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Noche
V
— El Asesino Más Peligroso —
…
Dos semanas habían pasado desde aquel mal trago en la taberna, y desde entonces, algunas cosas habían cambiado.
Para empezar, Luciana no se equivocó en cuanto a su primer temor. Había sido despedida de la taberna junto con Colette por abandonar sus puestos de trabajo; además, Luciana había hecho enfadar a un cliente distinguido que ella no recordaba haber visto antes, y, por lo tanto, no hubo misericordia para ella a pesar de que llevaba muchos años trabajando ahí.
Colette, por otro lado, fue despedida por haberse ido durante su turno y por los daños que ocasionó cuando resbaló.
Sin embargo, a pesar de que Luciana todavía no estaba del todo relajada, ninguna de las dos estaba en serios problemas por haber perdido sus empleos de forma muy injusta.
Horas después de su conversación con Gateguard de Aries; cuando Colette ya había despertado y tomado el té de manzanilla que (no lo sabía) Gateguard había preparado, Nausica y Margot llegaron bastante tristes y preocupadas con las noticias.
Primero, las chicas les confirmaron a Luciana y Colette que estaban despedidas, por los ridículos motivos antes mencionados, luego Margot, le dio su dinero a Colette por su trabajo hecho en la taberna, sin embargo, a Luciana no le trajeron nada.
Cuando Luciana pidió explicaciones de lo sucedido posterior a su show, junto a la razón de porqué no se le estaba pagando a ella nada por el mes que estuvo esforzándose sin fallar a excepción de esa noche, Nausica le detalló todo.
Aparentemente, cuando Luciana huyó de aquel mastodonte, éste por supuesto, la intentó seguir, pero para la sorpresa de todas las camareras, Elma lo alejó de la cocina y le dijo (o más bien, le imploró) que se mantuviese tranquilo, que la puta sería castigada y despedida, y que él no tenía por qué molestarse en buscarla.
Los amigos imbéciles de aquel imbécil, contribuyeron a la calma, sacándole a la taberna, por supuesto, un barril de cerveza gratis que… por supuesto, se le descontó a Luciana. Es decir, el dinero que ella iba a recibir de su trabajo del mes, todo, se había ido para aquel grupo oportunista como una compensación, sólo porque ella se defendió.
Claro, Luciana se indignó cuando oyó que había sido castigada por impedir que la manoseasen, pero no es como si pudiese ir a reclamar si Elma había intercedido para que el gordo maldito no la persiguiese y la matase a golpes o algo mucho peor.
Se quedó callada, y aceptó su injusto destino.
Por el lado de Colette, ella sí había recibido… al menos, la mitad de su sueldo. Ella ahora vivía con Luciana mientras buscaban nuevos trabajos.
Colette no lo sabía, pero Luciana ya tenía uno.
La noche posterior a la huida de la rubita con Luciana, horas más tarde a la visita de Nausica y Margot, el hermano de Colette, había ido personalmente sobrio a la casa donde su hermana se ocultaba. Al oírlo al otro lado de la puerta de la entrada, Colette pensó que él venía a llevársela, por lo que corrió rápido y asustada hacia el cuarto de Luciana donde se encerró pidiendo a gritos que no la dejase ir con él.
Nada que ver.
El muy cobarde ni siquiera pidió verla.
Manteniendo una distancia considerable entre él y la puerta de la entrada de la casa, temblando como el poco hombre que era, el muy infeliz (quien olía horrible a orina) le juró a Luciana por la cabeza de Zeus que se iría de Rodorio y no volvería nunca, cosa que hizo ipso facto, ya que llevaba con él un morral con sus pocas pertenencias. Lo que quería decir que esa misma noche, salió de Rodorio.
Fue difícil para Colette aceptar que él cumpliría su promesa y no volvería. Era comprensible que la pobre jovencita tuviese miedo de que su hermano (un gusano alcohólico de nula confianza) volviese con el fin de hacerla sufrir, sin embargo, con la ayuda de Margot y Nausica, quienes fueron de visita las próximas tardes (para llevarles comida, ver cómo estaban las dos, y no perder el contacto entre ellas) Colette ya estaba mejor con cada día que pasaba.
No había ni rastro de aquella lacra desde la noche en la que dijo que se iría, lo que para todas las mujeres fue algo más que perfecto.
Fueron días difíciles de mucho estrés, pero sólo hasta que ellas sintieron que las aguas se calmaron por completo, Luciana y Colette pudieron agarrarse de valor salir de la casa donde estaban refugiadas por temor a ser interceptadas, ya sea por el gordo que había manoseado a Luciana o por el hermano de Colette.
En cuanto al gordo, Luciana no sabía nada más de él aparte de lo que ya le habían dicho Nausica y Margot, quienes, afortunadamente, dijeron salir con mucho mejor suerte que Luciana esa noche con respecto a sus degenerados clientes.
»Por suerte, nuestros desgraciados no pasaron de los clásicos manoseos —resopló Margot.
Según Margot, el tipo y sus amigos bebieron todo lo que pudieron y se largaron, nada más y nada menos.
Dudosa, Luciana quiso preguntar si Gateguard de Aries había estado por ahí o si lo había estado alguno de los santos gemelos que le habían acompañado, pero no pudo hacerlo ya que en el fondo no quería cometer una imprudencia metiéndolo a él (o a los otros dos santos) donde se supone, no pintaba en nada… pero… admitiéndoselo a sí misma, a Luciana aun le quedaba un poco de curiosidad sobre cómo es que él sabía lo que le había ocurrido y con quién.
Por otro lado, si Gateguard de Aries se hubiese manifestado para hacer algo en la taberna o con el gordo ahí mismo, sería claro que todo Rodorio estaría hablando de eso. Nausica y Margot nunca se habrían callado nada que le relacionase a él y a la taberna, lo que quitaba de tajo la posibilidad de que el santo haya estado ahí.
Entonces, ¿en qué momento Gateguard se habrá hecho cargo del gordo?
Si Gateguard de Aries no había entrado a la taberna y no había dado señales de haber estado ni cerca del lugar, ¿cómo sabía lo que había pasado con Luciana? ¿Desde qué ángulo había visto? ¿O acaso se lo había contado alguno de los otros hombres que estaban ahí? Esa podría ser una posibilidad.
Luciana lo meditó, pasó varias noches pensando en eso.
Se dijo que esa era una explicación más que lógica. Si Gateguard de Aries no había estado ahí, bien pudo enterarse por la boca de alguien más.
Aunque, ¿cuántas personas alrededor de Gateguard de Aries sabrían que ella estaba relacionada de algún modo con él?
De pronto, pensó en aquel santo dorado de cabello blanco. ¿Sería posible que él haya sido? No recordaba haberlo visto en ese momento… aunque, siendo sincera, Luciana no quería recordar nada de esa noche.
Sin embargo, la duda seguía ahí y crecía poco a poco.
¿Sería posible que hubiese una persona vigilándola por órdenes de Gateguard? Eso sería muy tétrico. Aunque, quizás, sólo por esta ocasión lo dejaría pasar ya que mientras su integridad física no se viese comprometida, Luciana estaba dispuesta a esperar por una explicación.
Hasta ahora, sólo tenía dos teorías:
1.- Gateguard de Aries tenía a alguien vigilándola, por alguna razón.
2.- Él estaba vigilándola personalmente más de lo que debería, por alguna razón.
Ambas sonaban mal. Sonaban desquiciadas y poco tranquilizadoras. Pero…
Luciana se sentía tan endeuda con él que prefería ir con calma con sus acusaciones en lugar de sacarse algo de la manga y quedar como una ridícula. Fuera de sus pensamientos, lo cierto es que Luciana no tenía ninguna evidencia de nada.
Gateguard de Aries no había mencionado nada más referente al tema, y ella en su momento tampoco le preguntó sobre nada antes de dejarlo ir de la casa, ya que no quería mortificarse más con eso.
Él sólo le dijo que ella ya no debía preocuparse por el sujeto. Nada más bastaba para Luciana.
Antes de que Colette despertase, ambos adultos ya se habían despedido. La plática que ella sostuvo con el santo permaneció oculta de Colette, Nausica y Margot, por razones más que comprensibles, por lo que a lo que a las chicas respectaba, Luciana seguía desempleada y sin posibilidades de encontrar un nuevo trabajo.
Dentro de lo que cabía, tampoco, no todo fue desesperación, miedo, dudas y tristeza, también hubo un pequeño detalle positivo. A medida que iban recuperándose del estrés que les provocó esa horrible situación de pocos días e iban hablando sobre ciertas cosas más amenas para tratar así de dejar un poco el asunto oscuro que las había unido, Luciana y Colette se fueron conociendo mejor.
Luego de que Colette dejase en claro sus intenciones de buscar un nuevo empleo y empezar de nuevo, Luciana la felicitó por adaptarse bien y rápido a su nueva situación, así como por esforzarse en salir adelante a pesar de todo lo que había vivido a su corta edad. Ella se comprometió a ayudarla en lo que necesitase.
Desde entonces, Colette la llamaba mitéra; "mamá" en griego, algo que Luciana no se esperaba, pero tampoco se quejaba.
Había que mencionar que después de lo que Colette misma le confesado a Luciana, esta no quiso presionarla para que hablase más de eso. Colette no estaba lista para destapar esa cloaca por completo, y Luciana no quería que lo hiciese ahora que ambas apenas estaban retomando el hilo de su paz mental.
En esta última semana, la cual fue mucho más tranquila que la anterior, Luciana también le aconsejó a Colette no vender la pequeña casa donde antes vivía, sino rentarla y juntar cada mes, más ahorros con el dinero que ganase de ese sitio infernal.
»Debes ver por tu futuro, niña —le platicó Luciana—. Sal de ese mundillo donde crees que un esposo te resolverá tus problemas. Como puedes comprobar con aquel que incluso compartía sangre contigo, ningún hombre va a darte la vida que desees, sino la que a ellos les apetezca darte.
Bastante pronto, tres días después de ponerle un pequeño cartelito de "se renta", una familia ya estaba mudándose ahí. Por la edad (y género) de Colette, Luciana se ofreció a ser la intermediaría entre el hombre de la familia y la nueva dueña de la casa. También se comprometía a llevar cada centavo de la renta a Colette una vez que se debiese hacer el primer pago a finales del mes.
Hoy, dos semanas después de aquel drama angustioso, Luciana salió tranquila de la casa, dejando a Colette a cargo de hacer el almuerzo y limpiar la cocina junto a la sala, todo mientras mitéra se encargaba de hablar con Mateo sobre su nuevo empleo.
Ayer, Luciana no pudo hablar bien con Mateo porque el pobre estuvo muy atareado con sus clientes, sin embargo, le prometió a su amiga que la recibirla hoy temprano y dar un punto final a la petición de Luciana sobre darle trabajo a Colette en su negocio.
—¡Nena! Qué gusto verte.
—Un placer —dijo sentándose en la silla de la última vez—. No quiero quitarte mucho tiempo, así que seré breve. ¿Qué me dices? ¿Tienes espacio para mi niña?
Mateo la miró resignado.
—Demasiado joven y con nula experiencia en la cocina —negó con la cabeza—, me matas, cariño, me matas.
Insistiendo, Luciana chasqueó la lengua.
—Aprende rápido. Ayer te traje una muestra de su moussaka y dijiste que te encantó.
—Qué me gustó —corrigió con una seriedad tranquila.
—Es lo mismo —dijo Luciana haciendo una mueca.
—No, no lo es. En la cocina tampoco, y en la mía menos.
Esperándose el "no" como respuesta, Luciana se preparó para insistir. Sin embargo, Mateo sonrió.
—Pero… considerando que ya tengo a dos cocineras y al fin podré mudarme al local que estaba construyendo, creo que una camarera no me va a sobrar.
Ahora fue Luciana quien frunció el ceño.
—¿Estabas construyendo un local?
—Qué mala eres —le dijo fingidamente herido—, antes y después del sueñito húmedo que tuviste con tu lobo voraz —le señaló la pesadilla que Luciana le había contado antes—, ya te había dicho que estaba en proceso de terminar mi negocio fijo. ¡Una semana más, y adiós a estar quitando y poniendo el negocio!
—¿Eso quiere decir que tienes espacio para mi niña? —sonriendo, Luciana se emocionó.
—Claro, pero más vale que cumpla las expectativas y no llegue tarde, recuerda que iniciamos el trabajo antes del alba.
—¡Lo hará, lo hará! —le tomó la mano derecha entre las suyas y le dio un fuerte apretón—. ¡Gracias, de verdad! No lo lamentarás.
Momentos después, Luciana se retiró del puesto de Mateo con una olla de café que él le obsequió (insistiendo mucho) a su amiga y nueva futura empleada.
La olla vino adentro de una bolsa, además de que no había estado sobre el fuego por lo que Luciana pudo cargarla sin miedo a quemarse.
Estaba tan feliz.
Al principio de aquella terrible noche, las cosas presagiaron en convertirse en un verdadero desastre para Luciana y Colette, pero por obra de los generosos dioses, ellas dos estaban acomodándose otra vez, y mejor que nunca.
Luciana todavía no podía creer que la mayor parte de su buena suerte haya sido gracias a Gateguard de Aries.
»¿Renegociar? —le había preguntado ella de forma cuidadosa.
En su momento, Luciana temió mucho de lo que él pudiese querer gracias a su postura ventajosa, sobre ella y su (aún desconocido, pero ya adivinado) estado de desempleo.
»Aunque no lo creas, yo también tengo palabra… y he accedido a tus condiciones. A todas ellas —achicó su mirada sobre ella—. Sin embargo, voy a advertirte una cosa.
Volviendo a su presente de golpe, Luciana caminaba tranquila hacia la casa donde Colette la esperaba, cuando de pronto, en medio de su camino y casi llegando a su morada, hablando entre ellas, estaban Margot y Nausica. Como otros días, Luciana pensó que hoy habían venido más temprano que en las últimas ocasiones, así que no consideró rara su visita.
—¡Hola niñas, buenos días! —las saludó con su mejor actitud.
Sin embargo, las miradas que la recibieron, fueron de preocupación.
—Ojalá fuesen así —contestó Nausica.
—¿Por qué? ¿Qué pasa? —preguntó Luciana borrando su sonrisa—, ¿quieren acompañarme a la casa? ¿Hay café? —les ofreció alzando la olla.
—¿Está Colette adentro? —inquirió Margot.
—Sí.
—Entonces hablemos aquí —dijo Nausica en esa ocasión, ella, estaba el doblemente preocupada por lo sucedido.
Si tan solo se dejasen de misterios y se lo dijesen a Luciana de una buena vez.
—Pues díganme ya, ¿qué pasa? —les murmuró un poco hastiada del misterio.
—¿Recuerdas al hermano de Colette? —Nausica le habló en el mismo tono de voz.
—Ajá —Luciana frunció el ceño—, ¿acaso el cretino se atrevió a volver? —preguntó enojada.
—No —espetó Margot, tan pálida como Nausica—, escuché ayer, por medio de unos santos de bronce que hablaban entre ellos en la taberna que…
—¿Qué? —insistió Luciana en saber. Se sentía ansiosa y preocupada.
—Antier se hizo el descubrimiento de una fosa con cadáveres —le susurró Nausica asqueada—, dijeron que ahí encontraron a un pequeño grupo de cuerpos de gente que se habían dado como desaparecida. Esa fosa pertenecía a un asesino que no podían encontrar… entre ellos estaba el hermano de Colette.
Soltando un respingo, casi soltando la olla del café, Luciana negó con la cabeza.
—A ver, a ver —volvió poco a poco en sí, Luciana las detuvo, con el fin de pensar.
Esa noticia no fue nada fácil de digerir. Es decir, era común que crímenes (asesinatos y robos) se cometiesen por los pueblos cercanos, y que el Santuario mantuviese ignorantes a sus pobladores a menos que tuviesen características físicas detalladas del sospechoso que buscaban; todo con la finalidad de no propagar el pánico, sin embargo… el hermano de Colette, ¿realmente había sido…?
—¿Y cómo saben que ese tipo estaba entre los cadáveres? —preguntó reacia a creer semejante cosa.
—Porque uno de los santos lo conocía, para eso vinieron a la taberna ayer —respondió Margot un poco agitada—. Ellos no sabían que Colette había sido despedida, entonces me dijo a mí que le comunicase a su hermanita pequeña que lo cremarían hoy en la noche. Él quiere que Colette vaya a despedirse del bastardo, y le deje monedas en sus ojos.
Sonriendo amargamente, Luciana consideró eso algo muy estúpido, inhumano y ridículo. Algo por completo desvergonzado.
—Ustedes no pueden estar de acuerdo con eso. ¿Es que acaso esos santos y ustedes tienen aire en las cabezas en lugar de cerebros? —espetó en voz baja, molesta—. Luego del infierno que ese soquete le hizo pasar, ¿quieren que ella vaya y ponga sobre sus ojos monedas para el barquero?
—Bueno, eso no lo decides tú… y ya sabes… es una tradición —señaló Nausica incómoda.
Ni Nausica ni Margot sabían todo lo que le había hecho el hermano de Colette a la chica (entiéndase, la apuesta de la que Colette fue víctima) sólo sabían que la había maltratado mucho durante su día a día con él, pero el que sólo estuviesen enteradas de que esa bestia sucia la sobreexplotaba para luego gastarse el dinero en sus vicios, debería ser suficiente para que esas dos estuviesen en contra de tal locura insensible.
—Aunque, nosotras no queríamos decírselo.
—¿Y quieren que yo lo haga? —Luciana miró a ambas y consideró sus asentamientos de cabeza como un gran insulto—, ni hablar. Por mí que ese miserable se pudra en el fango del hades y nunca salga de ahí.
—¡Luciana! —la llamó Margot viéndola irse.
—¡Colette debe hacerlo! Eso es lo correcto —agregó Nausica.
Aguantando las ganas de gritarles por lo absurda moral que trataban de apantallar, Luciana las ignoró a las dos; a pesar de que Nausica y Margot la llamaban, Luciana no se detuvo, no lo hizo hasta que abrió la puerta de su casa y entró en ella, viendo a Colette esperándola en la mesa con huevos fritos y berenjena picada.
—Ah, trajiste café. Se ve delicioso —sonrió la niña, aproximándose hacia la olla, tomándola de la mano de Luciana—. Ya está el almuerzo —dijo amena y llena de luz.
Mirándola seriamente, Luciana decidió que no le diría nada a la chica, no cuando ella acababa de librarse de aquel malnacido.
Pero, si ese santo de bronce ya conocía a Colette… ¿sería él capaz de buscarla y decirle lo que le había pasado a su hermano?
Nausica y Margot habían crecido bajo la colectiva idea de que no importaba qué tan asqueroso haya sido un hombre en vida, sus familiares, sobre todo mujeres, debían rendirles homenaje en su sepultura o cremación.
Maldita creencia sin sentido.
…
—Debes de querer algo muy importante para que estés aquí a medio día —masculló Gateguard de Aries, aproximándose hacía ella, luego de que Luciana fuese a verlo en el coliseo de entrenamiento.
Bajo la atenta mirada de Sage de Cáncer y su gemelo, Hakurei de Altar, Luciana y Gateguard caminaron juntos, alejándose de ahí y de toda la gente.
—¿Qué quieres? —le preguntó Gateguard secándose el sudor de su frente y los ojos con un trapo que Luciana le extendió.
—¿Escuchaste que encontraron una fosa con cuerpos afuera de Rodorio? —masculló Luciana, luego de que ambos se encontraron lo suficientemente lejos de toda persona.
—Sí.
—¿Y?
—Y… ¿qué?
—Un santo de bronce habló con una amiga ayer en la taberna. Dice que el hermano de Colette estaba entre esos cuerpos, quiere que ella vaya a despedirlo y le deje monedas en los ojos para el barquero, antes de que él y los otros cuerpos sean cremados esta noche —le dijo con fuerza, pero sin gritar.
Estaba muy inquieta y no sabía cómo actuar. Se aferraba a su seriedad, pero la situación la estaba sobrepasando.
—Que lo haga —dijo él sin sentir nada por la situación.
Rejuntando toda la paciencia de la que era capaz, Luciana inhaló profundo.
—¿No entiendes? Colette al fin estaba tranquila, si le digo que está muerto… no, más bien, que lo asesinaron… ¿qué crees que pase con ella? —se alteró, se entristeció, pero no por aquel saco de basura, sino por Colette. Ella era muy joven para pasar por ese martirio—- Va a destrozarse por dentro si se entera, y yo no quiero eso.
—Qué desafortunado —respondió Gateguard—. Pero da igual si quieres que ella se entere o no, basta con una sola la persona que haya conocido al idiota en vida, y sepa de la noticia, para que no tarde en enterarse. Lo sabrá, y será peor porque si descubre que tú lo sabías y no se lo dijiste, vas a pasarla peor que si se lo dices ahora.
Llegando los dos juntos hasta un río donde Gateguard, poniéndose el trapo sobre la nuca, se agachó para lavarse las manos y luego llevarse a la boca un poco del agua, para refrescarse, se mantuvieron callados, pensando cada quien en lo suyo.
Mirándolo atenta, ella, juntando sus manos, sobándoselas como si tuviese frío, decidió dejarse de vueltas con una duda que le había estado dando vueltas en la cabeza y por eso estaba aquí.
—Dime… ¿fuiste tú?
Incorporándose, Gateguard de Aries la miró por encima de su hombro.
—¿Y si así fuese?
Sorprendiéndose a sí misma por lo siguiente que iba a decir, Luciana lo miró molesta.
—¿Y no pudiste ocultar mejor tu desastre?
Haciendo primero un gesto de sorpresa, Gateguard de Aries la miró con curiosidad.
—¿Pensabas que…? No. No fui yo —dijo siniestramente burlón.
Haciendo un gesto incómodo, Luciana trató de justificarse.
—Acabas de decir…
—Acabo de decir "y si así fuese", pero yo no hice nada, ¿por qué lo haría? —pasando el agua restante de sus manos sobre su cabello, peinándolo hacia atrás, él caminó hacia ella y flexionó las rodillas para que ambos quedasen cara a cara—. El asesino llevaba meses andando, es un desquiciado mental. Ya fue capturado y será ejecutado mañana por la tarde —le informó viéndola a los ojos—. Nos costó mucho trabajo seguirle la pista y atraparlo ya que era un simple humano sin el manejo del cosmos por lo que le era más fácil ocultar su rastro en el bosque. Era bastante listo para eludir a varios santos de plata por varias noches… y el que haya cazado a la mayoría de sus víctimas durante las madrugadas y en sitios poco convencionales, le ayudó bastante.
Ante el asombro de Luciana, Gateguard de Aries se le acercó con una cara seria, pero con una chispa de insana diversión en sus ojos.
—Aunque, gracias al queridito hermano de Colette, quien salió hacia el bosque justamente cuando no debía hacerlo… pudimos encontrarlo —susurró como último.
—Lo usaste como señuelo —susurró Luciana, creyendo en lo más lógico. Él alzó un poco los hombros.
—Se tienen que hacer pequeños sacrificios por un bien mayor —le dijo en el mismo tono de voz, acercando su rostro al de ella, sin ninguna doble intención—. Ya te dije que yo no soy un hombre que tenga pesadillas gratuitamente.
Tragando saliva, ella lo recordó. Él mismo se lo había dicho aquella mañana.
»¿Advertirme? ¿Qué tienes que advertirme?
»Qué tú tenías razón —le respondió serio en ese momento—. Hay algo muy mal en mí. Tanto adentro, como afuera de mis pesadillas. Todavía no sé qué las causa… hay muchas cosas mal en mi cabeza y demasiada sangre en mis manos como para decirlo… sin embargo… tú voz ha sido la única que he podido escuchar en ese estado. No es costumbre mía negociar ni rogar por nada… pero ya no tengo fuerzas para sostener mi orgullo.
De vuelta al presente, Luciana tomó la muñeca izquierda de Gateguard de Aries con la mano derecha.
—Lo recuerdo —le dijo dándole una pequeña caricia—, lo recuerdo bien.
Era curioso cómo es que podían estar hablando tan tranquilamente de algo tan serio cuando hace unas semanas ella misma creía fervientemente que este hombre podría tener severos problemas mentales. También… a Luciana le preocupaba que, a un modo lento, pero seguro, ambos estuviesen acostumbrándose a tenerse así de cerca sin crear tensión sexual como al principio.
»Hasta que no sepa cómo parar, te pido que no te vayas. Incluso si debo encadenarme a una pared… lo aceptaré.
Inhalando profundo, soltándolo y pasándose las manos por su cabeza, sabiendo que Gateguard miraba su espalda, Luciana decidió tomar al toro por los cuernos.
—No alargues más tu lista de pecados, Gateguard de Aries, ni siquiera en nombre de la justicia —soltó una risa seca—. Tú y yo sabemos que sólo la usas como una excusa.
Él no respondió, pero estaba bien, Luciana ya estaba acostumbrada a su silencio.
—Gracias por decirme qué es lo correcto. Llevaré a Colette a despedir a su estúpido hermano, y te voy a pedir que me esperes lo más cerca posible de la luz… hasta que ella pueda dormir sola otra vez.
—¿Cuánto? —sonó fastidiado—. ¿Una hora?
—Dos noches, posiblemente. Tal vez más.
—¿Cómo? —espetó él enfadado—, ¿vas a descuidar tu trabajo por ese imbécil?
—Estaré con Colette —le respondió severa, dándose la vuelta, encarándolo otra vez—. Considera eso como el karma volviendo a ti —caminó hasta él para seguirle hablando en voz baja—. Sabías bien lo que le iba a pasar a ese bastardo si salía esa noche del pueblo… por muy imbécil que fuese, tú lo sabías.
Quiso dar punto final a la conversación con eso; incluso había caminado un par de pasos con las intenciones de irse a casa; pero, de un segundo a otro, él la había tomado del brazo derecho para impedirle irse. Su agarre no fue posesivo ni fuerte, fue más bien como si él sólo quisiera aclararle una cosa.
—Te equivocas, no lo sabía, sólo lo predije… tiré los dados y él murió. Yo no le dije qué camino tomar o que no vigilase sus espaldas. Él sólo tuvo muy mala suerte, eso es todo —le susurró con tono de voz tan amenazante, fastidiado y ronco que ella casi gimió.
Eso había sonado bastante bien, pero tuvo que abofetearse mentalmente a sí misma por pensar así en estos momentos. En serio tenía que dejar de reaccionar de esa manera tan… adolescente, cuando él hacía eso. No era culpa de Gateguard de Aries tener una personalidad y un tono de voz tan… suyos.
Vuelve, vuelve. ¿Qué haces? Su razón la colocó en cintura otra vez para seguirlo oyendo. Pateó sus estupideces de solterona de mediana edad y parpadeó rápido, despejándose.
—¿Ah sí? —dijo seria luego de tragar saliva.
—Sí —espetó todavía a sus espaldas—. Deja de intentar culparme. Yo no tengo la habilidad de predecir el futuro, sólo pensé que, si mandaba al bosque a alguien como él, el mundo no lo iba a extrañar si moría. Las posibilidades de encontrarse con el objetivo que buscábamos, eran las mismas que cualquier otra persona, buena o no, tendría en su lugar. ¿Entiendes lo que te digo? Él tenía las mismas posibilidades de vivir o morir que cualquiera de las otras víctimas de ese asesino.
—Son sólo excusas —musitó no tan convencida de su punto.
—¿Estás segura?
No. No lo estaba.
¿Estaría equivocándose y culpándolo injustamente? Gateguard de Aries lo había dicho. Incluso sonaba coherente.
Él hizo que el hermano de Colette huyese del pueblo. Pero no le dijo que se fuese al bosque, ¿o sí?
¿Y si él tenía razón? ¿Y si había sido cosa de suerte? ¿Algo del destino?
De haber tenido mejor suerte que las otras víctimas… ¿el hermano de Colette habría sobrevivido y llegado hasta otro pueblo? ¿Habrían sido los dioses, con la colaboración de Gateguard de Aries, quienes le hicieron pagar por el daño que le hizo a su hermana menor y tal vez a otras personas?
—Aun así… eso no quita que tú…
Sin aflojar ni un poco su agarre, Gateguard de Aries chasqueó la lengua.
—Me asquea que trates de actuar como si fueses la moralidad caminante; tú también pensaste que iba a matarlo.
—¿Cómo? —ella se quedó de piedra ante esa acusación.
—¿Qué acabas de decir hace unos momentos? —aunque ella no lo vio, Luciana supo que los ojos azules de Gateguard brillaron con malicia y hasta sarcasmo.
Sabiendo que él había dado en la diana, Luciana no quiso repetirlo. Por mucho que su moral de papel quisiese, ella no podía negar lo que había salido de sus labios.
»¿No pudiste ocultar mejor tu desastre?
Maldición.
Él tenía razón… al menos en ese punto.
Porque por mucho que ella quisiera negarlo, en el fondo, también consideraba que ese malnacido estaba mejor muerto.
Pero… pero, Luciana no quería mandarlo a la muerte.
Giró su cabeza para mirarlo al fin. Él permanecía con un semblante en blanco.
—Eso no…
—Y, también recuerdo que, cuando te dije, "¿quieres que me deshaga de ese estúpido y no tener que preocuparte nunca más por él?", tú no me preguntaste cómo lo sacaría de aquí, o qué le haría con exactitud. Simplemente dijiste, "haz lo que quieras" —continuó martillando la conciencia de Luciana—. Y por lo que puedo notar, tú también lo querías muerto.
—Dijiste que sólo ibas a desaparecerlo, ¡creí que hablabas de ahuyentarlo! —se alteró ella.
Gateguard de Aries no podía meterla como su cómplice en un plan macabro y torcido de homicidio. ¡No podía!
—Y eso hice.
—¡Pero no hacia un sitio donde asechaba un asesino muy peligroso! —espetó entre dientes. De nuevo, sus rostros estaban muy cerca.
—Todos los asesinos son peligrosos —sonrió con un poco de perversión—, pero, ¿sabes cuáles son los más peligrosos? —se acercó un poco para susurrarle—: Son los que no suelen mancharse las manos con sangre. Los que juegan con las piezas a su alrededor y las armas a su disposición, de tal modo, que nada ni nadie puede señalarlos a ellos como los culpables de desaparecer a quienes les estorban.
De haber sabido que Gateguard iba a mandar al maldito hermano de Colette directo hacia el matadero… quizás… quizás su respuesta habría sido…
—Por favor, no me decepciones —la soltó confiado en que ella no huiría y se alejó dos pasos—. Mírame a los ojos y dime que no te imaginaste lo que le haría para que no volviese jamás a la vida de esa chiquilla. —Luciana iba a responder negativamente, pero él se le adelantó—. Tú te lo imaginabas, pero no querías saberlo o aceptarlo. No me mires como si yo fuese el malo aquí… tú tampoco eres tan buena, de lo contrario, por lo menos me habrías preguntado por lo que le haría… pero no lo hiciste.
Mirándose a los ojos, ninguno dijo nada más por un rato.
Justo cuando Luciana pensó que Gateguard iba a comenzar a burlarse de ella, él simplemente suspiró.
—Aunque… supongo que tienes razón, y debo aceptar lo que hice. Al final, eso es lo mínimo que puedo hacer por esa niña, ¿o no? Aunque yo no le haya tocado un cabello al cobarde moja-pantalones. Bueno… lo hice sólo cuando lo amenacé —murmuró entre dientes, más tarde suspiró—. Quédate con esa niña, y… cuídala.
Alejándose de ella, Gateguard de Aries no notó que Luciana había estado conteniendo la respiración hasta que él desapareció por completo de su campo de visión.
Luciana pegó su espalda al tronco del árbol más cercano y lo pensó.
Lo pensó y recordó aquella conversación maldita.
Luego de que él le advirtiese que (como ella ya había presentido) no tenía pesadillas por ser un buen samaritano, y Luciana se viese a sí misma acceder no fallar con su único trabajo, el único medio que le quedaba para conseguir dinero… la conversación continuó un rato más, acordando nuevos puntos razonables sobre ello, hasta que tocaron por completo el tema de la pequeña Colette.
»Tú… ¿sabes que hay una niña allá que depende de mí? —Luciana de pronto señaló la puerta de su propia alcoba.
Necesitaba un consejo, una respuesta, ¡algo!
»Sí, te vi secuestrándola, ¿vaya ironía no? —se refirió a lo que él mismo había hecho con Luciana—. Al final, no eres menos "asno" que yo.
»¡No la estaba secuestrando! —espetó furiosa, teniendo cuidado de no gritar—, su hermano la había apostado. ¡Esa niña…! ¡Esa pobre niña fue lastimada por su estúpido hermano! ¡Él la apostó! ¡¿Sabes lo que eso?!
Presa de su propia indignación e ira, ella quiso golpear la mesa y partirla en dos con sus puños, pero apenas pudo contenerse, deslizar fuerte sus dedos por encima de la madera y no gritar, sólo susurrar gravemente cerca de Gateguard de Aries, en un patético intento de que él pudiese comprenderla en al menos esto.
»No —le respondió el con frialdad.
»No puedo abandonarla —Luciana se negaba a dejar sola a esa criatura—. Esa es una niña, ¡una niña que ha sido maltratada por quien se supone debe protegerla! —le dijo al santo con un gran y llameante deseo por cobrar venganza.
Él se mantuvo estoico; luego de un rato, le hizo la gran pregunta:
»¿Quieres que me deshaga de ese estúpido y no tener que preocuparte nunca más por él?
Instantáneamente, Luciana pensó que Gateguard hablaba de largarlo del pueblo, incluso de encerrarlo en un calabozo por sus crímenes. Ella de verdad pensó eso cuando apretó los puños y, mirando en dirección a la puerta de su alcoba donde estaba Colette, respondió con una frialdad parecida a la de él:
»Haz lo que quieras.
En ese momento, Luciana consideró un pésimo día para que Gateguard de Aries dijese más de 3 palabras hacia ella.
En serio, qué afán de ponerla bajo estrés.
Esa noche; en la que Luciana volvió a Aries, luego de su acuerdo, Gateguard le prometió que conseguiría cadenas lo suficientemente resistentes para que, cuando llegase el momento, Luciana cumpliese su promesa al 100% y durmiese junto a él, sólo para despertarlo cuando las pesadillas comenzasen.
Sin embargo, conseguir cadenas que pudiesen retener la fuerza de un santo dorado no era tan sencillo ni tan rápido.
Obvio.
Hasta ahora, ella había acudido a Aries sin decir mucho, luego de asegurarse de que Colette estuviese profundamente dormida, con el fin de ver a Gateguard de Aries durmiendo más no dormir con él.
El santo dorado se acostaba en una esquina en la misma habitación de la primera vez. Dormía bajo la ventana de la alcoba, con una manta arriba y otra debajo de él. Ella se sentaba a una distancia prudente, con una cobija encima, y lo vigilaba como un halcón silencioso.
Era sólo durante esos momentos, en los que Luciana se permitía especular sobre qué era lo que planeaba Gateguard de Aries en realidad. ¿Por qué ella? ¿La vigilaba de verdad? ¿Qué tipo de hombre era tras esa armadura espiritual que impedía que ella pudiese leer sus intenciones? ¿Cuántos pecados tenía por pagar?
A esas cuestiones se agregaron las que relacionaban a su última noche en la taberna y aquel hombre obeso. ¿Cuándo sería el momento de cuestionarle al respecto? Claramente, en estos últimos días y noches, no; ni pensarlo.
Era cansado para Luciana mantenerse en vela y luego fingir frente a Colette que había dormido bien, pero las recompensas monetarias valían la desvelada. Aunque era muy agotador y aburrido quedarse sentada cada noche hasta mitades de la madrugada con el fin de pararlo en seco cuando las pesadillas volvían, Luciana sentía que estaba haciendo bien su trabajo, lamentablemente, ella no podía bañar con agua a Gateguard de Aries cada noche.
Porque sí, con su total permiso y hasta tener las cadenas listas, ella lanzaba agua bastante fría sobre él (teniendo cuidado con la cara) y le gritaba varias veces "despierta" con todas sus fuerzas en cuanto lo notaba murmurar, respirar agitado, o lo viese mover sus piernas y manos de formas desesperadas.
Según el santo dorado, si se tomaba más tiempo para reaccionar y despertarlo, Luciana podría estar en serios problemas estando sola en una habitación con él.
Cuando Gateguard terminaba de despertar (y a veces, dejar de escupir agua) y se recuperaba, volviendo al mundo de los no-durmientes, él… empapado, la trasladaba a Luciana a su casa del mismo modo en el que la llevaba, así ella también podía descansar por lo menos un par de horas antes de comenzar sus actividades diarias.
Sólo de esta manera, Luciana se había sentido cómoda con él. Así ella había logrado mantenerse en paz con su propia vida. Pero, como era evidente, el tiempo de aquello se había agotado.
Ahora…
Ahora ella tenía algo muy importante que hacer. Así que… cabizbaja, Luciana se fue a casa, donde Colette debería estar esperándola.
…
Parada tras la puerta, Luciana se pensaba mucho si entrar o no.
Odiaba hacer esto.
De verdad…
De verdad no quería arruinarle el día a Colette con esto luego de la buena noticia sobre su nuevo empleo. Sería como llevarla a un campo lleno de bellas flores envenenadas que, luego maravillarle la vista a esa pobre chica, le harían escupir sangre.
¿Qué tanto podía equivocarse una persona en su afán de querer salvar a otra?
Había sacado a Colette de ese infierno, y a cambio le daría la noticia de que ese maldito al que llamaba hermano, estaba muerto. No sólo que estaba muerto, sino que fue gracias a ella y a su deseo de venganza que lo estuviese.
Porque… Gateguard de Aries había tenido razón. Luciana le había deseado la muerte a ese maldito bastardo malnacido.
Había querido que el santo lo matase, y luego, desapareciese sus restos en el mar o donde sea que le apeteciese.
Ella deseó que el hermano de Colette fuese refundido en lo más profundo de la tierra, y, para comprobarlo, lo primero en lo que pensó Luciana cuando escuchó que encontraron su cadáver fue: "¿por qué no lo ocultaron mejor?"
¿Eso lo hacía una buena persona?
Además, este tema era muy espinoso para Luciana porque… porque ella tenía una historia similar a la de Colette. Y lo había estado recordando desde que Gateguard de Aries le pidió desnudarse para él.
¿Acaso esa noche había sido un adelanto de los dioses a su castigo por esto?
Luciana no lo sabía, como tampoco sabía por qué, cada vez que sentía que su vida podía tomar un mejor ritmo, algo aparecía y la devolvía al fango donde quizás, pertenecía.
»¿Quieres que me deshaga de ese estúpido y no tener que preocuparte nunca más por él?
»Haz lo que quieras.
Lo sabía. No tenía por qué estarle dando discursos moralistas a Gateguard de Aries. En el fondo, también había mucha oscuridad en ella.
¿Sería por esto que Gateguard de Aries la había elegido para vigilar su sueño? ¿Por qué cualquier otra mujer en lugar de Luciana le diría que es malo matar por venganza y que debía cambiar ese modo de pensar porque no era lo correcto?
Lentamente, Luciana pegó su frente a la puerta.
No podía… no podía…
¡Maldición! ¡¿Por qué era tan difícil?! ¡Ella no lo había matado! ¡El verdadero culpable iba a ser enjuiciado y ejecutado!
¡¿Entonces por qué se sentía tan culpable?!
»Todos los asesinos son peligrosos. Pero, ¿sabes cuáles son los más peligrosos? Son los que no suelen mancharse las manos con sangre. Los que juegan con las piezas a su alrededor y las armas a su disposición, de tal modo, que nada ni nadie puede señalarlos a ellos como los culpables de desaparecer a quienes les estorban.
¿Ella sería así?
¿Tan baja era su calidad como ser humano y apenas se estaba dando cuenta de eso?
Luciana se sentía tan mal, que no podía soportarlo.
—No tienes por qué decírselo tú —le dijo un hombre a sus espaldas.
Asustada, ella se giró para ver el rostro triste de uno de aquellos gemelos de hace dos semanas en la taberna. Por la armadura, ella lo reconoció como un santo dorado, el mismo hombre que la había visto salir de la Casa de Aries.
—Puedo hacerlo yo… si quieres —continuó diciendo con un lindo tono de lástima.
Pensando en muchas cosas, Luciana, con los ojos inyectados en lágrimas, bajó la cabeza y le preguntó en un susurro:
—¿Nos oyó?
—Sí —respondió él para su total desgracia—. La verdad, no sé qué pensar al respecto. Sin embargo, conozco a Gateguard desde que éramos unos niños… y aun ahora, me sigue costando trabajo intentar adivinar lo que piensa. —Suspiró algo agobiado—. No sé si… fue honesto cuando te dijo lo que pasó, o hubo algo que inventó u omitió. Sin embargo…
Cerrando los párpados, liberando las pesadas primeras lágrimas, ella decidió confesarse con él. No supo por qué, pero sintió que necesitaba decírselo.
—No tengo el derecho de juzgarlo. Él no es el único con pecados —masculló con voz temblorosa—, yo también tengo mucho por lo qué pagar.
—Es imposible andar por este mundo sin mancharnos —el santo no indagó en lo que Luciana le dijo, algo que ella agradeció en silencio—, ¿entonces? ¿Qué harás?
Desviando la mirada hacia una esquina, ella respondió:
—Se lo diré. Debo hacerlo yo.
—Entiendo —el santo asintió—, la cremación será al anochecer. Asegúrate de estar con ella en todo momento.
—Lo haré… gracias.
El santo se dio la vuelta y comenzó a caminar cuando de pronto Luciana… sintiéndose al borde del abismo, ya no pudo soportarlo más.
Corrió hacia él hasta alcanzarlo y le sujetó la muñeca derecha con mucha fuerza con sus dos manos temblorosas.
Él se detuvo, pero no le preguntó por qué había hecho eso.
—Lo siento —musitó ella con las lágrimas corriéndole por sus mejillas—. Yo… lo siento.
Cuando aquel santo puso su otra mano encima de las suyas, Luciana cayó de rodillas.
—Lo siento —sollozó con dolor.
Lloró cuanto pudo.
Lloró liberándose un poco de su propio sentimiento de culpa.
Lloró no sólo por lo que había pasado con Colette y su hermano. También lloró para liberarse a sí misma, un poco, de su enterrado pasado, el cual, justo como la fosa de aquel asesino, estaba viendo nuevamente la luz.
Los huesos que ella misma había sepultado, estaban volviendo a aparecer, y traían consigo algo más brutal que recuerdos.
Una vez que Luciana se calmó, la mano del santo se posó sobre su cabeza.
A pesar de que no se veía que ellos dos tuviesen mucha diferencia de edad, Luciana, afligida y más que hundida en su propio huracán sentimental, consideró que esto era lo más cercano al toque de un padre que hubiese podido saborear en toda su vida.
—Levántate, mujer —dijo el santo con tranquilidad—, mantente de pie y sé fuerte. Todavía hay mucho contra lo que pelear, y arrodillada no podrás vencerlo.
Como si su cuerpo pesase el triple, Luciana se aferró a ese hombre mientras se incorporaba.
Esperó no estar siendo muy pesada para él.
Esperó… con el corazón, que este hombre no estuviese sintiendo un gran (y merecido) repudio hacia ella y sus actos… tanto estos, como los que se hallaban allá en su pasado.
—Recupérate. Debes hacerlo —le dijo a medida que ella lo soltaba.
—Lo sé —respondió con un gran nudo en su garganta, todavía sin las fuerzas de mirarlo a la cara.
—Sé que no soy quien para decirte cómo sobrellevar esa enorme carga que debes estar sujetando sobre tu espalda —susurró comprensivo—, sin embargo, sólo puedo decirte que no te vayas a caer, todavía puedes seguir.
—Lo sé —suspiró otra vez, usando su mano derecha para limpiar sus lágrimas.
Y vaya que eso último lo sabía muy bien.
—Y si algún día necesitas hablar, estoy en la Casa de Cáncer.
Profundamente asombrada por tal ofrecimiento, Luciana levantó la cara sólo para encontrarse con su espalda alejándose.
—Gracias —musitó conmovida—. Muchas gracias.
El sol estaba yéndose.
Debía hacerlo ahora o nunca.
Luciana se quitó las lágrimas de la cara, inhaló fuerte hasta que su nariz estuvo limpia, y se adentró a la casa donde Colette estaba leyendo un libro sobre la cama, en la alcoba de Luciana.
—¿Colette? —pasó luego de tocar, algo absurdo considerando que esa era su alcoba.
—¿Sí? Ehm… ¿estás bien, mitéra? —musitó Colette, acercándose hacia ella luego de cerrar el libro y dejarlo a un lado.
—No… no lo estoy —dijo entristecida, prometiendo que no lloraría hasta que esta difícil situación pasase y Colette no estuviese mirando—. Debes sentarte.
Colette no era estúpida, supo que algo malo había pasado. Luciana ya no podía retractarse.
—Colette, esta mañana, capturaron a un peligroso asesino…
—Ah, es eso.
Luciana la miró, quedándose muda.
—Sí, Nausica y Margot vinieron cuando tú saliste —dijo Colette como si nada pasase, volviendo a su lugar en la cama con el libro—. Lo encontraron muerto en una zanja, ¿no?
—Una fosa… en realidad —susurró todavía anonadada por esa reacción.
—¿Cuál es la diferencia? —la miró aburrida.
Con la vista nublada, Luciana volvió a tener un chispazo del pasado.
»Así que nadie sabe lo que pasó —se oyó a sí misma. Se vio a sí misma en Colette.
Con los labios, y todo el cuerpo temblándole, Luciana se le acercó quitándole el libro.
—¿Y no dirás nada? —le preguntó entre temerosa y ansiosa.
—¿Y qué puedo decir? —le devolvió la pregunta como si aquello no fuese de su interés—, tú tenías razón. Estoy mucho mejor sin él —sonrió tranquila—. ¿Sabes? Temía que algún día volviese por mí o tratara de hacer algo para… dañarme. Pero… ahora que está muerto… me siento mucho mejor. Al fin me siento libre.
…
Al final, Luciana no pudo convencer ni obligar de ningún modo a Colette para que fuese a despedir a su estúpido hermano. Incluso discutieron un poco y Luciana se fue en busca de Margot y Nausica para que cuidasen de la chica mientras ella misma era quien se acercaba entre un montón de gente, y buscaba al malnacido entre los 16 cuerpos que el asesino había intentado sepultar juntos.
Con dos monedas entre sus dedos, índice y medio, Luciana halló al infeliz que ya no tenía nada, ni este mundo ni en el otro. Ni vida, ni el perdón, ni el afecto o siquiera reconocimiento de su hermana menor.
Apenas vio su cara manchada, amoratada y hasta cortada, supo que era él.
Con un rostro de piedra, pero con una fuerte sensación de querer cremar ella misma ese cuerpo, Luciana caminó hacia él para ponerle las monedas en su cara. Fue lento… primero el ojo derecho, luego el izquierdo. Al terminar, acercó su rostro hacia el putrefacto cadáver y esperó que esa putrefacta alma sin valor pudiese oírla.
—Ella estará mejor sin ti. Todos estarán mejor sin ti. Maldigo cada aliento que diste, hoy y toda la eternidad —le susurró con toda su rabia. Tragó saliva, humedeciendo su garganta y siguió murmurándole—. Tú le hiciste un daño irreversible a Colette, pero ella no caerá. Ella será mejor persona que tú. Será una buena chica, una buena mujer… y una buena madre. —Apretó los dientes—. Buen viaje, infeliz hijo del averno. —Sintió la fuerte necesidad de tomar una de las monedas y lanzarla lejos, o metérsela en su boca, pero no lo hizo.
Tratando de deshacerse del mareo que le produjo el nauseabundo olor, Luciana se alejó del hermano de Colette, y miró a otras familias haciendo el mismo ritual que ella había…
De pronto, los pensamientos de Luciana se detuvieron abruptamente cuando visualizó algo al fondo que la dejó con la boca abierta y con el corazón a punto de salírsele del pecho.
—Ese hombre —susurró ida.
Un grupo de 3 mujeres y varios niños estaban llorando alrededor de un enorme cadáver. Un enorme, maloliente y muy conocido cadáver que Luciana recordó haber visto con vida hace dos semanas.
Era el gigantón que Luciana había dejado atrás en la taberna.
¿De verdad era él?
Cuando ella se acercó, completamente asombrada y con las sienes punzándole, confirmó que era ese tipo cuando vio sus propios rasguños en la mano derecha.
—Pobres occisos —dijo un hombre tras Luciana, quien aparentemente hablaba con otro a su lado—, realmente fueron atacados por una bestia, no por un hombre.
Occisos…
¿Occisos?
El cerebro de Luciana se volvió a encender al oír esa palabra.
Se giró rápido y miró al hombre que la había pronunciado.
—Disculpe, ¿qué fue lo que dijo? —le preguntó con temblor en su voz.
—Hablaba de los sujetos —señaló a los 16 que estaban acostados sobre montones de paja seca y madera.
—No… me refiero a la palabra que dijo.
—¿"Occisos"?
—Sí —susurró Luciana segura de que era esa la palabra que él, Gateguard de Aries, había dicho cuando fue a verla la mañana siguiente posterior a lo ocurrido en la taberna—, ¿qué significa?
—Cuánta ignorancia, por todos los dioses —refunfuñó el otro hombre—, tenía que ser una mujer.
—¡¿Acaso estoy hablando con usted?! —le gritó a punto de perder el juicio—. ¿Qué significa esa palabra? ¡Dígamelo por favor!
El hombre, ya bastante nervioso con su insistencia, le respondió:
—Pues eso, mujer. Una persona que ha sido asesinada de ese modo —señaló precisamente al gordo.
Cuando Luciana soltó a ese hombre, se volteó y con el cuerpo frío, miró al tipo gordo acostado, muerto, su conciencia trajo a su cabeza las palabras de Gateguard de Aries.
»Sólo me sorprende que hayas tardado tanto en huir de ahí —él había dicho eso sin una emoción en particular en su voz—. Eso y que permitieses que el occiso te tratase de esa forma.
»¿El occiso?
Sin dejar de ver a la familia del gigantón, Luciana comenzó a dar pasos hacia atrás, sintiendo que el aire le faltaba.
»El obeso de anoche.
Permitiendo que el fuego quemase todo a sus espaldas, ya sin deseos de contemplar nada, Luciana caminaba sintiéndose vacía, casi sin alma… no hacia su casa, sino a su nuevo trabajo.
Mientras andaba, recordó lo que Gateguard de Aries le dicho sobre el peor tipo de asesino.
»Todos los asesinos son peligrosos. Pero, ¿sabes cuáles son los más peligrosos? Son los que no suelen mancharse las manos con sangre. Los que juegan con las piezas a su alrededor y las armas a su disposición, de tal modo, que nada ni nadie puede señalarlos a ellos como los culpables de desaparecer a quienes les estorban.
El fuego estaba quemándolo todo…
El asesino había sido capturado y sería ejecutado mañana…
Todas las pruebas (o más bien, las piezas y armas) que pudiesen existir en contra de Gateguard de Aries y su evidente crimen, estaban desapareciendo.
No se tenía que ser un genio para entenderlo. Él había usado al asesino del bosque para eliminar al hermano de Colette, y al gordo de la noche en la que Luciana fue despedida. ¿En qué momento ese cadáver se unió al resto?
Lo peor…
Lo peor…
Lo peor de todo fue que Luciana sintió un poco de admiración por ese plan tan macabro.
Porque, si sus sospechas eran ciertas y Gateguard de Aries había maquillado todo a su conveniencia para quitar a los estorbos de Luciana… porque, era más que claro que enemigos suyos no habían sido… entonces…
—Jajajaja, estás loco —se rio sin control al caminar, ya por los dominios que llevaban al Santuario.
De pronto, se giró y para su satisfacción, lo vio ahí de pie.
Usaba hipócritamente esa armadura y le devolvía la mirada. Ella se rio, apuntándolo con el dedo índice, y negando con la cabeza.
—Estás loco —le dijo una vez más, a punto de caer de rodillas, sin embargo; las palabras que le había dicho el santo de cáncer esta tarde, le dieron las fuerzas para no hacerlo.
—Lo sé.
Cuando él le respondió, Luciana inhaló sonoramente, riendo de forma más lenta y suave.
Gateguard de Aries… y ella misma, no eran tan diferentes al final del día.
—Continuará…—
Gracias a Nyan-mx por señalarme algunos errorcitos. ;)
Voy a empezar por admitir que intenté escribir lo que pasaba luego de la noche en la taberna, toooodo, tal cual iba... pero me bloqueé a las 200 palabras y ya no pude abarcarlo porque sentía que iba a extenderme demasiado. Supe en mi interior que iba a abarcar cosas de menor relevancia como el miedo y la incertidumbre de Luciana y Colette mientras se encerraron en la casa... y supe que si me forzaba a narrar todo eso iba a terminar yéndome en hiatus, cosa que no quiero. :(
Sé que se leyó muy apresurado lo que ocurrió en ese lapsus de tiempo... y espero no haya sido muy confuso ya que modifiqué el archivo varias veces... es decir, hablamos de dos semanas en un sólo capítulo, además de que no hemos profundizado en Colette y su situación mental y sentimental, sin embargo, vuelvo a lo mismo, no quiero perder de vista a nuestros protagonistas. Colette quizás tenga un capítulo para ella; para avanzar para bien también, pero no será ahora, por favor, no me linchen, me esforcé todo lo que pude. T_T
Por cierto, ¿cómo ven la renegociación de Gateguard?
Él aclara que ha accedido a encadenarse, pero como todos sabemos, retener la fuerza de un santo dorado no es tan sencillo por lo que nos llevará algo de tiempo para ver a estos dos compartiendo la cama otra vez. La idea de que Luciana tuviese la alternativa de vigilarlo y lanzarle agua encima, siempre estuvo en mi cabeza, así que no sé... cómo ustedes lo vean jajaja, espero no haya sonado como algo muy estúpido ya que no se me ocurría nada más. Es decir, hablamos de un hombre con pesadillas que no le permiten despertar tan fácilmente, ¿okey? XD
Ahora...
Pasando a temas más turbios. En efecto, Gateguard se deshizo no sólo del gordo de la taberna, sino del hermano de Colette. La verdad, yo al narrar eso me quedé de piedra ya que no me lo esperaba. Es decir, mis dedos se movieron solos y de pronto, BOOM, otro cadáver.
¿Qué piensan ustedes al respecto? ¿Gateguard hizo lo correcto? ¿Cómo deberá reaccionar Luciana? :O
Con suerte, en dos semanas lo sabremos. Eso a menos que me pase lo mismo que con este episodio y me dé por estar modificando y modificando lo que ya tenía escrito. 7_7
¡UN MOMENTO!
¿Por qué en dos semanas? :O
¡PORQUE LA SIGUIENTE SEMANA TOCA UN EPISODIO MUY ESPECIAL! Wiiii, ¡vamos a relajarnos un poco porque vendrá un poco de la perspectiva de Gateguard! ¿A qué me refiero con eso? Jejejeje, lo sabrán pronto. 7u7
¡Gracias por seguirme en un nuevo capítulo!
Gracias por leer y comentar a:
Ana Nari, Mumi Evans Elric, InatZiggy-Stardust, Nyan-mx, agusagus, y Natalita07.
Nos estaremos leyendo.
Hasta el próximo capítulo. :D
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