Confusiones, confesiones
Alerto sobre tratamiento erótico al narrar cómo fue mi despedida, antes de que el comandante partiera hacia Mitras. Son libres de abstenerse y no seguir leyendo.
El toque para la comida se había dado, empero yo continuaba encerrada en mi habitación, llorando a lágrima viva. Días atrás había perdido a mis dos ejemplares de tres metros, al haber profundizado el corte de la médula espinal y abarcar la nuca, su manifiesto punto débil. Y esa tarde malogré la operación de la región encefálica de Cinco Metros. Quien dedica su corazón a las investigaciones, conoce lo duro que resulta encontrarse de súbito sin material para estudiar. Máxime si llevabas años implorando por tenerlo.
Cuando todos saboreaban la escasa ración del soldado, Erwin y yo compartíamos el lecho, ambos acostados sobre el cobertor, vestidos al modo civil. Bueno, recuerdo que conservaba mi bata de laboratorio… Él tratando de consolarme, sin lograr mucho, en un principio.
—No tiene caso que sigas afligiéndote —se encogió de hombros—. Hay procedimientos que deberás ir perfeccionando, hasta que consigas tu objetivo sin matar al espécimen.
—¡No uno, sino tres! ¡Soy un desastre, una científica torpe que no logra contener sus arrebatos! —vociferé llorosa, dando puñetazos al colchón— ¡Sin Bolas y Mucho Pelo muertos! ¡Cinco Metros pasó a mejor vida!
—Bien, aprendiste de tus errores y la próxima vez pondrás más atención a lo que haces —Erwin suspiró resignado, acariciándome los cabellos—.
—Prométeme que aprobarás otra captura —dije, alzando el rostro para observarlo a los ojos—. No voy a quedarme a medias ahora.
—Y no depende solo de mí, lo sabes —me devolvió una mirada firme—. Haré lo que pueda.
—Es lo único que te he pedido en años. Bueno, y el material para los aros —gimoteé, limpiándome la nariz con la manga de la bata—. Ninguno de los dos ha sido una solicitud personal.
—Lo sé, Hanji. No posees una pizca de egoísmo, pero te haces valer. Es algo que me fascina de ti —me había tomado el rostro con ambas manos, y creí que iba a besarme, sin embargo, se cortó de hacerlo—… De acuerdo, induciré a los Altos Mandos a conceder otro permiso.
—Esperaré con ansias esa respuesta —para colmo, terminé hipando. Quiso contenerse de sonreír, mas no lo consiguió— ¿Me ayudas a revisar el informe?
—Por supuesto, aunque no creo que debas preocuparte. Siempre has sido meticulosa con la información y de seguro te ganarás el derecho a otra captura —girándose un poco, tomó el cartapacio de papeles que se hallaba sobre una de mis mesas auxiliares, junto a la cama—. Veamos… "Existencia de un sistema nervioso primitivo; central que no periférico y líquido cefalorraquídeo. Probada regeneración de las piezas dentales y ausencia total de caninos. Sistema digestivo incompleto. Carecen de bacterias que degraden los alimentos. No hay una concentración ácida fuerte, sino cercana al ph neutro. Sistema circulatorio inusual y órgano que bombea la sangre, pero difiere físicamente del corazón humano, pendiente de un análisis más profundo. Investigar la sangre no es probable, al contacto ambiental, volatiliza. Presentan órganos reproductores internos sin desarrollar…" —me observó muy serio, y advertí un brillo de admiración en sus ojos— Hanji, esto es más que suficiente para convencerlos de tus progresos.
—Es una lástima que mi precipitación los haya matado —de nuevo estuve a punto de romper en llanto—…
—Basta de agonía, me siento muy orgulloso de cuanto has conseguido —había un tono de real satisfacción en su voz, colocó nuevamente los papeles encima de la mesita y al volverse otra vez, sí me besó—. Tú iluminarás a la humanidad con esa inteligencia que posees. Mañana saldré temprano hacia Mitras, y apenas entregue los apuntes, voy a discutir nuestro próximo viaje fuera de los muros.
—Me ocuparé de mejorar los artefactos que uso para la experimentación —increíblemente, su beso acabó con todo rastro de hipo y parte de mi desaliento. Le regalé una leve sonrisa, ya más compuesta—. Hay un vidriero en Trost que puede hacerme unas lentes decorosas para el microscopio ¡Aumentará mucho la calidad de la imagen que veamos!
—¿El par de grumos enzimáticos lucirá como pepitas de oro? —se atrevió a bromear, y al percibir mi expresión resentida, hizo correr su dedo índice por mi nariz— Muy bien, añade tu solicitud a los gastos del presupuesto. Debo marcharme —al buscar incorporarse, detuvo el gesto un instante y quedó sentado, mirándome grave—. Recuerda, Hanji, nada de lamentos ni de culparte por la muerte de los titanes. Le preguntaré a Nanaba y a Levi cuando vuelva si…
—¡Parece que no me conocieras! —rezongué, y lo seguí, colocándome a siniestra. Llevando la mano a su mejilla, le acaricié a la par que susurraba— Oye, ten cuidado.
—Eres mi amuleto de regreso; descuida, seré cauteloso —me sonrió, e intentó abandonar el lecho. No sé qué instinto se apoderó de mí, el caso es que le tiré del brazo, devolviéndolo a su anterior postura; y con la extraordinaria destreza que da la enérgica vida militar, lo liberé del cinto. Sin perder un segundo, mi labor se concentró en despejar el camino al triunfo que me aguardaba, muy al filo de su pantalón— ¡Hanji! ¡Le dije a Mike que iba a encontrarme con él!
—Oh, te aseguro que no le molestará esperar un poco —recibí con tanto placer la pronta respuesta a mi locura, que acabé liándome tratando de besarlo y de sacarme el pantalón todo en una—… Mierda.
—¿Desde cuándo maldices? —rompió el beso, porque tan inusual resultaba aquello, que sus ojos se abrieron desesperadamente y tuvo que, por fuerza, lanzar una carcajada— ¡¿Qué haces poniéndote de espaldas?!… Vas a matarme.
—De puro gusto, Erwin. Y no me preguntes, ni yo misma sé lo que hago —declaré, mirándolo por encima del hombro, estaba a horcajadas sobre su vientre y él se vio obligado a sostenerse del brazo derecho…, mientras su mano izquierda se introducía bajo mi bata y la camisa, buscando acariciar la piel de mi espalda. El solo roce de las yemas hizo que me arquease y gimiera—. Te deseo tanto que por ti me convierto en río, en cortesana, lo que prefieras.
—…A mi Hanji libre y a punto de extender sus alas —dijo, inclinándose de lleno hacia mi espalda, y descansando allí el rostro. Percibí su ardiente respiración contra el tejido, a la par que su brazo izquierdo me rodeaba por debajo de éste—... ¿Quieres zafarte la maldita bata?
—Sí, comandante —me tocó reír, porque tampoco él solía usar imprecaciones y de inmediato me deshice de la molesta prenda, lanzándola sobre mi escritorio, lejos de la cama. Torné a observarlo de nuevo por encima del hombro, mientras le oprimía poco a poco el pubis con mis glúteos— ¿Siguiente orden?
—Que me atrapes y no me dejes ir…
—Ni querrás, mi titán meloso, te lo aseguro…
—¡Hanji, no me llames tal cosa!
—¿Por qué? ¡Oye, no me pellizques! —di un pequeño brinco, adolorida. Se había vengado, dejándome una tenue marca roja en una de mis curvas— Oh, ¿el titán quiere guerra? ¡Me compadezco de él! —y deslizando la mano entre los muslos separados, copé suavemente esa parte vulnerable bajo su templada firmeza. Él abrió los ojos con desmesura, luchando entre la sensación placentera y la desconfianza… Comprendí que me tocaba iniciarlo en aquel juego, dándole a entender que tal violencia iba solo de palabra— Pues habrá que someter al titán y después ponerlo en su sitio…
—S-santa Ymir… N-no sé si logre aguantar esto —los enérgicos latidos de su corazón y el involuntario estremecimiento del cuerpo, sucumbiendo a la caricia de mi mano; el roce de la palma y el pulgar sobre la cálida masa, de la yema de mis dedos bajo ella, le llevaron a conocer un goce nuevo ante el cual se descubría por completo vencido—… Cuando te imagino así de húmeda y apretada a mí… P-por favor, déjame sentirte —me susurró al oído, a la par que su mano acariciaba apaciblemente mis pechos bajo la áspera camisa—. Quiero, necesito sentirte…
Dejó correr la misma hasta mi cadera, engarrando los dedos a ella y aguardó que tomase la situación en mis manos. El vínculo fue tan placentero, acrecentado por la novedad de la postura, que ninguno de los dos se cohibió de gemir a toda voz; olvidando totalmente que había un mundo fuera de la habitación— ¡Cielos, Erwin! ¡Oh, cielos, siiii!
—N-no hagas escándalo, Hanji —tuvo que soltar mi pelvis y cubrirme la boca con la mano, desde atrás—… E-es una suerte que Levi y Mike no estén en la casa de oficiales.
—¡Me importa un rábano! —exclamé, revelándome contra su mordaza y di rienda suelta a mi voluptuosidad natural, incrementando la cadencia del movimiento— ¿No soy tu desenfreno, tu fiebre, el único vicio que te has permitido, Erwin? —jadeando, exigí una respuesta— ¡Dímelo!
—T-tú… solo comprendes un lenguaje —su mano izquierda bajó a prenderse de la cadera; y atrayéndome hacia su vientre, propició la unión de nuestros cuerpos hasta el límite, sin la mínima contemplación o suavidad. Uno, dos, tres, varios tirones abajo y no requerí de vocablo alguno para que mi cuerpo entendiera.
—¡Ohhh, voy a gritar! —pero mi voz quedó repentinamente sometida en la garganta, cubrió mi boca con sus dedos, mitigando el clamor; y tras el conocido pálpito que me anunciaba la dicha, su tibia simiente me llenó.
—Por Sina, Hanji, me provocas de una forma… No tiene perdón lo que haces conmigo —suspiró, dándome a conocer que dispensaría todos mis raptos de ardor.
—Si morimos por la humanidad, que incluya la nuestra —musité, abandonándome a su abrazo, y mi espalda fue una con su pecho. Al echar atrás la cabeza, sentí su rostro acariciar el mío, arriba del hombro y a través de mi cabello, que se interponía, enmarañado y celoso.
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Si bien no estuve presente cuando sucedió, acabé por saberlo y la verdad es que me resulta gracioso contarlo, a la vez que me causa ternura el recuerdo.
Erwin cerró la hoja de madera tras haber entrado a la recámara, centrando su atención en el teniente primero, que aguardaba junto a una de las ventanas. Éste se volvió al escuchar el sonido de la puerta, gruñendo burlonamente.
—Siento llegar tarde —se disculpó el comandante, sacudiéndose la ropa en un vano intento de que luciera más estirada—, lamento haberte hecho esperar.
—Hombre, si hubieras demorado sólo cinco minutos, me preocuparía. Las despedidas tardan lo suyo —Mike consultó irónico su reloj de bolsillo y sonrió—…. Buen tiempo ¿Qué, te ofrecieron lo mejor del repertorio?
—Pongámonos serios, Mike —fue la respuesta de mi comandante, quien se avergonzaba de bromear sobre su probada virilidad—. Vas a quedarte al frente del ejército a partir de mañana; serán dos días apenas, pero igual mantén los ojos abiertos.
—Ya veo que todo el entusiasmo lo dejaste con Hange —suspiró su amigo, haciendo un gesto negativo con la cabeza—. Y hablando de la reina de la Legión, imagino que conseguiste aliviar su angustia… Daba pena, sinceramente.
—Se frustró mucho al percatarse de que los había matado. Lógico, eran valiosos especímenes de estudio para el avance de la humanidad —explicó Erwin, quien se había dirigido a su escritorio para sentarse. Invitó a Zacharius a hacer lo mismo en el diván lateral—. No se lo perdonará fácilmente, ahora debo andarme con pies de plomo; me pedirá titanes cada vez que pierda uno.
—Bueno, querías una mujer desafiante —dijo Mike con su tono bajo, inclinándose al frente y se acodó sobre los muslos, entrecruzando los dedos— ¡Pues ahí está! Hange no exige collares ni chocolate, sino un monstruo…
—El atractivo de lo difícil —asintió mi comandante, sonriendo—, con ella nada es simple.
—De haber preferido lo fácil, tú estarías casado ya sabemos con quién, y no en el Cuerpo.
—Ni menciones su nombre. Si de casualidad Hanji te oyera, no quiero suponer por qué cosa le daría —confrontó a Mike con la mirada—… Imagínate si pasara del sufrimiento al enojo.
—Diría yo "del éxtasis al enojo". Vamos, Erwin, obviamente la consolaste —solo Zacharius era capaz de soltarle aquello al comandante, amparado en su extrema confianza y amistad—… ¿No, sucedió al revés? ¿Te brincó encima?
—…
—Hombre, quita esa cara. Siéntete afortunado ¿a qué ruborizarse? —bufó Mike, quien obviamente no comprendía la razón de tanta reserva— Usa tu viaje a Mitras para insistir sobre otra captura. Y quizás, en el camino te ilumines pensando qué puedes hacer, además, para devolverle su risa estrepitosa.
—Lo primero ya es una decisión tomada. Lo segundo —mi comandante suspiró, bajando la mirada y la voz—…, no soy un romántico, Mike y dudo mucho que Hanji guste de cursilerías. Tú mismo lo has dicho, ella es diferente a todas las que he conocido.
—Pero no deja de ser mujer, sólo porque difiera de lo común. Y nadie habló de ridiculeces —gruñó el otro, molesto ante la resistencia de su amigo—; me refiero a un detalle único que le demuestre lo mucho que le importas.
—Ella lo sabe —concluyó Erwin, simulando arreglar sus papeles—.
—Qué confiado —dijo Mike con un dejo mordaz; para él nunca serían bastantes las manifestaciones de amor hacia Nanaba, en su esmero por ofrecerle seguridad—. Bueno, haz lo que se te venga en ganas y desecha la voz de tus mayores.
—"La voz de tus mayores", ¿eh? —mi comandante alzó una ceja, observándolo irónico.
—Lo que significa oír consejos. No sé, tómalo como una premonición o algo así. Cada vez que hacemos un viaje a la capital, ocurre algo desagradable.
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El maestro cristalero me trajo las lentes al cuartel, y en cuanto agarré la pequeña caja, me dispuse a probarlas sin perder tiempo. Llegué corriendo al laboratorio y tomando el microscopio, coloqué todo lo necesario sobre mi escritorio, bien iluminado con dos candelabros de brazos. Mis gritos de satisfacción al colocar el de mayor aumento, debieron escucharse en las caballerizas.
—¡Yahooooi, qué preciosuras! —exclamé, buscando enfocar bien la muestra— ¡Se aprecian a detalle las vacuolas contráctiles simples!
—¡Cuatro Ojos, tú me has metido en esto y vas a sacarme del atolladero!
—¿Eh? ¿Qué hice? —abandoné de inmediato la observación y descubrí al Pelo de Tazón, a dos pasos del escritorio, con el rostro encarnado— ¡Levi! ¡Pareces una tetera hirviendo!
—¡Cállate, Gafotas Inútil! ¡Es tu culpa que yo esté así! —rezongó, señalándome con el índice— ¡A cada paso que doy, ando con mil precauciones tratando de no meter la pata y resulta que pasa justo lo contrario!
—¿Ahora soy la causante de que te hayas enamorado de tu subalterna? —abrí los ojos y parpadeé atónita— Enano, interrumpiste mi trabajo hablando incongruencias y encima, ¿te atreves a soltarme tu problema? Cinco segundos; es lo que tienes para decidir si te largas de regreso a tu habitación, o sentarte y contar tu dilema.
—¡Tsk, ese imbécil de Erd…! ¡No lo expulsé de la Legión porque no tengo autoridad para hacerlo —gruñó, prefiriendo la opción de ocupar un sitio en mi diván—…, pero te juro que…!
—Vamos a ver —frunciendo el ceño, coloqué ambas manos encima de la mesa con las palmas abiertas, e inquirí—, ¿tu sublíder tocó a Petra?
—¡Mierda, no! Erd es novio de una chica que vive en Rose —dijo, escandalizado— ¿Qué te piensas, Cuatro Ojos?
—No soy adivina, Pelo de Tazón. Cuando te vi ese color granate en el rostro, imaginé lo peor —le respondí, procurando ser paciente y alcé la vista al techo—. Además, no sería el primero ni el último que lo hiciera…
—Petra me sorprendió con unas bragas suyas en la mano.
—¡¿Las de quién?! —temí que la mandíbula me diera contra el pecho de puro asombro— ¡No entiendo nada! ¿Hurtaste la ropa interior de tu subalterna?
—¿Eres idiota o qué, Cegata? ¡Las de la novia de Erd!
—¿Y QUÉ hacías TÚ con las bragas de esa chica? —realmente, no podía creer lo que estaba oyendo— ¿No te bastó lo de Nifa? ¿O creíste que juerga fuera del cuartel no es traición? ¡Y para colmo, acabaste llevándote su prenda íntima de premio!
—¡NO SOY UN ASQUEROSO PERVERTIDO, CUATRO OJOS! —estalló Levi, parándose de un salto con los puños crispados, para de inmediato volverse a sentar— ¡Era mejor no decirte nada! TSK, SIEMPRE QUEDO MAL, QUERIENDO HACER LAS COSAS BIEN.
—Oh, bueno… Explícate, porque del modo en que cuentas la historia, terminarás colgado en la plaza.
—Descubrí esa cosa repugnante bajo el colchón de Erd, al revisar la cabaña de mis soldados —lo soltó de mala gana y muy en el fondo, percibí la vergüenza—. Por desgracia, Petra llegó con un aviso y no me dio tiempo a hacer otra cosa que ocultar esa basura tras la espalda.
—Y te pusiste la soga en el cuello —deduje fácilmente. Luego comenté, pensativa—. Cierto que tu subalterna ha madurado mucho, pero no lo bastante como para repensar la situación…
—Tch, siquiera me dirige la palabra. Se lo vi en la cara, está decepcionada y no la culpo —Levi chasqueó la lengua, todavía resentido—; tú misma trocaste la verdad al contártelo.
—Hasta que hablaste claro, enano —lo afronté, cruzándome de brazos—. La diferencia es que yo analizo las cosas y la experiencia me ayuda. Permíteme decirte que te ahogas en un vaso de agua.
—¿Y qué aconseja la Gafotas Inútil? —ojeándome de soslayo, exhaló—. Tsk, estoy maldito.
—Si vas a imponerle un correctivo a Erd Gin, es lógico que reúnas a toda la unidad —le dije abriendo los brazos, como si fuera lo más obvio del mundo—. Tendrás que explicar la razón del castigo públicamente y tu subordinada respirará de alivio. Parece mentira que aún no domines cómo funciona la normativa militar —y ya que me había distraído del trabajo, al menos obtendría un beneficio—. A cambio de salvar tu pellejo, me traerás dulces y té.
—Tsk, te aprovechas de todo, Cuatro Ojos —por supuesto, Levi nunca sería Levi si no replicara. Noté la urgencia por calmarse y no darlo a entender, así que lo disimuló señalando el microscopio—… ¿Qué tanto mirabas ahí?
—Los paramecios —reí ante aquel tonto esfuerzo por ocultar las turbaciones de su espíritu—, esos organismos a los cuales te pareces.
—Quita, déjame verlos —echándome a un lado, puso el ojo sobre el ocular— ¡Oe! ¿Acaso tengo cara de pantufla? Tch, y están llenos de pelos… Son asquerosos —hizo un gesto de asco, apartándose del microscopio. Entonces suspiró, ya dueño de sí—… Pero me siento más relajado, voy a convocar a los míos y hacerles respetar las reglas.
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Mi castigo por afirmar que nunca estaría inquieta ni pendiente de un hombre, se hizo manifiesto cuando al transcurso de la relación, me vi extrañándolo a pesar de todo. Así supiera que se trataba de un viaje corto, y mi tiempo libre muy escaso, me sorprendí evocando su imagen más de una vez. No sé por qué sucedía, ni lo conseguí probar científicamente, pero me daba la impresión de que una parte de su alma permanecía conmigo, acompañándome. Igual, no lograba disipar la tenue punzada que me provocaba su ausencia física.
—"Debo endurecer mi voluntad, esto no puede ocurrir. Lo gracioso es que siquiera se trata de una preocupación motivada por celos, o incertidumbre… Y han sido únicamente un par de días…"
—¡Hanji! ¡Me haces parlotear y tu pensamiento está en Mitras! —rezongó Nanaba, pegando un manotazo al escritorio. Di un buen salto, alarmada— ¿Te informo o no sobre la urgencia de material sanitario?
—Discúlpame, Nana —suspiré brevemente, haciendo un gesto negativo con la cabeza—. Es patético que mis trastornos personales acaben intercalándose entre las obligaciones diarias ¿Continuamos?
—Nada que disculpar. Lo siento, ahora que te miro a los ojos, me doy cuenta —dijo con su tono entrañable y maternal, observándome juiciosa—… Hanji, no eres una soldado que descuida su labor porque anda en las nubes a causa de un amorío adolescente. Nunca te he visto abandonar los quehaceres del ejército para ir tras Erwin… Bueno, solo aquella vez en la guardia —sonrió recordando la ocasión—, y fue él quien lo propició. Lo que intento decirte…, es que no seas tan inflexible contigo misma. Sí, lo estás amando de un modo irremediable; de la manera en que se ama al hombre íntegro que rompe sus propias reglas, si nota que éstas lo hacen egoísta y menos humano… Es normal que lo desees a tu lado.
—¿No es irónico, Nana? Tú y yo, quizás la misma Petra, viviremos los años que nos dé la providencia como amantes de los más grandes oficiales que ha tenido la Legión — cavilé, llevando el puño a la barbilla—…, y, sin embargo, algún día nos reconocerán bajo el nombre de esposas.
—Me basta con lo que soy para Mike —respondió categórica; si alguien había renunciado a su linaje de plano, era Nanaba—. La caótica sociedad en la que ahora mal habitamos siquiera nos ve como seres humanos dignos, así que no ansío ningún nombramiento.
—Admiro el gran paso que diste, no por dejar la vida cómoda, sino porque te le plantaste delante al abusivo de tu padre y —enfaticé, aprobatoria—, si bien no quiso escucharte y te agredió, le dejaste claro que no serías un objeto de lujo.
Ambas prestamos atención a la puerta. Los enérgicos toques revelaron, incluso antes de que le permitiera la entrada, la presencia del primer teniente.
—Hum, Nana… Buenas tardes, hoy siquiera te he visto. Detesto asumir la comandancia, es una suerte que recién llegó Erwin al reducto —me dio gracia oírlo tan formal, pero cuando habló de mi comandante arribando al cuartel, sentí una euforia dentro que sonreí llena de gozo—. Hanji, quiere verte dentro de quince minutos en su recámara, vestida de civil. No le noté buen semblante y olía como a —dudó antes de soltarlo, mirando a Nana—… mujer de bajo mundo.
—¡Mike! ¿Por qué le dices tal cosa…? ¡Mitras, este hombre! ¡Si fueras ciempiés estarías parado en una sola pata; las otras noventa y nueve las metiste completas dentro del hueco! —y lo contempló de soslayo— ¿Quieres aclararme cómo sabes el olor de una "mujer de bajo mundo"?
—¡Tranquilízate, Nana! Mira, casi lo haces llorar —la verdad es que me debatía entre la risa…, y la pena que me causó la revelación de su olfato. Mi compañera siguió regañándolo sin piedad y dándoles la espalda, resolví despojarme de la bata para quedarme con la ropa de trabajo e ir al estudio de mi comandante. Supuse que la pareja feliz pronto se cansaría de reñir y buscando reconciliarse, hasta usarían el diván o la camilla durante mi ausencia.
Mike ya me había expuesto que alguna particularidad había sucedido en el viaje, por ende, caminé lo más rápidamente posible hasta encontrarme frente a las conocidas hojas de madera. La voz de mi comandante permitiéndome acceder me sonó a su inflexión habitual, nada extraordinario. Empero, la clarividencia y olfato de Mike no estaban errados, Erwin parecía encontrarse oprimido por alguna necesidad. Apenas entré a la recámara, solo pude sonreírle, porque me lanzó de inmediato su petición.
—Hanji, solicito de ti que me acompañes a un lugar —a diferencia de otras ocasiones, siquiera hubo un abrazo por el regreso, Erwin permaneció serio tras el escritorio, con sus manos cruzadas a la espalda— ¿Puedes ir conmigo? Quizás interrumpo tus experimentos o…
—No hay nada que me lo impida —contesté sin titubeos— ¿Quieres partir ahora mismo?
Decidí ahorrarme el "acabas de poner un pie" y ese común "no has descansado ni comido". Si para él aquellas rutinas imprescindibles no constituían una prioridad, era ilógico sofocarlo insistiendo en ellas. Lo que fuera que deseara buscar, o descubrir, era su objetivo primordial y, por tanto, se convertía en el mío también… Así terminara confesándome que había visitado un burdel, cosa improbable si lo conocía bien.
—Gracias por tu disposición, Hanji —entonces dirigió sus pasos hacia la hoja de madera, pasando a mi lado—. Preparemos los corceles, deseo que partamos de inmediato. No es juicioso andar haciendo correrías nocturnas por ciertas barriadas de la ciudad —me indicó la salida con la mano—. Tú primero.
Respondí a su caballerosidad inclinando ligeramente la cabeza y le dediqué una leve sonrisa. Mostrar aplomo cuando anhelas una explicación al soberano misterio, es un arte que aprendí a cultivar y dominé solo al cabo de los años.
Ninguno de los dos habló media palabra según íbamos andando hacia los establos, tampoco mientras nos dimos a colocar sillas y bridas, ni al abandonar el cuartel bajo la mirada curiosa de algún que otro soldado…, y de Moblit, que se hallaba junto a la entrada principal discutiendo sobre una de las armas de captura con Abel. Hizo el intento de gritarme algo, pero se cohibió al notar mi compañía. Erwin siguió cabalgando vista al frente, no obstante, creí advertir un momentáneo frunce de ceño.
La tarde comenzó a tornarse noche, según fuimos adentrándonos en la ciudad. Galopamos por un sinfín de calles, plenas de comercios y moradas; estas últimas eran típicas construcciones de la clase media, hechas en piedra o madera. Sin embargo, a cada tanto se divisaba una zona donde solo habitaban los pobres e indigentes. A esas horas, las familias ya se habían retirado a los hogares en su mayoría, ocupándose de preparar la cena o dedicarse a otros quehaceres domésticos.
Nos detuvimos al final de una estrecha callejuela y Erwin decidió guardar los caballos en la caballeriza de un bodegón cercano. Yo seguía rompiéndome los sesos, ¿qué lo motivaba a conducirse así? Distante, y a la vez, haciéndome cómplice de un asunto sin aparente pie ni cabeza. Regresó casi al momento, para tomarme de la mano y el gesto fue tan sorpresivo, que no di un paso. Erwin se giró a observarme, un poco turbado al advertir que ni me movía.
—Ven, Hanji —dijo tirando de mí, provocando que avanzara tras él. Justo al fin de la calle, un pasaje discreto conducía a otra más amplia. Las casas de pobre apariencia desaparecieron y contemplé una exigua calzada, bastante quieta pese a la cantidad de viviendas. Atravesamos la calle, para quedar frente a la puerta de una casa de madera, que, si bien lucía cómoda y amplia, se hallaba a todas luces desierta.
—Erwin, no es prudente que tomes mi mano. Cualquiera podría darse cuenta de quienes somos, aunque la noche nos ampare con su manto ¿Y me dirás ahora qué husmearemos aquí? —la sangre comenzaba a hervirme, de pura impaciencia— Este lugar no lo ha pisado un humano en siglos.
—Exageras, mi pequeña impaciente —Yo parpadeé aturdida, ¿había oído bien? Luego de un recibimiento tan frío, ¿me soltaba la primera expresión cariñosa, junto a un hogar desolado?—. Satisfaceré con gusto esa curiosidad apenas entremos.
Observarlo extraer de su pantalón la llave que entreabrió aquella puerta, me hizo abrir la boca y lanzarle la pregunta.
—¿Qué significa todo esto, Erwin Smith?
—Bienvenida a casa, Hanji—dijo con un tono matrimonial que puso mi corazón a latir desenfrenado—. Únicamente me aflige que no puedas conocer a mi padre.
Cerró la vetusta hoja corriendo el pasador interior y sacudiéndose las manos empolvadas, me tomó el rostro y mis labios acogieron los suyos, abriéndose despacio, bajo el dulce apremio de nuestras lenguas que se juntaban. Pasarían siglos, pero estaba segura de que la deliciosa combinación de natural descaro y suave terneza no se perdería ni en la más avanzada edad. Existiría siempre una lujuria hermosa, que nos avivaba cuerpo y espíritu. Rompió tan lentamente el beso, que sentí mi alma separarse de la suya de igual forma que nuestros labios.
—Solo queda esta copia, ten —refirió, colocando la vieja llave en la palma de mi mano—, la otra mi padre se la llevó consigo. No sé si algún día necesitarás un refugio, y dudo mucho que la Policía Militar le preste atención a una casa deshabitada, que cayó en el olvido. Siéntete dueña de lo único que me importa del pasado.
—¿P-por qué haces esto, Erwin? —sentí mis lágrimas correr, inevitablemente y gemí— Digo, comprendo lo que supone…, pero…
—Lo entenderás mejor después que te cuente algo que sucedió en Mitras —volvió a sostener mi rostro, limpiando con sus pulgares todo rastro de llanto. Me besó muy brevemente y acto seguido, se dio a buscar con qué liberar de polvo la mesa y su par de sillas a juego, además de una lámpara de vela. Imaginé la mueca de Levi si nos hubiese acompañado; lo más probable es que se resistiera a entrar. Cuando Erwin logró dejar las piezas medianamente decorosas y encender la vieja lámpara, pidió que me sentara—. Me arriesgo a provocarte un leve sufrimiento, a cambio de tu confianza. Te soy sincero; dudé mucho en si contarte o no, dado tu carácter. Sin embargo, creo que nuestros lazos están lo bastante firmes como para que lo compartamos todo.
—¿De qué se trata? —bordeé la mesa, para ocupar una de las dos sillas que se había ocupado de limpiar. Aguardé a que hiciese lo mismo y tomándole una mano entre las mías, le hice apreciar que yo estaba más que lista para oírlo— Apenas te vi en la recámara, ya estabas extraño.
—Hallé a Marie Dok fuera de la Cancillería de los Altos Mandos —dijo muy quedo, inclinándose hacia mí—. Esperaba a su marido, quien, por lo visto, se las apañó para ser el favorito de los nobles.
—¿Y? —al oírlo empalidecí un poco; a pesar de la llave, a pesar del beso.
—Voy a narrarte lo que hablamos, palabra por palabra —su voz, grave y profunda, me dijo que no tenía que temer a la verdad—. Nada extenso, pero sí muy concluyente. Al menos de mi parte.
Erwin comenzó la historia, manifestando que su intención había sido plantarle cara a los Altos Mandos; informe de investigaciones y de la última expedición en mano, para abandonar de inmediato el edificio de la Cancillería en cuanto le ofrecieran una respuesta. Demoró lo suyo, pero salió triunfante, con la próxima exploración y permiso de captura, firmados por su inmediato superior, Darius Zackly. Sin tapujos, el Generalísimo se atrevió a comentarle que, tras el último encuentro, había notado una ligera acentuación en mis curvas, señal de que nuestro maridaje gozaba de buena salud. Reí al escuchar aquello, Zackly después de todo, era de aprovechar el poquísimo gozo que le brindaba la vida.
—Lo último que imaginé fue que me toparía con ella saliendo de aquel sitio. Me soltó irónica: "El comandante Erwin Smith, que nunca ha dispuesto de un tiempo para visitarnos. Por lo visto, esa chica no te dio mi recado".
—Qué placer verte con tus niñas, Marie. Supe que Nile fue mandado a llamar, supongo que has venido a servirle de compañía —la saludé lo más formalmente posible—. Me disculpo al no haber acudido a celebrar el nacimiento de sus vástagos. Lo cierto es que el Cuerpo de Exploración no dispone de muchas horas de ocio —decidí puntualizar la diferencia entre nuestras labores—. Y yo también te recuerdo con aprecio, como ves, el mensaje que mandaste con mi Teniente Segunda, llegó a su destino.
—Oh, sí, mi esposo anda en tratos con los nobles del Rey. Quiso presentarme a la corte, ahora estamos bien considerados.
—Nile logró hacer una familia y disfrutar de una bella descendencia —confieso que decirlo me apenó, porque siento que yo estoy incompleto, a pesar de fingir lo contrario—; es lo que ningún soldado de la Legión posiblemente conseguirá en un futuro inmediato.
—Mis hijas bien que pudieron ser tuyas —era el discurso típico de una mujer despechada que no acababa de percatarse de la realidad; que yo había dejado atrás mi faceta de adolescente fascinado—. Sin embargo, renunciaste a la idea de ser profesor como tu padre, de vivir juntos en la que fuera su casa, y siquiera me diste la llave del sitio donde nos quedaríamos… ¿Cómo pudo la Legión cambiarte así el rumbo?
—Nadie me cambió, solo preferí ese camino —el que todavía no lo tuviese claro, me hizo vislumbrar que, a pesar de ser madre, aún era una chiquilla inmadura—. Y quien ha visto la muerte delante de sus ojos, no puede aspirar a otra bendición que salir del mundo, sabiendo que hizo un bien a la humanidad. El matrimonio, los hijos, la convivencia, son quimeras para un miembro de la Brigada de Reconocimiento —contigo, Hanji, supe que el primero y la tercera hay que verlos como los titanes; de una manera distinta—. Hasta hoy creí que te habías casado porque Nile te hizo feliz y aseguró tu futuro, es una pena que hayas vivido aparentándolo.
—¿Qué pretendías que hiciera? Él me ofreció lo que tú me negaste —repuso ella, iracunda—. Sabes lo difícil que resulta para una mujer vivir deshonrada, sin un linaje… Y, aun así, me odio porque todavía sigo amándote, muy en el fondo.
—Lo siento, Marie. Puede sonar cruel, pero ahora más que nunca tengo la certeza de que no hubiera funcionado, por más que lo desearas —había resuelto ponerle ya un fin a sus provocaciones—. Mi elección no motivó tu infelicidad, únicamente acabó lo que ya estaba destinado a fracasar.
—¿No tuve ninguna importancia para ti, a pesar de todo?
—Fuiste importante cuando estuvimos juntos —le aseguré, muy digno—, pero existen ideales mayores... Otra clase de sentimientos que calan más profundo. No llames amor a un capricho dañino… Ama y respeta a Nile, padre de tus niñas —haciéndole una leve inclinación de cabeza, le sonreí—. Me siento en paz sabiendo que la Brigada también los protege y lucha por ustedes. Ahora, si me lo permites, debo regresar a Trost.
Aguardé a que diese por terminado su relato, que yo había oído con mucho interés. Pensativa, me mordí el labio inferior, y le dije mi parecer al respecto.
—Bueno, todo indica que volteaste la última página y conseguiste cerrar tu primer libro —alegué, dichosa por los dos—. Hace mucho que comenzaste un segundo tomo, Erwin. Solo te resta continuarlo, ver qué tantos capítulos gloriosos o trágicos añadirás a tu vida.
—Una cosa es indudable; que vas a estar incluida en ellos —se había liberado de la carga, o de una parte del fardo, al menos. Acodando un brazo en la opaca superficie del mueble, recostó la mejilla sobre el puño, a la par que me contemplaba melancólico—. Perdóname, no pude omitir el tema de los hijos…
—Es algo a lo que debemos acostumbrarnos. Tenías que contarlo, de la manera en que te nació, para seguir adelante.
—Mi progenitor era un hombre de los que aman la idea de la familia, sin embargo, al fallecer mi madre no le motivó casarse de nuevo; de ahí que yo carezca de hermanos. Quizás fuera el motivo por el cual siempre me decía, siendo un niño; "si mantienes ese carácter tan serio al volverte un joven, me veo sin nietos. Y quisiera muchos nietos, Erwin".
—No será por tu carácter, sino debido a las circunstancias —me permití sonreír con malicia—.
—Siendo pareja de Marie, le conté, y no tocamos el asunto…, hasta que le referí mi deseo de alistarme. Hizo lo imposible porque desistiera —Erwin pareció hastiado al recordar sus chiquilladas—, ofreció todo lo que creía que podría tentarme, convirtiendo el noviazgo en un infierno. Su peor apuesta; utilizar la memoria de mi padre y su deseo, para chantajearme diciéndome que faltaba a la voluntad de mi progenitor, al no hacerla concebir. Sí, habíamos tenido relaciones, ella no usaba ninguna hierba ni nada parecido; no obstante, yo conocía perfectamente sus tiempos. La fecha del ingreso al ejército se hallaba próxima, no iba a dejar atrás un niño, siquiera me sentía preparado y ella insistiendo en su juego de muñecas. Corté de modo radical, entonces Nile de inmediato vio los cielos abiertos… El resto ya lo sabes.
—¿Por eso intentaste… que yo renunciara a la idea del abortivo? —me incliné un poco más hacia él, buscando la intimidad que brindaba la cercanía— ¿Realmente deseabas que lo tuviese, a pesar de lo que hubiera implicado?
—Era una esperanza loca, pero esperanza al fin —suspiró, dejándome ver que también creía en sueños—. No fue tu comandante de la Legión de Reconocimiento quien lo pidió, Hange, sino el hombre que soy. El ser egoísta que supo de tu vientre lleno de mí y se atrevió a delirar, por el breve tiempo que duró. La sola idea de verte cargando a mi hijo entre tus brazos, hizo que olvidara mi cordura…, pero tampoco sería justo privarte de la maternidad, si yo cayera peleando…
—Se requiere de mucho valor para declarar con honradez las emociones, y el doble para los desaciertos. Es una de las virtudes que más admiro en ti; no puedo sino retribuirte de igual manera —la proximidad me permitió cubrir con mi mano la suya, que reposaba lánguida sobre un muslo. Percibí la atrayente diferencia de nuestra temperatura corporal, por mucho que mi piel se tornara semejante a la de los titanes, la de Erwin se volvía lava— ¿Recuerdas la noche cuando te confié que me sentía como una tonta por haberme enamorado sin remedio? Ahora te digo que te amo de tal forma, que ningún hombre alcanzará a perpetuarse en mi vientre —lo miré grave a la profundidad de sus ojos—. Sé que nuestro existir pende siempre de un hilo; empero, de llegar a faltarme tu presencia, queda un modo no convencional, de lograrlo…. Intentaré ser madre, si el futuro se torna benévolo y tú me lo permites.
—Supongo que conoces los medios y los tienes —pareció avivarse con la idea, como si le propusiera una travesura y me devolvió una sonrisa toda picardía— ¿Qué clase de experimentación harás conmigo?
—Deberé guardar tu simiente a temperatura muy baja, en mi laboratorio; y así podré usarla para fecundar —quería evitarlo a toda costa, pero terminé ruborizándome—... ¡Oye! ¡¿Qué tanto gustas de los detalles técnicos?!
Y un beso capaz de sonrojar a la luna enmudeció mi reproche.
