Noche

II

La Crueldad en el Deseo



Si alguien le preguntase a Luciana, si había dormido bien, ella le habría respondido con una palabrota.

Para empezar, su turno en la taberna se alargó hasta casi las dos de la mañana, ocasionándole unas manos arrugadas y pálidas por el agua, además de que, todo aquel tiempo que tuvo que estar agachada y de pie la dejó bastante agotada Luego, ¡como si ella debió habérselo esperado! El santo de aries casi la mata de un susto, prácticamente secuestrándola, y trasladándola en un parpadeo hasta su morada… donde, tres malditas horas después, por poco la mata asfixiándola con un abrazo mortal en su propia cama, ¡para luego agradecerle por haberle despertado!

¡¿Algo de eso tenía sentido?!

Luciana se aferró a su cordura, tuvo que respirar, refrescar su cerebro y no explotar ahí mismo donde estaba.

Sin embargo, ¿algo de eso tenía la más mínima cantidad de lógica? ¡Claro que no! Luciana estaba confundida y hasta mareada, todavía no se le había pasado aquel mal trago de terror puro en el que su vida colgaba de un hilo. También sentía que, de un segundo para otro, había caído en un mundo lunático donde atentar contra la vida ajena era tan normal como respirar. Sólo eso explicaría porque Gateguard de Aries no estaba arrodillado pidiéndole perdón por casi matarla… dos veces.

Aunque, siendo un poco justos, él se disculpó (patética y simplonamente, había que decir) por su segundo acto violento en medio de su propio sueño, y, a pesar de seguir haciendo quejidos por su miembro apaleado, Gateguard de Aries no le había reclamado a Luciana por los golpes que ella le dio.

Hasta ahora, Luciana sólo estaba segura de una cosa.

Ni de chiste, iba a moverse hasta tener una explicación más detallada de lo que acaba de pasar. Eso y una disculpa verdadera.

Entonces, aquí estábamos, ella, todavía sentada en el suelo frío con la espalda pegada a la puerta, y él recostado bocarriba otra vez sobre la cama.

—¿Ya vas a venir a dormir? —le preguntó Gateguard de Aries, como si el peligro hubiese pasado al fin.

Adherido a su sentimiento de perturbación por lo recién ocurrido, Luciana sintió un tic nervioso atacando su ceja izquierda al mismo instante en el que la indignación se le atoraba en la garganta y le impedía comenzar a llamar a Gateguard de Aries, con mil y un insultos.

—¿Si lo hago… terminarás lo que empezaste?

—¿Mmm? ¿A qué te refieres? —masculló soñoliento

—¿Vas a matarme? —miró desconfiada en su dirección, aunque, por su postura en el suelo, no podía verle ni los pies.

—Ya te dije que no era mi intención hacerte daño.

¿Y se supone que eso tenía que calmarla o… qué?

—Pero lo hiciste, casi me matas —estrechó su mirada con enojo.

Luciana agarró valor y se levantó del piso, descubriendo que él estaba acostado bocabajo con la cara hundida en la almohada, sin la sábana encima, por lo que Luciana pudo ver de primera mano su ancha y fornida espalda… y esos musculosos brazos flexionados hacia arriba, los cuales (como ella misma acababa de comprobarlo) casi la partían en dos.

¡Despierta! Le gritó su razón.

Pero, como si estuviese discutiendo con una gemela santurrona suya habitante de su cerebro, Luciana le pidió permiso para deleitarse los ojos un poco más.

No tienes remedio, está bien.

Tragando saliva, Luciana miró una vez el bien formado culo de aquel maniático y cuando tuvo suficiente, desvió su atención a la única ventana de la alcoba. No quería distraerse más, y muy para su pesar, el físico de ese hombre (sobre todo ahora que casi no tenía ropa) la distraía mucho.

—Merezco por lo menos saber qué fue lo que pasó —dijo insistente, manteniéndose en cordura con todo su esfuerzo, luego de carraspear la garganta.

Con todo lo que había pasado antes (en tan poco tiempo) como referencia a lo que significaba su interacción con él, Luciana pensó que Gateguard de Aries volvería a ignorarla, incluso que se había quedado dormido, dejándola hablando sola. Sin embargo, cuando dirigió de nuevo sus ojos hacia él, se puso un poco nerviosa al verlo incorporándose con ayuda de sus brazos.

Esa postura le permitió a Luciana admirar cómo el número de músculos en su cuerpo se definían (y quizás hasta se multiplicaban) mucho más.

—Ven —ordenó él, mientras se daba la vuelta para sentarse a cómo estaba antes. Su mirada, tan afilada como evidentemente llena de hastío por tener que obedecer a Luciana, la atrapó por completo.

Los pies de ella se movieron por sí mismos, mientras ella lo veía a los ojos.

Justo como antes de irse a dormir, cuando ella jugó un poco con él, Luciana se fue aproximando hacia la cama, hacia él.

Durante su ida, ella no se mostró cohibida ni temerosa (aunque la verdad, ella sí tuviese un poco miedo de estar cerca de Gateguard) por lo que él tampoco mostró una emoción específica en su rostro.

Sintiéndose hipnotizada por esos ojos azules, Luciana subió a la cama con lentitud. Con ayuda de sus rodillas y manos, anduvo en cuatro patas, yendo con cuidado para no pisar los pies de Gateguard, el con fin de quedar muy cerca de él.

Luciana sintió cómo dos grandes mechones de su propio cabello cayeron frente a sus hombros.

Cuando ella detuvo su andar, su mano derecha se quedó peligrosa y justamente cerca de la entrepierna de Gateguard de Aries, debido a que ella se aseguró de meterse sobre la pierna derecha, de modo que, si él intentaba algo hacer algo en contra suya, ella pudiese tener acceso directo a su mayor punto de dolor.

—¿Así o más cerca? —le susurró amenazante.

Estaba harta de sus juegos.

Sin embargo, apenas ella notó que él había parpadeado, un segundo después, Luciana ni siquiera sintió la veloz sacudida, que, al despertar del desconcierto, le hizo darse cuenta de que Gateguard de Aries había sido tan rápido como la luz con el fin de tenerla debajo de él.

Incluso se tomó su tiempo para acomodarla como a él mejor le pareció.

Sus muñecas fueron apresadas (sin mucha fuerza) juntas por una de sus grandes manos de guerrero, justo sobre la pared. Debido a que la cama no tenía cabecera, ella sintió muy bien el frío de la misma. Luciana también se percató de que él le había separado las piernas, metiéndose entre ellas, ocasionando que la falda de su vestido quedase arriba de su cintura, mostrando vulgarmente sus calzones de tela delgada blanca.

—Suéltame —exigió fuerte, pero sin gritar, mandando al carajo el respeto que pudiese tenerle.

—No creas que no vi tus intenciones —le gruñó él en respuesta, acercando su rostro al de ella, tanto que su varonil pecho pegó contra los suyos.

Dioses… si esta situación no fuese en estas circunstancias tan desesperantes y tensas, Luciana podría incluso disfrutar de esto. Él olía bien, era un aroma que Luciana no podía describir salvo como "intensa, varonil y deliciosa", y su voz sonaba ronca como sexy.

Ella se conocía bien a sí misma, y aunque gustaba de tener el completo control durante un encuentro sexual efímero, también encontraba excitante cuando su pareja tomaba cierta posesión de ella en la cama y la hacía sentir indefensa.

—¿Y cuáles son las tuyas ahora? —le preguntó ella más agresiva, moviendo sus brazos, sabiendo que era inútil intentar luchar contra la fuerza de Gateguard de Aries, un santo dorado.

—¿Cuáles podrían ser? Mantener tus manos y pies lejos de mi pene —murmuró, demostrándole a Luciana que él no se había dado cuenta de la postura en la que estaban.

Luciana casi pudo haberse reído ante ese nivel de pureza. Si este fuese un encuentro casual, ahora mismo él podría desabrocharse el pantalón, hacer a un lado los calzones de Luciana y sobar su pobre pene contra las paredes vaginales de ella, los cuales, muy para el pesar de la camarera, estaban humedeciéndose ahora que hablan de este modo.

—Te prometo, que mientras no atentes contra mi vida otra vez, mis rodillas y manos van a estar lejos de tu pene —le respondió dignamente, mirándolo a los ojos, deseando, que él no notase que comenzaba a gustarle la sensación de tenerlo encima de ella.

¡¿Qué demonios?! ¡¿Acaso no tenía sus hormonas bien controladas?!

Luciana les dio una patada a esos pensamientos arrogantes y sin sentido. Debía ser honesta consigo misma. En este mundo de hipócritas… ella había logrado sobrevivir siempre con la verdad hacia su propia realidad.

Este bastardo era un idiota, podría estar loco, y quizás fuese él el destinado a matarla… pero, por favor… antes de eso, Luciana quería montarlo hasta el cansancio. Quería agarrarlo fuerte de ese precioso cabello rojo y hacerlo hundir su soberbia lengua adentro de su intimidad. Quería abrazar ese fuego que él parecía estar conteniendo a propósito, avivarlo y poseerlo.

Si tan solo este sujeto no estuviese tan trastornado.

—Suéltame —exigió otra vez, entre dientes.

Por muy lujuriosa que fuese esta situación, Luciana tuvo que guardarse sus estupideces para otro momento y volver en sí. Aunque, si él restregaba su adolorido miembro encima de su vagina, ella podría perder el poco autocontrol que le quedaba.

Con cuidado y siendo lento, pero sin dejar de verla a los ojos, Gateguard de Aries accedió a la demanda de Luciana.

La soltó, se retiró de encima de ella, y él mismo le bajó la falda del vestido con enfado.

«Maldición» Luciana quiso sostenerse el pecho y permitirse mostrar que eso la había dejado sin aliento, sin embargo, debía controlarse.

Así que, en lugar de alabar al joven pelirrojo por su candente (y dominante) actuar, ella retomó su enfado anterior para continuar la conversación.

—¿Y bien? —susurró ella.

Luciana fue incorporándose hasta poder arrodillarse, enfrente de él, pegando su espalda a la pared. Gateguard de Aries también estaba arrodillado todavía, pero sin sentarse, a diferencia de ella que sí lo estaba.

Otra vez, silencio.

—Escucha, entiendo que eres joven, pero seguro no naciste ayer y… considerando tu trabajo… has vivido cosas que quieres guardarte para ti mismo. Eso lo respeto —volvió a decir Luciana, tratando de encontrar el modo de hacerlo hablar—. Sin embargo, hasta hace poco, yo estaba muy tranquila durmiendo cuando de pronto uno de tus brazos estuvo a punto de hacerme escupir la sangre de mis pulmones —espetó a punto de dejarse llevar por el enfado (temor) e indignación que sentía, inhalando profundo, ella logró contenerse—. Empecemos siendo honestos, ¿de acuerdo?

Gateguard de Aries asintió con la cabeza, aflojando de forma leve ese ceño fruncido.

—Hagamos esto. No expliques nada aún si no quieres —Luciana ya se aseguraría de conseguir respuestas detalladas más tarde—. Simplemente responde "sí" o "no", ¿te parece?

—Sí.

Muy bien, he ahí un avance.

—¿Sentiste que te golpeé dos veces? —de hecho, fueron tres, pero Luciana no contó el segundo. Estaba muy ocupada preocupándose por sus órganos como para prestarle atención a otra cosa.

—No —musitó él, frunciendo el ceño otra vez—. ¿Me golpeaste dos veces?

—Sí —respondió ella secamente—. Uno, para hacer que me soltaras, y el otro cuando descubrí que estabas haciéndote daño —señaló con sus ojos la mano derecha de Gateguard de Aries.

—Sólo sentí un golpe —murmuró pensativo, mirando atento la cama.

—Bien, siguiente pregunta —inhaló profundo por segunda ocasión en esta nueva conversación civilizada—. ¿Estabas teniendo una pesadilla?

Los ojos de Gateguard de Aries volvieron a verle directamente a los suyos, pero Luciana no se intimidó.

—¿Debo tomar eso como un "sí"? —preguntó una segunda vez. Al no tener respuesta, ella se sintió a punto de explotar—. Escucha, no te voy a preguntar qué soñaste, sólo quiero saber si fue una pesadilla lo que te orilló a asfixiarme o no. Dijimos que seríamos honestos —le recordó con dureza.

Al cabo de un corto tiempo, él suspiró.

—Sí. Fue una pesadilla.

—Entiendo —dijo ella asintiendo con la cabeza, cumpliendo su palabra de no preguntarle más al respecto; aunque en verdad, Luciana quisiera saber qué había visto él en sus sueños para estar disculpándose continuas veces—. ¿Te pasa a menudo?

Tardó el mismo tiempo en responder.

—Sí.

Luciana por poco se sintió muy mal por él. Eso era horrible.

No poder encontrar siquiera paz cuando duermes… era como una tortura divina que no conocía a buenos ni a malos.

Aunque, considerando lo poco que Luciana ya sabía de este hombre, no le sorprendería que lo suyo fuese más bien un lapsus de arrepentimiento sin reconocer por algo malo que había hecho, y su propio subconsciente (o Morfeo, el dios del sueño) lo estuviese castigando.

«¿Seguro tienes muchos pecados por los cuales pagar?» por mucho que quiso, Luciana no preguntó ni hizo algún comentario al respecto—. Y… ¿esas pesadillas tienen algo que ver con el hecho de que me hayas pedido dormir contigo?

Lo más lógico sería que él respondiese que sí. De no hacerlo, ella se rendiría con él y al diablo con el dinero, simplemente se iría. Por su seguridad, y por su propio bien mental.

—Sí.

Luciana tragó saliva, descubriendo que él miraba con atención sus labios. Ella también miró los de él, y se preguntó, ¿cuánto tiempo tardarían en dejarse llevar? Luciana lo sentía, un ambiente sexual estaba formándose entre ellos dos. No sólo lo había visto hace unas horas cuando él se mostró interesado en conocer la cantidad de amantes que ella tuvo, sino en la misma taberna cuando Gateguard de Aries le ofreció dormir con él.

—Ven —le dijo ella suavemente, sin poder detener sus labios y lengua.

Los ojos azules de Gateguard no abandonaron sus labios femeninos, mientras la obedecía. Justo como ella había hecho hace unos instantes, él, ayudándose sólo con las rodillas, se fue acercando una vez más a ella.

—Gateguard de Aries —musitó acercando su torso hacia adelante, una vez que él se detuvo, justamente sobre el borde del vestido, protegiendo bien su miembro de las rodillas y manos de Luciana como dijo que lo haría—. No puedo volver a dormir contigo a mi lado sabiendo que tienes pesadillas que pueden ser capaces de matarme.

—No suenas como si no quisieras volver a dormir conmigo —él mismo acercó su rostro al de ella.

—No dije que no volvería a dormir contigo… dije que… no me siento segura de volver a hacerlo.

Él se mostró interesado en conocer más detalles al respecto.

—¿Entonces? —murmuró el pelirrojo, todavía no comprendiendo el punto al que Luciana quería llegar.

Antes de poder detenerse, ella pasó una descarada y lasciva mirada desde la entrepierna de Gateguard de Aries, pasando por su bien formado torso, hasta llegar a sus ojos.

—Quiero cadenas —le dijo seria, esforzándose mucho en negar que en su petición, también había una segunda intención pecaminosa que todavía no se atrevía a decir con claridad.

—¿Cadenas? —los ojos azules de él brillaron con escepticismo. Era más que claro que no estaba de acuerdo con lo que sea que Luciana quisiese.

—Si voy a estar aquí, pido —más bien, exigía—, que cada noche te encadenes a la pared, de modo que yo tenga una garantía de que no intentarás hacerme daño cuando tengas esas pesadillas.

Él la miró callado, pero con un ligero gesto de desconcierto como si no pudiese creer lo que había oído.

—¿Por qué habría de hacerlo? —preguntó considerando absurdo que Luciana pidiese tal cosa, algo que ella notó sin problemas, y lo que por supuesto, también la irritó.

Manteniendo su mirada fija en él, respirando y exhalando despacio, Luciana ladeó la cabeza un poco.

Medidas desesperadas para situaciones desesperadas.

En su afán de no soltar su dinero extra tan fácilmente, Luciana decidió atacar como mejor supo.

No iba a esperar a que él la ahorcase y le rompiese el cuello para la próxima noche, y mucho menos, iba a ser el juguete ni la pelota de nadie. Algo se le ocurrió.

Si algo había aprendido hasta ahora era que los hombres… todos ellos… podían ser manipulados cuando se les hablaba y trataba bonito.

Fingiendo estar dando su brazo a torcer, pero sin hacerlo realmente, Luciana alzó su mano derecha, lentamente hacia el vientre del santo. No dejando de mirarla, él se tensó, pero, quizás, en un patético intento de demostrarle a ella que "no le podía" provocar una vergonzosa erección (por muy lastimado que estuviese) con tan solo poner una mano sobre su piel, no replicó ni le ordenó que lo dejase.

Ella no quería perder su dinero, pero tampoco quería poner en riesgo su vida, y eso tenía que quedarle claro a este hombre.

Porque eso era Gateguard de Aries.

Un hombre más.

Y este, este, era un trabajo más.

—No solo quiero encadenadas tus manos —dijo envalentándose—. Tus pies, y literalmente, cualquier cosa que pueda lanzarme a una pared y matarme… —Luciana alzó su rostro, un poco más, hacia el de él—. Y si lo haces, quizás… —sin dejar de apreciar sus ojos, deslizó su mano un poco más abajo—, nuestro nuevo acuerdo pueda darle a tu pene una retribución por los golpes que le di.

Por medio segundo, ella creyó que lo tenía en la palma de su mano. Sin embargo, bastante temprano se dio cuenta de que lo estaba subestimando.

Asustándose un poco, Luciana soltó un gemido sorpresivo cuando él (con una cara fría) le sujetó la mano y la apartó de su vientre, sujetándola con firmeza, más no con el fin de hacerle daño.

«Va a lanzarme a la calle» pensó por un segundo, temiendo haberse equivocado.

Los instintos de Luciana no solían equivocarse, eso los dioses se lo hicieron saber cuándo Gateguard de Aries le soltó la mano, sólo para acercarse más a ella y sujetarle la cara con sus dos manos.

Él se acercó tanto como para que sus labios pudiesen llegar justo al lado de la oreja derecha de Luciana. Y aun con todo su cabello cubriéndole la piel, ella pudo sentir su aliento quemándole la cordura.

—Quiero mi retribución ahora —gruñó con desafío.

Oh vaya, quizás las intenciones de este sujeto no fuesen ser una especie de símbolo sexual, pero cada movimiento que hacía, lo ejecutaba con tanta sensualidad natural, que ella casi comenzó a babear.

Por un segundo, hizo menos el hecho de que él pudo haberla matado, y eso ya era mucho decir.

«Cálmate» se dijo a sí misma, «qué no te intimide». Era mucho más fácil decirlo que hacerlo, sin embargo, Luciana pudo abrir la boca para responderle sin tartamudear—. ¿Ahora? —musitó con voz suave.

Provocándole un escalofrío, Gateguard de Aries soltó un suspiro casi inaudible.

—Muéstrame esa experiencia que tanto presumes —gruñó.

Jadeando y empezando a sudar, Luciana se sorprendió ante la placentera sensación de tener la rodilla de él haciendo contacto directo con su entrepierna, la cual comenzó a frotar con una deliciosa lentitud.

—¿Pensaste que ibas a tocarme tú a mí? —él se burló de ella, porque en efecto, Luciana pensó que le tocaría atenderlo—. No, eso va a tener que esperar —la mano izquierda de él abandonó la mejilla derecha de Luciana, para ir descendiendo directamente hacia el pecho de ella, el cual rozó con sus dedos, pero no lo tomó como cual—. Yo he esperado demasiado tiempo —al alejarse y orillarla con ayuda de su mano derecha, a verlo, Luciana sintió que miraba en el interior de los ojos de un demonio peligroso.

El brillo era intimidante; su porte jamás lo había visto en ninguna de sus otras parejas…

¿Acaso…? ¿Acaso se había equivocado y este hombre no era virgen como lo creyó? ¿O lo era y estaba tratando de engañarla?

Si era esto último, estaba haciendo un condenado buen trabajo.

Dándole un suave y criminal apretón en el pezón, Gateguard de Aries se fue alejando de ella, sin dejar de verla a los ojos, luego puso las manos sobre las rodillas de ella y tiró un poco fuerte de ellas para acostarla por completo.

Él se puso de pie encima del colchón, mirándola desde arriba.

Luciana sintió como si esta vez, fuese él quien se estuviese vengando de ella.

—Déjame ver —continuó hablando con un deje de superioridad—, quiero ver cómo serías capaz de hacerme sentir bien.

—¿Cómo? —Luciana estrechó su mirada sobre él, no quería darle el gusto de mostrarse temerosa ante esta situación que, al final, era algo nuevo para ella.

Ningún hombre antes que él había hecho algo semejante. Todos habían sido directos a lo que iban, ninguno… ninguno la había sometido a este escenario.

—Desnúdate sin levantarte de ahí —la retó sin mostrar expresión alguna en su rostro—, seguro una mujer de tu calibre, podrá hacerlo sin problemas.

Aprendiendo rápido que no sólo ella podía ser directa y sincera con lo que deseaba o pensaba, Luciana decidió no ofenderse por nada de lo que le hubiese tratado de decir el santo de oro, si es que lo había hecho.

Mirándolo directo a la cara, ella bajó sus manos hacia la falda de su vestido con las intenciones de alzarla.

—Hazlo lento —masculló Gateguard de Aries.

Inhalando profundo por milésima vez, soltando aire poco a poco con el fin de evitar caer en nerviosismo, Luciana sintió que, si ella dejaba de verlo a los ojos mientras efectuaba su primer y esperado movimiento, sería como decirle a él que en realidad no era más que una estúpida novata con mentiras en la lengua.

Justo como él se lo pidió, ella fue deslizando su vestido muy lento hacia arriba, dejó al descubierto sus piernas y luego su intimidad cubierta aun por sus calzones. Alzó las caderas para pasar el vestido sin torpezas hasta media espalda, luego se acostó por completo e inclinó la media espalda faltante hacia arriba, con mucho esfuerzo, con el fin de sacarse el vestido completamente por arriba de la cabeza.

Luego de dejarse caer, un poco agitada, volviendo a su postura original, Luciana pudo volver a mirarlo a los ojos mientras lanzaba el vestido a un lado, fuera de la cama.

Al no usar corset, sus grandes pechos quedaron a la total merced de la afilada mirada de Gateguard de Aries.

El silencio, salvo por sus respectivas respiraciones. La luz de las velas y la oscuridad del resto del cuarto rodeándolos. Luciana quiso hacer un comentario al respecto, pero no quiso romper ese ambiente.

Culpablemente excitada, Luciana pasó su mano derecha por en medio de sus dos pechos, con el fin de atraer la mirada de él hacia su la última prenda que le quedaba, cosa que logró.

Con sus dos manos, sujetó los bordes del calzón, alzó sus caderas contrayendo un poco las rodillas para ayudarse, y fue bajando hasta donde pudo… casi hasta las rodillas.

Ella iba a admitir que, precisamente por su sobrepeso, no podría quitarse la última prenda sin sentarse, cuando de pronto, él fue agachándose, no preocupándose por apresurarse, hasta que pudo sostener el calzón por la parte de en medio (aparentemente evitando tocarla a ella) y bajarlo por completo sin la menor intención de ser delicado.

Lo único que Luciana tuvo que hacer fue alzar un poco los pies para que Gateguard de Aries, sin decir media palabra, arrancase sus calzones y los botase a un lado. Una vez hecho esto, él volvió arriba.

Ninguno de los dos habló, algo que estresó un poco a Luciana y la obligó a abrir la boca.

—¿Y ahora? —musitó Luciana estirando sus piernas, fingiendo que no sentirse de verdad vulnerable.

Qué se quedase tan callado en esta situación la ponía tensa.

Si él no le decía nada, Luciana no sabía si le gustaba lo que veía o no.

La incertidumbre le daba miedo. No solía sentir eso cuando estaba con otros hombres porque la mayoría de ellos sólo buscaba aliviar su pasión momentánea (justo como ella) e irse al infierno de donde salieron.

Pero él… él sólo la miraba.

La miraba y nada más.

Se sentía tan nerviosa, que se olvidó por completo de toda su experiencia; se olvidó que ella era mayor que él, y lo vio a los ojos sin darse cuenta de que había flaqueado y comenzado a temblar bajo su escrutinio.

Esos ojos azules, estaban yendo y viniendo. Escaneando cada centímetro de su anatomía.

Luciana pensó que él se detendría en sus pechos o en su intimidad, como otros ya habían hecho, sin embargo, donde Gateguard de Aries detuvo sus ojos, fue en su abultado estómago, ahora derretido por sus lados. Luego su mirada pasó por los brazos de Luciana… más tarde hizo lo mismo con sus piernas.

Él deslizó su mirada sobre todo sitio donde Luciana sabía, le sobraban kilos.

Mierda… mierda… mierda…

¿Por qué miraba tanto?

¿Por qué no decía nada ni mostraba sentir algo?

Su orgullo de mujer se vio realmente comprometida (y hasta pisoteado) cuando ella lo vio sonreír de lado con una torcida frialdad.

En ese preciso momento, Luciana quiso cubrirse con las manos. Quiso vestirse y luego salir corriendo con lo que sea que le quedase de dignidad.

Se había burlado.

Sólo un hombre había hecho eso además de él, y su solo recuerdo le provocó unas insanas ganas de llorar.

Recordándose a sí misma que eso ya había pasado, Luciana tuvo que parpadear lento, y tratar de tragarse su malestar. Para quitarse la imagen de ese otro y recordarse que no era él quien la veía, sino el santo de aries, Gateguard, Luciana apretó fuerte sus puños hasta casi lastimarse las palmas también.

«Contrólate» pensó contrayendo un poco los dedos de los pies.

Sintiendo enfado, Luciana cayó en cuenta de por qué esos ojos azules, afilados y brillosos, llenos de malicia pura (porque eso debía tener este tipo en su corazón) le provocaban estremecerse.

Son iguales.

Eran iguales a los de él. De su innombrable.

Pero, ella ya no era esa chiquilla. Ella ya no era esa pobre mártir que él rompió y quemó hasta las cenizas.

Ella… ella era el fénix que había sobrevivido a aquel fuego infernal del pasado y vuelto al mundo de los vivos con el único fin de no permitirse que alguien intentase humillarla de nuevo.

De nuevo, su experiencia hablaría por ella y la sacaría de esta embarazosa situación lo mejor posible.

—¿Te da risa lo que ves? —gruñó—. ¿Tanto te excita esa posición de control y sentirte superior a una mujer que no tiene ropa mientras tú sí? —tragándose su orgullo profundamente herido, Luciana pasó los ojos por encima de él, dándose cuenta de que, por mucho que se riese, ella sí le había provocado una erección.

Si así él quería jugar… así iban a jugar.

Ella también sonrió con toda su burla y malicia propias.

—Eso es algo muy típico en hombres inseguros en la cama… como tú —dijo volviendo hacia arriba, en su rostro, notando cómo él había borrado esa estúpida sonrisa de su estúpida cara.

—¿Inseguro? —su tono fue de burla, más no así su expresión facial.

—Dime, niño. Ya que entramos en confianza, ¿para qué querías verme desnuda? ¿Es la primera vez lo haces? —inhalando profundo, viendo una grieta en su armadura, ella lanzó su primera bomba, chasqueando la lengua con atrevimiento—. Déjame adivinar. Ni siquiera has besado a una mujer.

Esta vez, el silencio de Gateguard de Aries, le dio todas las respuestas a ella.

Su duda la fortaleció.

En ese instante, Luciana sintió como si ella fuese la Hidra de Lerna, y le acaban de cortar la cabeza, pero le crecieron dos justamente cuando todos pensaron que había muerto.

—¿Creíste que no lo notaría? —no pudo contenerse, su orgullo había sido herido con esa maldita sonrisa, y ella quería sangre a cambio—. ¿Quieres saber otro detalle? Si estoy en lo correcto, y nunca en tu vida te has acostado con ninguna mujer… ahora mismo, si yo toco esa erección —alzó su mano derecha y con el dedo índice, la señaló—, aunque sea con la punta de mi pie, voy a descubrir cuán hombre eres en realidad.

Su boca empezó, motivada con sus ansias de destruirle el orgullo como él lo había hecho con ella, sin siquiera tener motivos para hacerlo. Ella, en cambio, sí tenía motivos para quebrar su maldito ego de hombrecito, y ya a estas alturas, ya no le importaba que él en venganza la sacase desnuda de su casa y ordenase a otros santos que la encerrase en un calabozo o la botasen directamente a la plaza del pueblo para humillarla.

—Ahora… —dijo luego de tragar saliva—, ¿qué vas a hacer? —lo retó entre dientes—. ¿Vas a tocarme? ¿Me penetrarás la vagina o la boca? ¿Vas a pedirme que me vista? ¿O ya me dejarás dormir de una buena vez? —gruñó lo último acumulando un odio que no iba directamente hacia Gateguard de Aries, sino a lo que él había traído a su memoria.

Él los había despertado.

Él había llamado a esos demonios internos que Luciana tardó mucho en despistar. Fue tan cruel, y ni siquiera lo supo. Aunque, en realidad, él no tenía por qué saber nada respecto a eso.

¿Por qué había sonreído así?

¿Por qué?

Luego de mirarla fríamente como si quisiera estrangularla, ahora estando en sus cinco sentidos, él sólo bajó de la cama y salió de la alcoba dando un inmaduro portazo.

Quedándose sola, Luciana, fingió no darle importancia. Se acostó lento de lado sobre la cama, dejando por fin que unas (ya esperadas y retenidas) lágrimas saliesen de sus ojos. Pero ninguna de ellas era de esta época. Esas eran lágrimas que su pasado no dejaba de derramar. Eran lágrimas que sus cicatrices (tanto de su cuerpo como de su alma) podían explicar cómo es que Luciana las había conseguido.

Ella inhaló fuerte una vez, a partir de ahí, se negó a sí misma el derecho de sollozar.

Temía que Gateguard de Aries apareciese por esa puerta y la oyese. Y se regodease más con lo que había hecho.

Al diablo. A primera hora de la mañana, ella saldría de aquí y que él lidiase con sus pesadillas solo.

«Y si vuelve a molestarme…» pensó furiosa, apretando los dientes, reteniendo sus sollozos, «voy a denunciarle con el Patriarca».

No bromeaba y no se retractaría.

Si Gateguard de Aries volvía a pasarse de listo, creyendo que su dinero podía comprarla así, entonces que se preparase porque Luciana le demostraría (como acababa de hacer) que ella no era ninguna doncella indefensa con la que pudiese divertirse de esa forma tan maliciosa.

Ella era una mujer que, a su propio modo, también había librado feroces batallas en este mundo cruel.

Lloró, lloró hasta que pudo calmarse, y al final, se rindió ante el sueño.

El resto de la madrugada, ella se quedó durmiendo sola en la cama. Desnuda y a merced del viento frío que se colaba por la ventana.



Sus sueños no tendrían nada de sentido para ella en sus cinco sentidos, sin embargo, en este mundo de ilusión, Luciana estaba confiada.

En medio de una bella tarde soleada, ella caminaba por calle de Rodorio creyendo plenamente que esta era su realidad.

—Luciana, Luciana.

—¿Sí? —se volteó para mirar a Colette caminando rápido hacia ella con un bulto envuelto en cobijas.

—Perdón que te moleste, pero, ¿podrías cuidar a mi hijo? —se le acercó Colette, dándole un bebé en una manta color amarillo.

—Claro, cariño —respondió como si nada. De haber estado "en sus cabales", se habría preguntado por qué ese "bebé" era un muñeco de trapo con botones en los ojos. La Luciana del sueño, pensó que ese bebé era adorable—. ¿Vas a trabajar? —preguntó acunándolo en sus brazos.

—Voy muy tarde —respondió apresurada y preocupada, seguro, porque temía ser despedida—. Cuídalo mucho, nos vemos.

—Adiós, ¡ten un buen día!

Luciana acunó con más cariño al muñeco como si fuese un bebé dormido.

—Tranquilo, mamá pronto volverá. Nos la pasaremos bien tú y yo —le dijo en un tono juguetón, caminando con él por la plaza del pueblo.

Caminó y caminó hasta que se sintió cansada y se sentó en una fuente que originalmente no estaba en Rodorio, pero en su sueño sí lo estaba.

Dejó al bebé/muñeco en el piso pensando que no le pasaría nada ahí, acostado.

«Está dormidito» pensó con una despreocupación que Luciana originalmente no tendría.

Se relajó. Miró las nubes blancas… y una de ellas tomó lentamente la forma de unas tijeras.

La miró fijamente. Ni siquiera se acordó que cuidaba al bebé de Colette, hasta que, sorpresivamente, Luciana oyó un potente llanto de bebé.

Al mirar a su lado, en el piso, se dio cuenta de que ya no había nada.

—¿Bebé? —se paró rápido y comenzó a buscarlo alrededor de la fuente—, ¡¿bebé?! ¡¿Bebé?!

Alarmada hasta un punto crítico en el que se vio a sí misma sudando frío con el corazón latiéndole al mil, Luciana comenzó a correr entre cientos de personas con caras borradas. Ninguna de ellas tenía ojos ni boca, pero hablaban a la vez.

—Se fue por allá —decían algunos, señalando al oeste.

—Se lo llevaron por allá —señalaban otros hacia el norte.

Luego de dar vueltas y vueltas con desesperación en medio de un mar de personas, llamando al bebé entre gritos, Luciana vio a un sujeto que le pareció muy sospechoso.

—¡¿Dónde está?! —sujetó fuerte al hombre sin rostro no preocupándose por la falta de boca, nariz y ojos, puesto que, ver gente así, para la Luciana del sueño, era normal—. ¡¿A dónde se lo llevaron?! ¡¿Dónde está?!

El sujeto movió la cabeza.

—Creo que lo vi irse hacia el establo —la voz salió de quien sabe dónde, pero Luciana supo que fue ese tipo quien le respondió. El hombre sin rostro señaló un establo lejano, rodeado de casas.

Nada de ahí tenía sentido. Pero, para Luciana, lo más importante era recuperar al bebé de Colette.

¿Cómo pudo tomarlo siendo tan descuidada?

Dejando al hombre sin rostro atrás, Luciana corrió hacia el establo. Corrió y corrió.

Para cuando entró, el establo se convirtió en una casa. Una casa vieja y húmeda.

Sin miedo a la casa, pero con terror hacia lo que pudo pasarle al bebé, Luciana caminó hacia las 3 personas (dos hombres y una mujer) que estaban alrededor de la mesa. Lo único que había en el interior de esa casa con olor a mugre.

—Aquí… ¿aquí trajeron a un bebé? —preguntó agitada al borde del llanto. Colette jamás le perdonaría haber perdido así a su bebé.

Tenía que recuperarlo.

Las personas sin rostro se giraron para verla, y la mujer, alzó de pronto dos sacos de papas. Ambos chorreaban sangre.

—Murió —dijo ella sin tener boca para hacerlo.

Luciana abrió su boca para exclamar fuerte:

—¡No es cierto! ¡Ese bebé estaba vivo! —sin verificar que fuese el bebé de Colette y no algún engaño, Luciana tomó un saco por debajo, chorreándose las manos con la sangre—. ¡Este bebé estaba sano! ¡Este bebé no es mío!

—Estaba muy enfermo —le dijo uno de los hombres—. Si no se le cortaba la cabeza, iba a contagiar a los otros.

Al par con esa desquiciada ilusión, Luciana no se alteró cuando se vio de pronto en un cuarto blanco con muchas cunas de madera. Todas ellas tenían llantos, pero no eran bebés, eran animales. Lechones, pollitos, cervatillos, perritos, gatitos…

—¿Cómo le voy a decir esto a Colette? —se preguntó Luciana llorando, luego de aceptar tomar los dos sacos de sangre, e irse del establo.

Caminando hacia ninguna parte…



Luciana despertó abriendo sus ojos con lentitud.

—Continuará…—


¿Confirmamos que estos dos se están haciendo mucho daño mutuamente y apenas se están conociendo? :/

Qué intensos los dos por todos los cielos.

Yo aviso, luego de este capítulo voy a necesitar un traje anti-radiación porque esto ha sido como pasear en bikini por una planta nuclear. ¡O sea! ¡Ya! Yo también me canso de verlos (y escribirlos) peleando entre ellos, insultándose y... y eso que son los primeros capítulos, ¿qué pasa?

¿Y el romance? T_T

La verdad, estoy llegando a un punto donde los personajes me mandan ALV y hacen lo que se les da la gana. O sea, yo les doy momentos súper sexys y se ponen mmones los dos 7_7 arg, me desesperan porque se les nota a leguas que ya les urge mojar la brocha un rato, pero por sus pinches orgullos, no se dejan.

Pero, todos tranquilos, todavía no me rindo con ellos. 7u7r

La verdad, creo que Gateguard necesita hablar más... y Luciana, hablar menos. ¡Sí, eso deberían hacer! :3 ¡Se llama equilibrio, mis caballeritos tóxicos! 7_7

¡Por cierto! ¡Les recuerdo que voy a inventarme varias cosas! No voy a apegarme tanto al manga ya que estoy recordando ciertas cosas con la wiki nada más.

No quiero leer los gaidens ahora porque me conozco y me va a llegar la inspiración para otras cosas y este fic lo terminaré dejando en abandono, cosa que no quiero. Así que si desean refrescarme detalles que quisieran leer con respecto a este arco en el manga original, o quisieran que tomase en cuenta ciertos acontecimientos para que, después, nadie venga a decirme: "pero en el manga no pasaba eso... shlhsldhlskd", yo por eso pongo este "mini-aviso" hablen ahora o callen.

Algo más... ¿alguien sabe de qué color son los ojos de Gateguard?

Yo en el fic los pongo azules (turquesa oscuro todo hermoso, aun cuando el tipo esté medio kú-kúú~~~) pero he notado que en algunos fanarts y coloreados (a veces) le ponen ojos marrones. En la wiki no lo especifican... al menos no que yo recuerde... y en la wiki que escrita en portugués tampoco, y eso que esa está más detallada con respecto a Gateguard que la que está escrita en español.

En ninguna página de las dos vi siquiera una pequeña mención de ese punto con respecto a su apariencia. Bueno, ya no importa, no lo editaré porque yo siento que ambos colores le quedan bellos, aunque yo me incliné por el azul.

¿Y qué me dicen del sueño de Luciana? ¿Alguna vez han tenido sueños raros donde, en el sueño, todo para ustedes tiene sentido?

Más o menos eso quise retratar acá.

No sé ustedes, pero cuando leía fics en mi adolescencia, vi muchos donde ponían los sueños como "sé que estoy soñando y debo despertar". Eso también pasa, pero casi nunca vi escenas donde los sueños "tuviesen sentido" para quien los tenía, por muy absurdos que le puedan parecer al lector.

¿Qué creen que pase con Luciana y Gateguard a partir de aquí?

Luciana no quiere volver con Gateguard ni por todo el dinero del mundo, y él... bueno, ella acaba de tomar su orgullo y aplastarlo con una agresividad muy intensa.

Los dos estuvieron mal, según yo.

Ustedes también pueden juzgarlos... anden, córtenles las cabezas XDDD

¡Saluditos y gracias por seguirme en esta historia!

Gracias por leer y comentar a:

Ana Nari, Mumi Evans Elric, Ligia dAfrodita, Nyan-mx, InatZiggy-Stardust, y Guest.

Nos estaremos leyendo.

Hasta el próximo capítulo. :D


Reviews?


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