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Noche
I
— Las Pesadillas de Aries —
…
A tempranas horas de la mañana, antes de que saliese el sol, Luciana, al igual que todos los días, se despertó con una abrumadora sensación de extrañeza recorriéndole la mente y el cuerpo.
Lo primero que hizo al abrir los ojos fue fruncir el ceño. Antes de pasarse las manos por la cara para quitarse las lagañas y desperezarse, se sentó sobre el colchón. Sin molestarse en quitarse la manta de encima, fue encorvándose hasta que puso sus manos sobre sus rodillas. En esa postura, Luciana se quedó viendo fijamente una esquina vacía en la alcoba.
¿Qué demonios había pasado ayer?
Una vez que sus ideas se ordenaron, ella bostezó y salió de la cama para recibir un nuevo día.
»Quiero que duermas conmigo.
Ya lo recordaba. Eso había pasado.
La noche anterior, Gateguard de Aries le había pedido dormir con él.
»¿Dormir? ¿Puede… explicarse mejor? —le había dicho luego de estar en un momentáneo estado de shock. Hasta que movió los labios, Luciana se dio cuenta de que había tenido la boca ligeramente abierta.
¿Realmente se lo había pedido? ¿A ella? Eso debería ser una broma. Y es que, por "dormir", cualquiera pensaría en sexo, ¿no? Al final, esa era una forma bastante común y estúpidamente sutil entre amantes para camuflar el verdadero deseo que se tenían.
Ante la pregunta de Luciana, Gateguard de Aries arqueó una ceja, mirándola como si no pudiese concebir que ella le respondiese de esa forma a su… ¿petición?
»¿Qué puedo explicarte? —dijo serio—. Quiero que duermas conmigo. ¿No sabes el significado de la palabra "dormir"?
Bueno, pues ese mensaje en código que ella conocía, no aplicaba con este hombre.
—Aaah, era demasiado bueno para ser cierto —pensó en voz alta, saliendo de su alcoba para ir a la cocina.
Ella agradeció a los dioses por haberse dejado de escandalizar por todo, hace años.
De haber tenido 10 años menos, seguramente Luciana habría comenzado a tartamudear o habría salido corriendo luego de oír la invitación de Gateguard de Aries… sólo para que, momentos después, él le confirmase que estaba quedando como una idiota por malpensar.
Pero, en lugar de alterarse y actuar como si tuviese 15 años, ella mantuvo su compostura y simplemente le miró, algo incómoda.
»Claro que sé lo que significa esa palabra —se ofendió un poco por esa pregunta que parecía ir con algo de sarcasmo, aunque ella no estaba tan segura de que esas fuesen las intenciones de él—. Sin embargo, quiero que usted me lo aclare. Verá… tal vez usted no lo sepa —o fingía bien no saberlo—, pero a veces, la gente, cuando dice "dormir" realmente se refiere a tener sexo.
Luciana se sonrojó un poco por la pena del momento cuando él frunció un poco su propio ceño antes de responder.
»Yo no me refiero a tener sexo.
Sólo "dormir".
Ahora que Luciana se preparaba su desayuno (una taza caliente de té de manzanilla y una rebanada del pan casi duro que compró hace 3 días), recordaba a las chicas hablándole, una hora después y todas al mismo tiempo, pidiéndole detalles de su conversación con Gateguard de Aries. Sin embargo, en su momento, ella dudó mucho en decirles media palabra al respecto.
Y es que, incluso ahora que su cerebro estaba funcionando normal, Luciana estaba segura que si trataba de explicarles, ellas lo malinterpretarían todo, o no comprenderían que Gateguard de Aries no había buscado lo que otros hombres antes de él, para con Luciana.
¿Cómo explicarles a sus hormonales compañeras ansiosas por buscar un buen marido, que su solterona compañera de 30 años iba a dormir esta noche (sin tener sexo) con el santo de aries?
El resto de la noche de ayer, Luciana fingió demencia, fingió no saber de qué le hablaban sus jóvenes compañeras, hasta que ellas solas se aburrieron y la dejaron en paz.
Al llegar a su casa, luego de lavarse los dientes con agua y hojas de menta, e irse a dormir, ella se admitió a sí misma que todavía no podía creer lo que había vivido. Ahora, ya no sabría qué hacer esta tarde cuando volviese al trabajo. Ni durante su turno, ni luego de este.
Es decir, ella sabía que no estaba obligada a decirles nada a sus compañeras de trabajo, sin embargo, sentía que, si no le decía esto a alguien, iba a explotar.
Además, esta noche…
»¿Entonces? ¿Qué dices?
Posterior a esa pregunta fue cuando el cerebro de Luciana hizo un ligero corto circuito y se desconectó un poco del mundo.
»Si es sólo dormir… —musitó en automático—, no tengo ningún inconveniente.
Él mantuvo su seria expresión.
»¿Estás segura?
»Sí —susurró Luciana.
En su momento, ella no supo si sería apropiado decirle al santo que deseaba que le pagase por su futuro servicio, pero, considerando que él era muy bueno dejándole propinas, el simple hecho de creer que no le pagaría por ir hasta su casa, en Aries, para dormir junto a él, en su cama esta noche, era un insulto.
Relajándose poco a poco, puesto que si sólo iban a dormir en la misma cama (por alguna razón que ella no comprendía) no había nada por lo que asustarse o sentirse penosa, Luciana pasó el resto de la mañana y tarde enfocándose en lavar su ropa sucia, limpiar la casa por dentro y alistar su uniforme para atender el turno nocturno, como siempre.
»No llegues tarde —le había dicho el santo de aries la noche de ayer antes de irse sin haber tocado el plato ni la cerveza. Sin embargo, dejó el dinero, como siempre. Tanto de la comida que él no había consumido ni probado, como la propina acostumbrada de Luciana.
Al sentir que él se había ido, ella se comió los alimentos clandestina y rápidamente, aprovechando que ya no había clientes faltantes por atender, además de los que estaban en la mesa de Nausica.
Se bebió medio tarro de un trago, y no paró hasta que terminó con todo.
Otras cosas que ocurrieron durante el resto de su jornada laboral… Luciana ya no lo recordaba tanto en realidad. Ella no se había embriagado, por lo que se quedó a limpiar luego de cerrar, como siempre, sin embargo, su cerebro se había desconectado de su realidad un poco por lo que sus deberes los terminó de hacer por inercia.
En serio, ¿sólo dormirían?
Vaya… Gateguard de Aries (en una sola noche y en menos de 10 minutos) había escalado 6 lugares en lo que Luciana consideraba extraño.
Y eso que su lista era sólo de 3 escalones.
Más relajada, ahora con este bello día y luego de haber desayunado bien, Luciana ya estaba en circulación normalmente.
«Relájate, todo estará bien» se dijo a sí misma.
No habría sexo de por medio, y eso la decepcionaba un poco ya que el santo de aries, físicamente, no tenía desperdicio. Pero, al diablo. Ella tampoco había dormido nunca con un hombre como él, aun con sexo. Hasta ahora, todas sus parejas habían sido hombres delgados y gordos. Un intermedio como ese (aunque fuese sólo para dormir) debía ser bien agradecido.
«No era lo que esperaba, pero, ¡gracias, dioses!» pensó riendo pícaramente, caminando con una toalla, un zacate y una muda de ropa bajo el brazo izquierdo.
Una vez que terminó de limpiar la casa, lavar y colgar ropa mojada en un tendedero bastante sencillo, Luciana fue al río que estaba, más cercano al pueblo, para darse un baño.
Al llegar a un sitio bien cubierto por arbustos sin serpientes, vigiló bien a su alrededor que estuviese sola. Se ocultó entre las ramas y hojas, prosiguiendo a desvestirse.
«Lavaré esto también» pensó, refiriéndose a la ropa que se estaba quitando. Pronto, se apresuró a entrar al agua—. ¡Dioses! —exclamó titiritando un poco—, está más fría de lo que pensé —tembló, buscando bien con sus pies dónde acomodarse y no resbalar.
Ya se había metido al agua, ni cómo salir sin haber terminado lo que empezó.
Debía ser rápida, el sol calentaba bien, pero no lo suficiente ya que el viento se sentía más fresco de lo esperado.
Usó el zacate para tallar su cuerpo, se apoyó en la orilla del río para concentrarse en sus pies. Luego prosiguió con su cuello, brazos, hombros, nalgas, piernas… y como pudo, lavó su espalda también.
Literalmente usó un brazo para alzar sus grandes pechos y poder limpiar su abultado estómago. Debía bajar de peso, lo sabía, pero… carajo, ¿cómo hacerlo si tenía hambre y cuando podía comer bien era hasta que ya estaba arrastrando los pies por el sueño?
Pasar hambre, era una de las peores cosas que le hubiesen pasado alguna vez… ahora que podía consumir alimentos de forma regular, no iba a parar en nombre de une estúpido sacrificio superficial.
Talló fuerte entre sus pechos, axilas, costados y rodillas hasta que le dolió la piel.
Lanzó el zacate afuera junto a su ropa sucia y con las manos, se centró en su intimidad. Después de eso, y de sostener aire, Luciana se sumergió bajo el agua.
«Da igual si bajo de peso o no. Además… ¿para qué quiero yo a un hombre a estas alturas de mi vida? No volveré a pasar hambre si puedo evitarlo» con los ojos cerrados, abajo del agua esperó un poco, hasta que sus pulmones le exigieron volver a la superficie.
Al salir y restregar su cara con las manos para quitarse el cabello de la cara y el agua de los ojos, miró a su alrededor para asegurarse de que todavía estaba sola.
Más tarde, lavó y talló su cabello. Largo, castaño y ondulado. Era un martirio a la hora de intentar desenredarlo, pero le gustaba tenerlo así.
Rápido, se dio una segunda zambullida y salió rápido del río.
Se secó veloz la piel con la toalla que dejó tendida sobre los arbustos para que el sol la calentase un poco, para montarse rápidamente encima el vestido limpio. Al tener la prenda cubriéndola, se centró en su cabello.
Poniéndose las sandalias, dejó la toalla sobre sus hombros para evitar que su cabello mojado le molestase. Tomó su ropa sucia y prosiguió a lavarla. Durante ese tiempo, sus pensamientos volvieron a lo que ya había aceptado la noche pasada.
«Será sólo dormir» pensó, no encontrándole sentido a eso, «¿qué clase de hombre le pide a una mujer que duerma con él sin tener sexo antes?».
…
Apenas Luciana cruzó la puerta de la entrada a la taberna, horas antes de la puesta del sol, Margot la interceptó.
—Escucha, mami gorda, ayer te nos escapaste, pero hoy no vas a hacerte la interesante —mientras hablaba, el dedo índice de Margot le picó varias veces el pecho derecho a Luciana, con altanería y ofensa—. Dínoslo todo —fallando en ser amenazante, la pelirroja le espetó sobre la cara.
Sin ofenderse por lo de mami gorda ya que así la apodaban sus compañeras, Luciana, con los ojos entrecerrados, apartó a Margot y a otra joven, de casi 15 años, llamada Colette. Caminó entre ellas con el fin de reportarse con la cocinera principal, ya que era ella quien estaba a cargo cuando el dueño de la taberna no estaba.
Los lunes, Cosmo no solía estar en el turno nocturno por lo que dejaba a la anciana cocinera al mando de su negocio, ¿por qué? Luciana no lo sabía ni le importaba.
Impidiéndole una huida pacífica, Margot la tomó de la muñeca.
—Déjame en paz, Margot —masculló Luciana, en verdad aburrida—, ¿no tienes nada más que hacer?
—Oh, vamos —pidió Margot con voz chillona, ansiosa e insistente—. No te cuesta nada decirme.
—¿Qué quieres que te diga? —se soltó de un jalón.
—Lo que te haya dicho Gateguard de Aries —espetó como si eso fuese lo lógico.
¿Por qué habría de decirle algo?
Mirándola con fastidio, Luciana lo pensó.
—Me pidió que me casara con él —dijo queriendo ver su reacción. La cual, fue justamente la que Luciana esperaba:
Margot se rio a carcajadas.
—Ay ya —casi gritó entre risas—. Dime la verdad. ¿Qué te dijo? —la muy perra incluso se limpió una lagrimita de su ojo derecho.
Muy bien, la pequeña pelirroja se lo buscó.
—Me preguntó por Nausica —cambió su respuesta, borrándole la risa de la cara a Margot.
—No es cierto… no… no es cierto, mientes —dijo molestándose cada vez más, poco a poco. Luciana hizo un gesto burlón, negando con la cabeza—. ¿Hablas en serio? ¡¿Ella?! ¡Ay, ¿pero por qué ella?!
Aprovechando que Margot se giró hacia Colette para preguntarse entre ellas por qué Gateguard de Aries había escogido a Nausica, Luciana caminó hasta la cocina, donde se encontró precisamente a Nausica, quien (siendo un poco menos intensa y agresiva) la interceptó luego de que mami gorda se reportó con la vieja cocinera. Sin embargo, en este tema, Nausica tenía justamente la misma insistencia molesta de Margot por saberlo todo.
—Me preguntó por Margot —con la misma cara de basta ya, Luciana cambió la versión de la mentira luego de que Nausica también se riese al oír el chiste del casamiento.
—¡¿En serio?! —hizo una mueca de decepción—, mmm… ya me lo imaginaba. Ella siempre se lleva a los guapos. Debería ya casarse y dejarnos algo a las demás —hizo un berrinchudo mohín, retomando sus propios deberes.
Esperando que esa mentira mantuviese a esas dos lejos de ella, Luciana se puso a limpiar las mesas, sobre todo la mesa 7. Se aseguró de que las sillas estuviesen bien en su sitio y luego fue a ayudar a la cocina con algunos trastos de la tarde.
La tarde, luego la noche, todo prosiguió sin interrupciones ni nada fuera de lo normal.
Debido a que la gente no tardó mucho en llegar, ni Margot ni Nausica la llamaron para nada más, puesto que se entretuvieron con sus propios clientes.
Luciana se sintió un poco mal al verlas mirándose entre ellas con resquemor, pero, en su defensa, ese par de mocosas se lo había buscado.
Jamás le faltes el respeto a tus mayores, ¿era tan difícil simplemente para esas dos dejarla en paz?
Gateguard de Aries podría ser un santo dorado, un apuesto joven hombre pelirrojo, capaz de destruir con sus manos desnudas un cráneo humano hasta dejarlo como la masa de un pan… y etcétera, pero había que estar realmente enceguecida con su exterior para no darse cuenta de que ese sujeto, adentro de su cabeza, no estaba muy bien.
Luciana llevaba casi dos meses observándolo y analizándolo; sus instintos le decían que él no había nacido para formar una familia.
«Él nació para luchar» pensó de forma agridulce, aguardando paciente a que Gateguard entrase por esa puerta.
Sin embargo, por primera vez en meses, él no apareció.
La noche prosiguió.
Clientes vinieron y se fueron, durante todo ese tiempo. Por esperar a Gateguard de Aries, puesto que Luciana pensó que él se había retrasado, ella se había mantenido al margen con algunos hombres que pedían su atención.
Gracias a que otras chicas (más jóvenes, lindas y delgadas) aparecían para ganarse la propina, el papel de Luciana se redujo a una ayudante de camarera.
Lo peor de estar la mayor parte de la noche, de pie o limpiando mesas vacías, fue estar soportando a Margot y Nausica viéndose entre ellas, y luego viéndola a ella, con la misma cara de indignación (injustificada, por cierto) y enfado.
Justo como un par de niñas a los que se les quitaba su juguete favorito, el cual, realmente, no le pertenecía a ninguna … y no hablábamos de un juguete sino de un ser humano, lo cual hacía de esta situación algo de lo más indigesto, patético y molesto.
«¿Actuando así piensan en casarse? Deben estar bromeando» pensó bastante fastidiada, recogiendo la bandeja con tarros de cerveza, de la mesa 5.
Al terminar la jornada, Luciana ya estaba bastante cansada e irritada como para soportar a…
—¿Por qué no vino hoy? —le preguntó Margot, impidiendo que Luciana llevase la bandeja con tarros vacíos a la cocina.
—¿Tengo el aspecto de saberlo? —la miró mal—. Quítate.
—Tienes el aspecto de alguien que nos ha mentido —llegó Nausica por detrás. Se veía entre enojada y triste.
Luciana quiso reírse por la ternura que le causó ver a Nausica así. Realmente, hacerse la mala como Margot, no era para ella.
—De hecho, tengo el aspecto de alguien que va a darles nalgadas hasta el cansancio si no dejan que mami haga su trabajo —le sonrió a Nausica, luego se giró hacia Margot—. Ahora tú. Quítate del camino o enfrenta las consecuencias.
—¿Y cómo qué puedes hacerme tú? —altanera, sin llegar lo realmente amenazante, Margot se puso las manos en la cintura.
Evitando ver atrás de Margot, Luciana le sostuvo la mirada.
Ella sabía que Margot no iba a dañarla ni ofenderla con el fin de hacerse su enemiga. La sensual pelirroja tampoco la veía como a una rival, sin embargo, su ambición y deseo por conseguirse un buen partido la hacían actuar como una idiota a veces. Sólo por eso, Luciana todavía no le había dado la bofetada que se estaba ganando hoy.
—¿Ella? Nada —dijo la cocinera principal atrás de Margot, una mujer de casi 70 años: Elma, cuyo nombre significaba amable, pero de eso no tenía ni un pelo—. Sin embargo, yo estoy interesada en saber por qué no están trabajando, trío de holgazanas.
Por la cara pálida que puso Margot, Luciana supo que por hoy los juegos iban a terminar.
—Iré a dejar esto y me iré a casa —dijo Luciana, tratando de zafarse de la situación lo mejor posible.
—Oh no, tú no te vas a ningún lado —respondió Elma con demanda—, tú lavarás los trastes que quedan; estas dos van a limpiar el resto.
—¿Cómo? —Luciana se indignó.
—¡¿Pero por qué?! —Margot abrió la boca demasiado.
—¡Yo no hice nada! —se quejó Nausica.
—Exacto. Y por no estar haciendo nada, las tres van a quedarse hasta que todo esté limpio —Elma casi escupía sobre la cara de Nausica mientras le hablaba.
Luciana quiso arrojarles los trastos encima a las tres. Ella estaba haciendo su trabajo, ella no quería problemas, ¡ella estaba pagando por algo que no hizo!
»No llegues tarde.
Maldición.
¡Maldición!
«Calma, calma… o empeorará. ¡Carajo!» quiso darles de puñetazos a Nausica y Margot, «¡espero estén felices ustedes dos vacas tontas!» a pesar de que la bilis le burbujeaba por dentro, Luciana se tragó su veneno en contra de las tres mujeres. Ya tendría tiempo para escupirlo afuera, en la seguridad de su casa, lejos de la vista y oídos de Elma.
Ni de chiste iba a replicar con lo que se le había impuesto. Casi 10 años trabajando aquí, le habían enseñado a Luciana que Elma no era una mujer a la que podías gritarle, ya sea que trabajases para ella o no.
Luego de presenciar su firmeza de hierro e inclemencia para con las respondonas… Luciana prefirió mantener la boca cerrada y aceptar su inmerecido destino.
«Cómo las odio» pensó Luciana, apretando los dientes, dirigiéndose a donde le estaban esperando pilas y pilas de tarros de cerveza, ollas, sartenes y una larga lista de etcéteras.
…
Luego de casi 4 horas, con las manos arrugadas por el agua, y enormemente cansada, Luciana no se molestó en despedirse de Margot y Nausica, quienes todavía limpiaban el piso con trapos, en silencio y bajo la atenta vigilancia de Elma.
—No llegues tarde mañana y recuerda que aquí vienes a trabajar —le recordó con fastidio, la muy desalmada anciana.
—Sí, señora —dijo en lugar de "por favor, cállese, déjeme en paz y coma mierda, si no es mucha molestia".
—Vete ya.
Inhalando el dulce aroma de la libertad, Luciana salió de la taberna.
Maldición, le dolían los pies y las manos; los párpados le pesaban. Mejor no hablemos del estado de su cabeza. Y el sólo pensar que a estas horas de la noche iba a tener que ir directo hacia la Casa de Aries… sitio no precisamente cercano, y eso, a ver si Gateguard de Aries no ya habría desechado la idea de tenerla consumiendo su espacio… arg, en serio… no tenía ganas de escuchar más gritos.
«Oh poderoso Zeus, dame una señal…» caminando, perfectamente agotada, hacia el Santuario en medio de lo que debería ser la madrugada del martes, Luciana alzó la vista al cielo, sintiéndose un poco desanimada, «¿debería considerar saltar desde el barranco de Cabo Sunión?».
Dicen por ahí que "debes tener cuidado con lo que deseas".
Luciana no se dio cuenta del momento en el que fue atrapada por la espalda (sus ojos y boca fueron cubiertos por unas manos) y en menos de un segundo, fue transportada adentro de un espacio sumamente grande y oscuro. Un templo.
Mareada por el repentino cambio de escenario, Luciana de inmediato se hizo a la idea de que había sido secuestrada. ¿Las razones? Ninguna con sentido, ¿qué podría ganar alguien llevándosela a ella? ¿Dinero? Luciana apenas tenía para sobrevivir día a día, aunque tuviese unos pocos ahorros, eso (ni de chiste) no cubriría un rescate. ¿Violarla? ¿A ella? ¿Una mujer anciana y gorda? ¡Vamos!
Sus rodillas y palmas de las manos resintieron el golpe luego de que su alto captor la dejase caer sin la menor pizca de delicadeza.
Ella, creyó que vomitaría no sólo por el brusco movimiento de un segundo sino porque no había tomado bocado desde hace horas, lo que le ponía un poco mal, y pensando qué podría vomitar.
Prometió no volver a nombrar a los dioses por cualquier tontería.
Luego de caer al piso y quejarse del dolor por eso, permitió que su cuerpo se rindiese y se acostase por completo. Estaba demasiado agotada como para levantarse, intentar correr lejos, gritar, arrodillarse y suplicar por su vida.
¡Sin embargo, tampoco quería morir!
—Por favor, no me mate… —se lamentó por lo bajo, creyendo y usando su paranoico sistema de eliminación de trágicos destinos, que había sido seleccionada para ser sacrificada en un ritual extraño.
Con el corazón en la mano, Luciana cerró los ojos, temiendo lo peor.
—Qué sea rápido, qué sea rápido, qué sea rápido —farfullando bajo y entre dientes, cerró fuerte los puños también, esperando un golpe o un grito.
Las pisadas de su captor llegaron hasta que estuvo cerca de su cabeza. Entonces sintió unos picoteos en su sien derecha provenientes de del dedo de una mano.
—Nadie va a matarte, cálmate un poco.
Con el alma volviéndole al cuerpo, Luciana abrió un poco los ojos.
«Esa voz» frunció el ceño—. ¿Gateguard de Aries? —alzando la cara hacia donde había oído la voz, pudo encontrarse con el santo en cuestión. Él estaba con una rodilla flexionada y la otra pegada al piso, mirándola como si ella fuese la loca.
Con la voz volviéndole a la garganta y su corazón retomando el latido normal de un ser humano, Luciana sintió un ligero tic en su mejilla derecha.
—Entonces… ¿fuiste tú quien me agarró así y me trajo hasta acá? —masculló intentando contener a su bestia interior, la cual se moría por gritarle un par de cosas.
—Sí, ¿quién más?
—No sé… no sé quién más… —profundamente aliviada de no encontrarse en peligro de muerte, se acostó bocarriba, cerrando sus ojos, inhalando profundo.
Sin embargo, tan pronto como llegó su alivio, así la atacó la indignación. El hambre, el terror pasando y el enfado que Margot, Nausica y Elma habían cultivado… todo eso estaba atascado en su garganta a punto de salir a modo de insultos.
Pero… pero… ¡pero…!
¡¿Pero quién diablos se creía este malnacido?! ¡¿Acaso este estúpido era un maldito desquiciado?! ¡Le dio un susto de muerte!
No le grites, le dijo su lejano razonamiento, no sabes lo que podría hacerte si lo haces.
¡Sin embargo! ¡Aaahhh! ¡Maldito… idiota!
—¿Te sigue doliendo la caída? —preguntó él creyendo erróneamente que Luciana estaba haciendo un gesto de dolor por el golpe, y no por estar ocupada tragándose la bilis que sentía a punto de salirle por la garganta a borbotones.
Luciana negó con la cabeza, tapándose la cara con las manos.
Ella no conocía de nada a este hombre. No sabía cómo reaccionaría si llegaba a gritarle o a intentar golpearlo como ansiaba hacerlo.
¡Pero en serio quería…! ¡En serio quería…!
—¿Por qué…? —musitó, casi chilló, como un ratoncito.
—¿Por qué… qué?
—¿Por qué no me avisó que era usted antes de sujetarme así? —dijo todavía con la cara tapada.
Lágrimas de furia estaban rejuntándose en sus ojos, todavía cerrados. Sus labios temblaron, bajando más y más, formando una mueca triste.
Eso podría parecer: que ella estaba asustada todavía. Pero, en realidad, por dentro, Luciana estaba rabiando como un animal al que le acababan de dar un azote sorpresivo con un látigo.
—Pensé… pensé muchas cosas horribles en tan pocos segundos —gruñó conociéndose lo suficiente como para saber que su ya incontenible llanto, eran sólo sus varias explosivas emociones saliendo de algún modo de su cuerpo para no contaminarlo.
Sollozó un poco, perdiendo cualquier tipo de vergüenza, con el fin de no lanzársele encima al santo con las intenciones de aruñar su estúpida cara, Luciana se permitió descargar hasta la última gota de enfado a modo de lágrimas.
A medida que iba terminando, Luciana se sentía cada vez más cansada.
—No era mi intención asustarte —se disculpó él… pero, lo hizo sin ningún tipo de emoción. No parecía tener remordimiento ni pena por su bruta acción.
Eso sólo hizo enojar más a Luciana.
«Tienes suerte de que no sea tu madre, o ya estaría azotándote el trasero» pensó bastante molesta, pero ya menos rabiosa. Al menos ya podía pasar saliva por su garganta seca sin el peligro de toser—. Estoy muy… muy… muy cansada —inhaló profundo, llevándose mucosa nasal de vuelta a su cuerpo—. Quiero dormir ya.
—Bien… levántate —él se incorporó solo.
—Ayúdeme a levantarme —pidió Luciana, considerando justo que al menos eso hiciese por ella luego de casi ocasionarle un irreversible mal cardiaco.
—No —espetó Gateguard de Aries, caminando sin ella.
Al quitarse las manos de encima, limpiándose las lágrimas de los ojos, ella lo vio (usando su cuello para alzar la cabeza) molesta como estupefacta. ¿Quién diablos le había enseñado tales modales para con una mujer?
—¡Entonces dormiré aquí! —gritó al borde de su (ya de por sí) poco temple.
—Bien, pero no te pagaré ni un centavo. Lárgate —espetó él sin perder su propia paciencia.
¡Oh no, su dinero!
Luciana se llevó el puño a la boca con el fin de cerrarse la boca. Mordió su piel, quitándose la mano, rápido de ahí.
—¡Está bien, está bien! ¡Lo siento! ¡Ya me levanto! —lamentándose por haberse dejado llevar por su propio berrinche, Luciana rejuntó las pocas fuerzas que le quedaban para ponerse de pie y ver que él estaba esperándola afuera de un largo corredor que llevaba a uno de los pasillos del enorme templo.
Este sitio, en general, era frío, vacío y oscuro.
«Justo como su dueño» pensó, andando todavía molesta, pero sin el deseo de botar a la basura su bono extra, el cual, por cierto, se mecería con creces.
—Sígueme —le ordenó él, caminando por delante.
Gracias a que Gateguard de Aries concentró su cosmos en la palma de la mano derecha, Luciana (todavía buscando calmarse y no perderse ante el enfado) no tuvo necesidad de preguntarle cómo es que veía por donde iba durante las noches si no tenía velas a su alcance.
Qué fácil sería si todos pudiesen hacer eso.
Enfocar su propia luz en la palma de su mano… y dejar de comprar velas.
—Y… ¿sigue siendo en serio? —preguntó Luciana, un poco más calmada, carraspeando la garganta. La sentía todavía algo seca—, ¿será sólo dormir?
—¿Tanto es tu afán por tener sexo conmigo? —preguntó mordaz.
¡¿Ahora él estaba ofendido?!
Trágatelo, le dijo su razonamiento, trágate los insultos.
Como si su propia saliva fuesen cada una de las palabrotas que se le pasaron por la mente, Luciana hizo un gesto doloroso al pasarlas todas de un solo trago.
Deteniéndose enfrente de una puerta, Gateguard de Aries la abrió mostrando a la perfección con su luz, una cama grande y vacía del lado opuesto a la puerta; justo enfrente de ellos. Había una curiosa y solitaria ventana con barrotes en la esquina izquierda del fondo y en la esquina de la derecha, pegando en la otra pared, casi a un lado de la cama, se hallaba un buró viejo de madera.
—No —rezongó ella en respuesta, poniendo los ojos en blanco—. Créame, eso es último que busco.
Si su libido había estado en perfecto estado cuando ella salió de su casa esta tarde, ahora ya podía considerarse un témpano de hielo. Luego de ese susto mortal, ¿quién en su sano juicio podría querer sexo? Un torcido mental, tal vez. Por eso ella le había preguntado eso a él.
—Entonces… ¿por qué sigues preguntándome lo mismo? —Gateguard de Aries pasó primero a la alcoba. Ahí, se aproximó a un pequeño buró de 3 cajones, arriba de este ya había un candelabro de 3 velas, y como si fuese lo más común para él, con el dedo índice de su otra mano encendió todas.
Al bajar su mano derecha, la luz que él emitía, se apagó. Las velas hicieron el resto.
—Entra y cierra la puerta —le ordenó desprendiéndose de la playera con mangas largas que llevaba.
Haciendo lo que él le pidió, luego dándose la vuelta para mirarlo, cambiándose de ropa, Luciana no tuvo problemas en admirar ese bien esculpido torso y su perfecta como ancha espalda.
Si tan solo no estuviese (notablemente) lunático.
—Porque… —caminando hacia él, dispuesta a no dejarse intimidar, Luciana también se fue aflojando el vestido con el fin de dejarse el segundo vestido blanco, el cual era más ligero, que usaba debajo del que usaba para trabajar—. Porque, ningún otro hombre que haya conocido antes, me había invitado a dormir a su cama, sólo a dormir.
Se quitó el vestido de su trabajo por encima de su cabeza, sin molestarse en mirar hacia donde estaba él y asegurarse de todavía seguía en lo suyo y no mirándola.
No es como si ella también tuviese un cuerpo de escultura, pero dentro de lo que cabía, Luciana se consideraba una mujer con la suficiente autoestima como para no sentirse cohibida en estas circunstancias.
Si antes había podido desnudarse frente a otros hombres, que, algunos, sí hicieron uno que otro chiste disfrazado de observación con respecto a su cuerpo, Luciana estaba segura de que podría hacerlo frente a ese insensible maleducado.
Ya desde antes se había preparado para esta noche. Algo en su interior le dijo que no iba a tener tiempo de cambiarse de ropa en su casa.
Además, había ido a orinar antes de salir de la taberna, así que por ese lado estaba tranquila… mmm, de no haberlo hecho, seguro se habría ensuciado la ropa.
Lo único que lamentaba era tener que irse a dormir sin poder tallarse los dientes con hojas de menta.
—Otros hombres, ¿eh? —dijo él con cierto recelo, sentado en la orilla derecha de la cama, viéndola fijamente.
Luciana se sorprendió de que se haya cambiado rápido. ¿E iba a dormir con sólo una muda de pantalones puestos?
¡Alto! Aguarden momento…
—¿Qué? —Luciana le preguntó frunciendo un poco el ceño—, ¿cree que a mi edad sigo siendo virgen? ¿Qué nunca he acariciado, besado y cogido a ningún hombre? —se hubiese reído en su cara, o por lo menos se habría burlado con una sonrisa, de no ser porque este tipo no parecía ser de los que se tomasen a bien eso, así que ella mantuvo su semblante serio.
—No es como si me lo hubiese preguntado —respondió tajante.
Sus treinta años le dijeron a Luciana que él le mentía.
Ay, ternurita de hombrecito.
Al final, él era un hombre. Y como otros de su género, posiblemente, se haya estado preguntando si Luciana se estaba conservando para el hombre que sería su esposo.
Vaya estupidez ridícula.
—Le informo, mi señor… —fingiendo no sentirse incómoda o juzgada por los fríos ojos del santo, ella dobló su vestido en dos, manteniéndolo sobre su antebrazo derecho—, que… yo no sé lo que sé, porque nadie me lo haya contado. Y si le incomoda saber que esta camarera de treinta años ha dormido con otros hombres, dígamelo ahora. Aún estamos a tiempo.
Como cuando hablaron en la taberna, la noche de antier, él no le respondió nada; se quedó ahí, viéndola. Escaneándole el alma.
—¿Cuántos han sido? —preguntó Gateguard de Aries al cabo de un rato, sosteniéndose las miradas entre ellos.
—Cinco, siete, nueve… no llevo la cuenta. No me interesa llevar la cuenta —masculló indiferente.
Sin embargo, deseosa por vengarse de algún modo de él, Luciana dejó caer al piso su vestido del trabajo, caminando lento hacia él.
Quiso verlo mejor a los ojos y esperar a que él no se levantase.
—¿Acaso… eso le incomoda? —insistió ablandando cada vez más su tono de voz hasta casi hacerlo un susurro.
—¿Por qué habría de hacerlo? —respondió con voz ronca.
Luciana necesitaba verlo desde arriba. Quería ver esos ojos azules desde una postura de superioridad.
Gateguard de Aries, por su lado, no la detuvo ni se mostró preocupado o curioso por saber lo que ella haría cuando llegase a su posición. Él se quedó por completo impasible. La dejó pararse frente a él, viéndolo desde arriba, como si Gateguard de Aries quisiera ponerla a prueba, y pensase que era él quien tenía el control de la situación.
«Te hacen falta años, y mucha experiencia para hacerme sentir inferior a ti en una alcoba, a solas, con una sola cama para nosotros dos» pensó Luciana, sintiéndose más sexy y peligrosa que nunca.
La inocencia todavía persistente, que ella veía sin problemas, en los ojos azules de él, le fortalecieron como nunca creyó que podría ser posible.
Oh, cómo quería sacarlo de esa ridícula ilusión de poder y demostrarle que, daba igual si él era un santo, un simple hombre o un dios. Si ella quería, podía tener su cordura en la palma de su mano con tan solo una caricia.
Sosteniéndole la mirada, Luciana estuvo a punto de ceder a su bestia interior, tomarlo de las mejillas y besarlo hasta quitarle todo el aliento.
Quería tenerlo debajo de ella pidiendo clemencia.
Pero, no lo haría. Sin importar su situación económica ni su trabajo, ella tenía clase; tenía modales; era una maldita dama con palabra. Y si ellos dos habían acordado no tener sexo esta noche, ella no iba a pedirlo ni mucho menos rogarlo.
Quien lo rogaría, sería él.
Así que, sabiendo lo que hacía y lo que podía estar insinuando, ella lanzó una rápida mirada a los labios del santo.
Suaves y lindos.
«Vírgenes» pensó pícara y burlona, con un brillo malicioso en sus propios ojos color avellana.
Cuando tuvo suficiente de estar vista, por ahora, se alejó un paso; volvió su mirada a los ojos de él. Seguían siendo fríos e inexpresivos.
¿Sería lo mismo por dentro?
—Si ya terminamos con el interrogatorio con respecto a mi vida personal, iré a acostarme. Debo trabajar mañana… y también usted —susurró lo último, lento y suave.
No le tocó un solo cabello, no le insinuó nada con palabras, pero en cuanto se sentó en la cama del lado opuesto al buró y fingiendo estar ocupada quitándose los zapatos, Luciana, ayudándose con su largo cabello castaño, lanzó una rápida mirada de reojo hacia él, dándose cuenta (para el total gusto de su ego) que Gateguard de Aries la había seguido con sus propios ojos hasta donde se encontraba.
«¿Ya te arrepentiste de querer sólo dormir?» sabiendo que, si no paraba de burlarse y tentar a su suerte, en serio iba a reírse… luego pagaría por eso, Luciana acomodó sus zapatos en el piso, y alzó la sábana para meterse debajo de ella—. Descanse —le dijo cerrando los ojos.
Esperaba que, al despertar, no lo hiciese en medio de la plaza del pueblo.
Nadie la preparó mental ni físicamente para lo que vendría tan solo horas después de haberse quedado dormida con su ilusoria sensación de victoria.
…
El sol todavía no alumbraba cuando Luciana despertó violentamente.
Ella no abrió los ojos porque haya tenido una pesadilla, tampoco porque su reloj interno se lo avisase de forma natural o la naturaleza le haya informado que debía ir a vaciar la vejiga. Luciana había despertado porque algo le comenzó a apretar el cuerpo con mucha fuerza, tanta, que no pudo tener la voz de siquiera gritar.
Con cada vez menos aire, abriendo la boca sin la posibilidad de recibir oxígeno y expandir sus pulmones como debería hacerlo, Luciana tampoco pudo siquiera mover sus brazos para intentar zafarse, porque también estaban siendo apretados con el resto de su ser.
Luciana sintió que estaba siendo atacada por una pitón. Aunque realmente fuese un solo brazo con músculos lo que la estuviese sujetando de ese modo.
Al poco tiempo, el cerebro de Luciana dejó de recibir información. Los huesos de sus costillas, brazos y vértebra, se sentían a punto de romperse.
—Su-él-tame —dijo ahogadamente, cada vez con menos oxígeno.
Quiso gritar, quiso morder o patear, pero sus instintos a este punto le dieron una mejor idea.
Duermes con un hombre.
El hombre está abrazándote muy fuerte por la espalda.
¡Usa el puño rápido o te exprimirá como a una naranja!
Moviendo su pelvis hacia adelante, imponiendo una distancia prudente, y requiriendo de todas las fuerzas que le quedaban (con los ojos apretados y rogando a los dioses porque funcionase) Luciana dio un fuerte golpe con el puño cerrado directamente sobre el miembro de Gateguard de Aries. De hecho, dio dos puñetazos con toda su furia y desesperación, pero ella sólo contó uno.
Afortunadamente, eso le salvó la vida.
—¡Aaah! —exclamó él soltándola, encorvándose en el lado opuesto al de Luciana.
Mientras él se retorcía con dolor en su lado de la cama, Luciana tosía recuperando el aliento (y sus pensamientos) considerándose dichosa por seguir con vida.
Gracias, dioses. Gracias, instintos.
Una vez que ambos dejaron de respirar agitados, Luciana, con una cara que asustaría hasta al más valiente, se sentó (todavía un poco adolorida) en la cama para verlo enojada.
—¡Por todos los dioses! ¿Acaso busca matarme? —le recriminó sosteniéndose los pechos, los cuales también fueron estrujados fuertemente con el resto de su cuerpo—, ¡casi me asfixia! —inhaló fuerte, considerándose doblemente afortunada de tener sus huesos en su respectivo sitio, aunque todos le punzasen—. ¿Qué pasó? ¡¿qué pasó?! —quiso saber, ahora sí, indignada.
Esto era el colmo.
¡No sólo casi la mata de un susto! ¡Ahora casi la mataba exprimiéndola como a un muñeco!
Esperando su respuesta, y una merecida disculpa o súplica por su perdón, Luciana vio cómo Gateguard de Aries, ya acostado bocarriba, mantuvo su antebrazo derecho sobre sus ojos, respirando agitado.
Al no tener nada de lo que su enfurecida alma pedía, ella suspiró con fastidio, dándose cuenta de que las velas seguían encendidas.
Lo que era ser un maldito santo dorado y tener dinero para desperdiciarlo así.
Este hombre era un completo desastre. Y estaba loco.
—Gateguard —lo titeó a propósito, queriendo llamar su atención—. No puedo volver a cerrar los ojos después de esto —avisó temblando un poco, tratando de sacarle una explicación lógica.
¿Acaso tenía algo en contra de ella? Que al menos tuviese la cortesía de decírselo.
Y como no le respondiese (ella juraba) iría directo con el Patriarca para imponer una denuncia. ¡¿Qué clase de hombres reclutaba para servir al ejército de Athena?! Porque si este era el lado justo, siendo honesta, prefería servirle a Hades.
Ahora se sentía ridícula. Hmp, vaya momento para pensar en seducir a su posible homicida.
—Respóndeme —insistió con demanda.
—Lo siento… lo siento… —comenzó a decir él, entre jadeos friolentos.
Luciana notó que Gateguard cerró el puño con mucha fuerza, tanta, que hasta comenzó a sangrar y temblar.
—Lo siento… lo siento…
—Gateguard —lo llamó, preocupándose por la sangre que se derramaba—. Gateguard… ¿Gateguard?
—Perdón…
Sorprendiéndose de que él mismo se estuviese haciendo ese daño, y reaccionando ante su impresión intuitiva, Luciana lo meció fuerte.
—¡Gateguard, despierta! —gritó fuerte, moviéndolo rápido y vehemente—. ¡Despierta, maldita sea! ¡DESPIERTA! —con toda su ira y todas sus fuerzas, estiró el brazo y le soltó un tercer puñetazo justo en su entrepierna otra vez.
Sabía que hacer eso, les dolía a los hombres, mucho, demasiado. Pero, considerando que él había atentado contra su vida dos veces, podríamos llamarlo: tomar la justicia por sus propias manos… literalmente hablando.
Viendo que eso había funcionado, ella se alejó (incluso salió de la cama) para que él pudiese gritar por una segunda vez, sosteniéndose su zona afectada.
Dio dos pasos hacia atrás, viéndolo retorcerse.
Con su corazón latiéndole fuerte, se encaminó un poco hacia la puerta, en caso de que debiese salir corriendo y gritando por auxilio.
Sin embargo, él, al reponerse por segunda vez, no pareció estar molesto con ella. De hecho, como si de pronto su alma hubiese vuelto a su cuerpo con ese último golpe, Gateguard inhaló profundo, sentándose, con la respiración irregular.
Parecía estar todavía en un suave estado de shock.
Asustada, pero sin decir nada, Luciana se pegó a la puerta.
—¿Qué fue lo que hice ahora? —preguntó él ido, para luego encorvarse por el dolor—. ¿Acaso me golpeaste?
Mirándolo con miedo, Luciana tragó fuerte.
—¿Qué hiciste? Qué… ¿qué hiciste? —musitó tratando de no comenzar a gritar—. Estuviste a punto de asfixiarme, eso hiciste. Te golpeé para que me soltaras… y… y… ¡dioses! Mírate la mano derecha —la señaló con su propia mano temblorosa, la mano herida de él.
Haciendo caso a lo que le había dicho Luciana, el santo de aries alzó su mano y vio las marcas de sus cortas uñas. Además, sobre su cara había restos de dicha sangre.
—Maldición —dijo dolorosamente, volviendo su atención a su entrepierna atacada.
Luciana se habría sentido mal por haberle golpeado así si es que ella ya no estaba en peligro, pero en medio de su desesperación y miedo, no pudo pensar en nada más para hacerlo volver en sí.
—Tú… tú no estás bien, ¿verdad? —con el miedo palpitándole adentro del estómago, ella fue deslizando su espalda por la puerta hasta caer de trasero en el piso. Luciana preguntó al fin, lo que llevaba meses rondándole la cabeza luego de estar observándolo desde lejos—. Hay algo realmente mal contigo, ¿no es así? —él la miró; aun con la poca iluminación, Luciana supo que él la estaba mirando entre su cabello—. Tienes serios problemas.
Deslizando su mano herida por encima de la cama, y luego por encima de su cabeza para quitarse el cabello del rostro, Gateguard de Aries le respondió… justamente como si no la hubiese escuchado:
—Pudiste despertarme —susurró bastante tranquilo, alzando la cara.
¡¿Estaba tranquilo?!
—¿Después de que casi me matas? —espetó bastante molesta.
Él tardó en hablar, pero lo hizo.
—Sí, lamento mucho eso —masculló mirándola de vuelta entre su cabello sudoroso—. Pero, pudiste despertarme. Lo hiciste —sonrió como si quisiese—. Gracias.
Temblando, sin saber si era por el enfado o el miedo, Luciana se quedó fría.
Gra… gra…
¡¿Gracias?!
—Continuará…—
Creo que todos estamos de acuerdo con Luciana:
Gateguard tiene serios p3d0s mentales o_O
¿Qué causa su actuar? Continúen leyendo y comentando, y lo sabrán. 7u7
¡Me alegra mucho que el personaje de Luciana haya sido tan bien recibido! ¡No entro en mi emoción! Por eso, hice todo lo que pude para traerles este capítulo lo más rápido posible.
Para quienes todavía tengan la duda: Luciana, Margot, Nausica, Elma, Colette, y prácticamente toda mujer que salga en este fic, a diferencia de Athena, son de mi creación. :D
¿Saben? Les daré un pequeño detalle del fic. En la primera versión de este capítulo, Luciana sí le grita a Gateguard (y el hechicero ni se inmuta . jpg jajajaja), pero luego de hacer unos cambios, retomé el hilo de lo que realmente habría hecho ella, que es no irse lanzando como una cabra loca hacia la muerte. Porque... ¿qué se logra gritándole sin parar a un tipo como Gateguard? La verdad, yo no sabría decirlo tampoco así que mejor no nos arriesguemos.
Como podemos ver, Gateguard en este punto no tiene problemas en dejarla ir. Él no negocia, él exige y ya, y si no le parece a Luciana, pues se puede ir XD pobre Luciana, acaba de hacer un pacto con el diablo por su dinero.
¿Creen Gateguard que se haya sentido ofendido (o por lo menos incómodo) porque Luciana tenga su lista de amantes sin contar? XD Por la época, yo considero que sí. No sé, por alguna razón, incluso en estas fechas, se sigue pensando que la virginidad de una mujer es como una especie de trofeo especial que ella da cuando "ama de verdad", no sé. Demasiado estúpido, si me lo preguntan a mí. El sexo es el sexo y ya XDD
Otra cosa, del cual, seguramente ya se dieron cuenta. Acá vemos uno de los propios problemas de Luciana: el dinero. Yo, sinceramente, ante ese susto de muerte, habría salido corriendo de ahí y "bye, bye. Sayonara. Adiosito". Pero ella, de cierto modo, demuestra soportar el maltrato laboral (como pudimos ver en la escena de la taberna) con el fin de no perder sus ingresos. Ahí no la culparía tanto, creo que todos hemos pasado por lo mismo con el fin de no perder el empleo. Ella, como todo el mundo, debe comer. Y conseguir trabajo; más para una mujer soltera del pasado en el siglo XVI, podría ser hasta el triple de peor que hoy en día.
En fin, ustedes me dirán qué piensan al respecto. ;)
Gracias por leer y comentar a:
Ana Nari, Guest, InatZiggy-Stardust, Mumi Evans Elric, Guest(2).
Nos estaremos leyendo.
Hasta el próximo capítulo. :D
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