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LA LUNA ROJA
1
…
Antes de la cremación de los 16 hombres…
Antes del despido de la taberna…
Antes de aquella primera noche nefasta…
Antes de la propuesta extraña…
Antes de la primera visita.
•
Noche
VI
— El Tormento de Gateguard —
…
—Despierta. Despierta —sintió que alguien, una mujer, le hablaba con fuerza—. ¡Despierta!
Sin embargo, al abrir los ojos, él se vio solo.
¿Otra vez?
Llevándose una mano a la cara, Gateguard de Aries se levantó de la cama y comenzó a pensar nuevamente en lo jodido que era no poder dormir 2 horas consecutivas. Estaba harto, estaba cansado, estaba enojado y estresado. ¿Por qué no podía dormir en paz? Había terminado todos sus trabajos, no tenía asuntos pendientes con nadie, el Patriarca Itiá estaba más que satisfecho con su desempeño como santo.
¿Qué estaba pasando?
Al principio, las pesadillas en las que él volvía a ser aquel niño sucio y herido, le parecieron más que normales dado a que comenzaron en las fechas en las que se cumplía un año más desde aquel acontecimiento.
Sin embargo, luego de un mes, no desaparecieron poco a poco como siempre, sino que empeoraron y tomaron más fuerza que nunca.
La primera noche en la que se dio cuenta que su subconsciente estaba jugándole una broma extremadamente pesada, él se vio en esa misma escena; las flechas… el fuego; pero, lo hacía como si él… el santo de aries, fuese un espectador más sin poder hacer nada, sin poder moverse y actuar como lo haría con su nivel actual de poder.
Cada noche, la misma escena. Cada noche, despertar con la misma sensación de impotencia y enfado hacia sí mismo.
Él sin poder moverse y mirar nada más como su antiguo hogar de la infancia era carcomido por las llamas y los gritos de su gente.
Y como si retorcida mente pensase por sí misma que eso no era lo suficientemente horrible para Gateguard, esas pesadillas elevaron la apuesta.
Fue hace poco cuando soñó por primera vez con que él, sí, él, Gateguard de Aries, era quien destruía todo a su alrededor.
Se soñaba a sí mismo apareciendo en medio de la noche, atacando sin una sola pizca de piedad, todas las casas de los pobladores. Se soñó tomando a los hombres del cuello para rompérselos (o atravesarles el pecho con uno de sus puños) y a las mujeres, mandándolas a volar por los aires con su cosmos. Se soñó riéndose mientras los pobres civiles trataban de huir de él. Tratando de alejarse desesperadamente del monstruo que los cazaba de uno en uno, sin preocuparse de que alguno se le escapase.
De esos sueños, él solo despertaba de un modo:
Gateguard de Aries despertaba justamente cuando el destructor se encontraba a sí mismo como un niño… y con la mayor frialdad del mundo, le asesinaba también.
¿Acaso eso significaría algo?
¿Por qué no podía despertar de ninguna otra forma? Todas las noches era siempre lo mismo.
¿Cuál era la solución para ponerle punto final a esos malditos sueños?
Hace poco Gateguard, harto de no saber qué hacer luego de intentar todo lo que se le ocurrió, acudió a Sage para hablar sobre ese tema.
El santo de cáncer lo acompañó hasta una taberna donde ambos tomaron ouzo para relajarse. Ahí, Gateguard le contó sobre lo que soñaba, sí, incluso las últimas veces en las que se mataba a sí mismo. Normalmente no era tan abierto con sus problemas, sin embargo, Gateguard sabía que Sage era un tipo discreto y quizás, él pudiese tener la respuesta para parar aquella locura.
Sage teorizó que esos podían ser sentimientos del pasado a los que, su inconsciente, le estaba dando mucha importancia. Gateguard lo oyó diciendo, que posiblemente su niño interior seguía culpándose a sí mismo por no haber podido haber hecho nada.
»Yo no me culpo por eso.
Negando con la cabeza, Sage le recalcó que hablaba de su subconsciente, o sea, aquel que no hablaba sino el que sentía sin tener el permiso de Gateguard.
El santo de cáncer le comentó, luego de analizar lo que Gateguard le había contado, que la única hipótesis que tenía hasta ahora era que una parte suya, muy profunda, se estaba castigando por tener el poder de proteger un pueblo cuando antes no lo había tenido.
En su momento, eso sonó muy estúpido para Gateguard. Sin embargo, con las noches pasando, Gateguard fue mentalizándose y aceptando a regañadientes que, quizás, Sage era muy listo, sabio e intuitivo, pues, casi una semana más tarde, en la que Gateguard se tragó su necedad y puso a prueba lo que su amigo de toda la vida le había dicho que hiciera (hacer meditación antes de dormir) si bien las pesadillas aún estaban ahí, ya no concluían con él asesinándose a sí mismo.
Las pesadillas habían cambiado.
Seguía viéndose destruyendo el pueblo, sin embargo, ya no se sentía excitado ni feliz haciéndolo. Como cuando los sueños eran quedarse inmóvil y observar, ahora sus pesadillas lo metían en un cuerpo suyo que actuaba como una marioneta y ocasionaba caos, sin realmente quererlo.
Antes de encontrar a ese niño herido, que Gateguard ya sabía dónde estaba, él despertaba ante una voz que no provenía de ninguna parte:
»Despierta. Despierta —era la voz de una mujer que él no conocía.
Siempre era esa misma voz.
¿A quién pertenecería?
Meditando en eso, otra vez, Gateguard sabía que por hoy, no iba a poder volver a la cama y cerrar los ojos.
Ya lo había intentado antes, pero no le había funcionado. Así que hoy… como ayer y antier, pasó el resto de la noche y madrugada entrenando solitariamente en el coliseo.
Jaló rocas grandes usando la fuerza de su torso, sus piernas y una cuerda gruesa. Corrió alrededor del Santuario tan rápido como pudiese y las veces que fuesen necesarias para desgastar más su energía. Incluso se dio una ducha fría, casi a 3 horas del amanecer.
Cuando la luz una nueva mañana por fin alumbró al Santuario de Athena, Gateguard se hallaba acostado, recargado de espalda contra uno de los pilares de la entrada del templo que debía proteger con su vida.
—Gateguard —Aeras de Sagitario iba bajando desde su respectiva casa, sin la armadura puesta—, buenos días.
Él no le respondió, fingió estar durmiendo.
—Siempre es un gusto hablar contigo —agregó el santo, sin ofenderse. Y se limitó a dejarlo en paz.
Luego de un rato, cuando Gateguard comenzó a pensar que el sueño volvería a él y darle un respir…
—Oye, Gateguard, ¿irás al coliseo hoy? —le preguntó Sage de Cáncer.
Gateguard abrió un poco sus cansados ojos con el fin de ver de reojo a su compañero de entrenamiento y básicamente, de toda una vida.
Sólo por eso, no le arrancó la cabeza.
—No —rezongó.
—¿Otra vez? —Sage frunció el ceño—, ya es la cuarta semana que no entrenas con nosotros.
—¿Y? —volvió a cerrar los ojos—. ¿Eso te afecta en algo?
—No —respondió frunciendo un poco el ceño—, es sólo que lo considero extraño. Normalmente eres tú el que insiste en que no debemos dejar el entrenamiento.
No es que lo dejase, era que ya lo había hecho.
Matarse a sí mismo por agotamiento, tampoco era un plan inteligente.
—¿Te ocurre algo? —le preguntó Sage, a todas luces, con sus mejores intenciones—. ¿Cómo has dormido últimamente?
Sin embargo, Gateguard no necesitaba sus buenas intenciones ni tampoco estaba de humor de recibir más palabrerías.
—Métete en tus asuntos, Sage —se levantó de su sitio y decidió bajar—. Iré al pueblo, necesito algunas cosas del mercado.
Era una mentira, pero era una mentira que mantendría a los gemelos y a cualquiera que tuviese pocas cosas que hacer hasta tal punto de estarlo molestando, entrometiéndose en su vida.
En el camino, Gateguard de Aries bostezó sobre su palma derecha. Estaba cansado, pero no podía dormir, le costaba mucho hacerlo, y resulta que, cuando podía pegar los párpados a la era hora de dormir, soñaba siempre lo mismo, y para variar oía siempre ese mismo grito.
Esa misma voz…
¿De dónde diablos provenía?
Porque hacía que le doliesen los tímpanos.
¿Qué clase de fémina había sido tan desafortunada para nacer con ese sonido saliendo día a día de su garganta?
Gateguard hizo su mejor esfuerzo por quitar ese último grito de su cabeza.
Antes, claramente Gateguard buscó por todos lados a quien podría pertenecerle esa voz y dejarse de ideas locas como "una bruja intenta llamarme" o "es un espíritu vengativo que desea torturarme".
Ya había escuchado a todas las amazonas del Santuario. A todas las doncellas. A todas las mujeres a su alrededor, y dudaba que alguna mujer de su pasado tuviese ese tono tan… desesperante. Tan agudo y ensordecedor.
Nada más recordar ese tono de voz… lo hacía ponerse… violento.
¿Cómo describir la sensación con la que despertaba luego de ser prácticamente un psicópata incontenible en sueños?
Fastidio. Irritación. Insatisfacción.
Y luego, para rematarlo, estaba esa voz.
Era como oír a una gárgola con catarro agonizar. Como escuchar uñas rasgando un escudo de metal lentamente. Como estar frente a un centenar de sirenas con la maldición de hacer exactamente lo opuesto a su don natural. Como oír de cerca una enorme campana cayendo al piso. Era como…
—¡Ya debo irme! ¡Nos veremos pronto, Mateo!
Los pies de Gateguard de Aries se quedaron inmóviles ante lo que había oído. Movió la cabeza hacia un lado, luego hacia el otro, pero entre tantas personas hablando y caminando a su alrededor, el santo de aries no pudo ubicar de dónde había salido aquel tono de voz que él podría reconocer en cualquier parte.
¡Era ese!
¿Dónde? ¡¿Dónde estaba el origen de tan horripilante voz?!
Gateguard de Aries trató de concentrarse, esperando que el origen volviese a manifestarse. Incluso, sin importarle molestar a nadie, Gateguard caminó empujando a medio mundo y subió de un salto a la azotea de una de las casas. Miró por todos lados a la gente pasar.
Maldición, eran mucha gente. Y el que ese pequeño restaurante de comida estuviese atascado de clientes, no ayudaba tampoco.
Gateguard de Aries estaba más que furioso.
¿Cómo explicar su frustración al quedarse en ese sitio bajo el sol por casi una hora y no hallar a la persona sin rostro que buscaba?
Sin embargo, al menos sabía que no estaba alucinando y volviéndose loco. Esa voz no la había producido su cabeza de la nada y tampoco era de su pasado.
¿Dónde la habría escuchado antes para que se le quedase grabado? ¡¿Dónde?!
…
—Gateguard, iré con Hakurei a la taberna, ¿vienes? —invitó Sage, otra vez, en esta semana.
—No, gracias. Ya he comido —respondió irritado, con la espalda apoyada en uno de los pilares que adornaban la salida de Aries.
—Sé que mientes. Vamos, la cerveza es buena, y tal vez beber un poco te relaje.
¿Cuántas veces ya había rechazado a Sage y su invitación?
¿No iba a dejarlo en paz nunca?
—Sólo una y me iré —accedió sabiendo que si no iba y le daba el gusto hoy, mañana sería el mismo cuento… y no estaba de humor.
—Ya verás que te gustará —le sonrió el santo de cáncer.
En el camino se encontraron a Hakurei.
Verse a los ojos desde su discusión privada sobre el rechazo de Hakurei hacia la armadura de cáncer, ya no era tan sencillo. Aunque el santo de plata trataba por todos sus medios, mantener una amistad cómoda con Gateguard, el santo de aries no podía mirarlo y dejar de considerarlo un perfecto estúpido por su estúpida decisión.
¿Qué caso tenía esforzarse tanto y no recibir las recompensas de ello?
Gateguard, durante mucho tiempo, quiso tomar a Hakurei del cuello y exprimirlo hasta que reconociese que había sido un completo idiota, sin embargo… se supone que después de, más de un año, ese asunto debería estar cerrado, ¿no?
—Al fin te dejas ver —sonrió Hakurei, haciendo uso de su envidiable temple, para no quejarse por la mala energía que traía Gateguard consigo.
—Ajá —masculló desviando la mirada.
—Vamos, no seas tan quejumbroso —señaló Hakurei sin enfadarse o incomodarse—, tenemos un poco de tiempo libre para beber algo fuera del Santuario, hay un perfecto clima… y mira esa actitud.
—Déjame en paz.
Hakurei alzó los hombros, rindiéndose por el momento.
—¿Y qué dicen los santos de plata? —preguntó Sage a su hermano.
—Lo de siempre: creen que las vidas de los santos dorados están resultas, y que los santos de bronce no valen para nada —Hakurei rodó los ojos—. Al principio pensé que estaban bromeando… de mal gusto, por cierto. Pero me he dado cuenta de que realmente piensan así, al menos, la mayoría de ellos.
—¿Y ninguno de ellos te odia? —preguntó Sage, sonriendo burlón.
—Todos los días —dijo riendo—, pero si no escucho a Gateguard, ¿cómo creen que voy a tomarme en serio algo de lo que digan?
Gateguard lo miró con seriedad.
—Sabes que es verdad, no te ofendas —le dijo Hakurei.
Los gemelos siguieron hablando de banalidades entre ellos hasta que por fin llegaron a ese dichoso sitio. Pequeño, lleno de gente (la mayoría hombres) y con un menú corto.
—Odio este sitio —masculló entre dientes, siguiendo a los hermanos hasta una mesa con ventana. Ellos se sentaron juntos mientras Gateguard aprovechaba la ventana para mirar afuera y fingir distraerse con la calle solitaria.
—Sólo has venido una vez, ¿de qué hablas? —se rio Sage.
—¿Ha venido ya una vez? —preguntó Hakurei a modo de juego—, ¿cuándo? ¿Por qué no me invitaron?
—No te lo tomes personal, hermano. No es muy diferente ahora, ¿ves esa cara? Es la misma que traía esa noche.
A punto de decirle a Sage que cerrase el maldito hocico, Gateguard fue silenciado por una voz que lastimó sus oídos.
—Buenas noches, bienvenidos. ¿Listos para ordenar?
De pronto, se maldijo con fuerza a sí mismo por haber mandado al diablo a Sage por tantos días.
¡¿Cómo puede ser tan desgraciado?!
¡Pudo haberse ahorrado tanto si tan solo hubiese vuelto a la taberna donde habló con Sage!
—Gateguard. ¡Gateguard!
—¿Qué? —le espetó a Hakurei.
—¿No vas a pedir nada?
Acabando de sentirse estúpido por haber ignorado un sitio que, aunque haya sido una noche, fue un punto clave para su estabilidad mental, Gateguard miró de reojo hacia la persona que había llegado, y su desconcierto casi se notó.
«Pero qué…» frunció el ceño hacia la camarera.
¿Esa voz había salido de ella?
—¿Algo anda mal, señor? —preguntó con un tono bastante más moderado.
—Eh… no —negó con la cabeza—. Sólo cerveza.
—¿Seguro? —le volvió a hablar ella. ¿Acaso estaba controlando su tono para que no saliese tan chillón y doloroso al oído ajeno?
—La chuleta de ternera es buena aquí, y acompañado con el puré de patatas, lo hace aún mejor —dijo Hakurei—. Yo quiero eso, y tráele lo mismo —señaló a Gateguard.
—Perfecto. ¿Y usted?
Sage ordenó algo diferente, sin embargo, Gateguard mantuvo su atención en la ventana.
No podía creerlo.
La mujer cuya voz lo despertaba cada noche… era eso, una simple mujer. No había nada de especial en ella. Cabello común, ojos comunes, bajita de estatura, piel común; una voz irritante. Tampoco se le había pasado el detalle de que ella también tenía sobrepeso. Y, aunque admitía que sea cual sea el perfume que usase, oliese muy bien, por todo lo demás, ella no destacaba de ningún modo.
Maldita sea… se sentía… estafado.
Su subconsciente, al igual que Hakurei, era un perfecto idiota.
—¿Y tú qué tienes? —le preguntó Sage, cuando oyó a Gateguard suspirar.
—¿Te has preguntado cómo se sienten todos aquellos bastardos que van en busca del Edén, creen encontrarlo, y desembarcan sólo para darse cuenta que lo único que encontraron fue una isla pequeña más con apenas vida vegetal? —inquirió al aire.
Ambos hermanos, luego de verse entre ellos con diversas muecas de desconcierto, negaron con la cabeza.
—Eso tengo yo ahora.
No esperaba que la dueña de la voz que le servía como despertador fuese una sirena o un tipo de ninfa, sin embargo, lo que había visto le decepcionó mucho.
—Sabemos que el Edén no es un sitio en el que cualquiera pueda entrar, esa búsqueda es inútil, mundana y sinsentido —dijo Hakurei sin entender el punto de Gateguard.
«¿Acaso este miserable lo hace a propósito para molestarme?» se preguntó, mirándolo de reojo—. Olvídalo —farfulló a punto de llamarlo "tarado". Y lo haría, de no ser porque hasta él sabía bien que Hakurei era un tipo que destacaba como santo también por su inteligencia, una que usaba bastante bien para triturar la poca paciencia que Gateguard tenía.
La camarera volvió y dejó los platos con las bebidas. Entonces se marchó.
Gateguard de Aries aprovechó que los hermanos se pusieron a hablar entre ellos otra vez, para fingir que comía y bebía, cuando en realidad aprovechaba para analizar a esa… fémina.
Hablaba con una mujer pelirroja, mucho más atractiva y delgada que ella. No parecían discutir nada importante, aunque reían juntas de vez en cuando.
—¡Debes despertar, cariño! ¡El tiempo no se te va! —le dijo la camarera a la pelirroja con un tono bastante maternal y exagerado.
La pelirroja debió haberle dicho algo gracioso porque ella se rio… bastante fuerte. Gateguard hizo una mueca ante esa poca muestra de feminidad. Aunque, luego pensó que ese comportamiento debería ser algo común en las empleadas de sitios como este.
—¡Déjame ya! —exclamó entre risotadas dignas de un apostador de cartas—. ¡Mira, allá hay trabajo! ¡Ve, anda! —entonces empujó a la pelirroja hacia unos clientes que acaban de entrar.
—¡Ah no! ¡Tú vienes también conmigo, mami! —le dijo la pelirroja, tomándola del antebrazo, jalándola con ella.
Riendo las dos, se fueron a ver a los 4 hombres que acaban de llegar. Apenas estos las tuvieron cerca, la pelirroja fue sujetada de la cintura, y la otra dejó que el gordo calvo le pusiese un brazo encima del hombro, rozando su gran pecho con la mano.
Hasta ahora, Gateguard no había notado que la camarera tenía una muy notable delantera.
Pero, ¿por qué diablos estaba atendiendo a esos roñosos apestosos cuando todavía no terminaba con ellos?
Como si todo comenzase a verlo en cámara lenta, al igual que en cualquiera de sus peleas, Gateguard siguió todos sus movimientos. Desde el momento en el que ella se dejó guiar hacia las piernas del gordo, hasta el momento en el que esa mujer se abrazó a él y se rio de algo que este le dijo al oído.
¿Acaso Sage se había equivocado y en realidad estaban en un burdel? ¿O cómo por qué carajos esa mujer y su compañera estaban actuando así?
—¡Gateguard! —exclamó…
—¿Qué diablos quieres, Sage? —explotó en contra de Hakurei, sin darse cuenta qué le había llamado por el nombre de su gemelo.
—¿Ahora yo qué hice? —preguntó Sage, dándose cuenta al igual que su hermano que, Gateguard los había confundido cuando eso no ocurría desde que eran niños.
Daba igual cómo intentasen disfrazarse del otro, desde la adolescencia, Gateguard tenía un don para descubrir quién era quien, sin embargo, el que los confundiese luego de verse tan perdido en sus pensamientos, fue algo que les dio mala espina a los gemelos de cabello blanco.
Restándole importancia, Gateguard, aunque también notó su equivocación, no hizo ningún comentario al respecto.
—Estás muy distraído hoy —señaló Sage llevándose un pedazo de berenjena a la boca.
—Cállate, sólo estaba pensando —musitó Gateguard tomando el tarro de cerveza para beber de ella.
No pensaba en nada en particular, de hecho.
Sin embargo, sus ojos azules se desviaron en contra de su voluntad hacia la camarera y hacia la mano sucia que estaba sujetándole la pierna derecha por encima de la falda del vestido.
Esa mano se meció contra su piel.
Gateguard bebió un trago… luego dos… luego tres.
No pudo dejar de mirar, y a esas alturas ya ni siquiera lo intentó.
—Oye —masculló Hakurei—, si bebes tan rápido vas a emborracharte, come algo.
Ignorándolo, Gateguard se terminó el tarro, lo bajó de golpe en la mesa y exclamó sin levantarse:
—¡Más cerveza!
—¡A la orden, señor! —exclamó una jovencita rubia al fondo.
Pero esa otra insolente, seguía ahí riendo a carcajadas como si no le hubiese oído. El que ella, la mesera simplona de esta mesa no haya girado su cabeza cuando él la llamó, le molestaba, el burbujeó en su estómago era por eso; no estaba acostumbrado a ser ignorado y menos por una mujer civil con sobrepeso.
—Gateguard —lo llamó Sage, sonando preocupado—, ¿te sientes mal?
—¿Por qué carajos me sentiría mal? —gruñó lento sin apartar la vista.
—Porque te ves como si estuvieses a punto de cometer un homicidio —dijo Hakurei con más seriedad en su voz—. Cálmate un poco, ¿quieres? Si no te parece la comida, sólo no la comas y ya.
Seriedad era lo que había en los ojos de Gateguard cuando el gordo metió su arrugada cara sobre el pecho de la camarera. Ella se rio y lo apartó de manera coqueta.
—¡Señor, ¿qué hace?! ¡No sea atrevido! —gritó sonriente como si aquello le hubiese gustado.
Apenas el siguiente tarro de cerveza tocó la mesa, él volvió a beber de ella hasta terminarla. Antes de que la niñita que también se había asombrado por la rapidez de Gateguard al tragar, se fuese, él le ordenó que le trajese más.
—¿Deberíamos detenerlo? —le dijo Hakurei a Sage, como si Gateguard no estuviese a pocos centímetros y no pudiese oírlos.
—No —respondió resignado, luego sonrió con —, tengo una idea mejor. Te apuesto la cena a que aguanta sólo dos más, antes de que comience a marearse.
—Apuesto por cuatro, contando la anterior.
—Hecho.
Encontrando esto divertido, los dos hermanos se mantuvieron tranquilos, mirando a su compañero, quien estaba más ido que consciente de que Sage y Hakurei habían apostado a sus costillas.
A los gemelos no les importó qué estuviese manteniendo tan callado a Gateguard, sólo querían saber el resultado de su apuesta.
El santo de aries, mientras tanto, trataba de entender qué demonios estaba pasando en la mesa de enfrente.
—¡Es usted tan afortunado! —exclamó la camarera justo cuando su cliente, quien no paraba de manosearle la pierna un bendito segundo, aparentemente ganó la partida en un juego de apuestas y se llevó varias moneas consigo.
—¡Para ti, mi amuleto de la suerte! —le pellizcó la pierna, dándole una de esas moneas.
Ella se rio, aceptándola.
—¿Puedo quedarme aquí y darle más suerte? —le dijo ella algo al hombre, quien ensanchó más esa sonrisa amarillenta.
—¡Claro que quiero que te quedes! —dijo reacomodándola sobre su pierna—, ¡no te dejaré ir en toda la noche! —y como queriendo asegurarse de que así sería, le dio otra moneda de oro.
—¡Soy toda suya! —se volvió a reír, guardándose las dos monedas entre sus pechos, para abrazar el cuello del sujeto, quien no desaprovechó el momento y subió su mano hasta la ancha cintura de la camarera, la envolvió como una serpiente con el brazo.
Hastiado, Gateguard se levantó sacando dinero (sin contarlo) de uno de los bolsillos de su pantalón, y lo dejó todo en la mesa.
—¿A dónde vas? ¿No tomarás más? —preguntó Hakurei, viendo que la apuesta se iba a deshacer.
—No —les espetó, caminando directamente hacia la salida de la taberna.
—Maldición —masculló Sage.
—Ya, ya —Hakurei comenzó a contar las moneas—, si mis cálculos son ciertos… y casi siempre lo son… hay dinero suficiente para un postre.
—Tu humildad me deja sin palabras a veces —le dijo Sage, burlándose.
—Gracias, aunque eso ya lo sabía.
Ambos hermanos se rieron sin preocuparse ni medio gramo por Gateguard, ¿y cómo hacerlo? El humor rabioso del santo de aries ya los tenía algo cansados. Intentaron hacer algo positivo por él, y Gateguard se fue como si nada. ¿Qué más podían hacer? Ya no eran unos niños como para estarse persiguiendo entre ellos cuando uno hacía un berrinche.
Gateguard de Aries ya los buscaría si los necesitaba.
…
De vuelta en su casa, echándose agua a la cara, Gateguard trató de darse a sí mismo una explicación lógica de por qué había sentido esos incontenibles y peligrosos celos hacia la camarera con sobrepeso y el gordo asqueroso mano larga.
Él ya sabía cómo funcionaban los celos, los había sentido mucho durante su adolescencia y niñez con su propio maestro y los gemelos.
Gateguard también sabía que negar lo que había sentido carcomiéndole el estómago, sólo iba a empeorar cualquier cosa que se estuviese cociendo adentro de su cabeza y eclosionar una vez que cerrase sus ojos; por lo que estaba tratando de pensar lógicamente y no andarse con ñoñerías patéticas.
Consigo mismo podía ser sincero.
El físico de la camarera no lo excitaba ni le atraía, eso era un hecho. Así que sólo le quedaba pensar, analizar y razonar que… debido a que ella es la portadora de la voz que ha logrado despertarlo de sus ya incontables pesadillas, él no quería compartirla.
Era lo único que se le ocurría y que, dentro de lo que cabía, era lo más o menos lógico que tenía su razonamiento para explicar su comportamiento. Aunque, aquello, también era algo muy estúpido; al mismo tiempo, era obsesivo y hasta enfermizo.
Hablábamos de una pobre mujer que no estaba relacionada con Gateguard de ninguna forma. Él era el del problema, ella sólo había estado haciendo su trabajo sin darse cuenta que había estado siendo asechada. Él la había estado siguiendo con los ojos hasta que se sintió a punto de (como dijo Hakurei) cometer un homicidio. ¿Y todo para qué? ¿Para no compartir a una mujer que tampoco se había mostrado interesada en él?
A todo esto… ¿acaso esa mujer era casada? ¿Sería viuda? Porque joven, joven ella no era. ¿O sí?
¡Oh, vamos! ¡Él no debería estar preguntándose eso! ¡Era momento de encontrar una solución a este problema!
Pero… ¿cómo hacerlo?
Sosteniéndose la cabeza, Gateguard de Aries se confirmó a sí mismo que ya no sabía qué más hacer.
Aunque tenía una duda rondando por su cabeza: ¿Qué pasaría si intentaba dormir ahora?
Le costó mucho tiempo mirando el techo, pero Gateguard pudo cerrar sus ojos ante el malvado y torcido roce de Morfeo.
…
•
…
Oscuridad.
Perpetua, fría y hermosa oscuridad.
Caminando sin el menor control sobre su propio cuerpo, Gateguard de Aries se detuvo frente un pueblo pequeño y pacífico.
«No lo hagas» se dijo a sí mismo, alzando una de sus manos hacia arriba. Al bajarla, las llamas consumieron los techos de las casas. «No lo hagas» le dijo a su cuerpo, que ya había comenzado a moverse para ir matando a los pueblerinos uno por uno, «¡no lo hagas!» gritó cuando pateó la puerta de la casa donde se encontraba "el último".
Se vio a sí mismo, pequeño y débil. Arrodillado, cubierto de sangre y hollín.
El niño, caminando hacia atrás hasta topar contra una pared, temblaba de miedo al verlo. Gateguard se acercó a él con pasos lentos, disfrutando de ese terror.
Alzó su mano hacia el niño cuando lo tuvo enfrente y, ya decidido a aplastarle la cabeza…
—Debes despertar, cariño —la oyó atrás de sí mismo.
Dándose la vuelta, perdiendo interés en el niño, Gateguard observó a la camarera regordeta parada en la puerta de la casa, con las llamas a sus espaldas, como si eso no la asustase. Ella le sonrió coqueta y le guiñó un ojo.
—El tiempo se te va —dijo extendiendo su mano hacia él—. Tienes trabajo.
Su "yo violento", inhalando un suave aroma dulce que no recordaba haber olido antes en ningún otro lugar, mandó al cuerno lo que estaba haciendo.
Ignoró por completo al Gateguard niño, y se acercó a ella con pasos lentos.
«¿Te irás si despierto?» preguntó su "yo consciente" sin abrir la boca.
Sin embargo, ella lo oyó y le respondió:
—Puedo quedarme aquí y darte suerte.
Aquel perfume, el cual opacó el aroma a quemado y sangre, se hizo más y más embriagador.
—Soy toda tuya —esa sonrisa provocativa, lo despertó.
…
•
…
Respirando agitado, Gateguard de Aries se sentó lento sobre la cama, completamente sudoroso. Más que eso, al removerse se dio cuenta de que su miembro le palpitaba con mucha intensidad, y lo que era peor… no estaba en su cama.
De hecho, ahora que echaba una mirada a su alrededor, no estaba en la Casa de Aries.
¿Dónde diablos estaba?
Moviéndose lento y con cautela, echó una mirada a su alrededor, apoyándose con la luz de la luna que entraba por una ventana muy pequeña…
Su mano derecha se deslizó sobre la sábana y tocó unos cabellos. Poco después, luego de quedarse helado en ese sitio, oyó un ronquido.
Bajó la cabeza lento y rogando a los dioses porque se haya imaginado eso. Lamentablemente no funcionó, y por si eso fuese poco, en la cama que como ya se dijo, no era de él, se hallaba una mujer.
¡Era la camarera de la taberna…!
Y, gracias a que la sábana que la cubría estaba sobre su cintura mientras ella dormía de lado, dándole la espalda, él se dio cuenta de que la mujer no tenía ropa cubriéndola… ¿eso era normal no? Es decir… era ella quien dormía en su propia cama…
¡¿Pero qué hacía él aquí?!
«Carajo, carajo…» con el aire faltándole y una gran incomodidad en su entrepierna, Gateguard se levantó de donde estaba, notando que él se había acostado encima de la sábana, y casi encima de ella.
¡¿Cómo maldita sea había llegado ahí?! ¡¿Cómo mierda pudo encontrarla estando dormido e invadir su casa?!
Si ella hubiese despertado en la suya, otra cosa habría sido, pero no. Ella, con toda claridad, estaba tratando de descansar mientras (sin saberlo) tenía a un intruso a su lado.
«Tengo que salir de aquí» respiró impactado, con mucho esfuerzo, «¡tengo que salir de aquí!».
Lo más rápido y silencioso que pudo, Gateguard de Aries salió descalzo de la casa asegurándose de no dejar nada que lo incriminase. Se aseguró de que la puerta de la entrada (la cual dejó medio abierta) estuviese bien asegurada y luego se fue a la velocidad de la luz hacia su propio hogar.
Apenas llegó a la entrada de Aries, Gateguard se llevó la mano izquierda a la cara, dándose cuenta al momento de que esta olía exactamente igual a lo que había estado inhalando en sueños.
¿Será acaso que…?
¿Será acaso que, cuando él mismo se soñó moviéndose hacía su dirección, estaba realmente caminando hacia la casa de la camarera sin darse cuenta de nada?
—Esto no tiene sentido… —dijo casi sin aliento.
¡¿Desde cuándo coño se había vuelto un maldito perro sabueso?!
El resto de esa noche, Gateguard de Aries ni siquiera lo intentó, no quiso volver a dormir.
—Continuará…—
Primero que nada, perdonen si no puedo responder a todos sus reviews, en serio, mil disculpas... quise hacerlo, pero mi cerebro se secó bastante rápido y me quedé muda... me duelen los ojos luego de escribir por horas frente a la computadora y como no quiero retrasar las actualizaciones, no puedo concentrarme en ambas cosas, además de que mis mascotas se enfermaban una tras otra y eso me tuvo muy estresada en estas últimas semanas. Eso y agregamos que su señorita "ovarios necios" quiso entrar al Fictober de este año y me determiné a hacer los 31 drabbles de este mes. T_T
¿Por qué soy así? No puedo relajarme T_T T_T
Ahora que las aguas se van calmando, creo que ya puedo ir más o menos normal.
Okey, volviendo al fic...
¿Qué les pareció esta primera visión de Gateguard?
A esto me refería cuando decía que pronto "conoceríamos su versión" ya que habrá capítulos, como este, donde todo se cuente desde su perspectiva.
En este capítulo, hablamos de las primeras veces que él entró a la taberna y por alguna razón que Gateguard desconoce, la voz de Luciana es la única capaz de llegar a sus pesadillas y hacerlo despertar.
Otra cosa: voy a seguir rompiendo algunas "normas" en el mundo de los fanfics.
¿A qué me refiero?
Verán, usualmente vemos que los protagonistas se la pasan toda la historia negando lo que sienten y haciendo drama innecesario con el fin de no llegar a la conclusión que todos los demás ya sabemos. Bueno, aquí quise relatar que Gateguard se conoce bien a sí mismo. Él en esta parte de la historia no se siente físicamente atraído hacia Luciana, tampoco la conoce por lo que no tienen nada para fundamentar el querer acercase a ella... creo que eso quedó bastante claro, sin embargo, hay un detalle que sí le llamó la atención de ella y... bueno, digamos que él es su propio peor enemigo ya que fue "eso" lo que le guio a Luciana.
"Oh, cielos ¿entonces es cierto que Gateguard se transformó en un perro sabueso?". Jajajaja no, no me refiero a ese detalle... bueno, ya lo veremos más tarde XD
¡Gracias por seguirme en un nuevo capítulo!
Y una vez más, disculpen por no poder responder a todos los comentarios. T_T
Gracias por leer y comentar a:
camilo navas, Kristen de Aries, Ana Nari, Mumi Evans Elric, Natalita07, Nyan-mx, agusagus, y Roses' Girl.
Nos estaremos leyendo.
Hasta el próximo capítulo. :D
Reviews?
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