, y sin atender a mi dolor, su nuca expuesta.

El cuerpo sin vida cayó frente a mis pies, en total similitud con la humanidad abatida. Levi chasqueó la lengua, mientras frotaba el arma con su pañuelo, quitándole todo rastro de sangre. Un instante después le preguntó a su compañero:

—¿Estás bien?

—¡Capitán, le seguiré toda mi vida! —lloriqueó Auruo, todavía preso en la mano de aquel brazo mutilado.

No contuve la frustración al ver que mi propósito de investigar algo totalmente novedoso se había convertido en polvo, justo como el pobre titán. Estuve a punto de romper en llanto, y las rodillas por vez primera no sostuvieron mi cuerpo; me derrumbé física y moralmente. Postrada en tierra, solo atiné a balbucear:

—¡Él era un… sujeto de prueba muy valioso! —y tuve que ahogar un sollozo, para contener mis lágrimas— ¡Si lo hubiéramos capturado… la humanidad pudo haberse movido un paso adelante!

Levi, por supuesto, no pensaba lo mismo. Yo había propiciado que ese infeliz espécimen quisiese comerse al subalterno, arriesgando su vida. Me tomó bruscamente de las solapas, vociferándome al rostro su furor.

—¡Cállate! ¡Maldita Cuatro Ojos! —espetó, colérico— ¡Si quieres ser mierda de titán, ni te detendré! Pero —me advirtió grave—… ¡No pongas en peligro a mis subordinados!

Aquel brillo de matar demandaba una respuesta inteligente y desconcertante, su irritación era tan explícita que lo creí bien capaz de arrancarme la cabeza.

—Los titanes no defecan —lo vi cambiar el semblante a uno de total perplejidad — … porque no tienen aparato digestivo.

Tal como esperaba, terminó soltándome, ante la mirada inconmovible de su escaso grupo. Solo Petra se debatía entre intervenir a mi favor o morderse la lengua. Igual, había permanecido en silencio, hasta que algo a cierta distancia llamó su atención.

—¿Huh? Este —muy tímidamente, Petra quiso alertarlo de su descubrimiento—… Capitán.

—¿Qué pasa? —Levi siquiera libró a la chica de su aspereza, ojeándola de mal talante.

—Eso… Eso era —murmuró ella, sobrecogida—… fue obra del titán, ¿no? Pero…, no puede ser…

—Por eso pregunto, ¿qué pasa? —el enano, aún rabioso, ni había visto el árbol magullado, hasta que Petra lo señaló con el índice.

Todo nuestro interés recayó en el pino que antes golpeara el pequeño espécimen. La corteza había cedido, y el tronco mostraba un enorme agujero…, con un cuerpo humano decapitado en su interior. Me sobrecogí al vislumbrar que aquel cadáver llevaba el uniforme de la Brigada. Nadie se atrevió a decir palabra, un silencio lapidario anegó el claro en señal de respeto… Se imponía descubrir hasta el último pormenor de semejante hallazgo.

Me acerqué a observar la identificación que llevábamos todos junto al emblema, y reveló que había pertenecido al escuadrón treinta y cuatro. Evidentemente, se trataba de una mujer, fallecida hacía un año, si mis cálculos eran correctos. Intenté leer su nombre, pero la sangre adherida a la chaqueta impedía ver los trazos. Aun así, hice una tentativa, contemplándola más de cerca.

—¿I..se La…gnar? —tuve un estremecimiento inconsciente ¿De qué me sonaba esa muchacha? Los intentos de acordarme del nombre no dieron resultado inmediato, por lo que preferí centrar mis pensamientos en la obra que tenía ante mis ojos— Increíble, que un titán haga cosa parecida —vi al cuatro pulgadas inclinarse y tomar un objeto que reposaba en la hierba; una especie de libro con la cubierta de piel—… Levi… ¿Qué es eso?

—Esto es…, una bitácora de viaje —sin demorar más el asunto, cerró el diario, apartándolo de mí. Yo había tratado de quitárselo para echarle un vistazo—… No, ni lo sueñes, Cuatro Ojos. Erwin debe creer que nos perdimos y tu monstruo acabó por devorarnos. Vas a leerlo sólo cuando estemos de regreso y él determine qué hacer contigo.

/

Sí, nos distanciamos; la insubordinación me costó una buena riña, en la que su voz no se elevó más de lo usual, pero el matiz con que pronunció cada sentencia, bastó para demostrar quien mandaba por derecho. Le grité mis razones, culpándolo de renunciar a la captura y entorpecer mi ánimo investigativo, soltándole en la cara que ni sabía lidiar con una mujer hormonal; pero él no cedió un ápice. No sólo acabé otra vez en lo último de la formación, sino que, además, me retiró el cargo hasta que volviéramos a salir y para más vergüenza, me puso de subordinada de un líder novato. Cuando ya parecía que ninguno de los dos quisiera discutir nada más, asomó el enano solicitando permiso de acceso a la tienda.

Erwin se lo concedió, y Levi, observándonos por turno, le hizo saber al comandante del hallazgo del diario. Sin mentir con relación a los hechos y mi actitud irreflexiva de ponernos en peligro, se atrevió a indicar que el titán se había comportado de forma realmente distinta a los de su clase. Así como su resolución de priorizar la vida de Auruo, no lo había tornado ciego para entrever un intento de comunicarse por parte del engendro. Su informe hizo girar las tornas en mi favor, si bien el maldito no se cortó de soltarle, además; que una mujer normal se volvía salvaje en sus épocas…, así que una loca ya de por sí, obviamente, haría cosas indecibles.

Sin embargo, por mucho apoyo que la bitácora y su historia diesen a mi causa, me hallé obedeciendo el correctivo impuesto. Erwin no me dirigió la palabra durante todo el viaje de retorno, y parte de la estadía en Trost. Aunque fuese cuestión de unos días, esa pena de silencio me provocó más dolor, que la vergüenza de saberme degradada. Le gané un resentimiento picante, que se acrecentó al verle cero intenciones de quebrar el mutismo. Claro, bastaban las miradas, cualquier ademán, para entender que aquello demoraría lo suyo y hacía falta un motivo que nos llevara a derretir el hielo.

Una vez que regresamos al cuartel, decidí marchar directo a mi estudio. Necesitaba encerrarme a leer e interiorizar lo que aquel diario quisiera decirme. Todo lo que no llegó a revelarme el desdichado titán, quien, sin dudas, había querido poder explicarse… Analicé la piel de las tapas, cubierta igual que las hojas, de abundante sangre... La chica debió ser decapitada cuando aún sostenía la bitácora en sus manos.

—"Un coraje impresionante —pensé, atónita y conmovida—. Sin dudas, creyó que su testimonio iba a ser de ayuda a la humanidad. Bien por ti, soldado".

Ilse Langnar; su nombre me repicaba dentro, mostrándome que no era totalmente ajena a mi vida militar. Aunque intentara vincularme con la mayor parte del ejército, resultaba imposible conocer de lleno a cada uno de sus miembros…, y algunos apenas estuvieron largo tiempo junto a nosotros. Posiblemente, mi memoria se despertara cuando leyera sus reportes del viaje, así que no demoré más en sumergirme dentro de sus páginas.

—"Mi nombre es Ilse Langnar, miembro de la expedición de las tierras más allá de la muralla, número treinta y cuatro, a cargo del flanco izquierdo de la segunda brigada —detuve un instante la lectura, buscando rememorar—…" Esta muchacha debió ser casi una veterana… "Al regreso, nuestro grupo se topó con titanes. Mis compañeros y caballos fueron todos eliminados. El sistema de maniobras que llevaba conmigo dejó de funcionar y lo abandoné." Uff, qué suerte horrible la suya, pero el instinto de supervivencia prima en estos casos… "Me dirijo hacia el norte, corriendo" ¿Huh, esperaba llegar hasta la muralla? "Es imposible para un humano escapar corriendo de un titán. No tengo a ninguno de mis compañeros. Intento volver a la ciudad." Ciertamente, no creo que pudiese lograrlo. Aquí las páginas tienden a pegarse y la tinta se nota escurrida…, debió estar llorando. No, llovía, las manchas de humedad abarcan toda la hoja.

Pasé a meterme de lleno en su piel, me sobrecogió la tremenda voluntad que la impulsaba y su respeto a la causa de la Legión de Reconocimiento. No sabía qué iba a encontrar delante, pues la carrera la llevó a introducirse en un bosque tupido -el mismo que yo recorriera-, hallando repentinamente a un ejemplar menudo, que por la descripción no podía ser otro que aquel muerto por Levi. Aunque la embistió contra un árbol, contrario a lo esperado, no la engulló de inmediato, sino que se dio a olerla.

—"Exactamente lo que hace Mike; indagar en el alma de las personas. No es que sea pariente de los titanes, pero el gesto refleja lo mismo."

Dolida con su remordimiento de no haber sido más útil a sus padres, me vi obligada a releer lo que ponía a continuación.

"¿Acaba… de hablar? ¿El titán habló? ¡Imposible!" ¡Imposible! —eso mismo dije yo, abriendo los ojos. Busqué de inmediato un pañuelo en la gaveta del escritorio y sacándome los espejuelos, froté los cristales igual que lo haría Levi… Pues había leído bien— "Dijo algunas palabras con sentido ¿La gente de Ymir? ¿Ymir-sama? ¿Bienvenida? No hay duda. Este ejemplar posee un entendimiento ¿Me habla como si yo tuviese autoridad? ¡Es increíble!" ¡Por Sina, que sí lo es! ¡Bendita Ilse, yo hubiese dado lo que fuera por oírlo! —suspiré, mis latidos casi hacían eco en la estancia— "Probablemente sea la primera vez… en la historia de la humanidad, que algo así sucede. Le pregunté al titán sobre su existencia…; solo está sollozando, no habla. Indago por sus orígenes ¡No hay respuesta! Le inquiero sobre su objetivo…" Huh, todo indica que salió huyendo, la escritura se interrumpe y las hojas están sucias de tierra —musité, dialogando con la soledad de mi estudio— ¿Qué habrá ocurrido? Si consiguió llegar a ese punto, sólo pudo ser que un incidente modificara la conducta del espécimen "¡Me acaba de atrapar y estoy en su boca…, no creo que vaya a sobrevivir!"

María, Rose y Sina, hubiese dicho Moblit…, a mí no se me ocurría nada que exclamar. Quedé absorta, con un sabor amargo en la boca; el destino había deparado una suerte macabra a esa compañera de Legión. Tragando ásperamente, me sobrepuse al duelo; echándome atrás en la silla y entonces, suspiré.

Otra mujer grandiosa, que de no sacar a la luz esas vivencias, quedaría en el olvido… No, aunque debiese plantarme delante del comandante, iba a defender su memoria. Y cerrando el libro, lo coloqué sobre los tratados enciclopédicos de biología titán. Acomodé mis gafas, para luego tomar la pluma.

—"Erwin Smith: —escribí de corrido, sin detenerme un minuto a pensar en rebuscamientos ni correcciones textuales— Sobre el tema de continuar adelante con el propósito de captura de la Legión de Reconocimiento, debido a los reportes que se han revelado; tenemos una labor que realizar. Algo que pasamos por alto hasta ahora. El titán con el que se topó Ilse Langnar, dijo ciertas palabras con sentido, reafirmando que tenía capacidad de intelecto. Por lo cual, podemos convenir que logró entender su llanto. Y debido a ello, le hizo una tumba en el árbol, o eso creemos. Podríamos asumir que ellos vigilan a la humanidad. Nosotros debemos tener en cuenta esta información, que Ilse reunió a costa de su vida y realizar algún avance. Lo que confirmó, nos ayudará a descubrir la verdadera identidad de los titanes. No es algo que podamos olvidar, ¡debe de ser investigado! Para que así, no importa el costo de la información, sea de provecho. Algún día, quizás sea una parte significativa en la lucha de la humanidad. Eso es lo que creo, y le informo como su teniente segunda. Reciba mis respetos, Hange Zoë".

Llevé personalmente los documentos, con todos los detalles sustanciales bien explícitos, mi criterio particular de cada situación y una propuesta de captura, solicitada del modo ya establecido. Permaneció inmutable tras su escritorio, siquiera movió los labios, y yo le devolví la misma frialdad. Orgullo contra orgullo, superior contra la díscola subordinada, una contienda entre deber y adoración. Lógicamente, iba a triunfar el primero de los dos últimos, pero sus ojos en los míos buscaban lo mismo que yo… Quién claudicaría a los motivos del otro. Le devolví el saludo, muy austera, para demostrarle que me creía segura del triunfo. Por dentro… me temblaba el ánima, deseé fervientemente un milagro; que se levantara de improviso, y lanzándome sobre lo que le pareciese, en un rapto de delirio, ponerle fin al silencio.

No sucedió, por supuesto, acabé dándole la espalda y con su vista clavada en mí, abandoné la recámara. Desvanecí las emociones concentrando el pensamiento en una obligación más importante; presentarle a los padres de la joven Ilse Langnar aquello que habíamos traído como un tesoro. Quiso la casualidad, que vivieran en Trost; una familia humilde que sentiría la pérdida de su hija única…, y yo me adjudiqué por vergüenza, el asegurarles que su muerte no había sido en balde.

La visita no demoró, me sentía oprimida mientras les narraba los pormenores de nuestro descubrimiento. Hablé incluso de mis esperanzas, de que la joven Ilse me abriese las puertas a futuras investigaciones. Las manos me temblaron al deshacer el envoltorio y tenderles la capa manchada de sangre. El llanto de su madre rompió la quietud del hogar, haciendo eco en las rústicas paredes. Asimismo, con el previo consentimiento de Erwin Smith, dejé a la custodia del padre la bitácora; pues cuanto requería para continuar los sondeos y experimentos, estaba ya registrado en mis cuadernos. Despidiéndome, salí abrumada por la tristeza y recorrí los turbios pasajes que me conducirían directo al cuartel. Justo en uno, acabé topándome con Auruo, Levi y Petra, que acababan de finalizar la compra de artículos para la higiene del cuartel. Apenas me vio, el subalterno de Levi quiso disculparse por los sucesos del bosque.

—Si no hubiésemos actuado de esa forma, lo hubiéramos cogido vivo —masculló Auruo, pesaroso—. De ser así, mi ayuda para la humanidad… Mi vida no era tan valio… ¡¿Eh?!

Le corté la frase, no queriendo escuchar nada más y tomándolo de nuevo por las solapas, lo alcé hasta ponerlo a mi altura.

—No, la que debe pedirte disculpas, soy yo —dije, inclinando la cabeza—. Casi mueres por mi culpa. Lo siento mucho. Nunca vuelvas a decir que tu existencia vale poco —le sonreí, conciliadora— ¿Entendido?

No atinó a responder, se había mordido la lengua y verlo sangrar un poco a raíz del incidente, hizo que lo soltara, estremecida.

—¡A-ah! ¿Estás bien?

—¡Auruo! ¡¿Q-qué haces?! ¡Cielos! —gritó Petra, muy alarmada.

—Muevan el trasero —Levi puso fin a la situación, con su típica manera de agilizar las cosas y nos dejó atrás. Tuvimos que darnos prisa y alcanzarlo. Según íbamos caminando, el cuatro pulgadas me lanzó, sin molestarse en volver el rostro: —Ahora que lo recuerdo, Erwin dio la autorización.

—Ya veo —fue todo lo que dije, pero no aguanté mi entusiasmo. Había vencido el sacrificio, pero también el amor. Y en ese relámpago de minuto, adoré al hombre que supo razonar y disponer que ya era tiempo de ir adelante. Solo me restaría esperar— ¡Yahooiii!

/

Todo quedó previsto para salir a las afueras de la muralla María, en pos de un ejemplar que luego trasladaríamos al cuartel. Esa vez, el enano aceptó ayudarme y conseguí dar forma a la idea que antes discutiera con Moblit. No me importó que mi comandante aguardara unos días; los necesarios para hacer la revisión del plan de captura, dispusiéramos las lanzas y redes… y, bueno, acabase mi fastidio periódico. La noche más lluviosa de las tres que tuvimos desde que arribáramos a Trost, oí los anhelados toques en la hoja de madera.

—Puedes entrar, Erwin —busqué acomodarme, sentándome con las piernas cruzadas en el lecho y jugueteé con el almohadón. Conocía muy bien el motivo de aquella visita; del silencio y el orgullo no quedaban sino unas ansias enormes de librar otra clase de batalla—. No está corrido el pasador.

Ya dentro de mi cámara, su acostumbrada sensatez hizo que pasara los dos cerrojos de la puerta. Iba vestido al modo informal, bien porque recesaba de sus obligaciones…, o conocía los inconvenientes del uniforme, a la hora de librarse del mismo.

—¿Cómo supiste que era yo? —al verme cubierta sólo con una camisa, que, recogida sobre los muslos insinuaba levemente la ropa interior, alzó una ceja, entre pícaro y sorprendido.

—Es obvio; conozco el toque —sonreí, encogiéndome de hombros—. Además, porque soy una dama y no recibo a ningún ente del sexo masculino. Supongo que, con esta facha, no me pensarías capaz de admitir a Mike o a Levi aquí…

—Pues yo apostaría que te gusta esa variante cómoda del vestir. Y a mí me place que sea una vista encantadora sólo para mis ojos —dijo, contemplándome sinceramente admirado. Lo vi aproximarse al lecho, ya con una expresión más comedida—. Sin embargo, Hanji, aún hay cosas por aclarar —quedé a la expectativa, y de cuanto pude suponer que hiciera, jamás esperé que hincara una rodilla en el suelo, de manera gentilmente caballeresca—. Demostraste que tenías razón en tu empeño, por más arriesgado que pareciese. Te debo una disculpa.

—Levántese, comandante, que Erwin Smith no debe arrodillarse ante nadie —le dije, inclinándome hacia él y al intentar poner mis labios en su frente, alzó el rostro, besándonos con torpeza. Reí ante la primitiva e inesperada muestra de reconciliación, inmensamente feliz—. Autorizaste mi proyecto, volvemos a estar a mano, ¿o no?

—Lo que hiciste tuvo un buen fin y entiendo la necesidad del sacrificio, pero no estoy dispuesto a perderte sólo porque actúes de manera insensata —se incorporó, para luego señalar el espacio vacío a la izquierda del lecho— ¿Puedo?

—Ni tienes que preguntarlo, ¡ven! —arrojé la almohada, buscando inmediato refugio entre sus brazos. Me recibió estrechándome con tanta fuerza que hube de replicar. Una de sus manos llevó mi cabeza sobre su hombro y allí me retuvo, acariciándome a intervalos el cabello. A pesar de mantener el cerco a mi alrededor con el otro brazo, era suficiente para entrecortarme la respiración.

—Ya sabes lo terrible que es vivir sin aliento, y me lo robas cuando haces tus locuras —moderó el agarre, a la par que me alzaba la barbilla para que lo mirase a los ojos, con la mano que otrora me acariciara el cabello. Reflejada en el añil había una Hange de labios húmedos, resueltos a obtener su gratificación o su merecido— ¿Crees que siempre vas a salir bien parada y sobrevivir? Te repito que debieras conocer los límites de tu propia fuerza.

—Lo siento, en verdad, Erwin —le hice saber de corazón. Sin dejar de observarlo a los ojos, mis dedos fueron soltando, uno por uno, los botones de su camisa. Haciéndola deslizar a lo largo de sus brazos, mientras degustaba en un beso el placer del amor lento, pero violentamente provocativo de su lengua hostigando la mía. Todo en él me arrastraba, perdiéndome. Apenas se vio libre de la prenda, rompió el beso para después abatirme sobre los almohadones, desabotonando la mía con ademán precipitado. Gemí al sentir el peso de su cuerpo, acomodándose entre mis piernas y sofocándome—, ¿…tal vez deberías mostrarme tú esos límites?

—Créeme, estuve pensándolo desde que decidí hacerte escarmentar —sonrió, apartándose momentáneamente para deshacerse del cinto. Satisfecha y voraz al distinguir cuánto me deseaba, traté de incorporarme y quise recompensarlo…, pero fui detenida en el intento, sintiéndome devuelta contra las sábanas. Únicamente pude regodearme observando cómo se despojaba de la prenda inferior—. Entiéndelo, Hanji, estás castigada.

—¿Uh, piensas utilizar eso conmigo? —indiqué el cinturón aún enrollado en su mano— ¡Por Mitras, ni sueñes que…! —La callada por respuesta, mientras sus palmas aferraban el interior de mis muslos, apartándolos. Nuevamente me vi prisionera bajo su peso, con las muñecas atenazadas por sus manos— ¿Qué…? Espera…

—Te equivocas. No dije que fuera a darte unos buenos correazos, si bien los mereces —lo miré sorprendida, forcejeando para impedir que me atara. Verme con las muñecas enlazadas por el cinto, me irritó sobremanera e intenté golpearlo. Fue en vano, y por lo visto, estaba regocijándose con mi renuencia— Me limitaré a hacer lo que todo buen miembro de la Legión de Reconocimiento, cuando está en un bosque peligroso… Explorar, conocer el terreno…

Cerré los ojos, tragando en seco. A diferencia de su ardor habitual por verme completamente descubierta, esa vez siquiera me había privado de la camisa, limitándose a separar el frente…, y conservaba las bragas ¿Qué diablos pretendía ese hombre?

—Uy —pestañeé, al experimentar un imprevisto pinchazo al costado del cuello, que se convirtió en gentil succión. El roce tibio de sus labios descendiendo, me hizo bajar las defensas y arquear la espalda— ¡E-Erwin, las marcas…!

—¿Y quién será el animoso que se atreva a cuestionarte? Por Mitras, que voy a esperarlo en mi recámara —Sus manos cubrieron mis pechos, oprimiéndolos con ansia; desde nuestro primer encuentro, supe lo mucho que lo enardecía sentir mis pezones endurecidos, primero contra las palmas y después frisando las yemas de sus dedos. Un ritual que terminaba con sus labios degustando el sabor de los mismos y de cada centímetro de piel—. Cómo disfruto esta parte tuya que tanto escondías…, quizás porque me resultaba un enigma. Valió la pena descubrirlo.

Se alzó, y volviendo a posicionarse como antes, calló con un beso cualquier posibilidad de que alguien escuchara mis gemidos sin control.

—¿No debería… ser el más agraviado, en este caso el capitán Levi… que me correteó dos veces —suspiré, pausando la caricia por un breve segundo—… quien me aplicara el correctivo? Uuch…

Había roto el beso, luego de morderme sin compasión el labio, al escuchar mi atrevida propuesta.

—Ese ofrecimiento insolente merece un cambio de sentencia —frunció el ceño y sonrió, divertido con mi provocación. Había incitado más a la fiera, mejor me alistaba para una batalla cuerpo a cuerpo en la que iba a correr algo más que sangre. Contrario a lo previsto, afirmó las manos a mis muñecas y valiéndose del peso, intentó usar la pierna, buscando voltearme—. Aprenderás a ser una subordinada fiel, que no se la pase discutiendo mis órdenes.

—¿"Subordinada fiel"? ¡Há, en verdad quiero verlo! —reí. Él ni se inmutó, consciente de que yo llevaba las de perder y sólo tenía las palabras como arma. La inmovilidad a la que me había sometido, únicamente me permitiría morderle un brazo... No lo pensé dos veces para incorporarme y tomarlo por sorpresa. Apenas vislumbró el gesto, soltó una de sus manos del agarre, llevándola a copar la totalidad de mi sexo. El calor, más la fricción de la tela me hizo abrir desmesuradamente los ojos. Mis dientes no llegaron a profundizar la marca en su piel; gimoteé, liberándolo de la presión— ¡¿Q-qué estás haciendo?!

—Acabo de vencer tu resistencia —y lo estaba disfrutando— ¿En serio crees que vas a librarte, así de fácil, de tu comandante? Voltéate —fue una orden y se apartó, permitiéndome decidir si obedecería o no.

—Oblígame —lo enfrenté con el orgullo de quien no claudica, si bien, una gota de sudor corrió por mi frente. Comprendí que iba muy en serio con eso de querer girarme y al hallarse sobre mí llevaba por mucho la ventaja. El entrenamiento diario más el hecho de ser delgada, así como mis huesos duros y los músculos firmes, volvían algo difícil el ponerme boca abajo. Con todo, su peso era el doble que el mío y ya conocía su fuerza; no importó cuánto me resistiera o patalease, terminé besando el colchón— ¡E-espera un momento, Erwin!

—Siempre por las malas… ¿Cuántas veces tengo que decirte para que lo entiendas, Hanji? —me dio una soberbia nalgada. Gemí, buscando incorporarme, sólo para chocar mi espalda contra su cuerpo. Allí me quedé, tatuada a lo largo de su ser, en aquella posición contra natura que resultaba ofensiva para cualquier joven decorosa. Esperó antes de propinarme otra, esta vez casi en la cadera, menos intensa y más dada a hacerme sentir el calor de su mano. Todo me olía a sexo; la almohada, donde había sumergido mi rostro, ardiente por una vergüenza inexplicable; el aire hasta entonces apacible de mi habitación, las escasas piezas de ropa que conservaba. Sentí el aliento cálido de su respiración en mi cuello, si bien a ese punto, estaba más que excitada y las caricias nobles de sus manos descendiendo por mi torso hasta las caderas, se disipaban en pensamientos doblemente impúdicos— No juegues conmigo, Hanji. Puedo ser muy permisivo respecto a ciertas libertades que te tomas, pero no lo seré en absoluto cuando se trate de exponer tu vida.

—¿Estás usando mi desacato como excusa para doblegarme? —fingir indignación entre jadeos a duras penas contenidos, únicamente le dio la señal que aguardaba y recibí otro par de nalgadas, más eficaces para su propósito disciplinario. Separé lo bastante las piernas, mostrando el impúdico manantial de anhelo, que hacía dibujar mi feminidad como una promesa bajo el tejido casi transparente—.

—Digamos que te castigaré de forma tal que no vuelva a ocurrírsete hacer algo parecido, sin mi autorización —acalorándome la mejilla con un beso tierno, apartó mi cabello de la nuca, depositando otro en ella, que me hizo arquear hacia abajo y elevar las nalgas, apretándolas contra su entrepierna. Su virilidad a ese punto me asustó; comencé a temblar en una mezcla de total descontrol por sentirlo poseerme y el horror de experimentar algo que jamás estuvo en mis planes—. Cálmate, no ayudará que te pongas nerviosa… Iremos paso a paso.

Advertirme tan descubierta, cada vez que mis bragas caían, era una extraña y lasciva sensación. No le había dado la primacía de tomar mi virginidad, pero siempre viví el instante como si de la primera vez se tratase; nunca dejó él de maravillarse al contemplarme desnuda, parecía hechizado con mi naturaleza femenina. Y luego de hacerme sucumbir al prodigio de su tacto, mi vientre acogió la placentera embestida. Concentrada en la delirante armonía de los cuerpos, mis temores fueron cediendo y el éxtasis de percibirlo dentro, borró cualquier otro pensamiento que no tuviese que ver con la fogosa cópula. Su intensidad me hablaba de un fervor que lejos de palidecer, iba cobrando nuevos e inesperados matices. Queríamos sacarle provecho a las horas y prolongar todo lo posible aquella ventura, permitiéndonos ser libres de morir sólo cuando alcanzábamos la cima del goce.

—Por Sina, Erwin —jadeé, a los segundos del orgasmo y aludí al supuesto castigo—, lograste asustarme… pensé que…

Sonrió travieso por toda respuesta, limitándose a besarme los hombros, mientras dejaba correr los dedos sutilmente por la línea de la espalda… hasta la caída. Entonces comprendí que me había dado el tiempo y la satisfacción necesarios para juntos develar sin miedos ese misterio que tanto lo fascinaba.

—¡N-no puedes…! —la voz se me ahogó en la garganta, cuando percibí el rastro cálido y húmedo que su lengua dejaba en las curvas de mis glúteos— ¡Eso es algo s-sucio!

—Y yo no soy Levi —aseguró, muy dueño de sí—. Por si las dudas, haré que grites mi nombre —el repentino hincón de sus dientes en la redondez de la carne, provocó que yo brincase al percibir el tenue malestar, y por instinto, clamé su nombre glorioso como apremiante réplica—. Reaccionas muy bien a mis estímulos —a la sazón, observó el conjunto de pequeños frascos que descansaban sobre la mesa auxiliar, junto a mi lecho—… ¿Aceite de sándalo? ¿No es a lo que huele tu piel cuando vienes de retozona, Hanji? Ah, y de vetiver, de lavanda... Qué oportuno.

Conocía mi habitación, y por supuesto, de mis aceites naturales. El maldito lo había previsto, sólo tendría que inclinarse adelante y extender la mano. Me afiancé a la almohada como pude, cerrando los ojos.

—Si te contraes, de verdad se tornará un castigo —Percibí que apartaba con la mano izquierda la carne, mientras los dedos de la mano diestra esparcían el óleo. El fuerte aroma a sándalo me cautivó, amén del roce del pulgar derecho, estirándome suave la piel e inconscientemente me hice atrás, buscando algo con lo que topé de improviso y no conseguí evitar estremecerme—… ¿Oh?

—T-todavía estoy a-asustada —lo dije sin mucha convicción. Difícilmente coordinaba ya las ideas; mi cuerpo era todo un sobresalto, y a la vez, pedía a gritos que él me habitara.

—Pero… ¿Qué puede suceder que sea tan horrible? —me susurró al oído, para después morderme suave el lóbulo de la oreja— Será un placentero escarmiento.

De cierto modo, lo fue. Nada similar a cuanto escuchara, ni a las ideas que tenía… En mi propia experiencia, era como hallar la pieza que nos faltaba para ser completamente del otro. La caída de todos los prejuicios ante la verdad de un acto, que también conllevaba gentileza y ternura. O es que mi comandante sabía muy bien cómo hacer las cosas…, y aunque al principio me dio la sensación de que intentaba un imposible, pronto mi cuerpo aceptó el reto impuesto, acomodándose por entero a su vigor.

La novedad acabó quitándonos parte de la noche y el aliento; nos derrumbamos tan plenos, venturosos y satisfechos, que solté una viva carcajada. Él se acomodó para deshacer el cinturón atado a mis manos, dejándose caer a mi lado y me atrajo sobre su pecho.

—Te juro, Erwin —apoyé mi cabeza sobre su corazón, aun palpitando a ritmo delirante y seguí riendo sin control—…, que no volveré a temerle a nada.

—Cielos, Hanji… Me vuelves loco —susurró adormecido, y su mano correspondió atrayendo mi pierna, de forma que pudiera sentir el muslo sobre su ingle—. No deseo más… No necesito más…

—Lo sé —correspondí a sus palabras con un beso tierno—, pero a veces anhelo escuchártelo decir.

—¿Es que no lo entiendes? Ninguna mujer consiguió verme derrotado en su cama. Tus estrategias son infalibles —suspiró, ya recobrando su habitual calma—. Eres una insumisa, pero al entregarte provocas que yo me rienda a tus pies…

Mi pecho amenazó con estallar jubiloso al oírlo, Erwin Smith era mío. No en el sentido estúpido de pertenencia, sino como parte indiscutible de mi alma.

—"Ninguna mujer". Eso me suena a plural ¿qué me perdí? —sonreí, celándolo sólo para satisfacer su ego. Erwin Smith tenía un objetivo bien definido, que jamás iba a poner en riesgo sólo por un amorío pasajero y yo un sitio a resguardo en su corazón.

—Te aseguro que nada importante —respondió muy serio, deteniendo mis manos, que jugaban a pellizcarlo suavemente bajo sus costillas. Entonces me observó enfático—. Yo no tengo más en la vida que un propósito y tú, Hanji.

El destino me lo demostraría, nunca fui suplantada por otra.