Noche

VII

Perfume Compasivo



»Estás loco.

»Lo sé.

Luego de recuperar el ritmo normal de sus respiraciones; Luciana alzó la cabeza, encontrándose con que Gateguard de Aries seguía ahí de pie, frente a ella, mirándola con nula expresión.

Luciana se preguntó si este era el momento idóneo para volverse loca.

Y es que, por mucha fuerza que ella pensó, haber recolectado gracias a las palabras del santo de cáncer, finalmente su debilidad le pesó más y había caído de rodillas ante esa última declaración.

Ella era la idiota aquí, porque Gateguard de Aries sabía bien quién y qué que era. Era Luciana a quien todavía no le quedaba claro.

Gateguard, a diferencia de ella, sabía de lo que era capaz. En definitiva, él no necesitaba de alguien como ella para decirle nada… menos para juzgarle.

—¿Por qué? —ella se esforzó por no gritar, se esforzó para no perder la poca compostura que le quedaba.

Es más, Luciana se retuvo lo más que pudo para no levantarse, caminar hacia él y agarrarlo de donde fuese para agitarlo con el fin de forzarlo a responder a todas sus preguntas. Estaba… de verdad… cansada de su silencio.

—Los has asesinado. A ambos —lo dijo sin miedo a equivocarse; algo en su interior le dijo que no iba a ofenderlo con esa posible e innegable verdad—. Admítelo ya. ¡Dilo, carajo! —espetó lo último entre dientes.

Sin verse en lo más mínimo perturbado o consciente de que Luciana no estaba pasándola bien hablando de esto, Gateguard de Aries alzó los hombros.

—Tú los querías muertos.

Sintiéndose un poco mareada, Luciana soltó aire, haciendo una mueca que no tenía las intenciones de parecerse a una sonrisa torcida.

Estaba al borde.

Estaba cansada.

Estaba harta… hasta el maldito infierno… de que él la inculpase junto consigo de esto, ya que en ningún momento Luciana le ordenó hacer nada como lo que había hecho.

¡Bien! Ella le dijo "haz lo que quieras" cuando hablaban del hermano de Colette, ¡pero en ningún momento le pidió que cometiese un doble homicidio! Maldición… maldición. A Luciana comenzaba a preocuparle el método que usaba Gateguard de Aries para deshacerse de las personas. Porque… una cosa era que éstas fuesen un estorbo o una amenaza para Luciana, pero, con todo su poder como santo dorado, ¿acaso él no podía apartarlas de ella de otro modo que no sea matándolas?

«No caigas… no caigas» se repitió rápido en su mente, cerrando los ojos y alzando un poco la cabeza; «recupera la compostura. Respira, anda, respira. Que tu cerebro se enfríe».

Tragando un poco de su saliva por su casi seca garganta, y con todas sus emociones negativas golpeando entre ellas como canicas en una caja pequeña, Luciana se incorporó, se acercó al santo y pegó sin fuerzas, su puño contra el peto de la dorada armadura, conteniéndose de darle al dueño de esta, una fuerte bofetada.

—¿Y tanto te costaba no hacerme caso? —le bisbiseó con la cabeza baja, la mirada en el piso—. Aunque yo así lo quisiese… no tenías por qué hacerlo. ¿Acaso ustedes los santos dorados no sólo obedecen las órdenes del Patriarca y la diosa Athena?

—Sí —respondió serio.

¿Por qué él no mostraba arrepentimiento o siquiera vergüenza?

Luciana se sentía… mal.

No se sentía culpable por la desaparición, o más bien, del homicidio de esos dos hombres tan despreciables. Se sentía agobiada y preocupada por el método que Gateguard de Aries había usado fríamente para quitarlos del camino. Luciana, por muy enfadada o asqueada que se sintiese por ese par, no quería tener esa sangre en sus manos. No quería… pero, incluso ya podía verla escurriendo entre sus dedos.

Su pasado se rio en su cara.

¿Por qué?

Luciana cerró sus ojos con fuerza.

¡¿Por qué?!

—¡Estupideces! —ella lo empujó sin poder moverlo medio centímetro, de hecho, fue Luciana la que retrocedió debido a su propia fuerza repelida.

Frustrada, se dio la vuelta para alejarse 3 pasos de él.

Esforzándose con el fin de mantener sus pies sobre la tierra, ella se sostuvo la cabeza; le dolía.

—Creo que estás ahogándote sola en un vaso con agua —dijo él con una perpetua calma—. Y antes de que pienses que intento excusarme; quiero que entiendas que no estoy diciendo que sea culpa tuya… o que yo haya hecho algo porque tú me lo hayas ordenado —suspiró relajado—. Primero necesito que te calmes un poco, o no podré explicarte mejor.

No dejando de respirar, como si hubiese corrido miles de kilómetros, ella asintió con la cabeza dándole la razón.

—Buena idea… buena idea —dijo un todavía descompuesta, alzando una mano, contrayendo sus 4 dedos y levantando únicamente el dedo índice—. Dame unos minutos. Necesito… recuperar esa calma.

Dejando poco a poco su mente en blanco, Luciana se tomó su tiempo. Inhaló profundo… exhaló sonoramente. Caminó un par de pasos a su derecha; se acomodó el cabello; volvió a la izquierda. Inhaló profundo… exhaló con más lentitud.

Inhalando por quinta o sexta vez, ella lo volteó a ver, todavía un poco contrariada acerca de lo que pasaba. Aunque ya se sentía menos histérica.

¿Qué estaban haciendo realmente?

¿Iban a discutir sobre lo que había pasado con esos dos hombres? ¿O sobre lo que Gateguard sentía al respecto?

Con cada cosa que él soltaba, ella más y más confundida se sentía.

¿Por qué no hablaba claro? ¿Por qué no se dejaba de misterios?

Como una revelación divina del cosmos, mientras se sostenían las miradas en silencio, Luciana pensó que tal vez él no quería ser claro con sus asuntos porque era un hombre sumamente desconfiado. Sin embargo, de ser así, ¿por qué le pediría que se calmase para explicarle?

—Creo… creo que ya estoy… mejor —bisbiseó con un tono muy agotado. El estrés, la falta de sueño y su propia conciencia, estaban golpeándola fuerte.

Gateguard de Aries, desvió su mirada hacia otro lado; luego de la devolvió a ella.

—Escucha. Hay algo que tienes que entender —él cerró brevemente sus ojos para volverla a mirar, preparándose para explicarle. Luciana se prometió que iba a callarse hasta que él terminase—. Los santos, independientemente de la armadura que lleven, no tienen la vida resuelta. Y, por obvias razones, nuestra crianza no es igual a la de un civil común.

»A un niño que crecerá para ser un herrero, un agricultor, un pescadero o cualquier otro cosa; como una niña que se le enseña a cocinar, tejer o bailar. A todos ellos, se les enseña que la vida por muy pequeña que sea, es valiosa, y que el fin no siempre justicia los medios —compartiendo ese sentimiento agrio, Luciana asintió a sus palabras, aunque para ella recordar a sus padres no le era grato—. Sin embargo, a un niño que crecerá para ser un guerrero, se le enseña que debe hacer lo que debe hacer sin importar el costo. Todo sea por el bien del colectivo y la justicia.

»En este sitio —se refirió al Santuario—, la mayoría, hombres y mujeres, nacen huérfanos o son abandonados, otros tantos fueron como animales callejeros, apaleados, hambrientos y heridos, recogidos por alguien amable que, de una u otra forma… nos deja aquí junto a otros desgraciados. En el Santuario, se nos aclara que nuestras vidas servirán para la salvación de la humanidad, y así se hará, por supuesto, independientemente de si queremos luchar o no. Eso es secundario. Convencer a alguien roto de que la lucha en pro a los deseos de Athena es la mejor opción, no es tan difícil —su mirada pareció entibiarse un poco. Luciana se mantuvo callada.

—Una vez aquí, hay dos caminos: sirves o no sirves. El entrenamiento como santo, no sólo se encarga de endurecer nuestros cuerpos sino también nuestras almas. Deben prepararnos física y mentalmente para lo peor. Si de alguna forma somos fáciles de quebrar, entonces no podemos servirle a la diosa Athena.

Sintiendo bastante tristeza, Luciana no pudo seguir sosteniéndole la mirada, así que la bajó al piso, imaginándose cómo sería aquello. Qué tan cruel y frío era para un niño, no ser un niño. Aunque… ella tampoco había sido precisamente una niña muy feliz, Luciana no creía que su pasado, por horroroso que fuese, pudiese compararse a lo que pudiese vivir un niño como Gateguard con el fin de endurecer su alma.

—¿Sabes cómo es el proceso para arrancarle sentimentalismos a un ser humano desde la infancia hasta tal punto en el que cometer un homicidio en su adultez en nombre de la justicia se vuelve tan normal como parpadear?

No.

Ella no lo sabía.

Ni siquiera podía imaginárselo.

Luciana no sabía cómo podría llegar a ser tal cosa y… la verdad… es que ella como muchos pueblerinos no se había preguntado jamás, acerca de cómo sería la vida de un aspirante a santo; nunca en su vida se cuestionó sobre cuáles serían las innumerables desventajas de eso, hasta la noche de hoy.

El que uno de los 12 caballeros más fuertes le estuviese explicando esto, le haya dado su tiempo y espacio para prepararse y escucharlo, ¡un hombre tan callado como él! Eso debía decirle a Luciana que Gateguard de Aries no estaba loco… como ella, y como muchas otras personas con o sin armaduras, también cargaba un insoportable peso que ya no podía sostener él solo.

Luciana alzó su mirada de nuevo hacia él; lo vio observándola con un curioso sentimiento que ella no pudo describir, ¿qué sería? ¿Duda? ¿Tristeza? ¿Envidia?

—No te negaré que, como santo, tienes ventajas sobre otros seres humanos; obtienes tantas cosas buenas que hasta crees que aquel sufrimiento de vacío emocional, aquellos huesos rotos y heridas mortales, valen en algo la pena. Porque al final, eres cada vez más fuerte, más ágil… —pensativo agregó—: te vuelves más poderoso —pareciendo que estaba recordando el pasado, él sonrió de forma agría—. Sin embargo… todo con eso, viene una pesada carga que no todos están dispuestos a llevar sobre sus espaldas. Porque sin importar qué tanto peso levanten nuestros brazos o qué tan rápidos nos volvamos en general, seguimos siendo humanos, y como tales, la sensación que viene luego de matar a un enemigo, no es la misma para todos.

»Algunos se sienten en paz por pensar que hacen lo correcto…

En silencio, Luciana se preguntó si ese era el caso de él.

—Otros se martirizan hasta la locura. Uno que otro, encuentra una forma de expirar ese pecado por medio de una penitencia, sin embargo, como ya puedes verlo… al cabo de un tiempo, la dura capa que cubre nuestra moral hasta hacerla muda, es cada vez más impenetrable de modo que ya no lo pensamos tanto, sólo actuamos acorde a las leyes de Athena.

Luego de escucharlo diciendo eso con una palpable sinceridad y desaliento, Luciana no pudo encontrar más palabras ni motivos para recriminarle nada.

Se había quedado muda.

¿Sería así?

Es decir, para ella, enterarse de la muerte del hermano de Colette fue un gran impacto. Todavía fue peor cuando se encontró el cadáver de su obeso agresor… ambos muertos por haber sido muy malos hombres con un par de mujeres que por azares del destino se habían cruzado con un guerrero que respaldaba la paz a costa de su alma.

Para Luciana, el asesinato no era tan común. Pero… ¿en serio para alguien que estaba obligado a cometer tal acto en nombre de la justicia, continuamente, llegaría a ser tan rutinario como respirar?

¿Qué sentía él ahora? ¿Sería cierto que su interior estaba blindado por una especie de armadura protectora que impedía que se volviese loco por el remordimiento?

"Hipócrita" le dijo una Luciana interna.

¿Qué estaba haciendo?

¿Acaso era una idiota?

¿Por qué se sintió con el derecho de juzgar a Gateguard de Aries por castigar a dos malos hombres cuando prácticamente ese era su trabajo? ¿Qué le daba a ella el poder de ir a reclamarle por haberles quitado a ella y a Colette a dos seres malsanos que pudieron haberles hecho daño en algún otro momento y salirse con la suya?

Estaba tan avergonzada por haberlo tratado así…

¿Cómo pudo haber sido ella tan ignorante?

—Perdón, pero no puedo comprender todo lo que me dices —musitó ella viendo que él no quería agregar nada más por ahora a su explicación—. Jamás lo había pensado así… y, admito que yo también pensaba que las vidas de los santos estaban resueltas… y que sus decisiones… eran más fáciles —cerró sus ojos con la imagen de un niño pelirrojo herido y obligado a matar a otros seres humanos para demostrar su valía como guerrero—. Yo… lo siento —musitó tremulosa.

—¿Por qué? —preguntó él sin saber a qué se refería Luciana.

—Sólo… perdón —negando con la cabeza, ella tampoco supo cómo explicarlo. Sólo sintió que debía disculparse con él.

¿Por qué? Esa era la cuestión.

¿Por llamarlo "loco"?

¿Por haberlo considerado un arma que respiraba o una especie de peleador vengador sin emociones cuando le dijo que fuese a hacer lo que quisiese con el hermano de Colette?

¿Por temerle y juzgar a un hombre que había sido prácticamente forzado a enterrar su humanidad desde muy joven con el fin de cumplir su deber y ahora sufría en sus sueños las consecuencias de eso?

Todavía sin el poder de regresarle la mirada, incluso cuando abrió los párpados y mantuvo su atención en el piso, Luciana apretó los puños, pensando en si sería lo correcto hacer lo que se le había pasado por la cabeza.

Quería abrazarlo fuerte.

No sentía que sus disculpas verbales fuesen suficientes. Además, ella consideraba, que una de las mejores muestras de apoyo emocional era un fuerte abrazo. Más que las palabras de aliento provenientes de una boca que había sido ya silenciada por la cruda realidad de los santos, Luciana pensaba que un abrazo era lo único que ella podía ofrecerle a un hombre como él.

Pero, no quería equivocarse más u ofenderlo por milésima vez. No ahora que él se abría un poco a ella y le explicaba cómo eran estas cosas desde su percepción, la cual, no era tan fácil de masticar y tragar como Luciana se imaginó que sería como cuando se enteró del homicidio del hermano de Colette.

—Gateguard de Aries —masculló aun viendo hacia abajo—, ¿por qué te molestas en decirme todo esto? ¿Qué es lo que realmente quieres de mí?

No esperó que él le respondiese.

Es decir, como cualquier otro hombre, él pudo haberle dicho: "cállate mujer, tú no sabes nada. Deja de criticar, ¡no preguntes más sobre cosas que no entenderás!", pero no lo había hecho. Incluso parecía que él se había buscado las mejores palabras para ayudarla a comprenderlo mejor.

¿Por qué?

Algo en Luciana le decía, que las pesadillas podría ser sólo la punta de la montaña… ella sentía que había algo más; algo que él que, por supuesto, no iba a revelarle hoy.

Luciana cambió de pregunta.

Una pregunta que, daba un giro radical el tema de la conversación que habían tenido, pero de alguna forma, ella sentía en su interior que era el momento para que él la resolviera.

Si Luciana le había juzgado mal por el asunto de esos dos gusanos… ¿pudo haberlo juzgado mal antes por otra cosa?

—Cuando me pediste que me desnudara en tu cama… ¿puedo saber cuáles eran tus verdaderas intenciones?

Eso también le había estado rondando por la cabeza a Luciana hasta que ellos dos renegociaron y él no mostró interés en volver a jugar así con ella.

En ningún otro momento, Gateguard de Aries tampoco le aclaró si aquello lo había soñado o lo había hecho con toda la intención de someterla a algún tipo de castigo por intentar seducirlo.

Y ahora que él hablaba así, con sinceridad que, él había matado a esos dos tipos porque los dos a su modo le hacían a ella y a Colette, un mal… Luciana volvió a preguntarse el porqué de aquella petición. Y por qué de aquella sonrisa.

Si es que sus intenciones no habían sido tener sexo con ella o siquiera tocarla… y tal vez, y sólo tal vez… tampoco habían sido burlarse de ella, entonces, ¿por qué había hecho eso? ¿Había sido para humillarla o no? Sólo quería que él, una vez más, le respondiese con la verdad. Daba igual si respondía que sí lo había hecho para hacerla sentir inferior a él, Luciana lo hizo pedirle perdón por eso. No lo pediría una segunda disculpa porque ya no era necesario, pero necesitaba saber si ella lo había juzgado mal o no por lo ocurrido.

—Gate…

—Pensé que dormía —dijo gélidamente—, pensé que era otra pesadilla.

Eso… sonaba algo extraño, pero no iba a cuestionar eso ahora. Luciana inhaló profundo.

—¿Desde qué momento lo creíste? —alzó su vista hacia él, quien todavía la tenía sobre ella.

—Desde que te quedaste callada, y me dijiste que necesitabas una explicación.

Luciana retrocedió mentalmente hasta ese momento en el tiempo en el que ambos no se dijeron nada, y en cuanto ella comenzó a exigir lo que… bueno, merecía saber.

«Pues no se notó» pensó algo escéptica, pero, no queriendo joder esta conversación con ironías fuera de lugar, Luciana se obligó a mantener su seriedad y tratar de confiar en que él estaba siendo honesto—. Y según ese sueño, ¿a qué vino esa petición? —luego carraspeó la garganta, un poco nerviosa, ¿a qué había venido esa maldita sonrisa?

Él inhaló profundo, luego exhaló en un suspiro.

—No lo sé.

«¡Mentira!» ella lo detectó, incluso frunció un poco el ceño—. ¿No lo sabes? ¿Seguro?

—No lo sé.

Si no pasaban de esa pregunta, el seguir con la otra que ella tenía acerca de esa noche, no iba a servir de nada. Sin embargo, ahora sabía que intentar acorralar a este hombre con preguntas que de principio no quería responder, tampoco iba a ser algo positivo.

—De acuerdo. Te creo.

Él la miró con cierta desconfianza.

—¿En serio?

—Sí —suspiró con cierta calma. Lo cierto era que no se tragaba esa espinita, sin embargo, no era el momento para escuchar la verdad sobre eso, así que por el momento lo dejaría pasar.

Gateguard y ella se quedaron en silencio un rato más, cada quien pensando en lo suyo.

Eso hasta que Luciana no pudo evitar hacer otra pregunta, cuya respuesta (o un adelanto de ella) quería conocer.

—Gateguard…

—¿Mmm?

—Dime, con sinceridad… yo… ¿yo te atraigo? ¿Aunque sea un poco? —no queriendo sonar nerviosa, ella lanzó esa duda al aire. Y en silencio, Luciana leyó sus movimientos.

Él desvió su mirada hacia la derecha, tragó saliva, sus ojos no decían mucho, pero sus manos levemente inquietas sí.

—Escucha. No quiero presionarte, y te juro que mis preguntas no son para reclamarte ni burlarme por nada… sólo, quiero saber la verdad. ¿Yo te atraigo?

Los ojos de ambos volvieron a encontrarse. La noche estaba trayendo viento frío, uno que comenzaba a incomodar mucho a Luciana puesto que sentía que en cualquier momento se pondría a temblar. Aunque, al menos eso le daría una excusa para no decir que su cada vez más grande nerviosismo se debía el perpetuo silencio que los rodeaba.

—Ehm, creo que no me expliqué bien —dijo ella intuyendo que él estaba pensando en cómo decirle que no le gustaba como amante—. Sé que yo no soy tu tipo mujer… eso ya me quedó claro, sin embargo, por alguna razón, me has pedido que te vigile durante las noches.

»¿Podría saber… al menos una de las razones por las cuales me confías esa tarea a mí? No me conoces… aun así me has pedido dos veces que no renuncie. ¿Por qué yo? ¿Qué es lo que hay en mí que te hace confiarme esa tarea? ¿Qué es lo que te hizo pedirme tal cosa? —tragó saliva deseando no sonar tan exigente—. Por favor, dime, ¿existe alguna cosa que te atrae a mí… o… pudiste haber elegido a cualquier otra mujer?

Ella no quiso explicarse más. No quería incomodarlo o irritarlo.

Si él tampoco quería responderle eso ahora, ella lo aceptaría.

La revelación de eso la puso a pensar. A medida que se trataban, se veían y comenzaban a escucharse, Luciana ya no se notaba a sí misma tan ansiosa por recibir respuestas rápidas de él. A lo que ella todavía le costaba acostumbrase era a no mostrar sorpresa cada vez que él abría la boca luego de sus largas pausas.

—Existe una razón —respondió Gateguard de Aries con una voz un poco ronca—, hay algo que me llevó a ti. Hay algo que me hace confiar en ti. Y hay algo que me gusta de ti.

Ante esa confesión (que más bien parecían tres o cuatro) la cual vino adjunta a una intensa mirada azulada, ella alzó un poco las cejas, quedándose muda.

¿Qué podía decirle?

"¿Acaso todo está bien en tu vida, muchacho?", él mismo le acaba de decir que no. Sin embargo, antes de que Luciana comenzase a hacerse ideas erróneas, Gateguard de Aries también se explicó mejor.

—La primera vez que entré a la taberna… —comenzó a contar, atrayendo la atención de Luciana, la cual se había ido volando en mil y un preguntas—, ni siquiera me percaté de tu existencia.

Ladeando un poco la cabeza hacia su derecha, Luciana achicó su mirada sobre él.

Vaya talento tenía este hombre de causarle diferentes malestares estomacales en tan cortos lapsus de tiempo.

—Eso, créeme, me molesta más a mí.

Esforzándose por no sentirse ofendida… aún, y frunciendo el ceño, Luciana siguió oyéndolo sin poder abrir su boca. Con gestos faciales y manuales, le pidió que continuase.

—Tu voz… es demasiado… mmm, es difícil de olvidar.

Casi a punto de sonreír enternecida, Luciana hizo lo posible por no dejar ver su sentimiento de gusto.

En el pasado, muchos a su alrededor se habían quejado de que a veces su voz les parecía demasiado aguda, sin embargo, con el tiempo, la mayoría se acostumbró al igual que ella y la dejaron en paz con ese tema por lo que Luciana no se esperaba que él sacara a relucir ese detalle de su persona como algo posiblemente positivo.

—Ehm… ¿gracias?

—No, no fue un halago —dijo él rápido, dándose cuenta tarde que ella había cambiado de mueca a una ofendida—. ¿Qué? Me pediste que fuese honesto —espetó girando su mirada hacia el otro lado.

—Pu-pues… podrías intentarlo sin tener que llevarte entre los pies mi orgullo, ¿sabes?

Como quien no quiere discutir, Gateguard de Aries suspiró.

—Lo siento, pero, en eso no puedo mentir. Tu voz, es demasiado… especial.

Por la mueca de incomodidad que él hizo, Luciana hizo una propia que decía con claridad que ya quería irse a su casa de una buena vez.

Arg, tenía que preguntar más. ¡Su culpa! Quizás esto le enseñe a saber cuándo parar.

—Ajá.

—A veces toma un ligero acento chillón que martiriza mis tímpanos…

Qué alguien que no fuese él, le explicase, ¿por qué Gateguard estaba siendo tan descriptivo? ¡Ya! ¡Ya le había dejado claro ese punto!

—Ajá —la garganta de Luciana se contrajo haciendo que su voz saliese con esfuerzos de ahí.

—Dime, ¿siempre la has tenido así? —preguntó Gateguard sin intentar ofenderla, aunque lo estaba haciendo.

—Sí —refunfuñó con los ojos entrecerrados—, y antes de que continúes diciendo en qué tan lindo sería para ti que te gritase al oído cada mañana… —sonrió maliciosa—, ¿podrías llegar al punto y decirme por qué mi molesta voz es algo relevante?

Si Luciana le hubiese pedido que le dijese lo que NO le gustaba de ella, quizás en estos momentos no se sentiría tan irritada y atacada. Lo peor es que no tenía por qué sentirse así, ella ya sabía cómo era su voz, y no es como si tuviese armas para defenderse.

Y sólo para aclarar, no pensaba modificar su tono de voz por nadie, eso ya se lo dejaría claro a Gateguard cuando él comenzase a removerse entre pesadillas esta noche.

Cierto, ella no podía irse a dormir a su cama; tenía trabajo que hacer.

—Pues… precisamente por lo que acabo de decir —dijo él un poco dudoso y hasta un poco… nervioso—. En medio de mis pesadillas podía… y puedo oírte —explicó con cierta suavidad.

Sosteniéndose el codo derecho hacia la mano izquierda, para llevarse el dedo índice de su mano derecha a los labios en la pose de la futura escultura del siglo XIX: El Pensador, Luciana trató de no sentirse insultada por imaginarse a sí misma como una especie de gallo cantor.

—¿Hablas en serio?

—Sí. Cada vez que iba a la taberna y te escuchaba hablares o gritarles a tus compañeras: "despierta", o "tienes trabajo que hacer", usualmente… eso solía repetirse en mi cabeza antes de que pudiese abrir los ojos.

Luciana meditó eso. ¿Su voz le irritaba? ¿Pero también le ayudaba a despertar? Wow, eso les abría el paso hacia muchas otras preguntas.

—A ver… a ver… —se llevó dos dedos de la mano derecha, hacia su sien, sobándose esa zona—, ¿y en qué momento mi melodiosa voz te comenzó a ser atractiva?

—En ninguno.

Acumulando toda su paciencia en sus labios para no abrirlos y gritarle: "¡entonces qué es lo que te gustó, o te atrajo de mí, maldita sea!", Luciana puso los ojos en blanco.

—Sigo sin entender qué es lo que te gusta… o te atrae de mí.

Imaginándose que, como muchos otros sujetos, lo que él veía en ella eran sus grandes pechos o su capacidad casi titánica de tolerar a diversos tipos de hombres por un precio jugoso, Luciana no se esperó que Gateguard de Aries soltase algo como lo que le respondió.

—Tu perfume.

Haciendo una mueca de exasperación muda, Luciana resopló:

—¿En serio? —preguntó un poco fastidiada, no creyéndose media palabra de eso.

—¿Ahora qué dije? —él también hizo una mueca de desconcierto.

—Qué no estás siendo honesto —algo molesta, quiso hacer un chiste de mal gusto—: no tengas pena y di que son estos —señaló sus propios pechos ya harta de estarle dando vueltas al asunto—, no serías el primero y… por Zeus… seguro no serás el último hombre que me lo diga.

Ver a Gateguard echando una mirada descarada sobre sus senos para volver hacia su rostro, fue lo más raro que pudo haberle pasado a Luciana esta noche.

Sí… eso lo más raro. Tal vez incluso siniestro.

—Admito que me gustan también —dijo con sencillez, como si acabase de hablar del clima y no del cuerpo de una mujer que, se supone, no le atraía. ¿O sí?

—Gracias —espetó ella sin el sentimiento, y con los ojos entrecerrados—, pero te agradecería mucho más que fueses un poco más discreto al verlos.

—Lo soy —respondió en ese mismo tono.

Tachen lo anterior.

Eso, era lo más raro que Luciana pudo oír esta noche.

—Eh… eh… —como un pez fuera del agua, Luciana cerró la boca y la volvió a abrir—. El punto es que… oye, no puedes decir que te gusta mi perfume.

—¿Y por qué no?

—Porque… —hizo varias muecas.

Es que todavía no podía salir de casi colapso mental que él estaba provocándole.

—Porque yo no uso perfume.

—¿No?

—No —dijo entre risas nerviosas por lo que acababa de oír con respecto a sus senos, poniendo las manos sobre su cintura—. En serio, con mi sueldo de camarera, ¿crees que me alcanzaba el dinero para algo tan costoso? ¿Sabes cuánto cuesta una botellita de este tamaño? —acercándose a él mientras hablaba, ella le formó enfrente de su rostro una especie de ganchito semi cuadrado con sus dedos pulgar e índice que no marcaban ni 10cm de alto—. Mucho más de lo que estoy dispuesta en gastar.

Ante su silencio, cuyo rostro le decía a ella que él estaba pensando, Luciana soltó una risotada al aire con burla y le dio la espalda.

—Si vas a decir algo que te guste de mí, trata de ser más imaginativo cuando mientas, ¿quieres? —luego suspiró, relajándose—. Dejemos el tema aquí. Vayamos a dormir.

Al menos él dormiría, ella ya tendría tiempo para eso cuando lo despertase.

Luciana quiso darse su tiempo para relajarse y esperar que el viento frío le devolviese su calor corporal normal, sin embargo, no contaba con que Gateguard de Aries le tomase el hombro izquierdo con su mano.

—Eres tú quien miente —le dijo él, con seriedad, mas no con injuria.

—No, no lo hago —respondió ella en un susurro, sintiéndose incapaz de quitárselo de encima, pero también bastante tranquila con un hombre como él a sus espaldas.

De pronto, saber que él estaba cubriéndola en esa área tan vulnerable, fue algo que la llenó de vigor.

Al cabo de un rato en silencio, como si lo supiese… o como si ella tuviese ojos en su nuca y lo pudiese ver acercando su rostro con dirección a su cuerpo, Luciana ladeó su rostro lentamente hacia el lado donde sentía aquella mano que perfectamente podría romperle el cuello.

Al cabo de otro rato, ella lo oyó hablándole en un suave susurro al oído derecho, el cual estaba cubierto por su cabello.

—¿Entonces qué es lo que huelo en ti?

En medio de aquel momento hipnótico de duda, Luciana dejó caer lentamente su cabeza hacia la derecha, sintiendo el frío de la noche rozando su piel, así como una respiración tranquila, acompasada y cálida.

—No lo sé —masculló ella percibiendo que sus mejillas se calentaban cada vez más—, ¿no será que lo imaginas? —dedujo deshaciendo ella misma cualquier tipo de ilusión infantil que su cerebro pudiese crear en menos de un segundo.

Eso debería ser lo más probable, ¿no?

—No soy tan creativo —admitió Gateguard en un murmullo pacífico—. Pero me gusta mucho.

Cuando él dejó caer lentamente su nariz y labios contra la piel de su cuello, Luciana no sintió una connotación sexual. Sólo eso había salvado a Gateguard de Aries de probar otro de sus famosos puñetazos o sus recientemente bautizados: gritos de gárgola.

Dejándose llevar por ese ambiente de calma, Luciana cerró sus ojos y subió su mano izquierda hacia la cabeza de él, dándole un pequeño masaje a su coronilla.

—Esto es tan raro —bisbiseó envuelta en el encanto de esta postura, permitiéndole a él soltarle el hombro para sujetarla de la cintura con ambas manos. Sin dejar su cabeza, ella puso su mano derecha sobre la de él.

Luciana de pronto se sintió algo apenada por no carecer de la carne que todos le remarcaban que tenía de más, de hecho, por un segundo se planteó la posibilidad de aguantar la respiración y empujar sus kilos extra hacia adentro… pero, Gateguard de Aries, no parecía estar incómodo con eso, así que ella prefirió no darle tanta importancia tampoco.

—Gateguard… comienza a dolerme el cuello —masculló queriendo incorporarse antes de sufrir alguna lesión. Es decir, a ella le encantaba estar así… era sexy… pero luego de un rato, estaba costándole trabajo mantenerla.

—Sólo un poco más —dijo un tanto adormecido.

Ella lo sintió sonreír sobre su cuello, antes de irse separando con lentitud.

Luego de poder incorporarse, tratando de no mostrarse apenada como una veinteañera o quinceañera creyendo que había encontrado al príncipe (o más bien, caballero) de sus sueños, Luciana se giró para verlo.

Abriendo la boca, un poco sorprendida, ella casi gritó como una niñata emocionada cuando, por primera vez, apreció el rostro de él sin ese ceño fruncido.

Sus ojos azules lucían tan brillantes e inocentes que cualquiera pensaría que se había quitado doscientos kilos de malestar emocional.

Wow, si el sólo permitirle oler su cuello le daba tanta paz, quizás hoy no la necesitaría para despertarlo con… su chillona voz.

—¿Estás bien? —le preguntó Luciana entre risas queditas.

Él, parpadeando confundido, ladeó un poco la cabeza.

¡Aw, ternurita!

Casi ni se notaba que no tenía problemas en matar o hacer que matasen tipos problemáticos.

¿Cómo?

Como si aquello fuese su propio balde de agua fría, Luciana calmó sus hormonas con eso.

—¿Me veo mal? —preguntó él.

Sonriendo un poco, queriendo dejar todos los temas tocados anteriormente en paz por esta noche, ella negó con la cabeza.

—Eres guapo y lo sabes —sin ver que él se había sorprendido un poco con su respuesta, ella le palmeó el peto de la armadura con confianza, recordando, hasta ahora, que ellos dos habían comenzado a hablar de un par de sujetos muertos.

Bueno, esos dos habían sido una plaga.

Al final, obtuvieron lo que merecían.

Aunque… Luciana se sentía un poco mal por la familia del gordo asqueroso… si tan solo hubiese una forma de ayudarles…

Sin embargo, le pasaba lo mismo que con Colette, ella no era ninguna reina o heredera de ninguna fortuna, apenas podía ayudarse a sí misma y alimentar dos bocas contando la suya. ¿Cómo podría hacer algo por esas personas?

Ellos tendrían que vérselas por sí mismos. Ojalá los dioses se compadeciesen y les diesen un poco de suerte.

—¿Y…? —Luciana quitó de sus pensamientos a aquella numerosa familia, y volvió a su presente, comenzando a caminar hacia las Doce Casas.

—¿Y? —él la miró sin entender, siguiéndola.

—¿A qué se supone que huelo? —preguntó algo inquieta.

No era muy común que la gente se bañase y tuviese tanto cuidado con su higiene como Luciana, quien solía bañarse cada dos días, a veces cada tres y eso dependiendo de qué tanto frío o calor hubiese. Su tiempo máximo antes de volverse loca había sido casi dos semanas, y eso fue porque la nevada pasada había sido muy larga y ella no podía darse el lujo de calentar agua para su aseo personal, en sus respectivos horarios. De hecho, en esos días tan fríos, ella llegaba hasta el punto de limpiarse con un paño limpio que lavaba en una cubeta con agua caliente y ya… justo como otros en el pueblo que preferían bañarse de ese modo.

—Mmm —tomándose esa pregunta en serio, Gateguard lo pensó, mirándola fijamente—. Es… fresco. Me hace pensar en la mañana.

—¿En la mañana?

Gateguard alzó los hombros sin preocupaciones.

—No sé qué más decirte, nunca había olido algo similar.

Luciana sonrió ligeramente, dejando ese tema también por ahora, disponiéndose a no dejar de caminar hasta la Casa de Aries.

—Realmente te urge salir con más mujeres —musitó no muy segura de tolerar eso, es decir, ella estaba haciendo que él se abriese a hablar… el que otra mujer llegase y así como si nada se llevase a este Gateguard de Aries y no al que ella conoció, le daba retortijones en el estómago a Luciana.

Era un pensamiento bastante inmaduro, pero si Luciana tenía al menos alguna oportunidad de dejar de ser una solterona… no quería ser tan estúpida como para lanzarla por la borda luego de todo lo que ya habían pasado tanto ella como Gateguard.

¿Llegarían a ser compartibles de ese modo?

Gran duda. Gran riesgo, también.

—¿Tú crees? —preguntó Gateguard con cierta inocencia.

Un momento. ¿De verdad estaba considerándolo?

—¿Con cuántas has salido hasta ahora? —se tragó ese fastidiado: "no".

—Yo… jamás… he salido con ninguna mujer —reconoció caminando atrás de ella, con cierta pena.

Otra vez, Luciana en serio se sintió mal por haberle dicho con tanta burla: "virgen inseguro", cuando evidentemente lo era.

No era que se sintiese halagada, o aprobase el uso del asesinato como el primer recurso para resolver un problema, sin embargo… por lo que él mismo le acaba de explicar, Gateguard había matado una parte de su alma para que ella y Colette no tuviesen que vérselas con aquel gordo pervertido y el hermano borracho.

Eso había sido lo más… noble que alguien hubiese hecho alguna vez por su insignificante y viejo trasero.

No podía sencillamente dejarlo ahí en el fango, y si ella también tenía que mancharse con esa sangre también, entonces lo aceptaría.

Sólo esperaba que Gateguard de Aries no llegase otra vez a esos extremos por ella, ni por nadie, en realidad.

Luciana sonrió un poco, reconociendo que ella también podía llegar a ser bastante ingenua.

Él era un santo dorado. Era más que obvio que en una guerra él iba a ser el primero en luchar.

Matar o morir.

Cielos… en serio no quería pensar en eso ahora.

—¿Y yo qué soy? ¿Una cabra? —expresó Luciana fingidamente ofendida, tratando de subirle el ánimo y sacarse a sí misma de sus propios pensamientos oscuros.

—¿Estamos saliendo? —preguntó él confuso, dando pasos más largos hasta posicionarse a un lado de ella.

—Bu-bueno… —expresó un poco nerviosa—, yo al ser la primera mujer que invitas a tu cama… creo que es más o menos así.

Gateguard de Aries pareció meditarlo.

—¿Y eso qué quiere decir? —preguntó como si de pronto el tema le causase intriga.

—¿Qué más? —le dijo ella entre risas—, que ya no eres tan virginal. Felicidades.

Cuando Gateguard se rio con ella, Luciana paró en seco sus risas y lo miró desconcertada.

—¿Qué? —preguntó él.

—Nada —masculló, no queriendo decirle lo encantador que se había visto sonriendo, y que debería hacerlo más a menudo.

Tal vez este no era el momento para hacérselo notar.

—Yo… yo no me burlé de ti —dijo Gateguard de pronto.

No entró en detalles, pero Luciana supo a qué se refería.

¿Había escuchado bien?

—¿Entonces… a qué se debió ese recorrido visual sobre mi persona? ¿Y a qué vino esa mueca del final? —esa que ella no quería llamar "sonrisa".

—Pensé… en que ya no sabía qué más hacer —soltó una risa, trasparentemente apenada.

—No entiendo —Luciana no lo captó al momento, pero luego de decir eso, cayó en cuenta de lo que él quería decir.

—Qué no creí que llegaría tan lejos, por eso también pensaba que soñaba, es decir… parecías odiarme esa noche. Para empezar, no sé por qué accediste a quitarte la ropa —masculló confundido—. ¿Por qué no te negaste?

Carajo…

Así que fue eso.

«Pero qué estúpida soy» puso los ojos en blanco. Mierda, y luego ella iba y lo pisoteaba más. En cuanto a su pregunta, Luciana respondió—: porque… quería saber qué tan lejos ibas a llegar.

¿Cómo diablos es que estaban hablando de esto tan ligeramente? Luciana no se sentía incómoda, y algo le decía a ella que él tampoco estaba siendo presionado a hablar.

—No fue mucho, ¿o sí? —preguntó él.

—No estuvo mal. Admito que malinterpreté la situación —sonrió muy avergonzada, llevándose su mano derecha al cuello, justamente donde él había posado sus labios hace un rato—. Por eso… también te pido perdón.

—Está bien, comprendo tu postura —respondió Gateguard para la sorpresa de Luciana.

Su voz sonaba tan tranquila y carente de rencor hacia lo que Luciana le había hecho, que ella necesitó… necesitó aclararle un poco de sí misma y explicarle más a detalle de su reacción.

Si él fue capaz de relatarle un poco de cómo era la vida de un santo, y de mancharse las manos de sangre por su bienestar mental, entonces ella también podía ser honesta.

Podía confiar en él.

—No, no está bien —admitió reconociendo, muy para su pesar, que había hecho (aunque haya sido en menor grado) lo que ella misma pasó hace muchos años—. No es así como una persona debería tener su primer encuentro.

—Pero, al final no pasó nada —insistió Gateguard—, si a mí ya no me afecta, ¿por qué a ti sí?

Luciana hizo una expresión demasiado triste.

—¿Dije algo malo otra vez? —quiso saber él, viéndola un poco nervioso.

Parpadeando varias veces, ella negó con la cabeza.

—Gateguard… ¿prometes que lo que te diré, quedará solo entre nosotros dos?

Como teniendo cuidado de no pisar terreno peligroso, Gateguard de Aries retomó su seriedad.

—Sí.

Casi llegando a las escaleras de Aries, ella paró sus pies, mirando el piso.

Vamos.

Podía hacerlo.

Habían pasado más de 10 años desde aquello.

Vamos.

—A diferencia de que tú puedas pensar… yo no perdí, ni entregué mi virginidad. Me la arrebataron —inhalando profundo, ella pensó en todas y cada una de sus palabras antes de sacarlas de sus labios—. Mi primera experiencia, fue tan horrible que jamás se lo había dicho a nadie.

—¿Y por qué me lo dices a mí? —inquirió él, sin embargo, su voz, no sonaba seca ni sarcástica; Gateguard sonó impactado.

Ella no lo supo, mantuvo la cara abajo.

Si lo veía a los ojos, iba a llorar. Después de todo, Luciana ya había vivido demasiado tiempo como para saber que él podría pensar mal de ella o incluso, justificar de algún modo el acto del que fue víctima.

"Tú te lo buscaste", "seguro estabas coqueteándole hasta que él ya no pudo más", "mientes para generar lástima", "ya estabas en edad para tener sexo"… ¿cuántas personas hablaban así de una mujer o incluso una niña como Colette, que era abusada y resulta que la culpable era ella?

Temiendo que Gateguard de Aries pudiese decirle algo parecido a lo que ella ya sabía que podría reclamarle, Luciana tragó saliva pesadamente.

—Porque… cuando sonreíste luego de ver mi cuerpo… el cual, yo sé que no es ni la mitad de atractivo que el tuyo, yo… yo lo recordé. No sé exactamente por qué fue en ese preciso momento. Pero recordé lo último que él me dijo, antes de dejarme sangrando y adolorida en una cama sucia —aferrándose a su valor, ella movió los ojos, parpadeó varias veces, esforzándose por no ponerse a derramar lágrimas—. A pesar de que fue hace muchos años, esas cosas no suelen olvidarse… no sé si entiendas lo que te digo.

—No —respondió rápido—, no puedo entenderlo.

Ella apreció esa sinceridad.

—Sé que no puedo decirte que eres afortunado por eso —masculló aferrándose a su razón y fuerza interior—, porque imagino que has vivido cosas que yo jamás podría siquiera imaginar. Sin embargo, creo… creo que a nuestro modo… todos libramos batallas que nos marcan… de una forma, u otra.

Hubo una ligera pausa en la que ella se agarró con pasión a su propia compostura.

—¿Qué fue lo que te hice recordar?

—Sólo esas palabras —negó con la cabeza.

No quería repetirlas. No en voz alta.

Sin embargo, él no pareció dispuesto a rendirse y dejar el tema a medias.

—¿Cuáles?

—Mi cuerpo siempre ha sido así —masculló ida, de forma instintiva, comenzando a temblar.

—Dilas —insistió él en saberlo.

No sabiendo qué cara o cómo se estuviese sintiendo Gateguard de Aries con respecto a esto, ella cerró los ojos tratando de desarmar el nudo de su garganta con la poca saliva que tenía en su boca, al hacerlo… al entrar a la oscuridad, se vio a sí misma, de nuevo, en esa cama con olor a orina, sudor y alcohol.

Sintió el dolor en su carne. Sintió la sangre correr entre sus piernas, al igual que un asqueroso líquido intruso que la quemaba por dentro.

Oyó las risas; volvió a sentirse quebrada.

—"Di una vaca que podía comer, por una que puedo coger" —abrió sus propios ojos llorosos al recordar el sonido chillante aquella puerta cerrándose frente a sus ojitos lagrimosos de hace más de 10 años.

—Continuará…—


Una pequeña aclaración respecto al lenguaje usado:

Como noto que tengo uno que otro lector de otros países, donde la palabra "coger" se utiliza como sinónimo de "sujetar/agarrar/comprender" etcétera, les explico. Aquí en México y en otros países (qué ya no recuerdo y no quiero pecar de ignorancia, perdón) esa palabra se usa como un sinónimo de "fornicar/adulterar" etcétera, sólo que de forma más vulgar y hasta un poco agresivo en algunos casos.

Verán, siempre trato de usar un español neutro en mis fics debido a que me leen personas de otros países, pero cuando hablo de ese tipo de palabras, me cuesta mucho desviarme de mi "español mexicano" jejeje, espero no les moleste.


...

A ver...

¿Cómo les explico que salimos del sartén para entrar al fuego?

Wow, creo que yo no me canso de hacer sufrir a los personajes. Creo que voy a quitarle el "romance" y poner "drama x100". T_T

Okey, ¡muchas gracias a todas por su comprensión y amabilidad para conmigo y el fic! ¡No las merezco!

Mmmm, creo que es aquí donde hago una pequeña disculpa, leí el comentario de Kennardaillard (a quien le mando un saludito desde Mèxico) el cual vino con unas cuanta observaciones con respecto a la época, y como ella explica, hay ciertos detallitos muy "futuristas" como por ejemplo, el que Luciana tenga libros siendo que en aquella época, aunque ya se habían creado (la wikipedia me lo dijo XDDD), no eran tan accesibles para las personas comunes.

Sin embargo... como Lucy Lawless interpretando a Xena en Los Simpson dijo una vez: "cuando noten esos detalles... por favor piensen que un hechicero lo hizo" XDDD.

Nah! Sólo bromeo jejeje.

Mmm, a mí tampoco me gusta tener ese tipo de fallos en mis historias, pero no tengo tiempo de averiguar e informarme mejor sobre la época, en serio, disculpen si se me llegan a pasar detalles como esos. No es mi intención, y créanme, para lo "perfeccionista" que soy, me cuesta horrores no estresarme preguntándome: "¿qué estoy metiendo de más?" o "¿qué no estoy considerando?" =( Por adelantado, les pido su compasión para ese tipo de errores de época.

Ahora... hablando del tema, quiero que sepan que según mi corta y rápida investigación, los perfumes en Grecia comenzaron a hacerse y comercializarse a partir del siglo XII (o algo así recuerdo) por lo que espero no haberme apresurado y sacarme otro fail de la manga (ay, ese hechicero XDD). Ay, qué paciencia han tenido conmigo. Qué pena, en serio.

Yo sé que estamos en el siglo XVI, y es cierto que estoy revolviendo un poco las épocas, pero aaaaww me cuesta mucho tratar de ubicarme ya que hablamos de mucho tiempo en el pasado además de tocar una cultura y un sitio del que yo sé muy poco, además de que involucramos al universo de Saint Seiya en la ecuación y todo es un caos en mi cabeza ahora mismo jajaja.

Les pido su compasión para soportar esos detallitos, No quisiera que mi cabeza explotase ya que, además, tardo mucho en investigar qué y qué ya se había inventado o importado (como el café) en la época de los santos de oro del XVI.

Ufffff, sin embargo, no se me confundan, aprecio que me hagan notar esos detalles ya que me informan, cosa que agradezco.

Cualquier crítica u observación positiva son bienvenidas. =)

Volviendo al capítulo...

En el capítulo anterior, pudimos notar que Gateguard se sintió atraído hacia el "perfume" que él acaba de descubrir (en este episodio) que no es un aroma que Luciana se haya comprado sino es algo propio de ella.

Gateguard por sí mismo también nos explicó (más bien, a nosotras nos confirmó) junto a ella, que para él eliminar personas, es sólo un gaje del oficio, aunque no le guste del todo recurrir a eso. Ya pronto veremos lo que ocurrió desde su perspectiva... la cual, me alegra que les guste. Esa fue una idea (de hacer capítulos "del pasado" donde podamos ver y sentir lo que Gateguard está pasando) que me llegó de pronto, ya que, esperar que él solito se abriese a Luciana y a nosotras, es de tenerle bastante paciencia, así que decidí ir sobre la marcha con ambos al mismo tiempo en diferentes capítulos.

A propósito, ¿ustedes cómo ven sus avances?

No quiero apresurar a Luciana y Gateguard a gustarse, y tampoco quiero forzar nada entre ellos, sin embargo, tampoco es mi plan meter a "terceros" con el fin de hacerlos "darse cuenta"... no sé, no soy fan de esos giros de trama en los que debe haber un "otro hombre" o una "otra mujer" que les haga las vidas miserables a los protagonistas. Más de lo que ya son, por cierto.

Quiero que este fic abarque un romance más "liviano" y "sencillo". Quiero que tanto él como ella, vayan hablando como seres humanos civilizados y vean por sí mismos lo que les atrae del otro lejos de lo "superficial" (la apariencia de Gateguard; en el caso de Luciana. Y el "perfume" de Luciana; en el caso de Gateguard). Espero que la idea no les aburra. =(

Ustedes díganme, ¿les gustó que Gateguard se explicase y que Luciana también lo hiciese?

Espero que este episodio les haya agradado... al menos lo mejor posible que ya nos quedamos con un mal sabor de boca... sí, yo me incluso también.

El pasado de Gateguard es oscuro, frío y sádico... sin embargo, el de Luciana es cruel, dará impotencia y también sorprenderá un poco. Yo aviso.

¡De nuevo! ¡Muchísimas gracias por leer y comentar! ¡Lo aprecio en el alma ¡Gracias por seguirme en un nuevo capítulo!

Y una vez más, disculpen otra vez por no poder responder a todos los comentarios; el Fictober me tiene al mil además de que tengo un asuntito más que arreglar y no he podido darle la atención que debería. T_T

Gracias por leer y comentar a:

Ana Nari, Mumi Evans Elric, agusagus, Natalita07, Roses' Girl, Nyan-mx (me alegra que te haya gustado la portada jejeje sí, el chico se parece mucho a Gateguard jejeje) y Kennardaillard.

Nos estaremos leyendo.

Hasta el próximo capítulo. :D


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