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Noche
IV
— Instinto Protector —
…
En la taberna, durante su siguiente turno posterior a las disculpas obligadas de Gateguard de Aries, Luciana pensó que las cosas iban a volver a la normalidad para ella, sin embargo… quizás fue mucho pedir que su paz laboral volviese a como estaba, así como así.
Cuando vio al grupo de 3 hombres llegar y sentarse en la mesa 7, ella inmediatamente supo que hoy no habría nada de normal por esta noche. Así que, para conmemorar dicho evento, y como era común en las tabernas, ella se adelantó a su mesa asignada con una bandeja de madera y 3 vasos de agua sobre esta.
Ella hacía eso cuando Gateguard de Aries comenzó a venir, sin embargo, luego de que él mismo le pidiese sólo traerle su comida, Luciana no tuvo inconvenientes en aceptar su petición. Sin embargo, ahora que venían más invitados, ella tuvo que acatar las tradiciones griegas, aun si su cliente estrella, no lo aceptaba.
Trabajo es trabajo.
Y hablando de eso… nunca pensó que lo diría, pero… menos mal que Elma estaba vigilando tanto las mesas como la cocina, de otro modo, Luciana ya hubiese tenido que reñir otra vez con Nausica y Margot, quienes, luego de aprender una valiosa lección hace tan solo unas pocas horas, se centraron por completo en su trabajo y no en lo que hacía mami gorda.
Al dejar los vasos de agua sobre la mesa, Luciana se puso la bandeja sobre su estómago como de costumbre y fingió no reconocer al instante, el rostro de uno de los otros dos hombres que acompañaban a Gateguard de Aries.
Aunque aquellos magníficos representantes del género masculino se pareciesen bastante, Luciana supo que el santo dorado que la había visto saliendo de Aries esa mañana, se había dado cuenta de su identidad. Lo supo cuando lo vio al rostro por un par de segundos y éste frunció levemente el ceño hacia su dirección.
—¿Y qué cenarán hoy, caballeros? —preguntó amable al grupo de 3 hombres sin armaduras.
Uno de ellos, como se dijo, era el ya famoso Gateguard de Aries, y los otros dos, era el par de gemelos más apuestos que Luciana jamás vería en su vida otra vez.
—Lo de siempre —masculló el pelirrojo con una cara que decía con claridad que estaba a punto de escupir fuego por la boca. Se le veía el enfado a kilómetros.
¿Seguiría molesto por haber sido obligado a disculparse?
Eso no le habría pasado de haber demostrado más educación y gentileza desde un principio.
Considerando ese comportamiento, el mismo que haría cualquier niño berrinchudo después de haber recibido su merecido "estate quieto", cuando realizaba una travesura que no debía, Luciana trató de ignorarlo lo mejor que pudiese.
Con suerte, ya se le pasaría antes de que llegase la hora de dormir.
—¿Y ustedes, guapos? —ella les sonrió servicial a los hombres albinos, quienes se tomaron a bien el halago, pero no hicieron ningún comentario al respecto.
—¿Hay moussaka en el menú? —preguntó uno de ellos, con un tono algo infantil en su voz.
A Luciana eso le pareció muy tierno. Era tan curioso. Un hombre tan fornido y evidentemente poderoso como él, con una inocencia tan marcada en su rostro… wow, eso debería ser ya común en el Santuario. ¿Acaso los santos de Athena estaban obligados a hacer el mismo voto de castidad que la diosa? Ojalá algún día pudiese preguntárselo a Gateguard o a algunos de esos amables sujetos.
—Hay lo que usted desee, mi señor —le dijo entre risas, sintiendo que le hablaba a un tierno niño pequeño y no a semejante pedazo de hombretón—. ¿Y qué me dice usted? —le preguntó al otro gemelo.
—Lo mismo que mi hermano —negó con la cabeza.
—¿Y para tomar?
—Lo de siempre —masculló Gateguard de Aries, ya con el ceño menos fruncido. Aunque todavía se le veía fastidiado.
—Ouzo para nosotros dos —dijo el gemelo de la mirada inocente.
—Muy bien, ya mismo les sirvo —respondió ella tranquila de no tener que estar atendiendo únicamente a Gateguard de Aries, y tener… algo de protección esta noche.
Ese par de gemelos inspiraban una confianza que le dio a ella las ganas de atenderles a los tres (sí, incluso al pelirrojo maleducado) como mejor pudiese.
Exclamó las órdenes en la puerta de la cocina, luego se adentró ella misma por un tarro de cerveza y una botella de ouzo con dos vasos pequeños, los cuales montó sobre su bandeja de madera, y teniendo cuidado, se apresuró a llevar las bebidas a la mesa 7.
—Aquí tienen —dejó la cerveza frente a Gateguard de Aries y el ouzo con los vasitos a los gemelos, los cuales se sentaron juntos, frente al otro santo—. ¿Algún aperitivo mientras está lista su comida?
Uno de los gemelos iba a responder cuando de pronto Luciana borró su sonrisa al oír un ruidoso crujido de vasos, junto a una caída.
—¡Torpe! —exclamó un hombre entre risas al fondo.
Colette se había resbalado con un pedazo de carne que había en el suelo y tirado las cosas que llevaba en su propia bandeja. Los clientes que había en la mesa a la que ella iba, simplemente se rieron sin la menor intención de ayudarla.
—¡Ay muchachita estúpida! —exclamó Elma desde otro lado—. ¡Mira lo que has hecho! ¡Levántate y limpia eso!
Actuando bajo su instinto protector de mami, Luciana supo que tenía que intervenir.
—Perdonen —les dijo Luciana a sus clientes, dejando su bandeja en la mesa, corriendo apresurada y preocupada hacia la jovencita, quien tenía problemas para levantarse sin la ayuda de nadie.
Claramente sintiéndose impotentes por no poder ayudarla, Margot estaba sentada sobre las piernas de uno de sus clientes, riendo junto con ellos de la forma más forzada posible, y Nausica, quien no pudo reírse aun con falsedad, tuvo que quedarse donde estaba, atrapada de la cintura en el brazo de otro sujeto que sí se burlaba de la caída de la chica.
—Colette, pequeña —notando la mueca de dolor en la cara de Colette, Luciana se agachó con ella y la sostuvo, ayudándola a pararse—, ¿te has hecho mucho daño?
Aunque ella negó con la cabeza tratando de hacer menos su accidente, Luciana se sintió mal por ella, ya que, dedujo que la pobre rubita de ojos color miel se había lastimado fuertemente la cadera. Por las muecas que ella hacía, su cuerpo tembloroso, junto a lo fuerte que se aferraba a sus brazos con sus pequeñas manos, y lo bastante que le costaba mantenerse de pie, era lógico, para Luciana, que el golpe había sido muy fuerte y a la pobre chica le iba a costar reponerse.
—¡Luciana! —se acercó Elma hacia ellas, con su arrugado rostro lleno de enfado—. ¡Déjala ya! ¡Tiene que limpiar este desorden y tú ponerte a trabajar!
—Lo limpiaré yo, ya mismo —le dijo respetuosa—, pero Colette se hizo mucho daño, por favor, déjeme llevarla afuera.
Elma la miró con una expresión que prometía una reprimenda colosal. Como si le dijese con los ojos: "¿no aprendiste nada con lo de ayer?". Sin embargo, Luciana se mostró decidida a no dejar a Colette, así como así.
—Por favor —le pidió en un susurro clemente.
La anciana resopló.
—Déjamela a mí —le dijo al final entre sus pocos dientes faltantes—, tú vete a atender tu mesa y luego limpia bien esto del piso.
—Sí, señora —masculló Luciana.
No quería dejar a la chiquilla a su suerte.
Luciana sabía que, si dejaba a Colette irse con Elma, la vieja bruja iba a hacerle un peor mal con sus reprimendas. Pero, ella no era nadie para discutir con la anciana, quien tenía el poder de despedirla cuando quisiera, y menos ahora, con el dueño de la taberna que estaba en el piso de arriba haciendo cuentas o fornicando con alguna mujer que no fuese su esposa.
—Te veré más tarde, ¿sí? —le susurró Luciana a Colette—. Sé fuerte, niña, muy fuerte.
—S-sí… gracias —masculló ella adolorida, antes de irse con Elma, quien la tomó bruscamente del codo y se la llevó con jalones hacia la cocina.
Ojalá Colette haya comprendido el verdadero significado tras las últimas palabras de Luciana.
De pronto, otra camarera, una mujer de cabello negro lacio y ojos azules, quien ya estaba casada y respondía al nombre de Acantha (apenas 9 años menor que Luciana) se aproximó con un trapo y un balde con agua hacia el lugar del incidente.
—Yo limpiaré —le dijo rápido y sin dramas, poniéndose a trabajar cuidadosamente para no lastimarse también.
—Gracias —respondió Luciana, un poco más tranquila. Aunque todavía estaba angustiada por Colette.
Por alguna razón, al verla ahí tirada sufriendo, le provocó una terrible sensación de tristeza y amargura que la hizo actuar como si…
Como si viese a una niña pequeña necesitada de ayuda.
Y es que Colette era una niña, una pequeña de 14, casi 15 años, que trabajaba con mucho empeño día y noche.
Una preocupación casi insostenible embargó a Luciana, más ahora que la pobre Colette estaba con Elma, a merced de su arrugada boca afilada, e incapacidad de perdonar los errores, aunque hayan sido accidentes.
Luciana necesitaba saber si ella estaba bien, y si no lo estaba, al diablo con Gateguard de Aries; ella buscaría a un doctor.
No podía dejar a esa niña sola si es que se había hecho mucho daño.
Para su peor amargura, Luciana recordó que la muchachita vivía sola con su hermano mayor, quien era un perdedor irresponsable, bebedor de cantina, que ahora mismo debería estarse divirtiendo entre bebidas y prostitutas mientras Colette se mataba trabajando. ¿Cómo se mantendría ese vago? Seguro con el salario de su hermanita de 14 años que trabajaba no sólo en el turno nocturno sino también, a veces, en el diurno.
Poniéndose su mejor máscara de tranquilidad, cuando realmente estaba muy nerviosa, Luciana volvió a su mesa.
—Perdonen, ya todo está en orden.
—¿Ella estará bien? —preguntó el gemelo de la mirada inocente.
¿Cómo se llamaría? Luciana quería saber el nombre de cualquier hombre que no se haya burlado de la pobre Colette.
Viéndolo fijamente, Luciana pensó que ese tipo de seres humanos era los que necesitaba el mundo, no esos borrachos insensibles que se habían divertido con el sufrimiento de una niña.
—Espero que sí —musitó sonriendo sin ganas. No estaba segura de nada, y les rogaba a los dioses porque Colette se recuperase sin dificultades de esa fea caída.
La noche prosiguió sin más sorpresas.
Sin alejar a Colette de sus pensamientos, Luciana no descuidó su mesa ni otras que fueron ocupándose.
Sus clientes preferidos de la mesa 7, no la requirieron hasta que llegó la hora de pedir la cuenta y marcharse, por lo que, más tarde, ella tuvo que prestar su entera atención a otras mesas, si es que no quería que Elma, quien había vuelto rápido a su lugar de vigilancia, tuviese más motivos para dejarla lavando trastes hasta el amanecer.
En un par de dichas mesas, distintos los hombres ya borrachos, trataron de agarrarla para intentar meter sus caras entre sus grandes pechos; nada anormal, pero no dejaba de ser un fastidio. Sin embargo, por mucho que Luciana no estuviese de humor para ser usada de esa manera, bajo la mirada afilada de Elma, tuvo que dejarlos darse ese gusto, y, ella reírse fingidamente por ello.
Fingió que le gustaba pasar de hombre en hombre con una sonrisa. Fingió no sentirse harta de sentir las manos de los hombres metiéndose (criminal, rápida y secretamente) bajo la falda de su vestido para sobarle o pellizcarle el culo y/o las piernas.
Fingió reírse coqueta, y como podía, se libraba de ellos con la promesa de traerles más cervezas.
Esta taberna no ofrecía servicios sexuales. Esto no era un prostíbulo ni una cantina. Pero había tantos de esos estúpidos por las noches que pensaban que luego de haberse presentado casi una semana sin falta, ya les hacía merecedores de un trato especial, que el dueño de la taberna les decía a sus chicas, siempre lo mismo: "hagan lo que haga falta para tener a sus clientes felices o lárguense de aquí".
A medida que pasaba la noche, estos hombres fueron centrándose más en las bebidas que en ella, sin embargo, su sesión de manoseo terminó con broche de oro cuando un gigantón se sintió con el permiso de darle una fuerte nalgada.
—¡Ah! —gritó con dolor y sorpresa, pero tuvo (de nuevo) que fingir que le había gustado y encontrado divertido—, ¡atrevido! —se rio en su dirección con más de cien insultos atorados en su garganta.
El bastardo se rio con ella como si su coqueteo le hubiese servido de algo además de ganarse el apodo de obeso asqueroso.
Luciana sintió que necesitaba un descanso, u huir de ahí. ¿Qué rayos pasaba hoy?
Ella comenzó a preocuparse.
Usualmente habían de estos pervertidos por las noches, pero nunca habían sido tantos. En todos sus años trabajando, Luciana no se había hallado antes en una noche como esta.
Esto definitivamente ya parecía una cantina… o un burdel.
No sólo ella se había dado cuenta de eso, Luciana miró a Margot, Nausica, Acantha, otras camareras y hasta la propia Elma. Todas estaban confusas por la cantidad de sujetos que se creían que las camareras eran muñecas con las que podían jugar. Y para que la propia Elma se mostrase inquieta por algo, se necesitaba de algo malo más que evidente.
Empezando a sentir un poco la falta de aire, Luciana trató de correr hacia la cocina y ocultarse ahí por un rato; para mentalizarse, para agarrar fuerzas; sin embargo, el gigantón de hace unos momentos se había aproximado hacia ella.
«¿Qué infiernos está pasando?» viéndolo todo en cámara lenta, se vio a sí misma encaminándose de nuevo hacia la mesa con el tipo de acompañante.
El sujeto de pronto ya estaba sujetándole fuerte la cintura, deslizando su mano más allá y metiendo descaradamente sus enormes dedos entre sus piernas, sobándole la vagina por encima de la ropa.
Paralizándose por un arrasador pánico, Luciana se vio incapaz de mover siquiera un párpado.
Esto no era normal.
Miró asustada hacia Nausica. Ella se encontraba entre medio de las piernas de otro hombre, notablemente incómoda por, seguramente, estar sintiendo el miembro del sujeto pegar contra su trasero.
Margot, estaba logrando evitar que la tomasen como a Nausica o Luciana, puesto que ella misma se abrazaba de su cliente por detrás de su espalda, pegada de culo a la pared.
«Qué lista» pensó Luciana con sus ojos brillosos por el pánico, maldiciéndose por no haber sido la mitad de astuta que Margot.
Apretó fuerte los puños al sentir cómo el tipo quería, meter sus dedos adentro de ella.
—No toque ahí —dijo entre incómoda y algo asustada.
Quería zafarse, pegarle un sillazo en la espalda a este miserable y largarse a casa, pero el tipo casi le doblaba el tamaño por todos lados, si él quería podía romperla como a un mondadientes y… y… y Luciana comenzó a sentir a sus demonios internos volviendo otra vez a su cabeza. Ellos la debilitaban, la hacían sentir pequeña.
—Vamos —le susurró con su boca apestando terriblemente mal—, sé que te gusta.
Luciana tragó saliva, creyendo que vomitaría.
»Vamos, sé que te gusta.
Las mismas palabras. Esas eran las mismas palabras… incluso ese olor a suciedad y alcohol.
No, no, tenía que calmarse. Vamos, vamos.
Si pudo plantarle cara al mismísimo Gateguard de Aries, podría hacerlo con este bastardo.
Ella puso sus manos encima de la que todavía le acariciaba con fuerza, como si quisiera prepararla rápido. Sin embargo, lejos de sentir algún tipo de placer, lo que la recorría era una total repulsión. Para peor, Luciana se vio incapaz de alejar esa mano de ella. Había algo en este tipo que Gateguard de Aries no había tenido.
¿Qué era?
—Por favor, suélteme —pidió entre risas nerviosas, viéndose incapaz de empujar esa enorme mano de minotauro.
—¡Te he dicho que esas tierras son tuyas, al diablo el anciano! —gritó el hombre hacia sus amigos, haciendo caso omiso a Luciana, encontrando el clítoris de ella por fin—. Sí —masculló glorificándose a sí mismo—, aquí está.
Esto había sido.
Esto era lo que había diferenciado a Gateguard de Aries de este sujeto.
»Deja de llorar. Verás cómo te gusta.
Su cuerpo se congeló, sus instintos volvieron a tomar el mando…
—¡Qué me suelte! —gritó asustada y alterada, aruñando con cuatro de sus uñas, con mucha fuerza, la mano del tipo, penetrando su piel con las uñas, librándose así de su agarre, saliendo de su abrazo y corriendo en dirección a la cocina.
Sin parar, escuchó a los tipos reírse de esa mesa y al gordo gritándole:
—¡Perra estúpida!
Esquivando cocineras, fogones de leña y ollas, Luciana no se detuvo hasta que salió por la puerta trasera de la taberna. En medio de la oscuridad, pudo volver a respirar y notar que no lo había hecho desde que gritó.
Agitada, controlando como pudo su cabeza, ella se pegó a la pared de la taberna y respiró agitadamente. Primero, muy rápido. Luego, más lento.
Recuperando poco a poco sus sentidos, se llevó las manos temblorosas a la cara, aguantando las ganas de llorar.
—¿Luciana? —musitó Colette, saliendo de la misma puerta que ella—, ¿estás bien?
Sin responderle, Luciana tomó a la chiquilla y la abrazó con fuerza.
—¿Y tú? —preguntó al cabo de un corto rato, angustiada de que Colette hubiese estado pasando por aquello mismo—, ¿cómo estás?
—Estoy bien. Ya no me duele tanto —dijo la rubita entre los pechos de Luciana—, la señora Elma me dijo que me quedara en la cocina… dijo que no saliera de ahí en toda la noche… creo que está molesta conmigo —correspondiendo al abrazo de Luciana, siguió hablando—. Luciana, ¿de dónde salieron tantos hombres? ¿Viste a Nausica? Estoy muy preocupada por ella, ¿y Margot? ¿Ella cómo está?
Apenada por haberse dejado llevar tanto por ese miedo tan conocido, Luciana negó con la cabeza. Había estado tan esmerada en protegerse a sí misma que no pensó en las otras. Ojalá la estuviesen pasando un poco menos peor que ella.
—Niña —le dijo abrazando fuerte su cabeza—, debes dejar este turno. Debes dejarlo.
—Pero… no puedo —le respondió Colette—. Si no llego con dinero a casa, mi hermano…
Deseando tener la fuerza de Gateguard de Aries, de romper cráneos a diestra y siniestra, y empezar con la del dichoso hermano, Luciana apretó su garganta.
—Ven a vivir conmigo, yo puedo cuidarte —ofreció embargada por sus emociones—. Y por el trabajo no te preocupes. Sé de un sitio que podrá acogerte en las mañanas y no tendrás que pisar este sitio nunca más.
—Pero… mi hermano…
—¡Él no sirve como hermano! ¡Él no ve por ti, niña! ¡Entiende! —llena de desesperación y ansias por evitarle a Colette las heridas que ella tenía y todavía no podía sanar completamente, la dejó de abrazar, pero luego la tomó de los hombros y la agitó un poco—. Un hermano que te usa como un cofre de oro, no puede ser un hermano de verdad. Es un abusivo —le tomó una de sus mejillas, derramando lágrimas sin darse cuenta—. Aun tienes tiempo —triste, le pellizcó la mejilla con suavidad—, aun tienes tiempo de escapar y vivir mejor. Si no lo haces ahora… él va a terminar vendiéndote a algún hombre… o apostándote en uno de sus juegos…
Apenas parpadeó dejando que sus propias lágrimas se derramasen, Luciana notó que Colette ya estaba llorando también.
Su cara de niña se hallaba congelada. Los párpados le temblaban. Sus ojos estaban muy rojos. Y su piel en general había palidecido.
Esa mirada… esa agitación enmudecida por la falta de palabras…
Con el corazón hundido en su estómago, Luciana se dijo que ella conocía cada señal.
—No me digas que…
Comprimiendo su rostro, Colette bajó la cabeza, con los labios temblándole y las lágrimas saliendo unas tras otras.
—¿Colette? —susurró Luciana, de pronto, embargada por un (también) conocido y palpitante rencor. Una peligrosa ira que exigía justicia… y sangre.
La pequeña rubia no le respondió, sólo se abrazó fuerte a Luciana, aferrándose a la ropa de su espalda, llorando amargamente sobre su pecho.
Más afectada de lo esperado, Luciana no dijo nada, sólo abrazó a la niña de vuelta.
La abrazó fuerte, tanto, que los brazos le dolieron.
Colette era una niña.
¡Era una niña, maldita sea!
Luciana se tragó sus lágrimas. Se tragó sus sollozos.
Esto ya no era cosa de tiempo. Esto era cosa de actuar ya.
Esta era una niña. Una mujercita sola en un mundo cruel.
¿Cómo no pudo darse cuenta antes de que ella estaba en problemas? ¿Cómo no se dieron cuenta Margot o Nausica, quienes eran las que más la trataban?
«Llorando no se resuelve nada» pensó de forma amarga. Entonces, incluso si perdía el empleo… incluso si correr significaba arriesgarse a perder la cabeza o la libertad…
Al cabo de un poco rato, Luciana no volvió a decir nada, sólo tomó a Colette (quien sollozaba) y se la llevó consigo a su hogar.
Sin darle explicaciones a Elma ni a nadie en la taberna, Luciana decidió arrancar a Colette de ese infierno antes de que aquello empeorase, porque sí, podía empeorar.
Además, la camarera no necesitaba ser adivina para saber que, si ella volvía adentro, aquel seboso asqueroso iba a intentar algo en contra suya por el rasguño.
¿Por qué no habría salido para matarla por haberle hecho daño?
Bueno, sea cual sea el motivo, qué bueno que pudieron llegar sin contratiempos a la casa donde Luciana vivía. Sin embargo, una vez adentro, Colette comenzaba a arrepentirse de haberla seguido e insistía en que debía irse a su hogar.
—Me va a encontrar —sollozaba negando con mucho temor, la cabeza—, debo volver… debo volver, o me pegará —decía entre dientes, completamente empapada em pánico.
—Mírame, mírame, ¡mírame! —Luciana la tomó de las mejillas y alzó el rostro de Colette hacia el suyo—. Debes calmarte. Sé que sientes que él tiene poder sobre ti… pero no lo tiene. Tiene sólo el que tú le das.
A Luciana no le pareció tan extraño que Colette no le creyese.
—Pero, es mi hermano —sollozó, luciendo bastante cansada. Sus ojos estaban hinchados y muy rojos—, además, es el hombre de la casa… él está a cargo.
Viendo un patrón peligroso en su actuar, y esperando que no fuese lo suficientemente tarde para ayudarla, Luciana decidió dejar la conversación para después. La tomó de los hombros y la llevó hacia su propia cama.
—Debes dormir, ya pensarás mañana —le dijo con lentitud, ayudándola a acostarse, quitándole ella misma los zapatos.
—¡Ay! —se quejó Colette al acostarse sobre su espalda.
—Y mañana tendrás que ver a un doctor —musitó Luciana, tomando la cobija para tapar a Colette con ella.
—No puedo pagarle a un doctor —insistió Colette, más dormida que despierta.
El llorar tanto y el estrés, consumían mucha energía.
—Sshh —le chitó Luciana en medio de la oscuridad, acariciándole la frente, pues ninguna de ellas se molestó en encender ninguna vela.
Olvidándose por completo que tenía un segundo compromiso que no involucraba su vida personal, ni la de Colette, Luciana se cambió de ropa y sólo pensó en dormir junto a esa pobre niña.
Ni siquiera se detuvo a pensar en nada más. Sólo aseguró la puerta de la casa, anduvo descalza por todas las ventanas tratando de averiguar si había alguien afuera… ya fuese el gordo pervertido o el puto hermano de Colette… y hasta que no estuvo totalmente segura de que nada estaba fuera de su lugar, Luciana no se sintió con la tranquilidad de irse a la cama.
Arrastrando sus adoloridos pies, Luciana casi se movió hacia su cama, a un lado de Colette. Le pasó un brazo encima como si fuese una leona protegiendo a su cachorro, y se dejó ir.
…
La mañana trajo consigo al sol, y el sol, trajo consigo calor. Mucha luz también.
Colette había despertado primero gracias a esto último, al principio se asustó un poco por no reconocer el sitio donde se había quedado dormida. Pero luego se calmó descubriendo que nada de lo que había vivido en la noche había sido un sueño; girando un poco su cabeza, la rubita se encontró con Luciana a su lado, todavía descansando. Colette sonrió tranquila, girándose en su dirección permitiéndose ser abrazada por la mujer mayor, volviendo a cerrar los ojos y confiando en que las cosas estarían bien.
Poco tiempo después, Luciana despertó. Se encontró a Colette durmiendo y a diferencia de la chica, ella sintió que tuvo que levantarse y no perder el tiempo.
Tallándose los ojos, bostezando también, Luciana salió de su alcoba con cuidado para no despertar a la chica, con el fin de preparar algo de desayunar para ambas.
Debían moverse. Debían pensar en lo que harían. Las cosas no iban a pintar fáciles y de eso debían estar seguras las dos.
Maldita sea. ¿Qué había hecho?
¿Cómo pudo haber sido tan imprudente al hablar y actuar?
¡¿Acaso era estúpida?!
Quiso darse de topes en la pared para ver si así aprendía.
Se había dejado llevar y había hecho promesas que no podía cumplir.
En su momento, Luciana pensó que Mateo podría darle a la pequeña Colette un empleo. Pero como Luciana misma le dijo ayer, él necesitaba a una cocinera, no a una camarera. ¿Qué ocurriría si Mateo no podía permitirse tener una tercera camarera? ¿Qué haría Luciana después? ¿Cómo podría cumplirle a Colette la promesa de cuidarla si apenas podía consigo misma?
Y esta casa… esta casa, ¡ni siquiera era suya! ¡Carajo! ¿Cómo pudo ser tan estúpida? ¡¿Cómo?!
Además, había dejado botado el trabajo. No sólo eso, también había enfurecido a un cliente.
«Nos van a despedir a ambas» pensó Luciana, martirizándose, con su espalda pegada a la puerta de la habitación.
Se cubrió la cara y la desesperación se incrementó.
¿Qué iba a hacer? ¿Cómo iba a moverse? Sin empleo y sin una casa propia, ¿cómo diablos ella iba a poder cuidar de Colette? ¿Cómo iba a cuidarse a sí misma?
—¿Mala noche? —le preguntó Gateguard de Aries (sin usar su famosa armadura) quien estaba sentado en la silla frente a la mesa. La misma silla que ella había usado para hacerle pedirle disculpas ayer mismo.
Mientras ella se paseaba con un largo y viejo camisón, él vestía un pantalón pescador gris oscuro, unas sandalias típicas y una playera floja blanca de mangas cortas. Y a diferencia de Luciana, él se veía perfectamente despejado y preparado para cumplir cualquier tarea.
Todavía medio dormida, y con la otra mitad de su razonamiento despierto, pero metido de llano en sus preocupaciones, Luciana se sobó la sien izquierda, arrastrando los pies descalzos hacia la mesa donde él estaba.
Tanto deseaba descargar sus emociones con alguien, que poco le importó mirarlo a él invadiendo la casa. Ni siquiera se preguntó cómo es que había entrado si la puerta se veía sin perturbación alguna; muy bien cerrada.
Si ayer ni antier Gateguard de Aries no le había hecho un daño físico… a propósito, quizás no lo haga hoy.
—Hice una estupidez —se recriminó Luciana, atormentada, sentándose en la segunda silla al lado derecho de él. La mesa tenía 4 sillas.
—¿Sólo una? —no hubo sarcasmo ni ironía.
—No fue culpa mía —en el fondo, ella pensaba que sí lo era. Acostó la mitad de su cuerpo sobre la mesa, estiró los brazos como un gato y acostó de lado su cabeza en uno de ellos para mirar al santo—. Pero eso no te importa, ¿verdad? —dedujo al verle con ese rostro en blanco. Seguro venía acá para recriminarle por haber huido y fallado a su pacto.
Él mantenía un aspecto serio.
—Sólo me sorprende que hayas tardado tanto en huir de ahí —dijo él sin una emoción en particular—. Eso y que permitieses que el occiso te tratase de esa forma.
—¿El occiso? —a pesar de que Luciana sabía leer y escribir (al menos, lo mejor que se podría esperar de una mujer como ella) había palabras que todavía desconocía, y esa era una de ellas.
—El obeso de anoche —sin darle la definición de la palabra, Gateguard de Aries se levantó de la silla y fue hasta el fogón a la derecha de Luciana. Ella lo siguió con la mirada aun si para eso tenía que acostar su cabeza encima del otro brazo.
Aquella no era una cocina y una sala como tal. Estaba todo junto en un solo espacio.
Mientras Luciana se debatía entre preguntarle o no cómo es que él sabía eso si se supone que se marchó con aquellos dos simpáticos gemelos de cabello blanco, aproximadamente una hora antes del acontecimiento, Gateguard de Aries abrió la gran ventana de cristal ennegrecido que permitía que el humo de la leña no matase a nadie adentro de la casa de un solo piso. Sin menores problemas, él encendió el fogón y puso una tetera de metal, ya llena de agua, en el gancho especial para sostenerlo ahí.
—¿Qué haces? —preguntó ella desubicada, considerando algo alocado que él estuviese preparando el desayuno.
¿Era un chiste, cierto? Una broma. ¿O acaso ella seguía soñando?
Gateguard de Aries tomó, como si él viviese ahí y supiese donde estaba cada cosa, un frasco de barro con tapa, de ahí sacó manzanilla seca con tres de sus dedos y los echó al agua de la tetera.
—¿Qué harás con esa niña? —le preguntó, ignorando la pregunta de Luciana.
—¿Colette? —incorporándose en la silla, viéndolo volver a donde había estado sentado, Luciana negó con la cabeza—. No lo sé… y como ya puedo considerarme despedida por tratar mal a un cliente, tampoco sé ni cómo cuidarme yo. No sé qué hacer.
Con desazón, puso ambos codos sobre la mesa y apoyó su cara sobre las palmas de sus manos extendidas. En pleno silencio, Luciana inhaló profundo y luego suspiró.
¿Qué iba a hacer ahora?
Eso sin contar que el hermano de Colette no iba a estar nada feliz con ella por haberse robado a su gallina de los huevos de oro. Mira que el muy bastardo ya la había apostado y perdido… sabrán los dioses qué haría después con Colette.
De pronto, oyó cómo una bolsita con monedas caía justamente enfrente de ella.
Frunciendo el ceño, Luciana comprobó que eso había sido al despegar su cara de sus manos y mirar al frente.
—¿Qué es eso? —musitó seria viendo los ojos de Gateguard de Aries.
Él, sin cambiar de cara, con la espalda apoyada en la silla y los brazos cruzados, le volvió a responder con una pregunta:
—¿Ahora sí ya te apetece renegociar?
—Continuará…—
A pesar de que odio los spoilers, más cuando son de mis propios fics, voy a aclararles dos cosas, antes de traer a ustedes el siguiente capítulo de este fic:
Uno= por favor, les voy a pedir que recuerden la época en la que este fic se está ubicando. Cada siglo, los santos cambian, así como sus mentalidades; ellos como el resto de la humanidad, van avanzando y "civilizándose" más con el fin de proteger la justicia y el amor... a cualquier costo.
Aun en el siglo XX, se da a entender que los santos dorados no tiene problemas en llenarse las manos con sangre con tal de cumplir su deber. Punto muy importante.
Dos= Gateguard no es un príncipe azul, pero tampoco es el dragón escupe fuego que muerde si le tocas una uña. Él representa un equilibrio entre ambos, con graves problemas de sueño y uno que otro mental, al menos así lo veo yo jeje, pero hasta ahora, nada que no tenga cura. También, recuerden que él es un santo dorado, las misiones donde gente (mala, específicamente) tiene que morir para evitar que gente inocente sufra, es parte de su trabajo.
Él nos dirá qué fue lo que pasó... pero a su tiempo.
Piensen en todo eso antes de juzgármelo, por favorcito. T_T
¿Por qué digo esto? Porque... creo que todas, a diferencia de Luciana, sabemos qué significa la palabra "occiso". ¡UPS! ¡Spoilers, spoilers!
Ufff, ¿por qué mi cabeza me hace escribir este tipo de cosas? En serio, ¿por qué? No era intensión mía meter a Colette en el fic como un personaje "relevante", y menos de esta manera, ¡de verdad que no! Mis dedos se movieron y PUM, ahí estaba el segundo drama trágico de esta historia. ¿Por qué soy así? T_T T_T
¿Qué opinan de este inesperado giro? Yo estoy inquieta porque las cosas van a empeorar, y quizás mejoren, pero empeorarán otra vez. UPS! ¡¿Más spoilers?! ¡¿Qué pasa conmigo hoy?! T_T
Chicas, les agradezco mucho el apoyo, no sé qué haría sin sus hermosos comentarios, consejos y ánimos para seguir. Siento que sólo puedo pagarles esforzándome al máximo con este fic, uuuy, hasta nervios me da, ¿y si la kago en una de estas? Me da un poquito de mietido no estar a la altura jejejeje
Bueno, ya veremos qué pasa después.
¡Gracias por seguirme en un nuevo capítulo!
Gracias por leer y comentar a:
Ana Nari, Kristen de Aries, Nyan-mx, Mumi Evans Elric, y InatZiggy-Stardust.
Nos estaremos leyendo.
Hasta el próximo capítulo. :D
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