Noche

XI

Inevitable Dolor



Bajo el sol de la mañana, Luciana iba caminando en dirección hacia la posada… con el lirio blanco entre sus manos. Iba acariciando los pétalos, mientras trataba de dejar su mente a la deriva de la nada… claro, sin éxito alguno. Porque tenía mucho qué considerar, no sólo sobre su día a día, a partir de hoy… sino con respecto a un futuro más lejano donde, otra vez, tendría que valerse por sí misma.

Luego de levantarse de la mesa, con el estómago más que lleno y feliz, y apenas bajar las escaleras de la primera casa del zodiaco, ella se acordó repentinamente que había olvidado la flor blanca que apareció anoche en su casa. Por un segundo creyó que dejarla ahí, no iba a darle ningún problema; pero luego recordó que Gateguard de Aries le dijo que la mantuviese consigo por si otra aparecía.

Mejor no correr riesgos.

Por otro lado, también pensó que la flor, al ser suya, no debería simplemente dejarla en una alcoba para que estuviese marchitándose sola, con lo bonita que era; así que Luciana fue por ella, agotándose en el proceso, por subir las escaleras, temiendo, además, encontrarse con los santos dorados en la alcoba donde ella había estado dormida, e interrumpir una conversación.

Afortunadamente para Luciana, y su misión de recuperar el lirio, ambos hombres estaban en otra alcoba más lejana ya que apenas y se oían unos murmullos inentendibles a lo lejos.

La cosa curiosa de esto fue que, cuando Luciana volvió a entrar a la alcoba y miró a los pies de la cama, notó que el baúl donde habían estado los grilletes rojos mágicos, ya no estaba ahí. Pensó en que dicho baúl estaría en alguna de las otras alcobas en el pasillo.

"Esos grilletes deben ser un secreto", se dijo Luciana, no esperando que alguno de los santos se lo repitiese en la cara.

En silencio, y con cuidado para no hacer ruido, ella tomó el lirio, que todavía estaba a un lado del candelabro con las velas apagadas, y giró sus pies en dirección hacia el pueblo, no dejándose tentar por la curiosidad que le produjo momentáneamente al escuchar al santo de cáncer decir algo parecido a: "esperemos que esto no dure mucho".

Tal vez oyó mal debido a lo poco que pudo entender de la conversación que se llevaba a puertas cerradas en alguna alcoba del templo, sin embargo, Luciana estuvo preocupada por eso ya que, como ella misma sabía, este trabajo no era permanente.

En cuanto Gateguard de Aries pueda volver a su normalidad nocturna, ella sería desechada. ¿Qué haría entonces? Una mujer mayor, sola, sin dinero, ¿cómo podría sobrevivir?

«La prostitución no está en discusión» le dijo a una parte suya que ya comenzaba a sentir el pánico; una parte que ella (haciendo uso de toda su conciencia) debía suprimir para que sus ideas, más sensatas y menos peligrosas, no se esfumasen y sus caminos, por ende, se bloqueasen.

¡Vamos! ¡Podía hacer algo más que simplemente correr en círculos!

Aunque… tampoco es como si ella pudiese exigirle al santo de aries que se hiciese cargo de su trasero hasta la muerte, eso sería una desfachatez. Una vez que su trabajo estuviese hecho, el contacto que ella tendría con Gateguard sería poco menos que cero.

En parte, maldiciendo su moral arraigada que le impedía ser una perfecta desvergonzada con el fin de no perder dinero ni un techo donde dormir, Luciana meditó en todas sus posibilidades.

Volver a la taberna también estaba por completo, fuera de discusión.

«Esto no va a ser fácil» volvió a decirse, manteniendo la mirada fija hacia enfrente.

Tendría que aprovechar este día para comenzar a buscar algo desde ya. No podía sencillamente esperar a que se le echase del Santuario para actuar.

Hasta ahora no tenía opciones precisas. Por mucho que su orgullo y vergüenza le pesasen, hablar con Mateo para que él pueda reservarle algún puesto como camarera en su restaurante, era una prioridad, porque si bien Luciana no tenía la urgencia de comenzar a trabajar desde esta mañana, le vendría bien comenzar en un mes, o dos, como máximo. O por lo menos, ya de plano, tener un futuro empleo asegurado (que no incluyese tener que fornicar con hombres) cuando Gateguard ya no requiriese de su atención.

Otra cosa que se le ocurrió mientras andaba, fue considerar la idea de preguntarle a Gateguard de Aries la posibilidad de fungir como trabajadora en el Santuario, una vez que ya no la necesitase como vigilante.

Sí…

La posible negatoria también debía ser considerada ya que todas las doncellas que Luciana vio esta mañana, eran más jóvenes que ella, por lo que, con toda seguridad, las chicas que se reclutaban para hacer las labores del sitio, debían empezar a laborar desde la niñez.

«No perderé nada con preguntárselo» pensó decidida, arrancando sin querer un pétalo del lirio. Lo dejó caer en la tierra, y siguió caminando.

Tratando de dejar el asunto de un nuevo empleo de lado… por el momento y para no estresarse de más, innecesariamente, Luciana ignoró un pinchazo de dolor en su vientre.

Inhalando profundo, ella lo adjudicó a algo normal debido a que la tarde de ayer cargó objetos pesados durante horas. No solo era el vientre, también le punzaban las pantorrillas, los brazos, las plantas de los pies… y las sienes, de tanto pensar; así que trató de deja su mente en blanco otra vez.

Al menos hoy… podría relajarse un poco, ¿no?

«Vamos, deja el estrés. Disfruta del sol» se dijo en un intento de soltar su angustia por el futuro, «trabajaste muy duro ayer, y te mereces un respiro».

Inhaló profundo y exhaló.

Poco después, Luciana intentó inhalar un poco del aroma del lirio, encontrándose con que no había nada que su nariz pudiese detectar, de cualquier forma, sólo sostenerla en sus manos le tendría que hacer suficiente bien.

Volver a casa y descansar un poco, esos eran sus únicos planes de esta tarde.

Lo que ella no sabía, es que, al abrir la puerta del cuarto, donde habitaba ella con Colette, un grupo de tres chicas se le puso enfrente.

—¡Bonitas horas para aparecer! ¡¿De dónde vienes?! —preguntó Nausica ansiosa.

—¡¿Por qué dejas a Colette sola?! —exclamó Margot, irritada.

—¡¿Me trajiste algo?! —una sonriente chica rubia también le impidió entrar al cuarto.

Frunciendo el ceño, parpadeando confundida, Luciana miró a las tres.

—¿Cómo diablos supieron dónde vivíamos? —cuestionó con seriedad, considerando lunático que esas dos ya estuviesen invadiendo su nuevo hogar.

—¿Cómo, dices? —Margot puso las manos sobre su cintura—. ¡No hemos dormido nada!

—Antes de que el sol saliese, nosotras buscamos a Colette en el restaurante donde trabaja —dijo Nausica, siendo eso lo más lógico del mundo—, esperamos hasta que ella terminó su turno y la acompañamos hasta acá.

—Sí —suspiró Colette un poco incómoda—, esperaron por horas.

—¿Horas? —frunciendo el ceño, Luciana ignoró otro pinchazo en el interior de su vientre y se adentró en el cuarto con las tres mujeres siguiéndola.

—¿Pues qué hora te crees que es? —espetó Nausica entre risas.

Acostumbrándose a la oscuridad del cuarto, Luciana se llevó la flor consigo.

—No sé… ¿el sol salió hace mucho? —todavía un poco agotada, se sentó en la cama que no estaba desordenada y se acostó, dejando la flor a un lado suyo.

—Hace muchísimo, en realidad —dijo Colette con una mirada comprensiva.

Alzando sus cejas, cerrando sus ojos, Luciana tragó saliva.

La puerta se cerró y su lado de la cama se sumió. Alguien se había sentado ahí.

—Confiesa —dijo Margot, aferrada—, esta chiquilla nos tuvo en suspenso y no quiso soltar la lengua. ¡Vamos, no nos mates así!

—Qué confiese, ¿qué cosa? —rezongó poniendo su antebrazo izquierdo sobre su cara.

—Gateguard de Aries —dijo Nausica, un poco lejos; seguro estaba cerca de la puerta.

—Y… ¿cómo por qué habría de decirles algo sobre él? —contuvo un poco el aire ante otro pinchazo en el interior de su abdomen—. Yo no sé nada.

De no ser porque estaba discutiendo con sus… amigas, Luciana habría puesto más atención a ese incómodo síntoma.

—Porque nos has tenido bajo la curiosidad por mucho tiempo —insistió Nausica—, anda, por favor. Dinos algo. Con una cosa basta.

—No, déjenme en paz —queriendo dormir otra vez, Luciana cambió de postura; se acostó de lado, dándole la espalda a Margot, quien estaba sentada al lado de los pies de Luciana.

—Bueno —rezongó Nausica—, al menos cuéntanos sobre lo qué pasó con la anciana de ayer. ¿Quién diablos era?

—Si lo hago… ¿me dejarán en paz? —gruñó un poco cansada de ser cuestionada por su vida personal.

—Sí, sí. Al menos, dinos qué pinta ella en este asunto —accedió Nausica—, ¿en verdad era su casa? ¿Qué es de ti? ¿Tu tía?

Abriendo un poco sus ojos, Luciana lo pensó. Luego, se sentó y decidió acceder a contarles esa parte de la historia, mientras Nausica y Margot la ayudaban a desempacar las pertenencias de Colette y ella misma.

No relató cómo la conoció de forma específica, sólo les dijo que, hace años, al huir de su casa (de eso Luciana tampoco habló al respecto) buscó un lugar donde pasar la noche. Nadie accedió a darle acogida, hasta que Neola abrió la puerta y la dejó pasar.

—Dijo que al menor problema me echaría —musitó Luciana doblando con cuidado su ropa interior.

—Y vaya que lo cumplió —comentó Nausica, haciendo una mueca de desagrado.

Aprovechando que el tema de Gateguard de Aries ya no estaba flotando en el aire, Luciana les comentó a las chicas algunas cosas que ella vivió en esa casa.

Por ejemplo, de los momentos en los que ella tenía que evitar hacer ruido, cada madrugada, al volver de una difícil jornada laboral, para no despertar a la anciana, quien ya de por sí la tachaba de prostituta por trabajar en la taberna por las noches. También, les habló del hecho que, al salir rápido la tarde de ayer, había dejado en aquella casa algunas pertenencias suyas, como la cama. Además, les narró uno que otro recuerdo chusco en el que la anciana no salía bien parada y las demás se rían a sus costillas.

—No puedo creer que hayas soportado a esa insufrible vieja por más de cinco años —comentó Colette con profundo hastío—. Suena horrible.

Bueno, considerando que Colette había vivido con el imbécil de su hermano hasta que Luciana la extrajo de ahí…

Luciana meditó que, al final, cada quien se acomodaba al infierno que, gracias a las Moiras, le tocaba.

Permaneciendo seria, bajo ese pensamiento, Luciana no le respondió nada a la chica. Sería muy inapropiado de su parte ya que no sabía la historia completa de Colette, y era más que claro que su razón para no abandonar a su tiránico hermano por voluntad propia, había sido el miedo.

Ella, por su lado, se quedó con Neola por comodidad… sí, porque dentro de lo que cabía, Luciana había estado cómoda ahí. Su otro infierno había sido muchísimo más tortuoso, y durante años, pensó que la anciana no era la peor cosa que le había tocado en la vida… al menos, Neola no era nada suyo y no tenía un porqué para ser amable con Luciana.

La joven mujer pelirroja rompió el silencio en el que todas se habían sumido, por un rato.

—Mujeres como ella hacen que el trabajo de las prostitutas sea más fácil —dijo Margot con resentimiento, ayudando a Colette a tender su cama.

—Aun así, no es como si pudiésemos irle a gritar por echar a Luciana y Colette… esa era su casa. Tú debiste haber dicho algo, por lo menos a Colette —le musitó Nausica a Luciana, bostezando, debido al cansancio que llevaba cargando desde hace horas.

—Lo sé, lo sé… lamento no haber actuado como era lo correcto, pero…

Ninguna replicó más. Todas comprendieron que la situación en la que se habían envuelto Colette y Luciana, había sido ya de por sí, muy difícil.

Recordando anécdotas de sus momentos juntas en la taberna, también uno que otro chiste sobre la misma, y algunos planes que Nausica y Margot tenían con respecto a sus caminos, como buscar buenos partidos antes de cumplir los 25 años, el grupo de cuatro salió de la posada para ir a comer algo ligero y seguir pasándola bien como amigas.

Poco más tarde, Nausica y Margot se fueron a sus casas para descansar; Luciana y Colette se regresaron solas a la posada. En el camino, Luciana le relató a la chica lo que la dueña de la misma sabía con respecto a ellas.

La última vez, fueron echadas de su hogar por un malentendido gracias a la poca información; Luciana no quería que cometiesen el mismo error. Y, de hecho, Luciana le dio las gracias a Nausica, mentalmente, por recordarle que había sido culpa suya el que Neola haya sido una sorpresa para Colette.

—Así que… somos primas lejanas —dijo Colette sonriendo pícara, luego de que, al llegar a su cuarto, Luciana la pusiese al tanto de todo lo ocurrido con la dueña. Incluso la parte de mudarse a otra alcoba más barata, el mes próximo.

—Sí… lo sé, las mentiras son malas.

—Admítelo, mitéra… eres algo hipócrita —se rio Colette.

—Sí… eso ya me lo habían dicho antes —con los ojos entrecerrados, ella pensó en Gateguard de Aries, el día en que se llevó a cabo la cremación.

El primer paso era aceptarlo, ¿no?

Sintiéndose bastante satisfecha por la comida, pero todavía muy cansada, Luciana se acostó de vuelta en la cama, considerándose afortunada por no haber sido cuestionada por la flor que había traído consigo y permanecido ahí.

—Pero… al final eso no es tan malo. Esas pequeñas mentiritas nos ayudaran a tener un sitio decente donde dormir por alguna temporada —con un ánimo envidiable, Colette se sentó en su propia cama, agregando con cierta picardía burlona—: al menos en mi caso —chasqueó la lengua—. Yo sí duermo en mi cama.

—Colette —advirtió Luciana, no queriendo escuchar más tonterías sobre que ella y Gateguard de Aries sostenían algún tipo de estúpido romance.

—¿Qué? ¿Acaso me equivoco? —se acostó también sin borrar esa sonrisita de la cara—. No sé qué hayas pensado tú, mitéra, pero yo me refería a que tú no duermes en tu cama, ya sabes… esa, la que dejaste en la casa de esa vieja bruja.

Torciendo un poco los labios, Luciana se dijo que ella no era tonta, y Colette tampoco; ambas sabían lo que la más joven quería decir con esas palabras y esa actitud socarrona.

Mas, sin embargo, la mayor no quería seguir dándole cuerda a esa tontería de adolescentes. Estaba agotadísima.

—Colette —pero antes de dormir, Luciana tenía una pregunta importante que hacerle a la chica—, ¿les dijiste a Nausica y Margot algo sobre lo que pasó anoche con el santo dorado? —se refirió a Gateguard de ese modo para evitar darle más indicios "sin sentido" a Colette de que ella pudiese sentirse en confianza con él, aunque así ocurría.

Ambos se relacionaban mucho mejor a comparación de los primeros días cuando se conocieron, pero no quería decir que estuviesen a pocos metros de un compromiso fuerte. A Luciana, le bastaba con hacerse su amiga.

—No —resopló la chica, como si lograrlo hubiese sido toda una misión casi imposible para ella—, me dijiste que no lo hiciera, ¿recuerdas?

—Sí, lo recuerdo. Pero… parecían muy insistentes.

—¿Y cómo no? —preguntó son sarcasmo—. Ese hombre nos sacó de la taberna, y le dijo a Elma que Cosmo no debía buscarnos, era más que obvio que ellas se sintiesen y actuasen así.

—Entiendo —masculló agotada.

Necesitaba mantenerse así, quieta, acostada. Había comido demasiado y su estómago se sentía a punto de reventar.

—Mitéra, ¿estás bien?

—Sólo cansada —masculló Luciana—, dormiré un poco, ¿de acuerdo?

—Está bien —diciendo eso, Colette se levantó y puso una mano sobre la frente de su mitéra.

—¿Colette? —Luciana abrió sus ojos para verla.

—Nada —dijo rápido, apartándose con pena—, sólo quería… ya sabes; ver si tenías fiebre, pero no la tienes.

Conmovida, Luciana le sonrió.

—Qué linda eres.

—N-no es nada —desvió la mirada, sonrojándose—. Mmm… mientras tú duermes, yo iré al pueblo por algunas cosas que podamos tener aquí, como una cacerola, por ejemplo.

—No podemos permitirnos eso todavía —dijo soñolienta.

—Tampoco podemos permitirnos comer afuera todos los días —respondió con bastante lógica—. Tengo algo de dinero ahorrado… y recuerda que mi jefe se preocupa por ti.

—¿Mateo? —al escuchar eso, Luciana se sentó para ver a Colette con duda—, ¿él sabe que vivimos en una posada?

Haciendo una mueca incómoda, Colette suspiró.

—Sí… pero no fue culpa mía, yo no dije nada —la miró implorando piedad—, Nausica y Margot no estaban nada tranquilas cuando me encontraron, y se les fue la lengua cuando me preguntaron dónde íbamos a vivir ahora que nos habían echado. Él las oyó porque estaba cerca.

—Genial —dejándose caer en la cama de nuevo, Luciana trató de no molestarse con las chicas.

De cierto modo las entendía, ellas estaban preocupadas, y eso a Luciana debería darle algún tipo de gusto, pero de verdad, no le agradaba que ellas anduviesen por ahí gritando sus males en público.

—Mateo me retuvo y me preguntó si eso era cierto. No puedo mentirle a mi jefe, él es uno de los pocos que nos descubrirían rápido —se excusó, con culpa—. Antes de que me fuese, me dijo que pasara esta tarde por algunos trastos viejos que podríamos utilizar mientras nos acomodamos en nuestro nuevo hogar.

Agradeciendo el buen gesto, pero no agradándole nada sentirse en deuda con Mateo por su consideración, Luciana se pasó las manos por la cara; estaba… no molesta, ni siquiera irritada o estresada… estaba…

¿Avergonzada?

No lo sabía con certeza.

—¿Estás molesta? —Colette susurró.

—No —respondió sin quitarse las manos de la cara, acostándose otra vez—. Es sólo que no tenemos cómo pagarle esto a Mateo. No quería que se molestase por nosotras, ya le debemos mucho —insistió Luciana al borde del sueño.

—Mmm, él dijo que dirías algo así —musitó sonriendo—. Me dijo que te pidiese que no te preocupases por nada; además, si te sentías así, él me podría ir descontando el costo de los trastos de mi próxima paga. Fue bastante amabl…

Como quien apaga una vela, Luciana ya no escuchó más. Se durmió.

Más tarde, sin ser del todo consciente, que se había quedado agotada sobre su cama en medio de su plática con Colette, ella abrió un poco los párpados para volverlos a cerrar; en medio de la noche, y unas velas encendidas para contrarrestar la oscuridad.

El sonido que la trajo de regreso, fue el de unos toques suaves a la puerta, los cuales se repitieron segundos posteriores.

Negándose a despertar por completo, ella se removió un poco y escuchó a Colette caminar hacia la puerta para abrirla.

—Buenas noches, señor —la oyó susurrar—, ya la despierto —pausó un rato antes de volver a hablar—. Eh, sí… está dormida. Llegó muy cansada, penas comimos algo y cayó rendida.

Removiéndose otra vez, Luciana se llevó las manos a la cara.

—Ah, mitéra —dijo Colette.

—¿Qué pasa? —masculló tallándose los ojos, abriéndolos con esfuerzos. Ya se sentía bastante descansada, pero resentía un poco el frío de la noche también, lo que le impedía levantarse de la cama.

—Cómo que, ¿qué pasa? Ya vino por ti.

Tardando un poco en reaccionar, Luciana se sobresaltó, despertándose en un cuarto oscuro apenas iluminado por un par de velas en un pequeño buró, frente a las camas.

Su cerebro estaba tan dormido todavía, que ya no recordaba si ese mueble había estado ahí antes o no.

—Ay no, ya es muy tarde —sin saber que su cara estaba un poco hinchada y roja, se paró de la cama rápido, buscándose una muda de ropa.

Colette la dejó moverse, sentándose en su propia cama, para no estorbarle.

—Tranquila, dijo que esperaría —con los ojos, señaló la puerta.

Sin embargo, Luciana no paró de correr hasta que pudo cambiarse el vestido de ayer y lamentar no haber podido darse un baño en el río antes de ponerse a dormir. Diablos, eso era incómodo.

—¿Estarás bien? —le preguntó Luciana, preocupada, a Colette, ya lista para irse con un nuevo cambio de vestido.

—Sí, sí, ya he ido a la letrina y no saldré de aquí hasta mañana.

—Bien, no olvides…

—Mantenerme alerta —terminó la oración, acomodándose para dormir—. Ve tranquila.

Tallándose los ojos una última vez, lista para irse, Luciana notó que, en ese pequeño buró del cuarto, donde estaba un candelabro con dos velas viejas y pequeñas, se hallaba un pequeño florero de cristal, bastante sencillo, con su lirio en él. En el florero también había agua para evitar que la flor se secase tan pronto.

—Eso es…

—No fue caro, si eso te preguntas —dijo Colette, poniéndose la cobija encima—. Pienso que a nuestro nuevo hogar le viene bien algo de personalidad positiva. Se ve bien, ¿no?

—Sí… se ve bien —respondió sonriéndole a la chica—, nos veremos mañana. Levántate para que cierres bien la puerta.

Dándose cuenta que se había olvidado de eso, Colette se quejó, ya que se había acomodado en su cama, sin embargo, hizo lo que se le dijo.

Preparada para una segunda noche donde tendría que permanecer alerta ante cualquier cambio en el actuar en los sueños de Gateguard de Aries, Luciana lo encontró afuera del cuarto, recargado en la pared, mirando al frente, a la nada. Al mismo tiempo, se escuchó cómo Colette aseguraba la puerta con los seguros.

—Ya estoy lista, perdona la demora —se apartó un poco el cabello de la cara para recibir el aire fresco nocturno.

Él la miró de reojo, sin verse molesto o impaciente.

—No pasa nada.

Cuando se acercó a ella y la alzó en brazos como siempre, Luciana hizo una mueca; soltando un suave quejido involuntario. Su vientre punzó fuerte.

—¿Te hice daño? —preguntó él extrañado.

—No… está bien —respondió tomándose su tiempo, un segundo, el cual bastó para hacer el viaje, para llegar a una conclusión rápida.

Su vientre dolió otra vez, cuando él la bajó.

¿Sería acaso?

Luciana tragó saliva.

«Ay… no, qué no sea eso» pensó temiendo saber a estas alturas, lo que estaba produciéndole esas molestias.

—¿Segura que estás bien? —preguntó Gateguard, viéndola sujetándose el vientre—. ¿Te duele?

—Ehm… —dudosa, Luciana comenzó a maldecirse por no haber traído unos paños de emergencia por si las dudas—, sí… eh, no —respondió a su última pregunta, rápido—. Yo… estoy bien. Ya… vamos a dormir.

Aprovechando su viaje común a la letrina, el cual hizo, primero que nada, Luciana quiso comprobar si sus sospechas eran ciertas. Sin embargo, imposibilitada de la vista gracias a la noche y la ausencia de la luz de una vela, Luciana se dijo que entre sus piernas no había nada… preocupante, por limpiar, además de la orina.

Para asegurarse, se llevó dos de sus dedos adentro de su intimidad para luego olfatearlos.

Nada.

Rogando porque esta noche se mantuviese todo en orden, ella se limpió, se lavó las manos y salió de la letrina en dirección a la alcoba. Todavía con un semblante preocupado. Una vez adentro, se encontró con que Gateguard ya estaba listo.

Él tenía los grilletes en sus tobillos y muñecas, y usaba una muda diferente de ropa, aunque la playera y el pantalón sólo fuesen distintos a los otros, de la noche de ayer, por el color.

—Te ves adolorida —señaló él, mirándola con atención.

—¿Tú crees? —sonrió nerviosa, tragando saliva. Se apresuró a quitarse el vestido exterior y quedarse con el blanco.

¡Blanco!

¡Qué-puta-perra-maravilla!

Frunciendo el ceño sobre ella, el hombre de rojo ladeó un poco la cabeza.

—Sigues sosteniendo el vientre —como si estuviese estudiándola, Gateguard no se movió de su sitio con el fin de seguirla… ¿investigando?

Queriendo dejar ese tema en paz, y alzando la cobija para meterse en ella, dándole la espalda, Luciana respondió de manera tajante:

—No es nada para preocuparse… son… sólo… pequeñas molestias.

Él alzó una ceja.

—¿Pequeñas molestias? —sonó curioso.

—Sí. Déjalo ya —resopló negándose a decirle más, pensando que, si en esta ocasión se esforzaba por permanecer acostada así, de lado… no tendría por qué preocupare por manchar telas que no eran suyas a mitades de la madrugada… si es que era lo que Luciana se imaginaba que eran estos malestares.

Si algo salía mal, ojalá que su estrategia funcionase.

«Vamos, sólo espera hasta mañana» le pidió a ese algo que la molestaba cada cierto tiempo, cuando Luciana menos se lo esperaba.

Carajo… este era un momento por mucho, demasiado inoportuno.

—Está bien —dijo él, sin moverse.

Al cabo de un rato en silencio, Gateguard se acomodó en la cama, a medida que iba relajándose.

Deseando que esta noche fuese más tranquila que cualquier otra, Luciana agradeció haberse quedado dormida en su cama el tiempo suficiente para permanecer en vela y vigilar… no sólo a Gateguard, sino también a sí misma.

Hizo un ruido involuntario cuando su vientre se contrajo otra vez.

Sí, era lo que se temía.

Luciana apretó los dientes.

¿Por qué ahora?

¡¿Por qué ahora?!

Tragando saliva, rogando, sintiéndose impaciente, porque aún hubiese tiempo para despertar a Gateguard de sus pesadillas, y volver a la letrina a comprobar que todo en su intimidad estuviese limpio, Luciana no encontró momento para pegar los ojos.

Dudaba incluso poder cerrarlos, aunque no hubiese dormido esta tarde.

Sin embargo, la espera por despertar a Gateguard le pareció, en esta ocasión, insoportable. Sabía que no había pasado mucho tiempo desde que los dos se acostaron, pero…

«Por favor, por favor… aún no», nerviosa, cerró sus piernas con fuerza.

Ojalá tuviese control sobre aquello como lo tenía con la orina, pero no lo tenía, y cada vez que pasaba, hacía hasta lo imposible por nunca evidenciarlo ante nadie.

Evitaba salir de casa, evitaba usar prendas claras, y evitaba no bañarse.

Entonces, una idea vino a ella. ¿Podría levantarse un momento, alzarse el vestido aquí en esta alcoba, donde la luz era bastante buena y revisar su ropa interior sin que su compañero de cama se diese cuenta?

No es como si Gateguard…

«Auch» se contrajo ante un nuevo espasmo incómodo.

No es como si él no la hubiese visto desnuda antes.

¡No es lo mismo!

Quizás no lo era. Pero no tenía otra elección.

Demasiado nerviosa, Luciana se relamió los labios.

«Vamos, Gateguard. Si vas a necesitar que te despierte, hazlo ya… por favor» no era su estilo desearle un mal sueño a nadie, pero… maldición, maldición…

Quedándose helada, Luciana sintió algo cálido salir de su intimidad y resbalar lentamente entre los pliegues exteriores de su entrepierna, para luego esparcirse por el interior de sus piernas.

Se levantó rápido de la cama.

Debía tener cuidado.

No debía manchar nada.

Permaneció de pie, esperando que él se mantuviese así, dormido y quieto. Aunque ni siquiera lo miró para estar segura de eso. Luciana se preparó para actuar. Estaba muy preocupada.

Reteniendo aire en los pulmones, Luciana le dio la espalda a Gateguard y, con la cara roja por la pena, se alzó con lentitud la falda del vestido para mirar su ropa interior y comprobar sus sospechas.

—Ay no —musitó demasiado nerviosa, viendo cómo el rojo oscuro se esparcía por su ropa y su piel.

Más agobiada de lo que necesitaría, ella se bajó la falda con un preocupado suspiro.

¿Qué haría ahora? ¿Qué haría? ¡Toda su ropa era blanca! Sí… era. ¡Ya no lo era!

No tenía paños limpios para retener la sangre, mucho menos algodón para meterlo y contener el flujo. Tampoco tenía una muda de ropa para no preocuparse por andar caminando con la ropa manchada el día de mañana. Lo peor… lo peor es que su flujo de sangre estaba siendo abundante.

Sintiendo un poco de cosquillas en sus piernas, bajó la cabeza para mirar con miedo cómo dos hilos de sangre iban bajando por sus tobillos hasta caer al suelo y delinear los bordes de sus pies.

¡Ay no! ¡Ay no!

Por inercia alimentada con el espanto, Luciana, usando sus manos, metió la falda blanca del vestido hacia entre sus piernas para limpiar la sangre que se estaba escapando de su cuerpo. Al hacer presión, detectó que el líquido estaba mojando sus manos también. De hecho, no estaba siendo algo tan grave, pero en su impresión y calor del momento, ella ya no supo cómo reaccionar.

Se quedó quieta, pensando en mil y una formas de cómo proseguir.

—¿Estás sangrando?

Tragando saliva, conteniendo el aire en sus pulmones con fuerza, y no dejando su posición casi encorvada hacia delante, con sus manos entre sus piernas, tratando inútilmente de no seguir manchando el piso, ella esperó, una, de dos cosas:

1.- Asco.

2.- Indiferencia.

Las creencias locales decían que, si una mujer sangraba, era algo bueno ya que su cuerpo acumulaba más líquido vital de lo normal y si no la sacaban en tiempos específicos, podría ser peligroso para su salud; además, algunos otros, más dados a las leyendas, predicaban que esa sangre era un lazo de unión entre las mujeres, como seres humanos, y los dioses; un pequeño sacrificio que se hacía en honor a ellos.

Sin embargo, bajo la mesa, muchos hombres repudiaban y se escandalizaban cuando una chica sangraba por su intimidad; algunos ignorantemente decían que eso era un castigo; otros juraban que el sangrado de una mujer era de mala suerte, o un indicio de que dicha mujer era muy impura y dada a los placeres sexuales en exceso.

Esos últimos motivos eran por los cuales, ninguna mujer era capaz de hablar de esto bajo la luz del sol; cuanto menos si había hombres cerca.

Luciana no quería recordar cómo había sido su juventud en estas fechas.

Aproximadamente entre los 12 y 13 años, cuando recién comenzó. Sangrando, adolorida y asustada, en compañía de su madre, quien, enojada, le lavaba afuera de la casa y le decía con severidad que nunca, jamás, en su vida, debía mostrarle a su futuro esposo que estaba haciendo esto.

Además, con los años, Luciana había descubierto que el sangrado de una mujer para un hombre, era algo tan tabú que rayaba en lo criminal. Por mucho que algunos no tuviesen problemas con ello, algunos otros, lo consideraban algo nauseabundo como cagarse encima.

¿Cómo arriesgarse a saber cuál era cuál?

Luciana trató de mantener a raya sus recuerdos, pero no pudo. ¿Cuántas veces ella misma había sido mandada a dormir en el suelo para que no ensuciase nada?

—Oye —los dedos de él, le tocaron con suavidad el hombro.

Permaneciendo muy adentro de sus recuerdos de la niñez, Luciana se petrificó.

Ella no reaccionó de ninguna manera cuando Gateguard de Aries dejó de intentar hacerla hablar y caminó directamente para verla a la cara. Su mirada perdida, perdida; y sus manos temblorosas, estaban aferrándose sobre su entrepierna, queriendo ocultar lo obvio.

Gateguard hizo un gesto pensativo antes de volver a hablar.

—Ven —le costó un poco, pero Gateguard logró que Luciana (todavía sin decirle nada) se dejase guiar con su mano sobre su tensa espalda, para ir con él afuera de la alcoba.

Con cuidado, lentitud, y sin alterarse o gritar por el desastre en el piso; cuanto menos rehuyéndola como si tocase un pedazo de mierda, Gateguard de Aries encaminó lentamente a Luciana por el pasillo hacia un cuarto lejano, distinto al de la letrina.

Ayudándose con su mano derecha para enfocar su cosmos e iluminar el sitio, mientras que con la izquierda incitaba a Luciana a no dejar de caminar, el santo la dejó en medio del interior de un cuarto grande, que parecía estar casi vacío, con el fin de ponerse a dar iluminación alrededor y mostrarle a Luciana que este sitio no podía ser dado a cualquier persona.

Ella oía a agua caer por unas rocas, por la oscuridad no pudo ver exactamente dónde estaba, hasta que él le mostró, poco a poco, algo increíble.

Cuando Gateguard se puso a caminar alrededor del cuarto, encendiendo diversas velas puestas en dos, puestas en candelabros que se hallaban ajustados a las paredes, Luciana parpadeó y miró que estaba en una gran habitación con un enorme estanque de agua al fondo.

Frente a ella, una pequeña cascada de agua iba bajando por varias rocas hasta un gran espacio cuya profundidad era la adecuada para una… o muchísimas personas.

—Necesitas agua caliente. ¿Te duele mucho? —le preguntó él luego de terminar por iluminar el sitio, volviéndose hacia ella.

Embobada por lo que sus ojos presenciaban, Luciana asintió a su pregunta, sin dejar de presionar su entrepierna. Luego, lo miró sin decir nada, cómo él iba hasta el borde de aquel conjunto de agua, arrodillándose.

Su mano izquierda entonces se iluminó otra vez; metió con lentitud el dedo índice adentro del ya mencionado estanque rocoso, perfectamente cuidado y limpio, para que luego el agua comenzase a calentarse hasta sacar vapor.

—Ven, siéntela. ¿Está bien así?

Mirándola como si hacer eso fuese algo muy normal para él, Luciana frunció el ceño.

—¿Q-qué dijiste? —musitó cuando él se levantó y tomó una de sus ensangrentadas manos, guiándola al agua—. E-espera de-debo la-lavar…

El agua haciendo contacto con su piel, la calló. Ambos miraron cómo la sangre que se había quedado en sus dedos, iba yéndose poco a poco hacia una pequeña apertura en la esquina de la izquierda, al fondo.

—¿Está bien?

Adormecida por la relajante sensación del agua caliente, ella asintió.

—Sí.

Soltándola, Gateguard se incorporó.

—Bien, entonces métete —dijo con sencillez, caminando hacia la salida del cuarto.

—¡Espera!

Ambos se dieron la vuelta para verse; Luciana ya se había enderezado, y su vestido, por la parte de enfrente, estaba completamente manchado de sangre.

—¿Dijiste que me meta ahí? —parpadeó confundida.

—Sí, te hará bien —dijo sin mirar la ropa sucia de ella.

¿En serio no estaba asqueado? ¿Ni siquiera un poco?

—Pe-pero…

Él inhaló y exhaló profundo.

—Si no quisiera que usases el agua, no te habría traído hasta aquí. Métete, en serio.

—Pero… —bajando la cabeza, Luciana se dijo que ella no era de naturaleza tímida, pero esta situación no era la más cómoda y la superaba—, la sangre podría ensucia…

—Escucha, sé que esto debe ser difícil e incómodo para ti, sin embargo, eso no te quitará el dolor que has de estar sintiendo —luego, se señaló con su propio dedo índice—. Hablas con un hombre que ha visto demasiada sangre en su vida como para escandalizarse por algo que es tan natural como respirar. Además, sirvo a una diosa, es claro que no soy un perfecto ignorante respecto a esto, y por la sangre… ¿en serio debo decirte que no es la primera vez que alguien entra aquí sangrando?

Yendo hasta un pequeño mueble en la pared derecha, Gateguard sacó un montón de paños y toallas oscuras.

—Seguro no has de tener ropa para cambiarte, veré que puedo conseguirte; tú… tómate tu tiempo.

Dejó lo que había sacado en el mueble y salió del sitio.

Al cabo de un rato, dejando escapar el aire que sus pulmones se habían esmerando en retener, Luciana se miró la ropa y sus mejillas se encendieron un poco.

Mejor hacía caso.

Se desprendió del vestido, se bajó la ropa interior y miró qué tanto se había manchado con la sangre que había salido de su vagina.

Metió dos dedos adentro y sacó de su interior, un coágulo. Hizo una mueca, esperando no dejar demasiado sucio ese estanque tan bonito.

Metió un pie y luego el otro. Había unos útiles escalones en el interior, los cuales ella usó para ir descendiendo hasta que pudo sentarse en uno de ellos y relajarse como nunca en su vida.

—Qué alivio —susurró sintiéndose bastante mejor.

Alzó la vista al techo, viendo el humo perderse arriba. Luego, mientras usaba sus manos para tallar sus piernas y pies, Luciana echó un vistazo curioso hacia los candelabros con las velas; contó un aproximado de siete velas en cada una de las dos paredes que tenía en ambos lados únicamente. Encontró unos pequeños compartimientos hasta arriba, en las dos esquinas de enfrente, por donde el vapor se iba.

Más tarde, se Luciana tomó su tiempo para tallar su cuero cabelludo, axilas y costados, para analizar aquella cascada en miniatura que no dejaba de proporcionar agua limpia.

Echando su cabeza hacia atrás, acostándose sobre los escalones, permitiendo que su cuerpo se relajase un poco más con la temperatura del agua, Luciana cerró los ojos casi al mismo tiempo que escuchó un par de toques en la puerta.

—Pasa —dijo lento y confiada, sabiendo quién era la persona que iba entrar.

—Sólo vengo a dejarte algo de la ropa —dijo Gateguard, caminando hasta el mueble donde había dejado los paños y toallas para que se secase—. ¿Te sientes mejor?

—Mhmm… mucho mejor. Te lo agradezco —sin abrir los ojos, ella se llevó sus manos hacia su vientre luego de sentir cómo un espasmo, menos fuerte que los otros, le hizo contraer los dedos de sus pies.

—¿Pasa algo?

—Ya no duele tanto —dijo, esperando no ser muy atrevida en su declaración.

—Entiendo, ¿necesitas quedarte un rato más?

Abriendo un poco los párpados, ella esperó no estarse aprovechando demasiado.

—¿Puedo?

—Sí, sólo… tendría que calentar el agua otra vez para que no se enfríe tan pronto.

El tono en su voz la hizo pensar, ¿sería necesario que ella saliese para que él no se sintiese con la presión de tener cuidado para no cocinarla?

—¿Debo salir? —dispuesta a hacerlo, ella se sentó en el escalón donde estaba, cubriéndose los pechos con sus brazos. Se giró hacia él para notar que Gateguard había desviado los ojos hacia una pared cuando ella se volteó.

—No… es solo que… ya sabes.

Queriendo mantener las ridículas palabras de Colette lejos de su cabeza, así como hacer caso omiso a sus ansias por reírse de lo enternecida que estaba por su consideración, Luciana se volvió hacia enfrente.

No quería que él se sintiese con el temor de que ella jugaría con sus principios de caballero. Porque… admitámoslo, si él fuese como la mayoría de hombres que Luciana había conocido anteriormente, Gateguard la hubiese echado de su casa; la hubiese mirado con asco, incluso; pero no, él estaba ayudándola, a sentirse mejor, y a limpiarse.

Ella de verdad no estaba acostumbrada a tales gestos de amabilidad; menos viniendo de un hombre cuyo historial de asesinatos en nombre de la diosa de la justicia, habría de ser bastante larga. Luciana no quiso pensar de un modo equivocado, pero a veces los sentimientos eran estúpidos y sordos a la razón.

Sonriendo, dejando que la dulzura que sentía en su alma se mostrase abiertamente en su rostro, ella no pudo evitar que su corazón latiese rápido. ¿Alguna vez eso le había pasado? No sabría decirlo con certeza.

—Me cubriré bien —prometió, mirando que, permaneciendo sentada, y con sus brazos y sus piernas junto a su torso, sería más que suficiente para evitar incomodarlo con su desnudez.

—De acuerdo.

Cada paso que él dio hacia su dirección, la puso nerviosa. Era como ser… no, sencillamente no podía comparar este sentimiento con ningún otro de su pasado. No estaba excitada, ni temerosa, ni siquiera apenada. Se sentía… inquieta, y no en un mal sentido. Era extraño. Ella no sabía cómo describirlo, pero sabía que no debía dejarse llevar así.

Diablos, ¿por qué no podía comportarse como una mujer ordinaria? Ella ya no era una chiquilla para estarse sonrojando por este tipo de acercamientos; además, además… ¡él ya la había visto desnuda una vez! ¿Por qué no podía calmarse?

Mirando por el rabillo de su ojo, derecho, cómo él se arrodillaba una vez más para introducir tres de sus dedos al agua, devolviéndole a la misma una temperatura, agradable y cálida, del principio, Luciana sonrió todavía más.

Su cuerpo estaba temblando un poco, pero no por el frío; de hecho, se encontraba bastante cálida y cómoda. Su piel no estaba obedeciendo a la cordura, anhelaba algo; sin que Luciana pudiese impedirlo, cada centímetro de su carne se erizó al percibir a este hombre tan cerca… pero tan lejos al mismo tiempo.

—De nuevo, gracias —bisbiseó volviendo su mirada hacia enfrente, esperando que él no la haya notado.

Dado a que el cabello rojo en la cara de Gateguard le impidió verle el rostro, no supo si había sido descubierta o no.

—No es nada —respondió, levantándose para marcharse otra vez.

Apenas la puerta sonó, avisándole de su soledad, Luciana se preocupó cuando se oyó a sí misma suspirando, no por el agua ayudando a su cuerpo, sino por algo más.

Cerró sus ojos; selló su boca con fuerza, y se concentró en lavarse; esperando; rogando; porque al salir del agua, su mente no siguiese maquillando tonterías.

Gateguard de Aries había sido considerado con ella… nada más.

«Ni se te ocurra malinterpretarlo» se dijo varias veces; «ya estás demasiado vieja para creer en fantasías».

Vieja.

Sí… Luciana ya estaba vieja para pensar así; y también, para creer que su valía como mujer sería la suficiente para tentar a un hombre como él que, seguramente, ya había tenido la oportunidad de compartir el lecho con damas más guapas que ella.

Enfocándose en la sensación del agua caliente, Luciana siguió bajándose de aquella nube de ilusiones a base de duros hechos que le daban un mensaje claro como lógico: "si él es amable contigo, es porque él es así, no porque le gustes como mujer. Punto".

—Continuará…—


Volvemos con otro episodio del fic. ¿Qué tal? ¿Les gustó?

¿Saben? No he visto casi ningún fic que exponga el tema de la menstruación, de forma abierta. Obvio, para cada mujer es diferente... el como lo pasa Luciana, es parte "vivencia personal" y parte "vivencia personal de una mujer cercana a mí".

He leído cómo era en la antigua Grecia, un poco, por lo menos, ¡y madre de dios! Al menos ellas la pasaban más o menos estable; pero lo que era en otros lugares como India y China... ¡dios mío! Qué penuria ser mujer y estar rodeada de tanta ignorancia; incluso leí que en algunos sitios mandaban a las mujeres a dormir en ESTABLOS porque se creía que la sangre menstrual era "venenosa" o de mala suerte. T_T Qué horrible.

Bueno, insúltenme si quieren, pero yo creo que a estas alturas, el tema de la menstruación ya no debería ser algo tabú ni "satanizado", menos censurado por ser "indebido".

Caballeros que leen fics y no sabían más o menos de qué iba esta "situación": de nada. Por favor, sean maduros y consideren que todas las mujeres a su alrededor pasan por este momento, y no tenemos control sobre ello, más allá del que se puede esperar con relación a los tiempos que nos toca sufrirlo.

Una vez escuché a un sujeto decir que las mujeres podríamos "aguantar" como se hace a la hora de orinar, y que se hacía una exageración con respecto a los cólicos, y un sinfín de tonterías más. NO, chicos; no es así. Créanme, si las mujeres pudiésemos "aguantar" la sangre como se hace con la orina, no habría necesidad de comprar y usar toallas/tampones, los cuales, son muy costosos y a veces no son tan cómodos. ¡Menos cuando hace calor! Qué infierno. =(

En cuanto al malestar. A veces duele, a veces no; en mi caso, sí, me duele, y durante los días que me tocan. No tanto para tener que tomar medicamento, pero me es muy molesto a la hora de intentar trabajar.

Así que, chicos, de nada por esta pequeña lección. :)

Chicas, ¿qué me dicen ustedes? :D

Yo insisto; ya hay que dejar de avergonzarnos por decir que menstruamos, o dejar que se nos tache de "locas" por el descontrol hormonal que sufrimos en ese tiempo. En mi caso, yo sí soy más volátil en esas fechas; no sentimental, sólo irritable.

Ya, ya basta de tanta ignorancia, chistes de mal gusto y desconsideración. O sea, no digo que hagamos ruido y vayamos por ahí con los pantalones ensangrentados (tampoco estoy en contra, cada quien da a entender su punto como crea conveniente; yo lo hago así) sin embargo, dejemos de decir que los chicos no deben saber cómo es para nosotras esas fechas, o de sentirnos avergonzadas por algo que no es algo anormal ni algo que podamos evitar.

En este caso, dentro del fic, por un segundo creí que podría poner a Gateguard del otro lado de la mesa. Ya saben, que no sepa lo que es la menstruación y por un segundo piense que Luciana está herida o pasando por una enfermedad; sin embargo, me pareció algo bastante ilógico. Porque, como él mismo lo expresa: él sirve a una diosa, él ha viajado mucho, y el que no sepa de algo tan común, sería una broma.

¿Ustedes qué piensan? Díganmelo en los comentarios por favor.

Por cierto, pido una disculpa, no he podido subir la escena modificada del capítulo anterior; espero poner subirla pronto. Recuerden, estará sólo en mi página de Facebook dedicada a los fics de este fandom.

Bueno, de mi parte, eso es todo por hoy. ¡Gracias por seguirme en esta aventura!

Gracias por leer y comentar a:

Nyan-mx, Mumi Evans Elric, Natalita07, Ana Nari, y camilo navas.

Nos estaremos leyendo.

Hasta el próximo capítulo... el cual, les aviso, será una nueva luna roja, otro capítulo donde tomamos el punto de vista de Gateguard. 7u7


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