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Noche
VIII
— Trago Amargo —
…
"Di una vaca que podía comer, por una que puedo coger".
Cuando por fin sacó aquellas palabras de sus recuerdos, y dejó caer algunas pesadas lágrimas silenciosas al piso, Luciana (limpiándose rápido la humedad de sus mejillas) pudo sentir cómo algo más que palabras, se desprendía de ella y le ofrecía a su alma un poco de calma.
No podía creer que así fuese, pero eso sintió.
Sí, recordarlo le había dolido mucho, porque sus heridas, aunque cerradas, todavía no estaban del todo cicatrizadas… menos ahora que acaba de verse involucrada en el asunto de Colette. Sin embargo… de alguna forma, ella había podido sentirse mejor luego de sacar eso de su pecho; aquello que nunca creyó que sería capaz de repetir, menos en voz alta.
Ella sabía que esto le estaba tomando más tiempo del que debería, los años habían pasado y ya debería de haberlo superado; pero, en el fondo, Luciana consideraba que, aunque todavía lento, al menos estaba yendo por una dirección necesaria para que ella misma pudiese recuperarse por completo.
Al alzar la mirada, y tratar de no permitir que la mucosa nasal saliese de su nariz, ella vio el rostro más frío e… iracundo… del mundo. Miró los ojos azules más afilados y fríos; unidos a una expresión seria que no podía describir como quisiera.
Sin embargo, al no sentirse ella misma en peligro (cosa curiosa ya que, en otras circunstancias, habría salido corriendo) Luciana se acercó a él y puso con cuidado, una mano sobre su mejilla.
—Mírate, te has quedado pálido. ¿Estás bien? —dijo un poco ronca; carraspeó la garganta antes de volver a hablar—, ¿por qué esa mirada?
No quería aceptarlo, tampoco quería hacerse ilusiones basadas en sus emociones actuales, pero… el que Gateguard de Aries se mostrase muy callado y pensativo ante lo que acababa de oír y no estuviese diciéndole que pudo haber sido su culpa, o que se alegrase porque pudo haberle ido peor, le daba a Luciana una fuerte sensación de confianza hacia él y hacia su… moral.
De pronto, ella pensó que había estado juzgándolo injustamente todo este tiempo.
Aunque, había algo más en esto que le quemaba en el estómago. Este silencio se sentía como si hubiesen dado un gran retroceso en su comunicación gracias a la revelación que Luciana había hecho, al mismo tiempo, y de forma lunáticamente contradictoria, también alimentaba sus progresos junto con lo que él ya le había explicado momentos antes sobre su propia vida en el Santuario, aunque en realidad, Gateguard no haya dicho nada personal como Luciana acababa de hacer.
Él ya no quería hablar. Todo aquel buen ambiente se le había ido de las manos tan fácilmente como había llegado.
Luciana no supo si debía preocuparse por eso o no.
—No tienes por qué… —inhaló fuerte—, estar así… todo está bien ahora —sonrió queriendo calmarlo.
No quería admitirlo, de verdad, pero le relajaba mucho que él no sintiese asco hacia ella.
—Pasó… hace más de diez años.
Todavía sin decirle nada, Gateguard de Aries no dejó de mirarla, sin embargo, tomó su mano con una suavidad que contrarrestaba con su rostro, incluso parecía estar haciendo fuerza con la quijada.
—¿Sabes qué me gustaría ahora? —bajando su propio rostro, ante la espera de un inminente rechazo, ella sonrió lo más relajada que pudo, cerró los ojos y musitó con los labios temblorosos, esperando una sorpresa—: Un abrazo.
Aunque no estaba segura de la respuesta que obtendría, Luciana esperó que él no se negase, porque… si lo hacía, ella no podría sostenerse con sus temblorosas rodillas y caería.
Vamos, ¿por qué era tan difícil sanar?
Ella misma lo había dicho. Aquello pasó hace más de 10 años, se supone que era tiempo más que suficiente para haber llorado lo que tenía que llorar, ¿no?
No solía recordar su pasado con frecuencia porque esto pasaba. Desde hace poco decidió y se esforzó por simplemente ignorar todo lo que le removiese el cerebro hacia esa época y seguir existiendo. Luciana siempre había querido mantener aquellos recuerdos siniestros y dolorosos lejos, pero, como si fuese una maldición marcada en su alma, estos volvían cada cierto tiempo, y cuando lo hacían, venían con refuerzos.
Un chiste de mal gusto por parte del universo era que sus años más oscuros tuviesen cierto parecido a algunas cosas que estaba viviendo en la actualidad: Colette y su hermano, el estúpido gordo pervertido, su despido en la taberna, la forma en la que ella se sintió la primera noche que pasó con Gateguard de Aries… en definitiva, las Moiras tenían un retorcido sentido del humor con el que únicamente ellas podían divertirse.
Gateguard y Luciana pasaron un rato sin decir nada o hacer nada.
Luego, ella cansada de tener la cabeza agachada por la incomodidad que azotaba su cuello mas no con los deseos de levantarla y enfrentarse a su mirada, decidió caminar un poco más hacia él para pegar su frente al peto de la fría armadura.
Luciana se sintió un poco extraña al darse cuenta de lo acostumbrada que ya estaba al silencio del santo; también, a desconocer lo que pasaba por su cabeza durante esos lapsus de tiempo en el que ambos callaban. Ella todavía no caía al piso y eso era algo positivo, sin embargo, más pronto de lo que quisiese admitir que esperaba algún otro movimiento proviniendo de él además del agarre firme de su mano cubriendo la suya, Luciana sintió cómo él, torpemente, la liberaba, para más tarde, susurrar con indecisión:
—Yo… no sé cómo…
Sin quitar su cabeza del peto de él, y sin quitar la mano de su rostro, como si esto fuese una garantía de que Gateguard no se apartaría de su lugar, Luciana frunció un poco el ceño.
—No sabes cómo, ¿qué?
Él demoró un par de segundos en responder en el mismo tono susurrante.
—No sé cómo… abrazar a una persona.
Luciana no necesitó verlo para saber, entristecida, que él había desviado su mirada, al momento de admitir aquello. Aparte, su voz delataba esa infantil vergüenza, por temer hacer erróneamente algo que en realidad era bastante sencillo. Un abrazo… hasta un bebé sabía cómo darlo y recibirlo. El que Gateguard de Aries declarase que no podía hacerlo, le hizo pensar a Luciana que no sabía por quién lamentarse más.
Ella estaba mal… y Gateguard estaba mal.
Eran dos personas rotas emocionalmente tratando de salir de sus respectivos huecos oscuros. ¿Cómo podría el otro ayudar a alguien cuando los dos estaban al borde de sus propios abismos?
—Entonces yo te abrazaré —dijo seria, indispuesta a rendirse.
No caerían.
Se salvarían y no se dejarían arrastrar hacia el infierno de sus respectivos pasados, por más que estos volviesen.
Ambos podrían con esto.
—No creo que eso sea una buena idea —musitó sin decirle claramente que no quería que lo intentase. Y como no lo había hecho, Luciana se decidió.
Ella no volvió a hablar, sólo inhaló profundo y, dándole una última caricia a su mejilla, deslizó sus brazos por debajo de los de él a modo que sus manos pudiesen acariciar con delicadeza la espalda, cubierta por el oro, de Gateguard. Incluso con la armadura puesta, Luciana supo que él estaba demasiado tenso.
Al cabo de un rato, ella pudo jurar que sintió como, por casi medio segundo, Gateguard movía uno de sus brazos como si quisiera hacer algo con él, pero terminase arrepintiéndose, volviéndolo a su posición original.
Los dos estaban tan rotos.
Volviendo a inhalar profundamente, Luciana se acercó más, deslizando más allá sus manos por encima de la fría vestimenta, pegando su rostro ladina y cuidadosamente sobre la armadura, cerrando sus ojos esperando que, si bien esto no le ayudase a Gateguard a saber cómo abrazar a alguien, al menos pudiese ofrecerle algo de confort, y también, algo que le dijese lo mucho que ella le agradecía no estar juzgándola en estos momentos.
Él no se movió, pero al menos, poco a poco dejaba de estar tan tenso.
Humedeciéndose los labios con discreción, Luciana inhaló con calma el aroma que sentía emanar de él; se centró en eso, encontrando algo de calma propia. No había alcohol, ni suciedad. Ni siquiera olía a sangre, sudor o a… alguna otra cosa que dijese que no se ocupaba de su higiene. Tampoco había perfume en él.
Centrándose en su agarre, ella percibió una esencia que, en palabras parecidas de Gateguard, le recodaba al petricor.
De hecho, casi pudo oír la lluvia cayendo al piso. Casi pudo sentir la frescura de la tierra haciendo contacto con el agua fría, y el viento que acariciaba las hojas en otoño.
La lluvia, lejos de parecerle algo deprimente o gris, le ofrecía un relajante estado de calma, porque aquella agua bajada del cielo, era la que se encargada de darle vida a la tierra.
Incluso si él no le correspondía el gesto, Luciana supo que no lo había hecho por grosero, sino porque no sabía cómo hacerlo.
Por el momento, así estaba bien.
Ella le enseñaría cómo hacerlo.
—¿Te sientes incómodo? —preguntó Luciana, sin abrir los ojos.
—No… ¿y tú?
—Estoy bien —sonrió percibiendo que ya podía dejarlo ir.
No podía robarse toda la buena energía que todavía le quedase, él iba a necesitarla esta noche. Aunque, siendo sincera, Luciana se sentía demasiado cansada como para permanecer en vela durante horas.
Mientras se iba separando, Luciana pensó en Colette otra vez. La chica era muy joven, y todavía no lo sabía, pero sus pruebas apenas habían empezado.
Cuando la muchachita le había informado sobre lo ocurrido con su hermano (algo de lo que Luciana no le había pedido detalles) dejó que la chica se abrazara a ella y llorase cuánto necesitara, porque Luciana entendía bastante bien la necesidad y el sentimiento de ahogo que provocaba no tener a nadie ni nada a lo que aferrarse luego de pasar por un momento así.
Esa noche, Luciana dejó que Colette se aferrase a ella, aun si la propia Luciana estaba más que ahogada en aquel mar profundo de dolor, tristeza y ansiedad. Sin embargo, a Luciana no le importó hundirse más con tal de que aquella pobre niña saliese como mejor pudiese de ese infierno. Porque Luciana sabía cómo era saberse completamente sola en medio de un montón de gente que sería capaz de juzgarte y luego lanzarte a las llamas del infierno antes que ayudarte.
Vaya que lo sabía.
Y si bien hoy, Luciana pudo liberar a un demonio de los tantos que se mantenían adentro de ella, eso significaba que todavía no estaba en condiciones de poder ayudar de forma psicológica a Colette tan bien como pensó en un principio. Tampoco era como si pudiese relatarle todas sus tragedias a Gateguard considerando que él tenía las suyas propias.
Por el momento, y volviendo al tema principal de esta noche, Luciana ya no le encontraba sentido hablar más sobre dos sujetos que habían sido prácticamente los culpables de sus propios homicidios bien planificados.
—Ya es muy tarde. Es hora de irnos —musitó adormecida por lo cansada que se sentía. Se separó por completo de él y le dio la espalda sin verle el rostro otra vez.
Sabrán los dioses qué tan mal se veía.
Además, si quería cumplir bien el único trabajo que le quedaba, debería lavarse la cara con agua fría para despejarse.
Parpadeando lento, Luciana fue subiendo las escaleras hacia Aries, sin embargo, de pronto, su cansancio pareció haber crecido como un titán y multiplicarse por 100 ya que en un segundo se sabía caminando y al otro, su cuerpo se había ido para atrás sin consciencia alguna.
Esto va a doler fue su último pensamiento instintivo al ya no percibir contacto con su propio cuerpo, más no sintió la caída más dolorosa de toda su vida. No sintió nada.
…
La próxima vez que Luciana abrió los ojos después de sentir que había estado flotando en la oscuridad total por algunos segundos, lo hizo con una fuerte necesidad de cumplir las necesidades básicas de un ser humano. Sin embargo, al verse en el interior del templo de Aries, tuvo que dejarse de niñerías y enfrentar al dueño de este recinto antes de hacer nada aquí.
Lo halló rápido, demasiado rápido.
Él estaba sentado en el extremo de la cama donde ella dormía; le daba la espalda, manteniéndose encorvado hacia enfrente, sus brazos estaban apoyados en sus rodillas, y ella, estaba cubierta por la misma cobija que la primera noche que pasó aquí.
«Entonces sí fue él» inhaló tranquila, todavía acostada bocarriba.
Tenía mucha sed, quería desahogar su vejiga. Pero, espiritual y físicamente, ella estaba muy en paz.
Su alma se había sentido tan calmada luego de haberle expuesto un terrible secreto a Gateguard de Aries… justo cuando apenas estaban comenzando a tratarse como seres humanos que, en serio, esperaba no haberse equivocado con su decisión.
Ni siquiera Margot, Nausica, mucho menos Colette, lo sabían.
¿Quién lo diría? Esa noche, en la que Luciana pensó que le serviría para odiar de por vida a Gateguard de Aries, fue la misma que les dio la oportunidad de explicar sus razones para actuar como lo hicieron.
Sólo los dioses sabían por qué pasaban las cosas, Luciana ya no quería esforzarse por entenderlos, sólo quería vivir en armonía con su día a día.
—¿No estás incómodo ahí? —habló con suavidad.
Miró como él, sin cambiar de postura, giraba un poco su cabeza hacia su dirección, pero no la volteaba por completo para mirarla.
—Estoy bien… —volvió su vista hacia enfrente—, ¿y tú? ¿Cómo has dormido?
Sonriendo agradecida por una consideración que no se había molestado en descubrir si él tenía o no, ella miró por la pequeña ventana dándose cuenta de que el sol ya estaba saliendo.
Se sintió culpable por haberse quedado dormida.
Había sido tan repentino. Sabía que estaba agotada, pero no al borde del desmayo.
Justo cuando deseaba no ser una carga para nadie.
—Bien —respondió apenada—, pero, lamento no haber cumplido con mi trabajo anoche.
Gateguard negó con la cabeza.
—Déjalo. Por una noche, no moriré.
—Aun así —susurró, sintiendo que, si hablaba más fuerte, se oiría como si gritase—, si quieres dormir un poco… —se fue levantando hasta quedar sentada—, aunque ya haya amanecido, yo… puedo quedarme y…
—No —se levantó como si nada—, tengo cosas que hacer.
Esperando que no sea una forma de decir que no la quería cerca hasta que fuese de noche otra vez, Luciana no protestó.
—Entiendo, ehm… —acariciando con sus manos la cama, no recordándola tan cómoda, Luciana necesitó preguntarle algo—, ¿crees que antes de irme a mi casa… pueda…?
—¿Mmm?
Ay cielos… ¿cómo rayos es que podía hablar e insinuarle cosas sexuales a este hombre y no pedirle indicaciones de dónde podría ir a vaciar la vejiga?
—Es que, quería saber… —se rascó la sien derecha con el dedo índice—, necesito… —alzó la cabeza hacia el techo.
¿Por qué diablos no le había preguntado antes?
Es decir, en las últimas semanas, empeñada en que no necesitaba saber dónde ir al aliviar sus intestinos ya que volvía a su hogar al cabo d horas, Luciana todavía no…
—¿La letrina? —atinó él.
—Sí, eso —susurró apenada por no poder decirlo. ¿Qué pasaba con ella? No es como si le preguntase por algo fuera de lo ordinario.
—Sigue el pasillo hasta la última puerta. Usa el agua azul para lavar tus manos.
—De acuerdo… gracias.
Luego de ello, él salió de la alcoba con naturalidad diciendo que iba a atender algunos asuntos en la Casa de Cáncer.
«¿Agua azul?» pensó extrañada, durante todo el camino, siguiendo la indicación.
Ignoró bien las otras puertas a su alrededor, nunca fue curiosa cuando visitaba hogares ajenos. El pasillo era bastante largo, oscuro y afortunadamente sin obstáculos que la hicieran tropezar. Pronto llegó a su destino.
Para su alivio y comodidad, Luciana descubrió que el santo mantenía su espacio bastante limpio. No tuvo que aguantar la respiración, tener cuidado de donde pisaba, ni nada como lo haría en otro lugar. Había una pequeña ventana hasta arriba que permitía la fácil ventilación e iluminación natural, de hecho, de no haber conocido el sistema de una letrina común como lo era la suya propia, ella no habría hecho nada hasta asegurarse de que estaba en el sitio correcto.
Más tarde, luego de aliviar su cuerpo y acomodarse la ropa, Luciana se acercó a un pequeño bebedero de aves cuya agua era… de color azul.
—En serio es color azul —se sorprendió notando ese tono incluso estando un poco a oscuras.
Metiendo las manos ahí, siendo que en ningún otro sitio había agua azul, Luciana dio cuenta de que esta olía bastante bien, como a una flor. No sabía qué contenía esta agua, pero la hacía fresca y limpia. Además, Luciana se maravilló al sacar sus manos y notar que sus uñas estaban más impecables que nunca.
«impresionante, quisiera tener un poco de eso para mí uso personal también» pensó sonriente, secándose el agua con la ayuda de su falda.
Salió del pasillo sin encontrarse a nadie. Caminando hasta ver la entrada de la casa, cuyas escaleras descendían al final. Luciana se preguntó cómo lucirían las otras casas de este sitio.
Según Gateguard, él estaría en Cáncer. Ese signo era el cuarto en el zodiaco, lo que quería decir que quizás no volverían a verse hasta esta noche.
«Bueno, es mejor que vuelva a casa. Él tiene muchas cosas que hacer y yo también. Todavía debo hablar con Colette» dispuesta a enfrentar un nuevo día con el pie derecho, Luciana disfrutó del calor del sol, alzó los brazos hacia el cielo e inhaló profundo, deseando poder pasar así todas las mañanas de su vida.
Al terminar de bajar las escaleras de Aries, ella se giró para admirar cómo se veía esa casa ahora que era de día y no salía con un mal sentimiento atorado en su garganta o con mucha prisa.
No iba a negarlo, ese templo era realmente una obra maravillosa.
…
Nada digno de mención ocurrió durante su caminada por el pueblo, Luciana ya se había mentalizado a que hoy su rutina iba a ser de lo más tranquila. Sin embargo, a punto de abrir la puerta de la casa, ella frunció el ceño al escuchar gritos adentro.
—¡Intrusas! ¡Intrusas! ¡Llamaré a los santos para que las saquen de mi casa inmediatamente!
Reconociendo esa voz, Luciana sintió que el corazón se le detenía.
«Ay no» pensó asustada, abriendo la puerta de la casa, la cual estaba sin el seguro de la llave.
Al pasar al interior de la casa y cerrar la puerta atrás de ella, Luciana vio no sólo a Colette, sino a Nausica y Margot, las tres estaban discutiendo con una mujer mayor que Luciana identificó al instante.
—Señora Neola —bisbiseó bastante nerviosa, en un tono bastante bajo.
—¡Luciana! —la llamó Nausica.
—¡Al fin estás aquí! —Luciana fue observada con mucho enfado por la mujer mayor.
—¡Menos mal que viniste! ¡¿Quién es esta bruja?! —apuntó Margot a Neola, quien la vio muy ofendida.
—¡Respeta, furcia de mercado!
—¡Respete para que la respeten, vieja bruja! —contraatacó Margot.
¡Mierda, mierda!
—¡Por favor, todas cálmense! —se acercó Luciana para intentar aclarar este embrollo y evitar que alguna cabeza rodase hoy.
—¡Esta señora nos quiere echar de casa, mitéra! —asustada, Colette se ocultó tras sus amigas.
—¡Quisiera ver que lo intente! —retó Margot sin saber que esta no era la casa de Luciana.
La anciana se enfadó todavía más, y Luciana se tapó la boca con la mano derecha.
Este era el fin.
—¡Estoy harta! ¡Todas fuera de mi casa! ¡Y tú, pedazo de aprovechada! —le grito la anciana, a Luciana—. ¡Ya sabía que nada bueno saldría de mi generosidad para contigo!
—Señora Neola. Buenos días, ¿tan tempano volvió de Tebas? —saludó a punto de caer en un ataque de pánico, sabiendo muy en el fondo, que de nada le iba a servir intentar ser educada o amable en estos momentos ya que la mujer a la que se dirigía tenía peor que un minotauro con una espina en el culo.
Y no se equivocó, la anciana la miró mal.
—¡Descarada! ¡Cínica! —exclamó Neola, quién para tener casi 70 años, gritaba como una mujer de la edad de Luciana—. ¡Te abro las puertas de mi casa! ¡Te doy abrigo! ¡Te doy más comida de la que necesitas! —caminó encorvada hasta Luciana mientras hablaba, dando golpecitos con su bastón—, ¡te acojo cuando nadie más lo hubiese hecho! ¡Y así me pagas! ¡Metiendo intrusas a mi casa! ¡Intrusas que me insultan bajo mi propio techo!
Viendo que Luciana no estaba replicando ni desmintiendo lo que Neola decía, Margot, Nausica y Colette, se quedaron calladas. De hecho, la menor fue la primera en enterarse por boca ajena que esta no era la casa de Luciana como seguramente pensó.
Maldita sea, ¿cómo Luciana pudo olvidar decirle a Colette algo tan importante? En todo el tiempo que habían estado hablando, ella sólo una vez le mencionó sobre la alcoba de Neola, la cual, estaba a un lado de la suya.
»¿Ves esa puerta de ahí?
»Ajá.
»No quiero que la abras; ni siquiera la toques, ¿entiendes? Es algo que jamás debes hacer, nunca. Júralo.
»E-está bien, no lo haré.
»Júralo.
»Lo ju-juro.
Fue algo que Luciana le expuso con total demanda desde el primer día, por lo que ambas habían estado durmiendo en la misma cama, en el segundo cuarto, el cual pertenecía a Luciana.
Pero, como Colette no preguntó por lo que contenía esa alcoba, a Luciana al poco tiempo se le olvidó mencionar que la misma pertenecía a Neola. La dueña de esta casa.
¡Qué estúpida era!
—Señora Neola, es todo un malentendido —insistió Luciana tratando de razonar con ella. Miró a Nausica y Margot—. Por favor, salgan con Colette.
—Pe-pero…
Como era normal, Colette se alarmó, y es que eso era porque, prácticamente, si eran echadas de aquí ya no tendrían donde vivir.
—¡Háganlo! —les espetó Luciana.
—¡Claro que se irán! ¡Y tú te vas con ellas! —explotó Neola.
—¡No! Le suplico que me deje explicarle —rogó Luciana mientras Nausica y Margot sacaban a Colette de la escena lo más pronto que podían—, se lo suplico, todo es un malentendido.
La puerta se cerró tras las chicas.
Mirándola muy enfadada, Neola gruñó, recuperando el aliento.
—No hay nada que explicar —espetó inclemente—, ¡esas mujeres no se cansaron de decir que la casa era tuya!
—Ellas no lo sabían, se lo juro —Luciana quiso acercarse, tomarla de sus anchos y arrugados hombros, y agitarla—. Ninguna de ellas vive aquí —dijo apresurada sin tomar en consideración que Colette sí lo hacía.
—¡Mentira! —Neola casi le pegó con su bastón; por suerte no la alcanzó ya que Luciana se hizo para atrás—. ¡La mocosa rubia y las otras dos furcias dijeron que esa sí vivía aquí!
No pudiendo negar que eso era cierto, Luciana se trabó con su propia lengua.
—E-es qu-que… e-ella pasaba por un mal momento y…
—¡Los animales callejeros también pasan por un mal momento, pero no me ves acogiéndolos a todos, ¿o sí?!
Claro que no, esa mujer había sido muy condescendiente al aceptar a Luciana bajo su techo, pero odiaba a los animales, sobre todo a los perros. Varias veces Luciana frustró sus planes de envenenar a los cachorros con los restos de comida y plantas venenosas. Por eso fue un alivio cuando la anciana partió a Tebas a ver a uno de sus hijos.
Se supone que volvería en una semana más… ¿o no?
¡Ay, carajo! ¡Cómo pudo haberse olvidado de la fecha en la que vendría la bruja!
Tranquila, tranquila.
Luciana pensó rápido en una estrategia para evitar que Colette y ella tuviesen que dormir en la calle.
—¡Le pido me disculpe! —se arrodilló frente a Neola—, ¡por favor! ¡Por favor! ¡Le imploró por su perdón!
La vieja bruja la miró con seriedad.
Si eran echadas de aquí, no tendrían nada. No era como si pudiesen ir a la casa de Margot o Nausica, las dos tenían sus propias vidas, y Luciana dudaba que ellas tuviesen un espacio tan grande para dos personas más.
—Ya me cansé de ti. Quiero que te vayas —chasqueó la lengua con frialdad—. Mañana vienen mis nietos y necesito la alcoba libre de tu ofensiva presencia vulgar. Tienes hasta esta noche para irte junto con esas furcias —fue lo último que le dijo antes de ponerse en marcha hacia su propia alcoba, la cual, Luciana esperaba que ninguna de las chicas (sobre todo Colette) tocase antes.
Lo último que necesitaba era que esa maldita bruja las acusase de robo.
Reprendiéndose por no haberle dicho nada a Colette cuando tuvo la oportunidad de hacerlo, y por no haber estado aquí para atender a Neola como a ella le gustaba con el fin de dejar a Luciana y la joven rubia vivir bajo su mismo techo, la mujer, muy estresada, se pasó las manos por entre su cabello.
«¡No, no, no! ¡Vamos, vamos! Piensa, piensa» Luciana se fue levantando poco a poco.
No podía quedarse en la calle.
Aunque…
La verdad, tampoco pensaba en seguirle rogando a Neola… no quería hacerlo… pero… si era cierto lo que esa bruja dijo y sus nietos iban a venir… eso quería decir que…
¡¿Eso quería decir que esa maldita momia iba a sacarla de cualquier forma?!
Apartándose el cabello de la cara, Luciana inhaló profundo.
«Maldita vieja astuta. No dejaste pasar la oportunidad» pensó con los puños apretados, viendo la puerta de la alcoba de Neola con cierto rencor.
Luciana jamás podría olvidar que Neola le había abierto las puertas de su casa cuando nadie más lo había hecho, de hecho, en ese punto la pasa arrugada tenía razón, sin embargo, Luciana tampoco había sido una total carga para ser echada de este modo.
No era por glorificarse o hacerse la mártir, pero ella nunca buscó ser una mantenida, se había buscado un trabajo rápido y con esa misma velocidad, comenzó a pagarle cierta cantidad a Neola para cubrir su estadía; incluso limpiaba la casa y hacía la comida, la cual, a veces, ella misma compraba.
Luciana se permitió meditar.
Cuando llegó aquí y Neola la recibió, le dijo que, al primer y más mínimo problema, iba a echarla de su casa, motivo por el cual, Luciana procuraba no causarle ninguna incomodidad con su trabajo como camarera en una taberna y mucho menos como "dama de compañía" de ciertos hombres, a lo largo de estos años.
¡Lo había intentado, ¿de acuerdo?! Durante 10 años, Luciana se esforzó al máximo por no tener problemas con Neola… hasta hoy. Y como la vieja se lo advirtió, tomó el primer y más insignificante problema para largarla de ahí aun cuando Luciana tenía a sus espaldas a una jovencita igual de desamparada.
Ya no lo recordaba muy bien, habían pasado varios años, pero cuando llegó aquí…
Fue una noche de lluvia en la que Luciana andaba caminando entre la oscuridad; sucia y perdida. En medio del viento frío, ella tocó a diversas puertas con el fin de conseguir un refugio, nadie la había siquiera oído debido a lo tarde que era y el ruido de la lluvia chocando contra el piso. Si alguien la había escuchado pidiendo que, por favor, le permitiesen pasar y cubrirse de la lluvia, nadie se había compadecido.
Como un halo de luz, Neola entonces abrió su puerta y luego de mirarla con lastima, le permitió pasar.
Luciana recordaba vagamente ese momento ya que luego de haber recibido una muda de ropa y una manta, pasó el resto de la noche en el piso de una vieja "bodega" que luego se transformaría en su habitación. Desde entonces, Luciana pensaba en ahorrar lo suficiente para luego dejar este lugar e irse a vivir por su cuenta, pero, debido a que sus ingresos eran mínimos y sus costos de vivienda, bastante altos, no había podido irse antes, aunque lo hubiese querido.
Ahora tampoco quería marcharse, sin embargo, Luciana sabía que Neola no iba a cambiar de opinión. A pesar de conocerse casi 10 años, esa mujer de piedra no le había tomado ningún afecto, aunque, por eso mismo, Luciana tampoco sentía ningún tipo de sentimiento positivo hacia ella salvo gratitud, por haberle dado abrigo cuando nadie más lo había hecho.
Claro que se iría.
Pero, ¿a dónde?
No lo sabía.
Sin embargo, no podía darle el gusto a la vieja de llamar a los santos de bronce o plata para sacarlas a ella y Colette de su casa.
Tenía algo de dinero ahorrado. Yendo a una posada o pidiendo asilo con alguno de los vecinos por una suma generosa, iban a poder pensar en algo para dormir bajo un techo.
De nuevo, sintió la necesidad de tratar de negociar con la terca anciana, pero volvíamos a lo mismo, Luciana ya conocía bastante bien a Neola como para saber que, una vez dictada su sentencia, no iba retroceder por mucho que le rogase. Además, debido a su estado de soltería, Neola ya la había estado fastidiando con que consiguiese un marido. Desde que cumplió los 30 años, siempre lo mismo:
»Deberías conseguirse un marido y largarte de aquí con él antes de que se te notase tu vejez.
Afortunada, pero desafortunadamente, Luciana ya se había estado preparando con un pequeño monto de ahorros de emergencia para cuando los necesitase. Ella pensó que iba a recurrir a ese dinero en caso de enfermarse o herirse de gravedad, sin embargo, ser echada de esta forma de su único refugio, también era una emergencia. Aunque lo malo aquí era que, hasta hace unas semanas antes, Luciana no había considerado compartir su dinero con una segunda persona, por lo que sus fondos no iban a durar mucho para Colette y ella misma sin un sitio donde vivir de forma permanente.
Mmm, vaya momento para haber convencido a Colette de poner en renta su antigua casa. De haber estado vacía, ahora mismo Luciana y la chica ya estarían en marcha hacia allá… mientras conseguían algo mejor.
Aunque, la verdad, Luciana se habría pensado mucho esa decisión ya que no le gustaría que Colette volviese a pisar el sitio donde fue tan maltratada.
Pensando rápidamente en sus próximos pasos, Luciana caminó hasta su (próximamente) antigua alcoba y ahí armó dos costales con ropa y pertenencias, uno, el suyo propio y el otro, de Colette.
Tardó casi toda la mañana. Estaba a punto de atardecer cuando Luciana terminó de acomodar y amarrar los costales de ropa y pertenencias pequeñas. Se aseguró de que ambas, Colette y ella, tuviesen sus cosas en orden y separadas; de hecho, Luciana aprovechó que Neola estaba en su alcoba (seguramente durmiendo luego de su viaje) y salió para tomar el único libro que era suyo del montón que extrañaría.
De hecho, salvo por el que tomó, todos los libros que se quedaban atrás; eran regalos que los hijos de Neola le habían dado a su madre, porque eran algo novedoso que no muchas personas comunes podían poseer, sin embargo, al no saber leer, y no sentir nada al respecto por considerarlo algo completamente innecesario para una mujer, Neola le dijo a Luciana que buscase en el pueblo un mueble barato donde luciesen bien como adornos, y he ahí el librero.
Muy para el pesar de Luciana, esos libros, por mucho que su dueña no los valorase como debería, iban a tener que quedarse, acumulando polvo en un viejo y barato mueble de madera.
Por otro lado, cosas como la cama, el pequeño buró, entre otras pertenencias pesadas que ella no podría llevarse cargando, pero le costó mucho poder comprar ya que Neola no iba a prestarle nada donde dormir, iban a tener que esperar aquí hasta que Luciana pudiese conseguirse un nuevo refugio.
Ni de chiste iba a regalarle nada a Neola y a sus nietos, los cuales, si Luciana mal no recordaba, ya deberían estar a punto de cumplir los 17 y 16 años. Antes de irse, tenía que dejarle en claro a Neola que esas cosas, no se iban a quedar en esta casa tampoco y que ahora ella, iba a prestarle su propiedad.
Arrastrando los pesados costales hasta la puerta de la entrada, sin sacarlas a la calle, siguió pensando en lo que iba a hacer.
Luego, más envalentada que nunca, Luciana regresó al fondo de la vivienda donde tocó la puerta de la alcoba de Neola, la cual estaba a un lado de la que había sido la suya.
—Voy a pasar —avisó luego de tocar varias veces.
Rodó el pomo e ingresó sin más.
—¿Y quién te dio ese permiso, sucia maleducada? —le reprendió la anciana, acostada en su cama; estaba despertándose—. ¡Te dije que te largaras con esas putas! Al final, eso es lo que eres también tú. ¡Largo de mi casa o alertaré a los vecinos para que llamen a los santos!
—No vine a discutir ni a rogarle por nada más. Ya me iba —espetó Luciana considerando que podía dejar de tratarla con un respeto fingido—. Sólo quería… agradecerle por haberme permitido quedar tantos años.
Neola la vio con desdén.
—Eso es lo mínimo que deberías hacer.
—También, vine a decirle que hay cosas aquí que ahora no puedo llevarme, como la cama…
—¿Qué estás diciendo? —Neola frunció el ceño.
—Y el buró…
—¡Ja! ¿Estás bromeando, cierto?
—Entre otras cosas más que deberé dejar aquí mientras consigo…
—¡No vas a sacar nada de mi casa! —le costó sentarse en la cama, pero lo hizo—. ¡Todo eso me pertenece ahora!
—Una casa apropiada —terminó de decir.
Gracias a los años viviendo juntas, Luciana ya se había esperado esa reacción. Desde el principio de los tiempos, Neola pensaba que, todo lo que estuviese en su casa le pertenecía; sin embargo, con los años, Luciana pensó que ese pensamiento iba a aflojarse, pero se equivocó; así que iba a tener que sacar la artillería pesada.
No quería estar más tiempo aquí donde era repudiada, discutiendo con una mujer que desde siempre le miraba como si fuese muy poca cosa, y tampoco iba a permitir que Colette pasase más pena oyendo a Neola, quien, sin saber su caso, la echaba como a un trapo viejo también.
—Lo haré, vendré por mis cosas —le repitió con dureza, pero sin gritar—, cuando consiga una casa propia, vendré de nuevo, y le juro por los dioses que voy a llevarme todo lo que es mío —achicó su mirada sobre la vieja—. Y para eso, no tendré problemas en llamar a un santo si es necesario.
—¡Ah! —exclamó con burla—. ¡¿Así que al fin le abriste las piernas a un hombre que puedes usar a tu beneficio?!
—Llámelo como quiera —chasqueó la lengua sin ofenderse.
Nunca fue un secreto que Neola pensaba que ella se acostaba con hombres por dinero, a veces se lo decía abiertamente, sea la hora que sea. Neola creía (más bien afirmaba) que Luciana era una prostituta por trabajar en una taberna y no centrada en buscarse un marido, sin embargo, Luciana jamás había replicado o respondido a nada de lo que la anciana pudiese decirle. Mientras viviese aquí, Luciana pensaba que aguantarle las rabietas a Neola era un pequeño precio a pagar si con eso se evitaba la calle.
Ahora que ya no viviría aquí, no tenía por qué estar soportando más sus injurias.
—Sólo le estoy avisando que hay cosas aquí que por ahora no puedo llevarme. Digamos que… se las prestaré, hasta que consiga mi propia casa —masculló aferrándose a su compostura para no soltarle una bofetada por cada uno de sus insultos.
A Gateguard de Aries le había dicho y hecho cosas peores por mucho menos de lo que le había tenido que soportar a Neola durante estos años. ¿Será acaso porque Luciana se sentía eternamente en deuda con Neola desde que la anciana la dejó dormir y vivir aquí cuando más lo necesitó?
—Te irás —le espetó Neola embravecida—, y de mi casa no sacarás ni un clavo. Ni hoy ni nunca.
—Ya veremos —masculló Luciana dándole la espalda a la anciana, maldiciendo el tener que pensar en rogarle a Gateguard de Aries para que intercediese por ella en esta situación.
¿Él lo haría?
Es decir, si…
—Eres una puta sin valor —dijo Neola antes de que Luciana pudiese irse.
De hecho, sintiendo ese golpe en su espalda, Luciana no se giró para verla.
—Cuando llegaste a mi casa, desnuda como un perro moribundo, sangrando y llorando, prometiste que nunca me causarías problemas.
—Y hasta hoy he cumplido con esa promesa.
—Mentira —le bisbiseó bastante llena de veneno—, ¿crees que tus salidas a escondidas con hombres nunca las noté? —se burló—, eres una puta disfrazada de camarera. Por todas partes de Rodorio, hay varios hombres que afirman que las mujeres de esa taberna también se prostituyen, pero tienen que pagarles más que a una furcia común. Y estoy bastante segura que tú no eres la excepción, por muy bajo que pueda ser tu precio con lo gorda y vieja que estás.
—Estás muy bien informada —sonrió ácidamente. De verdad… ¿esta mujer no le había tomado siquiera un gramo de cariño luego de tanto tiempo compartiendo el mismo techo?—, me pregunto… cuántas esposas celosas y engañadas te han dicho eso y rogado porque me mantengas lejos de sus maridos.
—¡Mujeres respetable de las que tú nunca has sabido ser parte!
Soltando una risita burlesca, Luciana apretó el pomo de la puerta.
—¿Y… debo suponer que eso también te pone celosa?
Neola sacó una carcajada.
—¿Celosa de una puta? ¡Claro que no!
—Admítelo —la miró por encima del hombro—, en el fondo de esa alma resentida estás celosa porque en lugar de ser la mujer por la que los hombres tienen que pagar por tocar, eres la mujer de la que ellos se burlan y buscan huir —la miró con una furia helada.
Así como Neola sabía muchas cosas de Luciana, ella también conocía bastante del pasado de la anciana, y el que Neola como muchas otras mujeres, fuesen engañadas por sus esposos con todo el descaro del mundo, tampoco era el gran secreto.
—Soy el tipo de mujer que pudo tener esposo e hijos, tú jamás sabrás lo que es eso —soltó Neola sabiendo que esos dos puntos podían causarle un daño emocional a Luciana.
Lamentablemente, era el tipo de dolor que provocaba a un animal salvaje moribundo y en desventaja, a encajar más sus dientes en contra de su invencible rival.
—Yo sé lo que soy. Me conozco bien —alzó el mentón con una perfecta soberbia fingida—. Por otro lado, tú siempre has sido el tipo de mujer de la que, esos hombres que pagan por putas como yo, se mofan y se aburren a los dos meses de casados. Estoy segura de que el tuyo no fue la excepción.
Y como si Neola quisiera la misma cantidad de sangre que Luciana había sacado de ella, le respondió:
—Puede que mi marido no haya sido perfecto, fue hombre y él sólo caía en tentaciones por mujerzuelas como tú. Pero, al menos yo sí pude criar a mis hijos cuando tuve el tiempo de hacerlo —siseó cual serpiente—. Sé lo que es sentirlos adentro y fuera de mi vientre. Sé lo que se siente sus abrazos y su amor, ahora soy abuela y mis nietos darían la vida por mí. Tú jamás sabrás lo que significa que tu esposo desee tener un bebé.
—Eso es verdad —Luciana sonrió fingiendo que eso último no le había afectado—, aunque tampoco es como si eso me importase —tragó saliva por su seca garganta—. Vendré por mis cosas con un santo cuando sea la hora, y espero que no tengan un solo rasguño… o piojos —amenazó con fuego en sus ojos, saliendo de golpe de esa sucia alcoba.
—¡No vuelvas a mi casa nunca más! —algo azotó en la puerta del cuarto de Neola cuando Luciana caminaba hacia la salida—. ¡Puta! ¡Puta!
Con esa palabra rezumbando en sus oídos, Luciana agarró fuerte los costales, dio un último vistazo al interior de la casa, y salió con la frente en alto, pero con una fuerte sensación de dolor recorriéndola de pies a cabeza.
Realmente… Neola había sabido dónde pegarle.
—Continuará…—
Después de que uno de mis gatos quebrase parte de la pantalla de mi computadora, luego de tirarla... caí en... algo así como en una sesión de varios días en los que no quería ni verla. Me hacía sentir muy triste y enojada. Fue un regalo de mis padres, el cual trataba de cuidar como mejor pudiese; el accidente me hirió los sentimientos y quise darme un tiempo de descanso... sin embargo a mi musa le vale un cuerno mis sentimientos y no ha dejado de azotar con ideas, mi cabeza.
Hay quienes pierden la inspiración con ese tipo de eventos, y más con el hecho de que estoy participando en el Fictober de este año y... yo... ya no sé cómo detener esa avalancha de ideas que me llegan. Es cansado y frustrante porque no puedo escribirlas todas al mismo tiempo. Y luego de ese accidente, en serio no quise tocar mi computadora, que es con la que hago mis portadas y fics, la mayor parte del tiempo.
Sin embargo, gracias a mi hermano menor, quien en mi cumpleaños me obsequió una laptop que él ya no usaba, he podido avanzar con los fics sin tener que ver mi drama del mes. T_T Ya pronto estaré mejor y seguro hasta me reiré de lo sucedido.
Además de que... admito que he estado jugando Resident Evi hasta el cansancio, ya que tengo lindos hermanos, y el que es mayor que yo me prestó ambos juegos para desquitar mis malas emociones con los zombis jajaja.
En fin.
Estando un poco mejor en cuanto al accidente, he decidido echarle ganas y sacar este capítulo.
¡Lo corregí y modifiqué demasiado!
Les cuento, en la "versión 1", Gateguard es quien abraza a Luciana en el inicio del capítulo, sin embargo, luego de leerlo y releerlo... algo no me cuadraba. En serio no. Entonces me dije: "¡pues claro, boba! Gateguard todavía no es el tipo de hombre que sabe cómo consolar a alguien", y aunque puede que se dé una idea, no es de esos que abracen como en un dorama. ¿Sí me doy a entender?
Modifiqué eso. A ver si no me quedó mal o forzado... no sé, yo digo que no.
¿Ustedes qué piensan de la reacción de Gateguard? ¿Les da buena o mala espina?
El pasado de Luciana ya lo tengo en mi cabeza, sólo me falta acomodar las piezas y listo 7w7 dudo caer en hiatus, así que agárrense.
Por otro lado, me alegra mucho que el acercamiento entre Gateguard y Luciana se esté dando de forma "realista y natural", trato de esforzarme en que no quede como tipo cuento de hadas: "se conocieron, se enamoraron y se casaron" BUAA. NO. Quiero que los dos se enfrenten a sus defectos y luego muestren sus virtudes. Siento que así es como debe de ser, sin embargo, a nosotros los seres humanos nos gusta enfocarnos más en nuestras propias cualidades y hacer de cuenta que no tenemos nuestros problemitas. XD
WENO
Ahora, en mi página de Facebook dije (hace unos días) que iba a actualizar hasta noviembre, pero no quise dejarles sin episodio. Sin embargo, creo que ahora sí voy a tardar con el que sigue... quizás venga hasta mitades de noviembre... eso con suerte y si dios quiere, yo espero que sí. Crucemos los dedos.
¡Muchísimas gracias por su apoyo y hermosos reviews! Espero me perdonen por ya no poder responderles como merecen. T_T Los amo, ya lo saben.
Como último, vayamos a lo fuerte de este fic: Neola. Sé que parece un personaje horrible y hasta novelesco... pero créanme, ese sí está basado en una persona real :( es todo lo que diré.
A decir verdad... Luciana y Gateguard no son los únicos en sacar sus demonios aquí jejejeje.
Bueno ya, por hoy es todo.
Gracias por leer y comentar a:
camilo navas, Mumi Evans Elric, Ana Nari, Nyan-mx, Natalita07, y Guest.
Nos estaremos leyendo.
Hasta el próximo capítulo. :D
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