Nota de la Autora: bueno, como a mucha gente se le hizo dificil leer toooodo lo que habia escrito antes como capitulo 3 (¬¬) decidi cortarlo y mejorarlo un poco. Espero lo lean y dejen reviews, porque no voy a actualizar hasta tener varios ¬¬ entendido? xD.
Aome Faith Jinx
Capítulo Tercero II
La Estrella y la Luna
No sé para que has venido aquí... eres un sobreviviente, media Inglaterra está tras tu cabeza. – refunfuñaba aún su antigua profesora de Adivinación, quitándose algunos de sus múltiples chales de encima, haciéndola ver aún más delgada. – deberías saber que no deberías estar aquí.
-Bueno, Las Tres Escobas esta cerrada desde hace tiempo y además... – miró su botella y sacó un vaso de dentro de un bolso que tenía a mano, para luego derramar el contenido de la primera dentro. - ... siempre había querido probar el whisky de fuego – sonrió el muchacho pelirrojo y la mujer bufó.
-Me equivoqué contigo. Sigues tan imprudente como siempre Weasley, no has cambiado ni un poco. – gruñó, haciendo que Ron bufara un poco, molesto. – en fin¿viniste por algo en especial, o es que sólo querías una excusa para venir a Cabeza de Puerco y que tu mujer no te regañara?
-Si me lo pone de ese modo, profesora... – la sonrisa del chico se borró súbitamente, como una nube ahogando de repente la luz del sol del mediodía, -¡Muffliato! –susurró, apuntando a las personas cercanas con su varita. – Bueno, eso ayudará un tiempo... -y su tono de voz bajó hasta volverla un leve susurro, que la antigua profesora de Adivinación tuvo que esforzarse para escuchar. – Vine para buscar información, pero esta es una oportunidad interesante. La Orden del Fénix. Estamos volviendo a formarla. Usted sería de gran ayuda. Necesito una respuesta urgentemente, si o no, no podemos andar con rodeos. O lo quiere de veras o no quiere, simplemente.
La mujer se quedó unos instantes suspendida en la nada. Aquella respuesta cortante y de voz áspera la dejó estática. No parecía venir de aquel alumno feliz y despreocupado que había sido una vez Ronald Weasley.
Lo cierto es que necesitaba hacer algo. Lo veía en los rostros de todos los que estaban a su alrededor, estaba siendo buscada. Él la buscaba. ¡Menudo lugar se había buscado el chico Weasley para proponerle algo semejante! Eso si que era característico de Ron, era demasiado impulsivo como para pensar antes de hacer algo. Y ahora estaba en aprietos. El Innombrable sabía que ella podía serle de utilidad en algún momento, que podría hacer alguna predicción en cualquier instante, y por eso la quería bajo vigilancia. Su abuela le había dicho que las profecías (las verdaderas profecías) se hacían en estado inconsciente, por lo que no podría resistirse heroicamente a darle información cuando la torturaran por todos los medios posibles.
Pero el ir e inscribirse a la Orden del Fénix ante todas esas personas... era demasiado arriesgado. Seguro que era una obra digna de unos temerarios como Ron Weasley y Harry...
'No ese nombre, no ese nombre, Sybil...' se dijo una y otra vez para sí, cerrando los ojos con fuerza.
Al abrirlos, el rostro expectante y lleno de pecas de Ronald Weasley ya no estaba allí, como antes, sino que había sido reemplazado por una larga túnica negra, que se prolongaba hacia arriba, para terminar en un montón de cabello rojo despeinado.
-¿A dónde cree usted que va, Weasley? – preguntó la mujer con voz monótona, observándolo.
El chico, que ya estaba de espaldas a ella, se volteó hacia ella, con las cejas arqueadas. En sus dos ojos, se podía ver la misma expresión interrogante, que pronto dio paso a la certidumbre. Ron inclinó la cabeza, con una sonrisa en el rostro, como si con eso demostrara que comprendía a la perfección y comenzó a caminar hacia la salida. Sybil Trelawney se incorporó de su asiento, y lo siguió hasta la salida.
-¡ES UN AUROR! – un grito le heló la sangre: habían descubierto a Ronald, y ahora ella estaba metida en el problema.
Algo tomó a la anciana profesora de Adivinación de uno de sus brazos y la tironeó hacia afuera del viejo y sucio pub. Su mente estaba en blanco, pero la fuerza que ejercía esa garra aferrada a su extremidad derecha la hizo volver su mente a la tierra. De pronto se dio cuenta de que sus piernas se movían. Estaba corriendo. Estaba escapando junto con un prófugo. Ahora sí que estaba metida en un lío. Metida hasta el cuello, y si era posible, más.
-¡AGÁRRENLO QUE SE ESCAPA!
Los pasos se acercaban cada vez más, todas aquellas personas estaban tan cerca que podía olerlas. Sus botas sucias, sus alientos ardientes por el alcohol consumido en el bar, sus días y días de borrachera sin baños de por medio. Lo sentía, realmente, aún con el viento en contra y corriendo, sentía que los alcanzaban, que con sólo estirar la mano podrían jalarla de uno de sus múltiples chales y luego llevarlos a una prisión. Casi podía sentir los azotes y las risitas divertidas y sádicas de los guardias, mientras intentaban sacarle información como fuera, por las malas preferiblemente y para su deleite.
-¡CRUCIO! – gritó una voz y, mirando sobre su hombro, vio que un rayo color rojo fue a dar contra uno de sus perseguidores. - ¡IMPEDIMENTA, CRUCIO, SECTUSEMPRA! –seguía bramando la voz, mientras ella se preguntaba de donde vendría.
Miró un segundo al muchacho pelirrojo, que tenía una expresión extraña en el rostro. Entre confundido y asombrado, como si acabara de ver un cubo rubik especialmente difícil de resolver y de formas extravagantes. Eso, y el sentir un silencio inquietante en el ambiente, vale decir, no escuchar la voz de su protector misterioso, le hizo darse cuenta de una vez. Esa era su voz.
-¡Por las barbas de Merlín! No pare ahora, si va a ayudarme, ayúdeme tiempo completo – le gruñó el chico, cansado por la carrera, mientras la arrastraba con severas dificultades, pues la cabeza de Sybil aún no había aceptado del todo el hecho de que un montón de matones mercenarios corrían tras ellos para darles un boleto de entrada a la Fortaleza Oscura.
La anciana profesora de Adivinación reparó un segundo en ello. La perseguirían hasta atraparla y llevarla hasta lo del Innombrable. Cuando hubieran terminado de sacarle la información (de la forma fácil o de la forma difícil) que consideraban útil y la arrojaran fuera de la Fortaleza, le arrancarían la cabeza con los dientes, y, probablemente, la colgarían como trofeo en algún rincón de sus chozas.
La mujer volteó la mitad del cuerpo y comenzó a lanzar cuanto maleficio se le pasaba por la cabeza, mientras empezaba a correr por las suyas y se liberaba un poco del agarre de Ronald.
Unos metros más de correr había dejado a todos sus perseguidores en el piso, con distintas heridas. No se habían detenido a comprobarlo, pero al sentir que no había ningún hechizo rozándoles las orejas o golpeándolos y haciendo más lenta su marcha, decidieron en forma mental, que eso era lo que había ocurrido. Y sin embargo, siguieron corriendo hasta dar la vuelta a una callejuela. Únicamente ahí se arriesgaron a echar una mirada atrás. Ya no había ningún mortífago a la vista, los habían dejado atrás unas tres cuadras antes, de echo, pero no se quedaron a pensar en eso tampoco.
-Bueno, supongo que tendremos que aparecernos... – murmuró el chico Weasley, recuperando el aliento después de la larga carrera. – a la cuenta de tres. Uno... dos...
-E... ¡espera! - Trelawney sentía todo su cuerpo flojo, como si se fuera a caer en cualquier momento. No corría así desde que aquella muchacha gorda de Ravenclaw, Myra Openshaw, la perseguía, clamando por sangre, en sus tiempos de colegiala.
-¿Ahora qué? – preguntó Ron, con expresión fastidiada y cansada.
-Nunca... – la mujer lanzó un jadeo, tomándose el pecho. Ya más tranquila, sus palabras salieron más fácilmente, pero no con menos vergüenza. – nunca pasé el examen de aparición.
-Oh bien... supongo que entonces será de la manera difícil – Ronald suspiró. No le alcanzaría la resistencia si esa no fuera una situación límite, y él lo sabía muy bien. – tómese de mí, rápido, antes de que vuelvan...
La mujer se colgó de su hombro de inmediato, y el chico comenzó a concentrarse. Sentía en sus oídos, el ruido de las pisadas tomando velocidad. Un par de ellos, quizás dos pares, o tres, habían despertado, o habían logrado hacer algo sobre sus piernas que no era caerse nuevamente. "Concéntrate Weasley, tu puedes", pensó, intentando imponer confianza a aquella voz que habitaba dentro de su cabeza. "Recuerda, las tres 'D', vamos, ya lo hiciste una vez...".
En el instante en que las pisadas se detuvieron, junto a aquel callejón sin salida, un sonido, como de estampida, los hizo caer en la cuenta de lo que había sucedido. Se les habían escapado, una vez más.
Damon Kreuz, alias "Doom", apretó nuevamente las mandíbulas, junto con sus puños, sus ojos grises echando chispas de odio y frustración. Era la cuarta vez ya que se le escapaba ese bastardo pelirrojo. Siempre estaba a punto de agarrarlo, pero nunca lo conseguía. Comenzaba a pensar que ese idiota tenía un ángel de la guarda, uno demasiado grande como para mandarlo a Ciudad Lápida a él también.
-¡Mierda!
-No importa Doom, ya lo agarraremos - comentó un hombre corpulento con una sonrisa macabra en los labios.
-¡Me pone nervioso! Jamás habíamos fallado.
-Bueno, ya, tranquilizate... al menos no murió nadie - observó una chica de largo cabello castaño. - no, estamos los siete... la chiquilla no se perdió nada hoy, suerte que no vino – terminó.
-Sí... pero de todas maneras, va a estar de mal humor por un rato, así que mejor no le des lata cuando lleguemos... – apuntó otro de sus compañeros con una risita. – te va a mandar al techo.
- En fin...vámonos de aquí. -dijo Doom con un poco de fastidio. Todos lo siguieron, mas uno de ellos, el hombre corpulento, para ser más exactos, apuntó con su varita a un pedazo de pergamino que tenía en su mano izquierda, y al momento siguiente, en él, comenzaron a aparecer dibujos de ciudades a grandes rasgos. 'Te atraparemos, bastardo. Tenlo por seguro'.
XxX
-¡Ronald Weasley! – tan pronto puso un pie dentro de la casa, escuchó una voz familiar, mezcla de enojo y alivio. El muchacho se volteó para ver a su mujer, con sus dos hijos en brazos, sin llorar, mirando a su madre en forma divertida y jalándole los cabellos. Detrás, la figura de Ted tenía un aura extraña.- ¿Dónde demonios has estado por más de una sem...? – pero la voz de Hermione Granger se cortó al ver a una segunda figura entrar a su 'casa'. - ¿Pro...profesora Trelawney?
-Buenos días, señor Weasley – le dijo el chico de cabello negro, jovialmente, sin prestar mucha atención a lo que había dicho Hermione. A su alrededor, el aura enrarecida se disipó casi al instante.
La mujer la observó con una sonrisita cansada a ambos e hizo un gesto con la mano. Las apariciones realmente le daban nauseas, pero no quería ensuciar lo que seguramente con mucho esfuerzo había limpiado su pobre ex alumna. La casa parecía prácticamente en ruinas. Vio como Ronald caminaba hacia Granger y la abrazaba fuertemente, haciendo que la chica se sonrojara un poco, lo suficiente para olvidar el tema de la semana en la que siquiera había recibido una carta de él, y también vio el como besaba en la frente a cada uno de sus hijos, exceptuando al niño más alto. A él sólo le dedicó una sonrisa cálida. "Una hermosa familia feliz", pensó, palpándose las sienes. Estaba tan cansada que cuando habló, su tono místico se vio reducido a una voz de sonido extraño, como si se estuviera ahogando.
-Efectivamente, querida. – dijo.
-Eh... ¿se siente bien, necesita un vaso de agua? – preguntó con una mirada solemne la muchacha, y dejó a los niños en el piso, jugando con Ted, que se sentó para estar a su altura.
-Oh no, querida, para nada... que hijos tan bonitos tienen, aunque el mayor no se parece mucho a ninguno de ustedes... – miró a Hermione con ojos extrañados, como si sospechara algo. La chica, captando la indirecta, se sonrojó hasta las raíces del pelo, a tal punto que Trelawney no sabía si era el cabello de su marido realmente del rojo intenso que aparentaba antes.
La chica de cabello castaño abrió la boca para contestar algo que seguramente acabaría en un duelo, o alguna que otra herida, por lo que Ron la interrumpió:
-NO... no es nuestro hijo, él es Ted Milldor. – El pelirrojo fue junto a él y le puso una mano en el hombro, en un gesto familiar. El chico miró hacia arriba, sonriendo, aunque Ron notó algo extraño en sus ojos. No eran como antes. – según el elfo doméstico de esta casa, pero no se sabe bien. Quizás es un ladronzuelo mentiroso, o algo así, y nos está engañando a todos – bromeó, y le dio una colleja amistosa, con la esperanza de que sus ojos cambiaran. Lo hicieron, y ambos comenzaron a reír.
Hermione sonrió bastante, olvidando el incidente, pero aquella sonrisa murió al escuchar un sonido en la puerta. Todos los demás dejaron también sus respectivas expresiones para volverse con una sombría a la puerta de entrada.
Toc-toc.
Un sonido simple como ese.
Toc-toc.
La persona que golpeteaba la puerta insistía. Todos los presentes (que tenían una) sacaron sus varitas con la misma expresión alerta, y Hermione se adelantó en el grupo, para abrir con cautela.
En la calle no había ninguna persona, pero si un hombre lobo.
XxX
Su cuarto había sido limpiado una vez más. Después de las pesadillas que había tenido últimamente, todas las mañanas había despertado con la habitación hecha un desastre. Hasta había oído bromear a un par de sus gorilas sobre que 'últimamente se estaba despertando sólo.'. Más tarde los mandaría a matar, y nadie en la Fortaleza Oscura volvió a bromear sobre el sueño del Señor Tenebroso.
Miró nuevamente el trozo de pergamino entre sus manos, leyendo aquellas palabras una y otra vez. Dentro de poco tiempo se lo comentaría a algunos oficiales, pero no con todos los detalles, claro. Eso sería un completo suicidio.
-¡Señor! Amo, amo... – sintió una voz del otro lado de la puerta de su habitación. Corrió hacia allí, previamente poniéndose la máscara. Al abrir, vio a uno de sus tantos guardaespaldas gorilas, con rostro espantado. -Han huído... prisioneros... dos de ellos. – dijo, jadeante por la carrera.
-No me hables así, insecto. – dijo él. Sabía quienes habían huido, pero aquello no lo tranquilizaba en lo más mínimo. Esos dos sueltos eran muy peligrosos para él. – Nadie me mira a los ojos a menos que quieras que te mate. – le escupió, con una sonrisa sádica. – Te podría hacer explotar tu lindo corazoncito ahora mismo, en este mismo lugar y momento, pero tengo cosas más importantes que hacer. – el hombre se había encogido hasta quedar de cuclillas, con la mirada en el suelo y temblando. - Búsquenlos, de inmediato. – vociferó con voz sibilante a sus súbditos, que se encontraban quietos y mudos, observando la escena con creciente terror.
El ir y venir de los momentos posteriores a la salida, habían hecho que el Señor Oscuro tirara el pergamino que con tanta atención había leído.
En él, se leían unos versos cortos, concisos, escritos en letra cursiva y prolija.
Uno te atará sin remedio a las tinieblas.
El otro te devolverá al cielo iluminado por la Luna.
La Estrella y la Luna se juntan
En la tierra del Rey y su espada
Fin del Capítulo Tercero
