Perdidos y encontrados
Agradezco a la nueva líder de escuadrón, Yasmín Cervantes,
por su ayuda incondicional en las investigaciones,
así como a la hora de cuidar a Chiccachironi y Alberto.
Los miembros de la Guarnición alertaron al comandante sobre la presencia de titanes muy próximos a Trost. Según el informe, habían estado moviéndose de manera extraña por los alrededores de la muralla Rose, como si algo los alterase. No demoró Erwin en reunir a sus oficiales y exponer la situación, proponiendo enviar parte de su élite fuera de la ciudad.
—Mike, vas a encargarte de rastrear toda la zona donde se avistaron —comunicó Erwin, dejando correr su dedo por el mapa y punteando los sitios donde se descubrieron los especímenes—. Por favor, evita las confrontaciones y de ser posible, retornen antes de que anochezca. Lleva tu grupo; Klaus, Marlene, también irán contigo y Levi con su escuadra completa. Quiero el testimonio de cada escuadrón; pronto llegará el permiso de salida, no podemos aventurarnos a ciegas.
—¿Estás dejándome atrás? —protesté, cruzándome de brazos— ¿Acaso el cuarto grupo debe permanecer aquí, totalmente ajeno a cuanto sucede?
—No pretenderás que yo me quede investigando a tus titanes, mientras vas de reconocimiento —dijo, irguiéndose para contemplarme directo al rostro—. Aún no posees la capacidad de hacer una división de tu persona, como las células que tanto admiras... Y son tus subalternos quienes atienden las cuestiones relacionadas a la investigación.
—Ugh, cierto —sonreí, despeluzándome un poco el moño, e imaginé una graciosa conversación entre el comandante y Alberto— ¡Qué mal, si tan sólo pudiera sacar a mis titanes, atados a una correa!
—En serio, Cuatro Ojos, tu cerebro está delirando —Levi me observó sarcástico—. Tsk, solo imagina a ese monstruo baboso haciendo pedazos la formación, por irle detrás a mi subordinada ¡Oe, Erwin, no vayas a permitirlo!
—Eso ni se discute —negó él con la cabeza, frunciendo el ceño—, el área de los ejemplares queda restringida al patio.
—Calma, Hange, los estudios de la biología titán son ahora más importantes —notándome pesarosa, Marlene me dio unos suaves palmetazos en el hombro—. Dependemos de lo que consigas averiguar para tomarles la delantera a esos engendros.
—Hmph… ¿Cuándo partimos? —Mike husmeó el aire que se colaba por la ventana— Hay olor a lluvia. Sugiero marchar de inmediato, así regresaremos al atardecer.
—Tsk, odio los malditos aguaceros —noté la forma en que Levi apretaba los puños, como si de pronto lo golpeara un mal recuerdo—. Especialmente los intensos, que te nublan la visión.
—Pues contradices tu afán de limpieza, enano —intenté relajarlo, dándole un empujón con la mano, a la par que lanzaba una carcajada— ¿No te purifica el agua de las nubes?
—Ya que lo dices, pondré a llenar un balde —me devolvió una sonrisa torva—. Quizás a mi vuelta meta tu cabeza en él y percibas mejores ideas.
—Ustedes dos no se cansan —suspiró Erwin y fue su turno de cruzarse de brazos—, pero se las arreglan para cansarme a mí. Les vendrá bien separarse por un día, mientras que yo me tomo un respiro de oírlos contender tontamente.
—Me vas a extrañar, enano —sacándole la lengua y haciendo un gesto de adiós, me dirigí hacia la puerta.
—¡Hanji, se pide autorización! —me gritó el comandante, provocando que del sobresalto me quedase quieta en el centro del estudio— ¡Aunque no lo parezca, esto es una junta oficial!
—Lo siento, Erwin —giré sobre mis talones, y poniéndome firme, llevé mi puño cerrado al pecho— ¿Me permite marchar, comandante?
—Permiso concedido —suspiró, conforme—, sea la última vez.
—Tch, ésta busca que la castigues —dijo Levi por lo bajo, callándose la malicia tan pronto Erwin desvió hacia él su atención.
Abandoné la recámara con la idea de ir a echarle un vistazo a Chiccachironi y Alberto, que se la pasaba declarando su insatisfacción, al ser cuidado por guardias masculinos. Tuve que aceptar la sugerencia de Moblit, de ponerle una mordaza y así reprimir sus chorros de baba. Cruzando la plaza central, me topé con Petra, quien, a la carrera desde la esquina opuesta, me interceptó de forma precipitada. Notando su prisa, deduje que Levi le había ordenado anticipadamente preparar lo imprescindible para una posible incursión.
—¡Hange-san! ¡Me faltaba verla a usted! —jadeó la chica— ¿Podría facilitarme algunas cosas de su provisión médica?
—Eso ni se pregunta —consentí y hube de variar el camino, rumbo a los laboratorios, acompañada por la joven pelirroja—. Uh, tu capitán sí que va tres pasos adelante… ¡Y no le gusta ser líder! Si le agradara, cambiando la expresión y su carácter de vinagre, lograría estar al nivel del propio Mike.
—¡Yo lo acepto como es! No me preocupa lo irritante o amargo que se muestre —declaró Petra, vehemente—.
—De acuerdo, si hay una persona capaz de atenuar su agria naturaleza, eres tú —sonreí, parándome junto a la puerta del laboratorio pequeño de muestras y al sacar la llave, recordé que Moblit había trasladado lo concerniente a primeros auxilios a un almacén donde guardábamos los demás útiles—. Oye, acabo de acordarme que mi sublíder depositó los materiales de sanidad en el cobertizo. Deberemos caminar un poco más.
—Hange-san… Quiero asegurarle algo —dijo por lo bajo, acomodándose a mi paso—; respeto mucho a Nifa y aunque llegara a vincularme sentimentalmente con el capitán, jamás la provocaré. Comprendo lo importante que resulta la unidad y confianza entre los soldados de la Legión, para conseguir el mínimo triunfo —a la sazón, me observó respetuosa—. Desearía que usted ayudara a limar cualquier aspereza entre nosotras y de ser posible, favorezca la posibilidad de un encuentro. Estoy dispuesta a conversar de manera pacífica.
—Nifa está conmigo desde la creación de mi escuadra por el antiguo comandante Shadis. Entiende lo difícil que es volverse la mediadora en un conflicto de intereses pasionales, cuando la parte a defender lleva menos tiempo dentro de la Brigada y se ha ganado rápidamente mi simpatía —musité, para luego encogerme de hombros—… Mi subalterna está resentida y celosa, una combinación que cierra las puertas a la sensatez. No obstante, voy a intentarlo; es primordial dejar las cuentas bien claras entre los miembros del Cuerpo.
—Se lo agradezco. Detesto hacerme de otros enemigos que no sean los titanes —manifestó, según íbamos andando—. Máxime si ambas luchamos por el mismo ideal.
—"Uhm, otros enemigos que no sean los titanes… ¿Por qué semejante cavilación me da escalofríos?" —analicé, deteniéndome frente al cobertizo y tuve un estremecimiento involuntario. Abrí rápido la puerta y una vez dentro, me di a buscar lo solicitado.
Llené una pequeña maleta con los útiles curativos que solíamos usar en casos de urgencia.
—¡Listo! —sacudiéndome las manos, la cerré y se la tendí a la joven pelirroja—. Espero que no tengan problemas, ni bajas. Aunque sean veteranos, el riesgo al ir fuera de los muros no es prudente subestimarlo.
—Gracias, Hange-san —me sonrió Petra—. Este material sanitario nos permitirá enfrentar cualquier eventualidad.
—Aguarda un instante —la detuve, para buscar en la gaveta de mi escritorio el cofre donde guardaba las plantas—… Recordé que te había ofrecido estas hojas, la vez que me visitaste y charlamos. Haz un té y llévalo en tu recipiente, junto con el agua. Quién sabe…
—¡Hange-san, vamos de misión! —ella se mostró escandalizada— ¡Jamás se me ocurriría intentar semejante locura fuera de la ciudad y menos rodeada por titanes!
—Entonces guárdalas y olvida lo que acabo de sugerirte —dije, con un subir y bajar de hombros. Ni valía la pena discutirlo, estaba segura de que no entendería— ¡Oye, Alberto entristecerá si no te despides! ¡Lánzale un beso desde lejos!
—Solo me faltaría eso —Petra enrojeció, molesta—. Andar con el titán detrás, porque lo motivé a escaparse.
/
Al cabo de las horas, ya tarde, comenzó a llover torrencialmente, y en pocos minutos, el clima se había tornado tan malo como la vez que Levi perdió a sus amigos. Una densa niebla empezaba a extenderse por doquier y el suelo de piedra a ensuciarse con el lodo de las parcelas. Estuve de suerte, porque justo esa tarde, le había pedido a mis subalternos que se extendieran las carpas, resguardando a los titanes. Chiccachironi dormía, o algo parecido, mientras que Alberto, ya sin venda, movía labios y lengua, provocando un bullicio extraño que no supe interpretar. Sólo en una oportunidad creí escucharle un silbido.
—Tentativas de comunicación; muy primitivas. Parece que al silbar, pretende llamarme la atención —anoté para investigaciones posteriores… de inmediato, estaba pegando un brinco y girándome hacia atrás— ¡Por Mitras, Erwin, vas a matarme! ¡¿Sabes que tus manos están congeladas?! ¡Esta camisa y la bata son de un tejido fino, escasamente me amparan de la humedad!
—Lo siento —musitó, retirándolas de mis antebrazos y acto seguido, descubrió su cabeza, quitando la capa que chorreaba de agua—. Hanji…, no han vuelto —comentó él, asumiendo una postura muy rígida. Estaba sin dudas impaciente—, y lo peor es la incertidumbre que me acosa. Este clima tan horrible me recuerda a la primera salida que hicimos con Levi.
—Cuando perdió a sus compañeros… Entiendo, no será bueno si comienza a mirar atrás —convine, asintiendo—. Ya oíste lo que dijo antes de irse; que aborrecía los diluvios.
—Esperaré hasta el anochecer —suspiró mi comandante—, Mike y Klaus saben orientarse y andar esos terrenos, incluso a horas nocturnas. Los demás son magníficos soldados…; pero no vamos a bajar la guardia.
—¿Qué propones? Dilo y te secundaré —hice un intento de mostrarle que no se hallaba solo, pasé la tablilla bajo el brazo izquierdo y fui acercándome a él hasta apoyar mi mano diestra en su pecho—. Tampoco me da gracia dejarlos a la fortuna…
—Podríamos ir por la muralla hasta encima de la puerta. Mike y yo establecimos un código de señales —dijo, estrechándome suavemente la mano con la suya, muy fría—, usaremos las bengalas para establecer la comunicación.
—Voy a cargar lo necesario en la carreta; equipos y repuestos, alimentos, agua…, de modo que, de haber ocurrido algún imprevisto, nos hallemos en condición de bajar a tierra —sugerí, apremiante—¿Organizo las cosas?
—Sí, enlista la cuarta escuadra —me ordenó, tenso— y dile también a Dirk, que venga con su inmediato, Ness.
—Uh, ¡qué ideal si pudiera dividirme como las células! —exclamé, procurando relajarlo— Apuesto que a cierta persona le gustaría mucho en otro contexto.
—Me basta con una Hanji, dame tres y no sobrevivo —lo había dicho casi jocosamente, señal de que su ánimo se tornaba optimista—. Sola vales por veinte, así que no pongo en tela de juicio tus habilidades.
Tendiéndome una capa, me ayudó a colocármela y estábamos por salir al patio inundado, conmigo sosteniendo su brazo para no resbalarme; cuando Alberto se agitó incómodo, lanzándole un bramido.
—No quiero ser grosero contigo, Alberto, pero si vuelves a darme un grito —le soltó mi comandante, volviéndose—, me aseguraré de justificar tu muerte ante los Altos Mandos.
Increíblemente, mi bello titán pareció comprender, porque se retrajo todo lo que sus ataduras y clavijas permitían, abriendo mucho los ojos.
/
Después de analizarlo, usamos la ruta de la muralla para ir más deprisa y seguros. El hecho de preparar uno de los elevadores a gas para cargarlo sobre una carreta, retrasó un poco la marcha. Nos dividimos en tres pequeños grupos y quedé bajo las órdenes de Erwin. Las escuadras temporales de Ness y Dirk tomaron la ruta este del muro y la principal, guiada por el comandante, recorrería la parte correspondiente a Trost. La comunicación la mantendríamos haciendo uso de las bengalas; verde para indicar que cada sección se hallaba en el sitio previsto, la roja por si avistaban movimiento y sirviera de paso como guía a los compañeros desorientados.
Al descabalgar, cerca de la parte superior del acceso a Trost, Erwin dispuso que se colocaran las antorchas encendidas, reclamando por una mayor iluminación en la superficie de la muralla. Yo había echado mano del catalejo, explorando la zona desde los cimientos del muro hasta unos bosquecillos intermitentes que resaltaban a lo lejos. No pasó mucho tiempo, y vislumbré una sombra que salía de las áreas boscosas más a levante.
—¡YAHOOOOIII! ¡O son los nuestros, o es un titán que se arrastra! —Me incliné tanto buscando apreciarlo mejor, que mi comandante debió tirarme, brusco, de la chaqueta…, para devolverme a la posición de equilibrio.
—¡HANJI! ¿Pretendes lanzarte al vacío? ¡Todo no son los titanes! —me soltó, entre molesto y asustado, exigiéndome de inmediato— ¡¿Quieres darme el catalejo?!
—Uh, pues te apuesto a que se trata de uno con seis patas y varias cabezas.
—Eso es absurdo —musitó, rastreando el campo a través del objeto—… ¡Una caballería…, parece la tropa de Mike! Da la señal, Hanji.
—¡Bengala roja lanzada! —grité, y los demás miembros se acercaron un poco al filo del muro— Los otros responden…, pronto volverán a unirse a nosotros.
—Emplacen el elevador, bajaremos a encontrarnos con ellos —mandó Erwin a quienes hacían labor de técnicos, luciendo un brillo de esperanza en la mirada, y me devolvió el catalejo—. No veo actividad de titanes, aunque hay luna.
—Sería muy arriesgado apostar a que todos estén dormidos —enfaticé, ya seria—, menos conociendo su inusual conducta desde hace unos días.
—Veremos qué noticias traen Mike y Nanaba.
Descendiendo con los caballos, aguardamos bien dispuestos junto al muro, por si algún titán perdido aparecía. La suerte nos fue propicia y ninguno se presentó, en tanto esperábamos el retorno de Zacharius y las otras escuadras. Al cabo del rato, divisamos a Mike avanzando a la cabeza del grupo; Klaus y Marlene lo seguían junto con sus respectivos escuadrones. Gunther, Erd y Auruo se les habían unido.
—¡Mierda, Erwin! —Mike detuvo bruscamente al animal delante de su amigo— ¡No sé qué demonios sucede, pero nos corretearon unos cuantos ejemplares! ¡Y lo peor, el escuadrón de Levi se perdió en medio de la refriega!
—Después de recorrer parte del bosque, hallamos a estos tres —Marlene indicó a los subalternos del enano con el pulgar—; pero ni se imaginan dónde quedaron el capitán Levi y su otra subordinada.
—Permítanme —Erd había guiado su corcel hasta quedar frente al comandante—. Lo único que descubrí de nuestro superior, fue su pistola de señales. Todo parece indicar que la perdió en medio de la pelea. Y encontramos también su bolso con una manta y provisiones.
—No queda de otra que continuar buscándolos, aún de noche. Al menos ya cesó la lluvia y la neblina se ha levantado. Roguemos porque los titanes se aquieten y nos permitan adentrarnos en esos territorios —Erwin desplegó un mapa de la zona, extendiéndolo hacia el soldado—. Erd, indícanos el sitio exacto donde recogieron la pistola.
—¿Cuán lejos pudieron ir desde allí? —el chico nos marcó el punto, y examiné las posibilidades.
—Avanzamos una distancia prudencial, tampoco pudimos aventurarnos mucho porque nos topamos con la escuadra de Klaus, y tanto él como Marlene, decidieron que regresaríamos juntos —intervino Gunther, impaciente— ¡Queremos volver! ¡Levantaremos las piedras si es necesario, y estamos dispuestos a retornar sólo cuando ambos aparezcan!
—¡Oh, Petra! ¡Sólo imaginar que hayas muerto aplastada por un titán o engullida…! —gimoteaba un lacrimoso Auruo— ¡Juro que aniquilaré al monstruo que te ponga un dedo encima!
—¡Silencio, Auruo! ¡No digas estupideces! —impuse mi carácter, provocando que se mordiese la lengua— ¡Perderse a causa de la niebla y la tormenta es algo común! Nadie hable de tragedia…
—Había una aldea hecha ruinas, algo distante —calculó Erwin, y su mirada fue del mapa hacia el apartado conjunto de árboles—. Pensando como Levi, es lógico que se dispusiera a buscar el refugio de las casas. Mejor cubiertos y no a la intemperie…
—¡Petra! ¡Si me queda un consuelo, es que dormirás protegida! —continuó berreando Auruo, quitándose las mucosidades con el antebrazo— ¡El capitán no permitirá que ningún engendro te coma!
—"Mejor ni digo mi criterio ante sus palabras —pensé, conocedora del sentimiento que unía las almas de capitán y subalterna—…" Suena bastante sensato, Erwin. Apostaría por esa deducción tuya.
—Está decidido. Avanzaremos en dirección al viejo pueblo —determinó él, recogiendo el pliego—.
Lo cierto es que no ayudó mucho el terreno enfangado, y terminamos por hallarlos casi al romper el día. El sonido de los cascos debió alertar a Levi, que salió muy dispuesto a recibirnos, espadas en mano y su rostro huraño de siempre… Aunque noté menos intenso el frunce de su entrecejo. Tras él, una Petra somnolienta, pero igual de resuelta a dar tajos.
Erwin detuvo con un gesto de mano a los subalternos del capitán, que se disponían a descabalgar para írsele encima al superior y su compañera, en su juvenil entusiasmo.
—Es un alivio saber que se hallan de una pieza —suspiró mi comandante, percibiendo en silencio lo mismo que yo…, y es que no hay nada más indiscreto que la pasión—. Recojan para irnos de vuelta. Desmontar ahora sería imprudente.
Bien que nos demostró el retorno la inesperada variación del comportamiento de los titanes. Parecían haber dejado bosques y prados, concentrándose a los alrededores de la muralla como si algo dentro les hubiese atraído. Semejante cerco nos deparó una cantidad imprevista de bajas y empezamos a considerar la inseguridad del cuartel.
Erwin decidió reunirse con Mike y Levi tan pronto como entraron al reducto. Mi comandante solicitó que le llevase los informes que guardáramos de la funesta ocasión en que fue derribado el muro, dándome permiso de leer en la biblioteca. Debía investigar el tema del comportamiento de los titanes.
Apenas conseguí establecer una relación entre las actitudes que mostraban mis ejemplares y aquellos seres alterados, gritando junto a la muralla. Chiccachironi y Alberto lucían muy ajenos al ajetreo de sus parientes. Justo al querer tomarme un respiro de los viejos escritos con su olor a moho, Petra vino a mi estudio.
Supe de mirarla que tenía delante a una mujer plena y satisfecha, que rebosaba felicidad…, aunque solíamos pagarla al coste de nuestras vidas. Quizás el momento no era para confidencias, pero jamás minimicé la importancia que poseen las relaciones humanas y la necesidad de comunicarse. Así que la recibí sin agobiarla con mis prioridades, ya me las arreglaría.
—Hange-san, reconozco que usted tenía razón. Sus consejos me ayudaron a no cometer un posible desatino —emitió un suspiro de alivio, y noté a Petra más confiada en sí misma—. Comprendo ahora por qué mi capitán y Nifa siquiera experimentaron un ápice de la ventura que me llena. Gracias también al buscarnos, ya sé que la Legión valora a sus miembros.
—Ni lo menciones, debe ocurrir un suceso extraordinario para que nos impida regresar por un compañero. El comandante pensó enseguida que las ruinas del pueblo eran un buen sitio donde ocultarse, y nos dirigimos allá. Me complació ver que no estaba equivocado, cuando Levi salió de la choza para reunirse con nosotros —le dije, sintiéndome retribuida tan solo de percibir su dicha—. Y agradezco que la tormenta le haya permitido al capitán llevarse un recuerdo mejor que la pasada vivencia…
—Sí, usted me dijo que las cosas pasan en los instantes y lugares menos esperados, pero lo vi como una locura —sonrió al saberse tan candorosa y analizó con su recién adquirida experiencia—. No debí subestimar al sentimiento. El temor me comía las entrañas, estaba calada por causa de la lluvia y, sin embargo, desde que pisé la casa en ruinas confieso que lo deseaba… Rogué porque sucediera, olvidando incluso a los titanes.
—Lo entiendo perfectamente. No es que la vida nos regale mucho tiempo, limitarnos como humanos es una hipocresía que promueven los Altos Mandos. Desgraciadamente, algunos debemos plegarnos a ella hasta cierto punto —fue inevitable que la pena se reflejara en mi voz, mucho que lo había sufrido y continuaba siendo una víctima… Me dispuse a cambiar el tema, o contagiaría mi aflicción a Petra—. Ahora, cuenta, cuenta… Entonces, al perderse con la niebla y el temporal, acabaron tomando rumbo sureste y decidieron permanecer a cubierto en esa morada.
—Sí, el capitán había perdido sus provisiones y la manta, yo la capa. La chaqueta me vi obligada a lanzársela a un titán de tres metros, para entretenerlo mientras él subía a cortarle la nuca —me describió la escena con emoción contenida—. La noche caía sobre nosotros, de modo que descabalgamos ante una choza y buscamos refugio.
Ahí dio comienzo a su narración, que transcribo lo más fielmente posible. Nunca hice a nadie partícipe de tal conocimiento, excepto a Erwin; aunque todos los actos de tal naturaleza, terminaban siendo un secreto a voces. Lo escribo en primera persona, ya que, al imaginar su voz, se me hace más fácil recordarlo.
—De noche por lo general, no hay titanes merodeando —le dije, a la par que me sentaba junto a una pared divisoria, en la que apoyé mi espalda—. Hange-san dice que mejor no confiarse, porque hay especies que sí continúan activas.
—¿Tienes miedo, Petra? —indagó, contemplándome de soslayo.
—L-la verdad ni sé qué siento —mascullé, cruzando los brazos y amparé mi pecho—… Miedo, frío…
—Veamos de qué se trata —cauteloso, terminó por sentarse a mi lado—… Debe ser el frío. Te cubro los hombros con mi brazo y dejas de tiritar.
—Capitán, no estoy precisamente limpia —repuse, temblorosa. Mi cabello era un desastre, caía en madejas empapadas. Sin la capa y la chaqueta del uniforme, la camisa se me había pegado al cuerpo de una forma bastante molesta. Por supuesto, ambos estábamos cubiertos de barro y el olor a lluvia se impregnaba en mi piel; no obstante, la esencia de rosas que usara en la mañana, cobraba vida por la calidez hormonal. Era obvio que lo atraería—. Usted odia todo lo referente a suciedad, ¿recuerda?
—El agua de lluvia purifica, no veo nada que me perturbe —susurró grave, olisqueándome la mejilla y el cuello. Al notar mi desconcierto, sonrió mordaz, apartándose—… Voy a encender un fuego, convendría secar la ropa y que durmieras un poco. Dudo que los titanes vengan, lo harían si fuéramos más.
—Lo vi recoger algunos trozos de madera, que más tarde colocó a tipo de pequeña fogata, encendiéndolos de modo rústico —Petra lucía medio avergonzada, según iba narrando su vivencia, por lo que supuse que "la parte clave" llegaría en breve.
—Oe, ¿puedo quitarme la chaqueta y la camisa? —inquirió él sin picardía, al contrario, se mostraba reservado y respetuoso— Deberías hacer lo mismo, no quiero que acabes enfermándote —reparando en mi gesto de azoro ante la propuesta, suspiró—. Usa la manta para cubrirte… De más está decir que no me pienso volver… Mierda, el pantalón es una condenada sopa.
—¡C-capitán… N-no se preocupe, yo… ¿Recuerda que me instruyeron como sanitaria? Quiero decir…
—¿Eh? —su semblante adquirió la expresión de quien ignora lo que se habla.
—Me refiero…, si le molesta el pantalón mojado… Póngalo a secar. No voy a sentirme incómoda por eso —claro, el rubor desmentía mis palabras—… D-digo, ¿trae algo debajo?
—Tsk, mocosa… Pareces muy interesada en el asunto —me ojeó malicioso, gustosamente sorprendido—…, para ser virgen.
—Disculpe, capitán. Haga usted cuenta de que no hablé una palabra —habiéndome tapado con la manta, le arrojé blusa y pantalón a la cara, furiosa. Girándome, le di la espalda, ya bien cubierta.
—… Petra —oí que tragaba en seco—, no fue mi propósito ofenderte. Lo siento.
Titubeó, analizando qué podía hacer con mi ropa, y terminó por amarrar una cuerda de extremo a extremo de la pieza, colgándolas allí junto a la suya. Me observó de soslayo, molesto. No supe determinar si conmigo…, o consigo mismo.
—Tsk, solo hay una manta —gruñó. Volviéndome ligeramente, eché un vistazo por encima del hombro, justo cuando se despojaba del pantalón—. Entiendo que no quieras compartirla, pero…
—C-capitán —suspiré, mirándolo furtiva y ruborosa—… ¿En verdad piensa que somos un problema? —él pareció no entender— Las mujeres vírgenes.
—No, el del problema soy yo —y allí estaba, de pie junto al escaso fuego, abrazándose para mitigar el frío—. Se me hace difícil cualquier tipo de relación afectiva. Da lo mismo que lo sean o no, crecí donde la palabra "virgen" siquiera existía —chasqueó la lengua, rememorando—… Los sentimientos en la Ciudad Subterránea son un lujo que sus habitantes no pueden darse. Todo se reduce al sexo por desahogo, a un placer efímero.
—P-pero no estamos en la Ciudad Subterránea —decidí volverme y encararlo, a la vez que levantaba un poco la manta, convidándolo a protegerse de la gélida corriente nocturna—…, y tampoco ama a Nifa…
—No y no —masculló, sombrío, devolviéndome una mirada seria— ¿Qué pretendes oír de mí, Petra? Tsk, ahora mismo siento que soy una maldita bestia —dijo, clavando la vista en el suelo empolvado— … Ni sé cómo expresarme.
—C-capitán…, hable después —logré articular a duras penas, tiritando por causa de la cobija levantada— ¡Estoy congelándome!
—Oe, no es que me preocupe tanto —dijo, metiéndose bajo el cobertor—…, pero si te abrazo, nos acercaremos más y ahorita parecías nerviosa cuando me atreví a olfatear tu cuello —aún dudaba entre lo que su instinto le pedía a gritos y lo correcto, a su forma de ver—. Tsk, qué remedio, intentaré estrecharte sin ceñir demasiado tu… cintura.
—G-gracias, capitán —encontrarme de improviso tan protegida y cálida, hizo que inconscientemente me acomodara contra su pecho y acabé por colocar una mano sobre su corazón. Los fuertes latidos estremecieron las puntas de mis dedos y la piel de ambos, erizada por el frío, se tornó ardorosa… Me agradó la complexión de su cuerpo, aunque a la vez temía recorrerlo, y permanecí quieta—… S-se siente bien estar así.
—¿No te dormirás? —preguntó, acariciándome un mechón de cabello y supe que trataba de contenerse para no estropearlo todo. A la sazón, lloré como una tonta, porque aquello me parecía irreal— ¿Oe, por qué lloras? —se alarmó en serio— Mierda, Petra ¿qué hice ahora?
—¡Es lo que no hace!¡… Pudiera comernos un monstruo y usted seguirá ignorándolo! —exclamé, perdiendo la calma y mi habitual compostura. Desconocía que pudiese reclamarle así, porque siempre he sido tímida— ¡Sé que me quiere, y yo… le pertenezco entera! ¿Me habla de temor, si apenas se atreve a decirme…? ¡Oh, francamente, capitán!
Abrió los ojos, muy sorprendido al oírme demandar su atención y casi poner en duda su ímpetu masculino.
—¡Maldita sea, Petra! Quise ponerte a salvo de mí, de la desdicha que me hace tan amargo, ¿y no podemos ganar esta pelea? —emitiendo un hondo suspiro, dejó que aquel sentimiento inclemente lo venciera— Tsk, qué gracioso… Pero cometes un error; no soy ningún cobarde —me dijo; para casi de inmediato, girar y tenerme debajo, apresada contra el suelo de tablones. Aproximando el rostro, acabó por besarme. Creí que iba a morir porque apenas lograba respirar, era demasiado intenso y yo recién descubría ese placer. Traté de seguirlo, y su lengua me guió, mostrándome cómo encauzar el deseo que le revelaba. Solo al saberme completamente perdida en el beso, cortó la caricia, mirándome a los ojos—… La maldita diferencia es que me importas mucho.
Al escucharlo, abrí desmesuradamente los míos. Se hallaba fascinado, admirando mi pecho agitarse palpitante y armonioso, el estómago reducido con su línea de caída hasta el ombligo. Satisfecho de oprimirme bajo su peso, yo me descubría aún más pequeña teniéndolo encima. La sensación me resultó contradictoria, por muy víctima que pareciese, no estaba imponiéndome nada que no hubiese apetecido—¿Le importo, en verdad?
—Lo suficiente como para estar contigo así y aguantarme de hacer…, otras cosas —dijo con un tono reservado e incitante y volvió a besarme, profundizando la caricia. Igual, percibí su deseo golpear mi vientre—… Cosas que asustan a las vírgenes.
Respondí serena, casi adormecida por la embriaguez; acabado el beso, labios y lengua pasaron a gustar de mi piel, cuello abajo, mientras sus dedos me liberaban de la prenda superior, aprovechando el arqueo de mi espalda. Inexplicablemente me avergoncé, ahogando los gemidos que parecían inflamar su determinación, y viéndome a sus ojos tan descubierta, a duras penas conseguí apartarlo de mis pechos, empujándolo. Molesto al privarlo de semejante goce, chasqueó la lengua y tomándome de las muñecas, buscó anular mi resistencia.
—Petra, eres condenadamente linda ¿Cuál es el problema? —reforzó su idea recorriéndome con la vista desde el torso, hasta la línea del ombligo— Tch, ¿me provocas y luego te apartas?
—L-lo siento si le pareció que lo rechazaba —contesté, pensando sobrecogida cuan infantil debía creerme—.… ¡Pero no es así! ¡Solo estoy nerviosa!
—¿Uh? Esto de pronto se volvió endotermia —consideré, meditativa, como si de un experimento se tratase—. Al Pelo de Tazón no debió gustarle.
—Hange-san ¿puede hablar normalmente? El caso es que ¡le juro que no sé qué nos pasó! —la chica escondió su perfil entre las manos, por completo sonrojada— ¡Queríamos respetarnos… y lo que hicimos fue perdernos el respeto!
—Ni tanto, ni tanto —reí, quitándole gravedad al hecho—. Está bien si el enano reconoció que su interés va más allá de un desahogo temporal. Su actitud ha sido honrada, es obvio que se lo tomó en serio.
—Virgen y nerviosa… ¿Pero quieres continuarlo? —el capitán inquirió burlón, suavizando el agarre de mis muñecas— No está mal…
—U-usted…, a veces peca de irritante —musité, frunciendo el ceño y me sacudí bajo su peso. Halló una manera inmediata de aquietarme besándome de nuevo; me sentía como tonta y muy ofuscada, porque siquiera evité que sus labios descendieran en suave roce, desde mi cuello hasta la punta de los pechos. Contrariamente, mis dedos se perdieron en su cabello, atrayéndolo más contra la redondez, que, de improviso recibía un mordisco. El goce, mezclado al tenue dolor, me hizo estremecer y los gemidos subieron de tono, según probaba con satisfacción mi carne— ¡A-ah, ay! C-capitán…
—Oe, si te agrada, no te reprimas —Levi alzó las cejas, dignándose a sonreír malicioso— ¿Y por qué insistes en tratarme formalmente? La situación no lo es para nada.
Me fue inevitable dominar las carcajadas, recordando a Moblit. Ella se molestó.
—¡Hange-san! —la vi apretar los puños, furibunda— ¡Creí que podría confiarle mi experiencia!
—¿L-lo tra-taste formal-almente cuando…? —puffff resoplé— ¡Petra! ¡Eso es sumamente incómodo!
—S-sí, lo sé —pasó a estar cabizbaja—. Sin embargo, no se detuvo, por el contrario... Me dijo "Confiésalo, llamarme así es una especie de fetiche morboso que tienes…, no me importaría si es eso, ¿sabes? Lo hace más tentador."
—¡Oh, el enano es una bendita caja de sorpresas! ¿Y qué le respondiste?
—La verdad es que me gusta decirle "capitán" —le revelé, inocente—. ¿Qué es un fetiche? Yo no soy morbosa.
—Olvídalo —me lanzó—. Tu pérfida maniobra de soltar y recoger me van a volver loco, Petra ¡Y necesito la mente fría o acabaré poseyéndote como un endemoniado! —tomándome el rostro con sus manos, intercambiamos una única mirada, suspirando gravemente me dio un leve mordisco en el labio inferior— Oe, no estará bien si te sientes incómoda… Digo, creo que mereces algo mejor, al menos limpio. Este sitio es horrible.
—Y-yo… En verdad no me preocupa —quise ponerle un punto definitivo a tanto rodeo, porque la impaciencia me abrumaba—. Ser engullida por un titán y morir desconociendo todo lo que ansía darme, eso sí me aterra.
—Petra, no serás mi amante de turno. Desgraciadamente, ya he visto lo que trae para una mujer ese calificativo —suspiró, cerrando los ojos y tragó en seco—… Intentaré que vivas un momento lo más grato posible y así no me tendrás por cualquier hombre… Sino el primero que te amó, a despecho de los estúpidos de Arriba.
Sus manos dejaron de aprisionarme la cintura, deslizándose con sutileza desde las caderas, hasta los muslos. Gemí al percibir el roce de los dedos a ras de piel, un toque ascendente por el interior de los mismos que culminó haciéndome perder toda lucidez—… ¡Ay, cielos!
—¡Oooohhhh, vaya! —me alegré de que las cosas para los dos marchasen de plácemes— Supongo que, a partir de ahí, todo fue una variación negativa de la entalpía, volviéndose una reacción exotérmica.
—¡¿Q-qué?! No entiendo…
—Me refiero a que liberaron el calor —apretando el puño, di rienda suelta al entusiasmo, que se reflejó en el brillo de mis gafas—. Y cuando la reacción es intensa, puede generar fuego… ¡Si lo sé yo!
—¿Lo sabe? —preguntó asombrada, todavía desconociendo el firme lazo que nos unía a Erwin y a mí— ¿Cómo lo…?
—Me refería a la parte química, no a la otra —intenté justificarme, tergiversando el doble sentido real que tuvieron mis palabras—. En fin, acaba tu historia.
—Nunca lamentaré mi decisión —terminó abrazándome tan fuerte que mis huesos crujieron. Sonreí feliz de aquel minuto en el que percibí su completa humanidad aferrada a la mía— ¿Estás contenta? Me gusta que seas fogosa…, y verte alegre.
—¿Te sentiste complacida? —indagué sinceramente, no por mera curiosidad o morbo— ¿Valió la pena?
—U-uhm… Costó lo suyo —admitió ella, ruborizándose—, pero a la segunda, pues…, todo fue más grato…
—¿A la segunda? —volví a las risotadas y par de lágrimas se deslizaron por mis mejillas— ¡Ni perdieron el tiempo, entonces! ¡Qué bien que no hubiese un titán como Alberto, husmeando los alrededores! —advertí que Petra me observaba iracunda— Perdona, perdona. Es… ¡me resulta increíble! "Son idénticos hasta para eso" —hipé, aguantándome las carcajadas. A Erwin tampoco le gustaba dejarlo en uno, y siempre que podíamos, era usual repetir el acto— ¡Parece que alguien lo hubiese parido! ¡Si fuera su padre no se asemejaría tanto!
—Hange-san ¿de qué habla? ¡Por todos los cielos! —la chica se cruzó de brazos, frunciendo el ceño— ¿Me está tomando en serio?
—¡Claro, no lo dudes! Y tan en serio, que mañana estoy poniéndote un lindo aro, tamaño extra grande —sonreí e hice un redondel con el pulgar y el índice—¿Usaste las hojas que te di? ¡Por favor, dime que me hiciste caso, a pesar de todo!
—Extrañamente, al final decidí preparar el té con ellas, antes de que saliéramos… Fue como una corazonada —explicó, recogiendo un mechón de cabello rebelde tras su oreja—. Después de instalarnos en aquella casa ruinosa, el capitán descubrió la cantimplora y por supuesto…, al olerlo supo que se trataba de un té —la chica se cubrió el rostro encendido con las manos—. Hice lo imposible por detenerlo y que no lo bebiera. Le grité que estaba frío y sabía mal, pero ni corto ni perezoso tomó un poco…
—¡¿El Pelo de Tazón se zampó el contraceptivo?! —aquello me recordó la ocasión en que intentara beberse el de Nana— Uh, tanto va el soldado a buscar el titán, hasta que se lo comen… ¿Pero al menos lograste arrebatarle a tiempo el recipiente?
—No hizo falta, me lo devolvió de inmediato, soltando una palabrota; y puso cara de sobresalto al verme bebiendo el resto. Me gruñó que, si tenía sed, aún quedaba suficiente agua —Petra de súbito me observó angustiada—… ¡Hange-san! ¿No le hará daño ese té?
—Pues no lo creo, en todo caso, ayudó a prevenir mejor lo que deseabas evitar —le guiñé un ojo, burlona—. Estuvo de suerte, otros hombres suelen perder el brío y quedarse con las ganas…
—Hange-san…, ¿por qué usted ha sido permisiva cuando las reglas son especialmente rígidas, tratándose de los oficiales y soldados élites de la Legión?
—Si fueras madre, ¿no desearías que tus hijos vivieran un atisbo de ventura, por corta que pudiera ser? —Bastó que la mirase; Petra supo descifrar cuánto de amor y frustración guardaba yo, enraizados en la médula de los huesos.
