Noche

III

La Victoria Sabe a Bilis



Luego de haber despertado, acostada de lado, Luciana, no queriendo levantarse, cerró sus ojos otra vez con desgano e intentó acomodarse para volver a intentar descansar un rato más; estaba tan agotada, tanto física como mentalmente. Ni siquiera sentía que había dormido durante horas.

Para su mala suerte, estando también en territorio enemigo ella no podía volver a permitirse creer que podría descansar, menos aquí.

Obligándose a sí misma, Luciana tuvo que abrir de nuevo los ojos lenta y pesadamente, notando que, por la ventana, estaba filtrándose la luz del sol. La miró por un rato con el ceño fruncido debido a que le molestaba y le impedía cerrar los párpados una vez más.

Quejándose guturalmente, Luciana se sentó pesadamente sobre la cama tratando de recordar qué había soñado. No lo recordaba. Sólo sabía que no había sido bueno… por la sensación de miedo que aún palpitaba en su estómago.

Quizás, era mejor dejarlo así y no pensar mucho en eso.

Genial, ella también había tenido una pesadilla…

«Gracias por eso, Gateguard de Aries», no debía culparlo a él de ello, era inmaduro hacerlo si es que ella tenía sus propios demonios, sin embargo, Luciana todavía lo resentía por lo de anoche.

Era mejor no amargarse más la mañana tratando de recordar, ni a ese sueño, ni a Gateguard de Aries.

Con suerte, lo que había soñado no sería algo importante, y en cuanto al santo…

«Espero que se haya regresado al infierno de donde salió» pensó todavía muy enojada con él.

Tratando de aliviar la molestia en sus ojos irritados, Luciana se los talló notando que, gracias a su llanto anterior, sus párpados habían acumulado muchas lagañas, además de que seguramente deberían estar hinchados por haberse dormido sin limpiarse la cara.

Como ese hombre se le pusiese enfrente… santo o no, ella misma iba a repetirle lo que le dijo antes de que él se fuese como un cobarde. Porque, claro, muy divertido molestándola… ¡ah!, pero cuando le devolvían el golpe, entonces sí huía, ¿no?

Sin embargo, antes de poder seguir maldiciendo su nombre, más pronto de lo que le hubiese gustado darse cuenta, Luciana se encontró con que su cuerpo había sido cubierto por una cobija gruesa color vino cuyo aroma, no era nada desagradable, pero sí peculiar.

Era un aroma extraño que no debía tentarla a acostarse otra vez.

Luciana no recordaba que esto estuviese cuando llegó a esta alcoba.

¿Qué significaba esto?

¿Acaso era una nueva broma del idiota aquel?

Es decir, no había que ser un genio para darse cuenta de que esa cobija la había traído Gateguard de Aries para ella.

Y si no había sido él, ¿entonces quién?

Sea como sea, eso no iba a hacerla cambiar sobre su decisión de ayer.

Aferrándose a su decisión con respecto a esta malísima idea de venir hasta acá para dormir con ese maniático maleducado, Luciana salió de la cama sin preocuparle su desnudez, dobló (por educación) la cobija, y luego tendió bien la sábana sucia por la sangre de la mano de su dueño. Cuando terminó, ella misma se vistió con la ropa que estaba amontonada a un lado de la cama, en el suelo; poniéndose los zapatos, se preguntó qué cara debería llevar al irse de aquí.

Hazlo con tu dignidad en alto, le dijo su razonamiento.

Sí, eso haría.

Con su dignidad en alto, con su dignidad en alto.

Luciana se peinó como pudo el cabello hacia atrás con las manos, decidiendo salir de aquí rápido para poder desahogar bien su vejiga al llegar a casa.

Vaya mala suerte. En muy mal momento su vejiga decidió dar su primera llamada.

¿Debería buscar una letrina en esta cueva del horror y no tentar más a su suerte con esperar llegar a tiempo a su casa?

¡No! ¡Sal de aquí ya!

De acuerdo, de acuerdo.

Recordando con facilidad el lado del pasillo por el que debería andar, y sin sentir curiosidad por el otro extremo que continuaba más allá, Luciana caminó hacia la salida del templo.

Este lugar estaba tan vacío que sus pasos resonaban con mucha facilidad.

Sin bajar la cabeza, Luciana miró el piso con atención. Esperaba no encontrarse con Gateguard de Aries.

Sin embargo, pronto hubiese deseado encontrárselo… pero sólo a él. En lugar de eso, Luciana salió del corredor cuando Gateguard de Aries (vistiendo su armadura dorada) estaba acompañado por un apuesto hombre con cabello blanco, vistiendo un traje dorado similar al de él.

Otro santo dorado.

¡Maravilloso!

Lo peor fue que, gracias a sus zapatos con tacón, sus pasos hicieron eco, llamando la atención de ambos hombres.

¡Maravilloso, otra vez!

Inhalando fuerte, esperando no lucir como una prostituta pues eso no es lo que era, Luciana dijo "buenos días", a ambos, con la mayor naturalidad posible y sin bajar la mirada o la cabeza, se apresuró a caminar hacia la salida.

«No los veas. No los veas» casi entró en pánico al ver a esos dos hombres juntos, pero hizo todo lo posible por no demostrarlo.

Bastante rápido también sintió que comenzaba a sudar de las manos, más le valía no tropezar y arruinar su digno escape.

«Por favor, que no me detengan, ¡por favor, déjenme ir!» se repetía mientras caminaba rápido, toda una proeza de lograr pues considerando que quería correr hasta poder perderse en la seguridad de su propio hogar, Luciana estaba cumpliendo su objetivo de verse calmada, «¡no los veas! ¡Casi lo logras!», se intentó dar ánimos ya que en su interior había un huracán de nervios destruyéndolo todo.

¿Qué hacía un segundo santo dorado aquí?

¡¿No pudo haber venido después?! ¡Maldición!

Recibiendo el sol de la mañana, sabiéndose fuera de peligro por fin, Luciana logró oír al santo de oro del cabello blanco, preguntándole a Gateguard:

—¿Y esa mujer?

Bajando un pie, ella oyó su respuesta:

—Métete en tus propios asuntos, Sage.

Continuó bajando sin detenerse por medio segundo. No quiso parar ni mirar hacia atrás.

Para su total fastidio, se dio cuenta de que para salir del Santuario tendría que pasar por un largo camino que conectaba a un enorme coliseo de entrenamiento, donde algunos aspirantes a santos estaban llegando.

«Ay, mierda. Ay mierda».

Su paranoia del momento le hizo pensar que todos estaban viéndola, que todos sabían que Gateguard de Aries la había humillado la noche de ayer o que ella había sido su prostituta por una noche… cosa que hubiese pasado de no haberse suscitado lo otro.

Tragó saliva. No es que… no es que le afectase o le preocupase tanto la opinión colectiva siendo que ella trabajaba en una taberna, pero si era posible, Luciana prefería no ser marcada de forma oficial y para siempre con ese estigma de "mujerzuela".

No quería darle la oportunidad a ninguna mujer casada de verla como una amenaza o una posible amante del marido infiel de turno. Tampoco quería a más hombres de los que ya había, pensando que su culo tenía un precio fijo (además barato) o disponibilidad abierta al público.

Sin embargo, mientras Luciana caminaba con sus miedos rondándole en su cabeza, la realidad era que, muy pocos aspirantes y santos se dieron cuenta de que ella estaba caminando por esos lares, y, de hecho, a nadie le importó saber qué hacía ella ahí.

Todos esos temores se quedaron en la cabeza de Luciana, retumbando como abejas molestas, chocando de una sien a otra.

Durante todo el camino, Luciana mantuvo la cabeza arriba, sin embargo, su vejiga no estaba dispuesta a soportar un minuto más de esa fría indiferencia y caminata lenta, necesitaba alivio pronto… ¡pero la casa de Luciana seguía estando muy lejos!

Tomando una ruta alternativa, por no decir, desesperada, Luciana corrió hasta unos árboles, y luego de asegurarse de que nadie la había seguido y tampoco hubiese animales a su alrededor, se ocultó tras uno de los árboles, se alzó rápido ambos vestidos y logró bajarse los calzones, agachándose a tiempo, para encontrar alivio a su necesidad matutina.

Oyendo su orina chocar contra la tierra, Luciana se preguntó de nuevo si Gateguard de Aries realmente la había cubierto con esa cobija.

Le preocupaba un poco que alguien más lo hubiese hecho, es decir, ella estaba desnuda y actualmente no se sentía diferente, como luego de tener sexo… pero… ¿si alguien más entró y se aprovechó de ella? ¿Gateguard de Aries habría sido tan vil como para volver y hacerle algo mientras dormía y ponerle la cobija encima como una última burla hacia ella?

Por favor, que eso no haya pasado. Qué sea sólo su perturbada imaginación.

Luciana se levantó, acomodándose la ropa.

«Un problema menos» pensó un poco más relajada.

Ahora tenía hambre, mucha.

Tratando de mantener sus pensamientos en orden, Luciana dirigió sus pasos hacia un puesto callejero de comida, que solía estar frente a una florería que abría también desde muy temprano en la mañana.

Era una lástima que su sueldo y sus gastos no fuesen tan piadosos con ella como para costearse un ramo de rosas.

—Buen día, nena. Hace mucho que no te veo por aquí, ¿qué te sirvo? —preguntó Mateo, el joven vendedor y dueño del establecimiento de comida, cuando Luciana le pidió un poco de agua para lavarse las manos.

Luego de asegurarse de que sus manos estaban aptas para tocar los alimentos que se llevaría a la boca, ella se sentó en una de las mesitas, secándose el agua con la ayuda de su ropa.

En total, había 3 mesas, y 2 de ellas ya estaban siendo ocupadas por otras personas.

—Dime por Zeus que aún te queda por lo menos un koulouri y café —masculló más que agotada, poniendo el codo derecho sobre la mesa y su mejilla sobre la palma de esa mano.

—Café, ¿eh? —Mateo sonrió acusador/juguetón.

El muchacho de cabello castaños y ojos oscuros era muy adorable y hasta gentil, pero también le gustaba enterarse de todo lo que pasaba a su alrededor. Eso incluía, por supuesto, lo que ocurría con Luciana.

—Mucho café —respondió ella con desgano—, si no es molestia.

—Mmm, ¿qué te pasa hoy, corazoncito? Luces mal, ¿pasaste una mala noche? —Mateo sirvió rápido lo que Luciana le pidió.

El pan koulouri en un platito y una buena taza de barro con café oscuro, eso era lo que Luciana necesitaba para desayunar. Mateo le sirvió personalmente.

—No tienes una idea —masculló cansada.

—Pues no te hagas del rogar y cuéntame —ansioso por saberlo todo, Mateo se sentó enfrente de ella, pero antes, les pidió a sus dos trabajadores: un par de chicos menores que él, que no desatendiesen a los otros clientes.

—Te emocionas demasiado. No tengo una vida tan interesante, Mateo —Luciana tomó el pan, cortándolo en dos pedazos, zambullendo uno de ellos adentro del café para luego llevárselo a la boca.

Delicioso pan tradicional griego. Y nadie lo hacía como Mateo.

—¿Y? Eso no significa que sea aburrida —sonriente, Mateo puso ambos codos en la mesa, juntando los dedos de sus manos y poniendo su mentón encima de ellos—. Anda, dime, ¿qué te pasó?

Mirando el café humeante, Luciana pensó:

«Bueno, primero, mi noche de ayer en el trabajo fue una mierda. Mi otro (recién) trabajo fue una mierda peor en donde casi muero dos veces. Pensé que iba a poder seducir a un niñato virgen con aires de grandeza, pero él hizo que me desnudara sobre su cama, se burló de mí, y yo tuve que hacer pedazos su ego porque… ¡él se lo busco!», pero luego de pensárselo mejor, Luciana no consideró que eso fuese lo más apropiado.

Casi a velocidad luz, razonó mejor las cosas:

Una cosa era enemistarse con un santo dorado y cantarle sus verdades en su cara. Otra cosa muy diferente (y hasta estúpida) era tratar de hundir su reputación de esa forma en el pueblo, siendo que ella tenía todas las de perder.

Para empezar, él era un hombre. Lo que quería decir que, todo lo que saliese de la boca de él iba a pesar el doble de lo que pudiese salir de la boca de Luciana.

Peor, sin testigos, ¿cómo ella podría acusarlo de hacer algo en su contra?

Para más inri, en el Santuario podrían castigarla severamente por difamación si Gateguard de Aries movía bien su lengua, cosa que Luciana no dudaba que él pudiese hacer. Y, enfatizando como subrayando ese punto con rojo, Gateguard de Aries era un santo dorado, uno de los 12 hombres más fuertes dentro del ejército de la diosa Athena que iban por debajo del Patriarca. Eso le convertía automáticamente en un hombre reconocido por muchos, con mucho poder en sus manos, y, además, era un tipo que (virgen o no) imponía demasiado respeto en Rodorio por su propia racha de misiones cumplidas con éxito.

En resumen, qué ella no lo respetase ni tuviese una buena imagen de él, no quería decir que Luciana podía ir por ahí como una hurraca loca sin sesos a contarle lo sucedido a todo el mundo.

Ella, por ser una mujer sin voz ni voto, iba a caer de golpe en una celda o con el cuello cerca del filo de un hacha, si se atrevía a tentar más su suerte.

Ahora que Luciana lo pensaba con la cabeza más fría… quizás Gateguard de Aries sí tuviese algo de conciencia… o piedad, ya que, él, de haberlo querido, hubiese podido castigar a Luciana por todo lo que le dijo. Daba igual que él se hubiese mofado de ella, todo el pueblo se habría puesto del lado de Gateguard si él declaraba que ella se le había ofrecido como una puta.

Al final, Luciana sólo pudo pensar en una forma de desahogarse con Mateo sin necesidad de meter a Gateguard de Aries en la conversación.

—Una pesadilla —siguió comiendo su pan.

—¿Qué tipo de pesadilla? —Mateo frunció el ceño.

Mientras Luciana pensaba rápido, otra vez, uno de los trabajadores de Mateo le pidió cambio de unas monedas.

Los clientes de la mesa del final, estaban levantándose.

—Pues… —sin prestar atención a nada salvo al pan y el café humeante, ella suspiró—. Soñé que era raptada por un lobo salvaje.

—¿Un lobo? —se rio Mateo, reincorporándose, luego de contar el dinero recibido y guardárselo en una de las bolsitas de su delantal.

—Un lobo grande y roñoso —describió como mejor pudo a Gateguard de Aries.

—¿Y qué te hizo el lobo luego de… raptarte? —se rio con justa razón.

Primero, hace mucho que no se habían visto lobos por el bosque, y dos, porque un lobo que no iba en manada, no raptaba a nadie sin antes atacarle.

Cambiando a Gateguard de Aries por el lobo imaginario sin ningún problema, Luciana continuó:

—Era un lobo raro —dijo, siendo honesta—. Primero, me tumba como un oso, agarra del cuello con sus dientes y me lleva hasta su cueva oscura del horror.

—¿Del horror? —sonrió intrigado—, ¿acaso soñaste que te devoraba? —sonrió con cierta coquetería.

—No —se rio con desánimo—, ya me hubiese gustado que hiciera eso. No. Me arrancó la ropa y al ver mi carne se comenzó a burlar de mí.

Acabándose el pan, Luciana decidió tomar un trago del café caliente de un solo trago.

Se hizo daño, hizo una mueca, pero no se quejó.

—Ten cuidado —le musitó Mateo, como presintiendo la mentira en lo que había oído—. Así que un lobo, ¿eh?

—¿No me crees? —le preguntó ella, sonriendo un poco nerviosa.

—Te creo, te creo, nena. Es sólo que… no sé quién sería tan idiota como para reírse de ti… aunque sea un lobo —le dijo sin coquetearle en realidad.

Luciana sabía que Mateo no la deseaba, ni la pretendía. Habían sido amigos desde hace 3 años y ella nunca se había sentido cortejada por él. Era… era como tener a un hermano/amigo con el que podía desahogarse de vez en cuando. Por eso, luego de esa terrible mala noche, ella necesitaba oírlo levantándole la moral.

—Tienes razón —se rio ella—, soy hermosa, casi una diosa.

—Diría que eres más bella que Afrodita, pero no quisiera problemas con el Olimpo.

Ambos se rieron, y Mateo le pidió a uno de los chicos un café para él.

—Así debes reír siempre, Luciana —le dijo con la taza sobre sus labios—. Creo que ya mereces hacerlo.

Conmoviéndose mucho por esas palabras, ella se sintió estúpida por notar que estaba a una palabra más de ponerse a llorar… otra vez.

¿Qué le estaba pasando? No era tan fácil hacerla llorar y ahora pareciese que con cualquier cosa, sus lágrimas eran convocadas.

«Maldito seas, Gateguard de Aries» pensó culpándolo a él por todo, luego le respondió a Mateo—. Supongo —buscando como quitarse el nudo de su garganta sin carraspear y delatar su estado de debilidad, ella bebió más café hasta casi acabárselo.

—Joshua, trae más —exigió Mateo dándose cuenta de que la taza de Luciana estaba casi vacía.

—No, no es necesario —mientras decía eso, el chico de cabellera rubia se llevó su taza y la rellenó para dársela rápido—. Gracias —musitó hacia él.

—Tenemos toda una vida para sentirnos miserables, linda —le dijo Mateo—. Un vaso de agua, en medio del infierno, nunca debe ser despreciado.

Luciana miró el café y luego a Mateo.

—¿Cómo es que aún no te has casado? —preguntó Luciana, sin comprender, por qué Mateo siendo tan lindo como era; tanto por dentro como por fuera, seguía soltero a sus 23 años.

—Porque quiero trabajar —respondió bebiendo de su taza—, quiero trabajar mucho, ganar mucho más dinero y, cuando me case, poder darle a mis hijos y esposa tiempo de caridad mientras sigo expandiendo mi imperio de comida.

Sintiéndose orgullosa por él y sus metas, Luciana asintió con la cabeza. Ya le gustaría a ella manejar un negocio propio, pero, ¿cómo hacerlo? No contaba con suficientes ahorros, y ni hablar de lo que le quedase de vida.

—¿Y tú? ¿Cuándo dejarás ese horrible empleo nocturno y vendrás a trabajar para mí? —preguntó Mateo—, ¿quieres que suplique?

—No —se rio ella un poco apenada—, pero tú necesitas a una cocinera. Yo soy una camarera, no te sirvo ahora —chasqueó la lengua—. Cuando construyas tu primer castillo yo estaré ahí para ser la primera camarera en la lista, lo prometo.

—Bien —masculló él resignado—, pero ya lo has prometido.

—Sí, sí —suspiró Luciana en perfecta paz.

Charlando un poco más sobre los planes a futuro de Mateo, incluso el progreso que llevaba la construcción de su próximo y nuevo local fijo, Luciana logró recuperar su equilibrio emocional.

Más tarde ella se despidió de él cuando la cantidad de clientes incrementó al medio día.

Luciana se puso en camino de regreso a su casa con la promesa de pagarle a Mateo por su desayuno, aunque él le dijo que no se preocupase por eso.

«Por favor, que hoy sea un mejor día que ayer» rogó, recibiendo de buena gana, el sol del mediodía sobre su rostro.

Creyó que por fin todo había terminado. Qué después de lo que ella misma le había dicho a Gateguard de Aries, él no volvería a aparecerse frente a ella nunca más.

Nuevamente se equivocó y Luciana se dio cuenta de que debía dejar de suponer cosas con respecto a él.

Justamente afuera de la casa donde ella vivía, fungiendo como una especie de estatua de adorno a un lado de la puerta de la entrada, ahí la esperaba él, cruzado de brazos.

«¿Qué ofensa les hice yo, dioses? ¿Qué ofensa les hice?» se lamentó una sola vez, dispuesta a enfrentar con valentía lo que sea que viniese a continuación, aunque en el fondo, no quería hacer nada más que descansar luego de tan terrible noche.

Caminó lento hacia la casa, sin bajar la mirada. Sostuvo su mentón arriba, así como una seguridad que le costaba sujetar entre sus manos a medida que se acercaba.

—¿Puedo ayudarte en algo? —preguntó dirigiéndose directo a la puerta para abrirla con la llave que guardaba en uno de los dos bolsillos de su vestido del trabajo. Menos mal que seguía ahí luego de que ella botase el vestido al piso así sin más.

—Quiero hablar contigo —dijo sin esperar demasiado—, pero no aquí.

¿Así que quería su venganza sin testigos?

—Tenemos un problema porque yo sí quiero que sea aquí —abrió la puerta de un empujón—. Entra o vete —sin esperar oír su respuesta, ella pasó al interior de su hogar, ahí donde se sentía segura y protegida por alguna especie de espíritu guardián imaginario que, de alguna forma, sin existir realmente, la llenaba de coraje.

Gracias a la imponente armadura que él vestía, ella lo oyó seguirla al interior de la casa. Incluso, lo oyó cerrar la puerta tras él.

Sin darse la vuelta. Sin dejar de mirar al frente. Sin dejarse llevar por los estúpidos nervios, Luciana se aferró a las palabras de Mateo.

"Tú vales mucho".

Ella valía mucho. Valía tanto que sin importarle quién diablos fuese Gateguard de Aries, Luciana se iba a tomar el atrevimiento de mostrarse soberbia ante este hombre soberbio.

Aunque… siendo honesta… Luciana temía a lo que él pudiese hacer en su contra por eso.

—Dime rápido lo que quieres. No tengo tu tiempo —fingiendo que realmente tenía muchas cosas que hacer, cuando la realidad no era así.

Buscando rápido e instintivamente un escudo para proteger sus expresivos ojos, Luciana se aproximó a un librero pequeño al fondo, de donde tomó un libro al azar y lo comenzó a hojear, en un gesto de desinterés hacia su inesperado e indeseado invitado.

Luciana consideraba que si Gateguard de Aries no estaba interesado en ser educado, ella tampoco tenía porqué esforzarse tanto.

Además, no comprendía por qué diablos él estaba aquí. Ella le dejó bien en claro que si quería a una muñeca a la cual hacerle lo que quisiese, que se fuese a buscar una piedra, un tronco, un bloque de hielo, o algo que no tuviese una vida por delante como un ser humano o incluso un animal.

Lo más extraño y desalentador de todo fue que Luciana se dio cuenta de que ella misma ya estaba acostumbrándose a que Gateguard de Aries se quedase callado cuando se le preguntaba algo. Así que, tomándose su propio tiempo, y sin despegar su mirada del libro, Luciana se aproximó a la mesa que estaba en medio de la casa y se sentó en una de las sillas sin ofrecerle un asiento. Ahí, ella fingió estar leyendo con interés.

Ni siquiera sabía qué libro había tomado, no recordaba haberlo leído antes, pero ese no era el punto aquí. Ella quería que él se fuese rápido, ¿y qué mejor estrategia y señal de repelús podía ofrecerle que el no darle toda su atención?

Ojalá, por favor, él no fuese uno de esos tipos explosivos y violentos.

Si Gateguard de Aries le arrebataba el libro o comenzaba a gritarle, Luciana estaría es una horripilante desventaja.

Al cabo de un minuto entero, ella supo que él no iba a tomar esa iniciativa. Aunque le tranquilizaba un poco que no estuviese causándole daño con su lengua o manos.

Sin embargo, ella estaba fastidiándose de tenerlo ahí parado como un florero siniestro, oscureciendo la casa.

Luciana cerró el libro y lo miró seria.

—Corrígeme si me equivoco —comenzó a hablar de nuevo—, ¿viniste para…? ¿Seguirte burlando de mí? Porque… créeme, no estoy de humor para eso ahora.

Por primera vez, ella vio una chispa de confusión en su rostro. Wow, así que tenía otros gestos además de ese ceño fruncido.

—¿Burlarme?

Sin quererlo, Luciana sintió su bilis burbujeando otra vez. ¿Acaso estaba haciéndose el… ¡tonto!?

Calma, calma.

Inhalando fuerte, poniendo los ojos en blanco, ella decidió que no pensaba en recordarle nada ni pelear más por ese tema.

Ya nada más faltaba eso.

—Olvídalo —espetó dejando el libro en la mesa—, ¿qué quieres?

—Quiero que vuelvas a dormir conmigo esta noche —respondió al fin a una de sus preguntas.

—No hablas en serio, ¿verdad? —cuando él negó con la cabeza, en esta ocasión, ella sí sonrió burlona—. Y… ¿cómo por qué habría de hacerlo? —chasqueó la lengua imaginándose rápidamente lo que él podría hacer en caso de querer usar su poder como santo dorado a su favor—. ¿O será que acaso ahora es una orden, Santo Dorado? —musitó demostrando que eso le parecería lo más vil que podría hacer este hombre el día de hoy, que apenas iniciaba.

Gateguard de Aries estaba tragándose palabras que no estaba acostumbrado a guardarse, eso Luciana lo notó por los gestos casi invisibles que hacía. Él apretaba el agarre de sus brazos cruzados y desviaba un poco sus ojos hacia otros lados que no fuesen el rostro de ella.

—Porque… porque sólo ayer he podido dormir al menos una hora continúa, luego de varios meses de no hacerlo —suspiró otra vez, tratando de relajarse también—. Dime lo que quieres a cambio.

De ser tan cruel como él lo había sido, ella le pediría que se desnudase para luego reírse en su cara, sin embargo, Luciana se consideraba una maldita buena persona. Además… no sabía si podría ser capaz de burlarse considerando de él considerando que el tipo tenía un muchísimo mejor físico que el suyo.

No quería más humillaciones, y el que ella misma se las buscase, sería el colmo.

Ya le dejaría al karma encargarse esta vez de Gateguard de Aries y su escenita de anoche.

—Yo te expuse mis términos hace unas horas, ¿ya se te olvidó? ¿O crees que lo soñaste también?

Por la cara… casi de espanto silencioso que hizo, como si fuese un niño al que le acababan de decir que le sorprendieron diciendo palabrotas, Luciana no pudo evitar hacer una mueca de desconcierto también.

La intriga le calmó el burbujeo de la bilis.

—No me digas… ¿en serio vas a decirme que creíste que eso pasó en tus sueños? —se burló ácidamente.

Él abrió la boca un poco, pero nada salió de ella.

Luciana soltó aire.

Así que…

Ay no.

Definitivamente no podía con esto.

—Por eso estoy aquí —dijo al final, descruzando los brazos, para caminar hacia ella apoyar sus manos sobre la mesa—, ya ni siquiera sé cuándo duermo y cuando no.

Luciana entendía.

Eso quería decir que él incluso en sus sueños era un verdadero patán.

—Compórtate como un hombre, carajo —le espetó sintiendo que, mientras más tiempo pasaban el tiempo juntos, ella más y más le perdía el respeto—. Lo que hiciste, dormido o no, no se me va a olvidar nunca —murmuró todavía con mucho rencor en su voz—; lo hecho, hecho está. Así que… haz memoria, y céntrate en el hoy —alzó su mano derecha en un puño y aprovechando que lo tenía cerca, alzó sólo el dedo índice casi frente a su rostro—. Yo te expuse una condición…

Encadénate a la pared.

Encadénate al techo.

Encadénate a lo que sea que te impida volver a tocarme.

—Y solo una —continuó diciendo Luciana apoyándose en el respaldo de la silla, achicando su mirada sobre él, negando con la cabeza—. No hay renegociación. Ah, y, además, quiero dos disculpas.

Cuando él la miró a los ojos, ella no se intimidó.

—Así es, amigo, quiero dos disculpas —de nuevo hizo un puño con su mano y alzó el dedo índice—. Uno, por secuestrarme y no importarte un cuerno si me matabas del susto anoche —alzó el dedo medio—. Y dos, por ser un perfecto imbécil desde el primer hasta el último minuto —arrastró esas últimas palabras lo mejor que pudo. No quería que él se perdiese de ninguna de ellas.

Bajó la mano con toda su indignación, y esperó, cruzando las piernas y los brazos.

—Como ves, no pido la gran cosa. Hasta estoy siendo generosa —sonrió con su propia malicia a flote—. Por casi matarme dos veces y hacer añicos mi orgullo, estuve a punto de mandarle una queja muy larga al Patriarca y rogarle que, por favor, te mantuviese a diez millas lejos de mí.

Luego de apretar un poco sus dedos sobre la mesa sin causarle daño, él se separó de la mesa e hizo un ademán de querer responderle, de querer justificarse por lo sucedido, posiblemente echándole la culpa a su desorden del sueño. Pero, al volverse hacia ella, pronto aprendió, con solo mirarla a los ojos, que, no sólo él podría ser una roca obstinada cuando quería.

Luego de un corto tiempo, enfrente a ella, Gateguard de Aries resopló resignado.

Mirándolo en silencio, Luciana no cantó victoria tan rápido.

—Bien —dijo él ocultando sus ojos con su cabello.

—Bien… ¿qué?

—Haré lo que quieres —gruñó como si las palabras le raspasen la garganta como espinas.

Perfecto.

Eso era lo que Luciana había sentido cuando él hizo menos el hecho de que le hizo un fuerte daño a su corazón y luego a su feminidad.

Ya estaban entendiéndose.

—Pues hazlo —susurró demandante, negándose a aceptar nada, hasta no tener lo más esencial: su respeto. Aun si para ello, tenía que forzarlo a dárselo.

Luciana no quería repetir la escena de esta madrugada, la cual aún le quemaba por dentro. Ni mucho menos quería sentirse a sí misma como una muñeca de felpa sucia a la que pudiesen apalear cada cinco minutos nada más porque él pudiese darle dinero. Si ella hubiese querido ese tipo de trato, o no hubiese tenido otra alternativa más que aceptarlo, Luciana se habría dedicado a la prostitución. Pero los dioses la bendijeron ofreciéndole esta vida pacífica y tranquila donde sus allegados la respetaban, y nadie, por muy santo dorado que fuese, iba a perturbarla sin salir rasguñado por eso.

Con una satisfacción y sensación de poder enorme, Luciana miró cómo Gateguard de Aries, uno de los 12 hombres más poderosos de la misma diosa Athena, descendía una rodilla al piso y con la otra flexionada, bajaba la cabeza mansamente.

De pronto, ella se sintió como una emperatriz o algún tipo de reina a la que habían ofendido, y el bufón de turno, estuviese rogando porque no le cortase la cabeza.

No te acostumbres, le advirtió su razonamiento.

Luciana lo sabía. Sabía que esta sería la primera y la última vez que él se inclinaría ante una mujer como ella de este modo. Por eso, iba a disfrutar lo más posible de este momento.

—No lo alargues —sonrió Luciana, sintiéndose generosa—. Te ayudaré, repite conmigo: "lamento profundamente casi haberte matado del susto anoche, y por haberte secuestrado".

Sin alzar la cabeza, él pareció haberse tensado.

—Lamento casi haberte matado —dijo rápido, entre dientes, y sin la emoción de arrepentimiento que ella quería oír de él.

Su orgullo era bastante grande… pero Luciana también tenía uno igual de pesado, el cual también era bastante rencoroso.

—¿Qué fue eso? ¿Eres un niño? —se quejó y lo regañó—. Dilo bien, y sin omitirte palabras, ¿entendido? —estrechó su mirada sobre él—. "Lamento profundamente casi haberte matado del susto anoche, y por haberte secuestrado".

No perdiéndose ni un solo detalle de lo que veía, Luciana miró cómo él cerraba uno de sus puños con mucha fuerza.

—Lamento… profundamente… casi haberte matado del susto anoche. Y por haberte secuestrado.

—Muy bien —le felicitó asintiendo con la cabeza, aplaudiendo dos veces—. Ahora di: "y lamento haberme comportado como un perfecto asno imbécil. No volveré a hacerlo nunca en mi vida".

Por la forma en la que él alzó la cara hacia ella, como si quisiera arrancarle algún órgano, pero no pudiese hacerlo…

De poder lastimarla de algún modo, él no estaría aquí hoy, pudo simplemente haber mandado a algunos santos directo hacia su casa para meterla presa o algo peor.

Luciana descifró que disculparse no era algo que él pudiese hacer muy a menudo, menos insultarse a sí mismo. El que estuviese considerándolo, hablaba de lo desesperado que tal vez se encontraba por… volver a dormir.

—No abuses —le gruñó enfadado.

—Tú abusaste mucho de mí ayer —todavía fastidiada de verlo en un plan arrogante cuando ella había sido la única ofendida, Luciana borró su sonrisa y lo miró igual de indignada—. Agradece que al menos estoy considerando otra vez tu petición, de otro modo, el Patriarca ya tendría mi queja y petición sobre su mesa. —Ambos se soportaron las miradas—. Lárgate. O dilo… completo —le espetó estrechando su mirada sobre él.

Descubriendo, posiblemente a la horma de su zapato, Gateguard de Aries bajó de nuevo la cabeza soltando un gruñido. Apretó en esta ocasión, los dos puños.

—Y lamento haberme comportado como un perfecto asno imbécil —dijo por fin con una actitud más aceptable—. No volveré a hacerlo nunca en mi vida —suspiró, sintiéndose libre, tal vez.

Luciana saboreó esas palabras, las tragó, y sintió que algo lindo se había armado en ella, y esta vez, con una dura capa de blindaje protegiéndolo.

—¿Lo ves? —lo miró ella satisfecha—, no fue tan difícil.

Él la miró serio, aun arrodillado.

—Ahora, volviendo a mi petición original… ¿ya has conseguido las cadenas?

—¿En serio quieres encadenarme? —preguntó indignado, levantándose.

—No quiero volver a despertar contigo estrujándome el cuerpo como si yo careciese de huesos. Sí —espetó todavía más decidida.

—Eso no lo sabes —murmuró por lo bajo.

—Y no pienso descubrirlo —dijo Luciana sin retractarse medio centímetro.

Ella se levantó también y con una sonrisa ligera, puso un dedo sobre el peto de su armadura.

—Como has sido tan considerado para disculparte conmigo —aunque prácticamente ella lo obligó porque él no estaba dispuesto a hacerlo—, yo me disculpo también por lo que te dije anoche, todo… y por los golpes. No suelo ser violenta ni grosera, así que no tienes que preocuparte porque lo pueda hacer otra vez. Sin embargo, te voy a tener que pedir que, a partir de hoy, nos limitemos a tratarnos con el mayor respeto posible, ¿de acuerdo?

Luciana sabía que no era tan simple. Lo había golpeado en su entrepierna con salvajismo y le había llamado "virgen inseguro", eso y quizás un par de cosas más, pero dadas las circunstancias que él mismo creó, ella no consideró apropiado ser más amable ni específica. Él tendría que conformarse con solo eso.

—Consigue las cadenas, ponlas bien, y esta noche cuando vengas por mí, no olvides anunciarte primero. Recuerda, tener una armadura no te hace un caballero, tener modales sí —ella misma caminó hasta la puerta, abriéndola para él—. Retírate, yo también quiero dormir en paz un poco.

Ni siquiera lo miró cuando se fue, mantuvo su mirada fija en un punto ciego a la izquierda. Apenas oyó sus pisadas afuera de la casa, ella cerró la puerta de un solo golpe.

¿Habría hecho lo correcto? Es decir, se había fallado y desobedecido a sí misma ya que se había dicho que, ni aunque él le rogase, ella iba a acceder volver a la Casa de Aries. En vez de eso, lo forzó a pedirle disculpas y a prometer que iba a conseguir unas cadenas para amarrarse a sí mismo durante las noches.

¿Él lo haría?

Luego de un rato, Luciana bajó la mirada al piso, preocupándose un poco.

¿De verdad…? ¿Hasta tal punto había llegado su desorden del sueño que ya no sabía cuándo dormía y cuando no? ¿O habría mentido para intentar quitarse de encima el hecho de que había humillado a Luciana a la primera oportunidad?

Otra cosa, que todavía era un misterio:

¿Por qué él había accedido tan fácilmente a sus demandas? ¿Por qué arrodillarse frente a la anciana gorda de la que se había burlado?

Fue más que obvio que disculparse de ese modo fue algo tortuoso (incluso algo denigrante) para él.

¿Por qué pasar por eso? Bien podría elegir a otra mujer en la taberna donde Luciana trabajaba y ya.

La quería a ella.

Por alguna razón que Luciana seguía sin comprender, él se había tragado ese enorme orgullo para…

1. Venir hasta su casa.

2. Acceder a disculparse e insultarse a sí mismo en ese proceso y orden.

3. Prometer que instalaría cadenas para él en su propia casa.

¿Por qué?

¿Por qué ese compromiso sólo para tenerla a ella durmiendo con él? A una perfecta extraña. Una doña nadie.

Si estaba más que claro que no era su cuerpo lo que Gateguard de Aries buscaba, ¿entonces qué más podría ser? ¿Su corazón? Puff, vamos, como postre de la vergüenza, ahora a Luciana sólo le quedaba imaginarse que él se hubiese enamorado de ella.

Ni siquiera se conocían, eso sería absurdo. Y por lo que apenas ella conocía de él, Luciana dudaba que Gateguard de Aries pudiese ser capaz de amar como un ser humano normal a un semejante.

La verdad, no quería saber cómo sería verlo enamorado.

Además, estaba más que claro que los dos chocaban en el carácter y modos de pensar; los dos se movían por el orgullo, y la terquedad que los poseía, lo que quería decir que él, como ella, tampoco iba a ceder a (de nuevo) disculparse así frente a nadie (menos ante una mujer) nada más porque el corazón le dijese lo contrario.

Para terminar y refundir bajo tierra esa ridícula hipótesis… suponiendo que eso fuese cierto, y hubiese una especie de enamoramiento platónico torcido de Gateguard de Aries hacia ella, Luciana dudaba que algo como eso fuese remotamente algo lógico dado a cómo la había estado viendo durante sus disculpas forzadas.

Ella no le gustaba a él, eso le había quedado claro.

Por otro lado, un vano enamoramiento de chiquillo no explicaría las pesadillas que él tenía y el motivo real por el cual la había solicitado a ella para despertarlo.

Sólo para despertarlo.

¿Él había sido honesto en ese punto? ¿De verdad había pasado tanto tiempo para él sin poder dormir bien hasta tal punto en el que dejo su orgullo en la puerta de la casa donde Luciana vivía con el fin de convencerla de volver con él?

Sonaba algo demasiado loco y carente de explicaciones.

Luciana se sentía muy intrigada… pero con miedo también. Este último sentimiento, ¿estaría justificado?

Ella todavía no sabía a qué exactamente había accedido. Sin embargo, ya lo había aceptado, y en el fondo de su corazón, Luciana deseaba no haberse equivocado garrafalmente.

—Continuará…—


Concluimos con otro capítulo en donde estos dos hacen que me explote la paciencia.

La falta de comunicación es un grave problema, me está sorprendiendo que a estos dos les esté costando tanto entenderlo. Mmm, aunque, supongo que sería demasiado sencillo que de pronto hayan sentido que encontraron a su "alma gemela", ¿verdad?

Gateguard es un hombre serio, algo frío y reservado, pero... ¿arrogante? No sé si se le pueda considerar así luego de haber convivido con él apenas unas horas, pero bueno, lo que tú digas, Luciana. 7-7r

¡Okey!

La mayoría dio en un punto muy importante y válido... en serio me sorprendieron: ¿Gateguard se burló en serio de Luciana?

Muchas de ustedes le dan el beneficio de la duda, y por lo que noto, ninguna se llevó la impresión de que él haya sonreído con el objetivo de hacerla sentir inferior. Pero, muy para el pesar de todas de nosotras... sí, yo misma me incluyo en el paquete, ella sí lo pensó y le hizo disculparse por eso, ¡y mira que no perdona!

O sea...

Por otro lado, ella no le dijo a Gateguard que se arrodillara... me pregunto, ¿por qué él agregó eso? :( No tenía por qué y me dolió que Luciana lo haya disfrutado, en serio que es rencorosa. O sea, creo que muchas a veces, uno como ser humano, nos dejamos llevar y somos crueles cuando nos pegan en el ego, pero... mmm, no sé, no comparto ese tipo de satisfacción.

Todavía ni yo misma sé a dónde nos dirigimos con esta historia, pero incluso yo estoy intrigada por lo que mi cabeza está formando... pero todavía me falta escribir.

Lo único que les puedo decir es que Gateguard y Luciana van a tener que aprender del otro, muchas cosas, por las malas. :(

Miren, yo vuelvo a aclarar: Luciana no soy yo disfrazada de OC. Es un personaje que me cuesta mucho manejar porque en varias cosas, no estoy de acuerdo con ella, sin embargo, tampoco voy a retenerla. Cada quien se sabe equivocarse solo, creo yo.

Además, considero que hasta el momento, el que Gateguard siga guardándose palabras para alguien que él quiere tener cerca, también ayuda a Luciana a armarse de conclusiones sola.

¡Habla, hijo mío! ¡Habla, defiéndete!

Arg... bueno, supongo que el que su trato se haya "arreglado" otra vez, ya es un paso hacia tratar de conocerse mejor, ¿no? Aunque para eso, Gateguard tenga que "amarrarse como puerco" para que Luciana se sienta "no tan amenazada" cuando él duerma.

Ufff, a ver qué pasa.

¡CHICAS! ¡LAS AMO!

¡Gracias a sus hermosísimos comentarios, decidí ponerme a todo lo que doy con esta historia hasta terminarla! Ya tengo casi la mitad concluida, me falta revisarla, pero ya casi está. Todavía me falta mucho por escribir, y ojalá sigamos manteniendo el ritmo.

¡Wooo! Algo me dice que este fic va a terminar, gracias a las fiestas "cuarentenáticas" que se avecinan, casi, casi hasta inicios del 2021, pero esperemos que sea antes.

¡Chicas! ¡Gracias por el apoyo y esos reviews tan bellos que me dejan! En serio, ¡no las merezco!

No sé qué clase de "cabeza de coco" les habrá dicho que odia los testamentos, pero yo los amo. Por favor, lo que les guste y lo que no del fic, es importante para mí saberlo. Siempre he considerado que la opinión de los lectores es importante, así que no piensen que voy a molestarme por algo que opinen.

Una cosa más, en honor a sus palabras con cada capítulo, me voy a proponer actualizar cada semana.

Hasta el día de hoy que publico esto, hay capítulo para 3 y hasta 4 semanas más, así que vamos a un buen ritmo, creo yo XD

¡Saluditos y gracias por seguirme en esta historia!

Gracias por leer y comentar a:

Ana Nari, Ligia dAfrodita, Mumi Evans Elric, Nyan-mx, y InatZiggy-Stardust.

Nos estaremos leyendo.

Hasta el próximo capítulo. :D


Reviews?


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