[Mini-Fic]
Cerveza Rosada
—Gateguard & OC/Luciana—
Cada noche, Gateguard de Aries visita la misma taberna de Rodorio; ahí, él pide el mismo platillo y el mismo tarro de cerveza, pero de rara vez come o bebe. Luciana, a su edad de 30 años, cree tener sus hormonas bien contenidas para ser su camarera, pero una noche, las cosas dan un giro inesperado para ella cuando el santo dorado le pide dormir con él.
Disclaimer:
Saint Seiya © Masami Kurumada
"The Lost Canvas" © Shiori Teshirogi
Cerveza Rosada © Adilay Fanficker
Advertencias: Un poco de OOC. | Presencia de OC. | Irrespeto por la trama original. | No sigue el curso normal de la historia. | Lenguaje soez. | Lemon explícito.
Notas:
El fic planeaba terminarlo y luego publicarlo, pero ya cuenta con 3 capítulos y todavía no hay fin XD.
Iba a ser un One-shot… luego un Two-Shot, después un Three-Shot, pero, está quedando demasiado largo así que lo dividí en partes.
También, quiero aclarar que el OC de este fic lo he designado (por mis ovarios XD) como la pareja oficial de Gateguard en cada una de mis historias donde lo relacione sentimentalmente con una mujer. No usaré a ninguna otra OC ni personaje para él, además de este.
Segunda aclaración:
En el one-shot "Duda Caprichosa", mencioné a Luciana brevemente, pero en este fic, tendrá una participación completa, además de que también aquí ya tiene un nombre, a diferencia del fic anterior.
Aviso que este fic y el otro no van juntos, a pesar de ser tomados en el mismo "universo". Se puede decir que este es el universo original de Luciana y ya. Para no confundirnos jiji.
Ojalá les agrade el fic. Saludos.
NO PLAGIEN, NO RESUBAN Y TAMPOCO TRADUZCAN SI YO NO LO HE AUTORIZADO. —Gracias.
•
PRÓLOGO
— La invitación —
…
—¡Orden de las mesas cuatro y siete, listas! —gritó la cocinera principal, saliendo de su área de trabajo, con dos bandejas de madera en manos—. ¡Vamos, dense prisa! ¡Hay clientes esperando!
Usando el uniforme de la taberna para las camareras: un vestido raído color café oscuro, el cual le llegaba hasta por debajo de las rodillas, Luciana corrió por su bandeja asignada, haciendo sonar sus zapatos con tacón bajo. Otra de sus compañeras hizo lo mismo con la segunda bandeja.
—Qué mala suerte tienes, mami —le dijo Nausica sarcásticamente triste, sabiendo a qué mesa se dirigía Luciana.
—Basta ya —se rio divertida, sosteniendo la bandeja con cuidado y rapidez—, si todas ustedes controlasen mejor sus hormonas cada vez que se acercan a un santo, seguro el jefe dejaría que le atendiesen.
—Mmm, no. Eso lo dejo para las mamis como tú, yo tengo deseos de casarme. Pero, hazme un favor. Dile que me mire —con la emoción natural de una chica interesada en un hombre, Nausica le guiñó un ojo.
Sabiendo a que, con eso de mami, Nausica se refería a la edad de Luciana y a su fecha de caducidad como mujer vencida, las dos se miraron con una sonrisa y partieron a donde debían ir.
Gracias a su experiencia, a pesar de ser muy joven, Nausica se metió ágilmente entre un montón de hombres corpulentos, de diversas edades, los cuales rodeaban una enorme mesa redonda; cada uno de esos hombres le triplicaban el peso, pero ella logró infiltrarse entre ellos con varios tarros de cerveza espumosos en su bandeja.
Luciana, por su lado, cargaba sin ninguna dificultad su bandeja de madera con la misma orden de siempre: un plato humeante con una chuleta de ternera asada y puré patatas a un lado; un tarro de cerveza pequeño sin mucha espuma, y un tenedor junto a una cuchara.
La mesa siete, desde hace casi 3 meses, estaba siempre reservada para el mismo hombre. Luciana no lo negaba, al principio, fue una gran novedad para ella y sus colegas de trabajo tener a un santo dorado como invitado durante la cena. Sobre todo si se trataba de él.
Gateguard de Aries.
Pero al cabo de un poco tiempo, todos los interesados se dieron cuenta de que él no hacía nada particular ni parecía buscar ser el centro de atención, como otros santos con mucho menor rango que el suyo. Gateguard de Aries tampoco había mostrado el más mínimo interés en querer tener un trato especial. Pagaba por lo que pedía, no llamaba a ninguna chica para que lo mimase, ni había pedido que le hicieran caravanas al pasar.
Mientras ella caminaba hacia su mesa, Luciana lo veía con atención.
Joven, guapo, pelirrojo, con músculos… pero, también, con una mirada algo perdida en la cara.
Era triste verle tan ido del mundo mientras miraba por la ventana. Allá en esa mesa que él había exigido sólo para su uso exclusivo… cosa por la que, ella sabía, Gateguard de Aries pagaba bien.
Debido a que todos los chismes del pueblo llegaban tarde o temprano a la taberna, Luciana sabía que este santo tenía una fuerte conexión con el Patriarca Itiá. Sin embargo, su carácter era voluble y agresivo, tanto así que el jefe… temiendo que las chicas cariñosas pudiesen molestarlo y ahuyentarlo del negocio, había designado a Luciana para ser su camarera, desde la primera noche que les visitó hasta esta.
Luciana podría tener su fecha de caducidad como mujer vencida, pero no era ciega.
El joven hombre era tan apuesto y sexy como cualquiera de sus compañeros de armas, sin embargo, había un aire tan oscuro y deprimente en él que, ocasionaba que Luciana prefiriese mantenerse lo más prudentemente alejada de su vista. Además, Gateguard de Aries no parecía ser de esos hombres que buscaban confort en cualquier mujer extraña.
Luciana estaba bien, así como estaban. Se sentía cómoda con esa rutina.
Él llegaba, ordenaba. Luciana traía sus alimentos y esperaba. Él terminaba de comer (o a veces apenas y picaba el puré de patatas con la cuchara) y luego se iba sin decir nada, pero eso sí, dejando atrás de él una jugosa propina para Luciana, a un lado del dinero por pagar.
¿Qué se hacía con la comida que se desperdiciaba? Luciana tenía una regla propia: la comida no se tira a la basura. Así que, dependiendo de qué tan picada estuviese, se la daba a los perros o se la comía ella misma. Como se dijo, Gateguard de Aries, comía o no comía. Por lo que, Luciana había presenciado antes, él tenía la costumbre de jugar sólo con el puré de patatas con la cuchara o el tenedor, sin embargo, no tocaba nada con los labios o los dedos, y si lo hacía, terminaba por comerlo todo.
De cualquier forma, daba igual si él tocaba o no los alimentos con las manos.
La vida de Luciana nunca había sido fácil, y comer lo que otros dejaban atrás no significaba nada para ella. Además, el santo de aries se veía en perfecto estado de salud, a leguas se notaba que cuidaba su higiene, y sus modales en la mesa eran pulcros, por lo que Luciana jamás ha tenido inconvenientes con ocuparse de sus platos sin tocar.
Y aunque, como se dijo, al principio fue una gran novedad verle entrar cada noche; con el tiempo se volvió una rutina. El dueño ya hasta le tenía una mesa reservada a la misma hora.
La mesa número 7, al fondo del local a un lado de la ventana. Alejado de todos los demás.
—Mi señor —Luciana lo llamó cordial, llegando a su destino; lejos del ruido y del resto de clientes que iban en grandes grupos. Bajó la bandeja sobre la mesa y comenzó a dejar uno por uno los alimentos mientras los nombraba—. Aquí tiene. Ternera con patatas, y una cerveza —al poner los cubiertos, ella se incorporó y se puso la bandeja sobre su abultado estómago—. ¿Necesita algo más?
—No —respondió tajante, sin dejar de ver por la ventana; ni la miró a ella ni a la mesa.
—Como usted diga, con permiso —hizo un leve asentimiento de cabeza para luego irse a esperar una nueva bandeja o a que una mesa se desocupase para limpiarla.
De vuelta en su sitio anterior, Luciana esperaba a ver a Nausica volver con ella para charlar, pero aparentemente el cliente de hoy, quien siempre iba los domingos y pagaba todos los tragos cuando venía con sus diecisiete amigos, la había sentado sobre sus piernas mientras sostenía sus cartas, diciendo que tenía mucha suerte hoy, y se lo debía a Nausica.
Nausica reía entre ellos y hasta cierto punto coqueteaba con aquel gordo adinerado, el cual, todos en el pueblo sabían que ya estaba casado y con varios hijos, sin embargo, Luciana sabía que Nausica hacía eso por ganarse una buena propina, una que, no solía ser tanta como la que ella misma recibía por parte del santo dorado.
Otro motivo por el cual sus jóvenes compañeras, la resentían un poco, a pesar de que solían bromear con eso.
Es decir, Nausica era una muchacha rubia con ojos azules de casi 20 años. Propuestas de matrimonio, ella había tenido de ida y vuelta, pero Nausica afirmaba que podía conseguir un partido mejor que cualquiera de sus clientes. Al menos eso decía hasta que Gateguard de Aries apareció por esa puerta, y jamás se ha molestado en siquiera mirarla.
Había una joven atractiva más entre las camareras, Margot. Pelirroja, alta, piel suave y blanca, cuerpo curvilíneo y ojos color miel. Ella había sido la primera en pedir que se le diese la mesa de Gateguard a ella. Sin embargo, el problema de Margot era su imparable lengua y su actitud coqueta-insistente, cosa que no sería tan mala de no ser porque el santo en cuestión en serio no tenía la fama de ser un hombre paciente o muy conversador. Además, si Gateguard quisiese chicas a su alrededor y embriagarse hasta la inconciencia, él mismo las habría pedido como el cliente regordete de la mesa cuatro.
A su edad, Luciana procuraba mantenerse en cintura. También debía ser realista. Ella nunca iba a tener una pareja y mucho menos hijos.
De hecho, por un segundo se imaginó con 10 años menos, y se preguntó, qué haría ella de estar en el lugar de Margot o Nausica.
¿También buscaría ser la atención del santo? ¿Pelearía tanto por ser su camarera?
Bueno, por las propinas que él siempre le dejaba a Luciana, quizás y sí pelearía.
¿Para ganar su atención? Lo dudaba. Ni en sus veinte ni ahora en sus treinta, Luciana había sido una chica tan atractiva como Nausica o Margot, y si ni a ellas les prestaba atención, ¿cómo (en nombre de Zeus) ella podría siquiera pensar en tener la más mínima oportunidad? Era cuestión de lógica, así que Luciana no se molestaba en pensar mucho en ese tema y tampoco le entristecía escuchar bromas de sus compañeras al respecto.
Gateguard de Aries… el chico era un misterio, no sólo por sus constantes visitas a la taberna, sino porque no parecía buscar nada en especial cuando entraba a la taberna.
¿A qué venía entonces realmente?
Como sus compañeros, él debería estar en su templo, en Aries. Pero en lugar de eso, entraba aquí, se sentaba en su mesa, ordenaba lo mismo de cada noche y en silencio miraba hacia la ventana.
Uno no podía sino preguntarse por qué realmente un hombre como él se tomaría la molestia de caminar hasta allá para conseguir comida y cerveza, teniendo doncellas en el Santuario para atenderle gratis. Lo más raro, es que a veces él ni siquiera comía.
¿Estaría pasando por alguna depresión? Eso explicaría esa rutina tan solitaria.
Luciana aprovechó su pequeño momento de inactividad para dejar la bandeja de madera en una mesita de metal, la cual estaba a un lado de la puerta que guiaba a la cocina. Alguna de las cocineras iba a venir por ellas más tarde, cuando la pila de bandejas estuviese completa.
Durante su movimiento, echó disimuladamente un rápido vistazo hacia el santo.
Mirando distraídamente el plato, él estaba picando el puré de patatas con la cuchara.
Gracias a él, ella ya había probado el puré de patatas de la taberna, y sabía que a veces le faltaba sal. No vio el salero en su mesa y ya no recordaba si estaba ahí.
Bueno, a trabajar.
Dispuesta a ser servicial (y nada más que eso) Luciana se acercó a Gateguard de Aries.
—¿Algún problema con la comida, mi señor? —le preguntó dispuesta a ofrecerle un salero, hasta que notó que había uno en el centro que el pelirrojo no había tocado.
Ups. No lo había visto, y eso que dejó el tarro de cerveza a un lado.
Sin dejar de picar el puré, Gateguard de Aries parecía estarla ignorado. Lo peor para Luciana fue saber que no podía retirarse hasta que él no la dejase ir.
Decidió esperar un poco, seguro había algo mal y él iba a decírselo pronto.
Mientras tanto, ella pasó la mirada por encima del plato, luego desvió sus ojos hacia la mano con algunas cicatrices del santo y se entristeció un poco… la vida de un guerrero de los dioses, debía ser bastante difícil.
Subió más y más hasta llegar a su cabello.
Luciana había visto a muchos hombres pelirrojos, pero ninguno como este. El rojo era tan vívido y fuerte, que resultaba curioso aun entre otras personas con su mismo color de cabello. Aunque, si él decidía cuidarlo mejor, seguramente se vería mucho mejor. Quizás, un corte para quitarle un poco de la orzuela, y para emparejar el nivel.
Vuelve, vuelve.
¿Qué estaba haciendo? No la habían contratado como estilista, la habían contratado como camarera. Y si se quedaba ahí parada sin hacer nada, iba a recibir una reprimenda pública.
«Arg, mierda» se tragó su vergüenza y pasó saliva por la garganta para humedecerla. Sin embargo, casi se atoró con sus palabras cuando él habló antes.
—Siéntate —exigió sin un tono en particular.
Luciana parpadeó, creyendo que había oído mal.
—¿Perdón?
El santo de aries cambió de movimiento. Ya no picaba los pedacitos de patatas aun presentes en el puré, ahora mecía la cuchara sobre ellos.
—Que te sientes —ordenó sin verla.
Justo como Nausica o Margot harían, para no perder propina, ella aceptó complacer a su cliente.
—¿Dónde? —dijo esperando y creyendo lógico que él no le pediría hacerlo sobre su pierna.
¿O sí?
—Enfrente —señaló con su mano derecha la silla vacía delante de él. Con la mano izquierda, seguía con su asunto con las patatas.
Inhalando aire, un poco confusa con esta situación Luciana mantuvo la calma y se sentó donde se le ordenó. De reojo, y sintiendo algo pegar con su nuca, Luciana se dio cuenta de que no sólo Margot se había detenido a ver lo que estaba haciendo, sino que, además, un par de jovencitas más la señalaron con sus ojos o dedos.
«Gracias a esto, me interrogarán hasta la muerte» pensó sin enojo ni pena, sólo sintiendo un poco de fatiga por adelantado y aburrimiento con respecto a tener que darles explicaciones a las otras chicas lo que había pasado con su cliente exclusivo.
Era un hombre. Un hombre como muchos.
Era un santo, de los más fuertes de la diosa Athena, pero era un hombre.
Envejecería como todos y…
—¿Te habrías sentado en mi pierna si te lo hubiese pedido?
Regresando rápido a la realidad, encontrándose con que él (sin dejar el puré) la estaba viendo entre su fleco, Luciana, sintiendo un poco de pena por estar compartiendo la mesa con uno de sus clientes más atractivos; y el que mejor le pagaba y trataba, de hecho. Pensó bien en sus palabras.
—¿Eso quería que hiciese? —soportando hacer una mueca de desconcierto, Luciana se mantuvo firme y soportó su mirada lo más seria, pero accesible, que pudo.
—Sólo responde.
Ella podría decirle que no, que ella no era de esas chicas. Pero, viéndolo desde otro ángulo. El joven hombre, que sin duda debía ser menor que ella, estaba perfectamente bien moldeado, además, no olía a sudor ni a ninguna otra suciedad, cosa anormal en los clientes frecuentes; más considerando su postura como un santo de Athena, quienes se supone, debían entrenar día y noche sus técnicas.
Seamos sinceras, si él le pidiese que se acostase sobre sus bien formados pectorales, ella lo haría. No es como si el santo le estuviese pidiendo un favor o servicio sexual, así que no se sentía extraña u ofendida por su pregunta, después de todo, llevaba casi 10 años trabajando aquí y durante ese tiempo, mantenerse muy cerca de sus clientes, y de sus manos, había formado parte del paquete laboral.
—Sí —dijo, manteniendo un tono neutro de voz.
Siendo sincera, no sólo lo haría porque él fuese un bello ejemplar masculino el cual podría ver hasta que sus ojos envejeciesen por completo, sino porque… él era su cliente.
Era su trabajo hacerlo sentir bienvenido y casi obligarlo a volver.
Luciana, antes de cumplir los 30 años, ya había complacido a varios clientes del pasado de ese modo, ¿qué le impediría hacerlo con él si se lo pidiese? Nada. Ese era su trabajo. Aunque, por supuesto de que, a medida que su contador de edad se acercaba al número innombrable para una mujer que se mantenía soltera, los clientes que le pedían su compañía de ese modo, iban reduciéndose. Como si todos se hubiesen enterado que ya tendría los 30 años y ella ya no sirviese como mujer.
En este caso, específicamente, lo que le sorprendía a Luciana era que este joven hombre le preguntase eso a ella.
Luciana no tenía que verse al espejo para saber que su cuerpo, con varios kilos extra, no solía ser el centro de atención de los hombres. Menos de los más jóvenes o, importantes, como él.
—¿Están obligadas a hacer eso? —manteniendo su mirada afilada sobre ella, Gateguard de Aries dejó la cuchara sobre el plato, lo más lento que pudo.
Luciana no comprendió al instante lo que quería decir, hasta momentos después en los que se preguntó de verdad si estaban haciendo eso por obligación.
—Mmm…
Ella desvió su mirada hacia la mesa; en teoría, ni Luciana ni ninguna de las chicas era obligada por el jefe a sentarse sobre sus clientes o permitirles a ellos que las abrazasen por la cintura durante sus juegos de cartas. Él les decía "agraden y atiendan bien a los clientes", el cómo lo hiciesen, ya era secundario. Pero era más que obvio cómo los clientes se sentían bien en una taberna.
Luego de pensarlo, Luciana llegó a la rápida conclusión que ellas lo hacían por dos razones:
Uno, se evitaban problemas con clientes que quisieran tomarlas por las malas.
Y dos, recibían buenas propinas por hacerlo con una sonrisa fingida en las caras.
—No —respondió, no tan convencida como quiso sonar.
—¿Hay que pagar por recibir ese tipo de trato?
Al mirarlo de vuelta, Luciana siguió el camino que los ojos de Gateguard de Aries le marcaban. Él observaba fijamente la mesa donde Nausica estaba todavía arriba del gordo.
Ella sintió que comenzaba a entender… pero… el rumbo al que se dirigían… era…
¿Acaso no habría una posibilidad de que Luciana estuviese inventándose tonterías y el santo de aries realmente estuviese diciéndole otra cosa?
—¿Puedo preguntar, a dónde quiere llegar? —cuestionó frunciendo un poco el ceño, ya más seria.
Sin cambiar su estoico rostro serio, él deslizó sus ojos hacia los de ella.
Aunque admitía que ser observada así le intimidaba un poco, Luciana admiró ese brillo que llevaban. El azul en ambos iris se combinaba bien con el rojo del cabello. Y miren eso, no se había percatado antes de lo largas y pobladas que eran sus pestañas oscuras.
—Espero me disculpe si estoy mal —Luciana volvió a tomar la palabra—, y ojalá no esté hablando más de la cuenta… —entrando un poco más en confianza, ella sintió que debía sacarse a sí misma de dudas.
Le sorprendía esta situación, pero no tanto que Gateguard de Aries estuviese interesado en esos servicios, sino porque, estuviese discutiendo eso con ella. Con mami gorda.
Por el bien de su propina, decidió no andarse con rodeos.
—¿Acaso usted… está insinuando algo?
Él no le respondió, se mantuvo quieto, con la misma expresión en su cara.
Parecía una figura de marfil bien tallada.
Sin embargo… esa mirada…
Bueno, ya que Luciana ya había empezado con ese tema, consideró apropiado aclararle ciertos puntos con respecto a su trabajo.
—Verá, quiero que sepa que nosotras no somos prostitutas ni damas de compañía de cantina —dijo lo más importante—. Si ustedes, nuestros clientes —dignamente estiró su cuello y alzó el mentón—, se sienten cómodos con nuestra cercanía, entonces no tenemos problemas en ofrecérselas. Por supuesto, eso no significa que vayamos a desnudarnos para nadie o algo así —sonrió, tratando de darle confianza y una buena imagen, tanto de sus compañeras como de sí misma.
En el punto sobre ofrecer servicios sexuales, era una verdad a medias. Algunas sí ofrecían ese tipo de servicios, pero no todas encontraban eso agradable, por lo que Luciana no quería meterlas a todas en problemas.
Ella misma, incluso antes de trabajar aquí, ya había tenido un par de parejas sexuales durante toda su juventud. Su experiencia en el campo no era la gran cosa, pero tampoco era una blanca paloma. Sin embargo, en caso de tener alguna propuesta de algún cliente de la taberna, ella tenía mucho cuidado a qué y qué clientes considerar. Los casados, los endeudados y los que oliesen mal, estaban fuera de su lista.
—Entonces, no ofrecen sexo —masculló él por lo bajo, meditando en lo que había oído.
—No —dijo seria.
Aunque, por dentro, ella esperaba secretamente que le propusiese tenerlo.
Odiaba tener que ocultar que todavía se sentía sexualmente activa, aunque no haya tenido una pareja en casi dos años y supiese que ya no pudiese aparentar ser una jovencita risueña con el fin de atraer a un hombre, al menos, por una noche.
Es decir, ella controlaba bien sus hormonas de tal modo que no se lanzaba como una gata en celo a cualquier hombre guapo que se le acercase. Para las noches frías, con sus manos era más que suficiente para luego dormir tranquila. Pero, ella tampoco era de piedra; que tuviese 30 no la volvía un cubo de hielo, y por los dioses, no todos los días se encontraba a un santo como él.
Ella no era una mujer muy atractiva, Luciana lo sabía bien, así que dudaba tener una segunda oportunidad de llevarse a la cama a un hombre joven con sus características.
Imagina la cara de Margot.
Casi quiso reírse.
Aunque, por otro lado, quizás le estuviese preguntando a ella (la más madura de las camareras) para tomar a otra más joven y guapa.
Ay cielos, eso no lo había considerado.
Si él hacía eso, su autoestima en serio bajaría.
Luciana salió de sus pensamientos y casi hizo una mueca de ternura absoluta cuando de pronto lo vio desviar la mirada hacia el plato con la comida (seguramente) fría.
Oh, no. Acaso… este bello ejemplar masculino pelirrojo… ¿era virgen?
Ella lo meditó rápido.
¡No! Se rio su inconsciente. Eso debía ser imposible.
—¿Pasa algo, mi señor? —le preguntó, tratando de averiguar lo que él buscaba.
¿Querría sexo? ¿Querría compañía? ¿O acaso sólo tenía curiosidad?
Lo siguiente que oyó salir de la boca de él, provocó que Luciana lo mirase… ahora sí, sorprendida.
—Quiero que duermas conmigo.
—Continuará…—
Espero que les haya gustado, pronto traeré el primer capítulo. Me falta revisarlo.
Como no sé cuál es la edad de Gateguard, yo diré que en este fic él tiene al rededor de 24-25 años, Luciana es mayor que él por 5 años. ¿Por qué? Porque realmente no sé cuál es el afán de hacer a las parejas de los santos, menores que ellos XD así que en esta ocasión, digamos que a Gateguard le gustan mayores jejeje
A todo eso, ¿qué piensan de su interacción? 7w7
Estoy convencida de que Gateguard es un hombre muy directo y siempre va al punto, por otro lado, Luciana es una mujer que ya ha visto demasiado en su vida como para escandalizarse y/o emocionarse y/o ponerse "roja como un tomate" por cualquier cosa XDD
Otra cosa. Es muy probable que haya bastantito OOC en este fic, ademas de que, como puse en las advertencias, habrá lemon y un cambio significativo (por no decir: a mi modo) en la historia original, así que por adelantado, vuelvo a avisar que el fic será medio raro XD.
Gracias por leer.
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